Capítulo 14

Victoria nunca se había visto como una persona especialmente violenta. De hecho, ni siquiera tenía mucho genio, pero Robert, después de su casual declaración, había sobrepasado todo límite.

Su cuerpo reaccionó sin ninguna dirección de su cerebro, y ella se lanzó sobre él, con las manos engarfiadas peligrosamente cerca del su cuello. -¡Tú maldito demonio!- Gritó. -¡Tú espantosa, sangrienta, criatura del averno!

Si Robert quiso hacer algún comentario sobre que su lenguaje no era el propio de una dama, se lo guardó para sí mismo. O tal vez su reticencia tenía algo que ver con la forma en que los dedos de ella estaban presionando sobre su tráquea.

– ¿Cómo te atreves? -continuó Gritando. -¿Cómo te atreves? Todo ese tiempo que estabas fingiendo escucharme hablar de independencia.

– Victoria-, él jadeó, tratando de hacer soltar los dedos aferrados en su garganta.

– ¿Has estado tramando esto todo el tiempo?- Cuando él no contestó ella comenzó a temblar. -¿Lo hiciste?

Cuando Robert finalmente logró sacarla de encima de él, lo que requirió tanta fuerza que Victoria salió despedida hacia atrás. -¡Por el amor de Dios, la mujer! -él exclamó, todavía abriendo la boca para tomar aire-, ¿estas tratando de matarme?

Victoria lo miró desde su posición en el suelo. -Parece un plan de meritorio.

– Algún día vas a darme las gracias por esto -, dijo, a sabiendas de que tal declaración la haría enfurecer más.

Estaba en lo cierto. Vio cómo su rostro se ponía más colorado. -Nunca he estado tan furiosa en toda mi vida,- finalmente ella refunfuñó entre dientes.

Robert se frotó la garganta y dijo con gran sentimiento, -Te creo.

– Tú no tenías derecho a hacer esto. No puedo creer que me respetes tan poco. Tú…-se interrumpió y por su cabeza pasó un horrible pensamiento. -¡Oh, Dios mío! ¿Me has drogado?

– ¿De qué demonios estás hablando?

– Yo estaba muy cansada. Me quedé dormida con tanta rapidez…

– Eso no fue más que una afortunada coincidencia,- dijo haciendo una pequeña onda con la mano.-Una de la que estoy muy agradecido. Realmente no lo podría haber hecho contigo gritando todo el camino a través de las calles de Londres.

– No te creo.

– Victoria, no soy el villano que pareces pensar que soy. Además, ¿acaso estuve cerca de tu comida hoy? Ni siquiera te di una caja de pasteles.

Eso era cierto. El día anterior, Victoria le había dado una diatriba urticantes respecto al despilfarro de tanta comida para una sola persona, y había conseguido la promesa de Robert que él donaría todos los pasteles comprados a un orfanato. Y por más furiosa que estuviera con él, tuvo que admitir que él no era el tipo de utilizar veneno.

– Si hace alguna diferencia.- él añadió, -Yo no tenía planes para secuestrarte hasta ayer. Yo tenía la esperanza de que recuperaras el sentido pero esta medida drástica fue necesaria.

– ¿Es tan difícil para ti creer que yo considero una vida sin ti en ella?

– Cuando este tipo de vida implica vivir en el peor tugurio de los barrios bajos, sí.

– No es el “peor” tugurio de los barrios bajos-, dijo malhumorada.

– ¡Victoria, un hombre fue asesinado a puñaladas en frente de tu edificio hace dos noches!-, Gritó desesperado.

Ella parpadeó. -¿En serio?

– Sí, en serio, -él siseó. -Y si crees que voy a quedarme sin hacer nada hasta que lo inevitable te suceda y te conviertas en la próxima víctima…

– Perdóname si te digo, pero parece que soy una víctima. De secuestro por lo menos.

Él la miró con una expresión irritada. -¿Por lo menos?

– Violación-, replicó ella.

Se echó hacia atrás con aire de suficiencia. -No sería una violación.

– Yo nunca podría quererte de nuevo después de lo que me has hecho.

– Siempre me has querido. Puede que no desees quererme pero me quieres, lo haces.

