Y si el escándalo salta en la reunión campestre de lady Bridgerton, aquellos de nosotros que nos hemos quedado en Londres podemos estar por completo seguros de que todas y cada una de las excitantes noticias alcanzarán nuestros tiernos oídos a la mayor brevedad. Con tantas chismosas reconocidas allí presentes, todos nosotros tenemos garantizado un informe completo y detallado.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
4 de mayo de 1814
Durante una fracción de segundo, todo el mundo permaneció paralizado como si aquello fuera un retablo dramático. Kate miró a las tres matronas llena de consternación. Ellas la miraban a su vez con absoluto horror.
Y Anthony continuaba empeñado en extraer el veneno de la picadura de abeja de Kate, ajeno por completo al hecho de tener público.
Del quinteto, Kate fue la primera en encontrar la voz, y la fuerza para hablar. Empujando a Anthony por el hombro con toda su energía, soltó un grito vehemente:
– ¡Basta!
Anthony, del todo desprevenido, resultó sorprendentemente fácil de apartar y aterrizó en el suelo sobre su trasero, con la mirada aún llameante en su empeño de salvarla de lo que él percibía como un destino mortal.
– ¿Anthony? -dijo lady Bridgerton con un jadeo. Pronunció el nombre de su hijo con voz temblorosa, como si le costara creer todo lo que estaba viendo.
Él se volvio.
– ¿Madre?
– Anthony, ¿qué estabas haciendo?
– Le ha picado una abeja -dijo con expresión grave.
– Me encuentro bien -insistió Kate, luego tiró de su vestido hacia arriba-. Ya le he dicho que me encontraba bien, pero no quería escucharme.
Los ojos de lady Bridgerton se empañaron pues ella sí comprendía la situación.
– Ya veo -dijo con voz baja y triste, y Anthony supo lo que veía. Tal vez ella fuera la única persona capaz de hacerlo.
– Kate -dijo Mary por fin, encontrando dificultades para articular palabra-, tiene los labios sobre tu… sobre tu…
– Sobre su pecho -concluyó la señora Featherington servicial con los brazos doblados sobre su amplio seno. Un ceño de desaprobación marcaba su rostro, pero estaba claro que se estaba divirtiendo de lo lindo.
– ¡No es eso! -exclamó Kate mientras se esforzaba por levantarse, lo cual no era una tarea fácil puesto que Anthony había aterrizado sobre uno de sus pies cuando ella le apartó del banco-. ¡Me ha picado justo aquí! -Con un gesto impetuoso, señaló con el dedo la señal roja, aún hinchada, sobre la fina piel que cubría su clavícula.
Las tres mujeres mayores miraron con fijeza la picadura, y su piel adquirió también idénticos sonrojos de un débil carmesí.
– ¡No está tan cerca de mi pecho, desde luego que no! -protestó Kate, demasiado horrorizada por el cariz de la conversación como para sentirse azorada por emplear aquel lenguaje bastante anatómico.
– No está lejos -indicó la señora Featherington.
– ¿Nadie va a callarla? -soltó Anthony.
– ¡Vaya! -La señora Featherington se enfurruñó-. ¡Si yo nunca…!
– No -replicó Anthony-. Usted siempre.
– ¿Qué quiere decir con eso? -quiso saber la señora Featherington dando un codazo a lady Bridgerton en el brazo. Al ver que la vizcondesa no contestaba se volvió a Mary y repitió la pregunta.
Pero Mary sólo tenía ojos para su hija.
– Kate -ordenó-, ven aquí al instante.
Su hija, diligente, se fue a su lado.
– ¿Bien? – preguntó la señora Featherington -. ¿Qué vamos a hacer?
Cuatro pares de ojos se volvieron hacia ella llenos de incredulidad.
– ¿Vamos? -preguntó con voz débil Kate.
– No consigo entender qué tiene usted que decir en este asunto – replicó Anthony.
La señora Featherington se limitó a soltar un sonoro resoplido nasal lleno de desdén.
– Tiene que casarse con la muchacha -anuncio.
