Capítulo 20

Cuando Victoria se despertó de su siesta una hora más tarde, el rostro radiante de Robert estaba sólo unos centímetros de la suya. Él estaba apoyado en un codo, y ella sospechaba que había pasado la hora de la siesta mirándola.

– Hoy-, anunció él con gran alegría -, es un excelente día para casarse.

Victoria estaba segura de que ella le había oído mal. -¿Cómo has dicho?

– Casados. El hombre y la mujer.

– ¿Tú y yo?

– No, en realidad creo que los erizos en el jardín necesitan unirse en santo matrimonio. Ellos han estado viviendo en pecado durante años. Ya no puedo tolerarlo.

– Robert-, dijo Victoria, riendo a su pesar.

– Y todos los pequeños erizos ilegítimos. Piensa en el estigma. Sus padres han estado criando como conejos. O como los erizos, en este caso.

– Robert, este es un asunto serio.

La liviandad dejó sus ojos, que ardieron calientes e intensos sobre ella. -Nunca he hablado más en serio.

Victoria se quedó en silencio un momento mientras ella escogía sus palabras. -¿No crees que hoy es un poco repentino? El matrimonio es un asunto muy serio. Debemos reflexionar.

– No he estado pensando en otra cosa durante la mayor parte del mes.

Victoria se incorporó, tirando de la sábana para cubrir su desnudez. -Pero yo no. No estoy lista para hacer este tipo de decisión justo ahora.

Su rostro se endureció. -Podrías haberlo pensado antes de tocar a mi puerta esta mañana.

– No estaba pensando más allá de…

– ¿Más allá de qué?-, Preguntó, su voz aguda.

– Herí tus sentimientos-, susurró. -Y yo quería…

Él estuvo fuera de la cama, poniéndose de pie, antes de que ella terminara la frase. Plantó sus manos en las caderas y la miró con furia, haciendo caso omiso al hecho de que no llevaba ropa. -¿Hiciste el amor por lástima?- Escupió.

– ¡No!- Ella, sin embargo, no fue ajena al hecho de que estaba desnudo, y por lo que su mirada se dirigió a sus rodillas.

– ¡Mírame!- Ordenó, su ira haciendo su voz trepidara dura.

Ella alzó los ojos un poco, luego los bajó de nuevo. -¿Podrías ponerte un poco de ropa?

– Es un poco tarde para la modestia-, gruñó, pero levantó los calzones del piso y se los puso.

– Yo no lo hice por compasión-, dijo ella, levantando la mirada hacia su rostro, aunque ella preferiría mirar al techo o las paredes o incluso en el orinal en la esquina. -Lo hice simplemente porque quería hacerlo, y yo no estaba pensando mucho más allá de hoy.

– Me resulta difícil creer que tú, una persona que anhela la estabilidad y permanencia, se embarque en un asunto de corto plazo.

– No estaba pensando en él como tal.

– Entonces, ¿qué pensabas?

Victoria lo miró a los ojos, vio la vulnerabilidad que estaba tratando de ocultar bajo su ira, y se dio cuenta de lo importante de su respuesta. -No estaba pensando con mi cabeza-, dijo en voz baja. -Estaba pensando con mi corazón. Miré a la ventana, y parecías tan triste.

– Como tú ya has señalado con tanta amabilidad-, dijo con amargura.

Victoria se quedó en silencio por un momento por si él continuaba hablando. Luego prosiguió -No era sólo por ti. Fue por mí también. Supongo que sólo quería sentirme amada.

La esperanza destello en los ojos de él. -Tú eres amada-, dijo con fervor, tomando sus manos entre las suyas. -Y puedes sentirte de esa manera todos los días del resto de tu vida si tan solo te lo permitieras. Cásate conmigo, Victoria. Cásate conmigo y hazme el hombre más feliz en el mundo. Cásate conmigo y te daré la paz y la alegría que buscas. Y, -añadió, bajando la voz hasta un susurro ronco, – el amor. Porque seguramente no ha habido nunca una mujer amaba más profunda y verdaderamente de lo que te amo.

Victoria luchó contra las lágrimas que pinchaban sus ojos, pero las palabras de él eran demasiado poderosas, y ella sintió que sus mejillas se ponían húmedas. -Robert-empezó a decir sin saber a ciencia cierta lo que estaba tratando de decir, -por tanto tiempo he…

– Es posible que estés embarazada-la interrumpió- ¿Has pensado en eso?

