Capítulo 2

Pasaron dos meses. Robert y Victoria se reunieron en cada ocasión, explorando el campo, y siempre que sea posible, explorando a sí mismos.

Robert le contó de su fascinación por la ciencia, su pasión por los caballos de carreras, y sus temores de que nunca llegar a ser el hombre que su padre quería que fuera.

Victoria le habló de su debilidad por las novelas románticas, su habilidad para coser una costura más recta que una vara de medir, y sus temores que nunca fuera capaz de cumplir las estrictas normas morales de su padre.

A ella le encantaban los pasteles.

Él odiaba los guisantes.

Él tenía la atroz costumbre de poner los pies sobre una mesa, una cama, lo que sea… cuando se sentaba.

Ella siempre ponía las manos en las caderas cuando estaba nerviosa, y nunca era capaz de mirar tan severa como deseaba.

A él le encantaba la forma en que apretaba sus labios cuando estaba enfadada, la forma en que siempre consideraba las necesidades de los demás, y la forma maliciosa en que se burlaba de él cuando actuaba demasiado engreído.

A ella le encantaba la forma en que él se pasaba la mano por el pelo cuando estaba exasperado, la forma en que le gustaba detenerse y examinar la forma de una flor silvestre, y la forma en que a veces actuaba dominante sólo para ver si podía sacarla de quicio. Tenían de todo, y absolutamente nada, en común.

Entre ellos encontraron sus propias almas, compartieron secretos y pensamientos que, hasta entonces, habían sido imposibles de expresar.

– Todavía busco a mi madre-, dijo en una ocasión Victoria.

Robert la miró de manera extraña. -¿Cómo?

– Yo tenía catorce años cuando murió. ¿Cuántos años tenía?

– Yo tenía siete años. Mi madre murió al dar a luz.

El rostro suave de Victoria se suavizó aún más. -Lo siento mucho. Apenas tuviste la oportunidad de conocerla, y has perdido un hermano. ¿Fue un hermano o una hermana?

– Una hermana. Mi madre vivió lo suficiente para llamarla Anne.

– Lo siento.

Sonrió con melancolía. -Recuerdo lo que se sentía cuando ella me abrazaba. Mi padre le decía que estaba malcriando, pero ella no le hacía caso.

– El doctor dijo que mi madre tenía cáncer-. Victoria tragó dolorosamente. -Su muerte no fue pacífica. Me gusta pensar que ella está en algún lugar allá arriba -, señaló con la cabeza hacia el cielo-, donde ella no tiene ningún tipo de dolor.

Robert tocó su mano, profundamente conmovido.

– Pero a veces todavía la necesito. Me pregunto si alguna vez dejaré de necesitar a nuestros padres. Y hablo con ella. Y espero por ella.

– ¿Qué quieres decir?-, Preguntó.

– Vas a pensar que soy tonta.

– Sabes que yo nunca pensaría eso.

Hubo un momento de silencio, y luego Victoria dijo: -Oh, digo cosas como: “Ma si está escuchando, y deja que el viento mueva las hojas de esa rama”. O, “Mamá, si me estás viendo, haz que el sol se oculte detrás de esa nube. Sólo para saber que estás conmigo.

– Ella está contigo-, le susurró Robert. -Lo puedo sentir.

Victoria se acurrucó en la cuna de sus brazos. -Nunca he hablado a nadie sobre eso. Ni siquiera Ellie, y sé que ella echa de menos Mama tanto como yo.

– Tú siempre serás capaz de decirme todo.

– Sí-dijo ella alegremente, -Lo sé.


* * *

Era imposible mantener su noviazgo sin que el padre de Victoria se enterara. Robert llamaba a la casa del vicario casi todos los días. Le dijo al vicario que le estaba enseñando a montar Victoria, que era técnicamente la verdad, como cualquier persona que la vio cojeando por la casa después de una lección podía dar fe.

Sin embargo, era evidente que la joven pareja compartía sentimientos más profundos. El reverendo Lyndon vehemente disgustado con el noviazgo, y le decía a Victoria en todas las ocasiones posibles.