– ¿Qué? -La palabra desgarró la garganta de Kate-. Tiene que haberse vuelto loca.
– Debo de ser la única sensata en este jardín, eso creo yo -dijo con tono oficioso la señora Featherington-. Caray, muchacha, tenía su boca en tus pechitos, y todas lo hemos visto.
– ¡No es así! – gimió Kat e-. Me ha picado una abeja. ¡Una abeja!
– Portia -intervino lady Bridgerton-, no creo que haga falta usar un lenguaje tan gráfico.
– En este momento la delicadeza tiene poco sentido – contestó la señora Featherington-. Lo describamos como lo describamos, va a constituir un bonito chismorreo. El soltero más empedernido de toda la aristocracia, derrocado por una abeja. Tengo que decir, milord, que no me había imaginado nada así.
– No va a haber ningún chismorreo -gruñó Anthony mientras se acercaba a ella con aire amenazador- porque nadie va a decir una sola palabra. No permitiré que se mancille el buen nombre de la señorita Sheffield.
A la señora Featherington se le salieron los ojos de las órbitas, pues no daba crédito a lo que acababa de oír.
– ¿Cree que podrá impedir que se hable de esto?
– Yo no voy a decir nada, y dudo bastante que la señorita Sheffield vaya hacerlo -manifestó mientras se plantaba las manos en las caderas y fulminaba a la matrona con la mirada. Era el tipo de mirada con la que conseguía que cualquier hombre hecho y derecho se pusiera de rodillas, pero la señora Featherington o bien era inmune a ella o era estúpida, de modo que Bridgerton tuvo que continuar-. Lo cual nos deja con nuestras respectivas madres, quienes por lógica tienen un interés personal en proteger nuestras reputaciones. Lo cual la deja a usted, señora Featherington, como único miembro de este reducido e íntimo grupo que podría preferir ser una verdulera vocinglera y chismosa.
La señora Featherington se puso roja como un tomate.
– Cualquiera podría haber sido testigo desde la casa -dijo con amargura, resistiéndose sin duda a perder una pieza tan excelente de cotilleo. La agasajarían durante todo un mes por ser la única testigo de un escándalo así. Es decir, la única testigo que podía hablar.
Lady Bridgerton lanzó una rápida mirada a la casa mientras su rostro empalidecía.
– Tiene razón, Anthony -dijo-. Estabais a plena vista del ala de invitados.
– Fue una abeja. -Kate prácticamente gimió-. ¡Nada más que una abeja!
Su arrebato sólo encontró silencio. Desplazó la mirada de Mary a lady Bridgerton; ambas la observaban con expresiones que oscilaban entre la preocupación, la amabilidad y la lástima. Luego miró a Anthony, cuya expresión era dura, callada e ilegible.
Kate cerró los ojos con amargura. No era así como se suponía que tendría que suceder. Aunque le había dicho a Anthony que daba visto bueno a su boda con su hermana, en secreto lo que deseaba era que fuera para ella, pero no de este modo.
Oh, Dios bendito, de este modo no. No de manera que él se sintiera atrapado. No de manera que él tuviera que pasar el resto de su vida mirándola y deseando que fuera otra persona.
– ¿Anthony? -dijo en un susurro. Tal vez si hablaban, tal vez si él la miraba, Kate pudiera deducir lo que estaba pensando.
– Nos casaremos la semana que viene -manifestó. Su voz sonaba firme y clara, pero por otro lado carente de toda emoción.
– ¡Oh, bien! – dijo lady Bridgerton con gran alivio y se cogió ambas manos -. La señora Sheffield y yo comenzaremos de inmediato con los preparativos.
– Anthony -volvió a susurrar Kate, esta vez con más apremio -, ¿estás seguro de lo que dices? -Le cogió del brazo e intentó apartarle de las matronas. Sólo ganó unos pocos centímetros, pero al menos ahora no estaban de cara a ellas.
Bridgerton la miró con ojos implacables.
– Nos casaremos -dijo sencillamente, con la voz del aristócrata consumado, sin tolerar ninguna protesta y esperando ser obedecido-. No podemos hacer otra cosa.
