Capítulo 21

– ¿Aquí?-Graznó Victoria. -¿En el transporte?

– ¿Por qué no?

– Porque… Porque… ¡Es indecente! -Trató de alejarse, y luego murmuró:-Debe de ser.

Robert levantó la cabeza una fracción de pulgada. Sus ojos azules brillaron con picardía.-¿Lo es? No recuerdo a tu padre que tocará el tema alguna vez en un sermón.

– Robert, estoy segura de que esto es de lo más irregular.

– Por supuesto que lo es-, dijo, acariciando la parte inferior de la barbilla. Ella era suave, cálida y aún olía a madera de sándalo de su jabón. -Normalmente no lo haría en el coche, pero yo quería sacar toda duda de tu mente.

– ¿Ah, entonces esto es para mi beneficio?

– Estabas tan preocupada por los efectos permanentes de mi lesión…

– Oh, no-dijo ella, tratando de recobrar el aliento. -Estoy segura de tu recuperación, te lo aseguro.

– Ah, pero quiero que tengas la seguridad que no hay daño. -Sus manos envueltas alrededor de sus tobillos, empezaron a deslizarse sobre sus piernas, dejando rastros de fuego a través de las medias.

– Ninguna, estoy asegura.

– Shhh, sólo un beso.- Él mordisqueó los labios, sus manos deslizándose hacia arriba y sobre la suave curva de sus caderas. Luego alcanzaron su trasero, sujetándola suavemente.

– Pensé… – Ella se aclaró la garganta. -Pensé que no querías volver a hacer esto hasta que nos casamos.

– Eso-dijo, acariciando la esquina de su boca, -fue cuando yo todavía pensaba que podíamos estar casados esta noche. He descubierto que hay un tiempo y un lugar para los escrúpulos.

– ¿Y este no es uno de ellos?

– Definitivamente no-. Él encontró la piel desnuda de sus muslos y apretó, provocando una exclamación de deleite. Él gimió, adorando los sonidos del deseo de ella. Nada tenía más poder para inflamar su pasión que la vista y sonidos de su placer. Él sintió como ella se arqueaba debajo de él, y sus manos se movieron a su espalda, donde trabajó con furia en sus botones. Él la necesitaba… Dios, él la necesita en ese momento.

Él empujó hacia abajo el corpiño de su vestido. Todavía llevaba el camisón azul como una camisa. Demasiado impaciente para desabrocharlo capturó el pezón en su boca, humedeciendo la tela con la lengua.

Victoria se agitó bajo sus pies, murmullos incoherentes escaparon de sus labios. Él levantó la cabeza por un momento para mirarla. Su negro cabello salvaje estaba libre en los confines del banco, y sus ojos azules oscuro estaban casi negros por el deseo. La garganta de Robert se llenó de una incomprensible sensación de ahogo, y se sintió abrumado por un sentimiento tan fuerte que no podía contener. -Te amo-, susurró. -Siempre te amaré.

La vio luchar interiormente y sabía que quería decirlo, también. Pero aquello que aún la hacía dudar tenía un férreo control sobre su corazón, y no pudo. Pero a él no le importó, sabía que finalmente ella debería aceptar su amor por él. Pero no podía soportar verla tan destrozada, así que apretó un dedo de la mano suave en los labios. -No hables-le susurró. -No necesitamos palabras ahora mismo.

La besó de nuevo, su boca hambrienta y salvaje. Sus manos encontraron su ropa interior y en segundos la prenda estaba en el piso del carro. La tocó íntimamente, sus sabios dedos atormentaban los pliegues de su feminidad.

– ¡Ah, Robert!-Jadeó. -¡Qué…! la última vez tu no…

– Hay más de una manera de amarte-, murmuró. La sintió más profundamente, maravillándose de cómo respondía ella a su tacto. Su cuerpo se movía contra él, llevando su dedo más profundamente. Ella le estaba azotando más y más profundo en su deseo, y sintió su presión contra el pantalón. Él apretó los labios contra el punto donde pulsaba su sien y le susurró, -¿Quieres?

