Capítulo 17

¡Ya está hecho! La señorita Sheffield es ahora Katharine, vizcondesa de Bridgerton.

Esta Autora expresa sus mejores deseos a la feliz pareja. La gente sensata y honorable escasea sin duda entre nuestra élite aristocrática, por lo cual resulta de lo más gratificante ver unidos en matrimonio a dos ejemplares de esta especie tan poco frecuente.


REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

16 de mayo de 1814


Hasta ese momento, Anthony ni siquiera se había percatado de cuánto necesitaba que ella dijera que sí, que admitiera su necesidad. La abrazó con firmeza, apretó su mejilla contra la suave curva de su vientre. Incluso con su traje de novia olía a lirios y jabón, aquella fragancia que le enloquecía y le obsesionaba desde hacía semanas.

– Te necesito -se quejó, no demasiado seguro de si sus palabras se perdían entre las capas de seda que aún la separaban de él-. Te necesito ahora.

Se puso en pie y la levantó en sus brazos. Fue sorprendente los pocos pasos que necesitó para alcanzar la cama de cuatro postes que dominaba el dormitorio. Nunca antes había llevado a una mujer hasta ahí, siempre había preferido llevar sus relaciones a otro sitio, y de pronto aquello le regocijó de un modo absurdo.

Kate era diferente, especial, su esposa. No quería que otros recuerdos interfirieran en esta noche ni en ninguna otra.

La dejó en el colchón, sus ojos no abandonaron en ningún momento su encantadora forma despeinada mientras se quitaba de forma metódica la ropa. Primero los guantes, uno a uno, luego el chaqué ya arrugado por su ardor.

Encontró la mirada de Kate, ojos oscuros y grandes llenos de admiración, y sonrió, lentamente, con satisfacción.

– ¿Nunca antes has visto a un hombre desnudo, verdad? -preguntó en voz baja.

Ella negó con la cabeza.

– Bien. -Se inclinó hacia delante y le quitó una de las pantuflas del pie-. Pues nunca volverás a ver a otro.

Se ocupó de los botones de la camisa, sacando poco a poco cada uno de su ojal, y su deseo se multiplicó por diez al advertir que Kate sacaba la lengua para humedecerse los labios.

Ella le deseaba. Conocía suficientes mujeres que no lo disimulaban. Y para cuando acabara la noche, ella ya no podría vivir sin él.

La posibilidad de que él no pudiera vivir sin ella era algo que se negaba a considerar. Lo que ardía en el dormitorio y lo que susurraba su corazón eran cosas diferentes. Él podía mantenerlas separadas. Lo haría.

Tal vez no quisiera amar a su esposa, pero aquello no significaba que no pudieran disfrutar con plenitud uno del otro en la cama.

Deslizó las manos hasta el botón superior de sus pantalones y lo desabrochó, pero entonces se detuvo. Ella aún estaba completamente vestida, y aún era completamente inocente. Todavía no estaba lista para contemplar la prueba de su deseo.

Se subió a la cama y, como un gato montés, avanzó poco a poco, se aproximó centímetro a centímetro hasta que los codos sobre los que Kate se sostenía flaquearon y ella se quedó tumbada de espaldas, mirándole desde abajo. Su respiración acelerada y superficial salía por sus labios entreabiertos.

No había nada, decidió, más impresionante que el rostro de Kate ruborizado por el deseo. Su cabello oscuro, sedoso y espeso, había empezado a soltarse de las horquillas y ganchos que mantenían en su sitio el elaborado tocado nupcial. Sus labios, un poco demasiado carnosos según los cánones de belleza convencionales, habían adquirido un color rosado oscuro bajo la luz oblicua del atardecer. Y su piel… nunca le había parecido tan perfecta, tan luminiscente. Un pálido rubor teñía sus mejillas, negándole el cutis blanco que las damas que seguían la moda siempre parecían desear. Pero Anthony encontraba su color encantador. Era real, humana y temblaba de deseo. No podía esear nada más.

Con una mano reverente, le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, luego los deslizó por su cuello hasta la piel tierna que se asomaba por encima del corpiño. Llevaba el vestido abrochado a la espalda por una fila enloquecedora de botones, pero ya casi había soltado una tercera parte, y ahora estaba lo bastante flojo como para deslizar el tejido sedoso sobre sus pechos.

En todo caso, parecían aún más hermosos que dos días antes. Sus pezones rosados coronaban unos pechos que sabía que se ajustaban a sus manos a la perfección.