– Pero tú no quieres casarte conmigo -repuso ella. Aquella frase consiguió que Anthony arqueara una ceja.
– ¿Y tú quieres casarte conmigo?
Ella no dijo nada. No podía decir nada, no si quería mantener una mínima partícula de orgullo.
– Imagino que nos llevaremos lo suficientemente bien -continuó él, su expresión se suavizó un poco-. Nos hemos hecho amigos en cierto modo, después de todo. Eso es más de lo que la mayoría de hombres y mujeres tienen al iniciar una unión.
– No es posible que quieras esto -insistió ella-. Querías casarte con Edwina. ¿Qué le vas a decir a Edwina?
Se cruzó de brazos.
– Nunca le he hecho ninguna promesa a Edwina. E imagino que le diré que nos hemos enamorado, así de sencillo.
Kate notó que sus ojos se entornaban sin ella pretenderlo.
– Nunca va a creérselo.
Él se encogió de hombros.
– Entonces díle la verdad. Que te ha picado una abeja, y que yo intentaba ayudarte, y que nos atraparon en una postura comprometida. Díle lo que quieras. Es tu hermana.
Kate se dejó caer otra vez sobre el banco de piedra con un suspiro.
– Nadie va a creerse que quieras casarte conmigo -concluyó-. Todo el mundo pensará que te he atrapado. -Anthony lanzó una mirada significativa a las tres mujeres, quienes continuaban observándoles con sumo interés. Tras un «¿Nos disculpan?», tanto su madre como la de Kate retrocedieron algún metro y se dieron la vuelta para facilitarles cierta intimidad. Al ver que la señora Featherington no seguía su ejemplo de inmediato, Violet se acercó para cogerla del brazo y casi se lo desencaja al hacerlo.
Anthony, tras sentarse al lado de Kate, dijo:
– Poco podemos hacer para impedir que la gente hable, sobre todo con Portia Featherington como testigo. No confío en que esa mujer mantenga la boca cerrada más de lo que tarde en regresar a la casa. – Se reclinó un poco hacia atrás y apoyó el tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha-. O sea, que también podemos intentar que salga lo mejor posible. Tengo que casarme este año…
– ¿Por qué?
– ¿Por qué, qué?
– ¿Por qué tienes que casarte este año?
Él hizo una pausa. En realidad no había una respuesta para esa pregunta. De modo que dijo:
– Porque lo había decidido así, y eso ya es suficiente motivo para mí. En cuanto a ti, tienes que casarte algún día…
Ella le interrumpió otra vez.
– Para ser sincera, ya tenía bastante asumido que no lo haría.
Anthony sintió que sus músculos entraban en tensión, le llevó varios segundos percatarse de que lo que sentía era rabia.
– ¿Pensabas vivir como una solterona?
Kate hizo un gesto de asentimiento, con ojos inocentes y francos al mismo tiempo.
– Parecía sin duda una posibilidad, sí.
Anthony permaneció quieto durante varios segundos mientras pensaba que le gustaría asesinar a todos esos hombres y mujeres que la habían comparado con Edwina y habían pensado que no estaba a la altura. En realidad, Kate no tenía ni idea de que podía ser atractiva y deseable por derecho propio.
Cuando la señora Featherington anunció que debían casarse, su reacción inicial había sido la misma que la de Kate: horror absoluto. Por no mencionar que su orgullo se había sentido tocado en cierto sentido. A ningún hombre le gusta verse obligado a casarse, y era en especial mortificante que lo que le obligara fuera una abeja.
Pero mientras permanecía ahí observando a Kate aullando sus protestas (no la más halagadora de las reacciones, pensó), le inudó una sensación de satisfacción.
La deseaba.
La deseaba con desesperación.
Ni en un millón de años se permitiría elegirla a ella como esposa. Era demasiado peligrosa, en exceso, para su paz mental.
Pero el destino había intervenido y ahora parecía que tenía que casarse con ella… bien, tenía la impresión de que no iba a servir de mucho armar un alboroto. Había destinos peores que casarse con una mujer inteligente, entretenida, a quien encima deseaba las veinticuatro horas del día.
