En el baile de los Heartside el miércoles por la noche, se pudo ver al vizconde Bridgerton bailando con más de una joven soltera. Esta conducta sólo puede calificarse de «sorprendente», ya que normalmente Bridgerton evita a las jovencitas recatadas con una perseverancia que sería admirable si no resultara tan frustrante para todas las mamás con intenciones matrimoniales.
¿Es posible que el vizconde haya leído la columna más reciente de Esta Autora y que, haciendo gala de esa actitud perversa que todos los varones parecen compartir, haya decidido demostrar a Esta Autora que se equivocaba?
Podría dar la impresión de que Esta Autora se atribuye más importancia de la que de hecho ejerce, pero está claro que los hombres han tomado decisiones basándose en mucho, mucho menos.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
22 de abril de 1814
Para las once de la noche, todos los temores de Kate se habían materializado.
Anthony Bridgerton le había pedido un baile a Edwina.
Y aún peor, Edwina había aceptado.
Y mucho peor todavía, Mary estaba contemplando a la pareja como si quisiera reservar la iglesia en aquel mismo minuto.
– ¿Vas a dejarlo? -le dijo Kate entre dientes, al tiempo que propinaba a su madrastra un codazo en las costillas.
– ¿Dejar qué?
– ¡De mirarles de ese modo!
Mary pestañeó.
– ¿De qué modo?
– Como si estuvieras planeando el menú de la boda.
– Oh. -A Mary se le sonrojaron las mejillas con el tipo de rubor que denotaba culpabilidad.
– ¡Mary!
– Bien, es posible que lo haya hecho -admitió la mujer-. ¿Y qué tiene de malo, me gustaría preguntar? Sería un partido inmejorable para Edwina.
– ¿No nos has escuchado esta tarde enel salón? Ya es bastante malo que Edwina tenga tal cantidad de vividores y mujeriegos pisándole los talones. No puedes imaginarte la de tiempo que me ha llevado separar a los buenos pretendientes de los malos. ¡Pero Bridgerton! -Kate se encogió de hombros-. Es muy posible que sea el peor mujeriego de todo Londres. No puedes querer que se case con un hombre como él.
– No se te ocurra decirme qué puedo y qué no puedo hacer, Katharine Grace Sheffield -respondió Mary cortante e irguió la espalda hasta enderezarse en toda su altura, que de todos modos era una cabeza más baja que Kate-. Sigo siendo tu madre. Bien, tu madrastra. Y eso cuenta para algo.
Kate se sintió de inmediato como un gusano.
Mary era la única madre que había conocido y nunca, ni una sola vez, le había hecho sentirse menos hija que Edwina. La había arropado por las noches, le había contado cuentos, la había besado y abrazado, y le había ayudado durante esos años difíciles entre la infancia y la edad adulta. Lo único que no había hecho era pedir a Kate que la llamara «madre».
– Sí cuenta -dijo Kate con voz suave, bajando avergonzada la mirada a los pies-. Cuenta mucho. Eres mi madre, en todos los sentidos y en todo lo que importa.
Mary se la quedó mirando durante un largo momento, luego empezó a pestañear de forma bastante frenética.
– Oh, cielos -dijo con voz entrecortada mientras buscaba en su cartera un pañuelo-. Ahora ya me has dejado hecha una regadera.
– Lo siento -murmuró Kate-. Mira, ven aquí, vuélvete para que nadie te vea. Así, así…
Mary sacó un pañuelo blanco de lino y se secó los ojos, del mismo azul que los de Edwina.
– Te quiero, Kate. Lo sabes, ¿verdad?
– ¡Por supuesto! -exclamó Kate, asombrada incluso de que Mary lo preguntara-. Y tú sabes… tú sabes que…
– Lo sé. -Mary le dio unos golpecitos en el brazo-. Por supuesto que lo sé. Es sólo que cuando te comprometes a ser la madre de una criatura a la que no has dado a luz, tu responsabilidad es el doble de grande. Debes trabajar incluso más para garantizar la felicidad y el bienestar del niño.