El silencio reinó por un momento. Por último, con los ojos se estrecharon como rendijas y Victoria dijo: -Tú no eres mejor que Eversleigh.

La mano de Robert se cerró en el hombro de ella con una fuerza impresionante. -Nunca se te ocurra compararlo conmigo.

– ¿Y por qué no? Creo que la comparación es válida. Ambos abusaron de mí usando la fuerza…

– No he utilizado la fuerza.-, Dijo con los dientes apretados.

– No he visto abrir la puerta de este carro y darme la opción de salir.- Ella se cruzó de brazos en un intento de aparecer resuelta, pero era difícil mantener la dignidad, mientras estaba en el suelo.

– Victoria-, Robert dijo en un tono espantosamente paciente de voz, -estamos en medio de la Ruta a Canterbury. Está oscuro, y no hay nadie alrededor. Te puedo asegurar que no deseas salir del carro en este momento.

– ¡Maldito seas! ¿Tiene alguna idea de lo mucho que odio cuando te atreves a decirme lo que quiero?

Robert se agarró al borde del banco con tanta fuerza que sus dedos temblaron. -¿Quieres que detenga el coche?

– No lo harías aunque te lo pidiera.

Con un movimiento que hablaba de violencia apenas contenida, Robert dio un puñetazo contra la pared frontal en tres ocasiones. En cuestión de segundos el carro se detuvo. -¡Ahí tienes!-, Dijo.-Sal.

La boca de Victoria se abrió y cerró como un pez moribundo.

– ¿Quieres que te ayude a bajar?-, Robert abrió la puerta de una patada y saltó fuera. Luego le tendió la mano a ella. -Vivo para servirte.

– Robert, yo no pienso…

– No has estado pensando en toda la semana-, espetó.

Si ella hubiera podido llegar, lo habría abofeteado.

El rostro de MacDougal apareció al lado del de Robert. -¿Pasa algo malo, mi lord? ¿Señorita?

– La señorita Lyndon ha expresado su deseode alejarse de nosotros-, dijo Robert.

– ¿Aquí?

– Aquí no, idiota, -Victoria siseó. Y luego, porque MacDougal parecía tan ofendido, se vio obligada a decir: -Me refiero a Robert, no a usted.

– ¿Bajas o no?-Preguntó Robert.

– Sabes que no. Lo que me gustaría es regresar a mi casa en Londres, no que me abandones aquí…-Victoria se volvió hacia MacDougal. – ¿Dónde diablos estamos, de todos modos?

– Cerca de Faversham, yo creo.

– Bien-dijo Robert. -Vamos a pasar allí la noche. Hemos hecho un excelente tiempo, pero no tiene sentido agotarnos corriendo hasta Ramsgate.

– Bien-. MacDougal hizo una pausa y luego dijo a Victoria, -¿No estaría más cómoda en el banco, señorita Lyndon?

Victoria sonrió con acritud. -Oh, no, estoy muy a gusto aquí en el piso, Sr. MacDougal. Prefiero sentir íntimamente cada hoyo y cada bache del camino.

– Lo que ella prefiere es ser un mártir-, murmuró en voz baja Robert.

– ¡Escuché eso!

Robert no le hizo caso y le dio algunas instrucciones a MacDougal, quien desapareció de la vista. Luego volvió a subir al coche, cerró la puerta, e ignoró a Victoria, que todavía humeaba en el suelo.

Finalmente ella preguntó: -¿Qué hay en Ramsgate?

– Soy dueño de una casa de campo en la orilla del mar. He pensado que podríamos disfrutar de un poco de privacidad allí.

Ella soltó un bufido. -¿Privacidad? He allí una idea aterradora.

– Victoria, estás comenzando a poner a prueba mi paciencia.

– Usted no es el que ha sido secuestrado, mi lord.

Él arqueó una ceja. -¿Sabes, Victoria? Estoy empezando a pensar que te estás divirtiendo.

– Evidentemente sufres de demasiada imaginación-, replicó ella.

– No estoy bromeando-, dijo él, pensativo acariciándose la barbilla. -Creo que debe haber algo atractivo en ser capaz de dar rienda suelta a toda esa sensiblería ofendida.