Lo único que tenía que hacer era asegurarse de que no se enamoraba de ella. Lo cual no tenía que ser imposible, ¿verdad que no? Dios sabía que le volvía loco la mitad de las veces con sus riñas incesantes. Pero podría tener un matrimonio agradable con Kate. Disfrutaría de su amistad y disfrutaría de su cuerpo, y eso sería todo. No había por qué ir más al fondo.
Y no podía haber soñado con una mujer mejor como madre de sus hijos cuando él faltara. Lo cierto era que debía valorar aquello en su justa medida.
– Funcionará -dijo con gran autoridad-. Ya verás.
Kate le miraba con vacilación, pero hizo un gesto afirmativo. Por supuesto, poco más podía hacer. La peor chismosa de Londres acababa de atraparla con la boca de un hombre sobre su pecho. Si él no hubiera hecho aquel ofrecimiento de matrimonio, habría perdido el buen nombre para siempre.
Y si se negaba a casarse con él… bien, entonces estaría condenada como mujer perdida y como idiota.
Anthony se levantó de forma repentina.
– ¡Madre! – ladró y dejó a Kate en el banco mientras se acercaba a lady Bridgerton -. Mi prometida y yo deseamos un poco de intimidad aquí en el jardín.
– Por supuesto -murmuró la vizcondesa.
– ¿Le parece eso prudente? -preguntó la señora Featherington.
Anthony se adelantó, acercó mucho la boca al oído de su madre y susurró:
– Si no te la llevas de mi presencia en los siguientes segundos, la asesino aquí mismo.
Lady Bridgerton se atragantó con una risa y asintió con la cabeza. Al final consiguió decir:
– Por supuesto.
En menos de un minuto, Anthony y Kate estaban a solas en el jardín.
Anthony se volvió para mirarla; Kate se había levantado y había dado unos pocos pasos hacia él.
– Creo -murmuró Bridgerton, y enlazó suavemente su brazo con el de ella- que deberíamos considerar retirarnos de la vista de la casa.
Su paso era largo y resuelto, y Kate dio algún traspiés mientras intentaba encontrar el paso y situarse a su altura.
– Milord -preguntó apresurándose a su lado-, ¿te parece de verdad prudente?
– Suena como la señora Featherington -comentó sin aminorar la marcha ni un momento.
– Dios me libre -musitó Kate-, pero mantengo la pregunta.
– Sí, pienso que es del todo prudente -respondió, y la metió en una glorieta. Tenía las paredes parcialmente abiertas para dejar pasar el aire, pero estaba rodeada de lilos que ofrecían una intimidad considerable.
– Pero…
Él sonrió. Una sonrisa lenta.
– ¿Sabes que discutes demasiado?
– ¿Me has traído aquí para decirme eso?
– No, para eso no -dijo arrastrando las palabras-. Te he traído aquí para hacer esto.
Y entonces, antes de que Kate tuviera ocasión de pronunciar una sola palabra, antes de que tan siquiera tuviera ocasión de coger aliento, su boca descendió y capturó la de ella con un beso hambriento y abrasador. Sus labios eran voraces, tomaban todo lo que tenían que dar y luego pedían aún más. El fuego candente ardió y chisporroteó en el interior de Kate con más ardor que aquella noche en el estudio, diez veces más.
Se estaba fundiendo. Dios santo, se estaba fundiendo y quería mucho más.
– No deberías hacerme esto -susurró pegada a su oído-. No deberías. Todo en ti es totalmente inapropiado. Y no obstante…
Kate solté un jadeo cuando las manos de Anthony la sorprendieron por la espalda para atraerla con brusquedad contra su erección – ¿Lo ves? – dijo con voz entrecortada mientras movía sus labios sobre la mejilla de Kate -. ¿Lo sientes? -Se rió con voz ronca, con un extraño sonido burlón-. ¿Ya lo entiendes? -La estrujó sin piedad luego mordisqueó la tierna piel de su oreja-. Por supuesto que no.
