Cuando Victoria se despertó a la mañana siguiente, había un brazo desnudo tirado sobre su hombro y una pierna igualmente desnuda sobre su cadera. El hecho de que ambas partes pertenecieran a un hombre igualmente desnudo produjo que su corazón se acelerase.
Cuidadosamente se desenredó, y salió de la cama llevándose una manta para cubrir la parte de la piel que el camisón azul dejaba al descubierto.
Ella acababa de llegar a la puerta cuando oyó que Robert se movía. Tomó el picaporte con la esperanza de poder salirse antes que él abriera los ojos, pero ni siquiera llegó a torcer la mano cuando escuchó un atontado -Buenos días- a sus espaldas.
No había más remedio que darse la vuelta. -Buenos días, Robert.
– Espero que hayas dormido bien.
– Como un bebé-, mintió. -Si me disculpas, voy a cambiarme la ropa.
Él bostezó, se desperezó y dijo: -Me imagino que tu vestido se arruinó ayer.
Ella tragó saliva, habiéndose olvidado de su arruinada y única prenda. El viento, la lluvia, piedras y agua salada la había arruinado completamente. Aun así, era sin duda más adecuado y respetable que lo que llevaba puesto ahora, y ella se lo dijo.
– Lástima-el respondió. -El camisón azul se ve tan bien en ti.
Ella soltó un bufido y ajustó la manta con más fuerza a su alrededor. -Es una indecencia, y estoy segura que es exactamente lo que querías cuando lo compraste.
– En realidad-dijo pensativo-, Tu lo llenas aún más deliciosamente de lo que yo había soñado.
Victoria tomó el "deliciosamente" como un eufemismo para referirse a algo completamente distinto, y rápidamente salió de la habitación. Ella no quería ser objeto de los dobles sentidos de Robert. Peor aún, ella estaba aterrada de que empezara a ablandarse. Odiaba pensar qué podría hacer si él trataba de besarla de nuevo.
Podría probablemente responderle. ¡Qué pesadilla!
Se escabulló a su habitación, donde el vestido arruinado estaba sobre la cama. El agua salada lo había dejado tieso, y ella tuvo que hacer fuerza y estirar el material hasta que fue suficientemente flexible para que ella se lo pusiera. Se dejó el camisón azul como camisa, ya que su propia picaba como el diablo y tenía un trozo de alga enredada en la correa.
Cuando finalmente se puso delante del espejo, ella no pudo reprimir un gemido. Asustaba. Su cabello estaba más allá de toda esperanza. No había manera de que ella fuera capaz de peinarlo correctamente sin lavar la sal, y en su inspección superficial de la casa no había encontrado ningún tipo de jabón. Su vestido estaba insoportablemente arrugado, rasgado en cuatro lugares, no, eran cinco, otro en el dobladillo. Aún así, la cubría mejor que lo que había estado usando antes.
Y no quería precisamente verse de lo mejor ante Robert, bueno, el hombre la había raptado. Se lo merecía.
Robert, hombre sincero como era, no hizo ningún intento por ocultar el hecho de que su aspecto no estaba en su nivel habitual. -Parece como si te hubieran atacado los perros-, dijo cuando se cruzaron en el vestíbulo. Él se había vestido, pero a diferencia de Victoria parecía inmaculado. Ella ssupuso que guardaba una muda de ropa aquí en la casa para no preocuparse de las maletas en viajes como este.
Ella puso los ojos en blanco y dijo: -La adulación no te llevará a ninguna parte-, y luego continuó caminando delante de él por las escaleras.
Él la siguió hasta la cocina con una expresión alegre. -¿Es así? Entonces, ¿Cuál es el camino a tu corazón? Acepto felizmente cualquier y todos los consejos.
Victoria rápidamente dijo, -Comida.
– ¿Comida? ¿En serio? ¿Eso es todo lo que se necesita para impresionarte?
Era difícil permanecer de mal humor cuando él estaba siendo tan jovial, pero ella hizo un gran esfuerzo. -Sin duda sería un buen comienzo. Entonces, como para acentuar lo dicho, su estómago soltó un fuerte rugido.
