Tap, tap, tap, tap. Victoria se despertó, y se sentó en menos de un segundo.
– Victoria- llegó el susurro entre dientes desde su ventana.
– ¿Robert?- Ella se arrastró fuera de la cama y se asomó.
– Necesito hablar contigo. Es urgente.
Victoria miró a su alrededor, rápidamente determinado que el hogar estaba profundamente dormido, y le dijo: -Muy bien. Pasa.
Si Robert pensó que era extraño que ella lo invitara a su habitación, algo que nunca había hecho antes, él no lo mencionó. Subió por la ventana y se sentó en su cama. Curiosamente no hizo ningún intento por besarla o abrazarla, que era su manera habitual de saludarla cuando estaban solos.-Robert, ¿qué pasa?
Él no dijo nada al principio, se limitó a mirar por la ventana hacia la estrella polar.
Ella le puso la mano en la manga. -¿Robert?
– Debemos fugarse-, dijo sin rodeos.
– ¿Qué?
– He analizado la situación desde todas las direcciones. No hay otra solución.
Victoria le tocó el brazo.
Él siempre desmenuzaba la vida casi con frialdad científica, trataba cada decisión como un problema a resolver. El enamorarse de ella era, probablemente, la única cosa ilógica que había hecho en su vida, y eso la hacía enamorarse de él aún más. -¿Que sucede, Robert? -Preguntó en voz baja.
– Mi padre me ha cortado todos los fondos.
– ¿Estás seguro?
Robert miró a los ojos, miró a esas profundidades azules fabulosas, y después tomó una decisión que no estaba orgulloso. -Sí,- dijo, -estoy seguro-, dejando de mencionar que su padre sólo dijo: -Casi con toda seguridad.- Pero tenía que estar seguro. Él no creía que fuera posible, pero ¿y si Victoria estaba, en realidad, más deslumbrada por sus posesiones que por él mismo?
– Robert, eso es intolerable. ¿Cómo puede un padre hacer tal cosa?
– Victoria, debes prestarme atención.- Tomó las manos entre las suyas, agarrándolas con una intensidad feroz. -No me importa. Tú eres más importante para mí que el dinero. Tú eres todo.
– Pero tu derecho de nacimiento… ¿Cómo puedo pedirle que renuncies a eso?
– Es mi decisión, no la tuya y yo te elijo a ti.
Victoria sintió que las lágrimas le picaban en los ojos. Nunca se hubiera imaginado que le hiciera perder tanto a Robert. Y ella sabía lo importante que era para él, el respeto de su padre. Había trabajado toda su vida para impresionarlo, tratando arduamente y siempre le faltaba algo. -Tienes que prometerme una cosa.-Susurró.
– Cualquier cosa, Torie. Sabes que haría cualquier cosa por ti.
– Tú me tienes que prometer que vas a intentar hacer las paces con su padre después de que nos casemos. -Ella tragó saliva y casi sin poder creer que ella estaba poniendo una condición en la aceptación de su propuesta. -No me casaré contigo a menos que lo hagas. Yo no podría vivir conmigo misma sabiendo que soy la causa de la ruptura.
Una extraña expresión cruzó el rostro de Robert. -Torie, él es el más obstinado. Él…
– Yo no he dicho que tienes que hacerlo-, dijo ella rápidamente. -sino intentarlo.
Robert se llevó sus manos a los labios. -Muy bien, mi lady. Lo prometo.
Ella le ofreció una sonrisa que pretendía ser severa. -Yo no soy tu lady todavía.
Robert sólo sonrió y la besó de nuevo en la mano. -Me gustaría irme contigo esta noche si pudiera-, dijo, -pero voy a necesitar un poco de tiempo para reunir algunos fondos y suministros. No tengo la intención de arrastrarte a través del campo con nada más que la ropa que llevamos puesta.
Ella le tocó la mejilla. -Eres un planificador.
– No me gusta dejar nada al azar.
– Lo sé. Es una de las cosas que más me gustan de ti. -Ella sonrió tímidamente. -Yo siempre me olvido de las cosas. Cuando mi madre estaba viva siempre decía que no me olvidaba de mi cabeza por que está agarrada al cuello.
Eso le provocó una sonrisa. Robert dijo: -Me alegro de que tengas un cuello. Soy bastante aficionado a él.
– No seas tonto-, ella dijo. -Yo estaba simplemente tratando de decir que es bueno saber que voy mantener mi vida en orden.
Se inclinó hacia delante y dio el más apacible de los besos en los labios. -Es todo lo que quiero hacer es sólo hacerte feliz.
Victoria lo miró con los ojos húmedos y acomodó su rostro en el hueco de su hombro.
Robert dejó que el mentón descansara encima de la cabeza. -¿Puedes estar lista dentro de tres días?
