Capítulo 19

El baile anual de lady Mottram estuvo a reventar, como siempre, pero a los observadores seguro que no se les pasó por alto que lord y lady Bridgerton no hicieron aparición. Lady Mottram insistió en que habían prometido asistir, y Esta Autora sólo puede especular sobre el motivo que retuvo a los recién casados en casa…


REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

13 de junio de 1814


Aquella noche, mucho más tarde, Anthony estaba echado de lado en 1a cama, sosteniendo contra su pecho a su mujer, quien se había acurrucado de espaldas contra él y en aquel instante dormía profundamente.

Lo cual era una suerte, porque había empezado a llover.

Intentó empujar con suavidad las colchas sobre su oreja destapada para que no oyera las gotas que daban contra las ventanas, pero era tan inquieta cuando dormía como cuando estaba despierta, por lo tanto no pudo estirar la colcha muy por encima del nivel de su cuello sin que ella se la sacudiera.

Aún no podía saberse si acabaría siendo una tormenta eléctrica, pero lo cierto era que la fuerza de la lluvia había aumentado y el viento soplaba cada vez con más intensidad, ahora aullaba en medio de la noche y producía un golpeteo de ramas contra un lado de la casa.

Kate estaba junto a Anthony cada vez más inquieta. Él le hacía sonidos tranquilizadores mientras le alisaba el pelo con la mano. La tormenta no la había despertado, pero estaba claro que se había inmiscuido en su sueño. Había empezado a balbucear mientras dormía, se agitaba y daba vueltas, hasta que se quedó hecha un ovillo en el lado opuesto, de cara a él.

– ¿Qué sucedió para que acabaras odiando tanto la lluvia? -le susurró mientras retiraba un oscuro mechón de pelo detrás de su oreja. Pero no quería reprocharle sus terrores; él conocía bien la frustración que acarreaban los temores y premoniciones infundados. La certeza de su muerte inevitable, por ejemplo, le obsesionaba desde el momento en que cogió la mano inerte de su padre y la dejó con delicadeza sobre su pecho inmóvil.

No era algo que supiera explicar, ni siquiera podía comprenderlo. Era algo que sabía, así de sencillo.

De todos modos, nunca había tenido miedo a la muerte, en realidad no. Era algo que formaba parte de él desde hacía tanto tiempo que lo aceptaba, igual que otros hombres aceptaban el resto de verdades que formaban el ciclo vital. Tras el invierno venía la primavera y tras ella el verano. Para él, la muerte venía a ser lo mismo.

Hasta ahora. Había intentado negarlo, había intentado bloquer aquella inquietante noción de su mente, pero la muerte empezaba a mostrar una cara espantosa.

Su matrimonio con Kate había llevado su vida por otro derrotero, por mucho que intentara convencerse de que podía restringir el matrimonio a nada más que amistad y sexo.

Sentía un enorme afecto por ella. Se preocupaba demasiado por ella. Anhelaba su compañía cuando estaban separados, y soñaba con ella por la noche, pese a tenerla entre sus brazos.

No estaba preparado para llamarlo amor, pero de todos modos era algo que le aterrorizaba.

Fuera lo que fuera aquello que ardía entre ambos, no quería que acabara.

Lo cual era, por supuesto, la más cruel de las ironías.

Anthony cerró los ojos mientras soltaba un suspiro cansino y nervioso, preguntándose qué demonios iba a hacer para solventar la complicación que tenía allí mismo tumbada en la cama. Pero mientras pensaba, pese a tener los ojos cerrados, vio el destello del relámpago que iluminó la noche y convirtió el negro del interior de sus párpados en un sangriento rojo anaranjado.

Tras abrir los ojos, vio que las cortinas se habían quedado un poco descorridas cuando se habían retirado a la cama más temprano aquella noche. Tendría que cerrarlas, al menos así los relámpagos no iluminarían la habitación.

Pero cuando cambio de postura para intentar salir de debajo de las colchas, Kate le cogió por el brazo, apretando su músculo con dedos frenéticos.

– Shh, vamos, no pasa nada -le susurró-. Sólo voy a cerrar las cortinas.

