Un día entero pasó hasta que Victoria volvió a verlo. Un día completo de espera, de preguntarse, de soñar con él, aun cuando sabía que era absolutamente incorrecto.
Robert Kemble le había roto el corazón una vez, y ella no tenía razones para creer que no lo volvería a hacer.
Robert.
Ella debía que dejar de pensar en él de esa manera. Era el conde de Macclesfield, y su título dictaba su comportamiento en una forma que ella nunca podría aspirar a entender.
Esa había sido la razón por la que la había rechazado, el motivo por el cual nunca había considerado seriamente la posibilidad de casarse con la hija de un vicario pobre. Fue probablemente la razón por la que había mentido. Victoria, durante los últimos años, había aprendido que seducir a jóvenes inocentes se consideraba una especie de deporte entre los nobles. Robert no había hecho más que seguir las reglas de su mundo.
Su mundo. No el suyo.
Y sin embargo, había resuelto sus problemas con Neville. Desde luego, no tenía por qué hacerlo. El joven ahora la trataba como si fuera la reina. Victoria nunca había tenido un día tan tranquilo en toda su carrera.
Oh, ella sabía que los héroes tenían que matar a dragones como se citaban en los versos y todo eso, pero tal vez, sólo tal vez, todo lo que se necesitaba era un héroe para que enseñara a comportarse a un difícil niño de cinco años de edad.
Victoria negó con la cabeza. No podía darse el lujo de colocar Robert en un pedestal. Y si trataba de verla a solas de nuevo, tendría que rechazarlo otra vez. No importaba si su corazón se disparataba cada vez que lo veía, o si su pulso aceleraba, o si su…
Se obligó a detenerse en medio del pensamiento y forzó a su mente a volver de nuevo a la cuestión importante. Ella y Neville estaban tomando su paseo diario por los terrenos Hollingwood. Por primera desde que recordaba, que no la había pisado en un pie o le mostraba algún pobre insecto clavado en un palo. Y él la llamaba señorita Lyndon en cada oportunidad que tenía. Victoria se congratulaba de que finalmente había aprendido una lección de modales. Tal vez podría haber esperanza para el niño después de todo.
Neville corrió por delante, y luego dio media vuelta y volvió corriendo a su lado. -Señorita Lyndon-, dijo con mucha gravedad, -¿Tenemos planes especiales para hoy?
– Me alegro que lo preguntes, Neville,- contestó ella. -Vamos a jugar un nuevo juego de hoy.
– ¿Un nuevo juego?- La miró con un poco de recelo, como si hubiera descubierto ya todos los juegos que valían la pena de Gran Bretaña.
– Sí-dijo con fuerza – Hoy vamos a hablar de los colores.
– ¿Los colores?-, Dijo con esa manera particular que tienen los niños de cinco años de transmitir su displicencia. -Ya sé los colores. – y comenzó a enumerarlos. -Rojo, azul, verde, amarillo…
– Vamos a aprender nuevos colores-, lo interrumpió.
– … púrpura… -él gritaba ahora.
– ¡Neville Hollingwood!- Victoria habló con su voz más severa.
Él chico se calmó, algo que probablemente no lo habría hecho antes de la intervención de Robert.
– ¿Tengo tu atención ahora?-, Preguntó Victoria.
Neville asintió con la cabeza.
– Excelente. Ahora bien, hoy vamos a estudiar el color verde. Hay muchos diferentes tonos de verde. Por ejemplo, la hoja de ese árbol de allá no es exactamente el mismo color de la hierba sobre la que estamos parados, ¿verdad?
La cabecita de Neville se movió arriba y abajo observando la hoja y la hierba. -No-dijo, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. -No lo es.- Levantó la vista con entusiasmo. -¡Y no es absolutamente el mismo color que la franja de su vestido!
– Muy bien, Neville. Estoy muy orgullosa de ti. – Sonrió.
– Vamos a ver cuántos diferentes tonos de verdes que podemos encontrar. Y una vez que hayamos terminado vamos a encontrar los nombres de todos estos verdes.