Ella lo miró con incredulidad.

– Quiero escucharte decirlo-, dijo, con voz ronca.

Con respiración jadeante, ella asintió con la cabeza.

Robert decidió que eso era suficientemente, y sus dedos comenzaron a luchar contra los botones de su pantalón. Estaba demasiado caliente, demasiado listo, como para perder el tiempo bajándose la ropa. En cambio, desabrochó la bragueta, separó las piernas de ella, y se colocó donde sus dedos aún la llevaban al cielo. Una pierna de Victoria se deslizó fuera de la banca, dándole más espacio para sondear su condición de mujer. Él siguió adelante, cubriéndola,

sólo su punta dentro de ella. Sus músculos se volvieron calientes y convulsos en torno a él, y todo su cuerpo se estremeció en reacción. -Quiero más, Torie-jadeó él. -Más.

La sintió asentir un leve movimiento de cabeza, luego empujó más, acercándose, adentrándose en ella, cada vez más cerca del centro de su ser, hasta que finalmente estuvo alojado plenamente en su interior. Robert la abrazó apretándola con fuerza contra él, en silencio saboreando su unión. Sus labios viajaron a través de la mejilla de ella hasta su oído y allí le susurró-, estoy en casa ahora. -Entonces sintió las lágrimas en su rostro, probó la sal, ya que una rodó por sus labios. Él estaba deshecho. El deseo animal lo alcanzó, y su mente se separó de su cuerpo. Comenzó a bombear en ella sin descanso, de alguna manera conteniendo su liberación hasta que la sintió rígida y gritó debajo de él.

Con un fuerte gemido él bombeó por última vez, liberándose dentro de ella. Se derrumbó casi al instante, todos los músculos exquisitamente cansados. Mil pensamientos chocaron en su mente en ese instante, ¿Acaso era demasiado pesado para ella? ¿Se arrepentía? ¿y si ya hubieran hecho un bebé? Pero su boca estaba tan ocupado jadeando que no podía haber pronunciado ni una palabra ni siquiera si su vida dependiera de ello.

Por último, cuando fue capaz de escuchar algo más que los latidos de su propio corazón, se irguió sobre sus codos, no podía creer lo que había hecho. Él había tomado a Victoria dentro de un reducido carruaje en movimiento. Estaban a medio vestir, con la ropa arrugada. Diablos, él ni siquiera había logrado quitarse las botas. Supuso que debería decir que lo sentía, pero no hubiera sido verdad. ¿Cómo podía estar triste cuando Victoria… no, Torie, yacía debajo de él, su respiración todavía desigual con los últimos vestigios de su clímax, sus mejillas

calientes y enrojecidas de placer.

Sin embargo, sintió que debía decir algo, así que le ofreció una sonrisa torcida y dijo: -Eso fue muy interesante.

La boca de ella se abrió, la mandíbula se movía lentamente como si estuviera tratando de decir algo. Pero ningún sonido salió.

– Victoria-, se preguntó. -¿Hay algo mal?

– Dos veces-, dijo ella, parpadeando aturdida. -Dos veces antes de la ceremonia.- Cerró los ojos y asintió. -Dos veces está muy bien.

Robert echó la cabeza atrás sin poder contener la carcajada.


* * *

Que hubiera sucedido “dos veces” no fue del todo exacto. Para el momento en que Robert finalmente logró colocarle la banda de oro en el cuarto dedo de la mano izquierda, habían hecho el amor no dos, sino cuatro veces.

Habían tenido que parar en una posada de camino a Londres, y ni siquiera se molestó en consultarla antes de informar al posadero que eran marido y mujer, solicitando una recámara con una cama grande y cómoda. Y entonces él había señalado que sería un pecado dejar que esa agradable gran cama se desperdiciara.