– Yo no había-, admitió tragando convulsivamente. -Pero yo…

– Cásate conmigo-, repitió, apretando más fuertes las manos entre las suyas. -Sabes que es lo correcto.

– ¿Por qué tienes que decir eso?-, ella se quejó. -Sabes que odio cuando intenta decirme lo que quiero.

Robert dejó escapar un suspiro exasperado. -No es eso lo que quise decir, y tú lo sabes.

– Lo sé, es sólo que…

– ¿Es sólo que?-dijo en voz baja. -¿Qué te está frenando, Torie?

Ella apartó la mirada, sintiéndose bastante estúpida. -No lo sé. El matrimonio es tan permanente. ¿Qué pasa si cometo un error?

– Si es un error, entonces ya lo has hecho-, dijo con una mirada hacia la cama. -Pero no es un error. El matrimonio no siempre será fácil, pero la vida sin ti -Se pasó la mano por el pelo, la cara mostraba su incapacidad para poner sus pensamientos en palabras. -La vida sin ti sería imposible. No sé de qué otra manera de decirlo.

Victoria se mordió el labio inferior, consciente de que ella iba a sentir de la misma manera. Por todo lo que él le había hecho pasar durante el mes pasado, ella no podía imaginar la vida sin su sonrisa ladeada, el centelleo en sus ojos, o la forma de su pelo. Parecía que no se lo hubiera cepillado correctamente. Ella lo miró, y sus miradas quedaron enganchadas.-Tengo algunas dudas-, comenzó.

– No seríamos humanos si no las tuviéramos.-, Dijo para tranquilizarla.

– Pero puedo ver que hay varias razones por qué el matrimonio puede ser una buena idea.- Hablaba lentamente, trabajando sus palabras en la cabeza mientras hablaba. Ella ojeó a Robert, medio esperando que él tirara de ella en otro aplastante abrazo. Pero él se quedó quieto, entendiendo claramente la necesidad de ella de expresar sus pensamientos.

– En primer lugar,- dijo Victoria -, como tú has señalado, está el tema de un niño. Fue muy irresponsable de mi parte no considerarlo, pero yo no lo hice y no hay nada que hacer respecto de ello ahora. Supongo que simplemente podía esperar unas semanas y ver…

– Yo no recomendaría este curso particular de acción-, dijo Robert con rapidez.

Ella contuvo una sonrisa. -No, no me imagino que vayas a dejarme volver a Londres, y no me imagino que si me quedo aquí…

– No puedo quitar mis manos de ti-, dijo con un encogimiento de hombros sin arrepentimientos.-Yo lo admito libremente.

– Y no voy a tratar de mentir y decir que no…-se ruborizó-…disfrutaría de tus atenciones. Tu sabes que siempre disfrute, aun hace siete años.

Sonrió con complicidad.

– ¿Hay otras razonas para considerar si deberíamos casarnos o no?

– Deberíamos.

Ella parpadeó. -¿Qué?

– Deberíamos casarnos. No, deberíamos no casarnos.

Victoria le resultaba difícil no reírse.

Cuando él estaba ansioso por algo, Robert era más adorable que un cachorro.

– Realmente me preocupa que tú no me dejes tomar mis propias decisiones. -, Advirtió.

– Trataré de cumplir con tus deseos-, dijo él, su solemne expresión. -Si me convierto en un asno dominante, te doy permiso para golpearme en la cabeza con el bolso.

Los ojos de ella se estrecharon. -¿Puedes escribir eso?

– Por supuesto. -Cruzó la habitación hasta su escritorio, abrió un cajón y sacó una pluma, un trozo de papel, y una botella de tinta. Victoria lo miró con la boca abierta mientras escribía una frase, a continuación, firmado abajo con un ademán. Él regresó, le entregó el papel, y dijo: -Ahí lo tienes.

Victoria miró al papel y lo leyó en voz alta: -Si me convierto en un asno dominante, doy a mi amada esposa, María Victoria Lyndon Kemble-Ella levantó la vista. -¿Kemble?

– Serías Kemble hoy mismo si por mí fuera. -Señaló el garabato en la parte superior de la nota. -Yo feché la nota, sin embargo, para la próxima semana. Serás una Kemble para entonces.

Victoria se abstuvo de hacer comentarios sobre su increíble confianza y continuó la lectura.-Vamos a ver… María Victoria Lyndon, ejem, Kemble… dejo que me golpee en la cabeza con cualquier objeto que quiera. -Ella levantó la mirada interrogante. -¿Cualquier objeto?