– No es el musgo en las piedras en el estanque.
– Sí, desde luego. Lo llamaremos verde musgo.
– ¿Cuál es el verde de su vestido se llama?
Victoria bajó la vista y contempló su vestido gris. -Creo que se llama verde del bosque.
Él entornó los ojos con recelo. -Es mucho más oscuro que el bosque.
– No por la noche.
– Nunca he estado fuera en el bosque por la noche.
Victoria sonrió. -Yo si.
– ¿En serio?- Él la miró con más respeto.
– Mmm, hmm. Ahora bien, ¿qué otros colores puedes encontrar?
– ¿Qué pasa con el vestido que mi mamá llevaba esta mañana? Era un color repulsivo, pero era verde.
Victoria se mostró de acuerdo con su evaluación de vestir de lady Hollingwood, pero ella no iba a decirlo. -El vestido de tu madre no era “repulsivo” Neville -, dijo diplomáticamente. -Y pedimos que el color…er, supongo que podría llamarse verde salobre.
– Salobre.- Él dejó rodar la palabra en su boca por un momento antes de señalar con su dedo regordete a la derecha de Victoria.
– ¿Qué pasa con el abrigo de su señoría? Eso es verde, también.
Victoria sintió que su estómago se desplomaba a algún lugar en las cercanías de sus pies cuando ella volvió la cabeza. Ella gimió. Tenía que ser Robert. Había por lo menos una docena de “su señoría” en la propiedad para la fiesta, pero no, tendía que ser Robert caminando hacia ellos.
No es que ella pensaba que esto fuera una coincidencia.
– Buenos días, señorita Lyndon, joven Neville. -Robert los saludó con una reverencia cortés.
Victoria asintió con la cabeza, tratando de ignorar la forma en que su corazón se alzaba en una desesperante carrera. Dejó escapar un bufido, profundamente disgustada consigo misma.
– Eso es ciertamente un saludo agradable-, dijo Robert, sonriendo ante su reacción.
Su mirada se cruzó con la suya, y Victoria sintió el aliento salir de su cuerpo. Probablemente habría quedó inmóvil toda la tarde, mirando sus ojos, si Neville no les hubiera interrumpido.
– ¡Mi lord! ¡Mi lord!-Dijo la voz desde abajo.
A regañadientes, Victoria y Robert bajaron sus cabezas.
– Estamos practicando colores-, dijo Neville con orgullo.
– ¿Es así?- Robert se agachó al nivel del niño. -¿Sabía usted que los objetos tienen su color debido a ciertas propiedades de la luz? Uno no puede ver los colores en la oscuridad. Los científicos llaman a este concepto de la teoría ondulatoria de la luz. Es una teoría relativamente nueva.
Neville parpadeó.
– Mi lord, -dijo Victoria, incapaz de reprimir una sonrisa. Siempre había sido tan apasionado por las ciencias. -Puede que esto vaya un poco más allá del alcance de un niño de cinco años de edad.
Él la miró con timidez. -Oh, sí, por supuesto.
Neville tosió, claramente queriendo dirigir la conversación hacia el asunto en cuestión.
– Hoy-dijo con firmeza,- estamos hablando de verde.
– ¿Verde, dice usted?- Robert levantó el brazo y fingió mirar la manga con gran interés. Estoy vestido de verde.
Neville sonrió ante la atención que estaba recibiendo de Robert. -Sí, estábamos hablando de ti.
Robert dirigió una mirada inquisidora en dirección a Victoria. -¿En serio?
– Sí-. Neville se volvió hacia Victoria. -¿Señorita Lyndon, no estábamos hablando abrigo de su señoría?
– Por supuesto que sí:- Victoria replicó, no se divertía en lo más mínimo.
El muchacho le tiró de la manga. -¿Qué tipo de verde que es?
Victoria observó el abrigo de Robert, una prenda de vestir tan expertamente cortada que muy bien podría haber sido clasificada como una obra de arte.
