Lady Brightbill resultó ser casi aterradoramente organizada, y Victoria se encontró arrastrada de tienda en tienda con la precisión de un maestro. Era fácil ver de donde había sacado Robert su capacidad de concebir un plan y luego ejecutarlo cerebralmente. La tía Brightbill era una mujer con una misión, y nada iba a ponerse en su camino.
Normalmente, ellas no habría sido capaz de comprar un vestido apropiado en tan corto plazo, pero esta vez la clase obrera de Victoria trabajó a su favor. El personal de Madame Lambert estaba encantado de volver a verla, y trabajaron contra reloj para asegurarse de que su vestido sería incomparable.
Victoria sufría los preparativos un poco distraída. Ahora que por fin había decidido que ella amaba verdaderamente a Robert, ella estaba completamente pérdida acerca de la manera de decírselo. Debía haber sido fácil, ella sabía que él la amaba, y estaría encantado sin importar cómo se lo dijera. Pero ella quería que fuera perfecto, y era difícil idear algo perfecto con cuatro costureras metiendo alfileres en su costado. Y fue aún más difícil con la tía proyectando y dando órdenes cual general del ejército.
Estaba, por supuesto, la noche, pero Victoria no quería decírselo al calor de la pasión. Ella quería que fuera evidente que su amor por él se basaba en más que deseo. Y así, cuando ella se estaba preparando para el baile, ella todavía no le había dicho nada. Estaba sentada en su tocador, y estaba meditando mientras la doncella arreglaba sus cabellos. Llamaron a la puerta, y Robert entró sin esperar respuesta. -Buenas noches, cariño-dijo, inclinándose para soltar un beso en la parte superior de la cabeza.
– ¡No en el pelo!- Victoria y su doncella gritaron al unísono.
Robert se detuvo aproximadamente a una pulgada por encima de su cabeza.-Sabía que había una razón por la que acepté asistir a una sola función. Me encanta desordenarte el pelo.
Victoria sonrió, a punto de gritar su amor por él allí mismo, pero no quería hacerlo delante de la criada.
– Te ves muy hermosa esta noche-, dijo, despatarrado en una silla cercana. -Te sienta muy bien ese vestido. Debes usar ese color con más frecuencia -. Parpadeó distraído. -¿Cómo se llama?
– Malva.
– Sí, por supuesto. Malva. No puedo entender por qué las mujeres tienen que adoptar nombres tontos y tantos colores. Rosa habría servido perfectamente bien.
– Uno podría suponer que necesitamos algo con que ocupar nuestro tiempo, mientras que los hombres salen a recorrer el mundo.
Él sonrió. -Pensé que podrías necesitar algo nuevo para acompañar este vestido nuevo. Yo no estaba seguro de lo que se correspondería con el malva -, sacó una caja de joyería de la espalda y la abrió-, pero me han dicho que los diamantes van con todo.
Victoria jadeó.
Su doncella jadeó aún más fuerte.
Robert se sonrojó, viéndose un poco avergonzado.
– ¡Ah, Robert!- Victoria dijo, casi con miedo de tocar el collar que brillaba con los pendientes haciendo juego.-Nunca he visto nada más bello.
– Yo si.-murmuró, tocando la mejilla de ella.
La sirvienta, que era francesa y muy discreta, en silencio salió de la habitación.
– Ellos son demasiado preciosos-, dijo Victoria, pero se atrevió a tocarlos con un aire de asombro en sus ojos.
Robert cogió el collar y se lo puso alrededor de su cuello. -¿Puedo?- Cuando ella asintió el se colocó detrás de ella. -¿En qué otra cosa, por favor dime, debo gastar mi dinero?
– No lo sé-, balbuceó Victoria, resultándole muy agradable el contacto de las piedras en su esternón, a pesar de sus protestas.
– Estoy seguro de que debe haber algo más digno.
Robert extendió los pendientes para que se vista. -Tú eres mi esposa, Victoria. Me gustaría comprar le presenta. Espere muchos más en el futuro.
– Pero no tengo nada para ti.
Se inclinó sobre su mano y la besó galantemente. -Tu presencia en mi vida es suficiente-, murmuró. -Aunque…
– ¿Aunque?- Le pide ella. Quería darle lo que necesitara.
– Un niño podría ser bueno-dijo él con una sonrisa tímida. -Si pudieras darme uno…
Victoria se sonrojó. -Al ritmo que hemos ido, no veo ningún problema con eso.