Pero no le soltó, y el gemido que dejó escapar Kate cuando a continuación un trueno sacudió la noche casi le rompe el corazón.

Una franja de luz de la luna se filtraba a través de la ventana, lo suficiente para iluminar las líneas tensas y marcadas de su rostro. Anthony la miró con detenimiento para comprobar si seguía dormida, luego le retiró las manos de su brazo y se levantó para cerrar las cortinas. Sospechaba que el destello de los relámpagos se colaría de todos modos en la habitación, así que cuando corrió las cortinas encendió una sola lámpara y la dejó sobre la mesilla. No daba tanta luz como para despertarla -al menos confiaba en eso- pero al mismo tiempo la habitación no estaba en la más completa negrura.

Volvió a meterse en la cama y contempló a Kate. Seguía durmiendo, pero sin sosiego. Se había enrollado hasta formar una posición semifetal y su respiración era fatigosa. Los relámpagos no parecían molestarla demasiado, pero cada vez que la habitación era sacudida por un trueno, daba un respingo.

Le cogió la mano y le alisó el pelo, y durante varios minutos se limitó a permanecer a su lado, intentando tranquilizarla mientras dormía. Pero la intensidad de la tormenta iba en aumento, los truenos y relámpagos se sucedían uno tras otro sin tregua. La inquietud de Kate crecía por segundos, y luego, cuando un trueno especialmente sonoro explotó en el aire, abrió los ojos de par en par, con el rostro convertido en una máscara de pánico total.

– ¿ Kate? – susurró Anthony.

Se sentó y luego retrocedió con dificultad hasta que tuvo la columna pegada contra el sólido cabezal de la cama. Parecía una estatua de terror, su cuerpo rígido y paralizado en el sitio. Aún tenía los ojos abiertos, sin pestañear apenas, y aunque no movía la cabeza, los agitaba con frenesí de un lado a otro, examinando toda la habitación pero sin ver nada.

– Oh, Kate -susurró. Esto era peor, mucho peor de lo que había padecido aquella noche en la biblioteca de Aubrey Hall. Anthony percibía la fuerza del dolor que ella padecía atravesándole directamente el corazón.

Nadie debería sufrir un terror así. Y menos aún su esposa.

Moviéndose despacio para no sorprenderla, se dirigió hasta su lado, luego le puso con cuidado un brazo sobre los hombros. Ella temblaba, pero no le apartó.

– ¿Recordarás algo de esto mañana por la mañana? – preguntó en un susurro.

Kate no contestó, pero por otro lado tampoco esperaba ninguna respuesta.

– Vamos, vamos -dijo con ternura mientras intentaba recordar las tonterías tranquilizadoras que su madre solía usar cada vez que uno de los niños estaba alterado.

– Todo está bien ahora. Te pondrás bien.

Dio la impresión de que sus temblores se calmaban un poco, pero cuando sacudió la habitación el siguiente estruendo de un trueno quedó claro que seguía trastornada: todo su cuerpo se estremeció y enterró el rostro contra el pecho de Anthony.

– No -gimió-, no, no.

– ¿Kate? -él pestañeó varias veces y luego la miró con fijeza. Sonaba diferente, no despierta sino más lúcida, si eso era posible.

– No, no.

Y sonaba muy…

– No, no, no te vayas.

…joven.

– ¿Kate? -La abrazó con fuerza, sin estar seguro de qué hacer. ¿Debía despertarla? Podría abrir los ojos, pero era evidente que estaba dormida y soñando. Una parte de él ansiaba sacarla de la pesadilla, pero aunque la despertara, permanecería en el mismo lugar: en la cama en medio de una horrible tormenta eléctrica. ¿Se sentiría algo mejor?

¿O debía dejarla dormir? Tal vez, si superaba toda la pesadilla, él pudiera hacerse una idea de lo que le causaba aquel terror.

– ¿Kate? -susurró como si ella de hecho pudiera darle alguna pista sobre lo que debía hacer.

– No -gimió ella, más agitada por segundos-. Noooo.

Anthony apretó los labios contra su sien, intentó serenarla con su mera presencia.

