Capítulo 19

Victoria había cerrado los ojos contra la amargura de él, pero no pudo cerrar sus oídos. Sus pasos se alejaron, enojados, por la casa, terminando con el golpe fuerte de la puerta de su dormitorio. Ella se apoyó contra la pared de la cocina. ¿Por qué estaba tan asustada? Ya no podía negar que se preocupaba por Robert. Nada tenía el poder para levantar su corazón como una de sus sonrisas. Pero dejarle que le hiciera el amor era algo demasiado permanente. Tendría que renunciar a ese pequeño pedazo de ira que había tirado interiormente de ella durante muchos años. En algún momento, la ira se había convertido en una parte de quién era, y no había nada más aterrorizante que perder el sentido de sí misma. Ese sentido que había sido el palo al que ella se había aferrado cuando era institutriz. Soy Victoria Lyndon, ella se decía a sí misma después de un día particularmente difícil. Nadie puede quitarme eso.

Victoria cubrió su rostro con las manos y exhaló. Tenía los ojos aún cerrados, pero lo único que podía ver era cálida expresión de Robert. Ella podía oír su voz en su mente, y él decía, una y otra vez, -Te amo-. Y entonces ella aspiró. Sus manos olían a él, a sándalo y a cuero. Era abrumador.

– Tengo que salir de aquí-murmuró, luego cruzó la habitación hasta la puerta que daba al jardín trasero de la casa. Una vez fuera, tomó una profunda bocanada de aire fresco. Se arrodilló en la hierba y tocó las flores. -Mamá-susurró-. ¿Me estás escuchando?

Un rayo surcó el cielo aún no estrellado, pero un sexto sentido le dijo que se volviera, y fue entonces cuando vio a Robert en la ventana de su habitación. Estaba sentado en su ventana, de espaldas a ella. Por su postura ella supo que estaba desolado y sombrío.

Le estaba haciendo daño.

Ella se aferraba a su enojo, porque era lo único en que podía confiar, pero lo único que hacía era lastimar a la única persona que…

La flor en su mano se quebró en dos. ¿Acaso había estado a punto de decir amado?

Victoria se puso de pie como si la levantara alguna fuerza invisible. Había algo más en su corazón ahora. Ella no estaba segura de que fuera amor, pero era algo dulce y bueno, y había empujado a un lado la ira. Se sintió más libre de lo que había estado en años.

Miró de nuevo a la ventana, la cabeza de Robert estaba escondida en sus manos. Eso no estaba bien. Ella no podía seguir dañándolo de esa manera. Era un buen hombre. Un poco dominante, a veces, pensó con una sonrisa vacilante, pero un buen hombre.

Victoria volvió a entrar en la casa y en silencio se dirigió a su habitación.

Ella permaneció inmóvil delante de su cama durante un minuto entero. ¿Podría realmente hacer esto? Cerró los ojos y asintió. Luego, tomando una honda bocanada de aire. Movió sus manos para desabrochar su vestido.

Se puso el camisón azul, deslizando las manos por su sedosa longitud. Se sentía transformada.

Y finalmente admitió para sí misma lo que había sabido todo el tiempo, deseaba a Robert. Ella lo deseaba, y quería saber que él la deseaba. La cuestión del amor era todavía demasiado aterradora para que ella la confrontara, pero su deseo era fuerte e imposible de negar. Con una firmeza de propósito que no había sentido en mucho tiempo, Victoria se acercó a la puerta de su recámara para girar el picaporte.

Estaba cerrado con llave.

Su boca se abrió. Trató de girarlo de nuevo, sólo para estar segura. Definitivamente, estaba cerrada.

Ella casi se cayó al suelo en señal de frustración. Ella había hecho una de las decisiones más trascendentales en su vida, y él había cerrado la maldita puerta.