– Bien. Ahora bien, si podemos volver a tratar de hacer una chica que se parezca a ti.
– No tengo control sobre eso-, dijo ella, riendo. Entonces su rostro se volvió sobrio. Las palabras estaban en la punta de su lengua. Cada músculo de su cuerpo estaba a punto de echarse en sus brazos y decir “Te quiero” una y otra vez. Pero no quería que él pensara que ella confundía amor con gratitud, por lo que decidió esperar hasta más tarde esa noche.
Ella encendería una vela perfumada en su cuarto, esperaría hasta que el estado de ánimo fuera perfecto…
– ¿Por qué de repente te ves tan soñadora?- Robert preguntó, tocando la barbilla.
Victoria sonrió en secreto. -Oh, no hay razón. Sólo una pequeña sorpresa que tengo para esta noche.
– ¿En serio?- Sus ojos se iluminaron con anticipación. -¿Durante el baile o después?
– Después.
Su mirada se volvió interrogativa y sensual. -Apenas puedo esperar.
Una hora después estaban preparados para entrar en la mansión Lindworthy. Lady Brightbill y Harriet estaban de pie justo detrás de los recién casados, habían decidido que sería más fácil para los cuatro viajar en un mismo transporte.
Robert miró a su nueva esposa con preocupación en sus ojos. -¿Todavía estás nerviosa?
Ella lo miró con sorpresa. -¿Cómo sabías que estaba nerviosa?
– Ayer, cuando la tía Brightbill declaró su intención de presentarte inmediatamente, pensé que podría atragantarte con el desayuno.
Ella sonrió débilmente. -¿Era yo tan transparente?
– Sólo para mí, querida.- Él la llevó la mano a los labios y dejó un beso en los nudillos. -Pero no has contestado mi pregunta. ¿Todavía estás nerviosa?
Victoria dio una pequeña sacudida con la cabeza. -Yo no estaría viva si no estuviera un poco nerviosa, pero no, no tengo miedo.
Robert estaba tan lleno de orgullo por ella en ese momento que se preguntó si su familia notaría que su pecho estaba orgullosamente hinchado. -¿Por qué el cambio?
Ella le miró a los ojos. -Tu.
Él sonrió, era todo lo que podía hacer aunque hubiera preferido estrecharla fuertemente en un aplastante abrazo. Dios, cómo amaba a esa mujer. Se sentía como si la hubiera amado desde antes de nacer. -¿Qué quieres decir?-, Preguntó, a sabiendas de que su corazón estaba en sus ojos y no le importa siquiera.
Ella tragó saliva, y luego en voz baja dijo: -Con sólo saber que estás conmigo, que te tengo a mi lado. Nunca dejarías que nada malo me suceda.
Su mano apretó un poco más la de ella. -Yo te protegería con mi vida, Torie. Seguramente ya lo sabes.
– Y lo sé-respondió ella en voz baja. -Pero esta conversación es trivial. Estoy segura de que estamos destinados a vivir una vida feliz, sin complicaciones.
Él la miró con intensidad un solo propósito. -Sin embargo, quiero…
– ¡El conde y la condesa de Macclesfield!
Robert y Victoria saltaron cuando el mayordomo de los Lindworthys hizo retumbar sus nombres, pero el daño ya estaba hecho. La primera vista de la nueva pareja que tuvo la alta sociedad fue de ellos prácticamente devorándose mudamente col los ojos. El silencio cayó sobre la multitud y, a continuación alguna vieja chismosa se rió, -¡Bueno, eso es un matrimonio por amor, si alguna vez he visto uno!
Robert esbozó una sonrisa mientras sostenía el brazo a su esposa. -Supongo que hay peores reputaciones pudiéramos obtener.
Su respuesta fue una sonrisa apenas sofocada.
Y entonces comenzó la noche.
Tres horas más tarde Robert no se sentía tan alegre. ¿Por qué? Porque él había tenido que pasar las últimas tres horas observando a la crema innata de la sociedad mirando a su esposa. Y parecía que la estaba mirando con demasiado afecto. Sobre todo los hombres.
Si un condenado Corinto más se acercaba y le besaba la mano… Robert gruñó para sí mismo, tratando de ahogar el impulso de tirar de la corbata. Era el infierno más absoluto dar un paso atrás y con una sonrisa serena ver como el duque de Ashbourne, un reconocido canalla murmurar saludos a Victoria.
Sintió la mano de su tía presionándole el brazo. -Trate de contenerte,-susurró.