Robert hizo una mueca. -Soy de la misma opinión-, dijo, acariciando su abdomen. Miró a su vientre. Parecía plano, pero se sentía cóncavo. Ayer por la noche había tenido demasiado frío para tratar de seducir a Victoria, esta mañana estaba demasiado hambriento. Elevó los ojos hasta el rostro de ella que lo miraba expectante, como si hubiera dicho algo a él y él no la había estado escuchando. -Er, ¿me estabas hablando?
Ella frunció el ceño y repitió: -No puedo salir de esta manera.
Él parpadeó, sin dejar de reírse de su propia imagen y la de Victoria, por fin hacían el amor pero se desmayaban en la mitad muertos de hambre.
– Robert-, dijo con impaciencia-, ¿Vas o no vas a ir a la ciudad? Necesitamos comida, y necesito algo que vestir.
– Muy bien-dijo, de alguna manera quejándose y sonriendo al mismo tiempo. -Voy a ir. Pero tengo que reclamar el pago.
– ¿Estás loco?-, Exclamó, levantando la voz a medio camino de un grito. -Primero me secuestras, ignorando por completo mis deseos, luego casi me ahogo tratando de salvarte, ¿y ahora tienes el descaro de decirme que debo pagar para comer?
Uno de los lados de la boca masculina se elevó perezosamente en una sonrisa. -Sólo un beso-, dijo. Entonces, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, la atrajo hacia él y la besó profundamente.
Había querido que fuera un beso simple, una especie de broma, pero en el momento que sus labios tocaron los de ella, fue atrapado por el hambre que eclipsaba cualquier asunto del estómago. Ella era perfecta en sus brazos, pequeña, suave, cálida y todo lo que había soñado alguna vez que una mujer podía ser.
Él tocó la lengua con la suya, maravillado por el calor suave de la misma. Ella cedía, no, ella ya había cedido, y ahora regresaba sus afectos.
Robert sintió aquel beso en el alma. -Tu me amas otra vez-, susurró. Y entonces él apoyó la barbilla en la cabeza y abrazándola fuertemente. A veces eso era suficiente. A veces, sólo sentirla en sus brazos era todo lo que necesitaba. Su cuerpo no despertó al deseo. Él sólo necesitaba abrazarla.
Se quedaron así durante un minuto completo. Luego se apartó y vio la confusión en el cauteloso rostro de ella. Antes de que pudiera decir algo que él no quería oír, le obsequió una sonrisa alegre y dijo: -Tu pelo huele a algas.
Eso le valió un golpe en el costado de su cabeza con un saco de azúcar, vacío, que había estado llevando. Robert se echó a reír, agradecido de que ella no hubiera estado llevando un palo de amasar.
Alrededor de una hora después de que Robert se fue para ir de compras, Victoria se dio cuenta de que habían pasado por alto un punto importante.
MacDougal se había llevado el carruaje nuevamente a Londres. Por lo que ella sabía, no había ni siquiera un caballo para que Robert pudiera montar hasta la ciudad. Ella no había inspeccionado la propiedad con mucho cuidado el día anterior, pero ciertamente no había visto ningún edificio en el que podría haber un caballo.
Victoria no estaba particularmente perturbada por que Robert tuviera que caminar a la ciudad. Era un día perfectamente hermoso fuera, sin rastro de la tormenta de ayer, y el ejercicio probablemente le haría bien. Pero ella se preguntaba cómo iba a ser capaz de traer las compras a casa. Los dos estaban muertos de hambre, por lo que tendría que comprar un montón de alimentos. Y, por supuesto, necesitaba un vestido nuevo o dos.
Con un movimiento de cabeza ella decidió no preocuparse por ello. Robert estaba lleno de recursos, y le gustaba planear.
No podía imaginar que no fuera a encontrar la manera de resolver este pequeño dilema.
Vagó sin rumbo por la casa, inspeccionando más de cerca de lo que había podido hacer el día anterior. La casa de campo era encantadora, y ella no entendía cómo podía soportar Robert vivir en otro sitio. Ella supuso él estaba acostumbrado a sus grandiosos alojamientos. Victoria dejó escapar un suspiro de pesar. Una casita como ésta era todo lo que ella quería. Limpia, ordenada, hogareña, con una hermosa vista del agua. ¿Cómo se podía pedir algo más?