– Oh, Mary, te quiero. Y quiero a Edwina.
Nada más mencionar el nombre de Edwina, las dos se volvieron y miraron al otro lado del salón de baile, para verla mientras bailaba con suma gracia con el vizconde. Como era habitual, Edwina era una pura imagen de belleza menuda. Su cabello rubio estaba recogido en lo alto de su cabeza, con unos pocos rizos sueltos que enmarcaban su rostro, y su forma era la gracia personificada mientras iba ejecutando los pasos del baile.
El vizconde, advirtió Kate con irritación, era de un guapo deslumbrante. Vestido de negro y blanco rigurosos, evitaba los colores chillones que se habían hecho populares entre los miembros más coquetos de la élite aristocrática. Era alto, estirado y orgulloso, y tenía un espeso cabello castaño que tendía a caer hacia delante sobre su frente.
Al menos a primera vista, era todo lo que se suponía que un hombre tenía que ser.
– Forman una pareja muy guapa, ¿verdad? -murmuró Mary.
Kate se mordió la lengua. Y se hizo daño de veras.
– Es un pelín alto para ella, pero no lo veo como un obstáculo insuperable, ¿no crees?
Kate se agarró las manos y se clavó las uñas en la piel. Decía mucho sobre la fuerza de su agarre el hecho de que pudiera sentirlas incluso a través de los guantes de cabritilla.
Mary sonrió. Una sonrisa bastante taimada, pensó Kate. Lanzó una mirada desconfiada a su madrastra.
– ¿Él baila bien, no te parece? -preguntó Mary.
– ¡No va a casarse con Edwina! -estalló Kate.
La sonrisa de Mary se estiró hasta formar una mueca.
– Me estaba preguntando cuánto tardarías en romper tu silencio.
– Mucho más de lo que es mi tendencia natural -replicó Kate, prácticamente mordiendo con cada palabra.
– Sí, eso está claro.
– Mary, sabes que no es el tipo de hombre que queremos para Edwina.
Mary inclinó ligeramente la cabeza a un lado y alzó las cejas.
– Creo que el planteamiento tendría que ser si es el tipo de hombre que Edwina quiere para Edwina.
– ¡Tampoco lo es! – repuso Kate con vehemencia -. Esta misma tarde me dijo que quería casarse con un intelectual. ¡Un intelectual!-Sacudió la cabeza en dirección al cretino moreno que estaba bailando con su hermana-. ¿A ti te parece un intelectual?
– No, pero te digo lo mismo, tú no tienes precisamente aspecto de ser una diestra acuarelista, y no obstante yo sé que lo eres. -Mary puso una sonrisita de suficiencia, lo cual acabó por sacar de quicio a Kate. Esperó su respuesta.
– Admitiré -dijo Kate entre dientes- que no hay que juzgar a una persona sólo por su aspecto externo, pero sin duda estarás de acuerdo conmigo en que, por todo lo que hemos oído decir de él, no parece el tipo de hombre que vaya a pasar las tardes inclinado sobre libros antiguos en una biblioteca.
– Tal vez no -dijo Mary en tono meditativo- pero he tenido una conversación encantadora con su madre esta noche, más temprano.
– ¿Su madre? -Kate se forzó por seguirla conversación-. ¿Qué tiene que ver eso ahora?
Mary se encogió de hombros.
– Me cuesta creer que una dama tan cortés e inteligente haya criado a un hijo que no sea el más perfecto de los caballeros, a pesar de su reputación.
– Pero, Mary…
– Cuando seas madre -dijo con altivez- entenderás a lo que me refiero.
– Pero…
– ¿Te he dicho ya -interrumpió de pronto Mary con un tono de voz intencionado que indicaba que quería cambiar de tema- lo guapa que estás con la gasa verde? Estoy contentísima de que la escogiéramos.
Kate se quedó mirando su vestido sin palabras mientras se preguntaba por qué diablos Mary había cambiado de tema de forma tan repentina.
– Este color te sienta muy bien. ¡Lady Confidencia no te comparará con ninguna brizna chamuscada en su columna del viernes!