– ¡Él nunca se casará contigo!- El vicario usaba su mejor voz de sermón. Un tono que nunca dejaba de intimidar a sus hijas.

– Papá, me ama-, protestaba Victoria.

– No importa si lo hace o no. Él no se casará contigo. Él es un conde y algún día será un marqués. No se casará con la hija de un vicario.

Victoria respiró hondo, tratando de no perder los estribos. -Él no es así, padre.

– Él es como cualquier hombre. Él va a utilizarte y luego te desechará.

Victoria se sonrojó en un lenguaje sincero de su padre. -Papá, yo…

El vicario saltaron encima de sus palabras, diciendo: -No estamos viviendo en una de sus novelas tontas. Abre tus ojos, niña.

– No soy tan ingenua como parece.

– ¡Tienen diecisiete años de edad!-, Gritó. -No podrías ser más que ingenua.

Victoria resopló y puso los ojos en blanco, consciente de que su padre odiaba tales gestos poco femeninos. -Yo no sé por qué me molesto en hablar de esto contigo.

– ¡Es porque soy tu padre! Y por Dios, me obedecerás -. El párroco se inclinó hacia delante. -He visto el mundo, Victoria. Yo sé qué es qué. Las intenciones del conde no pueden ser honradas, y si le permites que te corteje aún más, te encontrarás siendo una mujer caída. ¿Me entiendes?

– Mamá lo habría entendido-, murmuró Victoria.

La cara de su padre se puso rojo. -¿Qué has dicho?

Victoria se ingiere antes de repetir sus palabras. -Deje que mamá lo habría comprendido.

– Tu madre era una mujer temerosa de Dios que conocía su lugar. Ella no me hubiera cruzado ningún límite.

Victoria pensó en cómo su madre solía contar chistes tontos a ella y Ellie cuando el párroco no estaba prestando atención.

La señora Lyndon no había sido tan seria y grave como su marido había pensado. No, Victoria decidió, su madre la habría entendido.

Miró a la barbilla de su padre por un buen rato antes de que finalmente levantar los ojos y preguntar: -¿Usted me prohíbe verlo?

Victoria pensó la mandíbula de su padre se partiría en dos, tan tensa fue su expresión facial.-Sabes que no puedo prohibírtelo-, respondió. -Una palabra de disgusto a su padre, y me lanzará de aquí sin una referencia. Debe romper con él.

– No lo haré,- dijo Victoria desafiante.

– Tienes que romper.- El vicario no dio muestras de haberla oído. -Y hay que hacerlo con tacto supremo y con gracia.

Victoria lo miró meticulosamente. -He quedado en encontrarme con Robert en dos horas. Voy a ir a caminar con él.

– Dile que no puedes verlo otra vez. Hazlo esta misma tarde, o por Dios te arrepentirás.

Victoria sintió que se debilitaba. Su padre no la había golpeado durante años, no se desde que era una niña, pero él parecía furioso como para perder los estribos por completo. Ella no dijo nada.

– Bien-dijo su padre satisfecho, confundiendo su silencio con aceptación. -Y asegúrate de llevar a Eleanor contigo. No debes salir de esta casa sin la compañía de tu hermana.

– Sí, papá.- En esa medida, al menos, Victoria obedecería. Pero sólo eso.


* * *

Dos horas más tarde, Robert llegó a la casa de campo. Ellie se abrió la puerta tan rápidamente que ni siquiera logró bajar a la aldaba para un segundo golpe.

– Hola, mi lord-dijo ella, su sonrisa un poco descarada. Y no era sorpresa ya que Robert había estado pagándole una libra para que en cada salida se las arreglara para desaparecer. Ellie siempre había creído sinceramente en el soborno, un hecho que Robert fue indudablemente agradecido.

– Buenas tardes, Ellie -, respondió. -Confío en su día ha sido agradable.

– Oh, mucho, mi lord. Espero que se vuelva aún más agradable dentro de poco.