Consciente de que se estaba volviendo demasiado sensiblera, Victoria continuó con su inspección. Sabía que estaba invadiendo la privacidad de Robert por rebuscar en sus cajones y armarios, pero ella no se sentía particularmente culpable por ello. Él la había secuestrado, después de todo. Tenía unos cuantos derechos como víctima en este extraño escenario. Y, por mucho que no disfrutara de confesárselo a sí misma, sabía que ella estaba buscando pedazos de sí misma. ¿Robert había guardado recuerdos de su noviazgo, recuerdos de su amor? No era realista pensar que él hubiera traído esas cosas a esta casa, pero no pudo evitar mirar.
Ella se estaba enamorando de nuevo de él. Él estaba haciendo que ella bajara sus defensas, tal como dijo que lo haría. Se preguntó si había alguna forma de revertir la marea. Ella no quería amarlo.
Regresó a su dormitorio y abrió la puerta a lo que ella supuso que era su armario. En la esquina había una bañera, y en la bañera… ¿podría ser? Se acercó un poco más. Efectivamente, pegado al fondo de la bañera había una barra medio derretida de jabón que alguien, probablemente Robert, se había olvidado de limpiar. Victoria nunca en su vida había estado tan agradecida por la falta de habilidades de orden y limpieza que alguien pudiera tener. La última vez que había intentado correr la mano por el pelo, se había quedado atascada allí. Ser capaz de lavar la sal era lo más cercano al cielo que podía imaginar.
Robert seguramente estaría afuera por varias horas. Tendría tiempo de sobra para disfrutar de un baño caliente. Con un gruñido de esfuerzo, Victoria sacó la bañera del vestidor y la colocó donde la luz del sol se filtraba por las ventanas. Entonces, de repente se sintió muy incómoda ante la idea de bañarse en la cámara privada de él, así que sacó la tina por el pasillo hacia su propia habitación. Ella intentó despegar al jabón del metal, pero se sentía como si hubiera sido atornillado. Ella decidió dejarlo. El agua caliente probablemente lo aflojaría.
Le tomó casi media hora y varios viajes arriba y abajo de las escaleras, pero al final Victoria tenía la bañera llena de agua hirviendo. Sólo mirarla la hacía temblar de anticipación. Se desnudó lo más rápido que pudo y se metió en el agua. Estaba lo suficientemente caliente como para picar la piel, pero estaba mojada y limpia y se sentía como el cielo.
Victoria suspiró con satisfacción mientras lentamente se sentó en la tina de metal. Ella vio como las manchas blancas de sal que se aferraban a su piel se disolvían en el agua caliente, luego se sumergió bajo la superficie para mojarse el pelo. Después de bastante tiempo de remojo feliz, ella utilizó su pie izquierdo para empujar el jabón que seguía pegado al fondo.
No se movía.
– Oh, vamos-murmuró-.Has tenido tus buenos veinte minutos.- Se le ocurrió que ella estaba hablando con una pastilla de jabón, pero después de lo que había pasado en las últimas cuarenta y ocho horas, pensó que tenía derecho a actuar un poco extraña, si le venía en gana.
Ella cambió a su pie derecho y empujó con más fuerza. Seguramente se soltaría ahora.
– ¡Muévete!- Le ordenó, su talón presionaba contra el lateral del jabón. Era astuto y escurridizo, y todo lo que sucedió fue que su pie se deslizó sobre la parte superior.
– Oh, maldición-, gruñó, sentándose. Iba a tener que usar las manos para hacer fuerza y logar que se suelte. Ella clavó las uñas y tiró. Entonces se le ocurrió una mejor y retorcida idea. Por último sintió al jabón moverse, y después de unos segundos más de torcer y tirar, una parte de la barra terminó en sus manos.
– ¡Ajá!-, Gritó ella triunfal, aunque su enemigo no era más que una barra de jabón-Yo gano. Yo gano.
– ¡Victoria!
Ella se congeló.
– Victoria, ¿con quien estás hablando?
¡Robert! ¿Cómo diablos pudo haber viajado a la ciudad y vuelto en tan poco tiempo? Por no hablar de hacer todas sus compras. Había estado fuera sólo una hora. ¿O dos?