Kate se quedó mirando a Mary llena de consternación. Tal vez su madre estaba demasiado acalorada. El salón de baile se encontraba abarrotado y el ambiente estaba cada vez más cargado.
Entonces sintió el dedo de Mary clavándosele justo debajo de su omoplato izquierdo, y supo que el motivo era otra cosa por completo diferente.
– ¡Señor Bridgerton! -exclamó de pronto Mary, sonando tan llena de júbilo como una jovencita.
Kate, horrorizada, volvió la cabeza con brusquedad para ver a un hombre asombrosamente guapo que se acercaba hacia ellas. Un hombre asombrosamente guapo que guardaba un parecido también asombroso con el vizconde que en aquellos instantes estaba bailando con su hermana.
Tragó saliva. O eso o se quedaba boquiabierta del todo.
– ¡Señor Bridgerton! – repitió Mary -. Qué placer verle. Ésta es mi hija Katharine.
El joven tomó la mano inerte y enguantada de Kate y rozó sus nudillos con un beso tan etéreo que Kate sospechó que no la había besado en absoluto.
– Señorita Sheffield -murmuró él.
– Kate -continuó Mary-, te presento al señor Colin Bridgerton. Le he conocido antes mientras hablaba con su madre, lady Bridgerton, esta misma noche. -Se volvió a Colin con sonrisa radiante-. Qué dama tan encantadora.
Él le devolvió la sonrisa.
– Eso creemos nosotros.
Mary soltó una risita ahogada. ¡Una risita ahogada! Kate sintió una arcada.
– Kate -repitió Mary-, el señor Bridgerton es el hermano del vizconde. El que baila con Edwina -añadió sin que fuera necesario.
– Eso he deducido -respondió Kate.
Colin Bridgerton le lanzó una mirada de soslayo, y ella supo al instante que no le había pasado por alto el vago sarcasmo en su tono de voz.
– Es un placer conocerla, señorita Sheffield -dijo con amabilidad-. Espero que esta noche me haga el honor de concederme uno de sus bailes.
– Yo… por supuesto. -Se aclaró la garganta-. Será un honor.
– Kate -dijo Mary dándole levemente con el codo-, enséñale tu tarjeta de baile.
– ¡Oh! Sí, por supuesto. -Kate buscó a tientas su tarjeta, que llevaba atada con pulcritud a su muñeca con una cinta verde. Que tuviera que buscar a tientas algo que de hecho llevaba atado a su cuerpo era un poco alarmante, pero Kate decidió atribuir su falta de compostura a la aparición repentina e inesperada de un hermano Bridgerton desconocido hasta entonces.
Eso y el desgraciado hecho de que incluso en las mejores circunstancias nunca había sido la chica con más gracia de un baile.
Colin escribió su nombre para una de las piezas durante aquella velada, luego le preguntó si le apetecía ir con él hasta la mesa de la limonada.
– Ve, ve -dijo Mary antes de que Kate pudiera contestar-. No te preocupes por mí. Estaré muy bien aunque te vayas.
– Puedo traerte un vaso -se ofreció Kate al tiempo que intentaba imaginarse si era posible fulminar con la mirada a su madrastra sin que el señor Bridgerton lo advirtiera.
– No es necesario. La verdad es que debería regresar a mi sitio con todas las acompañantes y madres. -Mary volvió con frenesí la cabeza de un lado a otro hasta que detectó un rostro conocido-. Oh, mira, ahí está la señora Featherington. Tengo que marcharme. ¡Portia! ¡Portia!
Kate observó durante un momento la forma de su madrastra que se retiraba a toda prisa, luego se volvió de nuevo al señor Bridgerton.
– Creo -dijo con sequedad- que no quiere limonada.
Una chispa de humor destellé en los ojos verde esmeralda de él.
– O eso o es que planea ir corriendo hasta España a recoger ella misma los limones.
