Capítulo 16

La mañana siguiente fue casi surrealista. Victoria no se despertó sintiéndose particularmente fresca. Todavía se sentía agotada, tanto emocional como físicamente, y ella seguía muy confundida respecto de sus sentimientos por Robert.

Después de lavarse la cara y alisar su ropa, ella llamó suavemente a la puerta. No hubo respuesta. Decidió entrar de todos modos, pero lo hizo con cierto grado de aprensión. Recordaba el acceso de cólera de la noche anterior.

Mordisqueando su labio inferior, ella abrió la puerta, sólo para encontrar a MacDougal, dormitando cómodamente en la cama de Robert.

– ¡Dios mío!- Se las arregló para pronunciar después de gritar de sorpresa. -¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y dónde está Macclesfield?

MacDougal le sonrió de forma amistosa y se puso de pie. -Fue a ver a los caballos.

– ¿No es ese su trabajo?

El escocés asintió con la cabeza. -Su señoría es bastante particular, respecto a sus caballos.

– Lo sé.- Victoria dijo, su mente viajó nuevamente siete años atrás para ver a Robert intentado, sin éxito, enseñándole a montar.

– A veces le gusta inspeccionar él mismo a los animales. Por lo general, cuando él está pensando en algo.

Probablemente la forma más eficaz a mi azotarme, fue el pensamiento de Victoria. Hubo un compás de silencio y luego dijo: -¿Hay alguna razón particular por la que se encuentre en esta habitación?

– Él quería que yo lo acompañe a desayunar.

– Ah, sí-dijo ella con un ligero tinte de amargura. -Mantener el prisionero vigilado en todo momento.

– De hecho él mencionó algo acerca de que fue abordada ayer a la noche. Que usted no se sintiera incómoda, una mujer sola y todo eso…

Victoria esgrimió una tensa sonrisa, humillada debidamente. -¿Podemos salir, entonces? Estoy hambrienta.

– ¿Tiene algo que le gustaría llevar con usted, mi lady?

Victoria estuvo a punto de corregirlo y decirle que ella no era lady de nadie, pero ya no tenía la energía. Robert había probablemente ya dicho a su criado que estaban prácticamente casados de todos modos. -No-respondió ella-.Su señoría no me dio tiempo para empacar, si usted recuerda.

MacDougal asintió con la cabeza. -Mu’ bien, entonces.

Victoria dio un par de pasos hacia la puerta, pero luego recordó el camisón azul recostado en la cama en la habitación de al lado. Tendría que dejarlo, pensó maliciosamente. Ella debería haberlo roto en pedazos la noche anterior. Pero ese hermoso trozo de seda le dio una rara especie de consuelo, y no quería abandonarlo.

Y, ella especuló, si lo hacía, Robert probablemente volvería para recuperarlo antes de marcharse.

– Un momento, MacDougal -dijo, corriendo a la habitación contigua. Ella agarró el camisón y se lo puso bajo el brazo.

Ella y MacDougal bajaron las escaleras. El escocés la condujo hacia un comedor privado, donde dijo que Robert se reuniría con ella para desayunar más tarde. Victoria estaba terriblemente hambrienta, y se puso la mano sobre su estómago en un vano intento de ocultar su gruñido. Los buenos modales dictaban que debía esperar a Robert, pero dudaba de que ningún libro de etiqueta contemplara las particularidades de su situación poco común.

Victoria esperó un minuto más o menos, y luego, cuando su estómago protestó por tercera vez, ella decidió no preocuparse por los buenos modales, y agarró el plato de pan tostado. Después de unos minutos, dos huevos, y una rebanada de pastel sabroso de riñón, oyó la puerta que se abría y la voz de Robert. -¿Disfrutando de la comida?

Ella levantó la vista. Lo miró, estar más amigable, cortés y alegre sería imposible. Victoria inmediatamente sospechó algo. ¿Era este el mismo hombre que la había expulsado de su habitación la noche anterior?

– Me muero de hambre.- Robert declaró. -¿Cómo está la comida? ¿Es de tu agrado?

Victoria bañó un poco de pan tostado con té. -¿Por qué estás siendo tan agradable conmigo?

– Me gustas.

– Ayer por la noche no te agradaba.- Murmuró.

– Anoche estaba, digamos, mal informado.

– ¿Mal informado? Supongo que tropezaste con una gran cantidad de información en las últimas diez horas

Él sonrió con malicia. -Lo hice, por cierto.

Victoria puso su taza de té en el platillo con movimientos lentos y precisos. -¿Te molestaría compartir conmigo tu nueva fuente de conocimientos?