Robert se encogió de hombros. -Si me convierto en un asno muy dominante, es posible que desees golpearme con algo más contundente que tu bolso.

Sus hombros temblaban cuando volvió a la nota. -Firmado, Kemble Robert Arthur Phillip, conde de Macclesfield.

– Yo no soy un estudioso de la ley, pero creo que es legal.

La cara de Victoria se rompió en una sonrisa acuosa. Con una mano impaciente barrió las lágrimas. -Por eso me voy a casar contigo-, dijo, sosteniendo la hoja de papel en el aire.

– ¿Porque yo he dicho que es posible que me golpees a tu discreción?

– No-dijo ella, resoplando con fuerza, -porque yo no sé qué sería de mí si no te tuviera para tomarme el pelo. Me he vuelto demasiado seria, Robert. No siempre fue así.

– Ya lo sé-dijo suavemente.

– Durante siete años no se le permitió a reír. Me olvidé de cómo hacerlo.

– Te voy a hacer recordarlo.

Ella asintió con la cabeza. -Creo que te necesito, Robert. Creo que sí.

El se sentó en el extremo de la cama y la tomó en un tierno abrazo. -Sé que te necesito, cariño, Torie. Lo se.

Después de varios momentos de disfrutar de la calidez de sus brazos, Victoria se alejó lo suficientemente como para preguntar, -¿Hablabas en serio acerca de casarnos hoy?

– Absolutamente.

– Pero eso es imposible. Tenemos en publicar los edictos.

Él sonrió con malicia. -Me procuré una licencia especial.

– ¿En serio?- Ella se quedó mirándolo asombrada. -¿Cuándo?

– Hace más de una semana.

– Un poco demasiado seguro de ti mismo, ¿no te parece?

– Todo salió bien al final, ¿no?

Victoria tratado de adoptar una expresión sospechosa, pero no podía hacer nada al respecto de la risa en los ojos. -Creo, mi lord, que algunos te consideren un asno dominante por este tipo de comportamiento.

– ¿Un asno dominante, o un asno muy arrogante? Me gustaría saber, ya que el bienestar de mi cráneo depende de ello.

Victoria se fundió en un charco de risitas. -¿Sabes, Robert, pero creo que realmente me va a gustar estar casada contigo.

– ¿Significa eso que me perdonas por secuestrarte?

– Todavía no.

– ¿En serio?

– Sí, voy a tener que retener mi perdón hasta poder exprimir la situación para poderle sacar todo el jugo que pueda.

Esta vez le tocó el turno a Robert de estallar de risa. Mientras estaba recobrando el aliento, Victoria le dio un golpecito en el hombro y le dijo: -No podemos casarnos hoy en cualquier caso.

– ¿Y por qué es eso?

– Es bien pasado el mediodía. Un matrimonio adecuado debe hacerse de mañana.

– Una regla tonta.

– Mi padre siempre la respetado-, dijo. -Lo sé, porque yo siempre me vi obligada a aporrear las teclas del órgano en cada boda a la que ofició.

– No sabía que tuviéramos un órgano en nuestra vicaría del pueblo.

– No había. Esto fue en Leeds. Y creo que estás cambiando de tema.

– No-dijo, acariciando su cuello. -Simplemente una digresión temporal. En cuanto a las bodas por la mañana, creo que la hora temprana se requiere únicamente para los matrimonios convencionales. Con una licencia especial se puede hacer cuando nos plazca.

– Supongo que debería estar agradecido que estoy viviendo junto a un hombre que es sumamente organizado.

Robert dejó escapar un suspiro de felicidad. -Tomaré mis felicitaciones, en cualquier forma que quieras dármelas.

– ¿Realmente quieres casarte esta noche?

– No puedo pensar en nada más atractivo. No tenemos que jugar a las cartas, y ya he leído la mayoría de los libros en la biblioteca.

Ella le dio un almohadazo. -Hablo en serio.

Le tomó menos de un segundo empujarla sobre su espalda, su peso aplastando sus pechos desnudos, con los ojos brillantes en los suyos. -Yo también-, dijo.

Ella contuvo la respiración, y luego sonrió. -Te creo.

– Además, si no te casas esta noche, voy a tener que seducirte de nuevo.

– ¿Es así?

– Desde luego. Pero tú eres una buena mujer de la iglesia, hija de un vicario nada menos, así que sé que quieres mantener los contactos prematrimoniales al mínimo. -Su expresión se tornó repentinamente serio. -Siempre juré que, si haríamos el amor como marido y mujer.