– Tengo todo el derecho de estar enojada-gruñó ella.

– Estoy seguro de que lo crees.

Ella se inclinó hacia delante en lo que esperaba que fuera una manera amenazante.-Realmente creo que si yo tuviera un arma en este momento te dispararía…

– Y yo que pensabas que te gustaba usar los tridentes…

– Me gustaría utilizar cualquier cosa que te hiciera daño corporal.

– No lo dudo -, dijo Robert, riéndose entre dientes.

– ¿No te importa que te odie yo?

Dejó escapar un largo suspiro. -Quiero dejar una cosa clara. Tu seguridad y bienestar son mis más altas prioridades. Si el dejar ese barrial, al que insistes en llamar casa, significa que tengo que vivir con tu odio durante unos días, pues que así sea.

– No va a ser sólo unos pocos días.

Robert no dijo nada.

Victoria se volvió a sentar en el piso del carro, tratando de ordenar sus pensamientos. Las lágrimas de frustración le pinchaban en los ojos, y ella comenzó hacer respiraciones frecuentes y poco profundas, cualquier cosa para evitar derramar las lágrimas de mortificación que pudieran rodar por sus mejillas.

– Tú hiciste la única cosa…-comenzó a decir, sus palabras teñidas con la risa nerviosa de quien sabe que ha sido golpeado. -la única cosa…

Él volvió la cabeza para mirarla. -¿Te gustaría levantarte?

Ella negó con la cabeza. -Todo lo que quería era un poco de control sobre mi propia vida. ¿Era eso mucho pedir?

– Victoria.

– Y luego hizo la única cosa que podría quitarme eso de mí-le interrumpió ella, su voz cada vez más fuerte. -¡La única cosa!

– Actué en el mejor de tu int…

– ¿Tienes alguna idea de lo que se siente que alguien te quite la posibilidad de decidir por ti?

– Yo sé lo que se siente ser manipulado-, dijo en voz muy baja.

– No es lo mismo,- dijo ella, volviendo la cabeza para no viera llorar.

Hubo un momento de silencio cuando Robert trató de componer sus palabras.

– Hace siete años tuve mi vida planeada hasta el mínimo detalle. Yo era joven, y estaba enamorado, loca y perdidamente enamorado. Todo lo que quería era casarme contigo y pasar el resto de mi vida tratando de hacerle feliz. Tendríamos hijos -, dijo con nostalgia.-Siempre me imaginaba que se parecían a ti.

– ¿Por qué me dices eso?

Él la miró perforándola con la mirada, aunque ella se negó a devolvérsela.

– Porque yo sé lo que se siente que te arranquen los sueños. Éramos jóvenes y estúpidos, y si hubiéramos tenido algún sentido común nos habríamos dado cuenta de los que nuestros padres estaban haciendo para separarnos. Pero no fue nuestra culpa.

– ¿No lo entiendes? No me importa lo que pasó hace siete años. Ya no me interesa.

– Yo creo que sí.

Ella se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared. -No quiero hablar de ello por más tiempo.

– Muy bien. -Robert tomó un periódico y comenzó a leer.

Victoria se sentó en el piso y trató de no llorar.


* * *

Veinte minutos más tarde, el carruaje se detenía frente a una pequeña posada junto a la carretera de Canterbury en Faversham. Victoria esperó en el coche mientras que Robert fue a adquirir habitaciones.

Unos minutos después salió. -Todo está arreglado-, dijo.

– Espero que tenga mi cuarto propio-, dijo ella con frialdad.

– Por supuesto.

Victoria se negó vehementemente a que la ayudara a descender y saltó del carruaje por sus propios medios. Terriblemente consciente de su mano en la parte baja de la espalda, fue conducida al interior del edificio. Al pasar por el hall hacia las habitaciones, el posadero gritó: -Espero que usted y su esposa disfruten de su estancia, mi lord.

Victoria esperó sólo hasta que habían doblado la esquina en el camino hacia la escalera.-Pensé que habías dicho que teníamos habitaciones separadas, -dijo entre dientes.