– Verde botella, Neville. Se llama verde botella.
– Verde botella-, repitió. -. Hasta ahora he aprendido el verde musgo, el verde botella, el verde salobre, que realmente debería llamarse verde asqueroso.
– ¡Neville!- lo reprendió Victoria.
– Muy bien.-Suspiró-. No voy a llamarlo verde asqueroso. Pero- El chico levantó la mirada escrutadora hasta Robert. -¿Sabe usted de qué color es la banda sobre el vestido de Señorita Lyndon?
Robert se puso de pie, dejando que sus ojos se posaran sobre la línea, que resultó estar en su corpiño. -No-dijo, sin mirar hacia abajo a Neville. -No lo sé.
Victoria contuvo el impulso para cubrir sus pechos con las manos. Era absurdo, lo sabía, porque estaba completamente vestida. Pero ella se sentía como si Robert pudiera ver directamente su piel.
– Es de color verde bosque-, proclamó Neville. -Y la señorita Lyndon lo sabe, porque ella ha estado en el bosque por la noche.
Robert arqueó una ceja. – ¿Realmente?
Victoria tragó con dificultad, tratando de no recordar la noche mágica que había escapado de su habitación y paseado a través del bosque en Kent con Robert. Era imposible, por supuesto. Esos recuerdos jugaban conmovedoramente en su mente todos los días.
– Uno no puede ver los colores en la oscuridad-, dijo malhumorada. -El conde lo ha dicho.
– Pero usted dijo que el verde bosque era tan oscuro como el bosque de noche-insistió Neville.
– Tal vez si la luna estuviera en lo alto-, se dijo Robert. -Uno podía ver un poco de color, y sería tan romántico.
Victoria lo miró fijamente antes de volver al muchacho. -Neville-, dijo, su voz que sonaba extraña a sus oídos. -Estoy segura que el conde no está interesado en nuestros juegos de color.
Robert sonrió lentamente. -Estoy interesado en todo lo que haces.
Victoria tomó la mano de Neville. -En realidad no deberíamos entretener a su señoría. Estoy segura de que tiene muchas cosas importantes que hacer. Cosas que no nos involucran.
Neville no se movió. Miró a Robert y le preguntó: -¿Está usted casado?
Victoria tosió y se las arregló para salir del paso diciendo -, Neville, estoy segura de que no es de nuestra incumbencia
– No, Neville, yo no lo estoy-respondió Robert.
El chico ladeó la cabeza. -Tal vez deberías pedírselo a la señorita Lyndon. Entonces, puede venir a vivir aquí con nosotros.
Robert lo miró como si estuviera tratando realmente de no reír. -Ya se lo pedí una vez.
– Oh, Dios.- Victoria se quejó. La vida no podía complicarse mucho más después de eso.
– ¿En serio?-, Dijo Neville.
Robert se encogió de hombros. -Ella no me quería.
Neville volvió si cabeza hacia Victoria. -¿Usted le ha dicho que no?- Su voz se convirtió en un grito horrorizado en la última palabra.
– Y-y-yo-Victoria balbuceaba, incapaz de decir una palabra.
– ¿Señorita Lyndon?- Robert la pinchó, evidentemente divirtiéndose como no lo había hecho en muchos años.
– Yo no dije…¡Por el amor de Dios.- Victoria le dirigió a Robert, una expresión feroz. -Debería avergonzarse de sí mismo, mi lord.
– ¿Avergonzarme?- Dijo con fingida inocencia.
– Usar a un niño para satisfacer sus… su…
– ¿Mi qué?
– Su necesidad de hacerme daño. Es inconcebible.
– ¿Por qué, señorita Lyndon, me ha insultado usted creyendo que me rebajaría a esos niveles.
– No hay necesidad de rebajarse-, dijo con frialdad-.Usted siempre ha estado en algún lugar entre el fango y el infierno.
– ¿Ha dicho el infierno?- Gritó Neville.
Robert comenzó a temblar de risa silenciosa.