– No, por favor… -Se puso a sollozar, su cuerpo padecía el tormento de enormes resuellos mientras sus lágrimas empapaban el hombro de él-. No, oh, no… ¡Mamá!

Anthony entró en tensión. Sabía que Kate siempre se refería a su madrastra como Mary. ¿Podría estar hablando pues de su verdadera madre, la mujer que la había traído al mundo y luego había muerto hacía ya tanto tiempo?

Pero mientras consideraba aquello, todo el cuerpo de Kate se puso rígido, y soltó un estridente y agudo chillido.

El chillido de una niña pequeña.

En un instante, se dio media vuelta y saltó a sus brazos, le abrazó agarrando sus hombros con una desesperación aterradora.

– No, mamá -gimoteó, todo su cuerpo sacudido por el esfuerzo de los sollozos-. ¡No, no puedes irte! Oh, mamá, mamá, mamá, mamá, mama…

Si Anthony no hubiera tenido la espalda apoyada en el cabezal, ella le habría derribado con la fuerza de su fervor.

– ¿Kate? – repitió, y se quedó sorprendido al oír la leve nota de pánico que oyó en su propia voz -. ¿Kate? No pasa nada. Estás bien. Te encuentras bien. Nadie se va a ir a ningún sitio. ¿Me oyes? Nadie.

Pero sus palabras se habían desvanecido, y lo único que quedó fue el sonido grave de un sollozo que surgía de lo más profundo de su alma. Anthony la sostuvo en sus brazos y luego, cuando ella se hubo calmado un poco, la bajó poco a poco hasta que se quedó echada de costado otra vez, y luego la volvió a abrazar un poco más, hasta que por fin Kate volvió a coger el sueño.

Lo cual, advirtió él con ironía, sucedió justo en el momento en que el último trueno y el último relámpago resquebrajaron la habitacion.


Cuando Kate se despertó a la mañana siguiente, le sorprendió ver a su marido sentado en la cama y observándola con la más peculiar de las miradas… una mezcla de preocupación y curiosidad, y tal vez incluso un mínimo atisbo de lástima. No dijo nada cuando abrió los ojos, pero Kate se dio cuenta de que estudiaba su rostro con atención. Esperó a ver qué hacía él, y luego por fin dijo, con cierta vacilación:

– Pareces cansado.

– No he dormido bien -admitió él.

Anthony sacudió la cabeza.

– Llovía.

– ¿Ah sí?

Él hizo un gesto afirmativo.

– Y tronaba.

Kate tragó saliva con actitud nerviosa.

– Acompañado también de relámpagos, supongo.

– Así es -continuó él, otra vez con un gesto afirmativo-. Una tormenta de las fuertes.

Había algo muy profundo en la manera en que él pronunciaba aquellas frases breves y concisas, algo que erizó el vello de su nuca.

– ¿Q-qué suerte que me lo haya perdido entonces -comentó- Ya sabes que no soporto muy bien las tormentas fuertes.

– Lo sé -fue la sencilla respuesta de él.

Pero aquellas dos breves palabras estaban dichas con gran intención. Kate sintió que se le aceleraba un poco el corazón.

– Anthony -preguntó entonces, no del todo segura de querer saber la respuesta-, ¿qué sucedió anoche?

– Tuviste una pesadilla.

Ella cerró los ojos durante un segundo.

– Pensaba que ya no las tenía.

– No me había percatado de que tuvieras pesadillas.

Kate soltó un largo suspiro y se incorporó. Tiró de las mantas con ella y se las metió bajo los brazos.

– Cuando era pequeña. Cada vez que había una tormenta, eso me contaban. Yo en realidad no lo sé; nunca recordaba nada. Pensaba que ya… -Tuvo que detenerse durante un momento, tenía la sensación de que la garganta se le cerraba, las palabras parecían atragantársele.

Anthony estiró la mano para tomar la suya. Fue un gesto simple, pero en cierta manera a Kate la conmovió más de lo que hubiera hecho cualquier palabra.

– ¿Kate? – preguntó él con calma -. ¿Te sientes bien?

Ella respondió con un gesto afirmativo.