Victoria tenía casi decidido a dar la vuelta y regresar a su habitación, donde podría ahogarse en su propia rabia. Nunca sabría él lo que se había perdido, el maldito hombre. Pero entonces se dio cuenta de que ella nunca lo sabría, tampoco. Y ella quería sentirse amada de nuevo.

Ella levantó la mano y tocó a la puerta.

La cabeza de Robert se enderezó con sorpresa. Pensó que había oído moverse el picaporte de la puerta, pero él había supuesto que se trataba del chirrido de la vieja edificación. Ni en sus sueños más salvajes se hubiera imaginado que Victoria vendría a él por su propia voluntad.

Pero entonces oyó algo diferente. Un golpe. ¿Qué podía querer?

Cruzó la habitación con pasos rápidos, largos y abrió la puerta. -¿Qué-Se contuvo la respiración. No sabía lo que había estado esperando, pero ciertamente no era lo que tenía delante. Victoria se había puesto el camisón seductor que le había dado, y esta vez ella no se estaba cubriendo con una colcha. La seda azul se aferraba a todas las curvas, la línea del cuello se descendía hasta revelar su escote delicado, y una de sus piernas era visible a través de una abertura larga en el costado.

El cuerpo de Robert instantáneamente se tensó. De alguna manera se las arregló para pronunciar su nombre. No fue fácil, su boca se había secado completamente.

Estaba de pie delante de él, orgullosa, pero no podía evitar que le temblaran las manos. -He tomado una decisión-, dijo en voz baja.

Él inclinó la cabeza, no se atrevía a hablar.

– Te deseo-, dijo. -Si aún quieres…- Robert se quedó inmóvil, tan incapaz de creer lo que estaba oyendo que no se podía mover.

El alma de ella se cayó al suelo. -Lo siento-dijo, malinterpretando la inacción de él. -Que mala educación de mi parte. Por favor, me olvídalo, yo…

El resto de la frase se perdió mientras Robert la aplastaba contra él, sus errantes manos deambulaban violentamente, hacia arriba y abajo, por la longitud del cuerpo femenino. Robert quería devorarla, quería envolverse alrededor de ella y nunca dejarla ir. Su reacción fue tan fuerte que él tuvo miedo de asustarla con su pasión. Con un fuerte suspiro entrecortado él se alejó unos cuantos centímetros de ella.

Ella lo miró con sus enormes y inquisitivos ojos azules.

Logró esbozar una sonrisa temblorosa. -Aún quiero-, dijo.

Por un segundo, ella no reaccionó. Luego se echó a reír. El sonido era casi musical, e hizo más por su alma que toda la Iglesia de Inglaterra junta. Él tomó su cara entre las manos con dulzura reverente. -Te quiero, Torie-, dijo. -Siempre te amaré.

Ella no dijo nada durante un buen rato. Finalmente se puso de puntillas y rozó con un ligero beso sus labios.

– No se puede hablar de siempre, todavía-, susurró. -Por favor, No lo…

Comprendió, y él la salvó de tener que terminar la frase al apropiarse una vez más de su boca con un beso ferozmente posesivo. No importaba que ella aún no estuviera preparada para siempre. Pronto lo estaría. Él le demostraría que su amor era para siempre. Lo haría con las manos, los labios y las palabras.

Sus manos se deslizaron a lo largo del cuerpo femenino, la seda de su vestido se arrugaba bajo sus dedos. Podía sentir cada curva a través del fino material. -Voy a mostrarte qué es el amor-, susurró. Se inclinó y apretó sus labios contra la suave piel de su pecho. -Voy a amarte aquí. – Movió los labios al cuello. -Y aquí. – Sus manos le apretaron las nalgas. -Y aquí.

Ella reaccionó gimiendo, un sonido ronco y sensual que provino desde las profundidades de su garganta.

Robert de repente dudaba de su capacidad para mantenerse en pie. La alzó en sus brazos y la llevó a la cama. Depositándola en el lecho, dijo, -Te voy a amar en todas partes.