– Neville, vamos a volver a la casa en este instante-, dijo Victoria con firmeza.
– ¡Pero mis colores! Quiero terminar con el verde.
Cogió su mano y empezó a tironearlo hacia la casa. -Tendremos el té en el salón verde.- Victoria no se molestó en mirar hacia atrás. Lo último que quería ver era Robert encorvado sobre sí por la risa.
Si la intención de Robert era torturarla hasta la locura, pensó con ironía Victoria más tarde ese día, estaba haciendo un trabajo bastante bueno.
Nunca se imaginó que se atrevería a buscarla en su cuarto otra vez, ella le había dejado muy en claro que tal comportamiento era inaceptable. Pero, obviamente, a él no le importaba, porque a la una en punto, mientras que Neville estaba tomando su lección equitación, él se metió en su cuarto sin la mínima culpa.
– Robert-exclamó Victoria.
– ¿Estas ocupada?- Le preguntó, su rostro era la viva imagen de la inocencia mientras cerraba la puerta detrás de él.
– Ocupada- estuvo a punto de chillar.-¡Fuera!
– Si no querías compañía, deberías haber cerrado con llave la puerta.
– Puedes estar seguro de que voy a adoptar ese hábito en el futuro.- Victoria hizo una pausa, tratando no tensar sus mandíbulas, sin tener éxito. -¿Qué estás haciendo aquí?- masculló finalmente.
Levantó un plato. -Trayéndote un pedazo de pastel de chocolate. Sé lo mucho que te encanta, y yo no creo que lady H sea la clase de dama que comparta sus golosinas con la institutriz.
– Robert, tienes que irte.
Él le hizo caso omiso. -Aunque no puedo imaginar que lady H. no sepa que tú eres mucho más bella que ella, y yo no dudaría que ella intentara hacerte engordar.
– ¿Te has vuelto loco?
– En realidad, Victoria, eres muy desagradecida. Muy malos modales. Me sorprende de ti.
Victoria creía estar en medio de un sueño muy extraño. Esa podría ser la única explicación. ¿Robert, dando conferencias sobre como comportarse?
– Debo estar loca-, murmuró. -Si a ti no te falta un tornillo, entonces debo ser yo.
– Tonterías. ¿Qué podría estar mal con dos amigos que disfrutan de su mutua compañía?
– Esa no es nuestra situación, y bien lo sabes.- Victoria puso las manos en las caderas. -Y voy a tener que pedirte que no vuelva a repetir tus juegos tontos conmigo delante de Neville más. No es justo.
Él levantó la mano como si hiciera un juramento solemne. -No más juegos delante de Neville.
– Gracias.
– ¿A pesar de convencerle que te llame Señorita Lyndon, no?
Victoria dejó escapar un suspiro. Ella estaba más que molesta con él por la payasada de esa tarde, pero su sentido del juego limpio exigió que le diera las gracias. -Sí, Robert, yo te agradezco tu intervención con Neville ayer, pero…
Él agitó la mano. -No fue nada, te lo aseguro.
– Sin embargo, debo darte las gracias
– El niño necesita una mano firme.
– Estoy de acuerdo contigo, pero…
– Es realmente una lástima que tuviera que ser yo el que lo haga, ya que esa tarea debería ser responsabilidad de los padres.
Ella se puso las manos en las caderas de nuevo. -¿Por qué me aparece que estás tratando de evitar que yo hable?
– Puede ser-, se apoyó, casualmente, contra el marco de la puerta-, porque sé que estás tratando de despedirme.
– Exactamente.
– Mala idea.
– ¿Cómo?
– He dicho que es una mala idea. Completamente desaconsejable.
Ella parpadeó desconfiada. -Es muy posible que sea la mejor idea que he tenido en mucho tiempo.
– Pero no te gustaría ser privada de mi compañía -, retrucó él.
– Eso es, precisamente, lo que estoy tratando de lograr.
– Sí, pero estarías triste sin mí.
– Estoy bastante segura de que puedo juzgar mis propias emociones con mayor claridad que tú.