– Pensaba que ya se me había pasado, eso es todo.

Anthony no dijo nada durante un momento, y la habitación permaneció tan silenciosa que Kate tuvo la certeza de poder oír los latidos de ambos. Finalmente, escuchó una mínima ráfaga de aliento inspirado entre los labios de Anthony, y luego él le preguntó:

– ¿Sabes que hablas cuando duermes?

Hasta entonces Kate no le había mirado, pero al oír aquel comentario volvió la cabeza a la derecha de forma repentina y encontró la mirada de él.

– ¿De veras?

– Anoche lo hiciste.

Ella agarró la colcha con los dedos.

– ¿Y qué dije?

Anthony vaciló pero, cuando le salieron las palabras, sonaron firmes y regulares:

– Llamabas a tu madre.

– ¿A Mary? -susurró ella.

Él negó con la cabeza.

– No lo creo. Nunca te he oído llamar a Mary de otra forma que Mary; anoche llamabas entre sollozos a «mamá». Sonabas… – Se detuvo para tomar una bocanada algo entrecortada.

– Sonabas sumamente joven.

Kate se lamió los labios, luego se mordisqueó el inferior.

– No sé qué decirte -respondió por fin, temerosa de meterse en los rincones más profundos de su memoria-. No tengo ni idea de por qué iba a llamar a mi madre.

– Yo creo -dijo él con dulzura- que deberías preguntárselo a Mary.

Kate sacudió de inmediato la cabeza con un movimiento rápido.

– Ni siquiera conocía a Mary cuando mi madre murió. Tampoco la conocía mi padre. No puede saber por qué yo la llamaba anoche.

– Tal vez tu padre le contara algo -contestó mientras se llevaba su mano a los labios para darle un beso tranquilizador.

Kate bajó la mirada a su regazo. Quería entender por qué tenía tanto miedo a las tormentas, pero husmear en sus temores más profundos era casi tan aterrador como el propio miedo. ¿Y si descubría go que no quería saber? ¿Y si…?

– Iré contigo -dijo Anthony interrumpiendo sus pensamientos.

Y de algún modo, aquello hizo que todo resultara fácil.

Kate le miró e hizo un gesto de asentimiento con lágrimas en los ojos.

– Gracias -susurró-. Muchísimas gracias.


Más tarde, aquel mismo día, los dos subían por las escaleras de entrada a la pequeña casa adosada de Mary. El mayordomo les acompañó hasta el salón y Kate se sentó en el conocido sofá azul mientras Anthony se iba hasta la ventana, donde se apoyó en el alféizar para mirar al exterior.

– ¿Ves algo interesante? -preguntó ella.

Negó con la cabeza y sonrió avergonzado mientras se volvía para mirarla de frente.

– Sólo miro por la ventana, eso es todo.

Kate pensó que había algo espantosamente dulce en aquello, pero no era capaz de determinar el qué. Cada día parecía revelar una nueva singularidad de su carácter, algún hábito único y enternecedor que les unía cada vez más. Le gustaba conocer esas extrañas cositas de él, como la manera en que doblaba siempre la almohada antes de ponerse a dormir o el hecho de que detestara la mermelada de naranja y adorara la de limón.

– Estás muy pensativa.

Kate se puso rígida con una repentina sacudida. Anthony la estaba mirando con aire socarrón.

– Estabas del todo ensimismada -le dijo con expresión divertida- y tenías la más soñadora de las sonrisas en el rostro.

Kate meneó la cabeza, se sonrojó y balbució:

– No era nada.

El resoplido de respuesta de Anthony expresaba sus reservas, y mientras se acercaba hasta el sofá dijo:

– Daría cien libras por saber lo que piensas.

Kate se salvó de hacer más comentarios gracias a la entrada de Mary.

– ¡Kate! – exclamó Mary -. Qué sorpresa tan encantadora. Y lord Bridgerton, qué ilusión verles a los dos.

– De verdad, debería llamarme Anthony -dijo con un poco de brusquedad.

Mary sonrió mientras él le daba la mano para saludarla.