– ¿Acaso no ves la forma en la que la está mirando? -Dijo apretando los dientes. -Tengo la mitad de mi mente…
– Sólo la mitad justamente -replicó Lady Brightbill. -Victoria se está comportando muy bien, y Ashbourne nunca ha sido de coquetear con mujeres casadas. Además, está tras una americana. Ahora deja de quejarte y sonríe.
– Yo estoy sonriendo-, dijo con los dientes apretados.
– Si eso es una sonrisa, me estremezco si te viera reír.
Robert le ofreció una sonrisa dulcemente enfermiza.
– Deja de preocuparte-dijo Lady Brightbill, acariciando el brazo. -Aquí viene mi querido Basil. Tendré que presentarle a Victoria para que bailen.
– Voy a bailar con ella.
– No, no lo harás. Ya has bailado con ella tres veces. Las lenguas viperinas se pondrán en movimiento.
Antes de Robert pudiera responder, Basil se presentó a su lados. -Hola mamá, primo.
Robert asintió con la cabeza, sin apartar los ojos de Victoria.
– ¿Disfrutas de tu compromiso social con tu primera encantadora esposa?-, preguntó Basil.
Robert miró a su primo, olvidando convenientemente que Basil había sido uno de sus parientes favoritos. -Cállate, Brightbill. Sabes perfectamente que estoy teniendo un tiempo infernal.
– Ah, sí, la maldición de la hermosa mujer. ¿No es curioso cómo una doncella está protegida de libertinos por su inocencia, pero una mujer casada que ha jurado ante Dios para ser fiel a una única persona, es considerada un blanco legítimo?
– ¿Dónde quieres llegar, Brightbill?
Robert miró las manos, luego la garganta de su primo, evaluando qué tan bien los primeros se ajustarían alrededor del segundo.
– A ningún lado-dijo Basil, con un encogimiento suave. -Simplemente que tu plan de retirarte de la sociedad por un tiempo es probablemente un sabio. ¿Has notado la forma en que los hombres la miran?
– Basil-exclamó Lady Brightbill. -Deja de molestar a tu primo.- Se volvió hacia Robert. -Está sólo bromeando contigo.
Robert parecía a punto de explotar. Fue un testimonio del coraje de Lady Brightbill no quitarle la mano del brazo.
Basil se limitó a sonreír, obviamente regocijado de cómo había mordido el cebo Robert. -Si me disculpas, debo presentar mis respetos a mi prima favorita.
– Pensé que yo era tu primo favorito-, dijo Robert con sarcasmo.
– Como si se pudiera comparar-, dijo Basil, con un lento movimiento casi arrepentido de su cabeza.
– Basil-dijo Victoria calurosamente cuando llegó a su lado. -Qué bueno verte de nuevo esta noche.
Robert renunció a toda pretensión de cualquier comportamiento sano y normal y se acercó a su lado en dos pasos.
– Robert-dijo ella, y él no pensó que su voz era dos veces tan caliente como lo había sido con Basi. Él sonrió estúpidamente.
– Yo estaba disfrutando de la compañía de tu esposa-, dijo Basil.
– Procura no disfrutarlo tanto-, gritó Robert.
La boca de Victoria se abrió. -¿Por qué, Robert?, ¿estás celoso?
– En absoluto-le mintió.
– ¿No confías en mí?
– Por supuesto que sí-, espetó. -Yo no le tengo confianza a él.
– ¿A mí? -, Dijo Basil con un rostro sorprendentemente inocente.
– No confío en ninguno de ellos-, gruñó Robert.
Harriet, que había estado de pie en silencio al lado de Victoria, le dio un codazo y le dijo: -Mira, yo te dije que te ama.
– ¡Ya basta!-, Dijo Robert. -Ella lo sabe. Confía en mí.
– Todos la amamos-, dijo Basil, sonriendo.
Robert lanzó un gemido. -Estoy plagado de parientes.
Victoria le tocó el brazo y sonrió. -Y estoy plagada de fatiga. ¿Te importa si salgo disparada a la sala de retiro por un momento?
Sus ojos se nublaron de preocupación de inmediato. -¿Te sientes mal? Si es así, voy a llamar para…
– No estoy enferma-, dijo Victoria en voz baja. -Sólo necesito para ir al baño. Estaba tratando de ser educada.
– Oh-respondió Robert. -Yo te acompañaré.
– No, no seas tonto. Es sólo por el pasillo. Estaré de vuelta antes de que notes que me he ido.