Ella sonrió y le tocó la mejilla. -Bueno, hemos arruinado ese voto.

– Una vez, supongo, no es un pecado tan grande-, dijo, volviendo su atención a su lóbulo de la oreja.-Pero me gustaría ponerte el anillo en el dedo antes de que me sienta invadido por la lujuria de nuevo.

– ¿Acaso no te sientes invadido justo en este momento?-Le preguntó con una expresión incrédula. No era muy difícil sentir la huella de su deseo en la cadera.

Robert se echó a reír contra la parte inferior de su barbilla. -Voy a disfrutar el estar casado contigo, Torie.

– Supongo que es una buena razón para proponer matrimonio-jadeó ella, tratando de ignorar los espasmos de placer que él producía dentro de ella.

– Mmmm, sí.- Él se trasladó de nuevo a la boca y la besó profundamente, tentándola hasta que ella tembló debajo de él. Luego, bruscamente, él se apartó de ella y incorporándose. -Será mejor que me detenga ahora -, dijo con una sonrisa maliciosa-, otro momento más y no podría ser capaz de para.

Victoria quería gritar que no le importaba, pero se contentó con lanzarle una almohada

– No quiero comprometerte más -, continuó Robert, después de esquivar fácilmente su ataque. -Y yo quería recordarte-se inclinó y dejó caer un último beso en la boca-… esto. Sólo en caso de que tengas dudas aún.

– Las estoy teniendo ahora mismo-, replicó ella, segura de que se veía tan frustrada como se sentía.

Robert se echó a reír mientras cruzaba la habitación. -Estoy seguro que estarás contenta de saber que mi pequeño recordatorio me ha dejado más incómodo e insatisfecho que tú.

– Estoy perfectamente bien-, dijo ella, alzando airosamente su barbilla.

– Sí, por supuesto que lo estás -, bromeó al llegar hasta la maleta que había dejado descuidadamente sobre la mesa. Victoria estaba a punto de dejar una réplica mordaz cuando el rostro de él se ensombreció y dejó escapar un grito -¡Maldita sea!

– ¿Algo está mal?-, preguntó ella.

Su cabeza se elevó bruscamente girando hacia ella. -¿Has tocado esta bolsa?

– No, por supuesto, no, no podría- Ella se ruborizó al recordar que había estado mirando sus cosas personales. -Bueno, en realidad… Tuve la intensión de husmear en tus pertenencias, lo reconozco, pero encontré la bañera antes. Así que, no, no lo hice,

– No me importa si quieres tirar abajo este piso-, dijo distraídamente. -Lo que es mío es tuyo. Pero yo tenía papeles importantes en este bolso, y ahora no están.

Una burbuja de alegría inesperada brotó en el pecho de Victoria. -¿Qué clase de papeles? -Preguntó con cuidado.

Robert soltó otra maldición en voz baja antes de responder, -La licencia especial.

Victoria tenía la sensación de que no era el momento oportuno para estallar en estridentes carcajadas, pero lo hizo de todos modos.

Robert plantó sus manos en las caderas y se volvió hacia ella. -Esto no es divertido.

– Lo siento-dijo, aunque no sonaba particularmente como una disculpa. -Es que tú… ¡Dios mío!- Victoria se desplomó con otra ronda de risillas.

– Debe de estar en mi otro bolso -, dijo Robert. -Maldita sea.

Victoria se secó los ojos. -¿Dónde está tu otro bolso?

– Londres.

– Ya veo.

– Vamos a tener que salir de dentro de la hora.

La boca de ella se abrió sorprendida. -¿A Londres? ¿Ahora mismo?

– Yo no veo ninguna otra opción.

– Pero ¿cómo vamos a llegar?

– MacDougal guardó mi coche en un establo a sólo un cuarto de milla de distancia antes de salir para Londres. El hacendado local siempre ha sido de lo más complaciente. Estoy seguro de que puede prestarnos un novio para conducirlo.

– ¡Me dejaste creer que estábamos varados aquí!-, Gritó ella.

– Nunca me preguntaste,- dijo, encogiéndose de hombros. -Ahora bien, te sugiero que te vistas. Por más agradable que sea tu vestimenta actual, hay una ligera brisa fría en el aire.

Ella sostuvo la sábana con fuerza contra su cuerpo. -Mi vestido está en la habitación de al lado.

– ¿Te vas a poner tímida ahora?

Ella torció la boca en un gesto ofendido. -Lo siento no puedo ser tan cosmopolita como lo eres tú, Robert. No tengo mucha experiencia en este tipo de cosas.