– Me esforzaré por recordarlo -dijo. Se sentó enfrente de Kate y luego esperó a que Anthony ocupara su sitio en el sofá antes de continuar-: Edwina ha salido, me temo. Su señor Bagwell llegó a la ciudad de forma bastante inesperada. Han ido a dar un paseo por el parque.

– Deberíamos prestarles a Newton -dijo Anthony en tono afable -. No puedo imaginarme una carabina mejor.

– De hecho, es a ti a quien hemos venido a ver -explicó Kate.

La voz de Kate revelaba una nota poco habitual de seriedad, y Mary reaccionó al instante.

– ¿De qué se trata? -preguntó mientras sus ojos pasaban de Kate a Anthony-. ¿Todo está bien?

Kate hizo un gesto afirmativo y tragó saliva mientras buscaba las palabras más convenientes. Era curioso que hubiera estado ensayando toda la mañana lo que quería preguntar y que ahora se encontrara sin palabras. Pero luego sintió la mano de Anthony en la suya, con un peso y calor de extraño consuelo, y alzando la mirada le dijo a Mary:

– Me gustaría preguntarte por mi madre.

Mary pareció un poco sorprendida, pero dijo:

– Por supuesto. Pero ya sabes que no la conocí personalmente. Sólo sé lo que me contó de ella tu padre.

Kate asintió con la cabeza.

– Lo sé. Es posible que no tengas respuesta para alguna de mis preguntas, pero no sé a quién más puedo preguntar.

Mary cambió de posición en el asiento y se agarró las manos sobre el regazo con gesto remilgado. Pero Kate advirtió que se le habían puesto blancos los nudillos.

– Muy bien -dijo Mary-. ¿Qué es lo que quieres saber? Sabes que te contaré cualquier cosa de la que yo esté enterada.

Kate volvió a hacer un gesto de asentimiento y tragó saliva pues la boca se le había quedado seca.

– ¿Cómo murió, Mary?

Mary pestañeó y luego se hundió un poco, tal vez con alivio.

– Pero eso ya lo sabes. Fue una gripe. O algún tipo de dolencia pulmonar. Los médicos nunca tuvieron la certeza completa.

– Lo sé, pero… -Kate miró a Anthony, quien le dedicó un gesto tranquilizador. Tomó una profunda bocanada y luego se animó a continuar- aún me dan miedo las tormentas, Mary. Quiero saber por qué. No quiero continuar con ese miedo.

Mary separó los labios, pero permaneció callada un instante infinito mientras miraba con atención a su hijastra. Su piel palideció poca a poco, adquirió un tono peculiar, translúcido, y su mirada se angustió.

– No era consciente -susurró-, no sabía que aún…

– Lo he ocultado bien -dijo Kate en voz baja.

Mary levantó una mano y se tocó la sien. Le temblaban las manos.

– Si lo hubiera sabido, habría… -Movió los dedos hasta su frente, se alisó las líneas de preocupación mientras buscaba con esfuerzo las palabras-. Bien, no sé qué hubiera hecho. Decírtelo, supongo.

A Kate se le paró el corazón.

– ¿Decirme el qué?

Mary soltó un largo suspiro, entonces ya se había llevado ambas manos al rostro y se apretaba la parte superior de las órbitas de los ojos. Parecía que tuviera un terrible dolor de cabeza, que el peso del mundo golpeara contra su cráneo, de dentro hacia fuera.

– Sólo quiero que sepas -dijo con voz entrecortada- que no te lo conté porque pensaba que no lo recordabas. Y si no lo recordabas, bien, entonces no parecía conveniente hacerte recordar.

Cuando alzó la vista, unas lágrimas surcaban su rostro.

– Pero es obvio que recuerdas -susurró- o no te asustarías tanto. Oh, Kate. Cuánto lo lamento.

– Estoy seguro de que no hay nada de lo que tenga que lamentarse -dijo Anthony con suavidad.

Mary le miró, sus ojos sorprendidos por un momento, como si hubiera olvidado que él estaba en la habitación.

– Oh, pero sí -dijo con tristeza-. No sabía que Kate aún padeciera sus temores. Debería haberlo sabido. Es el tipo de cosa que una madre intuye. Es posible que yo no la haya parido, pero he intentado ser una auténtica madre para ella…

– Lo has sido -dijo Kate con fervor-. La mejor.