Victoria asintió con la cabeza, y pasaron la siguiente hora de hacer planes.
Robert se estremeció contra el viento de la noche, mirando el reloj de bolsillo por vigésima vez. Victoria tenía cinco minutos de retraso. Nada alarmante, era terriblemente desorganizada y con frecuencia llegaba cinco o diez minutos tarde a la sus salidas.
Pero no se trataba de una salida normal.
Robert había planeado su fuga hasta el último detalle. Había tomado su carruaje de los establos de su padre. Hubiera preferido un vehículo más práctico para el largo viaje a Escocia, pero el carruaje le pertenecía a él, no a su padre, y Robert no quería sentirse en deuda con él.
Victoria debería reunirse con él en ese sitio, al final de la carretera que conduce a su casa. Habían decidido que ella tendría que escaparse por su cuenta. Sería demasiado ruidoso si Robert conducía el carruaje a su casa, y él no quería dejarlo solo. Sería cuestión de cinco minutos para que Victoria pudiera hacer su camino hacia él, y el área había sido siempre muy segura. Pero maldita sea, ¿dónde estaba?
Victoria observaba su habitación, controlando que no se olvidara nada. Llegaba tarde. Robert la esperaba hacía cinco minutos, pero en el último momento decidió que ella podría necesitar un traje más caliente, así que tuvo que rehacer su bolso. No todos los días una mujer joven salía de su casa en medio de la noche. Ella como mínimo, debía estar segura que empacaba correctamente sus pertenencias.
¡La miniatura! Victoria se golpeó en la frente al darse cuenta de que no podía salir sin la pequeña pintura de su madre. Había dos miniaturas de la señora Lyndon una para Victoria y otra para Ellie, el señor Lyndon se las había prometido para cuando ellas se casaran, así nunca se olvidaría de su madre. Eran cuadros pequeños; cabía en la palma de la mano de Victoria.
Aún agarrando su bolso, Victoria salió de puntillas de su habitación y entró en el hall. Se dirigió a la sala de estar, silenciosamente cruzando la alfombra sobre la cual descansaba una mesa, donde el pequeño retrato Reposaba. Ella lo tomó, lo metió en su bolso, y luego dio la vuelta para regresar a su habitación, donde había planeado salir por la ventana. Pero cuando se volvió, su bolsa chocó con una lámpara de bronce que se estrelló contra el suelo.
En cuestión de segundos el reverendo Lyndon llegó por la puerta. -¿Qué diablos está pasando aquí?- Sus ojos se posaron en Victoria, que se congeló de miedo medio de la sala de estar. -¿Por qué estás despierta, Victoria? ¿Y por qué estas vestida?
– Yo… Yo… -Victoria temblaba de miedo, no podía sacar ni una palabra de su boca.
El vicario espiado su bolso. -¿Qué es eso? -En dos pasos cruzó la habitación y se los arrebató de ella. Tiró la ropa, una Biblia… y entonces su mano se posó sobre la miniatura. -Estás huyendo-, susurró. Levantó la vista hacia ella, mirándola como si no pudiera creer que una de sus hijas, se atreviera a desobedecerle. -Estás huyendo con ese hombre.
– No, papá-gritó ella-. ¡No!
Pero nunca había sido una mentirosa muy buena.
– ¡Por Dios! -Gritó el señor Lyndon. -Vas a pensar dos veces antes de que me desobedezcas de nuevo.
– ¡Papá!-Victoria no pudo terminar la frase, la mano de su padre se había encontrado con la cara con tanta fuerza ciega que ella cayó al suelo. Cuando levantó la vista vio a Ellie, de pie, inmóvil en la puerta, su expresión petrificada. Victoria envió a su hermana una mirada suplicante.
Ellie se aclaró la garganta. -Papá,- dijo en un tono gentil. -¿Pasa algo malo?
– Tu hermana ha elegido desobedecerme-, gruñó. -Ahora ella va a aprender las consecuencias.
Ellie se aclaró la garganta de nuevo, como si ese fuera el único modo de reunir el valor para hablar. -Papá, estoy segura que ha sido un grave malentendido. ¿Por qué no llevo a Victoria a su habitación?
– ¡Silencio!
Ninguna de las dos chicas hizo un sonido.
Después de una pausa interminable, el vicario agarró el brazo de Victoria y violentamente la hizo poner de pie. -Tú-, dijo acompañando con un feroz tirón, -no vas a ninguna parte esta noche. – La arrastró a su cuarto y la empujó sobre la cama. Ellie los siguió a pesar de su miedo, guareciéndose en la esquina del cuarto.