– Siempre me doy cuenta que te has ido.
Victoria se acercó a tocar su mejilla. -Siempre dices las cosas más dulces.
– ¡Deja de tocarlo!-Jadeó Lady Brightbill. -¡La gente dirá que están enamorados!
– ¿Qué diablos tiene eso de malo?-Preguntó Robert, girando hacia ella.
– En principio, nada. Pero el amor no está para nada de moda.
Basil se rió entre dientes. -Me temo que estás atrapado en una farsa muy mala, Primo.
– Sin escape a la vista-, bromeó Harriet.
Victoria aprovechó este intercambio se nos escape. -Si todos ustedes me disculpan,- murmuró. Y se escabulló a lo largo del perímetro de la sala de baile hasta llegar a las puertas dobles que conducían fuera de la sala. Lady Brightbill le había señalado el baño más temprano esa misma noche, y Victoria lo encontró de nuevo con facilidad.
La sala de retiro para damas estaba en realidad dividida en dos partes. Victoria se deslizó a través de la antecámara llena de espejos y entró cerrando la puerta detrás de ella. Oyó a alguien que entraba también a la antesala pero ella estaba concentrada en sus propios asuntos, así que se apresuró, suponiendo que otra dama tendría que hacer sus necesidades también. Victoria rápidamente alisó faldas y abrió la puerta, con una sonrisa amable pegada en su cara.
Su sonrisa duró menos de un segundo.
– Buenas noches, lady Macclesfield.
– ¡Lord Eversleigh!-, Dijo sin aliento. El hombre que la había atacado en la fiesta de la casa del Hollingwoods. Victoria de pronto se encontró luchando contra el impulso de vomitar. Luego redirigió sus esfuerzos, decidiendo que si iba a vaciar el estómago, podría hacerlo apuntando directamente a sus pies.
– ¿Te acuerdas de mi nombre-, murmuró. -Me siento honrado.
– ¿Qué estás haciendo aquí? Esta habitación es para las señoras.
Él se encogió de hombros. -Cualquier mujer que intente entrar sólo encontrará una puerta cerrada. Por suerte para ellos la mansión Lindworthys posee otro cuarto como este al otro lado de la casa.
Victoria corrió pasando junto a él llegando a la puerta y trató de abrirla. No se movió.
– Te invito a buscar la llave-, dijo con insolencia. -Está en mi persona.
– ¡Está loco!
– No -dijo, arrojándola contra la pared. -Sólo furioso. Nadie se burla de mí.
– Mi esposo te va a matar-, dijo en voz baja. -Él sabe dónde estoy. Si se da cuenta que usted está a aquí…
– Asumirá que le estás poniendo los cuernos-, terminó Eversleigh por ella, acariciándole el hombro desnudo con una repugnante imitación de falsa ternura.
Victoria sabía que Robert no creería que lo peor de ella, especialmente teniendo en cuenta el comportamiento pasado EversLeigh. -Él te matará -, repitió.
La mano de Eversleigh se deslizó hasta el hueco de su cintura. -Cómo te las arreglaste para atraparlo, me pregunto. Qué pequeña institutriz retorcida resultaste ser.
– Quíteme sus asquerosas manos de encima-siseó ella.
Él la ignoró, cubriendo la curva de su cadera. -Tus encantos son evidentes-, reflexionó-, pero tú no eres precisamente material adecuado para el matrimonio con el heredero de un marquesado.
Victoria trató de ignorar las nauseas rodando en su estómago. -Voy a decírtelo una vez más, quita tus asquerosas manos de mi persona-, advirtió.
– ¿O que va a hacer? -, Dijo con una sonrisa divertida, claramente no creía que ella no era ninguna amenaza para él.
Victoria envió hacia atrás su pie, dobló su pierna y luego, con toda la mayor fuerza posible, incrustó su rodilla en la ingle de un aullantemente sorprendido Eversleigh, que inmediatamente se derrumbó sobre el suelo. Él masculló algo. Victoria pensó que podría estar llamándole puta, pero él estaba con tanto dolor que sus palabras no eran claras. Se apartó de él con una sonrisa de satisfacción. -He aprendido una o dos cosas desde nuestro último encuentro-, dijo.
Antes de que pudiera decir nada más, alguien empezó a golpear la puerta. Robert, pensó, y corroboró su presunción cuando le oyó gritar su nombre en el pasillo.