A su pesar, Kate se rió. Prefería que el señor Colin Bridgerton no le cayera bien. No tenía demasiadas ganas de que nadie de la familia Bridgerton le gustara después de todo lo que había leído sobre el vizconde en el diario. Pero tuvo que admitir que no parecía justo juzgar a un hombre por las fechorías de su hermano, de modo que se obligó así misma a relajarse un poco.
– ¿Y usted tiene sed -le preguntó Kate- o se limitaba a ser amable?
– Siempre soy amable -dijo con una sonrisa maliciosa, pero también tengo sed.
Kate echó una rápida ojeada a esa sonrisa que combinada con aquellos devastadores ojos verdes conseguía un efecto letal, y casi suelta un gemido.
– Usted también es un seductor -dijo con un suspiro.
Colin se atragantó. Con qué, ella no lo sabía, pero de todos modos se atragantó.
– Perdón, ¿cómo ha dicho?
El rostro de Kate se sonrojó al percatarse con horror de que había hablado en voz alta.
– No, soy yo quien le pide perdón. Por favor, discúlpeme. Mi descortesía es imperdonable.
– No, no -se apresuré a decir él, con aspecto de estar terriblemente interesado y también bastante divertido-, por favor, continúe.
Kate tragó saliva. No había manera de salir ahora de esto.
– Simplemente… -se aclaré la garganta-, si quiere que le sea franca…
Él asintió con una sonrisa astuta que le decía que no podía imaginársela de otra manera que siendo franca.
Kate se aclaré la garganta una vez más. La verdad, esto se estaba volviendo ridículo. Empezaba a sonar como si se hubiera tragado un sapo.
– Se me había ocurrido que guardaba cierto parecido con su hermano, eso es todo.
– ¿Mi hermano?
– El vizconde -dijo ella, pues pensaba que era obvio.
– Tengo tres hermanos -explicó él.
– Oh. -Entonces se sintió estúpida-. Lo siento.
– Yo también lo siento -dijo él, como si de verdad lo lamentara-. La mayoría de las veces son un fastidio atroz.
Kate tuvo que toser para disimular un pequeño resuello de sorpresa.
– Pero al menos no me ha comparado con Gregory -dijo él con un suspiro dramático de alivio. En ese momento lanzó a Kate una pícara mirada de soslayo-. Tiene trece años.
Kate captó la sonrisa dibujada en sus ojos y comprendió que había estado bromeando con ella todo el tiempo. En absoluto se trataba de un hombre que deseara perder de vista a sus hermanos.
– Siente bastante devoción por su familia, ¿verdad que sí? -le preguntó.
Los ojos de él, risueño a lo largo de toda la conversación se volvieron serios por completo sin tan siquiera pestañear.
– Total.
– Igual que yo -dijo Kate lanzando una indirecta.
– ¿Y eso quiere decir…?
– Quiere decir – contestó ella consciente de que debía contener la lengua pero de todas formas explicarse – que no permitiré que nadie rompa el corazón de mi hermana.
Colin se quedó callado durante un momento y volvió la cabeza con lentitud para observar a su hermano y a Edwina, quienes en ese mismo momento concluían el baile.
– Ya veo -murmuro.
– ¿Ah sí?
– Oh, desde luego. -Llegaron a la mesa de la limonada y él estiró el brazo para coger dos vasos, uno de los cuales se lo tendió a ella. Ya había bebido tres vasos de limonada aquella noche, un hecho del que estaba segura que Mary era consciente antes de insistir en que Kate bebiera más. Pero hacía calor en el salón de baile -en los salones de baile siempre hacía calor- y volvía a tener sed.
Colin dio un sorbo pausado y la observó por encima del borde del vaso, luego dijo:
– Mi hermano tiene en mente formar una familia este año.
Era un juego para dos, pensó Kate. Dio un sorbo a la limonada-lentamente- antes de hablar:
– ¿Eso es cierto?
– Desde luego estoy en posición de saberlo.
– Tiene la reputación de ser todo un mujeriego.
Colin la miró intentando formarse un juicio.
– Eso es cierto.
Es difícil imaginarse a un tunante de tan mala reputación formalizándose con una esposa y encontrando la felicidad en el matrimonio.
