Epílogo

Varios meses después, Victoria estaba viendo los copos de nieve por la ventana del carruaje Macclesfield cuando ella y Robert regresaban a casa después de la cena en Castleford. Robert no había querido visitar a su padre, pero ella había insistido en que tenían que hacer la paces con sus familias antes de que pudieran pensar en comenzar a tener su familia propia.

El reencuentro de Victoria con su propio padre había ocurrido dos semanas antes. Había sido difícil al principio, y Victoria aún no podía decir que su relación estaba reparado completamente, pero al menos el proceso de curación había comenzado. Después de esta visita a Castleford, sentía que Robert y su padre había llegado a un punto similar en su propia relación.

Dejó escapar un suspiro y se volvió hacia el interior del carro donde Robert se había dormido, sus oscuras pecaminosamente largas pestañas contra sus mejillas. Alargó la mano para apartar un mechón de su cabello, y sus párpados se abrieron.

Él bostezó. -¿Me he dormido?

– Sólo por un momento-, dijo Victoria. Luego bostezó, también. -Dios mío, es contagioso.

Robert sonrió. -¿Los bostezos?

Victoria asintió con la cabeza, aún bostezando.

– No esperaba que íbamos a estar allí tan tarde-, dijo Robert.

– Me alegro de que fuéramos. Yo quería que tuvieras algún tiempo con tu padre. Él es un buen hombre. Un poco mal encauzado, pero él te ama, y eso es lo importante.

Robert la atrajo más cerca de él. -Victoria, tienes el corazón más grande de cualquier persona que he conocido. ¿Cómo puedes perdonarlo por la forma en que te trató?

– Tú perdonaste a mi padre-, señaló.

– Sólo porque tú me lo ordenaste

Victoria le dio un manotazo en el hombro. -Si nada más, podemos aprender de sus errores. Para cuando tengamos nuestros propios hijos.

– Supongo que si uno tiene que encontrar un resquicio de esperanza-, murmuró.

– Espero que podamos aprender pronto-, dijo enfáticamente.

Robert evidentemente estaba aún un poco dormido, porque no captó su insinuación y ella tuvo que darle un codazo y agregar. -Muy pronto-, repitió. -Tal vez a principios del verano.

Él no estaba tan entontecido como para no captarlo la segunda vez. -¿Qué?- Se quedó sin aliento, sentado con la espalda recta.

Ella asintió con la cabeza y puso la mano sobre su abdomen.

– ¿Estás segura? No ha sido una simple descompostura. Hubiera notado si hubieras vomitado esta mañana.

Victoria le dio una sonrisa divertida. -¿Estás decepcionado de que no estoy teniendo problemas para mantener mi desayuno?

– No, por supuesto, es solo…

– ¿Solo que, Robert?

Tragó sonoramente, y Victoria se sorprendió al ver lágrimas formándose en sus ojos. Ella se sorprendió aún más cuando no intentó sacudirselas.

Se volvió hacia ella y la besó suavemente en la mejilla. -Cuando finalmente nos casamos nunca pensé que podría ser más feliz que en ese mismo momento, pero has probado que estaba equivocado.

– Es bueno demostrar que te equivocas de vez en cuando.- Ella se echó a reír. Entonces, Robert se puso rígido de repente, sobresaltándola a ella. -¿Qué pasa?

– Vas a pensar que estoy loco -, dijo, sonando un poco desconcertado.

– Tal vez, pero sólo en la forma más agradable posible-, bromeó.

– La luna-, dijo. -Yo podría jurar que me acaba de guiñar un ojo.

Victoria torció la cabeza para mirar hacia atrás por la ventana. La luna colgaba pesada en el cielo nocturno. -Parece perfectamente normal para mí.

– Debe haber sido una rama de un árbol-murmuró Robert-, cruzando por delante de nuestra ventana.

Victoria sonrió. -¿No es interesante cómo la luna nos sigue donde quiera que uno va?

– Hay una explicación científica para ello.

– Lo sé, lo sé. Pero yo prefiero pensar que le gustamos y por eso nos sigue.

Robert miró hacia atrás, hacia la luna, todavía aturdido por el incidente del guiño. -¿Te acuerdas cuando te prometí la luna -, preguntó. -¿Cuando te prometí todo y la luna?

Ella asintió con la cabeza soñolienta. -Tengo todo lo que necesito aquí mismo en este transporte. Yo no necesito más la luna.

Robert vio que la luna seguía a su transporte, y le guiñó el ojo una vez más. -¿Qué demonios?- Estiró la cabeza para busca una rama de un árbol. No vio ninguna.

– ¿Qué pasa?- Murmuró Victoria, acurrucándose en su costado.

Robert se quedó mirando la luna, en silencio sin atreverse a parpadear. Se mantuvo burlonamente completa. -Querida-dijo distraídamente, -Sobre la Luna…

– ¿Sí?

– No creo que importe si lo deseas o no.

– ¿De qué estás hablando?

– La luna. Creo que es tuya.

Victoria bostezó, sin molestarse en abrir los ojos. -Muy bien. Me alegro de tenerla.

– Pero…- Robert negó con la cabeza. Se estaba dejando llevar por su fantasía. La luna no era de su esposa. No la seguía ni la protegía. Ciertamente no le guiñaba el ojo a nadie.

Pero él se quedó mirando por la ventana el resto del camino a casa, por si acaso.

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