– Así es. No tenía otra opción que decirle que tú eres mi esposa. Está claro que tú no eres mi hermana -. Tocó un mechón de su pelo negro con exquisita ternura. -Y yo no quiero que nadie piense que eres mi amante.

– Pero…

– Me imagino que el mesonero, simplemente piensa que somos una pareja casada que no disfrutan de su mutua compañía.

– Por lo menos parte de esa afirmación es cierta-, murmuró.

Se volvió hacia ella con una sonrisa sorprendentemente radiante. -Siempre disfruto de tu compañía.

Victoria se detuvo en seco y se lo quedó mirando, completamente anonadada por su buen humor evidente.

Finalmente dijo: -No puedo decidir si eres loco, terco, o simplemente estúpido.

– Yo optaría por terco, si me permitieras opinar.

Ella dejó escapar un suspiro exasperado y caminó por delante de él. -Voy a mi cuarto.

– ¿No te gustaría saber cuál es?

Victoria positivamente podía sentir su sonrisa a sus espaldas. -¿Te importaría decirme-, dijo entre dientes, -el número de mi habitación?

– Tres.

– Gracias,- ella dijo, y luego se arrepintió de su usual cortesía que pululaba en ella desde pequeña. Como si él se merecía su agradecimiento.

– Yo estoy el número cuatro,-acotó él amablemente. -Sólo en caso de que quiera saber dónde encontrarme.

– Estoy segura de que no será necesario.- Victoria alcanzó lo alto de la escalera, dobló la esquina, y empezó a buscar su habitación. Ella podía oír a Robert unos pasos detrás de ella.

– Uno nunca sabe.- Cuando ella no hizo ningún comentario, el añadió, -Puedo pensar en una serie de razones por las que deberías ponerte en contacto conmigo.- Como ella siguió ignorándolo, agregó, -Un ladrón puede tratar de invadir tu habitación. Puede ser que tengas una pesadilla.

Los únicos malos sueños que podría llegar a tener, Victoria pensó, serían con él.

– La posada podría estar encantada-, él continuó. -Sólo piensa en todos los fantasmas que están al acecho.

Victoria fue incapaz de pasar por alto ese último comentario. Se volvió lentamente -Esa es la idea más inverosímil que he escuchado.

Él se encogió de hombros. -Podría suceder.

Ella se limitó a quedarse mirándolo como si estuviera tratando de determinar cómo conseguir que lo admitieran en un manicomio.

– O-, añadió, -puedes extrañarme.

– Corrijo mi declaración anterior-, le espetó ella. -Esa es la idea más inverosímil que he escuchado.

Él se llevó la mano al corazón gimiendo dramáticamente. -Me has herido, mi lady.

– Yo no soy tu lady.

– Lo serás.

– Ah, mira-dijo con brillo patentemente falso. -Aquí está mi habitación. Buenas noches. -Sin esperar a Robert respondiera, Victoria entró en su habitación y le cerró la puerta en las narices.

Entonces oyó girar la llave en la cerradura.

Ella contuvo la respiración. ¡La bestia la había encerrado allí!

Victoria se permitió descargar su frustración en una patada al suelo, luego se dejó caer en la cama con un fuerte gemido. Ella no podía creer el descaro de encerrarla en su cuarto.

Bueno, en realidad, ella si lo podía creer. El hombre la había secuestrado, después de todo. Y nunca Robert dejaba un detalle al azar.

Victoria hechó humo sentada en su cama durante varios minutos. Si intentaba de escapar de Robert, tendría que ser esa misma noche. Una vez que llegaran a la cabaña junto al mar, ella dudaba que la pudiera estar fuera de su vista ni un segundo. Y sabiendo de la afición de Robert por la privacidad, con seguridad podría suponer que su casa estaba bien aislada.

No, tendría que ser ahora. Por suerte Faversham no estaba tan lejos de Bellfield, donde su familia aún vivía. Victoria no quería visitar a su padre, ella nunca lo había perdonado por lo que le había hecho en aquel momento. Pero el reverendo definitivamente parecía ser un mal menor comparado con Robert.

