Victoria no tenía idea de cómo iba a terminar aquella noche. Pasar varias horas en compañía de Robert era bastante malo, pero ahora también tendrían que hacer frente al Señor Eversleigh, que seguramente pensaba que ella era una mujer caída.
Ella consideró brevemente inventarse una descomposición de estómago también. Podría decir que se habían encontrado con la señorita Hypatia Vinton el día anterior, no era imposible para ella haber contraído la misma enfermedad. Seguramente Lady Hollingwood no obligaría a asistir a una cena mientras esté enferma. Pero entonces otra vez Lady H. asumiría que Victoria tendría náuseas sólo para molestarla. Sería, seguramente, un motivo de despido. Con Señora Hollingwood, cualquier cosa era motivo de despido.
Con un suspiro de Victoria observó el vestido en la cama. No era tan feo como ella había temido, pero era demasiado grande y colgaba sobre su cuerpo como un saco. Además, era amarillo, un color que no le quedaba bien. Dejando su femenina la vanidad de lado, decidió no hacerse mala sangre, después de todo, lo mejor era no llamar la atención.
Victoria estaba más que feliz con su rol de florero en esta velada especial. Ese comportamiento manso probablemente impresionaría favorablemente en su jefe, una bendición añadida.
Victoria miró el reloj en su cuarto. Eran las ocho menos cuarto, debía empezar a prepararse para arribar a las ocho y veinticinco, Ni un segundo más o un segundo menos, pensó con una mueca. A Victoria no le cabía duda alguna que su trabajo dependía de ello.
Se arregló el pelo lo mejor que pudo. No estaría tan elegante como las otras damas, no tenía criada a su disposición que le arreglara los rizos tan a la moda. Un moño sencillo y elegante fue lo mejor podía hacer.
Una mirada al reloj le dijo que ya era hora de bajar, y ella salió de su habitación, cerrando la puerta tras de si. Cuando llegó a la sala, los invitados de los Hollingwoods, estaban todos presentes, bebiendo sus bebidas y charlando amigablemente. Señor Eversleigh estaba en un rincón, de espaldas, gracias al cielo, coqueteando con una rubia mujer joven. Victoria dejó escapar un suspiro de alivio, ella se sentía mortificada aún por el incidente.
Robert estaba apoyado contra una pared, con una expresión premonitoria suficiente para asustar inclusive al más tonto de la alta sociedad. Sus ojos estaban fijos en la puerta cuando ella entró. La había estado esperando, obviamente, se la quedó mirando.
Victoria echó un vistazo a su alrededor. Nadie parecía dispuesto a acercarse a él. Evidentemente esta noche los representantes de la alta sociedad estaban menos tontos que de costumbre.
Robert dio un paso hacia Victoria, pero Lady Hollingwood la interceptó primero. -Gracias por ser puntual-le dijo. -El señor Percival Hornsby la escoltará a cenar. Se lo voy a presentar ahora.
Victoria siguió a su empleadora, apenas podía creer que la mujer había efectivamente pronunció las palabras “gracias” y “usted” en la misma frase.
Entonces, justo cuando ella y Hollingwood Señora había cruzado casi la habitación, oyó la voz de Robert. -¿Señorita Lyndon? ¿Victoria?
Victoria se dio la vuelta, el temor llenando su estómago.
– ¡Realmente, eres tú!- La cara de Robert era la imagen de incredulidad mientras cerraba la distancia entre ellos con pasos rápidos
Victoria entornó los ojos. ¿Qué demonios estaba haciendo?
– ¡Lord Macclesfield!-Dijo Lady Hollingwood, sin aliento. -No me diga que usted conoce a la Señorita Lyndon.
– La señorita Lyndon y yo nos hemos conocido muy bien.
Victoria se preguntó si alguien más podía oír el doble sentido en su voz. Se moría de ganas de dejar que su genio se soltara y decirle exactamente lo que pensaba de sus juegos.
Lady Hollingwood se volvió hacia Victoria con expresión acusadora. -Señorita Lyndon, usted no me dijo que conocía a Lord Macclesfield.
– Yo no sabía que él era un invitado, mi lady.- Si él podía mentir, desgraciado, ella podía hacer lo mismo.
– Hemos crecido juntos-, añadió Robert. -En Kent.