– Pequeña impertinente-murmuró Robert. Pero no lo dijo en serio. Más bien le gustaba la hermana menor de Victoria. Compartían un cierto pragmatismo y una inclinación para la planificación para el futuro. Si hubiera estado en su posición, habría estado exigiendo dos libras por salida.

– Oh, estás aquí, Robert.- Victoria llegó bulliciosa en la sala. -No me di cuenta que habías llegado.

Sonrió. -Eleanor abrió la puerta con presteza notable.

– Sí, supongo que lo hizo. -Victoria disparó a su hermana una mirada un poco sarcástico. -Ella siempre es muy rápida cuando tú estás llamando.

Ellie levantó la barbilla y se dejó una media sonrisa. -Me gusta cuidar de mis inversiones.

Robert se echó a reír. Extendió el brazo para Victoria. -¿Vamos a estar fuera?

– Sólo necesito conseguir un libro-, dijo Ellie. -Tengo la sensación de que voy a tener una gran cantidad de tiempo para leer esta tarde.- Ella se lanzó por el pasillo y desapareció en su habitación.

Robert miró a Victoria como ella se ataba el sombrero. -Te quiero-, Dijo.

Sus dedos se trabaron en las cintas del sombrero.

– ¿Debo decirlo más fuerte?-Susurró, una sonrisa maliciosa cruzó la cara.

Victoria sacudió la cabeza con vehemencia, con los ojos como dardos hacia la puerta cerrada del estudio de su padre. Él había dicho que Robert no la amaba, dijo que no podía amarla. Pero su padre estaba equivocado. De eso estaba segura Victoria. Bastaba con mirar los centellantes ojos azules de Robert a conocer la verdad.

– ¡Romeo y Julieta!

Victoria parpadeó y miró hacia el sonido de la voz de su hermana, pensando por un momento que Ellie se había referido a ella y a Robert como los amantes de la infortunada novela. Entonces vio el delgado volumen de Shakespeare en la mano de su hermana. -Una lectura bastante deprimente para una tarde de sol-, dijo Victoria.

– Oh, no estoy de acuerdo-, respondió Ellie. -Me parece de lo más romántico. Excepto por el pequeño detalle que todo el mundo muere al final, por supuesto.

– Sí-murmuró Robert. -Puedo ver por que no lo encuentras un poquito romántico.

Victoria sonrió y le empujó al costado. El trío caminó hacia afuera, cruzando el campo de Oden entrando en el bosque.

Después de unos diez minutos Ellie suspiró y dijo: -Supongo que aquí es donde yo me escabullo-. Extendió una manta en el suelo y miró a Robert con una sonrisa de complicidad.

Él le lanzó una moneda al aire y dijo, -Eleanor, tienes el alma de un banquero.

– Sí, es así realmente, ¿no? -Murmuró. Luego se sentó y fingió no darse cuenta que Robert tomaba la mano de Victoria precipitándose fuera de su vista.

Diez minutos más tarde llegaron a la orilla cubierta de hierba de la laguna donde se habían conocido. Victoria apenas tuvo tiempo para extender una manta antes de que Robert la hiciera sentar en el suelo.

– Te amo-, dijo, besando la comisura de sus labios. -Te amo-, repitió besando a la otra esquina. -Te amo-, dijo, tirando de su sombrero. -Te am…

– ¡Lo sé, lo sé! -Victoria finalmente se echó a reír, tratando de que dejara de tirar de algunas de sus horquillas.

Se encogió de hombros. -Bueno, es así.

Pero las palabras de su padre aún resonaban en su cabeza. Él te va a usar.

– ¿De verdad?-Le preguntó, mirando fijamente a los ojos. -¿De verdad me quieres?

Él la agarró por la barbilla con una fuerza inusitada. -¿Cómo puedes preguntarme eso?

– No lo sé-susurró Victoria, llegando a tocar su mano, que de inmediato suavizó su agarre. -Lo siento, realmente lo siento. Sé que me quieres. Y te amo.

– Demuéstramelo-, dijo, con voz apenas audible.

Victoria se lamió los labios nerviosamente, luego movió su rostro hasta estar a centímetros de la cara de él.