Kate sintió que se escurría contra él. La piel empezaba a arderle, y los brazos traidores de Anthony no dejaban de escabullirse hacia arriba y alrededor de su cuello. Estaba avivando un fuego dentro ella, algo que ni siquiera sabía cómo controlar. Estaba poseída por una necesidad primitiva, algo abrasador, fundido, que sólo necesitaba el contacto de la piel de Anthony contra la de ella.
Le deseaba. Oh, cuánto le deseaba. No debería desearle, no debería desear a este hombre que se casaba con ella por todas las razones equivocadas.
Y no obstante le deseaba con una desesperación que la dejaba sin aliento.
No estaba bien, no estaba nada bien. Tenía graves dudas acerca de este matrimonio y sabía que debía mantener la cabeza despejada. Continuó recordándoselo a sí misma, pero eso no impidió que sus labios se separaran para permitirle la entrada a él, ni que su propia lengua saliera con timidez para saborear la comisura de su boca.
Y el deseo que se iba acumulando en su vientre -sin duda eso tenía que ser esta sensación extraña, aquel remolino de picor- se hacía cada vez más intenso.
– ¿Soy una persona tan terrible? -susurró ella, más para sus propios oídos que para los de él-. ¿Esto significa que estoy perdida?
Pero él la oyó, y la respuesta sonó ardiente y húmeda contra la piel de su mejilla.
– No.
Anthony se desplazó hasta su oreja y la obligó a oír más claramente.
– No.
Luego viajó hasta sus labios y la obligó a tragar aquella palabra.
– No.
Ella sintió que la cabeza se le caía hacia atrás. La voz de él era grave y seductora, hacía que Kate se sintiera casi como si hubiera nacido para este momento.
– Eres perfecta -le susurró al mismo tiempo que movía sus grandes manos con apremio sobre su cuerpo. Dejó una sobre su cintura mientras la otra la subía hacia la suave prominencia de su pecho-. En este preciso lugar, en este preciso momento, aquí y ahora, en este jardín, eres perfecta.
Kate encontró algo perturbador en sus palabras, como si intentara decirle -y tal vez también a sí mismo- que tal vez no fuera tan perfecta mañana, y menos que al día siguiente. Pero sus labios y manos eran convincentes, y Kate expulsó aquellos pensamientos desagradables de su cabeza y optó por deleitarse en la dicha embriagadora del momento.
Se sentía hermosa. Se sentía… perfecta. Y justo ahí, justo entonces no pudo evitar adorar al hombre que la hacía sentirse de esa manera.
Anthony deslizó la mano hasta la parte de atrás de su cintura y la sostuvo mientras con la otra encontraba su pecho y estrujaba su carne a través de la fina muselina del vestido. Los dedos parecían fuera de su control, con movimientos firmes y espasmódicos, se agarraban a ella como si estuviera a punto de caerse por un precipicio y finalmente hubiera conseguido cogerse a algo. El pezón estaba duro y compacto bajo la palma de la mano, incluso con el tejido del vestido encima, y Anthony necesitó hasta el último gramo de autodominio para no irse a la parte posterior del vestido y liberar despacio cada botón de su aprisionamiento.
Podía verlo todo en su mente, incluso mientras sus labios se unían a los de ella en otro beso abrasador. Su vestido se deslizaría desde los hombros hasta dejar los pechos desnudos. Podía imaginárselos también en su mente, y de alguna manera sabía que, también, serían perfectos. Tomaría uno en su mano, levantaría el pezón al sol, y despacio, muy despacio, inclinaría la cabeza hacia ella justo hasta que pudiera tocarlo con la lengua.
Y ella gemiría, y él jugaría un poco más con ella, sosteniéndola con fuerza de tal manera que no pudiera escabullírsele. Y luego, justo cuando echara la cabeza hacia atrás y estuviera jadeante, sustituiría la lengua por sus labios y la chuparía hasta hacerla chillar.
Santo Dios, lo deseaba tanto que pensaba que iba a explotar.