Victoria cruzó la habitación hacia la ventana y se asomó. Era una enorme distancia al suelo. No había manera de que saltara sin lesiones. Luego sus ojos se detuvieron en una puerta, y no la que daba a la sala.

Era una puerta de conexión. Tenía una buena idea a que habitación debía conectarse. ¡Qué terriblemente irónico que la única manera de escapar era a través de la habitación de él.

Ella se agachó y miró el picaporte. Luego examinó el marco de la puerta. Parecía como si la puerta fuera de roble. No sería fácil abrirla y Robert se despertaría probablemente. Si se despertaba antes de que ella llegara a la sala, nunca podría escapar. Tendría que encontrar una manera de dejar la puerta ligeramente abierta la conexión sin levantar sospechas.

Entonces se le ocurrió.

Victoria respiró hondo y abrió la puerta golpeándola. -¡Tendría que haber sabido que tendrías tan poco respeto por mi privacidad! – gritó siendo consciente de que ella estaba invadiendo su privacidad al irrumpir en su habitación, pero parecía que la única manera de conseguir abrir esa maldita la puerta.

Contuvo el aliento, olvidando lo que fuera que había estado pensando.

Robert estaba parado en el centro de la sala, con el pecho desnudo. Tenía las manos en los botones de los pantalones. -¿Quieres que continúe? -, dijo con suavidad.

– No, no, eso no será necesario -, tartamudeó, tiñendo de siete distintos tonos de rojo, su rostro.

Él sonrió perezosamente. -¿Estás segura? Yo estaría feliz de complacerte.

Victoria se preguntó por qué ella no parecía poder apartar los ojos de encima de él. Era realmente magnífico, pensó en un extraño arranque de objetividad. No había estado inactivo durante los años que había pasado en Londres.

Él aprovechó su aturdido silencio para entregarle un pequeño paquete.

– ¿Qué es esto?-Ella preguntó con suspicacia.

– Se me ocurrió cuando estaba haciendo mis planes que podías necesitar algo para dormir. Me tomé la libertad comprarte un camisón.

El pensamiento de él comprando ropa interior para ella era tan sorprendentemente íntimo que Victoria por poco se le cae el paquete. -¿De dónde has sacado esto? -, preguntó ella.

– No es de otra mujer, si eso es lo que quieres saber.- Dio un paso adelante y le tocó la mejilla. -Aunque debo decir que estoy conmovido al verte tan celosa.

– No estoy celosa.- Gruñó. -Es que… si lo compraste en lo de Madame Lambert, yo debería estar…

– No lo compré en la casa de Madame Lambert.

– Bien. Sería muy desagradable saber que uno de mis amigos te ayudó en esta nefasta tarea.

– Me pregunto cuánto tiempo más vas a estar tan enojada conmigo-, dijo en voz baja.

Victoria sacudió su cabeza cambiando de tema. -Me voy a la cama.- Dio dos pasos hacia la puerta, se dio la vuelta. -No voy a modelar este vestido para ti.

Él le ofreció una sonrisa seductora. -Nunca soñé que lo harías. Sin embargo estoy muy contento de escuchar que al menos contemplas la idea.

Victoria dejó escapar un gruñido y se marchó a su habitación. Ella estaba tan furiosa con él en que estuvo a punto cerrar la puerta. Pero entonces, recordando su plan inicial, agarró el picaporte y cerró la puerta de modo que sólo tocaba la jamba. Si Robert notaba que no estaba bien cerrada, no pensaría que ella la dejó abierta como una invitación. Ella había dejado bien claro que estaba furiosa parea que él arribara a esa conclusión. No, probablemente asumirías que, en su distracción, ella había pasado por alto ese detalle.

Y si tenía suerte él no se daría cuenta.

Victoria lanzó el problemático paquete en su cama y examinó su plan para el resto de la noche. Tendría que esperar varias horas antes de intentar escapar. Ella no tenía idea de cuánto tiempo le tomaría a Robert quedarse dormido. No tenía más que una oportunidad así que, parecía prudente darle suficiente tiempo para dormitar.

