En el momento en Victoria abrió los ojos, Robert estaba de pie delante de ella. -¿Vienen detrás de ti?-, Exigió.
– ¿Quién?
– Ellas, las mujeres -, dijo, sonando muy parecido a como si se hubiera referido a una nueva generación de insectos.
Victoria intentó dar un tirón del brazo de su mano. -Todavía están tomando el té.
– Gracias a Dios.
– Tu tía me invitó a venir a vivir con ella, por cierto.
Robert murmuró algo entre dientes.
El silencio reinó por un momento, y luego Victoria dijo: -Realmente tengo que llegar a casa, así que suelta por favor mi brazo…- Ella sonrió forzadamente, decidida a ser cortés aunque la matara.
Él se cruzó de brazos, separó los pies, y dijo: -Yo no voy a ninguna parte sin ti.
– Bueno, yo no voy a ninguna parte contigo, así que realmente no veo…
– Victoria, no fuerces mi temperamento.
Sus ojos se agrandaron. -¿Qué acabas de decir?
– He dicho…
– ¡Escuché lo que dijiste!- Ella le dio una palmada en el hombro. -¿Cómo te atreves siquiera a decirme que no pierda los estribos? ¡Tú que enviaste a ese matón en pos de mí! Un villano. Yo podría haber sido herida.
El hombre fornido protestó. -Milord-, dijo, -Realmente debo protestar.
A Robert le temblaron los labios. -Victoria, a MacDougal le desagrada ser llamado villano. Creo que has herido sus sentimientos.
Victoria lo miró, incapaz de creer la dirección que había tomado la conversación.
– Yo fui todo lo gentil con ella que pude-, dijo MacDougal.
– Victoria-, dijo Robert. -Tal vez una disculpa debería ser dada.
– ¡Una disculpa!- Gritó ella, habiendo pasado por varios grados su punto de ebullición. -¡Una disculpa! No lo creo.
Robert se volvió a su criado con una expresión un tanto sufrida. -No creo que ella vaya a pedirte disculpas.
MacDougal suspiró magnánimamente. -La chica ha tenido un día complicado.
Victoria trató de determinar a quien de ellos noquearía primero.
Robert le dijo algo a MacDougal, y el Escocés salió de escena, presumiblemente para preparar el carruaje esperándolo a la vuelta de la esquina.
– Robert-, dijo Victoria con firmeza. -Me voy a casa.
– Una buena idea. Te voy a acompañar.
– No necesito compañía.
– Es demasiado peligroso para una mujer sola-, dijo con energía, obviamente tratando de mantener su temperamento bajo control en virtud de una fachada de eficiencia.
– He logrado admirablemente llegar sola estas últimas semanas, muchas gracias.
– Ah, sí, las últimas semanas -, dijo, un músculo se contrajo en su mejilla.-¿Quieres que te diga cómo he pasado las últimas semanas?
– Estoy segura de que no puedo impedir que lo hagas.
– He pasado las últimas semanas en un estado total de terror. No tenía ni idea de tu paradero.
– Te puedo asegurar-agregó mordazmente,- que no tenía ni idea que me estabas buscando.
– ¿Por qué, quisiera saber, no le informaste a nadie de tus planes?
– ¿Y a quien se supone que debía decirle? ¿A lady Hollingwood? Oh, sí, fuimos las mejores de amigas. ¿A ti? Tú, que has demostrado tanto interés en mi bienestar…
– ¿Y tu hermana?
– Yo se lo dije a mi hermana. Me escribió su nota la semana pasada.
Robert pensó en el último mes. Había ido a ver a Eleanor hacía dos semanas. Ella no podía haber oído de Victoria para entonces. Reconoció que gran parte de su temperamento volatil se debía al temor sufrido estas últimas semanas, y suavizó el tono de su voz. -Victoria, ¿podrías venir conmigo? Te llevaré a mi casa, donde podríamos hablar en privado.
Ella le hizo frente. -¿Es este otro de tus horribles e insultante ofertas? Oh, lo siento, ¿quizás debería llamar a tus propuestas: asquerosa, degradante?
– Victoria-, arrastró las palabras, -te vas a quedar sin adjetivos muy pronto.
– ¡Oh!- espetó, sin podía pensar en nada mejor, y luego levantó los brazos con desesperación. -Me voy.