Victoria contuvo el aliento. Sus ojos ardían dentro de ella, y ella se sintió terriblemente expuesta, como si él pudiera ver muy dentro de su alma. Luego él se tendió a su lado, y ella se perdió en el calor de su cuerpo y la pasión del momento. Él era duro y fuerte, caliente y abrumador. Sus sentidos estaban flotando. -Quiero tocarte-ella susurró, casi sin poder creer en su propia audacia.

Él le agarró la mano y la guió hasta el pecho. Su piel quemada, y ella podía sentir su corazón latiendo bajo sus dedos.

– Siénteme-, murmuró él. -Siente lo que me haces.

Vencida por la curiosidad, Victoria se sentó, metiendo sus piernas debajo de ella. Ella vio la pregunta en los ojos de Robert, sonrió y murmuró un suave -Shhh.

Dejó que sus dedos se deslizaran hacia abajo, hacia la piel tirante de su abdomen, hipnotizada por la forma en que sus músculos brincaban bajo su contacto. Ella sintió que él estaba ejerciendo un control increíble. Era una poderosa y asombrosa sensación el saber que ella podía ponerlo así, su respiración fuerte y entrecortada, cada músculo tenso y tirante.

Victoria se sentía audaz. Se sentía salvaje y temeraria. Ella lo quería todo, y lo quería en ese mismo momento. Ella se inclinó hacia adelante, tentándolo con su cercanía, a continuación, se apartaba con una sensación de vértigo y el equilibrio fuera de ella. Su mano cayó hasta que rozó la cintura de sus pantalones. Robert quedó sin aliento, y su mano voló a cubrir la de ella.

– Todavía no-, dijo con voz ronca.-No puedo controlar… Todavía no.

Victoria levantó la mano. -Dime qué tengo que hacer-, dijo. -Lo que quieras.

Él la miró fijamente, incapaz de pronunciar una palabra.

Ella se balanceó hacia él. -Lo que quieras-susurró. -Cualquier cosa.

– Quiero sentir tus manos sobre mí de nuevo-, por fin pudo decir. -Ambas.

Ella alargó la mano, pero se detuvo cuando su mano estaba a una pulgada de distancia de su hombro.-¿Aquí?

Él asintió con la cabeza, aspirando impetuosamente cuando la mano de ella se deslizó de su hombro a la parte superior de su brazo. Ella envolvió su mano alrededor de su bíceps. -Eres muy fuerte.

– Tú me haces fuerte-, dijo. -Todo lo que es bueno en mí, tú me haces ser de esa manera. Contigo, me vuelvo más de lo que soy. -Él se encogió de hombros con impotencia. -No tiene mucho sentido. No sé cómo explicarlo. No sé las palabras.

Las lágrimas llenaron los ojos de Victoria, y las emociones que no quería sentir presionaban contra su corazón. Ella movió la mano en la parte posterior de su cuello. -Bésame.

Él lo hizo. ¡Oh, cómo lo hizo! Él fue suave al principio, tentándola sin piedad, dejando a su cuerpo tenso, pidiendo más. Y entonces, justo cuando Victoria estaba segura de no poder soportar ni un sensual segundo más de su tortura, los brazos de se movieron sinuosamente alrededor de su espalda y la atraparon en un cerco de acero.

Él se volvió salvaje, sus movimientos descontrolados. Empujó la seda del vestido hasta que estaba apiñada en torno a su vientre. Separó las piernas con uno de sus poderosos muslos, y Victoria pudo sentir la tela de sus pantalones rozándola. Fue tan sobrecogedora la sensación que ella estaba segura de haber caído sobre si él no la hubiera estado sostenido pegada a su cuerpo.

– Te deseo-, se lamentó. -Señor, ¡cómo te deseo!

– Por favor-ella le rogó.

Él continuó empujando el vestido de seda hasta que se deslizó sobre su cabeza y aterrizó en un montón olvidado en el suelo junto a la cama. Victoria fue alcanzada por una repentina timidez, y apartó la mirada, incapaz de mirando. Ella sintió que sus dedos le tocaban la barbilla, y con una suave presión que le hizo volver la cabeza para mirarlo de nuevo.