Mary se volvió hacia ella, mantuvo un silencio durante unos pocos segundos antes de decir, con una voz que sonaba distante de un modo peculiar.

– Tenías tres años cuando murió tu madre. Era tu cumpleaños, de hecho.

Kate hizo un gesto de asentimiento, como hipnotizada.

– Cuando me casé con tu padre hice tres juramentos. Estaba el juramento que le hice a él, ante Dios y los testigos, de ser su esposa. Pero mi corazón hizo otras dos promesas. Una promesa era a ti, Kate. Sólo tuve que mirarte una vez, tan perdida y desamparada, con esos enormes ojos marrones -y qué tristes, oh, qué tristes estaban, ningún niño debería tener esa mirada-. Juré que te querría como si fueras hija mía y que te daría todo lo que hubiera dentro de mí para criarte.

Hizo una pausa para secarse los ojos, aceptando con gratitud el pañuelo que Anthony le ofrecía. Cuando continuó, su voz era apenas un susurro.

– La otra promesa se la hice a tu madre. Visité su tumba, ¿sabes?

El movimiento de cabeza de Kate estuvo acompañado por una sonrisa nostálgica.

– Lo sé. Fui contigo en varias ocasiones.

Mary sacudió la cabeza.

– No. Quiero decir antes de casarme con tu padre. Me arrodillé allí y fue entonces cuando hice mi tercer juramento. Había sido una buena madre para ti; todo el mundo lo decía, y cualquier tonto podía darse cuenta de que la echabas de menos con todo tu corazón. De modo que le prometí las mismas cosas que te prometí a ti: que sería ma buena madre, que te querría y cuidaría como si fueras el fruto de mis entrañas. -Alzó la cabeza, y sus ojos eran del todo claros y directos cuando dijo-: Y me gustaría pensar que le proporcioné cierta paz. No creo que ninguna madre pueda morir en paz dejando atrás una niña tan pequeña.

– Oh, Mary -susurró Kate.

Mary la miró y sonrió con tristeza, luego se volvió hacia Anthony.

– Y por eso, milord, lo lamento. Debería haberlo sabido, debería haberme dado cuenta de que sufría.

– Pero, Mary -protestó Kate-. Yo no quería que tú te dieras cuenta. Lo ocultaba en mi habitación, debajo de la cama, en el armario. Cualquier cosa para escondértelo.

– Pero ¿por qué, corazón?

Kate contuvo una lágrima.

– No sé. No quería preocuparte, supongo. O tal vez me daba miedo parecer débil.

– Siempre has intentado ser tan fuerte -susurró Mary-. Incluso cuando eras una cosita menuda.

Anthony cogió la mano de Kate, pero miró a Mary.

– Es fuerte. Y usted también.

Mary contempló el rostro de Kate durante un largo minuto ojos con nostálgicos y tristes y, luego, en voz baja, uniforme, dijo:

– Cuando murió tu madre, aquel día… yo no estaba allí, pero cuando me casé con tu padre él me contó la historia. Sabía que yo ya te quería y pensó que podría ayudarme a entenderte un poco mejor.

»La muerte de tu madre fue muy rápida. Según tu padre, se puso enferma un jueves y murió al martes siguiente. Y llovía sin parar. Fue una de esas tormentas espantosas que nunca acaban, que cae sobre la tierra sin piedad hasta que los ríos se desbordan y los caminos se vuelven intransitables.

»Dijo que estaba seguro de que sólo se recuperaría si la lluvia cesaba. Era una tontería, ya lo sabía, pero cada noche se iba a la cama rezando para que asomara el sol entre las nubes. Rezando cualquier cosa que pudiera darle una pequeña esperanza.

– Oh, papá -susurró Kate, sus palabras surgieron de forma espontánea a través de sus labios.

– Tú te encontrabas encerrada en la casa, por supuesto, algo no podías perdonar de ninguna manera. -Mary alzó la vista y sonrió a Kate, el tipo de sonrisa que hablaba de años de recuerdos-. Siempre te ha encantado estar al aire libre. Tu padre me dijo que tu madre solía sacar tu cuna afuera y mecerte con el aire fresco.