En el momento en que sus labios lo tocaron, Robert estalló en llamas. Hundió sus manos en su pelo, atrayéndola contra él. -Torie Dios. – con voz áspera agregó. -Me encanta la sensación del olor tuyo…

Ella respondió besándolo con renovado fervor, trazando sus gruesos labios con la lengua como él le había enseñado a hacer.

Robert se estremeció, sintiendo una dura y caliente necesidad atravesarlo. Quería sumergirse en ella, mientras sus piernas se enroscaban alrededor de su cintura, y nunca dejarla ir. Sus dedos encontraron los botones de su vestido, y empezó a desabrocharlos.

– ¿Robert?- Victoria se retiró asustada por esa nueva intimidad.

– Shhh, querida-dijo, la pasión volvía su voz más áspera. -Yo sólo quiero tocarte. He estado soñando con esto durante semanas. -Le tomó el pecho a través de la fina tela de su vestido de verano y se lo apretó.

Victoria gimió de placer y se relajó, permitiéndole completar su tarea.

Los dedos de Robert estaban temblando de expectación, pero de alguna manera se las arregló para desabrochar suficientes botones como para que se abriera el corpiño. Las manos de Victoria volaron de inmediato a cubrir su desnudez, pero él las apartó suavemente.

– No-susurró-. Son perfectos. Eres perfecta.

Y luego, como para ilustrar ese punto, movió su mano hacia adelante y rozó la punta de su pecho. Girando y girando, su mano se movió en pequeños círculos, conteniendo el aliento cuando el pezón se endureció como un capullo maduro.

– ¿Tienes frío?-Susurró.

Ella asintió, y luego negó con la cabeza y asintió de nuevo, diciendo: -No lo sé.

– Voy a hacerte entrar en calor.- Su mano envolvió el pecho femenino, marcándola con el calor de su piel. -Quiero besarte-, dijo con voz ronca. -¿Me dejas que te bese?

Victoria trató de humedecer su garganta, que se le había secado bastante. Él la había besado cien veces antes. Mil, posiblemente. ¿Por qué de repente le pedía permiso?

Cuando su lengua perezosa dibujó un círculo alrededor de su pezón, ella se dio cuenta el porque. -¡Oh, Dios mío!- gritó, sin apenas poder creer lo que estaba haciendo. -¡Ah, Robert!

– Te necesito, Torie.- Hundió la cara entre sus pechos. -No puedes imaginarte cómo te necesito.

– Yo-Yo creo que debes parar-, dijo. -No puedo hacer esto… Mi reputación… -No tenía idea de como poner sus pensamientos en palabras. La advertencia de su padre sonó sin cesar en los oídos. Él te va a utilizar y luego a desechar.

Vio la cabeza de Robert en el pecho. -¡Robert, no!

Robert respiró agitadamente tratando de cerrar el corpiño. Trató de abotonarlo, pero sus manos temblaban.

– Yo lo haré-, dijo Victoria y se volvió rápidamente para que él no viera lo colorada que estaba. Sus dedos también temblaban, pero resultó ser más ágil, y, finalmente, logró recuperar algo de su compostura.

Pero él vio sus mejillas sonrosadas, y casi se sintió morir al pensar que estaba avergonzada de su comportamiento. -Torie-, dijo en voz baja. Cuando ella no se volvió usó dos dedos para empujar suavemente la barbilla hasta que ella lo miró.

Tenía los ojos brillantes por las lágrimas.

– Oh, Torie-, dijo él, queriendo tenerla desesperadamente en sus brazos, pero se conformó con tocarle su mejilla. -Por favor, no te reproches.

– No debería haberte dejado.

Él sonrió suavemente. -No, probablemente no debería haberlo hecho. Y yo probablemente no debería haberlo intentado. Pero estoy enamorado. Aunque no es excusa, pero no pude evitarlo.

– Ya lo sé-susurró-. Pero yo no debería haberlo disfrutado tanto.