Se quedó despierta recitando mentalmente todos los pasajes que menos le gusta de la Biblia. Su padre siempre había insistido en que ella y Ellie aprendieran de memoria grandes porciones del libro. Pasó una hora, luego otra, luego otra. Después pasó otra hora, y Victoria se detuvo a mitad de un salmo cuando se dio cuenta de que eran las cuatro de la mañana. Seguramente Robert dormía profundamente.

Dio dos pasos de puntillas hacia la puerta, luego se detuvo. Sus botas de suela eran muy ruidosas al caminar. Ella se las tendría que sacar. Sus huesos dejaron escapar un fuerte crujido cuando ella se sentó en el suelo y desató sus zapatos. Por último, con el calzado en la mano, ella continuó su caminata en silencio hacia la puerta de conexión.

Su corazón latía fuerte, colocó la mano sobre el pomo. Como ella no había cerrado bien la puerta, no tuvo que torcerla. Dio un tirón con movimientos muy controlados, y la puerta se abrió.

Ella asomó la cara en la habitación, y luego dejó escapar un silencioso suspiro de alivio. Robert estaba durmiendo profundamente. Por Dios, parecía no estar usando nada debajo de las sábanas, pero rápidamente Victoria decidió que no era sabio ese tren de pensamientos en esos precisos momentos.

Se acercó de puntillas hacia la puerta, dando las gracias mentalmente a quien hubiera decidido poner una alfombra en la habitación. Hizo su procesión un tanto más tranquila. Finalmente llegó a la puerta. Robert había dejado la llave en la cerradura. Ah, ésta sería la parte más complicada. Tendría que hallar la puerta sin llave y salir sin despertarlo.

Se le ocurrió entonces que era realmente muy bueno que Robert durmiera desnudo. Si ella le despertara, llevaría una buena ventaja, mientras el se vestía. Él podría estar decidido a tenerla en sus garras, pero ella dudaba de que su determinación lo llevara a correr como dios lo trajo al mundo por las calles de Faversham.

Ella envolvió sus dedos alrededor de la llave y volvió su cabeza. La cerradura hizo un chasquido fuerte. Ella contuvo la respiración y miró por encima del hombro. Robert hizo un somnoliento, sordo ruido y se dio vuelta, pero aparte de eso no hubo ninguna señal de que se hubiera despertado.

Con la respiración contenida, Victoria lentamente abrió la puerta, orando para que las bisagras no crujiesen. Hizo un ruido pequeño, causando que Robert se moviera un poco más lamiéndose los labios de una manera curiosamente atractiva. Finalmente ella consiguió abrir la puerta hasta la mitad y se deslizó fuera.

¡Libre! Era casi demasiado fácil, el triunfo que Victoria había esperado sentir simplemente no estaba allí. Corrió por el pasillo y deshizo su camino por las escaleras. Nadie estaba de guardia, así que ella fue capaz de deslizarse por la puerta principal desapercibida.

Una vez a la intemperie, sin embargo, se dio cuenta que ella no tenía idea de a dónde ir. Estaba a unas quince millas al Bellfield; demasiado lejos para caminar, inclusive si hubiera estado determinada a hacerlo. Pero en realidad, Victoria no tenía especial interés en transitar por la carretera de Canterbury por la noche.

Probablemente sería mejor encontrar un lugar para esconderse cerca de la posada y esperar a Robert partiera.

Victoria miró alrededor mientras se ponía sus zapatos de nuevo. Los establos podría hacer, y hay algunas tiendas cercanas que podría haber lugares donde esconderse. Tal vez…

– Bueno, bueno, ¿qué tenemo’ aquí?

El corazón de Victoria se hundió en su instantáneamente revuelto estómago. Dos (grandes, sucios, y por sus miradas, bastante borrachos) hombres se acercaban a ella. Dio un paso hacia atrás hacia la posada.

– Oy todavía tengo uno’ cuanto’ centavo’ -, dijo uno de ellos. -¿Qué precio tiene chica?

– Me temo que usted tiene una idea equivocada -, dijo Victoria, su palabras salieron a raudales.

– Vamo’, cariño, -dijo el otro, extendiendo la mano y agarrándole el brazo. -Sólo queremos un poco de deporte. Y tu nos dara’ un poco de cariño…

Victoria dejó escapar un grito de sorpresa. La mano del hombre mordía su piel.