– No sabía eso -susurró Kate.

Mary asintió, luego continuó con su historia.

– Al principio no eras consciente de que tu madre estaba enferma. Te mantenían alejada de ella, pues temían que te contagiaras. Pero al final debiste de presentir que algo pasaba. Los niños siempre lo hacen.

»La noche en que murió, la lluvia arreció todavía más, y, por lo que me conté tu padre, los truenos y relámpagos eran los más terroríficos que todo el mundo podía recordar. -Hizo una pausa, luego ladeó la cabeza un poco y preguntó-: ¿Recuerdas el viejo árbol retorcido del jardín trasero, aquel al que siempre trepabais tú y Edwina?

– ¿El que estaba partido en dos? -susurró Kate.

Mary asintió con la cabeza.

– Sucedió aquella noche. Tu padre dijo que fue el sonido más escalofriante que había oído en su vida. Los truenos y relámpagos se superponían, y un rayo partió el árbol en dos en el momento exacto en que un trueno sacudió la tierra.

»Supongo que no podías dormir -continuó-. Yo misma recuerdo aquella tormenta, aunque vivía en el condado de al lado. No sé cómo pudo dormir alguien aquella noche. Tu padre estaba con tu madre. Se estaba muriendo y todo el mundo lo sabía, y en medio del dolor se habían olvidado de ti. Se habían preocupado mucho de que no te enteraras, pero aquella noche su atención estaba en otro sitio.

»Tu padre me dijo que estaba sentado al lado de tu madre, intentaba cogerle la mano mientras ella fallecía. No una muerte dulce, me temo. Las enfermedades pulmonares no lo son en muchos casos. – Mary alzó la vista-. Mi madre también murió así. Lo sé. El final no fue apacible. Daba bocanadas, se sofocaba ante mis propios ojos.

Mary tragó saliva nerviosa, luego concentró su mirada en la de Kate.

– Tengo que suponer -susurró- que tú fuiste testigo de algo similar.

Anthony apretó con fuerza la mano de Kate.

– Sí, pero yo tenía veinticinco años cuando murió mi madre – continuó Mary-; tú en cambio sólo tenías tres. No es el tipo de cosas que debería ver una niña. Intentaron que te marcharas, pero no te ibas. Arañabas, mordías y gritabas y gritabas y gritabas, y luego…

Mary se detuvo, las palabras se le atragantaron. Se llevó a la cara el pañuelo que Anthony le había dado, y pasaron varios momentos antes de que pudiera proseguir.

– Tu madre estaba a punto de morir -dijo con voz tan baja que apenas era un susurro-. Y mientras buscaban a alguien lo bastante fuerte para llevarse a una niña tan frenética, un relámpago rasgó la habitación. Tu padre dijo…

Mary hizo otra pausa y tragó saliva.

– Tu padre me dijo que lo que sucedió a continuación fue el momento más inquietante y aterrador que había experimentado en su vida. El relámpago… iluminó la habitación como si fuera de día. Y no duró un mero instante, como debería haber sucedido, parecía que casi estuviera suspendido en el aire. Te miró, y estabas paralizada. Nunca olvidaré la manera en que él lo describió. Dijo que daba la impresión de que fueras una pequeña estatua.

Anthony dio un respingo.

– ¿Qué sucede? -preguntó Kate mientras se volvía a él.

Su marido sacudió la cabeza con incredulidad.

– Así era tu aspecto anoche -dijo- Exactamente así. Pensé esas mismas palabras.

– Yo… -Kate desplazó la mirada de Anthony a Mary. Pero no sabía qué decir.

Anthony le apretó de nuevo la mano mientras se volvía a Mary y la instaba a seguir.

– Por favor, continúe.

La mujer hizo un solo gesto de asentimiento.

– Tenías la mirada fija en tu madre y, por lo tanto, tu padre se volvió para ver qué te había aterrorizado tanto, y entonces fue… cuando vio…

Kate soltó suavemente su mano de la de Anthony y se fue a sentar al lado de Mary. Acercó una otomana a la silla de Mary y tomó una de las manos de su madrastra entre las suyas.