Se casaron casi de inmediato a su llegada a Londres. Para diversión de Victoria, Robert la dejó esperando en el transporte mientras corría a su casa para recuperar la licencia especial. Volvió en menos de cinco minutos, y luego se dirigieron a la residencia del Reverendo Señor Stuart Pallister, el hijo menor del marqués de Chipping, un amigo de la vieja escuela de Robert. El señor Pallister los casó en un santiamén, para completar la ceremonia de entrega en menos de la mitad del tiempo que al padre de Victoria le hubiera.

Victoria era terriblemente consciente de sí misma cuando finalmente llegó a la casa de Robert. No era que se tratara de una tarea imposible, con su padre aún en vida, Robert había optado como residencia una pequeña propiedad de la familia. Sin embargo, su casa en la ciudad era señorial, impecablemente elegante, y Victoria tenía la sensación de que vivir en esos barrios residenciales sería muy diferente al cuchitril de la última planta.

Ella también tenía miedo de que todos los sirvientes la tomaran como una farsante. ¡Ella era sólo la hija de un vicario, una institutriz! Era improbable que aceptaran recibir órdenes de ella. Era imperativo comenzar con el pie derecho con el personal de Robert; una

mala primera impresión podría tomar años en corregirse. ¡Ella sólo deseaba saber cual era el pie correcto con el cual entrar!

Robert pareció entender su dilema de inmediato. Mientras que el carro viajaba de la casa del Señor Pallister a la suya, él le dio una palmadita en la mano y dijo: -Ahora vas a ser la condesa en cuanto te presente en tu nuevo hogar. Será mucho mejor así.

Victoria estuvo de acuerdo, pero eso no impidió que las manos temblaran mientras subía por las escaleras hacia la puerta principal. Ella trató de mantenerse tranquila, sin mucho éxito, y su anillo de boda se sintió muy pesado en su dedo.

Robert hizo una pausa antes de abrir la puerta. -Estás temblando,- dijo, tomándola de la mano enguantada en la suya.

– Estoy nerviosa-, admitió.

– ¿Por qué?

– Me siento como si estuviera en un baile de máscaras.

– Y tu disfraz sería…- instó suavemente.

Victoria dejó escapar una risa nerviosa. -Una condesa.

Sonrió. -No es un disfraz, Victoria, eres una condesa. Mi condesa.

– No me siento como una.

– Ya te acostumbrarás.

– Eso es fácil decirlo para ti. Naciste para este tipo de cosas. Yo no tengo la menor idea de cómo hacerlo.

– ¿No pasaste siete años como institutriz? Seguramente debes haber observado una o dos Ladies… No, me retracto -, dijo, frunciendo el ceño. -Procura no emular Lady H. Simplemente se tu misma. No existe una regla por la que una condesa deba ser altiva y severa.

– Muy bien-dijo dubitativa.

Robert cogió el pomo de la puerta, pero la puerta se abrió antes de que él la tocara. Un mayordomo se arqueó en una profunda reverencia, murmurando:-Mi lord.

– Creo que él espía por la ventana -Robert le susurró al oído de Victoria. -Nunca he logrado, ni una vez, tomar el pomo de la puerta.

Victoria dejó escapar una risita a pesar de sí misma. Robert estaba tratando muy arduamente de tranquilizarla. Decidió entonces que ella no le defraudaría. Ella Podría estar aterrada, pero iba a ser condesa perfecta aunque muriera en el intento.

– Yerbury-, dijo Robert, entregando su sombrero al hombre-, Tengo el agrado de presentarte a mi nueva esposa, la condesa de Macclesfield.

Si Yerbury estaba sorprendido nada se mostró en su rostro pétreo, Victoria estaba segura que debía ser de granito. -Mis más profundas felicitaciones milord-, dijo y se volvió hacia Victoria y añadió: -Mi lady, será un placer servirle.

Victoria casi se rió tontamente de nuevo. El pensamiento de que alguien le “sirviera” era tan completamente insólito. Pero, decidida a actuar correctamente, se las arregló para sofocar su risa en una sonrisa y dijo: -Gracias, Yerbury. Estoy encantada de formar parte de su casa.