Agarró la cerradura, pero la puerta no se movió. -Maldita sea-murmuró, recordando que Eversleigh lo había cerrado. -Un momento, Robert,- dijo en voz alta.
– ¿Qué demonios está pasando ahí dentro?- exigió. -Han pasado horas.
Ciertamente, no habían sido horas, pero Victoria no veía ningún sentido discutir la cuestión. Quería salir de ese baño tan desesperadamente como él. -Ya salgo-, dijo ella a la puerta. Luego se dio vuelta y miró el patético hombrecillo tirado en el suelo. -Dame la llave.
Eversleigh, incluso en su castrado estado, de alguna manera intentó una risita.
– ¿Con quién estás hablando?-, Gritó Robert.
Victoria no le hizo caso. -¡La llave!- Exigió mirando furiosa a Eversleigh. -O te juro que lo haré de nuevo.
– ¿Hacer otra vez qué?-, Dijo Robert. -Victoria, insisto en que abras la puerta.
Exasperada, Victoria puso las manos en las caderas y gritó, -¡yo lo haría si tuviera la maldita llave!- Ella se volvió hacia Eversleigh, -la llave.
– Nunca.
Victoria flexionó la rodilla elevando el pie. -Te voy a patear en este momento. Apuesto a que podría hacer más daño con el pie de lo que hice con mi rodilla.
– Aléjate de la puerta, Torie-gritó Robert. -La voy a romper.
– Oh, Robert, realmente desearía que tú…- Ella saltó hacia atrás justo a tiempo para evitar la colisión.
Robert estaba en la entrada, respirando fuerte por el esfuerzo e hirviendo de la cólera. La puerta se abrió cual borracho colgado de las bisagras. -¿Estás bien?-, Dijo, corriendo a su lado. Luego miró hacia abajo. Su rostro se volvió casi morado de rabia. -¿Qué está haciendo en el suelo?-Preguntó-, sus palabras, incluso más escalofriantes.
Victoria sabía que no era el momento adecuado para reír, pero no podía evitarlo. -Yo lo puse ahí.- Ella dijo.
– ¿Te importaría aclarar este asunto?- Robert solicitó mientras le daba una patada en el estómago de Eversleigh seguida de otra en su espalda.
– ¿Te acuerdas de nuestro paseo en coche desde Ramsgate?
– Íntimamente.
– No esa parte-, dijo Victoria rápidamente, ruborizándose. -Sino cuando yo… Ah… Cuando te dio un codazo accidentalmente que te…
– Recuerdo-, la cortó y Victoria pudo distinguir un tono humorístico que iba trepando por su mal humor.
– Está bien-respondió ella-.Yo siempre trato de aprender de mis errores, y no pude dejar de recordar cómo estabas incapacitado. Pensé que el mismo podría suceder en Eversleigh.
Robert comenzó a temblar de risa.
Victoria se encogió de hombros y se detuvo tratando de contener su sonrisa. -Él tenía las piezas necesarias-, explicó.
Robert alzó la mano. -No hay necesidad de una explicación más detallada-, dijo, riéndose todo el tiempo. -Eres una mujer de recursos, mi lady, y por eso te quiero.
Victoria suspiró, olvidando por completo la presencia Eversleigh. -Y yo te quiero, -suspiró. -te amo.
– Si se me permite interrumpir esta escena conmovedora-, dijo Eversleigh.
Robert le dio otra patada. -Por supuesto que no.- Sus ojos se abrieron de nuevo mirando a su esposa. -Oh, Victoria, ¿Lo dices enserio?
– Con todo mi corazón.
Él se acercó a abrazarla, pero Eversleigh estaba en el camino. -¿Hay una ventana aquí dentro?-Preguntó, girando la cabeza en todas las direcciones.
Victoria asintió con la cabeza.
– ¿Lo suficientemente grande para que quepa un hombre?
Sus labios temblaban. -Yo diría que sí.
– ¡Cuán conveniente!- Robert tomó a Eversleigh delcuello y de sus pantalones, empujándolo hacia la ventana. -La última vez que atacaste a mi esposa, creo que te advertí que te arrancaría cada uno de tus brazos si volvías a insultarla.
– Ella no era tu esposa entonces,- Eversleigh escupió.
Robert descargó varios puñetazos en el estómago y luego se volvió a Victoria y le dijo: -Es increíble lo bien que se siente. ¿Te gustaría probar?