– No pasa nada, Mary -murmuró-. Puedes contármelo. Necesito saberlo.

Mary hizo un gesto de asentimiento.

– Era el momento de su muerte. Tu madre se incorporó hasta quedarse sentada. Tu padre dijo que no había levantado el cuerpo de las almohadas durante días, y no obstante se sentó erguida por completo. Él dijo que estaba tiesa, con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta como si gritara, pero no podía proferir sonido alguno. Y entonces llegó el trueno, y tú debiste pensar que el sonido surgió de su boca, porque chillaste de un modo que nadie había oído nunca y te precipitaste corriendo hacia delante para saltar sobre la cama y arrojar los brazos en torno a ella.

»Intentaron apartarte, pero no te soltabas. Continuabas chillando y chillando y llamándola por su nombre, y entonces se produjo un terrible estrépito. Vidrios rotos. Un rayo partió una rama del árbol y ésta atravesó directamente la ventana. Había vidrios por todas partes y viento y lluvia y truenos y más lluvia, y durante todo ese rato tú no dejaste de chillar. Incluso después de que muriera y se cayera otra vez sobre las almohadas, tus bracitos seguían agarrados a su cuello, y gritabas y sollozabas y rogabas para que se despertara, para que no se fuera.

»Y simplemente no la soltabas -susurró Mary-. Al final tuvieron que esperar a que te cansaras y te quedases dormida.

La habitación se sumió en un silencio durante todo un minuto, luego Kate finalmente susurró:

– No lo sabía. No sabía que había presenciado eso.

– Tu padre dijo que no hablabas de ello -siguió Mary-. Tampoco es que pudieras. Dormiste durante horas y horas, y luego, cuando despertaste, estaba claro que habías cogido la enfermedad de tu madre. No con la misma gravedad, tu vida nunca estuvo en peligro. Pero estabas enferma, tu estado no te permitía hablar de la muerte de tu madre. Y cuando te pusiste bien, no querías hablar de ello. Tu padre lo intentó, pero dijo que cada vez que lo mencionaba, sacudías la cabeza y te tapabas las orejas con las manos. Al final dejó de intentarlo.

Mary miró con fijeza a Kate.

– Dijo que parecías más feliz cuando él dejó de intentarlo. Hizo lo que le pareció mejor.

– Lo sé -susurró Kate-. Y al mismo tiempo, probablemente fue lo mejor. Pero ahora necesitaba saber. -Se volvió a Anthony, no para que la tranquilizara sino en busca de algún tipo de validación-. Necesitaba saber.

– ¿Cómo te sientes ahora? -le preguntó él, con palabras que sonaron suaves y directas.

Pensó en ello un momento.

– No lo sé. Bien, creo. Un poco más ligera. -Y entonces, sin ni siquiera darse cuenta de lo que hacía, sonrió. Fue algo vacilante, lento, pero de cualquier modo fue una sonrisa. Se volvió a Anthony con ojos asombrados-. Me siento como si me quitaran un enorme peso de encima.

– ¿Recuerdas ahora? -preguntó Mary.

Kate negó con la cabeza.

– Pero de todos modos me siento mejor. No puedo explicarlo, la verdad. Está bien saber, pese a no poder recordar.

Mary profirió un sonido ahogado, luego se levantó de la silla y se sentó junto a Kate en la otomana para abrazarla con todas sus fuerzas. Las dos se pusieron a llorar, con ese tipo de sollozos peculiares, enérgicos, que llevan la risa entremezclada. Hubo lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad, y cuando Kate finalmente se apartó y miró a Anthony, se dio cuenta de que también él se estaba secando el rabillo del ojo.

Por supuesto que retiró la mano y asumió un semblante digno, pero ella le había visto. Y en aquel momento, supo que le amaba. Con cada pensamiento, con cada emoción, cada parte de su ser, le amaba.

Y si él nunca le correspondía con su amor… bien, no quería pensar en eso. No entonces, no en aquel momento profundo.

Probablemente nunca.

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