– ¿Te gustaría saber cuál es tu problema con Neville?
– ¿Quieres decirme?-Preguntó ella, con no poco de sarcasmo.
– Tu no sabes cómo ser severa.
– ¿Cómo dices? Yo soy una gobernanta. Me gano la vida al ser severa.
Él se encogió de hombros. -No eres muy buena en eso.
La boca de ella se abrió en consternación. -He pasado los últimos siete años trabajando como institutriz. Y en caso de que no lo recuerdes, fue ayer cuando dijiste que yo era bastante buena en ello.
– En los planes de lección y ese tipo de cosas.- Él agitó la mano con indiferencia en el aire.-Pero la disciplina… Bueno, tu nunca sobresaliste en eso.
– Eso no es cierto.
– Nunca has sabido ser adecuadamente severa.- Él se rió y le tocó la mejilla. -Lo recuerdo con tanta claridad. Si, tratabas de regañarme, pero tus ojos estaban siempre muy calientes. Y tus labios siempre se curvaban un poco en las esquinas. Yo no creo que no sabes cómo hacer un gesto osco.
Victoria lo miró con recelo. ¿Que estaba haciendo? Había estado tan furioso con ella ayer por la mañana cuando él se deslizó hasta su cuarto. Pero desde entonces había sido positiva agradable. Absolutamente encantador.
– ¿Estoy en lo cierto?- Le preguntó, irrumpiendo en sus pensamientos.
Ella le dirigió una mirada sagaz en su dirección. -Estás tratando de seducirme de nuevo, ¿no es cierto?
Robert no estaba comiendo ni bebiendo pero se atragantó lo mismo. Victoria tuvo que darle un fuerte golpe en la espalda. -No puedo creer que hayas dicho eso,- finalmente pudo decir.
– ¿Pero es cierto?
– Por supuesto que no.
– Así que es cierto.
– Victoria, ¿estás escuchando alguna palabra de lo que estoy diciendo?
Antes de que pudiera responder, sonó un golpe en la puerta. Victoria al instante entró el pánico. Echó una mirada angustiada a Robert, que respondió poniendo su dedo índice sobre sus propios labios, tomó el plato de torta y de puntillas se dirigió al su armario y se escondió dentro. Victoria parpadeó con incredulidad mientras lo veía acurrucarse el interior. Lo miró más incómoda.
– ¡Señorita Lyndon! ¡Abra la puerta de una buena vez! -Lady Hollingwood sonaba más disgustada. -Sé que estás ahí.
Victoria corrió hacia la puerta, dándole las gracias, en silencio a Dios, porque Robert había sido lo suficientemente grosero como para trabar la puerta al cerrarla. -Lo siento mucho, señora Hollingwood-, dijo mientras abría la puerta. -Yo estaba tomando una siesta. Lo hago a menudo, mientras que Neville está en los establos.
Los ojos de Lady Hollingwood se estrecharon. -Estoy segura de haberla oído hablar.
– Debe haber sido en sueños-, dijo Victoria rápidamente. -Mi hermana me decía que yo la tenía la mitad de la noche despierta con mis murmullos.
– Que bizarro- dijo con disgusto.
Victoria apretó los dientes en una sonrisa. -¿Hay algo en particular que quiera discutir lady Hollingwood? ¿Alguna actualización sobre las lecciones de Neville, tal vez?
– Ya le haré las preguntas pertinentes el miércoles, como es nuestra costumbre. Estoy aquí por una razón mucho más grave.
El corazón de Victoria se detuvo. Lady Hollingwood iba a despedirla. Seguramente ella la había visto con Robert. Tal vez incluso lo había visto entrar en su habitación hacía menos de diez minutos. Victoria abrió la boca para hablar, pero no podía pensar ninguna palabra en su defensa. Por lo menos ninguna que Lady Hollingwood tomara en consideración.
– La Señorita Hypatia Vinton ha enfermado-, anunció Señora Hollingwood.