– Parece haber pensado mucho en esta perspectiva, señorita Sheffield apuntó con una mirada franca y directa a su rostro.
– Su hermano no es el primer hombre de carácter cuestionable que le ha hecho la corte a mi hermana, señor Bridgerton. Y le aseguro que no me tomo la felicidad de mi hermana a la ligera.
– Lo cierto es que cualquier chica encontraría la felicidad en un matrimonio con un caballero acaudalado y con título. ¿No consiste justo en eso una temporada en Londres?
– Tal vez -admitió Kate-, pero me temo que esa línea de pensamiento no aborda el verdadero problema que nos ocupa.
– ¿Qué es?
– Que un marido puede romper el corazón con una intensidad muy superior a la de un mero pretendiente. -Sonrió con una clase de sonrisa leve y sabedora. Luego añadió-: ¿No le parece?
– Puesto que nunca me he casado, está claro que no estoy en situación de hacer conjeturas.
– Lástima, lástima, señor Bridgerton. Ésa ha sido la peor evasiva que podía ocurrírsele.
– ¿De veras? Más bien pensaba que podría ser la mejor. Está claro que estoy perdiendo habilidades.
– Eso, me temo, nunca será algo de lo que preocuparse. -Kate acabó lo que le quedaba de limonada. Era un vaso pequeño; lady Hartside, la anfitriona, era conocida por su tacañería.
– Es demasiado generosa -replicó él.
Kate sonrió, esta vez con una sonrisa de verdad.
– Rara vez me acusan de eso, señor Bridgerton.
Él se rió. Con una sonora carcajada en medio del salón de baile. Kate se percató con incomodidad de que de pronto eran objeto de numerosas miradas curiosas.
– Tiene que conocer -continué él, sonando divertido por completo- a mi hermano.
– ¿El vizconde? -pregunté ella con incredulidad.
– Bien, podría disfrutar también de la compañía de Gregory -admitió-, pero como ya le he dicho, sólo tiene trece años y es probable que le ponga una rana en la silla.
– ¿Y el vizconde?
– No es probable que le ponga una rana en la silla -respondió él con una expresión absolutamente seria.
Kate nunca sabría cómo consiguió no echarse a reír. Con los labios muy rectos y serios, contestó:
– Ya veo. Tiene muchos consejos que dar a su hermano pequeño entonces.
Colin puso una mueca.
– No es tan malo.
– Qué alivio saberlo. Creo que voy a empezar a planear el banquete nupcial de inmediato.
Colin se quedó boquiabierto.
– No me refería… No debería… Es decir, una medida así sería prematura.
Kate sintió lástima por él y dijo:
– Estaba bromeando.
El rostro de él se sonrojó levemente.
– Por supuesto.
– Bien, si me disculpa, tengo que despedirme. Colin alzó una ceja.
– ¿No irá a irse tan pronto, señorita Sheffield?
– En absoluto. -Pero no iba a decirle que tenía que ir al escusado. Cuatro vasos de limonada tendían a provocar esa reacción corporal-. He prometido a una amiga reunirme un momento con ella.
– Ha sido un placer. -Ejecuté una inclinación precisa-. ¿Puedo acompañarla a su destino?
– No, gracias. Seré capaz de llegar yo sola. -Y con una sonrisa por encima del hombro, inició su retirada del salón de baile.
Colin Bridgerton la observó marchar con expresión pensativa, luego se encaminó hacia su hermano mayor quien estaba apoyado contra la pared con los brazos cruzados en actitud casi beligerante.
– ¡Anthony! -le llamó y dio una palmada a su hermano en la espalda-. ¿Cómo ha ido tu baile con la encantadora señorita Sheffield?
– Servirá. -Fue la escueta respuesta de Anthony. Ambos sabían qué quería decir eso.
– ¿De veras? -Los labios de Colin esbozaron una sonrisa muy leve-. Entonces tendrías que conocer a su hermana.
– ¿Disculpa?