El Sr. Lyndon golpeó en el hombro de Victoria con el dedo y gruñó: -No te muevas.- Él dio unos pasos hacia la puerta, y fue el instante necesario que aprovechó Victoria para correr locamente hacia la ventana abierta. Pero el vicario fue más rápido, y su fuerza se vio impulsada por la rabia. Él le empujó nuevamente a la cama, dándole otra bofetada en la cara. -Eleanor- ladró. -Tráeme una sábana.
Ellie parpadeó. -¿Como?
– ¡Una sábana!- Rugió.
– Sí, papá-dijo, se apresuró a ir hasta el armario. En pocos segundos ella salió, llevando un lienzo blanco limpio. Se lo entregó a su padre, que entonces comenzó a metódicamente romperla en tiras largas. Luego ató a los tobillos de Victoria, luego le ató las manos delante de ella. -Ya está-dijo, observando su obra. -Ella no se va a ninguna parte esta noche.
Victoria lo miró desafiante. -Te odio-, dijo en voz baja. -Yo te odiaré siempre por hacer esto.
Su padre negó con la cabeza. -Me lo agradecerás algún día.
– No. No lo haré. -Victoria tragó, tratando de calmar el temblor de su voz. -Yo solía pensar que usted seguía en importancia a Dios, que era todo lo bueno, puro y bondadoso que una persona puede ser. Pero ahora… Ahora veo que no es más que un pequeño hombre con mente pequeña.
El Sr. Lyndon tembló con rabia, y alzó la mano para golpearla de nuevo. Pero en el último instante se detuvo y dejó caer su mano al costado.
Ellie que había estado escondida en la esquina, mordiéndose el labio inferior, entró tímidamente y le dijo: -Ella se puede resfriar, papá. Déjeme que la cubra. -Sacó las mantas de debajo del cuerpo tembloroso de Victoria, e inclinándose al oído, susurró- Lo siento mucho.
Victoria le ofreció a su hermana una mirada de agradecimiento, y luego se volvió hacia la pared. Ella no quería darle a su padre la satisfacción de verla llorar.
Ellie se sentó en el borde de la cama y miró a su padre con lo que ella esperaba que fuera una expresión amable. -Voy a sentarme con ella, si no le importa. No creo que deba estar sola en este momento.
Los ojos del señor Lyndon se entornaron con recelo. -¿Oh, eso te gustaría, no es cierto? – él dijo.-No voy a dejar que la desates y para que se escape con ese hijo de puta que miente.- Tiró del brazo de Ellie y forzó a pararse. -Como si se le ocurriera casarse con ella alguna vez-, agregó, disparando una mirada mordaz a su hija mayor.
Luego sacó a Ellie de la habitación y procedió a atarla, también.
– ¡Maldita sea,- Protestó, Robert. -¿Dónde diablos está?
Victoria llevaba más de una hora de retraso. Robert se la imaginaba violada, golpeada, asesinada, todas ellas eventos poco probables en un trayecto tan corto, pero su corazón todavía estaba helado de miedo.
Por fin se decidió tirar al viento cualquier precaución, y dejó su carruaje y pertenencias sin vigilancia mientras corría por el camino hacia la casa de ella. Las ventanas estaban oscuras, y se deslizó al lado de la pared exterior hasta su ventana. Estaba abierta, agitando suavemente sus cortinas en la brisa.
Una sensación enferma se formó en el estómago mientras se inclinaba hacia adelante. Allí, en la cama, estaba Victoria, de espaldas a él, pero no cabían dudas que era su glorioso pelo negro. Cómodamente agrupados bajo sus mantas, ella parecía estar dormida.
Robert cayó al suelo, aterrizando en un montón de silencio.
Dormida. Se había ido a la cama dejándolo esperando en la noche. Ni siquiera había enviado una nota.
Se sentía descompuesto del estómago al darse cuenta que su padre había tenido razón todo el tiempo. Victoria había decidido que él no valía la pena sin su dinero y titulo.
Pensó en la forma en que le había pedido hacer las paces con su padre, para que le restituyera su fortuna. Él pensó que ella se lo había pedido preocupada por su bienestar, pero ahora se daba cuenta de que nunca le había interesado otro bienestar que el suyo propio.
Él había dado su corazón, su alma. Y no fue suficiente.
Dieciocho horas después, Victoria estaba corriendo por el bosque. Su padre la había mantenido prisionera durante la noche, la mañana y hasta bien entrada la tarde. La había desatado con un sermón sobre como debía comportarse y rendir homenaje a su padre, pero transcurridos sólo veinte minutos ella trepó por la ventana y salió corriendo.
Robert debía estar frenético. O furioso. Ella no lo sabía, y estaba más que un poco aprensiva a descubrirlo.