Él cerró la mano alrededor del cuello de su capa, y la forzó a retroceder -Creo que te dije-, dijo con frialdad-, que no vas a ninguna parte sin mi. -Él comenzó a arrastrarla de vuelta a la esquina donde aguardaba su carruaje.
– Robert-siseó ella. -Estás haciendo una escena.
Él arqueó una ceja. -¿Me veo como si me importara?
Ella trató de una táctica diferente. -Robert, ¿qué es lo que quieres de mí?
– Pensé que había dejado claro que quiero casarme contigo.
– Lo que quedó bien claro-, ella dijo con furia, -es que quieres que sea tu amante.
– Eso-, dijo con firmeza, -fue un error. Ahora te pido que seas mi esposa.
– Muy bien. Me niego.
– Esa respuesta no es una opción.
Parecía como si fuera a saltar sobre la garganta de él en cualquier momento. -Que yo sepa, la Iglesia anglicana no celebra matrimonios sin el consentimiento de ambas partes.
– Torie-, dijo con dureza: -¿tienes alguna idea de lo preocupado que he estado por ti?
– En absoluto-dijo ella con un brillo falso. -Pero yo estoy cansada y realmente me gustaría llegar a casa.
– Desapareciste de la faz de la maldita tierra. Dios mío, cuando Lady Hollingwood me dijo que te había despedido…
– Sí, bueno, los dos sabemos quién tiene la culpa de eso -, le espetó. -Pero resulta que, ahora estoy muy contenta con mi nueva vida, así que supongo que debo darle las gracias.
Él hizo caso omiso de lo que ella había dicho. -Victoria, me enteré… -Detuvo y se aclaró la garganta. -Hablé con tu hermana.
Ella se puso blanca.
– No sabía que tu padre te había atado. Juro que no lo sabía.
Victoria tragó saliva y miró hacia otro lado, dolorosamente consciente de las lágrimas que pinchaban sus ojos. -No me hagas pensar en eso-, dijo ella, que odiaba el sonido ahogado de su voz. -No quiero pensar en ello. Ahora estoy contenta. Por favor, dame un poco de estabilidad.
– Victoria-. Su voz era suave y dolorosa. -Te amo. Siempre te he amado.
Ella sacudió la cabeza con furia, todavía no se confiaba en poder mirarlo a la cara.
– Te quiero-, repitió. -Quiero pasar mi vida contigo.
– Es demasiado tarde-, susurró.
Él le dio la vuelta. -¡No digas eso! No somos mejores que los animales si no podemos aprender de nuestros errores y seguir adelante.
Ella alzó la barbilla. -No es eso. Yo no quiero casarme contigo. -Y no lo hacía, se dio cuenta. Una parte de ella siempre lo amaría, pero ella había encontrado una independencia embriagante desde que se había trasladado a Londres. Finalmente era ella misma, y estaba descubriendo que tener el control sobre su vida era una sensación embriagadora, de hecho.
Él palideció y le susurró: -Tú lo dices por decir.
– Lo que digo en serio, Robert. No quiero casarme contigo.
– Estás enojada-, razonó. -Estás enojada, y quieres hacerme daño, y tienes todo el derecho a sentirse de esa manera.
– No estoy enojada.- Hizo una pausa. -Bueno, sí, lo estoy, pero no es por eso que te estoy rechazando.
Se cruzó de brazos. -¿Por qué, entonces? ¿Por qué no me puedes escuchar siquiera?
– ¡Porque ahora soy feliz! ¿Es tan difícil de entender? Me gusta mi posición y me encanta mi independencia. Por primera vez en siete años estoy plenamente satisfecha, y yo no quiero romper ese equilibrio.
– ¿Tú eres feliz aquí?- Agitó la mano en la entrada principal. -¿Aquí, como una empleada de una tienda?
– Sí-dijo con frialdad: -Lo soy. Me doy cuenta de que esto podría ser demasiado difícil de entender para tu refinado gusto.
– No seas sarcástica, Torie.
– Entonces, supongo que no puedo decir nada. -Ella apretó los labios cerrando su boca.
Robert comenzó a tirar suavemente de ella hacia su carruaje. -Estoy seguro que estaremos más cómodos si podemos discutir esto en privado.
– No, significa que estarás más cómodo.
– Quiero decir que ambos…- La poca paciencia que le quedaba mostraba signos de desgaste.