Él la miró fijamente por un instante y luego dijo: -¿Serías tan amable de pasarme una tajada de ese pastel de riñones?

Los dedos de Victoria asieron el borde de la bandeja, sacando el plato fuera de su alcance. -Todavía no.

Él se rió entre dientes. -Usted juega sucio, mi lady.

– Yo no soy tu lady, y quiero saber por qué estás actuando tan malditamente alegre esta mañana. Tienes todo el derecho de estar echando espuma en la boca.

– ¿Todo el derecho? ¿Entonces piensas que anoche mi enojo estuvo justificado?

– ¡No!-, La palabra salió un poco más enérgica de lo que Victoria le hubiera gustado.

Él se encogió de hombros. -No importa, ya no estoy enojado.

Victoria lo miró, estupefacta.

Él hizo una seña a la tarta de pan. -¿Te importaría?

Ella parpadeó un par de veces y luego cerró su boca cuando se dio cuenta que aún la tenía abierta. Un poco irritada suspiró empujando la bandeja en su dirección y pasó los siguientes diez minutos viéndolo comer el desayuno.


El viaje de Faversham a Ramsgate debería haber tardado alrededor de cuatro horas, pero apenas había comenzado cuando la cara de Robert de pronto adquirió una expresión de tengo-una-maravillosa-idea y golpeó en la parte delantera del carro como señal que de MacDougal parara.

El coche se detuvo, y Robert saltó con lo que Victoria consideró irritante energía y buen humor. Intercambió un par de palabras con MacDougal y luego volvió a entrar en el coche.

– ¿Qué fue todo eso?- Victoria preguntó.

– Tengo una sorpresa para ti.

– Yo más bien creo que he tenido suficientes sorpresas la semana pasada-, murmuró.

– Oh, vamos, debes admitir que tu vida es más emocionante.

Ella soltó un bufido. -Si uno considera ser secuestrado emocionante, supongo que usted tiene un punto a favor, mi lord.

– Prefiero cuando me llamas Robert.

– Es una lástima para usted, entonces, que yo no haya sido puesta en esta tierra para satisfacer sus preferencias.

Él se limitó a sonreír. -Me gusta discutir contigo.

Victoria apretó las manos a los costados. Era propio de él encontrar satisfacción en sus insultos. Se asomó por la ventana y se dio cuenta de que MacDougal había salió del camino de Canterbury. Se volvió de nuevo a Robert. -¿Dónde vamos? Pensaba íbamos a Ramsgate.

– Vamos a Ramsgate. Estamos haciendo un pequeño desvío a Whitsable.

– ¿Whitsable? ¿Por qué?

Él se inclinó hacia adelante y sonrió con desenfado. -Ostras.

– ¿Ostras?

– Las mejores del mundo.

– Robert, no quiero ostras. Por favor, llévame directamente a Ramsgate.

Él alzó las cejas. -No me di cuenta que estabas tan ansiosa por estar unos días a solas conmigo. Voy a tener que encargar a MacDougal que se dirija a toda prisa a Ramsgate.

Victoria casi saltó de su asiento sobresaltada. -¡No es eso lo que quise decir, y tú lo sabes bien!

– ¿De manera deberíamos proseguir a Whitsable?

Victoria se sintió un poco como un gato que se encontraba irremediablemente enredado en un carrete de hilo. -No me escuchas, no importa lo que diga.

El rostro de Robert se volvió al instante sombrío. -Eso no es cierto. Yo te escucho siempre.

– Tal vez, y si lo haces, entonces tiras mis opiniones y peticiones sobre el hombro y haces lo que quieras de todos modos.

– Victoria, la única vez que he hecho eso fue por tu ilógico deseo de vivir en el peor de los tugurios de Londres.

– No es el peor de los tugurios-, espetó ella, más por costumbre que por otra cosa.

– Me niego seguir discutiendo.

– ¡Porque, de cualquier manera, no te interesa escuchar lo que tengo que decir!

– No-dijo, inclinándose hacia adelante, -es porque hemos discutido este tema hasta la muerte. No voy a permitir que te expongas a un constante peligro.

– No tienes nada que “permitir” o no.

– Tu no estas generalmente tan mentalmente confundida como para ponerte en peligro sólo por despecho.- Se cruzó de brazos, con la boca en una línea sombría. -Hice lo que pensé era lo mejor.

– Así que me secuestraste-, dijo con amargura.

– Si tú recuerdas, te ofrecí la opción de vivir con mis parientes. Tú te negaste.