– Su hermana -repitió Colin, y empezó a reírse-. Simplemente tienes que conocer a su hermana.
Veinte minutos más tarde, Anthony estaba convencido de haber comprendido toda la historia que Colin le explicó sobre Edwina Sheffield. Y por lo visto, la vía para alcanzar el corazón de Edwina y su mano en matrimonio pasaba directamente por su hermana.
Al parecer, Edwina Sheffield no iba a casarse sin la aprobación de su hermana mayor. Según Colin esto era vox populi, o al menos lo era desde la semana anterior ya que Edwina así lo había manifestado en la velada musical anual de los Smythe-Smith. Todos los hermanos Bridgerton se habían perdido esta declaración de capital importancia ya que evitaban las veladas musicales de los Smythe-Smith como si fueran la plaga, igual que hacía cualquiera con un poco de aprecio por Bach, Mozart o la música en general.
La hermana mayor de Edwina, una tal Katharine Sheffield, más conocida como Kate, también hacía su debut este año, pese a que era sabido que al menos tenía veintiún años. Esta coincidencia llevó a Anthony a la conclusión de que las Sheffield debían encontrarse entre las categorías inferiores de la aristocracia, un hecho que a él le iba bien. No necesitaba una novia con una gran dote, y una novia sin dote podría necesitarle más a él.
Anthony creía en aprovechar todas las ventajas.
A diferencia de Edwina, la mayor de las señoritas Sheffield no había causado una sensación inmediata entre la sociedad. Según Colin, en general caía bien, pero carecía de la belleza deslumbrante de Edwina. Era alta mientras Edwina era menuda, y morena mientras Edwina era rubia. A su vez, carecía de la gracia resplandeciente de Edwina. También en este caso según Colin (quien, pese a haber llegado hacía bien poco a Londres para pasar la temporada, era una verdadera fuente de conocimiento y cotilleo), más de un caballero había comunicado haber recibido pisotones tras un baile con Katharine Sheffield.
A Anthony le resultaba toda la situación un poco absurda. Al fin y al cabo, ¿quién había oído alguna vez que una muchacha precisara la aprobación de su hermana para su futuro marido? Un padre, sí, un hermano, o incluso una madre… pero ¿una hermana? Era inconcebible. Y aún más, resultaba peculiar que Edwina buscara consejo en Katharine cuando estaba claro que la propia Katharine no sabía a qué atenerse en asuntos relacionados con la ton.
Pero Anthony no tenía especial interés en buscar otra candidata adecuada a la que cortejar, de modo que decidió convenientemente que aquello sólo quería decir que la familia era importante para Edwina. Y puesto que la familia era lo más importante para él, esto era un indicio más de que sería una opción excelente como esposa.
De modo que daba la impresión de que lo único que tendría que hacer sería cautivar a la hermana. ¿Y cómo iba a ser eso algo difícil?
– No tendrás problemas en conquistarla -predijo Colin con una sonrisa de seguridad iluminando su rostro-. Ningún problema en absoluto. ¿Una solterona tímida y anticuada? Es probable que nunca haya recibido las atenciones de un hombre como tú. Nunca sabrá qué le habrá sucedido.
– No quiero que se enamore de mí -replicó Anthony-. Sólo quiero que me recomiende a su hermana.
– No puedes fallar -continué Colin-. Así de sencillo: no puedes fallar. Confía en mí, he pasado unos minutos conversando con ella antes esta misma noche y no podía hablar mejor de ti.
– Bien. -Anthony se incorporé de la pared y lanzó una ojeada con aire decidido-. Y bien, ¿dónde está? Necesito que nos presentes.
Colin inspeccionó la sala durante un minuto más o menos y luego dijo:
– Ah, ahí está. Mira, viene en esta dirección. Qué coincidencia tan maravillosa.
Anthony había llegado a la conclusión hacía tiempo de que nada que se acercara a cinco metros de su hermano era una coincidencia, pero siguió de todos modos su mirada.
– ¿Cuál de ellas es?
– La de verde -contestó Colin haciendo una indicación en su dirección con un movimiento de barbilla apenas perceptible.