Robert soltó una carcajada tan alta que Victoria estaba segura que Ellie se les vendría encima para investigar. -Oh, Torie-, dijo, con respiración jadeante. -No te culpes por disfrutar de mi contacto. Por favor.

Victoria intentó dispararle una mirada de amonestación, pero la mirada masculina era demasiado caliente. Dejó que su buen humor subiera de nuevo a la superficie. -Con tal de no pedir disculpas por disfrutar de la mía.

Él tomó su mano y la atrajo hacia sí en un instante. Sonrió seductoramente, viéndose como el seductor que Victoria, una vez, le había acusado de ser. -Eso, mi querida, nunca ha sido un peligro.

Ella se rió en voz baja, sintiendo la tensión de su cuerpo apaciguarse. Ella se movió, colocando su espalda contra el pecho masculino. Él se distrajo jugando con su pelo, sintiéndose como en el cielo.

– Nos casaremos pronto.- Susurró, sus palabras vinieron con una urgencia que no esperaba.-Nos casaremos pronto, y entonces yo te mostraré todo. Te voy a demostrar cuánto te amo.

Victoria se estremeció de anticipación. Él estaba hablando sobre su piel, y ella podía sentir su aliento cerca de su oído.

– Nos casaremos-, él repitió. -Tan pronto como nos sea posible. Pero hasta entonces no quiero que te sientas avergonzada de lo que hemos hecho. Nos amamos, y no hay nada más hermoso que dos personas que expresan su amor. -Él le dio la vuelta hasta que sus ojos se encontraron. -Yo no lo sabía que antes de conocerte. -tragó audiblemente. -Yo he estado con mujeres, pero no lo sabía.

Profundamente conmovida, Victoria le tocó la mejilla.

– Nadie nos va a detener para amarnos antes de que estemos casados-, continuó.

Victoria no estaba seguro de si “amar” se refería a lo espiritual o a lo físico, y todo lo que se le ocurrió decir fue: -Nadie, excepto mi padre.

Robert cerró los ojos. -¿Qué ha dicho?

– Me advirtió que no te viera más.

Robert maldijo en voz baja y abrió los ojos. -¿Por qué?-Preguntó, con voz que salía un poco más dura de lo esperado.

Victoria consideró varias respuestas, pero finalmente optó por la honestidad. -Él dijo que no te casarás conmigo.

– ¿Y cómo sabe eso?-Replicó Robert.

Victoria se apartó. -¡Robert!

– Lo siento. Yo no tenía intención de levantar la voz. Es sólo que tu padre… ¿Cómo podría ser posible que conociera mis pensamientos?

Ella puso su mano sobre la suya. -Él no lo sabe. Pero él piensa que lo sabe, y me temo que es lo único que importa en este momento. Eres un conde. Yo soy la hija de un vicario. Hay que reconocer que es una unión muy inusual.

– Inusual-, dijo con fiereza. -Pero no es imposible.

– Para él lo es-, respondió ella. -Nunca va a creer que tus intenciones son honorables.

– ¿Qué pasa si yo hablo con él, pedirle tu mano?

– Eso podría apaciguarlo. He dicho que deseas casarte conmigo, pero creo que él cree que me lo estoy inventando.

Robert se puso de pie, atrayéndola con él, y galantemente le besó la mano. -Entonces, tendré que pedirle formalmente tu mano mañana.

– ¿Hoy no?-, preguntó Victoria con una mirada burlona.

– Debo informar a mi padre de mis planes-respondió Robert. -Yo le debo esa la cortesía.


* * *

Robert todavía no le había hablado a su padre acerca de Victoria. No era que el marqués pudiera prohibirle estar juntos. A sus veinticuatro años Robert estaba en edad de tomar sus propias decisiones. Pero él sabía que su padre podía hacer su vida difícil con su desaprobación. Y teniendo en cuenta la frecuencia con que el marqués instaba a Robert para comprometerse con la hija de este conde, u el otro duque, suponía que la hija de un vicario no resultaría lo que su padre tenía en mente para él.

Y así que fue, con determinación firme y cierto temor, que Robert llamó a la puerta del despacho de su padre.