Ella comenzó a luchar contra él, vagamente consciente de que estaba haciendo una escena, sino más allá de cuidar de ella. -Si piensas que voy a entrar en un coche contigo…
– Victoria, te doy mi palabra de que no sufrirás daño.
– Eso depende de tu propia definición de «daño», ¿no te parece?
De repente, la soltó e hizo un gran gesto con sus manos en el aire, en forma no amenazante. -Te doy mi palabra de que no voy a poner ni un dedo sobre tu persona.
Ella entrecerró los ojos. -¿Y por qué he de creerte?
– Porque-, gruñó, claramente perdiendo la paciencia con ella, -Nunca he roto una promesa.
Ella dejó escapar un bufido, y no uno particularmente delicado. -Oh, por favor.
Los músculos masculinos se agarrotaron en su garganta. El honor siempre había sido de suma importancia para Robert, y sabía que Victoria acababa de acertarle justo donde más le dolía.
Cuando finalmente habló, su voz era baja e intensa. -Ni tu ni nadie puede afirmar que haya roto alguna vez una promesa que yo haya hecho. Puede que no te tratara…- él tragó convulsivamente -, con el respeto que te merecías, pero nunca he roto una promesa.
Victoria exhalado, sabiendo que él decía la verdad. -¿Tu me llevarás a casa?
Él asintió con brusquedad. -¿Dónde vives?
Ella le dio su dirección, y él se la repitió a MacDougal.
Alargó la mano hacia ella, pero Victoria alejó el brazo de su alcance y lo rodeó para subirse ella al transporte.
Robert exhaló ruidosamente, resistiendo el impulso de darle una palmada en las nalgas y empujarla dentro del carro. Maldita sea, pero ella sabía cómo probar su paciencia. Dio otra profunda respiración pensando que suspiraría mucho durante el viaje y se subió al coche sentándose junto a ella.
Él hizo grandes esfuerzos para evitar tocarla al entrar, pero su olor estaba en todas partes. Ella siempre se las arreglaba para oler como la primavera, y Robert fue golpeado por una abrumadora sensación de nostalgia y el deseo. Tomó otra respiración profunda, tratando de ordenar sus pensamientos. De alguna manera se le había concedido una tercera oportunidad, y él estaba decidido a no arruinar las cosas esa vez.
– ¿Qué querías decir?- Preguntó ella con recato.
Él cerró los ojos por un momento. Ella ciertamente no pensaba hacerle más fácil la tarea.
– Todo lo que quería decir es que lo siento.
Los ojos femeninos volaron sorprendidos hasta su rostro. -¿Lo sientes?- repitió a modo de eco.
– Por creer lo peor de ti. Dejé que mi padre me convenciera de cosas que en realidad sabía que no eran ciertas. – Ella permaneció en silencio, lo que le obligó a continuar con su discurso doloroso. -Yo te conocía tan bien, Torie-susurró-.te conocía como me conocía a mi mismo. Pero cuando no llegaste a nuestra cita…
– Pensaste que yo era una aventurera.- Ella dijo con voz plana.
Miró por la ventana por un momento antes de volver los ojos a su pálido rostro.
– Yo no sé qué más pensar-, dijo sin convicción.
– Quizás deberías haberte quedado en el distrito de tiempo suficiente para preguntarme qué había pasado-, dijo. -No había necesidad de sacar conclusiones tan desagradables.
– Fui a buscarte, llegue a la ventana…
Ella contuvo la respiración. -¿En serio? Nunca te vi.
Cuando Robert habló, su voz era temblorosa. -Estabas de espaldas a la ventana, acostada en la cama. Te veías muy tranquila, como si nada te preocupara en el mundo.
– Yo estaba llorando-, dijo con voz sorda.
– Yo no podía saber eso.
Un centenar de emociones se dibujaron en el rostro de ella, y por un momento Robert estaba seguro que iba a inclinarse y poner su mano sobre la suya, pero al final se limitó a cruzar los brazos y decir: -Te has portado mal.
Robert olvidó sus promesas de controlar su temperamento. -¿Y tu no?-Respondió él.
Ella se puso rígida. -¿Cómo?
– Los dos somos culpables de la desconfianza, Victoria. No se puedes echar toda la culpa a mi puerta.
– ¿De qué estás hablando?