– Yo quiero ser independiente.

– Uno no tiene que estar solo para ser independiente.

Victoria no podía pensar en una réplica adecuada a esa declaración, por lo que permaneció en silencio.

– Cuando me case contigo,- Robert dijo en voz baja: -Yo quiero que lo nuestro sea una sociedad en todos los sentidos de la palabra. Quiero consultarte sobre los asuntos de gestión de la tierra y el cuidado de los inquilinos. Quiero que decidamos juntos cómo criar a nuestros hijos. No sé por qué estás tan segura de que amarme significa perderte a ti misma.

Se dio la vuelta, pues no quería que él viera la emoción que brotaba de sus ojos.

– Algún día te darás cuenta de lo que significa ser amado.- Lanzó un suspiro cansado. -Sólo deseo que sea pronto.

Victoria ponderó aquella declaración el resto del camino a Whitsable.


* * *

Se detuvieron a comer en una posada alegre, con comedor al aire libre. Robert escaneó el cielo y dijo: -Parece como si fuera a llover, pero no creo que suceda en la próxima hora. ¿Te gustaría comer fuera?

Ella le ofreció una sonrisa tentativa. -El sol se siente bonito.

Robert la tomó del brazo y la escoltó hasta una pequeña mesa con vista al agua. Se sentía muy optimista. Intuía que él había conseguido llegar a ella de alguna manera con su conversación en el coche. Ella no estaba lista aún para admitir que lo amaba, pero él pensó que podría estaba un poco más cerca de ella de lo que había estado el día anterior.

– El pueblo de Whitsable ha sido famoso por sus ostras desde la época de los romanos-dijo él cuando se sentaron.

Ella tiró de la servilleta con los dedos nerviosos. -¿En serio?

– Sí. No sé por qué nunca vinimos aquí cuando estábamos noviando.

Ella sonrió con tristeza. -Mi padre no lo hubiera permitido. Y habría sido un largo viaje hasta la costa norte desde Kent.

– ¿Te has preguntado alguna vez como hubiera resultado nuestras vidas si nos hubiéramos casado hace siete años?

Los ojos de ella se deslizaron a su regazo. -Todo el tiempo-susurró.

– Desde luego, ya habría habíamos cenado aquí-, dijo él. -Yo no hubiera dejado pasar siete años sin una buena comida de ostras frescas.

Ella no dijo nada.

– Me imagino que ya habríamos tenido un hijo. Tal vez dos o tres. -Robert sabía que estaba siendo un poco cruel. A pesar del desagrado de Victoria para la vida de una institutriz, tenía una veta maternal de una milla de ancho. Él había tirado de sus fibras sensibles a propósito al mencionar a los niños que hubieran podido tener juntos.

– Sí-dijo ella-, probablemente tengas razón.

Estaba tan triste que Robert no tuvo el corazón para continuar. Plantó una brillante sonrisa en su rostro y dijo: -Ostras, tengo entendido que tienen ciertas propiedades afrodisíacas.

– Estoy segura de que te gustaría creer eso.- Victoria parecía visiblemente aliviada de haber cambiado de tema, a pesar de que el nuevo tema fuera escandaloso.

– No, no, es de dominio público.

– Gran parte de lo que se considera de dominio público no tiene base en hechos,- respondió ella.

– Buen punto. Teniendo en cuenta mi propia inclinación científica, no me gusta aceptar nada como verdadero a menos que haya sido sometido a una experimentación rigurosa.

Victoria se rió entre dientes.

– De hecho-, dijo Robert, aproyando el tenedor en el mantel, -Creo que un experimento puede ser justo lo que necesitamos.

Ella lo miró con recelo. -¿Qué estás proponiendo?

– Simplemente que comas algunas ostras esta noche. Entonces te monitorearé bien de cerca-movió sus cejas en una forma cómica-para ver si me quieres un poco más.

Victoria se rió, no pudo evitarlo. -Robert-, dijo, consciente de que estaba empezando a divertirse a pesar de su mejores intenciones de seguir siendo una cascarrabias -, es el proyecto más descabellado que he oído.

– Quizás, pero incluso si no funciona, sin duda gozaré del monitoreo…

Ella se volvió a reír. -Siempre y cuando no pruebes de las ostras tú mismo. Si tú me quisieras un poco más seguramente terminaría acarreada hasta Francia.

– He ahí un pensamiento interesante.- Pretendía dar a la cuestión una seria consideración. -Ramsgate es un puerto continental, después de todo. Me pregunto si uno puede casarse más rápido en Francia.