Los ojos claros de Yerbury apenas destellaron cuando me dijo: -Su casa-. Entonces ocurrió lo impensable. Yerbury estornudó. -Oh-exclamó, mirando como si quisiera que el suelo lo tragase. -Mi lady, estoy tan terriblemente apesadumbrado.

– No seas tonto, Yerbury-, dijo Victoria. -Es sólo un estornudo.

Él volvió a estornudar justo antes de decir, -Un buen mayordomo nunca estornuda.- Luego dejó escapar cuatro estornudos más en rápida sucesión.

Victoria nunca había visto a un hombre con mirar más angustiado. Con una rápida mirada a Robert, dio un paso adelante y tomó el brazo del mayordomo. -Vamos, Yerbury -, dijo afectuosamente, antes de que tuviera la oportunidad de desmayarse al ser agarrado de esa manera por la nueva condesa. -¿Por qué no me enseña la cocina? Sé de un excelente remedio. Y lo tendremos curado en poco tiempo.

Y luego Yerbury, traicionado por su rostro que mostraba más emociones que en los últimos cuarenta años, fue llevado a la parte trasera de la casa, dándole las gracias profusamente al mismo tiempo.

Robert se limitó a sonreír ya que fue abandonado en el vestíbulo. Había tardado menos de dos minutos para que Victoria engatusara a Yerbury.

Él predijo que tendría al resto de la familia comiendo de su mano al caer la noche.


* * *

Pasaron unos días, y Victoria se acomodó lentamente a su nueva posición. Ella no se creía capaz de dar órdenes a los sirvientes como lo hacía la mayoría de la nobleza, ya que había pasado demasiado tiempo del otro lado de las filas para no darse cuenta de que eran personas, también, con esperanzas y sueños muy similares a la suya. Y aunque los sirvientes nunca dijeron nada acerca de los antecedentes de Victoria, parecía que había una afinidad especial entre ellos.

Victoria y Robert estaban desayunando un día, cuando una criada especialmente dedicada insistió en recalentar el chocolate de su señora ya que no estaba suficientemente caliente. Como la muchacha se escurrió fuera de la olla, Robert comentó: -Yo creo que darían su vida por ti, Torie.

– No seas tonto-, dijo con burla y una sonrisa.

Robert añadió: -No estoy del todo seguro si harían lo mismo por mí.

Victoria estaba a punto de repetir su comentario anterior, cuando entró en la habitación Yerbury. -Mi lord, mi lady-dijo él, -Lady Brightbill y la Señorita Brightbill han venido. ¿Les digo que no están en casa?

– Gracias, Yerbury -, dijo Robert, volviendo a su periódico.

– ¡No!-, Exclamó Victoria. Yerbury de inmediato se detuvo en seco.

– ¿Quién se supone que es el que manda aquí?- Robert murmuró, mirando como su mayordomo que descaradamente hacía caso omiso de sus deseos en deferencia de los de su esposa.

– Robert, son familia -, dijo Victoria. -Tenemos que recibirlas. Los sentimientos de tu tía, serían terriblemente lastimados.

– Mi tía tiene una piel increíblemente gruesa, y me gustaría pasar un tiempo a solas con mi esposa.

– No estoy sugiriendo que invitemos a todo Londres para el té. Simplemente que gastes unos minutos para saludar a tu tía. -Victoria miró nuevamente al mayordomo. -Yerbury, por favor hazlas pasar, Tal vez les gustaría compartir nuestra mesa.

Robert frunció el ceño, pero Victoria podía ver que él no estaba muy molesto. En pocos segundos Lady Brightbill y Harriet irrumpían en la habitación. Robert de inmediato se puso en pie.

– ¡Mi querido, querido sobrino!- Lady Brightbill gorjeo. -Has sido un niño travieso.

– Madre,- Harriet protestó, echando una mirada tímida a Robert, -no creo que se pueda llamarlo niño.