– Entre-. Hugh Kemble, el marqués de Castleford, estaba sentado detrás de su escritorio. -¡Ah, Robert. ¿Qué necesitas?

– ¿Tiene usted un momento, señor? Necesito hablar con usted.

Castleford miró con ojos impacientes. -Estoy bastante ocupado, Robert. ¿No puede esperar?

– Es de gran importancia, señor.

Castleford dejó su pluma a un costado con un gesto de fastidio. Cuando Robert no comenzó a hablar inmediatamente, preguntó impaciente, -¿Y bien?

Robert sonrió, con la esperanza de mejorar el estado de ánimo de su padre. -He decidido casarme.

El marqués sufrió una transformación radical. El último vestigio de irritación desapareció de su expresión, sustituido por pura alegría. Él se puso en pie y abrazó cordialmente a su hijo. -¡Excelente! Excelente, mi muchacho. Usted sabe que es lo que he querido desde hace mucho.

– Lo sé.

– Usted es joven, por supuesto, pero sus responsabilidades son graves. Sería el final si el título se fuera de la familia. Si no produjeras un heredero…

Robert se negó a mencionar que si el título se fuera de la familia, su padre ya estaría muerto, así que no sabría de la tragedia. -Lo sé, señor.

Castleford se sentó en el borde de su escritorio y se cruzó de brazos genialmente.

– Entonces, dime. ¿Quién es? No, déjame adivinar. Es hija de Billington, el ángel rubio.

– Señor, yo…

– ¿No? Entonces debe ser lady Leonie. Eres un cachorro inteligente. -Él dio un codazo a su hijo.-Ella es la única hija del viejo duque. Va a atrapar en una porción bastante grande.

– No, señor -, dijo Robert, tratando de ignorar el resplandor en los ojos avaros de su padre.-Usted no la conoce.

La cara Castleford quedó en blanco por la sorpresa. -¿No? Entonces, ¿quién diablos es ella?

– La señorita Victoria Lyndon, señor.

Castleford parpadeó. -¿Por qué me resulta conocido el nombre?

– Su padre es el nuevo vicario de Bellfield.

El marqués no dijo nada. Entonces se echó a reír. Pasaron varios minutos antes que él pudiera exclamar, -¡Dios mío, hijo, me habías asustado por un momento! La hija de un vicariota has superado con esto.

– Estoy hablando en serio, Señor-, Robert de suelo.

– Un vicario… je, je… ¿Qué has dicho?

– He dicho que estoy hablando en serio. -Hizo una pausa. -Señor.

Castleford se quedó mirando a su hijo, buscando desesperadamente un tono de broma en su expresión. Cuando se encontró ninguno sencillamente gritó, -¿Estás loco?

Robert se cruzó de brazos. -Estoy completamente cuerdo.

– Yo lo prohíbo.

– Disculpe, señor, pero no veo cómo me lo puede prohibir. Soy mayor de edad. Y… -, añadió en el último momento, la esperanza de atraer más suave junto a su padre:- estoy enamorado.

– ¡Carajo, hijo! Te voy a desheredar.

Al parecer, su padre no tenía un lado más suave.

Robert alzó una ceja y prácticamente sintió que los ojos de azul claro a gris acero.

– Hágalo.-Dijo con indiferencia.

– ¿Hágalo?- Castleford farfulló. -¡Te cortaré hasta tus pantalones! ¡No te quedará ni un céntimo! Te dejaré sin…

– Lo que hará es quedarse sin heredero.- Robert sonrió con una férrea determinación que nunca había sabido que poseía. -¡Qué desgracia para usted que madre nunca fuera capaz de darle otro hijo! Ni siquiera una hija.

– ¡Tú! ¡Tú! -El marqués empezó a enrojecer de ira. Tomó unas cuantas respiraciones profundas y continuó de manera más tranquila. -Tal vez tú no ha reflexionado adecuadamente sobre lo inadecuada que esta muchacha resulta.

– Ella es perfectamente adecuadas, señor.