– Ni siquiera pienses en ello-, le advirtió.

– Mi padre tendría probablemente un ataque de apoplejía si yo fuera a casarse en una ceremonia católica-, reflexionó. -Nosotros los Kembles siempre hemos sido militantes protestantes.

– ¡Ay, Dios-, dijo Victoria, riéndose hasta las lágrimas. -¿Puedes imaginar lo que mi padre haría? ¡El bien vicario de Bellfield! Él fallecería en el acto. Estoy segura de ello.

– O insistiría en casarnos él mismo-, dijo Robert. -Y probablemente Eleanor cobraría derecho de admisión para entrar a la capilla.

La cara de Victoria se suavizó. -Oh, Ellie. La echo de menos.

– ¿No has tenido la oportunidad de visitarla?- Robert se echó hacia atrás para permitir que el posadero, colocara un plato de ostras en la mesa.

Victoria negó con la cabeza. -Desde que, bueno, ya sabes. Pero nos escribimos con regularidad. Ella es la misma de siempre. Ella me contó que había hablado contigo.

– Sí, fue una conversación bastante seria, pero pude ver que ella seguía siendo totalmente irreprimible.

– Oh, por cierto. ¿Sabes lo que hizo con el dinero que te había esquilmado a ti cuando estábamos de novios?

– No, ¿qué?

– Primero lo invirtió en una cuenta para que genere intereses. Luego, cuando ella decidió que debería conseguir una mejor tasa de rendimiento, estudió la parte financiera en el Times y empezó a invertir en acciones.

Robert se echó a reír en voz alta mientras se ponía unas ostras en un plato para la Victoria. -Tu hermana nunca deja de sorprenderme. Yo pensaba que a las mujeres no se les permitía, por lo general, intervenir en el comercio de cambio.

Victoria se encogió de hombros. -Le dijo a su hombre de negocios que actuaba en nombre de mi padre. Creo que dijo que papá era algo de un recluso y no salía de casa.

Robert se reía tanto que tuvo que dejar la ostra que estaba a punto de comer. -Tu padre pediría su cabeza si se enterara las cosas que dice de él.

– Nadie es capaz de guardar un secreto mejor que Ellie.

Una sonrisa nostálgica cruzó el rostro de Robert. -Lo sé. Quizás debería consultarla sobre algunos asuntos financieros.

Victoria levantó bruscamente. -¿Lo harías?

– ¿Hacer qué?

– Pedir su consejo.

– ¿Por qué no? Nunca he conocido a nadie con la habilidad para manejar mejor el dinero que tu hermana. Si se tratara de un hombre probablemente estaría al frente del Banco de Inglaterra. -Robert se sirvió otra ostra. -Después de que nos casemos… No, no,

no, ni siquiera te molestes en recordarme que aún no has aceptado mi proposición, porque soy muy consciente de ello. Yo sólo quería enfatizar que puedes decirle que se quede con nosotros.

– ¿Tú me dejarías hacer eso?

– No soy un ogro, Victoria. Yo no sé que te llevó a pensar que voy gobernar con mano de hierro una vez que estemos casados. Créame, estoy más que feliz de compartir contigo algunas de las responsabilidades del condado. Puede ser una tarea titánica.

Victoria lo miró pensativa. Nunca se había dado cuenta de que el privilegio de Robert también podría ser una carga. A pesar de su título, que sería sólo honorario hasta que su padre falleciera, él todavía tenía muchas responsabilidades con su tierra y sus inquilinos.

Robert hizo un gesto señalando su plato. -¿No disfrutar las ostras?-Sonrió con malicia. -¿O tal vez tienes miedo de que mi experimento científico pueda resultar satisfactorio?

Victoria parpadeó hasta salir de su ensueño. -Nunca comí ostras antes. No tengo la menor idea de cómo se come.

– No tenía idea que había una brecha en tu educación culinaria. Aquí, permítanme preparar una para ti. -Robert tomó una ostra de la bandeja central, añadió un chorrito de jugo de limón y un toque de rábano picante, y se la entregó a ella.

Victoria miró el molusco con aire dubitativo. -¿Y ahora qué hago?

– Lo llevas a tu boca y lo bebes.

– ¿Beber esto? ¿Sin masticar?

Él sonrió. -No, lo masticas un poco, también. Pero primero tenemos que hacer un brindis de ostras.

Victoria miró a su alrededor. -No creo que nos trajeron ningún brindis.

– No, no, una especie de brindis. Para la felicidad. Ese tipo de brindis.