– Tonterías, yo puedo llamarlo como quiera.-Se volvió hacia Robert y fijó una expresión severa en su rostro. -¿Tienes idea de lo molesto que tu padre está contigo?

Robert se sentó de nuevo una vez que las dos mujeres habían ocupado sus asientos. -Tía Brightbill, mi padre ha estado enojado conmigo por siete años.

– ¡No le has invitado a tu boda!

– Yo no invité a nadie a mi boda.

– Ese es exactamente el problema.

Harriet se volvió a Victoria y le dijo tapándose con su mano: -Mi madre ama a una buena causa.

– ¿Y que causa es esta?

– Justa indignación-, dijo Harriet. -No hay nada que ame más.

Victoria miró a su nuevo marido, que estaba soportando los regaños de su tía con notable paciencia. Se dio la vuelta de nuevo hacia Harriet. -¿Cuánto tiempo piensas que va a ser capaz de soportar?

Harriet frunció el ceño mientras ponderaba la respuesta. -Yo supongo que pronto llegará a su límite.

Al finalizar esas proféticas palabras, la mano de Robert golpeó sobre la mesa, haciendo vibrar todos los platos. -¡Basta!-Tronó él.

En la puerta de la cocina, la criada se sobresaltó. -¿No quiere más chocolate?-Susurró.

– ¡No!- Intervino Victoria, poniéndose de pie. -Él no te estaba hablando, Joanna. Nos gustaría un poco de chocolate, ¿Harriet?

Harriet asintió con entusiasmo. -Estoy segura de que mi madre también quiere. ¿No es verdad, madre?

Lady Brightbill se dio vuelta en su asiento. -¿Qué estás cuchicheando, Harriet?

– Chocolate-, respondió con paciencia su hija. -¿Te gustaría un poco?

– Por supuesto-dijo Lady Brightbill con un resoplido. -Ninguna mujer sensata se negaría a una taza de chocolate.

– Mi madre siempre se ha enorgullecido de ser muy sensata-, dijo Harriet a Victoria.

– Por supuesto-, dijo Victoria en voz alta. -Tu madre es totalmente razonable y espontánea.

Lady Brightbill sonrió. -Yo te perdono, Robert-dijo con un resoplido-, por no incluirnos ni a Harriet ni a mí en tu boda, pero sólo porque finalmente has expuesto el sentido común que Dios te dio y has elegido a la bella señorita Lyndon como tu esposa.

– La encantadora señorita Lyndon-, Robert dijo con firmeza: -ahora es Lady Macclesfield.

– Por supuesto-replicó Lady Brightbill. -Ahora bien, como te decía, es imprescindible presentarla en sociedad tan pronto como se pueda.

Victoria sintió que en su estómago crecían las náuseas. Una cosa era ganar los corazones de los sirvientes de Robert. Pero los pares de Robert, eso era harina de otro costal.

– La temporada está llegando a su fin-, dijo Robert. -No veo ninguna razón por lo qué no podemos esperar hasta el año que viene.

– ¡El año que viene!- Gritó Lady Brightbill y sabía cómo chillan mejor que la mayoría. -¿Estás loco?

– Voy a introducir Victoria a mis amigos más estrechos en una cena y los demás… no veo ninguna razón para someterla a semejante odisea cuando todo lo que realmente quiero es un poco de privacidad.

Victoria se encontró deseando con fervor que Robert ganara ese punto.

– Tonterías-dijo Lady Brightbill con desdén. -El mundo entero sabe que estás en Londres ahora. Ocultarla daría la impresión que te avergüenzas de tu nueva esposa, que tal vez tuviste que casarse con ella.

Robert erizó de ira. -Usted sabe que no es el caso.

– Sí, por supuesto que lo sé, y Harriet lo sabe, pero somos sólo dos de muchos.

– Tal vez-, dijo Robert suavemente -, Pero siempre he tenido en alta estima su habilidad de diseminar la información.