– Tu hermana me dijo lo que pensaba de mí. Que sólo había querido seducirte. Que nunca había hablado en serio sobre nuestro noviazgo. -Se inclinó hacia delante y se detuvo una fracción de segundo antes de agarrar las manos entre las suyas. -Mira en tu corazón, Victoria. Sabes que te amaba. Sabes que todavía te amo.
Victoria respiró hondo y exhaló. -Supongo que te debo una disculpa también.
Robert dejó escapar un descosido suspiro, a través de él creció una exquisita sensación de alivio. Esta vez se dejó que sus manos se posaran sobre las de ella. -Entonces,
podemos comenzar de nuevo -, dijo con fervor.
Victoria trató de decirle que mantuviera las manos a distancia, pero la sensación era demasiado dolorosamente tierna. Su piel estaba caliente, y era una tentación inclinarse esperando que la abrazara. No sería tan terrible sentirse amada una vez más, para sentirse valorada.
Ella lo miró. Sus ojos azules la miraban con una intensidad que la asustó y emocionó. Sintió que algo tocaba sus mejillas, luego se dio cuenta que era una lágrima. -Robert, yo…-Se interrumpió, dándose cuenta de que ella no sabía qué decir.
Él se inclinó hacia delante, y Victoria vio que tenía la intención de besarla. Y luego, para su horror, se dio cuenta que ella quería que a sus labios en la de ella. -¡No!- Se echó atrás tanto para su propio beneficio como para el de él. Desvió su mirada y alejó sus manos.
– Victoria…
– Detente-. Ella resopló y fijó su mirada en la ventana. -Tú ya no me entiendes.
– Entonces dime lo que necesito saber. Dime lo que tengo que hacer para hacerte feliz.
– ¿No lo entiendes? ¡Tu no me puede hacer feliz!
Robert se estremeció, incapaz de creer como lo hería esa declaración. -¿Te importaría explicarte?- dijo con frialdad.
Ella soltó una carcajada hueca. -Tú me diste la luna, Robert. No, tu hiciste algo más que eso. Tu me ascendiste y me colocaste justo sobre ella. -Hubo una pausa larga y dolorosa, y entonces ella continuó:- Y entonces me dejaste caer. Y dolió demasiado cuando aterricé. No quiero volver a sentir eso otra vez.
– No volverá a suceder. Yo soy más viejo y más sabio ahora. Somos ambos mayores y más sabios.
– ¿No lo ves? Ya ha sucedido dos veces.
– ¿Dos veces?- Se hizo eco, pensando que mucho no quería escuchar lo que tenía que decir.
– En Hollingwoods-, dijo ella, con voz extrañamente plana. -Cuando se me pediste que fuera tu…
– No lo digas.- Su voz fue cortante.
– ¿No digas qué? ¿Amante'? Interesante momento que tienes para desarrollar en forma tan repentina escrúpulos.
Él palideció. -Nunca supe que podría ser tan vengativa.
– No estoy siendo vengativa. Estoy siendo honesta. Y no sólo me caí de la luna en aquel momento. Tú me empujaste.
Robert tomó un hondo y quebrado aliento. No estaba en su naturaleza mendigar, y parte de él quería desesperadamente defenderse. Pero su necesidad por Victoria era más fuerte, y así que dijo: -Entonces permítame hacer las paces, Torie. Déjame que nos casemos y darte hijos. Permíteme dedicar todos los días de mi vida adorando el suelo que pisas.
– Robert, por favor no… -Su voz era débil, casi un susurro cuando el mencionó los niños.
– No, ¿qué?-Trató de bromear. -¿No adorar el suelo que pisas? Ya es demasiado tarde. Yo ya lo hago.
– Robert, no lo hagas aún más difícil-, dijo, su voz sonó un poco más alto que un susurro.
Sus labios se abrieron con asombro. -¿Y por qué diablos no? ¿Dime por qué he de facilitarte que vayas de mi vida otra vez?
– Nunca me fui-, ella replicó. -Tú te fuiste. Tu.
– Ninguno de nosotros está libre de culpa. Tu te apresuraste a creer lo peor de mí.
Victoria no dijo nada.
Se inclinó hacia delante, sus ojos intensos. -No perderé la confianza en ti, Victoria. Te perseguiré día y noche. Voy a hacerte admitir que me amas.
– No-, susurró.