– Sólo a mí misma-gritó ella estremeciéndose. Santo Dios, ya estaba de regreso, y ella ni siquiera se había lavado el pelo. Maldición. Ella, realmente, quería lavarse el cabello.
Los pasos de Robert sonaban en la escalera. -¿Ni siquiera quieres saber lo que he comprado?
No había nada que hacer. Ella tenía que acabar limpia. Haciendo una mueca ante su propio juego de palabras, Victoria gritó, -No entres!
Los pasos se detuvieron. -¿Victoria, está todo bien?
– Sí, estoy… Sólo estoy…
Después de un largo latido, Robert dijo desde detrás de la puerta, -¿Tienes algún plan para completar esa frase?
– Estoy tomando un baño.
Más silencio, y luego, -ya veo.
Victoria tragó saliva. -Preferiría que no lo hicieras.
– ¿No hiciera qué?
– Mirar…me, eso.
Él dejó escapar un gemido que Victoria oyó perfectamente. Era imposible no pensar en él, allí parado, y ella en la bañera.
– ¿Necesita una toalla?
Victoria suspiró, más que alarmada por la ruta de sus propios pensamientos que la interrupción de él.-No-respondió ella-.Tengo una aquí.
– ¡Qué desgracia!
– La encontré con la ropa de cama,- explicó ella, sobre todo porque sentía como si tuviera que decir algo.
– ¿Necesitas jabón?
– Encontré uno pegado a la bañera.
– ¿Necesitas comida? Yo traje media docena de empanadas.
El estómago de Victoria retumbó, pero ella dijo: -Voy a comerlas más tarde, si no te importa.
– ¿Necesita algo?- Sonaba casi desesperado.
– No, en realidad, aunque…
– ¿Aunque?-,Dijo él, muy rápidamente. -¿Qué necesitas? Me encantaría llevártelo. Cualquier cosa para hacer sentirse más cómoda.
– ¿Por casualidad compraste un vestido nuevo? Voy a necesitar algo para cambiarme. Supongo que podría ponerme esto de nuevo, pero es terriblemente picante con la sal.
Ella le oyó decir: -Sólo un momento. No te muevas. No vayas a ningún sitioo.
– Como si yo tuviera a donde ir así-, se dijo, mirando su cuerpo desnudo.
Un momento después oyó a Robert corriendo por el pasillo. -¡Estoy de vuelta!-, Dijo. -Tengo tu vestido. Espero que se ajuste.
– Cualquier cosa sería mejor que…- Victoria contuvo el aliento cuando vio a la perilla de la puerta girar. -¿Qué estás haciendo?- Gritó ella.
Gracias a Dios el picaporte se congeló en su lugar. Se supone que incluso Robert sabía cuándo iba demasiado lejos. -Lo que me pediste, tu vestido – Pero hubo un indicio de una pregunta en su voz.
– Basta con abrir la puerta unos centímetros y colocarlo dentro,- indicó ella.
Hubo un momento de silencio y luego: -¿Yo no puedo entrar?
– ¡No!
– Oh.- Él sonó como un colegial decepcionado.
– Robert, seguro que no pensabas que te permitiría entrar aquí mientras estoy me baño.
– Tenía la esperanza…- Sus palabras se apagaron en un suspiro sincero y grande.
– Sólo tienes que arrastrar el vestido dentro.
Él hizo lo que ella le pidió.
– Ahora cierra la puerta.
– ¿Quieres que deje caer la comida en el interior, también?
Victoria juzgó la distancia entre la bañera y la puerta. Tendría que salir de la bañera con el fin de obtener los alimentos. No es un concepto atractivo, pero de nuevo su estómago rugió ante la idea de un pastel de carne. -¿Podrías deslizarlo por el suelo? -, preguntó ella.
– ¿No se ensuciaría?
– No me importa.- Y no lo hizo. Así estaba de hambrienta.
– Muy bien. -Su mano entró en su perímetro de visión, alrededor de una pulgada por encima del suelo.
– ¿En qué dirección?
– ¿Cómo?
– ¿En qué dirección debo empujar la empanada? No me gustaría enviarla fuera de tu alcance.
Victoria pensó que lo que debería haber sido una tarea muy sencilla se estaba convirtiendo en una tarea demasiado complicada, y se preguntó si él había encontrado alguna mirilla. Tal vez estaba haciendo tiempo mientras la miraba. Tal vez podía ver su cuerpo desnudo. Tal vez…
– ¿Victoria?