Bueno, Victoria tuvo que reconocer, que no era del todo falso. Aunque se había trasladado a Kent a la edad de diecisiete años, ella había, sin duda alguna, crecido mucho después de conocerlo a él… El engaño y la traición eran una manera de hacer crecer a una persona.
– ¿Así es?-Preguntó lady Hollingwood, mirando muy interesada y un poco desconcertada que su institutriz. Hubiera podido moverse una vez en los mismos círculos como un conde.
– Sí, nuestras familias son grandes amigos.
Victoria tosió tan fuerte que tuvo que excusarse para conseguir algo para beber.
– Oh, no, permítame-, dijo Robert grandilocuente. -No puedo pensar en nada mejor que prefiera hacer.
– Puedo pensar en muchas cosas que preferiría hacer-, murmuró Victoria en voz baja. Pisarle el pie sería bueno, al igual que tirar una copa de vino sobre su cabeza. Ella ya lo había hecho con una palangana de agua, y han demostrado ser más que agradable. El vino tenía la ventaja, además, de ser rojo.
Mientras Robert estaba trayendo un vaso de limonada para Victoria, Lady Hollingwood se volvió hacia ella. -¿Usted conoce a Macclesfield?- siseó. -¿Por qué no me lo dijo?
– Como dije antes, yo no sabía que él era un invitado.
– Sea él o no un invitado es irrelevante. Cuando la contratamos, usted debió informarme que lo conocía… Oh, hola, Lord Macclesfield.
Robert asintió con la cabeza mientras sostenía dos vasos. -Lady Hollingwood, me tomé la libertad de traer limonada para los dos.
Lady Hollingwood agradeció sonriendo tontamente. Victoria no dijo nada, consciente de que si abría la boca, diría algo inadecuado para gente tan fina. En ese momento, lord Hollingwood vino, preguntando a su esposa si era el momento de pasar al comedor.
– Ah, sí- Lady Hollingwood dijo. -Presentaré a la señorita Lyndon al Sr. Hornsby…
– Tal vez yo podría escoltar a Señorita Lyndon a cenar-, dijo Robert.
La boca de Victoria se abrió. Seguramente él se había dado cuenta del insulto terrible que era para lady Hollingwood. Como el caballero de más alto rango, era su deber escoltar a la anfitriona.
Victoria cerró la boca en el momento que lady Hollingwood abrió la suya con consternación. -Pero… pero…
Robert le ofreció una cálida sonrisa. -Ha pasado tanto tiempo, la Señorita Lyndon y yo tenemos mucho que conversar para ponernos al día. Quisiera saber como se encuentra su hermana.-Se volvió hacia Victoria con una expresión consternada. -¿Y cómo está la querida Leonor?
– Ellie está muy bien,- gruño Victoria.
– ¿Sigue tan impertinente como siempre?
– No tan impertinente como usted-, replicó Victoria. Luego se mordió la lengua.
– Señorita Lyndon-exclamó lady Hollingwood. -¿Cómo te atreves a hablar a lord Macclesfield en ese tono. Recuerde su lugar.
Pero Robert era todo sonrisas. – La Señorita Lyndon y yo siempre nos hemos hablado con franqueza el uno al otro. Es una de las razones por las que siempre disfruté de su compañía.
Victoria seguía reprochándose a sí misma por dejar que la aguijoneara con su réplica anterior, por lo que se mordió la lengua, a pesar de que ella realmente quería declarar que ella no disfrutaba de su compañía en lo más mínimo.
Es evidente Lady Hollingwood parecía un poco perdida sin saber como manejar esta situación tan irregular. Ella ciertamente no parecía ni remotamente satisfecha ante la idea de que su institutriz fuera reclamada por el huésped de mayor rango como compañera de mesa.
Victoria, que se había dado cuenta rápidamente que este pequeño desliz podría derivar en una ofensa incalculable, intercedió. -Estoy segura de que no es necesario que el conde y yo nos sentemos juntos.
– Oh, pero es necesario-, Robert interrumpió ofreciendo a las damas una sonrisa devastadoramente afable. -Ha sido más de una década…
– Pero Lady Hollingwood ya ha arreglado las ubicaciones…
– No somos un grupo tan inflexible. El Sr. Hornsby estará encantado de ocupar mi lugar cerca de la cabecera de la mesa, estoy seguro.