No era en absoluto lo que había esperado, se percató Anthony mientras la observaba andar con mucho cuidado entre la multitud. En realidad no era una amazona solterona; sólo si se la comparaba con Edwina, quien apenas pasaba el metro cincuenta, parecía demasiado alta. En sí, la señorita Katharine Sheffield tenía un aspecto de veras agradable, con espeso cabello marrón castaño y ojos oscuros. Tenía el cutis claro, labios rosados y se comportaba con un aire de seguridad que él no pudo evitar encontrar atractivo.
Era cierto que nunca se la podría considerar un diamante del más alto grado de pureza, como su hermana, pero Anthony no entendía qué no era capaz de encontrar un marido para ella. Tal vez cuando él se casara con Edwina pudiera proporcionar una dote para la hermana. Parecía lo menos que un hombre podía hacer.
A su lado, Colin se adelantó un poco para abrirse camino entre la multitud.
– ¡Señorita Sheffield! ¡Señorita Sheffield!
Anthony no quiso quedarse detrás de Colin y se preparó mentalmente para encandilar a la hermana mayor de Edwina. Una solterona no valorada como era debido, eso era. La tendría comiéndole de la mano en un visto y no visto.
– Señorita Sheffield -estaba diciendo Colin-, qué placer volver a verla.
Ella se mostró un poco perpleja, pero Anthony no la culpó. Colin hacía que sonara como si se hubieran topado el uno con el otro por accidente, cuando todos sabían que al menos había atropellado a media docena de personas para llegar a su lado.
– Y es encantador volver a verle también a usted, señor -respondió con ironía-. Y de un modo tan inesperadamente rápido después de nuestro último encuentro.
Anthony sonrió para sus adentros. Tenía un ingenio más agudo de lo que le habían incitado a pensar.
Colin puso una mueca encantadora, y entonces Anthony tuvo la impresión clara y turbadora de que su hermano andaba detrás de algo.
– No puedo explicar por qué -dijo Colin a la señorita Sheffield-, pero de pronto me parece imperioso presentarle a mi hermano.
Kate volvió de forma abrupta la vista a la derecha de Colin y se enderezó cuando su mirada recayó sobre Anthony. Más bien dio la impresión de que acabara de tomarse una medicamento desagradable.
Anthony pensó que aquello era extraño.
– Qué amable de su parte -murmuré la señorita Sheffield… entre dientes.
– Señorita Sheffield -continuó alegre Colin, mientras hacía una indicación a Anthony-, mi hermano Anthony, vizconde de Bridgerton. Anthony, la señorita Katharine Sheffield. Creo que ya has conocido a su hermana antes esta noche.
– Desde luego -dijo Anthony, consciente para entonces de un abrumador deseo, no necesidad, de estrangular a su hermano.
La señorita Sheffield hizo una rápida y torpe inclinación.
– Lord Bridgerton -dijo- es un honor conocerle.
Colin profirió un sonido demasiado parecido a un resoplido. O tal vez una risa. O tal vez ambas cosas.
Y entonces Anthony lo supo de repente. Una sola mirada al rostro de su hermano debería habérselo revelado. No se trataba de una solterona tímida, retraída, no valorada como era debido. Fuera lo que fuera que le hubiera dicho ella a Colin aquella misma noche, no incluía ningún cumplido para con Anthony.
El fratricidio era legal en Inglaterra, ¿o no? Si no lo era, pronto debería serlo, qué carajo.
Anthony comprendió con retraso que la señorita Sheffield le había tendido la mano, como era lo educado. La tomó y rozó con un leve beso sus nudillos enguantados.
– Señorita Sheffield -murmuré sin pensar-, es tan encantadora como su hermana.
Si hasta antes había parecido estar incómoda, su actitud entonces se volvió abiertamente hostil. Y Anthony se dio cuenta con una bofetada mental que había dicho exactamente lo incorrecto. Por supuesto que no debería haberla comparado con su hermana. Era el cumplido que ella jamás creería.