Entonces pensó en la precisión científica con la que concebía todo lo que hacía. Probablemente, el loco, quería saber de qué lado estaba para enviar correctamente la comida. -Estoy en alrededor de la una en punto-dijo, levantando la mano izquierda de la tina y agitándola para que se seque.
La mano de Robert se torció ligeramente a la derecha, y envió a la carena pastosa por el suelo de madera. Se detuvo cuando chocó contra el lado de la tina de metal. -¿Ojo de buey!- Le dijo Victoria. -Ya puedes cerrar la puerta ahora.
Nada.
– He dicho que puedes cerrar la puerta ahora-volvió a repetir, su voz un poco más severa.
Se escuchó un suspiro, y luego la puerta cerrarse. -Voy a esperar en la cocina-, él dijo, con voz débil.
Victoria le habría respondido, si su boca no hubiera estado ocupada masticando.
Robert se sentó en un taburete y dejó caer, abatido, su cabeza sobre la mesa de madera en la cocina.
Primero había estado con demasiado frío, después con demasiado hambre. Pero ahora, bueno, para ser sinceros, ahora su cuerpo estaba en perfecto estado de funcionamiento, e imaginar a Victoria desnuda en una tina, y había sido…
Él se quejó. No se sentía cómodo.
Se forzó a ocuparse de la cocina, ordenar la comida que había traído a la casa. Él no estaba acostumbrado a la tarea, pero rara vez traía muchos siervientes con él a la casa de Ramsgate, por lo que estaba un poco más como en casa de lo que él estaba en Castleford o en Londres. Además, no había mucho para desempaquetar, había hecho los arreglos para el dueño de las tienda trajera mas tarde la mayoría de sus compras. Había traído con él lo indispensable para consumir inmediatamente.
Robert acabó sus tareas al colocar dos hogazas en la caja de pan, y puso una de sus rodillas sobre la banqueta, haciendo un gran esfuerzo para no imaginar lo que Victoria estaba haciendo en ese momento.
No tuvo éxito, y empezó a sentirse tan caliente que se sintió la necesidad de abrir una ventana.
– Mantén tu mente lejos de ella-, murmuró. -No hay necesidad de pensar en Victoria. Hay millones de personas en este planeta, y ella es sólo una de ellas. Y hay un gran número de planetas, también. Mercurio, Venus, Tierra, Marte…
Robert se quedó sin planetas en el corto plazo y, desesperado por mantener su mente en otra cosa que no fuera Victoria, comenzó a enunciar el sistema taxonómico de Linneo. -Reino, filo, clase… – Hizo una pausa. ¿Era un paso lo que había oído? No, debía haberlo imaginado. Suspiró, y luego reanudó. -… clase, orden, familia y, a continuación… y entonces… Maldita sea, ¿qué venía después? Empezó a golpear la mesa con el puño en un intento de forzar a su memoria. -Maldita sea, maldita sea, maldita sea-dijo, golpeando con el dedo cada palabra. Él era muy consciente de que esa molesta actitud por su incapacidad para recordar un simple término científico, estaba llegando a niveles ilógicos. Pero Victoria estaba arriba en la bañera, y…-Género-gritó triunfal. -¡Género y especie!
– ¿Cómo has dicho?
Él giró violentamente su cabeza. Victoria estaba de pie en la puerta, con el cabello todavía húmedo. El vestido que le había comprado era demasiado largo y lo arrastraba por el suelo, pero aparte de eso le sentaba muy bien. Él se aclaró la garganta. -Te ves- Tuvo que aclararse la garganta de nuevo. -Te ves guapa.
– Muchas gracias-, dijo de forma automática. -Pero ¿sobre qué estabas gritando?
– Nada.
– Yo podría haber jurado que estaba diciendo algo sobre el género de los tres mares.
Él la miró fijamente, seguro de que sus partes bajas habían drenado toda la energía de su cerebro, porque realmente no tenía idea de lo que estaba hablando. -¿Qué significa eso?-, Se preguntó.
– No lo sé. ¿Por qué lo dices?
– Yo no lo dije. Yo dije, 'género y especie.'