– ¿Con una ostra?- Ella entrecerró los ojos con recelo. -Estoy segura de que esto no puede ser una costumbre.

– Entonces lo haremos nuestra costumbre.- Robert levantó la ostra en el aire. -Tú también.

Victoria levantó su ostra. -Me siento muy tonta.

– No te preocupes. Todos nos merecemos un poco de diversión de vez en cuando.

Ella sonrió con ironía. Diversión. Era, ciertamente, un concepto nuevo. -Muy bien. ¿Por qué vamos a brindar?

– Por nosotros, por supuesto.

– Robert…

– Eres una aguafiestas. Muy bien, ¡por la felicidad!

Victoria chocó su concha contra la suya. -Por la felicidad.- Ella vio que Robert se comía su ostra, y luego, después de murmurar -Sólo se vive una vez, creo,- ella hizo lo mismo y la chupó.

Robert la miraba con una expresión divertida. -¿Cómo te ha gustado?

Victoria se acercó farfullando. -Dios mío, creo que fue la experiencia culinaria más extraña que he tenido.

– Estoy teniendo dificultades para discernir si es una declaración positiva o negativa-, dijo Robert.

– Estoy teniendo dificultades para discernirlo yo misma -, respondió ella, viéndose un poco sobresaltada. -No puedo decidir si esa fue la mejor comida que he probado o la peor.

Él se rió en voz alta. -Tal vez deberías probar con otra.

– ¿No creo que sirvan estofado de ternera aquí, si?

Robert negó con la cabeza.

– Bueno, entonces, supongo que necesitaré otra ostra si no quiero morir de hambre durante el día.

Le preparó otra para ella. -Tus deseos son mis órdenes.

Ella le lanzó una mirada incrédula. -Yo voy a pagar esa pequeña bondad y no hacer una réplica adecuada a ese comentario.

– Creo que lo acabas de hacer.

Victoria comió otra de ostras, se secó los labios con la servilleta, y sonrió con malicia. -Sí, lo hice, ¿no?

Robert se quedó en silencio por un momento, luego dijo: -Creo que está funcionando.

– ¿Qué?

– Las ostras. Creo que ya te gusto un poquito más.

– No-dijo ella, tratando de ocultar su sonrisa.

Él llevó su mano a su pecho en gesto exagerado. -Tengo el corazón destrozado, afligido completamente.

– Deja de actuar como tonto.

– O tal vez… -Se rascó la cabeza en un intento de parecer serio y pensativo. -Tal vez la razón por la que no te pueda gustar más radica en que ta te gustaba demasiado desde el principio.

– ¡Robert!

– Lo sé, lo sé. Me estoy divirtiendo a tus expensas. Pero resulta divertido, también.

Ella no dijo nada.

– ¿Todavía estás enojada que nos desviamos a Whitsable?

Hubo un largo silencio, y luego Victoria negó con la cabeza.

Robert no se dio cuenta que había estado conteniendo el aliento hasta que salió en un silbido largo. Se estiró través de la mesa y colocó su mano sobre la de ella. -Siempre puede ser así-, susurró. -Siempre puedes estar así de contenta.

Ella abrió la boca, pero él no la dejó hablar. -Lo vi en tus ojos-, dijo. -Tú disfrutaste más esta tarde que en estos últimos siete años.

La mente de Victoria obligó a su reacio corazón a retirar su mano. -No estabas conmigo durante los últimos siete años. Tú no puedes saber lo que sentí o dejé de sentir.

– Lo sé.- Hizo una pausa. -Y se me rompe el corazón.

Ellos no hablan por el resto de la comida.


* * *

El viaje a Ramsgate llevó más de tres horas. Robert se sorprendió de que Victoria se quedó dormida en el coche. Había pensado que estaba demasiado tensa, pero de nuevo tal vez simplemente estaba agotada. Él no se molestó por su falta de atención, le gustaba mirarla mientras ella dormía.

También le dio la oportunidad de llevarla a la casa cuando llegaron. Ella era cálida y suave, todo lo que él podía desear. La puso suavemente en la cama del segundo dormitorio de la casa de campo y la tapó con una manta. Podría estar durmiendo incómoda en sus ropas, pero supuso que ella preferiría que él no la desnudara.

Él, por supuesto, lo hubiera preferido… Se estremeció y sacudió la cabeza. No importaba lo que él hubiera preferido. Él estaba tan caliente pensando en ello, y su corbata de repente se sintió extraordinariamente estrecha.

Robert salió de la habitación con un gemido, firmemente resuelto a tomar un baño en el mar helado tan pronto como fuera posible.

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