– Lo que quiere decir que ella habla mucho-, dijo Harriet a Victoria.

– Sé lo que quiere decir-, replicó Victoria, e inmediatamente se sintió avergonzada por haber llamado a la tía chismosa.

Harriet observó la expresión avergonzada de Victoria y le dijo: -Oh, no te preocupes por eso. Incluso madre sabe que es una de las mayores chismosas.

Victoria contuvo una sonrisa y se volvió hacia el combate que se desarrollaba al otro lado de la mesa.

– Robert-, Lady Brightbill estaba diciendo, con una mano extendida dramáticamente sobre su corazón -, aunque yo sea tan eficiente, tienes que presentar a tu nueva esposa a la sociedad antes de que termine la temporada. Esta no es mi opinión. Es un hecho.

Robert suspiró y miró a Victoria. Ella trató desesperadamente de ocultar el terror de sus ojos, con éxito ya que él dejó escapar otro suspiro, éste mucho más abatido, y dijo: -Muy bien, tía Brightbill. Vamos a hacer una aparición. Pero sólo una, fíjate. Todavía estamos recién casados.

– Esto es tan romántico-, susurró Harriet, abanicándose con la mano.

Victoria tomó su taza de chocolate y se la llevó a la boca en un intento de ocultar el hecho de que absolutamente no conseguía tirar de los labios en una sonrisa. Pero esta acción sólo sirvió para mostrar como le temblaban las manos, por lo que las bajó fijando la vista en su regazo.

– Naturalmente-dijo Lady Brightbill, -voy a tener que llevar a Victoria de compras, necesita un nuevo vestuario. Ella necesitará la guía de alguien que está familiarizada con las costumbres de la alta sociedad.

– ¡Madre!-Intervino Harriet. -Estoy segura de que la prima Victoria será más que capaz de elegir su propio guardarropa. Después de todo, ella trabajó durante varias semanas en casa de Madame de Lambert, la modista más exclusiva de Londres.

– ¡FUE!-Dijo Lady Brightbill a modo de respuesta. -No me lo recuerdes. Tendremos que hacer todo lo posible para ocultar ese episodio.

– Yo no me avergüenzo de mi trabajo-, dijo Victoria en voz baja. Y ella no lo estaba. Por supuesto, esto no significaba que no se asustara de los pares sociales de Robert.

– Y no debes-,dijo Lady Brightbill.-No hay nada malo con el arduo día de trabajo. Simplemente no es necesario hablar de ello.

– Yo no veo cómo sería posible evitarlo-, señaló Victoria a cabo. -He atendido a un gran número de damas en la tienda. A Madame siempre le gustó que estuviera en el frente por mi suave acento. Evidentemente alguien está obligado a reconocerme.

Lady Brightbill dejó escapar un largo suspiro de sufrimiento. -Sí, será inevitable. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo evitar un escándalo?

Robert, que se estaba sintiendo claramente algo dominado, volvió a su desayuno y se comió un bocado de Omelette. -Estoy seguro que estarás a la altura de las exigencias, la tía Brightbill.

Harriet se aclaró la garganta y dijo: -Seguramente todo el mundo va a entender cuando se enteren el pasado romántico que hay entre Robert y Victoria.-Suspiró-.Dos jóvenes enamorados, separados por un padre cruel, incluso la mejor de mis novelas francesas no se puede comparar.

– No tengo intención de arrastrar el nombre del marqués a través de la alcantarilla-, dijo Lady Brightbill.

– Es preferible su nombre que el de Victoria,- expuso en Robert cáusticamente. -Él tiene más culpa que nosotros en nuestra separación.

– Todos somos igualmente responsables,- dijo Victoria con firmeza. -Inclusive mi propio padre.

– No importa quién es el culpable-, la señora Bright afirmó. -Sólo estoy interesada en minimizar el daño lo más posible. Yo creo que Harriet tiene la perfecta solución.

Harriet estaba radiante.

– Sólo infórmenme donde tengo que estar y cuándo-, dijo Robert con una expresión de aburrimiento.