– No, gracias. Yo tendría que tocarlo…
– Muy sabio, -murmuró Robert. Volviendo su atención a Eversleigh, dijo, -Mi matrimonio me ha dejado de notable buen humor, y es sólo por esta razón que yo no te mato ahora mismo. Pero si te acercas a mi mujer… no voy a dudar en ponerte una bala entre los ojos. ¿He sido claro?
Eversleigh pudo haber tratado de asentir con la cabeza, pero era difícil saberlo ya que estaba colgado boca abajo de la ventana.
– ¿Me explicado claramente?-, Bramó Robert. Victoria realmente dio un paso atrás. Ella suponía que aún estaba furioso; pero que había estado manteniendo un firme control sobre sus emociones.
– ¡Sí, maldita sea!-, Gritó Eversleigh.
Dicho esto Robert abrió sus manos dejándolo caer.
Victoria corrió a la ventana. -¿Estaba muy lejos de la tierra?-, Preguntó ella.
Robert miró hacia afuera. -No hasta ahora. Pero, ¿sabes si por casualidad los Lindworthys tienen perros?
– ¿Perros? No, ¿por qué?
Sonrió. -Se ve un poco desordenado por ahí. Tenía curiosidad.
Victoria se tapó la boca con la mano. -¿Tu…? ¿Nosotros…?
– Ciertamente. El valet de Eversleigh va a tener un arduo trabajo tratando de sacar eso del pelo.
Ella no pudo contenerse ante esas palabras y se dobló riéndose. Cuando finalmente pudo recuperar un poco de aliento pudo decir-¡Muévete, para que pueda ver!- Ella se asomó por la ventana justo a tiempo para atrapar a Eversleigh moviendo la cabeza como un
desesperado mientras salía de la escena, insultos perversos escapaban de su boca todo el tiempo. Ella volvió a entrar la cabeza. -Ciertamente apesta-, dijo.
Pero el rostro de Robert se había vuelto serio. -Victoria-, que comenzó con torpeza -, lo que has dicho… tu…
– Sí, lo dije en serio -, dijo ella, tomando sus manos entre las suyas. -Te amo. Pensé que no era capaz de decirlo, antes de ahora.
Él parpadeó. -¿Tú necesitabas dar un rodillazo a un hombre en la ingle antes de que pudieras decirme que me amas?
– ¡No!- Entonces pensó en sus palabras. -Bueno, sí, en cierto modo. Siempre he tenido ese terrible temor de que dominarías mi vida. Pero he aprendido que tenerte conmigo significa que puedo cuidar de mí misma igualmente bien.
– Ciertamente hiciste un buen trabajo con Eversleigh.
Elevó su barbilla con una sonrisa de satisfacción. -Sí, lo hice, ¿no? ¿Y sabes?, pero creo que no podría haberlo hecho sin ti.
– Victoria, lo hiciste por tu cuenta. Ni siquiera estaba presente.
– Sí, tú.- Ella tomó su mano y lo puso sobre su corazón. -Tu estabas aquí. Y me hiciste fuerte.
– Torie, eres la mujer más fuerte que conozco. Siempre lo has sido.
Ni siquiera trató de detener las lágrimas que estaban rodando por sus mejillas. -Estoy mucho mejor contigo que sin ti. Robert, Te quiero tanto.
Robert se inclinó para besarla, y luego se dio cuenta de que la puerta de la sala de retiro aún colgaba sobre su bisagra. Acomodó la madera para poderla cerrar con llave. -Bien-murmuró con lo que él esperaba que fuera su mejor voz de libertino. -Ahora te tengo a toda para mí.
– Desde luego, mi lord. Ciertamente.
Muchos minutos después, Victoria despegó su boca una fracción de una pulgada para susurrar. -Robert-dijo ella-, ¿te das cuenta?
– Calla, mujer, estoy tratando de darte un beso, y no hay mucho espacio para maniobrar aquí.
– Sí, pero ¿te das cuenta?
Él la acalló con su boca. Victoria se rindió a su beso de un minuto, pero luego se apartó de nuevo. -Lo que quería decirte…
Dejó escapar un suspiro dramático. -¿Qué?
– Algún día nuestros hijos nos van a preguntar cuál es el momento más importante de nuestras vidas. Y van a querer saber dónde ocurrió.
Robert levantó la cabeza y miró el estrecho cuarto de baño, a continuación, se echó a reír.
– Cariño, sólo vamos a tener que mentir y decir que viajamos a China, porque nadie va a creer esto.
Luego la besó de nuevo.