– ¿Sin camisola? -murmuró en señal de apreciación mientras le pasaba un dedo por la línea prominente de su clavícula.

Negó con la cabeza, su voz sonó entrecortada al contestar:

– El corte del vestido no lo permitía.

Un lado de la boca de Anthony se elevó formando una sonrisa muy varonil.

– Recuérdame que envíe una gratificación a tu modista.

La mano bajó aún más, cogió uno de los pechos y lo apretujó con suavidad. Sintió que un gemido de deseo ascendía dentro de él mientras escuchaba un gimoteo similar que escapaba de los labios de Kate.

– Qué preciosidad -murmuró. Retiró la mano y se dedicó a acariciarla con la mirada. Nunca se le había ocurrido pensar que pudiera producir tanto placer el simple acto de contemplar a una mujer. Hacer el amor siempre había tenido que ver con tocar y saborear, y ahora, por vez primera, la vista resultaba igual de seductora.

Era tan perfecta, era tan absolutamente hermosa para él… Notó que le producía una sensación de satisfacción bastante extraña y primitiva el hecho de que la mayoría de hombres estuvieran ciegos a su belleza. Era como si cierto lado de ella sólo fuera visible para él. Le a encantaba que sus encantos quedaran ocultos al resto del mundo.

La hacía parecer más suya.

De repente estuvo ansioso porque ella le tocara también, de modo que le cogió una de las manos, todavía envuelta en el guante de satén y se la llevó al pecho. Pudo sentir el calor de su piel incluso a través del tejido, pero no era suficiente.

– Quiero sentirte -susurró, y luego le quitó los dos anillos que llevaba en el dedo anular. Los dejó en el hueco que formaban sus pechos, un espacio que quedaba poco profundo por su posición supina.

Kate jadeó y se estremeció con el contacto del frío metal contra su piel, luego observó con fascinación anhelante cómo Anthony se ocupaba del guante, tiraba con delicadeza de cada dedo hasta dejarlo suelto, luego escurría toda su largura por el brazo y lo sacaba de la mano. La ráfaga del satén fue como un beso interminable, y erizó el vello de todo su cuerpo.

Luego, con una ternura que casi le arranca las lágrimas, volvió a ponerle los anillos en el dedo, uno a uno, deteniéndose en medio para besar la sensible palma de su mano.

– Dame la otra mano -ordenó con ternura.

Lo hizo, y repitió la misma tortura exquisita, tiró y deslizó el satén por su piel. Pero esta vez, cuando acabó, llevó el dedo rosado de Kate a su boca, se lo metió entre los labios y lo lamió, rodeando la punta con la lengua.

Kate, como respuesta, sintió un tirón de deseo por todo el brazo que estremeció luego su pecho y se propagó por ella hasta acumularse ardiente y misterioso en su interior y entre sus piernas. Algo despertaba dentro de ella, algo oscuro y tal vez un poco peligroso, algo que había permanecido aletargado durante años, a la espera de un solo beso de este hombre.

Toda su vida había sido una preparación para este momento, ni siquiera sabía qué esperar a continuacion.

La lengua de Anthony descendió por la longitud interior de su dedo, luego siguió las líneas de la palma de la mano.

– Qué manos tan preciosas -murmuró mientras mordisqueaba la parte carnosa del pulgar y entrelazaba sus dedos con los de ella -. Fuertes, y no obstante tan graciosas y delicadas.

– Qué tonterías dices -dijo Kate con timidez-. Mis manos…

Pero él la calló con un dedo sobre los labios.

– Sshhh -reprendió-. ¿Aún no has aprendido que no deberías llevar la contraria a tu esposo mientras éste admira tus formas?

Kate tembló de deleite.

– Por ejemplo -continuó, con toda la malicia del mundo-, si quiero pasar una hora examinando el interior de tu muñeca -sus dientes, con velocidad de relámpago, rozaron la delicada y delgada piel del interior de la muñeca- está claro que estoy en mi derecho, ¿no te parece?

Kate se quedó sin respuesta, y él soltó una risita, de sonido grave y afable a los oídos de ella.

– Y no confíes en que no vaya a hacerlo -advirtió mientras empleaba el dedo para seguir las venas azules que pulsaban debajo de la piel-. Podría decidir pasar dos horas examinándote la muñeca.

Kate observó con fascinación cómo sus dedos, que la tocaban con suavidad estremecedora, avanzaban hasta el interior del codo y luego se detenían para trazar unos círculos sobre su piel.