Lady Hollingwood se puso verde. El Sr. Hornsby no era y nunca sería una persona de importancia. Pero antes de que pudiera objetar Robert había llamado el caballero en cuestión.
– ¿Percy-, dijo en su tono más amable-, le importaría acompañar a Lady Hollingwood a la mesar? Le estaré muy agradecido si usted pudiera tomar mi lugar allí.
Percy parpadeó. -pe-pero yo son s-simplemente un…
Robert le dio un fuerte golpe en la espalda interrumpiendo su tartamudeo.-Pasará una velada sensacional Lady Hollingwood con este conversador increíble.
Percy se encogió de hombros y le ofreció a Lady Hollingwood su brazo. Ella lo aceptó, de hecho, no había otra cosa que pudiera hacer sin insultar a un conde, pero sin antes lanzarle una mirada furiosa por encima del hombro a Victoria.
Victoria cerró los ojos en agonía. No había manera que Lady Hollingwood pudiera creer que este desastre no había sido obra suya. No importaba que Robert hubiera hecho toda la conversación, que él fuera el que había estado tan insistente. Lady H encontraría una manera de endilgárselo a la institutriz.
Robert se inclinó y sonrió. -¿No fue tan difícil, no?
Ella le fulminó con la mirada. -Si yo tuviera un tridente, te juro por Dios que te atravesaría
Él sólo se rió entre dientes. -¿Un tridente? Debe ser tu crianza campestre. La mayoría de las mujeres que conozco hubieran optado por una daga. O tal vez un abrecartas.
– Ella va a pedir mi cabeza-, susurró Victoria, viendo como las otras parejas paseaban en el comedor de acuerdo a su rango. Dado que Robert había intercambiado lugares con el Sr. Hornsby, él sería el último en entrar en el comedor y se sentaría en el extremo inferior de la mesa.
– El cambio en la disposición de los asientos no es el fin del mundo-, dijo Robert.
– Para lady Hollingwood lo es-, replicó Victoria. -Yo te conozco por el cretino que eres, pero lo único que ella ve es a un noble conde.
– Eso la hace muy útil en algunas ocasiones.- Murmuró.
Eso le valió otra mirada furiosa. -Ella ha estado haciendo alarde de tu presencia en la fiesta durante los últimos dos días-, agregó Victoria. -No estará feliz que te sientes al lado de la institutriz.
Robert se encogió de hombros. -Me senté con ella la noche anterior. ¿Qué más quieres?
– ¡Yo ni siquiera quería sentarme contigo en primer lugar! Hubiera sido completamente feliz con el Sr. Hornsby. Hubiera sido aún más feliz con una bandeja en mi cuarto. Encuentro despreciable la compañía de ustedes los nobles.
– Sí, ya has dicho lo mismo antes.
– Voy a tener suerte si sólo me despide. Estoy segura de que, mientras hablamos, ella está fantaseando acerca de alguna otra forma muy dolorosa de tortura.
– Ánimo, Torie. Es nuestro turno. -Robert la tomó del brazo y la condujo al comedor, donde ocuparon sus lugares. Los otros invitados parecieron sorprendidos al ver a Robert en la final de la mesa. Él sonrió suavemente y le dijo: -Lady Hollingwood me concedió este capricho. La Señorita Lyndon es una vieja amiga de la infancia, y yo quería charlae con ella.
Los otros invitados asintieron enfáticamente, aliviados al contar con una explicación de esta flagrante violación de la etiqueta.
– Señorita Lyndon-, Alzó la voz un hombre corpulento de mediana edad. -No creo que hemos sido presentados.¿Quiénes son sus padres?
– Mi padre es el vicario en Bellfield, en Kent.
– Muy cerca de Castleford-, añadió Robert. -De chicos jugábamos juntos.
Victoria apenas contuvo un bufido. De niños, ja. De hecho, habían hecho cosas que ningún niño debería hacer.
Mientras estaba sentada allí echando humo, Robert le presentó a la gente que estaba sentada en su extremo de la mesa. El hombre que estaba a la derecha de Victoria era el capitán Charles Pays, de la marina de Su Majestad. Victoria pensó que era bastante guapo aunque no como Robert. El hombre corpulento era el Sr. Thomas Whistledown, y la dama a su derecha era la señorita Lucinda Mayford, quien, el Capitán Pays rápidamente informó a Victoria, era una gran heredera que buscaba enganchar un título. Y, por último, al otro lado de Robert estaba la viuda de William Happerton, que no había perdido el tiempo pidiéndole a Robert que la llamara Celia.