– Oh.- Ella hizo una pausa. -Eso lo explica todo, supongo, si yo supiera lo que significa.
– Significa…-Miró para arriba. Ella tenía una expresión expectante y divertida un poco en la cara.-Es un término científico.
– Ya veo-dijo lentamente. -¿Y había alguna razón por lo que la estuvieras gritando desaforadamente?
– Sí-dijo, centrándose en la boca de ella. -Sí, una razón había.
– ¿Había una razón?
Él dio un paso hacia ella, y luego otro. -Sí. Verás, yo estaba tratando de mantener mi mente alejada de algo perturbador.
Ella nerviosamente mojó sus labios y se ruborizó. -Ah, ya entiendo.
Se más cerca. -Pero no funcionó.
– ¿Ni siquiera un poco?
Él sacudió la cabeza, tan cerca de ella ahora que su nariz casi rozó la de ella. -Todavía te deseo-. Se encogió de hombros como disculpándose. -No puedo evitarlo.
Ella no hacía más que mirarlo. Robert decidió que era mejor que un rechazo total y movió la mano sobre la espalda de ella. -Busqué una mirilla en la puerta-, dijo.
Ella no pareció sorprendida ni siquiera cuando susurró, -¿Encontraste una?
Él negó con la cabeza. -No. Pero tengo una imaginación muy buena. No…- él se inclinó hacia delante y rozó ligeramente los labios de ella- tan buena como la realidad, me temo, pero fue suficiente para llevarme a un incómodo, extremo y prolongado estado de malestar.
– ¿Malestar?- Coreó ella, sus ojos cada vez más abiertos y fuera de foco.
– Mmm-hmm.- Él la besó de nuevo, otro suave caricia destinada a estimular, no a invadir.
Otra vez ella no hizo ningún ademán de retirarse. La esperanza de Robert se disparó, al igual que su excitación. Pero mantuvo su deseo bajo control, seguro de que ella tenía que dejarse seducir por las palabras así como las acciones. Le tocó la mejilla cuando le susurró, -¿Puedo besarte?
Ella se quedó perpleja ante el pedido de él. -Lo acabas de hacer.
Él sonrió perezosamente. -Técnicamente supongo que esto-rozó ligeramente su boca -Califica como beso. Pero lo que quiero hacerte es tan diferente que parece un crimen contra la palabra llamarlos de la misma manera.
– ¿qu-qué quieres decir?
Su curiosidad lo emocionó. -Creo que lo sabes-, dijo sonriendo. -Pero para refrescar tu memoria…
Él inclinó su boca contra la de ella y la besó profundamente, mordisqueando sus labios y luego la exploró con su lengua -Esto está más en la línea de lo que pensaba.
Él podía sentir como ella era arrastrada por la ola de su pasión. Su pulso corría y su aliento se aceleraba. Debajo de la mano, podía sentir su piel quemando a través de la fina tela de su vestido. La cabeza de ella cayó hacia atrás mientras él le besaba el cuello, dejando una línea de fuego caliente a lo largo de su garganta.
Ella se estaba derritiendo. Podía sentirlo. Sus manos se movieron hacia abajo a la curva de su trasero, apretándola contra él.
No se podía negar su excitación, y cuando ella no se alejó de inmediato, lo tomó como un signo de asentimiento.
– Vamos arriba-, le susurró al oído. -Ven y déjame amarte ahora.
Ella no se congeló en sus brazos, pero se mantuvo demasiado quieta.
– ¿Victoria?- El susurro sonó severo.
– No me pidas que haga esto-, dijo, ella volviéndose para mirarlo a la cara.
Él maldijo en voz baja. -¿Hasta cuándo me vas a hacer esperar?
Ella no dijo nada.
Sus dedos apretaron más. -¿Hasta cuándo?
– Tu no estás siendo justo conmigo. Tú sabes que no puedo simplemente… Esto no es correcto.
Él la soltó tan bruscamente que ella se tropezó. -Nada ha sido nunca más correcto, Victoria. Tu simplemente no quieres verlo.
Él la miró por un momento, con hambre, por última vez, sintiéndose demasiado enojado y rechazado para prestar atención a la expresión angustiada de ella.
Luego se volvió sobre sus talones y abandonó la habitación.