– No me imagino -dijo con voz suave- que pueda pasar dos horas examinando tu muñeca sin encontrarla preciosa. -Su mano se desplazó entonces hasta el torso, empleó la palma para acariciar otra vez con suavidad el pecho-. Me sentiría muy dolido si no estuvieras de acuerdo.

Se inclinó hacia delante y atrapó los labios de Kate en un beso breve pero abrasador. Alzó la cabeza un par de centímetros y murmuró.

– A una esposa le corresponde aceptar todo lo que diga su esposo, ¿mmm?

Sus palabras eran tan absurdas que a Kate le costó encontrar la voz.

– Si sus opiniones le parecen bien a ella, milord -dijo con una sonrisa divertida.

Anthony arqueó una ceja con gesto imperioso.

– ¿Está discutiendo conmigo, milady? Y en mi noche de bodas ni más ni menos.

– También es mi noche de bodas -aclaró Kate.

Él chasqueó con la lengua y sacudió la cabeza.

– Tal vez tenga que castigarla -dijo-. Pero ¿cómo? ¿Tocando? -Sus manos pasaron rozando un pecho, luego el otro-. ¿O sin tocar?

Apartó las manos de su piel, pero se inclinó hacia abajo y, desde sus labios fruncidos, lanzó un suave soplido por encima del pezón.

– Tocando -respondió Kate con un jadeo. Arqueó un poco el cuerpo separándose del colchón-. Sin duda tocando.

– ¿Seguro? -Sonrió, despacio, como un gato-. Nunca había pensado que diría esto, pero sin tocar tiene su encanto.

Kate se quedó mirándole y él se elevó sobre ella colocándose a cuatro patas como un cazador primitivo que se prepara caer para sobre su presa. Parecía salvaje, triunfante y poderosamente posesivo. Su espeso pelo castaño caía sobre su frente, y le daba un peculiar aire juvenil, pero sus ojos ardían y relucían con un deseo muy adulto.

La quería. Era cautivador. Aunque fuera un hombre que podía encontrar satisfacción en cualquier mujer, en este preciso instante la deseaba a ella. Kate estaba convencida.

Y la hacía sentir la mujer más hermosa de la Tierra.

Envalentonada por el conocimiento de su deseo, alzó un brazo para colocarle una mano en la nuca y atraerle hacia abajo hasta que sus labios quedaron a un susurro de los de ella.

– Bésame -ordenó, sorprendida por el tono imperioso de su voz-. Bésame ahora.

Anthony sonrió con vaga incredulidad, pero sus palabras, en el último segundo antes de que se encontraran sus labios fueron:

– Lo que usted desee, lady Bridgerton. Lo que usted desee.

Y entonces todo pareció suceder de inmediato. Los labios de Anthony sobre los de Kate, devorando y martirizando, mientras la levantaba para dejarla sentada. Sus dedos se ocuparon con destreza de los botones del vestido. Kate pudo notar el fresco roce del aire en la piel cuando el tejido se deslizó hacia abajo, centímetro a centímetro dejando al descubierto la caja torácica, luego el ombligo y luego…

Y luego Anthony deslizó sus manos debajo de sus caderas para levantarla hacia arriba y sacar el vestido por debajo. Kate soltó un resuello ante una situación tan íntima. Se había quedado vestida sólo con su ropa interior: calzas, medias y ligas. Nunca en su vida se había sentido tan expuesta, y no obstante le encantó cada momento, cada mirada de él recorriendo su cuerpo.

– Levanta la pierna -ordenó Anthony con voz suave.

Lo hizo, y con una lentitud exquisita y agonizante al mismo tiempo, él recogió una de las medias hasta la punta del pie. La otra no tardó en quedar recogida también, las calzas vinieron a continuación y, casi sin darse cuenta, estaba desnuda por completo ante él.

Anthony le acarició el estómago apenas rozándola con la mano, y luego dijo:

– Creo que llevo demasiada ropa, ¿no te parece?

Los ojos de Kate se agrandaron cuando él se retiró de la cama y se quitó el resto de la ropa. Su cuerpo era pura perfección, con un pecho de excelente musculatura, piernas y brazos poderosos, y su…

– Oh, Dios mío -soltó Kate con un resuello.

Anthony puso una mueca.

– Me tomo eso como un cumplido.

Kate tragó saliva con fuerza. No era de extrañar que aquellos animales de la granja vecina no dieran muestras de disfrutar del acto de procreacion. Al menos las hembras. Le costaba creer que esto fuera a funcionar.