Victoria parpadeó. ¿Eso era todo? -Confío en que no es serio.
– No, en absoluto. Está descompuesta del estómago, o algo por el estilo. Es mi opinión estará bien por la mañana, pero ella insiste en ir a su casa.
– Ya veo-, dijo Victoria, preguntándose qué tenía eso que ver con ella.
– Ahora necesitamos a una señorita para completar la mesa de mi cena mañana por la noche. Usted tendrá que tomar su lugar.
– ¿Yo?-Chilló Victoria.
– Es la peor de las situaciones posibles, pero no puedo pensar en ningún otro curso de acción.
– ¿Qué pasa con la cena de esta noche? Seguramente tendrá alguna otra dama.
Lady Hollingwood fijó una mirada desdeñosa sobre Victoria. -No es el caso, ya que uno de mis invitados se ha ofrecido a escoltar a su casa a la señorita Hypatia, por lo que en este momento no hay problema. No es necesaria otra invitación, la señorita Lyndon. No quiero que molestar a mis invitados más de lo necesario.
Victoria se preguntó por qué lady Hollingwood se molestaría en solicitar su presencia si ella representaba tal inconveniente. Murmuró: -Era sólo una pregunta, mi lady.
Su empleadora frunció el ceño. -¿Usted sabe cómo comportarse adecuadamente, no?
Victoria aseveró fríamente: -Mi madre era todo una dama, Lady Hollingwood. Como soy lo yo.
– Si me decepciona en esta tarea, no voy a dudar en echarla. ¿Me entiendes?
Victoria no veía cómo podía hacer otra cosa que entenderla. Ladya Hollingwood amenazaba con despedirla todos los días. -Sí, por supuesto, lady Hollingwood.
– Bien. No creo que tenga nada que ponerse.
– Nada apropiado para tal ocasión, mi lady.
– Puedo enviarle alguno de mis vestidos viejos. Creó que será suficiente.
Victoria obvió mencionar que lady Hollingwood poseía una figura más gruesa que la de ella. Simplemente no le pareció conveniente decirlo. En lugar de eso optó por un -Mi lady
– Estará algunos años atrasada en la moda, -Lady Hollingwood reflexionó-, pero nadie va a hacer comentarios al respecto. Tú eres la institutriz, después de todo.
– Por supuesto.
– Bien. Estaremos sirviendo las bebidas a las ocho, y la cena treinta minutos después. Por favor, ven a las siete y veinticinco. No quiero que mis invitados se vean obligados a socializar contigo por más tiempo del necesario.
Victoria se mordió la lengua para forzarse a no contestar.
– Buenos días, entonces. -Lady Hollingwood caminó hacia la sala.
Victoria apenas había cerrado la puerta tras de sí cuando Robert salió del armario.
– ¿Qué vaca desgraciada!-, Exclamó. – ¿Cómo puedes soportarla?
– No tengo otra opción-, ella gruñó.
Robert la miró con aire pensativo. -No, parece que no la tienes.
Más que nada, Victoria quería darle una bofetada en ese momento. Una cosa era que ella sea consciente de su miserable suerte en la vida. Pero otra muy diferente para él hiciera comentarios al respecto. -Creo que es mejor que te vayas-, dijo.
– Sí, por supuesto -, estuvo de acuerdo él. -Hay cosas que debes hacer, estoy seguro, cosas de gobernanta.
Ella se cruzó de brazos. -No vengas aquí otra vez.
– ¿Por qué no? El ropero no fue incómodo.
– Robert… -, Le advirtió.
– Muy bien. Pero primero una pequeña muestra de agradecimiento por el pastel de chocolate.
Él se inclinó besándola fuerte y rápido. -Eso deberá ser suficiente hasta la tarde.
Victoria se limpió la boca con el dorso de la mano y espetó, -cerdo despreciable.
Robert sólo se rió entre dientes. -La espero mañana por la noche, la señorita Lyndon.
– No me busques.
Levantó una ceja. -No veo cómo vas a ser capaz de evitarme.