– Ella no lo es…- Castleford se contuvo al darse cuenta que estaba gritando de nuevo. -Ella no sabe cómo cumplir con los deberes de una mujer noble.

– Ella es muy brillante. Y no se puede encontrar ninguna falta en sus modales. Ha recibido una educación adecuada. Estoy seguro que será una condesa excelente. -La expresión de Robert se suavizó. -Su propia naturaleza traerá honor a nuestro nombre.

– ¿Ya le has preguntado a su padre?

– No. Pensé que le debía la cortesía de informarle de mis planes primero.

– Gracias a Dios-suspiró Castleford. -Aún tenemos tiempo.

Las manos de Robert se contrajeron en puños duros, pero se mordió la lengua para no contestar lo que pensaba.

– Prométeme que no va a pedir su mano todavía.

– Lo voy a hacer.

Castleford consideró la firme voluntad en los ojos de su hijo y se encontró con una mirada dura. -Escúchame bien, Robert-dijo en voz baja. -Ella no puede amarte.

– No veo cómo podría saber eso, señor.

– Maldita sea, hijo. ¡Lo único que quiere es tu dinero y el título!

Robert sintió la rabia brotar en su interior. No se parecía a nada de lo que había conocido.-Ella me ama-, masculló.

– Nunca sabrás si ella te ama.- El marqués cerró sus manos sobre el escritorio para dar énfasis a lo que decía. -Nunca.

– Ya lo sé ahora -, dijo Robert en voz baja.

– ¿Qué tiene esta chica? ¿Por qué ella? ¿Por qué no una de las docenas que se han reunido en Londres?

Robert se encogió de hombros con impotencia. -No lo sé. Ella saca lo mejor de mí, supongo. Con ella a mi lado, puedo hacer cualquier cosa.

– Buen Dios-, su padre se quebró. -¿Cómo fui capaz de criar a un hijo que borbotea tantas tonterías románticas?

– Puedo ver que esta conversación no tiene sentido-, dijo Robert tieso, dando un paso hacia la puerta.

El marqués suspiró. -Robert, no te vayas.

Robert se dio la vuelta, incapaz de mostrarle a su padre la falta de respeto al no acatar una orden directa.

– Robert, por favor, escúchame. Tú debe casarse dentro de tu propia clase. Esa es la única forma en que podrás estar seguro que no se ha casado contigo por tu dinero y posición.

– Ha sido mi experiencia que las mujeres de la alta sociedad sólo se interesan en casarse por dinero y posición.

– Sí, pero es diferente…

Robert pensó que se trataba de un argumento bastante débil, y así lo dijo.

Su padre se pasó la mano por el pelo. -¿Cómo puede esta chica saber lo que siente por ti?¿Cómo podía puedes estar seguro que no está deslumbrada por tu título, tu riqueza?

– Padre, no es así.- Robert se cruzó de brazos. -Y me casaré con ella.

– Ti vas a cometer el más grande…

– ¡Ni una palabra más! -Explotó Robert. Era la primera vez que levantaba la voz a su padre. Se volvió a salir de la habitación.

– ¡Dile que te he dejado sin un céntimo!- Gritó Castleford. -A ver si ella tendrá tanto interés entonces. A ver si ella te ama cuando no tengas nada.

Robert se volvió, con los ojos entrecerrados ominosamente. -¿Me estás diciendo que he sido desheredado?-Preguntó, su voz escalofriantemente suave.

– Estás peligrosamente cerca de eso.

– ¿Estoy o no?- Tono Robert exigió una respuesta.

– Puede muy bien estarlo. No te enfrentes conmigo.

– Eso no es una respuesta.

El marqués se inclinó hacia delante, con los ojos fijos en Robert. -Si tuviera que decirte que este matrimonio con ella es, casi sin duda alguna, una pérdida extensa de tu fortuna, no te estaría mintiendo.

Robert odiaba a su padre en ese momento. -Ya veo.

– ¿Y tú?

– Sí.- Y entonces, casi como una ocurrencia tardía, agregó, -Señor.- Fue la última vez que se dirigió a su padre con ese título de respeto.

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