Divisó Castleford Manor, y Victoria se obligó a reducir la velocidad. Ella nunca había estado en casa de Robert, que siempre había venido a llamar a su casa. Se dio cuenta ahora, después de la vehemente oposición del marqués a su compromiso, que Robert había tenido miedo de su padre trataría a Victoria con rudeza.
Con mano temblorosa llamó a la puerta.
Un criado de librea respondió, y Victoria le dio su nombre, diciéndole que ella deseaba que el conde de Macclesfield.
– No está aquí, señorita-fue la respuesta.
Victoria parpadeó. -¿Cómo?
– Se fue a Londres a principios de esta mañana.
– ¡Pero eso no es posible!
El criado le dirigió una mirada condescendiente. -El marqués me dijo que quería verla si usted aparecía.
¿El padre de Robert, que quería hablar con ella? Esto era aún más increíble que el hecho de que Robert se hubiera ido a Londres. Aturdida Victoria se dejó conducir a través de un gran hall hasta una pequeña sala de estar. Miró a su alrededor. Los muebles eran mucho más opulentos que cualquiera que ella y su familia hubieran tenido nunca, y sin embargo ella sabía instintivamente que esa no debía ser la mejor parte de la casa.
Unos minutos más tarde el marqués de Castleford apareció.
Era un hombre alto y se parecía mucho a Robert, a excepción de las pequeñas líneas blancas alrededor de la boca que aparecían con su ceño fruncido. Y sus ojos eran diferentes, más planos, de alguna manera.
– Usted debe ser la señorita Lyndon-, dijo.
– Sí-respondió ella, sosteniendo la mirada. Su mundo podía estar cayéndose a pedazos, pero ella no iba a dejar que este hombre lo viera. -Estoy aquí para ver a Robert.
– Mi hijo se ha ido a Londres.- El marqués se detuvo. -Para buscar una esposa.
Victoria se estremeció. Ella no pudo evitarlo. -¿Le dijo a usted esto?
El marqués no habló, prefiriendo tomar un momento para evaluar la situación. Su hijo había admitido que él había planeado fugarse con esta chica, pero que ella había demostrado ser falsa. La presencia de Victoria en Castleford, combinado con su actitud casi desesperada, parecía indicar lo contrario. Es evidente que Robert no había estado en posesión de todos los hechos cuando había preparado frenéticamente sus maletas y prometió nunca más volver al distrito. Pero el marqués sería un tonto si dejara a su hijo desperdiciar su vida con una don nadie.
Y así le dijo:-Sí. Ya es hora se case, ¿no le parece?
– No puedo creer que me esté diciendo eso.
– Mi querida señorita Lyndon. Usted no eran más que una desviación. Seguramente ya lo sabes.
Victoria no dijo nada, simplemente lo miró con horror.
– Yo no sé si mi hijo logró su diversión con usted o no. Francamente no me interesa.
– No puede hablarme de esa manera.
– Mi querida niña, puedo hablarle de cualquier manera que se me dé la real gana. Como iba diciendo, usted fue un desvío. No puedo tolerar esas acciones de mi hijo, por supuesto, es un problemilla desagradable desflorar a la hija del párroco local.
– ¡Él no hizo tal cosa!
El marqués la miró con una expresión condescendiente. -Sin embargo, es su problema mantener intacta su virtud, no de él. Y si fracasó en ese empeño, bueno, entonces eso es su problema. Mi hijo no le hizo ninguna promesa.
– Pero lo hizo-, dijo Victoria en voz baja.
Castleford enarcó una ceja. -¿Y usted le creyó?
Las piernas de Victoria inmediatamente se entumecieron, y tuvo que agarrase de la parte de atrás de una silla. -Oh, mi buen Señor,-susurró. Su padre había estado en lo cierto. Robert nunca había querido casarse con ella. De otra forma, hubiera esperado a ver por qué no había podido reunirse con él. Probablemente la habría seducido en alguna parte del camino hacia Gretna Green y, a continuación…
Victoria no quería ni pensar en el destino que casi cayó sobre ella. Recordó la forma en que Robert le había pedido “mostrar” cuánto lo amaba, cómo sinceramente que había intentado convencerla de que sus intimidades no eran pecaminosas.
Se estremeció, perdiendo su inocencia en el espacio de un segundo.
– Sugiero que deje el distrito, querida-dijo el marqués. -Le doy mi palabra de que no voy a hablar de su asunto, pero, no puedo prometer que mi hijo cierre su boca como lo hago yo.
Robert. Victoria tragó. La idea de volver a verlo era una agonía. Sin una palabra se volvió y salió de la habitación.
Más tarde esa noche, extendiendo un periódico abierto sobre la cama, buscó los anuncios de trabajo. Al día siguiente envió varias cartas, solicitando el puesto de institutriz.
Dos semanas después, ella se había ido.