Él sonrió y dejó caer un afectuoso beso en la frente. -Lo siento, lo siento. Me resulta demasiado provocativo hacerte bromas. Te traeré el vestido de inmediato. Y -, añadió al tiempo que abría la puerta,- te daré un poco de privacidad para que te lo pongas.


* * *

Treinta minutos después, estaban en camino a Londres.

A Robert le costaba no estallar cantando a viva voz. Cuando fue a buscar el coche, había comenzado su propia versión desafinada del Aleluya de Handel. Probablemente hubiera seguido cantando si los caballos no hubieran relinchado en agonía. Robert desistió de cantar, pensando que era mejor no ofrecer similar tortura a los oídos de su prometida. ¡Su novia! Le gustaba como sonaba la palabra. Diablos, él adoraba simplemente pensarlo.

Sin embargo, su felicidad era tan grande que no podía guardarla completamente en su interior, y, por tanto, de vez en cuando él se olvidaba y, sin darse cuenta, se encontraba silbando.

– Yo no sabía que te gustara silbar-, dijo Victoria después de la quinta vez que él se contuvo.

– Ciertamente no puedo cantar-, respondió. -Así que silbo.

– No creo que te haya oído silbar desde…-Hizo una pausa y reflexionó. -No puedo recordar la última vez.

Él sonrió. -No he sido tan feliz en muchos años.

Una pausa y luego ella dijo: -Oh.- Parecía ridículamente contenta, y Robert se sintió ridículamente satisfecho de que ella se viera de esa manera. Silbó desentonado unos minutos más, y luego levantó la vista y dijo: -¿Te das cuenta lo maravilloso que es sentirse espontáneo de nuevo?

– ¿Perdón? ¿Qué dices?

– Cuando te conocí, solíamos correr a través del bosque a medianoche. Éramos salvajes y sin preocupaciones.

– Era hermoso-, dijo Victoria en voz baja.

– Pero ahora… Bueno, ya sabes cómo es de ordenada mi vida. Yo soy, como te gusta decir, el hombre más organizado en Gran Bretaña. Yo siempre tengo un plan, y siempre lo sigo. Se siente muy agradable hacer algo espontáneo otra vez.

– Me secuestraste-, señaló Victoria a cabo. -Eso fue espontáneo.

– En absoluto-respondió, espantándola con su comentario. -Lo proyecté de forma muy cuidadosa, te lo aseguro.

– No con suficiente cuidado respecto a los alimentarnos-, respondió ella sólo un toque de ironía.

– Ah, sí, la comida -, reflexionó. -Un pequeño descuido.

– No me pareció pequeño en ese momento-murmuró.

– No pereciste de hambre, ¿verdad?

Ella le dio un manotazo en el hombro juguetonamente. -Y se te olvidó la licencia especial. Cuando uno considera el hecho de que todo el propósito del secuestro era que me casara conmigo, evidentemente, de hecho, constituye una gran brecha en tu plan.

– No me olvidé de planear obtener la licencia especial. Me olvidé de traerla. Sin duda la intención es lo que cuenta.

Victoria se asomó por la ventana. El atardecer flotaba en el aire, ya que durante varias horas. No llegaría a Londres esa noche, pero que tendrían más de la mitad del camino. -En realidad-dijo-, estoy bastante contenta que olvidarás la licencia.

– Quieres aplazar lo inevitable el mayor tiempo posible, según tengo entendido.-, Dijo. Era evidente que estaba tomando el pelo, pero Victoria sintió que su respuesta era importante para él.

– En absoluto-respondió ella-.Una vez que tomo una decisión, me gusta llevarla a cabo de inmediato. Es que es agradable ver que haces algo mal de vez en cuando.

– ¿Discúlpame?

Ella se encogió de hombros. -Eres casi perfecto, ya sabes.

– ¿Por qué no lo hace sonar como un cumplido? Y lo más importante, si soy tan condenadamente perfecto ¿por qué he tardado tanto tiempo en convencerte de que te cases conmigo?

– Es porque eres perfecto,- dijo con una sonrisa socarrona. -Puede volverte molesto. ¿Por qué debería hacer nada si tú vas a hacerlo mejor?

Él sonrió diabólicamente y tiró de ella contra él. -Puedo pensar en muchas cosas en las que mejorar.

– ¿Ah, sí?-Murmuró, tratando de no excitarse demasiado por la forma en la mano de él le acariciaba la cadera.