– Te amo-, dijo, en voz baja pero ferviente.

Ella no dijo nada.

– Tú me lo dirás muy pronto-, dijo descendiendo mientras la llevaba en brazos, -No estoy preocupado. Puedo esperar. Por ti, puedo esperar por siempre.

Victoria no estaba segura de cómo lo hizo, pero en cuestión de segundos ya no se sentía sus pantalones entre ellos. Era sólo piel contra piel, y se sentía tan exquisitamente cerca de él.

– Dios, eres hermosa-, dijo Robert, levantando a sí mismo sobre sus brazos para mirar hacia ella.

Le tocó la mejilla. -Y tú también.

– ¿Hermoso?-, Dijo, su voz teñida de una sonrisa.

Ella asintió con la cabeza. -Solía soñar contigo ¿sabes?. Todos estos años…

– ¿En serio?

Victoria respiró hondo cuando su mano se cerró alrededor de su pecho y le dio un apretón cariñoso. -No pude detenerme-, admitió. -Y entonces me di cuenta de que no quería parar.

Robert hizo un sonido irregular en el fondo de su garganta. -Soñé contigo, también. Pero nunca fue así, nunca se sintió tan bien. -Bajó la cabeza hasta que sus labios estuvieron a escasos centímetros de su pecho. -No podía saborearte en mis sueños.

Las caderas femeninas se elevaron sobre la cama mientras la boca de él se cerraba alrededor de su pezón, amándola con minuciosidad tentadora. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, sus dedos se hundieron en su pelo grueso. -Oh, Robert-gimió ella.

Él le susurró algo contra su pecho. No podía distinguir las palabras, se dio cuenta de que no importaba. Su lengua trazó círculos en su piel, su aliento endiabladamente delicado y seductor. Arrastró su boca a lo largo de su cuello, murmurando: -Quiero más, Torie. Lo quiero todo.

Él empujó abriendo las piernas de ella, asentándose contra su centro femenino. Estaba duro y caliente, extrañamente, intimidante y reconfortante al mismo tiempo. Tenía las manos debajo de ella, apretando su trasero, tirando de ella hacia él.

– Quiero ir poco a poco-le susurró-.Quiero que sea perfecto.

Victoria escuchó la emoción irregular en su voz y supo al instante lo que le había costado pronunciar esas palabras. Ella elevó sus ojos a los de él y su pulgar se deslizó a lo largo de las cejas de él. -No puede ser más perfecto-, susurró. -No importa lo que hagas.

Robert se la quedó mirando, su cuerpo temblaba de necesidad y cerca de explotar de amor. No podía creer lo que le estaba ofreciendo sin reservas. Era honesta, abierta y todo lo que él había deseado, no sólo en una mujer sino en la vida.

Diablos, ella era su vida. Y a él no le importaba quién lo supiera. Sintió ganas de gritarlo los cuatro vientos, justo en ese momento, justo antes de que finalmente la hiciera suya. Amo a esta mujer, quería gritar. ¡La amo!

Se colocó en el borde de su feminidad. -Esto puede doler un poco-, dijo.

Ella le tocó la mejilla. -No me harás daño.

– No quiero hacerlo, pero…- No pudo terminar la frase. Empujó entrando en ella tan sólo una pulgada, pero se sentía tan perfecta que perdió el poder del habla.

– Oh, oh-susurró Victoria.

Robert sólo gruñó. Era todo lo que podía manejar. Un discurso inteligente estaba claramente más allá de sus capacidades. Se obligó a estar quieto, esperando sentir relajarse los músculos femeninos a su alrededor antes de hundirse más profundamente en ella. Era casi imposible estarse quieto, cada nervio de su cuerpo le estaba pidiendo a gritos la liberación. Apretó los dientes, tensó los músculos intentando mantener su pasión bajo control, era difícil pero lo estaba logrando. Todo porque la amaba. Era una sensación impresionante.