– Y usted, lord Bridgerton -respondió en un tono que podría haber helado el champán- es casi tan apuesto como su hermano.
Colin volvió a soltar un resoplido, sólo que esta vez sonaba como si le estuvieran estrangulando.
– ¿Se encuentra bien? -preguntó la señorita Sheffield.
– Está bien -ladró Anthony.
Ella no le hizo caso y mantuvo la atención en Colin.
– ¿Está seguro?
Colin asintió con furia.
– Un cosquilleo en la garganta.
– ¿O tal vez la conciencia intranquila? -sugirió Anthony.
Colin dio la espalda de forma deliberada a su hermano y se volvió a Kate.
– Creo que necesito otro vaso de limonada -dijo con voz entrecortada.
– O tal vez -continuó Anthony- algo más fuerte. ¿Cicuta, tal vez?
La señorita Sheffield se cubrió con la mano la boca, presumiblemente para reprimir un acceso de risa horrorizada.
– La limonada servirá -contestó Colin con docilidad.
– ¿Quiere que le vaya a buscar un vaso? -preguntó Kate. Anthony advirtió que ya había dado un paso, como si fuera la excusa para salir huyendo.
Colin negó con la cabeza.
– No, no, puedo ir yo sin problemas. Pero creo que he reservado este siguiente baile con usted, señorita Sheffield.
– No le exigiré que lo cumpla -dijo con un ademán.
– Oh, pero no podría soportar dejarla aquí sola -repuso él.
Anthony podía ver que a la señorita Sheffield le preocupaba cada vez más el brillo malicioso en los ojos de Colin. Encontró un placer poco caritativo en esto. Anthony sabía que su reacción era un pelín desproporcionada, pero algo en esta señorita Katharine Sheffield encendía su ánimo al tiempo que le provocaba unas ganas terribles de presentarle batalla.
Y ganar. Eso no hacía falta decirlo.
– Anthony -dijo Colin con un tono tan condenadamente inocente y ansioso que Anthony lo tuvo difícil para no matarle allí mismo-, no estás comprometido para este baile, ¿verdad que no?
Anthony no dijo nada, sencillamente le fulminé con la mirada.
– Bien. Entonces bailarás con la señorita Sheffield.
– Estoy segura de que eso no será necesario -solté la dama en cuestión.
Anthony lanzó otra mirada iracunda a su hermano, luego, por si acaso, a la señorita Sheffield, quien le observaba a él como si acabara de violar a diez vírgenes en su presencia.
– Oh, pero sí que lo es -dijo Colin con gran dramatismo, haciendo caso omiso de las dagas ópticas que se intercambiaban en ese momento entre su pequeño trío-. Ni soñaría con dejar abandonada a una joven dama en su hora de necesidad. Qué poco caballeroso -dijo estremeciéndose.
Anthony calibró muy en serio la posibilidad de poner en práctica algún comportamiento poco caballeroso. Tal vez algo como plantar su puño en el rostro de Colin.
– Le aseguro -se apresuré a decir la señorita Sheffield- que verme abandonada a mis propios recursos sería muy preferible a bail…
Suficiente, pensó Anthony con gran fiereza, era suficiente de veras. Su propio hermano ya le había tomado por tonto, no iba a quedarse ahí sin hacer nada mientras le insultaba la hermana de Edwina aquella solterona de lengua afilada. Puso una mano con decisión en el brazo de la señorita Sheffield y dijo:
– Permítame evitar que cometa un grave error, señorita Sheffield.
Ella se puso tensa. El no sabía cómo, pero la espalda de Kate ya estaba tiesa como una vara.
– Perdón, ¿cómo ha dicho? -preguntó.
– Creo -le dijo él en tono suave- que estaba a punto de decir algo que no tardaría en lamentar.
– No -dijo ella y sonó intencionadamente pensativa-. Creo que no tenía previsto lamentar nada.
– Seguro que acabará por hacerlo -dijo él en tono ominoso. Y entonces le cogió el brazo y se diría que la llevó a rastras hasta la mismísima pista de baile.