– Mmm. Besas mejor. -Para probar su punto, dejó que sus labios rozar los de ella.

– Tú me has enseñado.

– Te ves mucho mejor sin nada de ropa.

Ella se sonrojó, pero ella se estaba sintiendo lo suficientemente cómoda con él que se atrevió a decir: -Eso es una cuestión de opinión.

Él se alejó con un suspiro alto y claro. -Muy bien. Coses mejor.

Ella parpadeó. -Tienes razón.

– Y seguramente sabes más sobre niños-, agregó. -Cuando seamos padres deberé guiarme constantemente por tu buen juicio. Soy muy capaz de organizarles una conferencia sobre las tres leyes de Newton antes de que puedan salir de la cuna. Totalmente inapropiado. Tú me tienes que enseñar todas las canciones de cuna.

El corazón de Victoria se elevó con sus palabras. Su breve vida como costurera le había mostrado la alegría de ser capaz de tomar decisiones importantes por sí misma. Más que nada tenía miedo de que el matrimonio significara que iba a perder todo eso. Pero ahora

Robert le decía que él valoraba su juicio.

– Y tienes un corazón mas grande -, dijo, tocándole la mejilla. -A menudo me dejo llevar por mis necesidades. Tú antepones las necesidades de los demás primero. Es un raro y hermoso regalo.

– Oh, Robert.- Ella se inclinó hacia él, ansiosa por la calidez de sus brazos. Pero antes de que llegara, el carro golpeó un profundo surco en el camino, y ella se deslizó a un costado. -¡Oh!- exclamó en voz alta con sorpresa.

– ¡Aargh!- Robert protestó con dolor.

– ¡Oh querido, oh querido!-, dijo Victoria, sus palabras impacientes. -¿qué está mal?

– Tu codo-, él jadeó.

– ¿Qué? Oh, lo siento -El transporte se sacudió de nuevo, y el codo volvió a impactar su zona central. O por lo menos ella pensaba que era su parte central.

– Por favor… muévelo… ¡AHORA!

Victoria se alejó y se las arregló para desenredar sus brazos de los suyos. -Lo siento mucho-, repitió. Entonces ella lo miró más de cerca. Estaba doblado en dos, e incluso en la tenue luz se daba cuenta de que su piel aparecía intensamente verde. -Robert-, preguntó con voz vacilante, -¿vas a estar bien?

– No por varios minutos.

Ella lo miró por unos segundos y luego se aventuró, -¿Te he golpeado en el estómago? Te aseguro que fue un accidente.

Él se quedó encorvado mientras decía, -Es una especie de dolor masculino, Victoria.

– Ohhhh-, susurró. -No tenía ni idea.

– No esperaba que lo supieras,- murmuró.

Otro minuto pasó, y luego Victoria, de repente, tuvo un pensamiento horrible. -Esto no es permanente, ¿Verdad?

Él negó con la cabeza. -No me hagas reír. Por favor.

– Lo siento.

– Deja de decir que lo sientes.

– Pero lo estoy.

– Frío, hambre, y después de una lesión mortal,- dijo Robert en voz baja. -¿Habrá existido, alguna vez, algún hombre tan acosado como yo?

Victoria no veía ninguna razón para responder. Ella mantuvo la mirada escrupulosamente en la ventana, observando como Kent Pasaba. No salió un sonido de Robert por lo menos en diez minutos, y luego, justo cuando estaba segura de que él se había quedado dormido, ella sintió un golpecito en el hombro. -Sí-dijo ella, al darse vuelta.

Estaba sonriendo. -Me siento mejor ahora.

– Oh. Bueno, estoy tan feliz por ti-respondió ella, sin saber, realmente, que tipo de comentario era adecuado para ese tipo de situaciones.

Robert se acercó más, una mirada hambrienta. -No, quise decir que me siento mucho mejor.

Victoria deseaba que dejara de hablar tan enigmáticamente. -Bueno, entonces-dijo-, estoy muy feliz por ti.

– No estoy seguro de que entiendas.- Murmuró.

Victoria quería decir que evidentemente él estaba seguro de que ella no entendía, pero antes de que pudiera emitir una palabra, Robert dio un tirón a sus piernas y ella cayó de espaldas en el asiento. Ella jadeó su nombre, pero él la hizo callar con un beso.

– Estoy mucho mejor-, dijo contra su boca. -Mucho-un beso-pero mucho-otro beso-mejor.- Levantó la cabeza y le regaló una lenta e indolente sonrisa. -¿Te apetece una demostración?

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