Pero éste no era el momento ni el lugar. No es que sintiera la obligación de esperar a pronunciar los votos matrimoniales. Por lo que a él le concernía, ya había declarado sus intenciones en público, y era suya. Pero no iba a tomarla allí en la glorieta del jardín de su madre. Tenía más orgullo que todo eso; y más respeto por ella.
Muy a su pesar, se apartó lentamente y dejó reposar sus manos sobre sus hombros delgados, estirando los brazos para mantenerse lo suficientemente lejos y no verse tentado a continuar donde lo había dejado.
Y la tentación estaba ahí. Cometió el error de mirar su rostro, y en aquel momento habría jurado que Kate Sheffield era sin lugar a dudas tan hermosa como su hermana.
La suya era una clase diferente de atracción. Sus labios eran más carnosos, no seguían tanto los cánones del momento, pero eran infinitamente más besuqueables. Sus pestañas… ¿cómo no había advertido antes lo largas que eran? Cuando pestañeaba parecían descansar sobre sus mejillas como una alfombra. Y su piel, cuando estaba sonrosada por el matiz del deseo, relucía. Anthony sabía que estaba siendo imaginativo, pero al mirar su rostro no pudo evitar pensar en el alba al amanecer, en el momento exacto en que el sol se asoma sobre el horizonte y pinta el cielo con su sutil paleta de albaricoques y rosas.
Permanecieron así durante todo un minuto, los dos conteniendo la respiración, hasta que Anthony por fin dejó caer sus brazos, y ambos dieron un paso atrás. Kate se llevó una mano a la boca, sus dedos índice, corazón y anular apenas le tocaron los labios.
– No deberíamos haber hecho eso -susurró.
Él se apoyó contra una de las columnas de la glorieta, con aspecto de encontrarse verdaderamente satisfecho con su suerte.
– ¿Por qué no? Estamos prometidos.
– No lo estamos -admitió ella-. En realidad, no.
Alzó una ceja.
– No se ha formalizado ningún acuerdo aún -explicó Kate apurada-. Ni se ha firmado ningún documento. Y yo no tengo dote. Deberías saber que no tengo dote.
Esto le provocó una sonrisa.
– ¿Intentas librarte de mí?
– ¡Por supuesto que no! -Se movió levemente, cambió su peso de pie.
Él dio un paso hacia ella.
– Sin duda no intentas darme motivos para que me libre de ti, ¿verdad?
Kate se sonrojó.
– N-no -mintió, pese a que era justo lo que había estado intentando hacer. Por supuesto, era lo más estúpido que se le podía ocurrir. Si se retractaba de este matrimonio, ella habría perdido para siempre su reputación, no sólo en Londres, sino también en el pequeño pueblo de Somerset donde vivían. Las noticias de una mujer perdida se propagaban siempre con rapidez.
Pero resultaba difícil de digerir no ser la escogida por alguien, y una parte de ella casi quería que él conf irmara todas sus sospechas: que no la quería como novia, que prefería mucho más a Edwina, que se casaba con ella sólo porque tenía que hacerlo. Le dolería de un modo horroroso, pero si él lo manifestaba, ella ya lo sabría. Y saberlo, aunque fuera amargo, siempre sería mejor que no saberlo.
Al menos entonces calibraría con exactitud dónde se encontraba. Tal y como estaban las cosas, se sentía sobre arenas movedizas.
– Dejemos una cosa clara -dijo Anthony, y captó toda su atención con un tono decidido. Kate encontró su mirada, y los ojos de él ardían con tal intensidad que no pudo apartar la vista-. He dicho que iba a casarme contigo. Soy un hombre de palabra. Cualquier otra especulación sobre el tema sería de lo más insultante.
Kate hizo un gesto de asentimiento. Pero no pudo evitar pensar: Cuidado con lo que deseas… cuidado con lo que deseas.
Acababa de aceptar casarse con el mismo hombre del que temía estar enamorándose, y lo único que se pudo preguntar fue: ¿piensa en Edwina cuando me besa?
Cuidado con lo que deseas, bramó su mente.
Es posible que luego lo consigas.