Victoria pensaba que la Sra. Happerton estaba mirando a Robert con demasiada atención, motivo suficiente para ella le prestara atención al capitán Pays. Pero no era por celos, no, se justificó. No obstante era razón suficiente para darle la espalda a Robert, lo cual resultaba atrayente de por si.
– Dígame, capitán Pays -, ella hablaba con una sonrisa-, ¿ha estado en la marina hace mucho tiempo?
– Cuatro años, señorita Lyndon. Es una vida peligrosa, pero lo disfruto.
– Si le gusta tanto-, cortó Robert, -¿por qué diablos no está en el continente haciendo su trabajo?
Encrespada, Victoria se dirigió a Robert y le dijo: -El capitán Pay está en la marina, lo que implica que sirve en un barco. Sería bastante difícil manejar un barco en el continente, mi lord. Los barcos tienden a necesitar agua. -Y entonces, mientras todo el mundo la miraba boquiabierto, ella añadió,- Además, yo no era consciente de que se lo haya incluido en nuestra conversación.
La señorita Mayford se ahogó con la sopa y el Sr. Whistledown tuvo que palmearle la espalda. Parecía como si él gozara de esa tarea.
Victoria se volvió hacia el capitán Pay. -Decía usted…
Él parpadeó, claramente incómodo con la ceñuda manera en que Robert lo miraba por sobre la cabeza de Victoria. -¿Yo decía?
– Sí-dijo ella, tratando de sonar como una dama dulce y amable. Pronto descubrió, sin embargo, que era difícil hacer un sonido dulce y suave con los dientes apretados. -Me encantaría saber más sobre lo que hace.
Robert estaba teniendo problemas similares con su temperamento. Él no encontraba divertidos los coqueteos de Victoria con el guapo capitán. No importaba que él supiera que ella lo estaba haciendo para irritarlo a él, y su plan de trabajo era un completo éxito. Le estaba dejando un desagradable sabor, y lo que realmente quería hacer era tirarle el plato de guisantes en la cabeza del capita pays.
Probablemente lo habría hecho, si ellos no estuvieran aún con la sopa. En su lugar, apuñalaba la sopa con la cuchara, que no ofrecía mucha resistencia y por lo tanto no hacía nada para reducir su tensión.
Miró a Victoria de nuevo. Su espalda se volvió resueltamente a él. Se aclaró la garganta.
Ella no se movió.
Carraspeó nuevamente.
Todo lo que ella hizo fue inclinarse aún más hacia el insoportable capitán.
Robert miró hacia abajo y vio ponerse cada vez más blancos los nudillos de la mano que sostenía la cuchara. No quería a Victoria, pero tampoco quería que nadie más tuviera.
Bueno, eso no era del todo cierto. La quería que ella. La deseaba. Él no quería desearla. Se obligó a recordar cada momento humillante y patético de su traición. Fue la peor clase de aventurera.
Y todavía la deseaba.
Él se quejó.
– ¿Algo está mal?-Preguntó la viuda alegre a su lado.
Robert volvió la cabeza hacia la señora Happerton. Ella había estado haciéndole ojitos toda la noche, y él estaba tentado a aceptar su propuesta silenciosa. Ella era sin duda lo suficientemente atractiva, aunque probablemente sería más atractiva si su pelo fuera más oscuro. Negro, para ser más preciso. Al igual que Victoria.
No fue hasta que miró hacia abajo cuando se dio cuenta que había roto la servilleta en dos.
– ¿Mi lord?
Ël levantó su mirada. – Señora Happerton, debo pedir disculpas. No he sido adecuadamente sociable.-Sonrió diabólicamente. -Usted debería amonestarme.
Oyó algo que Victoria murmuraba en voz baja. Lanzó una mirada en su dirección. Su atención no estaba tan solo sobre el capitán Pay como ella le gustaba hacerle creer.
Un lacayo apareció a la derecha de Robert, sosteniendo un plato de… ¿podría ser?…Guisantes.