– No, no,-dijo, comenzando a entrar en pánico -Yo no soy esa clase de…- Ella no se molestó en terminar la frase, evidentemente no le estaban prestando atención. -Soy una mujer casada-, mintió, utilizando un tono más alto y arrogante de su voz.

Uno de ellos arrancó los ojos, momentáneamente, de sus pechos, miró hacia arriba, parpadeó y sacudió la cabeza.

Victoria contuvo el aliento. Obviamente no tenían escrúpulos sobre la santidad del matrimonio. Por último, en su desesperación, ella aulló: -¡Mi marido es el conde de Macclesfield! Si me tocas un pelo, él te matará. Juro que lo hará.

Esto les hizo detener. Entonces uno de ellos dijo: -¿Qué esposa de un maldito conde estaría caminando en medio de la noche?

– Es una historia muy larga, se lo aseguro,- Victoria improvisaba, aún retrocediendo hacia la posada.

– Creo que ella está inventando-, dijo el que la sostenía del brazo. Y a pesar de estar como una cuba tiró de ella con sorprendente fuerza para su estado. Victoria contuvo las arcadas por el mal aliento del hombre. Luego cambió de idea, el vómito puede ser justo lo que necesitaba para amortiguar su ardor.

– Sólo queremo’ un poco de diversión esta noche-, susurró. -Tú y yo y…

– Yo no lo intentaría-, Tronó una voz que Victoria conocía demasiado bien. -No me gusta cuando tocan a mi mujer.

Ella levantó la vista. Robert estaba de pie junto al hombre. ¿De donde había salido tan rápido? Y tenía una pistola apuntado a la sien. No llevaba camisa, ni siquiera zapatos, y tenía otra arma metida en la pretina de sus pantalones. Miró al borracho, sonrió humorísticamente, y dijo: -Ella me pone un poco irracional.

– Robert-, dijo Victoria con voz temblorosa, por una vez desesperadamente alegre de verle.

Él torció la cabeza hacia un lado, indicándole que se dirigiera hacia la puerta de la posada. Por primera vez ella obedeció prontamente

– Yo voy a empezar a contar-, dijo Robert con una voz mortal. -Si alguno de ustedes dos no están fuera de mi vista en el momento que llegue a diez… voy a disparar. Y no voy a apuntar a sus pies.

Los villanos empezaron a correr antes de que Robert incluso llegara a dos.

Él contó hasta diez, de todos modos. Victoria lo miraba desde la puerta, tentada de correr de regreso a su habitación y parapetarse en el interior mientras él enumeraba los números. Pero se encontró clavada en el suelo, incapaz de apartar los ojos de Robert.

Cuando hubo terminado él se dio media vuelta. -Te sugiero que no incites mi temperamento más lejos esta noche-, masculló.

Ella asintió con la cabeza. -No, sólo voy a ir a dormir. Podemos discutir esto en la mañana, si lo deseas.

No dijo nada, sólo dejó escapar un gruñido mientras subían las escaleras de atrás hasta sus aposentos. Victoria no se sentía particularmente alentada por esta reacción.

Llegaron a la puerta, que había sido claramente abierta a toda prisa. Robert prácticamente la arrastró por la puerta y cerró la puerta. Él la soltó para girar la llave en la cerradura, y Victoria aprovechó esa oportunidad para correr a la puerta de conexión. -Voy a ir a la cama-dijo ella rápidamente.

– No tan rápido. – La mano de Robert se cerró alrededor del antebrazo de ella y la jaló nuevamente hacia dentro -¿De verdad crees que voy a permitirte pasar el resto de la noche ahí dentro?

Ella parpadeó. -Bueno, sí. Creía que preferías…

Él sonrió, pero era una especie peligrosa de sonrisa. -Incorrecto.

Ella pensó en sus rodillas cederían -¿Incorrecto?

Antes de que ella supiera lo que pasaba, él la alzó en sus brazos y dejó caer sobre la cama. -Tu, mi tortuosa amiga, pasará la noche aquí. En mi cama.

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