El carruaje se detuvo, y Robert dijo: -Parece que hemos llegado a tu casa.
Victoria de inmediato recogió sus pertenencias y llegó a la puerta. Pero antes de tocar la madera pulida, la mano de Robert descendió a la suya.
– Un momento-, dijo, con voz ronca.
– ¿Qué quieres, Robert?
– Un beso.
– No
– Sólo un beso. Para que me dure toda la noche.
Victoria lo miró a los ojos. Eran azules como el hielo caliente, le quemaba directamente en su alma. Se humedeció los labios, no podía evitarlo. La mano de Robert se trasladó a la parte posterior de la cabeza. Su tacto era dolorosamente suave. Si hubiera aplicado presión o tratado de forzarla, sabía que podía haberse resistido. Sin embargo, su dulzura la desarmó, y no pudo retirarse.
Sus labios la rozaron suave e insistentemente hasta que la sintió rendirse debajo él. Su lengua humedeció la esquina de su boca, luego la otra, a continuación se asomó al borde de sus labios carnosos.
Victoria pensó que podría derretirse, pero se apartó. A él le temblaban las manos. Ella miró hacia abajo y se dio cuenta de que la suyas también estaban temblando.
– Conozco mis límites-, dijo él en voz baja.
Victoria parpadeó, dándose cuenta que ella no conocía sus propios límites. Otro segundo de esta tortura sensual y ella hubiera descendido al piso del carruaje, rogándole que le hiciera el amor. La vergüenza coloreó su rostro y ella salió del coche, dejando a MacDougal tomar su mano temblorosa para ayudarla a bajar.
Robert la siguió inmediatamente después, y comenzó a maldecir con saña cuando se dio cuenta de dónde estaba.
Victoria no estaba viviendo en la peor parte de la ciudad, pero estaba malditamente cerca. A Robert le llevó unos diez segundos calmarse lo suficiente como para decir: -Por favor, dime usted que no vives aquí.
Ella le dio una mirada extraña y señaló a una ventana del cuarto piso. -Ahí mismo.
La garganta de Robert se contrajo con violencia. -Tu… no… no te vas a quedar aquí -, dijo, apenas capaz de articular palabra.
Victoria no le hizo caso y comenzó a caminar hacia su edificio. Robert tenía su brazo alrededor de su cintura en cuestión de segundos. -No quiero oírte decir una palabra-, gritó. -Te vienes a casa conmigo en este instante.
– ¡Suéltame!- Victoria se retorció en sus manos, pero Robert mantuvo su pulso firme.
– No voy a permitir que te quede en un vecindario peligroso.
– No puedo imaginarme que estuviera más segura contigo-, replicó.
Robert suavizó su agarre, pero se negó a soltarla. Entonces sintió algo en su pie y miró hacia abajo.
– ¡Santos infiernos sangrantes!- Pateó salvajemente y envío a la calle a una rata demasiado grande.
Victoria se aprovechó para zafarse de su brazo, y corrió a la relativa seguridad del edificio.
– ¡Victoria!- Gritó Robert, corriendo detrás de ella. Pero cuando él tiró para abrir la puerta, todo lo que vio fue a una enorme mujer vieja y gorda con los dientes ennegrecidos.
– ¿Y uste es? -Preguntó ella.
– Yo soy el conde de Macclesfield,-rugió-, y salga de una maldita vez de mi camino.
La mujer puso las manos sobre su pecho. -No tan rápido, su señoría.
– Quite sus sucias mano de mi persona, por favor.
– Mejor quite su sucio culo de mi casa, por favor,- se rió ella-.No permitimos que los hombres entren aquí. Esta es una casa respetable.
– La señorita Lyndon,- poco a Robert, -es mi prometida.
– Yo cero que no se veía de esa manera. De hecho, parecía que ella no quería tener nada que ver contigo.
Robert alzó la vista y vio a Victoria mirándolo a través de una ventana. La rabia corrió a través de él. -¡No toleraré esto, Victoria!- Rugió.
Ella se limitó a cerrar la ventana.
Por primera vez en su vida Robert realmente aprendió el significado de ver todo rojo. Cuando él había pensado que Victoria lo había traicionado siete años antes, había estado demasiado aturdido para sentir furia. Maldita sea, había estado frenético por dos semanas, sin saber qué demonios le había sucedido. Y ahora que por fin la había encontrado, no sólo había lanzado al tacho su propuesta de matrimonio, sino que insistía en que vivir en un barrio de borrachos, ladrones y prostitutas.