Victoria se sirvió una cucharada y exclamó: -Adoro a los guisantes.-Se volvió hacia Robert. -Si no recuerdo mal, Tu los detestabas. Lástima que no se sirvan sopa de guisantes.
Señorita Mayford volvió a toser, y luego se sacudió a su izquierda para evitar el golpe del Sr. Whistledown en su espalda.
– En realidad-, dijo Robert, sonriendo, -he desarrollado una afición repentina por los guisantes. Por sólo esta noche, eso es un hecho.
Victoria carraspeó y volvió su atención al Capitan Pays. Robert se deslizó algunos guisantes en el tenedor, se aseguró de que ninguno estaba mirando, apuntó y disparó. Y erró. Los guisantes salieron volando en todas direcciones, pero ninguno de ellos consiguió pegarle ni Victoria ni a Pays.
Robert soltó un gruñido de decepción. Ésa era la clase de la tarde que estaba teniendo. Y que había comenzado tan bien. Torturar a Victoria y a Lady H. en el salón había sido muy divertido.
La comida transcurría. Nadie se divertía, con la posible excepción del Sr. Whistledown, que parecía ajeno a las púas lanzadas hacia atrás y adelante. De hecho, una vez que la comida fue servida, permaneció ajeno a todo.
Para el momento en que el postre fue servido, cinco de los seis invitados sentados al final de la mesa parecían exhaustos. El sexto, el Sr. Whistledown, sólo parecía lleno.
Victoria nunca había estado tan agradecida como cuando Lady Hollingwood sugirió que las señoras se retiran de la sala. Ella no tenía ningún deseo de prolongar su contacto con su jefa, que era seguramente ya decidía la mejor forma de despedirla. Pero incluso Lady H. era preferible a Robert, cuya última contribución a la conversación general fue: -Es realmente difícil encontrar una buena ayuda. Gobernantas especialmente.
En el salón las señoras murmuraban sobre esto y aquello. Victoria, como una institutriz, no había tenido acceso a “esto” o “aquello”, por lo que permaneció en silencio. Las más frecuentes miradas enviadas por Lady Hollingwood la convenció para que se callara.
Después de aproximadamente media hora, los señores volvieron al salón para más conversación. Victoria se dio cuenta que Robert no estaba presente y suspiró con alivio. Ella simplemente no tenía ganas de argumentar con él por más tiempo. Tan pronto como ella, cortésmente, pudiera excusarse y retirarse a su habitación, lo haría.
Una oportunidad se le presentó a los pocos minutos. Todos, excepto Victoria se habían sentado en pequeños grupos de conversación. Ella enfiló hacia la puerta, pero cuando tenía apenas tres pasos de distancia, una voz masculina la detuvo.
– Sería para mí un placer poder conocerla más, señorita Lyndon.
Victoria se dio vuelta, su cara completamente roja. -Señor Eversleigh.
– Yo no sabía que usted nos estaría adornando con su presencia esta noche.
– Yo fui un reemplazo de último minuto.
– Ah, sí, el estómago pútrido de la señorita Vinton.
Victoria forzó una sonrisa y dijo: -Si me disculpa, debo volver a mi cuarto.- Con un breve movimiento de cabeza ella se despidió y salió de la sala.
Desde el otro lado de la habitación, Robert entornó los ojos mientras miraba al Señor Eversleigh hacer una reverencia vagamente burlona. Robert había tardado en regresar a la sala de dibujo, pues había tenido que ir al baño de su habitación. Al llegar había encontrado a Eversleigh arrinconando a Victoria.
Y la manera que él la miraba le hizo hervir la sangre de Robert. El capitán Pays, con su buena apariencia era relativamente inocuo. Eversleigh carecía completamente de moral o escrúpulos.
Robert comenzó a cruzar la sala, con ganas de separar la cabeza Eversleigh de sus hombros, pero decidió cruzar una o dos palabras de advertencia. Pero antes tenía que llegar hasta él, lady Hollingwood se puso de pie y anunció el espectáculo de la noche.
Cantar y tocar en la sala de música o, si los caballeros lo preferían, jugar a las cartas.
Robert trató de ubicar a Eversleigh cuando la multitud se dispersó, pero Lady Hollingwood descendió sobre él con una expresión que sólo podría ser llamado con un propósito, y se encontró atrapado en una conversación durante la mayor parte de hora.