Por último, se propulsó el último centímetro y dejó escapar un estremecimiento de placer completo y total. Fue el más dulce de los abrazos. Pero finalmente fue superado por el deseo más intenso de su vida, pero al mismo tiempo nunca se había sentido más protegido y contenido.

– Somos uno ahora-, le susurró, rozando un mechón de pelo sudoroso de la frente. -Tú y yo somos una sola persona.

Victoria asintió y respiró hondo. Se sentía muy extraña. Extraña, y de alguna manera completa, al mismo tiempo. Robert estaba dentro de ella, y ella apenas podía comprender eso. Era la más extraña y, sin embargo la más natural de las sensaciones que jamás había experimentado. Se sentía como si fuese a estallar, sin duda si se movía ni un cuarto de pulgada, y sin embargo ella tenía hambre de algo más.

– ¿Te he hecho daño?-, Susurró.

Ella negó con la cabeza. -Es tan… raro.

Él soltó una risita. -Va a mejorar. Te lo prometo.

– Oh, no es malo-, dijo, tratando de tranquilizarlo. -Por favor, no pienses…

Él se rió de nuevo y apretó un dedo sobre los suaves labios. -Shhh. Déjame mostrarte.

Reemplazó a los dedos por la boca, distrayéndola para que no se diera cuenta de cuando empezó a moverse dentro de ella.

Pero ella se dio cuenta. El primer roce de fricción exquisita la hizo gritar, y antes de que ella supiera que estaba haciendo envolvió la cintura masculina con sus piernas.

– Oh, Victoria-, se gimió Pero fue un gemido muy feliz. Se movió de nuevo hacia adelante, luego retrocedió, creando poco a poco un ritmo tan hermoso como primitivo.

Victoria se movió con él, llevada por su instinto por un camino que su experiencia desconocía.

Algo empezó a construirse en su interior, una creciente presión. No sabía si era dolor o si era placer, y en ese momento mucho no importaba. Lo único que sabía era que estaba en camino hacia algún lugar, y si no llegaba pronto, seguramente iba a explotar.

Y entonces llegó a su destino y ella estalló de todas formas y, a continuación, por primera vez en su vida, ella supo lo que significaba estar totalmente en paz con el mundo.

Los movimientos de Robert crecieron frenéticos y, a continuación, él también, gritó su liberación y se derrumbó encima de ella. Pasaron varios minutos antes de que ninguno fuera capaz de hablar.

Robert rodó a su lado, tirando de Victoria junto con él. Él la besó suavemente en los labios.

– ¿Te he hecho daño?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Fui demasiado pesado?

– No. Me gustó sentir tu peso. -Ella se sonrojó, sintiéndose muy osada. -¿Por qué cerraste la puerta?

– ¿Hmm?

– La puerta. Estaba cerrada con llave.

Él se volvió y la miró, sus ojos azules cálidos y atentos. -La costumbre, supongo. Siempre me he bloqueado la puerta. Desde luego, no tenía la intención de mantenernos alejados. -En sus labios se extendió una satisfecha y perezosa sonrisa. -Prefiero disfrutar de tu compañía.

Ella soltó una risita. -Sí, creo que has demostrado eso.

Su rostro se puso serio. -No habrá más puertas cerradas entre nosotros. Las barreras no tienen cabida en nuestra relación, las puertas o las mentiras o malos entendidos.

Victoria tragó, sintiéndose demasiado emocional para hablar. Todo lo que hizo fue asentir.

Robert deslizó una pierna por encima de ella, atrayéndola cerca. -Tú no quieres levantarte, ¿verdad? Yo sé que es medio día, pero podemos tomar una siesta.

– Sí-dijo ella en voz baja. Luego se acurrucó en sus brazos, cerró los ojos, y se sumergió en un sueño pacífico.

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