Y las ratas.
Robert miró cuando un pilluelo de la calle sacaba la billetera del bolsillo de un hombre desprevenido al otro lado de la calle. Exhaló entrecortado. Él iba a tener que sacar a Victoria fuera de este barrio, si no fuera por el bienestar de ella sería por su propia cordura.
Era un milagro que ella no hubiera sido violada o asesinada ya.
Se volvió hacia la dueña de la casa justo a tiempo para ver el portazo en la cara y escuchar la llave cerrando la cerradura. Cruzó la corta distancia hasta estar justo debajo de la ventana de Victoria y se puso a la vista lateral del edificio, en busca de puntos de apoyo posible para su ascenso a su habitación.
– Milord-. MacDougal lo llamó suave pero insistente.
– Si puedo hacer pie hasta ese umbral, debería ser capaz de subir…- gruñó Robert.
– Milord, ella está lo suficientemente segura para pasar la noche.
Robert se dio la vuelta. -¿Tienes alguna idea de qué tipo de barrio es este?
MacDougal se puso rígido ante su tono. -Disculpe, señor, pero me crié en un barrio como este.
La cara de Robert de inmediato se suavizó. -Maldita sea. Lo siento, MacDougal, yo no quería decir…
– Lo se.- MacDougal agarró el brazo de Robert y suavemente empezó a llevárselo. -Tu dama necesita cocinar su propio estofado durante esta noche, mi lord. Déjala un poco en paz. Podrás hablar con ella mañana por la mañana.
Robert miró por última vez haciendo una mueca. -¿De verdad crees que va a estar bien en la noche?
– Ya has oído la cerradura de la puerta. Ella esta tan segura como si estuviera escondida en Mayfair contigo. Probablemente más segura.
Robert frunció el ceño a MacDougal. -Vendré a la mañana.
– Por supuesto que sí, mi lord.
Robert le puso la mano sobre el transporte y exhaló. -¿Estoy loco, MacDougal? Estoy totalmente, completamente, incurablemente locos?
– Bueno, ahora, mi lord, eso no es mi lugar decirlo.
– ¿Cuan deliciosamente irónico es que ahora elijas el momento en que finalmente decides ejercer un poco de cautela verbal.
MacDougal se limitó a reír.
Victoria se sentó en su estrecha cama y puso sus brazos alrededor de su cuerpo, como si haciéndose una pequeña bola fuera posible que toda su confusión desaparezca.
Ella, finalmente, había comenzado a forjarse una vida con la cual podía contentarse. ¡Por fin! ¿Era mucho querer un poco de estabilidad, de permanencia?
Ella había soportado siete años de empleadores groseros amenazándola, a cada paso, con despedirla. Al fin había encontrado seguridad en la tienda de Madame Lambert. Y la amistad. Madame cacareaba como una gallina clueca, siempre preocupada por el bienestar de sus empleadas, y Victoria adoraba la camaradería entre las vendedoras.
Victoria tragó al darse cuenta de que estaba llorando. Ella no había tenido un amigo en años. No podía contar el número de veces que se había dormido sosteniendo las cartas de Ellie contra su pecho. Pero las cartas no podían dar una suave palmada en el brazo, y las cartas nunca sonreían.
Y Victoria se había sentido tan sola.
Siete años atrás, Robert había sido más que el amor de su vida. Había sido su mejor amigo. Ahora estaba de vuelta, y él aseguraba que la amaba.
Victoria se atragantó con un sollozo. ¿Por qué tenía que hacer esto ahora? ¿Por qué no podía dejar las cosas como estaban? ¿Y por qué todavía se preocupaba tanto? No quería tener nada que ver con él, y mucho menos casarse con él, y todavía su corazón palpitaba con cada toque. Podía sentir su presencia a través de una habitación, y una sola mirada tenía el poder de hacer que su boca se secara completamente.
Y cuando él la besó…
En lo profundo de su corazón, Victoria sabía que Robert tenía el poder de hacerla feliz más allá de sus sueños más salvajes. Pero también tenía el poder para aplastar su corazón, y él ya había hecho lo que una vez… no, dos veces. Y Victoria estaba cansada del dolor.