– Puedes estar seguro de que también te diré qué decir-, replicó Lady Brightbill. -En cuanto a los datos, creo que mañana por la noche, la fiesta Lindworthy se adapta a nuestro propósito.

– ¿Mañana?- Victoria murmuró, el estómago de repente se sintió tan oscilante que no conseguía que su voz sonara correctamente.

– Sí-replicó Lady Brightbill. -Todo el mundo estará allí. Por ejemplo, mí querido Basil.

Victoria parpadeó. -¿Quién es Basil?

– Mi hermano-respondió Harriet. -Él no está a menudo en Londres.

– Cuanta más familia, mejor-, dijo Lady Brightbill enérgicamente. -Sólo en caso de Victoria no fuera acogida favorable, tenemos que cerrar filas.

– Nadie se atreverá a ignorar a Victoria-gruñó Robert. -No, a menos que quieran vérselas conmigo.

Harriet quedó asombrado con ferocidad inusitada de su prima. -Victoria-, dijo, -Creo que realmente te quiere.

– Por supuesto que la quiero-, espetó Robert. -¿Crees que me habría tomado el trabajo de secuestrarla si no?

Victoria se sintió una tibieza en el pecho, algo que consideró sospechosamente parecido al amor.

– Y nadie quiere enojar a mi querido, querido, querido Basil, tampoco-, añadió Lady Brightbill.

Victoria se volvió hacia su marido con una sonrisa secreta y le susurró:-Me temo que Basil está más cerca de su corazón que tú, querido. Él tuvo tres “queridos”, mientras que tú sólo recibiste dos.

– Un hecho que agradezco al creador todos los días de mi vida-, murmuró Robert.

Los ojos de Lady Brightbill se entornaron con recelo. -No sé lo que ustedes están diciendo, pero juro que no me importa. A diferencia de algunos de los presentes, yo soy capaz de mantener mis pensamientos centrados en los objetivos que nos ocupa.

– ¿De qué estás hablando?-, Dijo Robert.

– Ir de compras. Victoria tendrá que venir conmigo esta mañana si deseamos tener un vestido apropiado para mañana por la noche. Madame es probable que tenga que ajustar un poco su tiempo, pero no hay nada que hacer al respecto.

– Tía Brightbill -Robert dijo, mirándola por encima de su taza de café,- usted debería preguntar si Victoria no tiene otro compromiso.

Victoria ahogó una sonrisa al ver la forma en que él estaba allí para ella, mostrándole otra manera lo mucho que la amaba. De sus besos apasionados a su constante apoyo y respeto, no podría haber declarado su amor de manera más clara, no siquiera si lo hubiera gritado. Lo que hizo, en realidad. El pensamiento la hizo sonreír.

– ¿Qué es tan gracioso?- Robert preguntó, mirándola con un poco de sospecha.

– Nada, nada -, dijo Victoria rápidamente, dándose cuenta en un instante que ella realmente amaba a este hombre. No estaba segura de cómo decírselo, pero ella sabía que era verdad. Todo lo que había sido de joven, estaba potenciado diez veces más como hombre, y no podía imaginar la vida sin él.

– ¿Victoria?- Robert insistió, irrumpiendo sus pensamientos.

– Oh, sí. -Ella se sonrojó de vergüenza por haber dejado su mente vagar. -Por supuesto que voy a ir de compras con Lady Brightbill. Yo siempre tengo tiempo para mi tía favorita.

Lady Brightbill sollozó una lágrima sentimental. -Oh, mi querida niña, soy yo la que se siente honrada que me llames tía Brightbill, así como mi querido, querido Robert lo hace.

Su querido, querido Robert en ese momento parecía como si hubiera tenido más que suficiente.

Victoria puso la mano encima de la señora mayor. -Soy yo la honrada.

– ¿Ves?- Chirrió Harriet. -Sabía que serías de la familia. ¿No lo dije yo?

Загрузка...