Pero no quería parecer ingenua o insensata, de modo que no dijo nada, o sea, que se limitó a tragarse el temor e intentó sonreír.

Anthony captó no obstante la llamarada de terror en sus ojos y sonrió con ternura.

– Confía en mí -murmuró, y se echó en la cama al lado de ella. Apoyó las manos en la curva de la cadera de Kate mientras le acariaba el cuello con la nariz-. Sólo tienes que confiar en mí.

Notó que ella asentía y se apoyó en uno de sus codos. Con la mano que le quedaba libre trazó círculos y espirales sobre su abdomen, con calma, cada vez más abajo, hasta que rozó el extremo de la mata oscura de pelo que formaba un nido entre sus piernas.

Los músculos de Kate se estremecieron. Anthony oyó la inspiración entre sus labios.

– Sshhh -dijo tranquilizador, y se inclinó para distraerla con un beso. La única vez que se había acostado con una muchacha virgen, él también lo era, por lo tanto confiaba en que ahora el instinto le guiara. Quería que esta vez, su primera vez, fuera perfecto. O, si no era perfecto, que al menos fuera algo fantástico.

Mientras exploraba la boca de Kate con sus labios y lengua, bajó aún más la mano, hasta que alcanzó el calor húmedo de su condición de mujer. Ella jadeó una vez más, pero él fue implacable, no paró de hacerle cosquillas y martirizarla, gozando de cada uno de sus gemidos y escalofríos.

– ¿Qué estás haciendo? -susurró ella contra sus labios.

Anthony le dedicó una sonrisa torcida, mientras introducía con suavidad uno de sus dedos.

– ¿No te hago sentir muy, pero que muy bien?

Ella gimoteó, lo cual complació mucho a Anthony. Si Kate hubiera intentado decir algo ininteligible, él habría sabido que no estaba haciendo bien su trabajo.

Se puso encima de ella, con el muslo le separó las piernas y soltó él también un gemido cuando su miembro viril descansó sobre la cadera de Kate. Incluso así, le resultaba perfecta y casi reventaba con sólo pensar en hundirse en ella.

Intentó mantener el control, intentó no olvidar ir despacio y con ternura en todo momento, pero su necesidad cada vez era más fuerte, su propio aliento se aceleraba y entrecortaba.

Kate estaba lista para él, o al menos todo lo lista que iba a estar. Sabía que esta primera vez le produciría dolor, pero rogó para que no durara más que un momento.

Se acomodó contra su abertura empleando ambas manos para sostener su cuerpo tan sólo unos pocos centímetros por encima. Pronunció su nombre con un susurro y los ojos oscuros de Kate, empañados por la pasión, se centraron en los de él.

– Ahora voy a hacerte mía -dijo mientras se adelantaba apenas un centímetro. El cuerpo de Kate se tensó en torno a él, la sensación era tan exquisita que Anthony tuvo que apretar los dientes. Sería tan fácil, tan fácil dejarse llevar por el momento y hundirse hacia delante buscando sólo su placer…

– Dime si te duele -le susurró con voz ronca mientras se permitía avanzar muy poco a poco. Estaba claro que ella estaba excitada, pero era muy menuda, y Anthony sabía que tenía que concederle tiempo para ajustarse a su íntima invasión.

Kate hizo un gesto de asentimiento.

Él se quedó paralizado, le costaba entender la punzada de dolor en su propio pecho.

– ¿Duele?

Kate negó con la cabeza.

– No, me refería a que te diré si me duele. No duele, pero es tan… peculiar.

Anthony disimuló una sonrisa y se agachó para besarle la punta de la nariz.

– No recuerdo que me llamaran peculiar nunca antes al hacerle el amor a una mujer.

Durante un momento dio la impresión de que Kate tuviera miedo de haberle insultado, luego su boca tembló hasta formar una leve sonrisa.

– Tal vez -dijo con voz suave- hicieras el amor con las mujeres equivocadas.

– Tal vez sea eso -contestó y se adelantó un centímetro más.

– ¿Puedo contarte un secreto?

Él avanzó un poco más.

– Por supuesto -murmuró.

– Cuando te he visto por primera vez… esta noche, quiero decir…

– ¿En todo mi esplendor? -bromeó él mientras arqueaba las cejas con gesto arrogante.

Kate le dedicó una expresión de reprobación de lo más encantadora.

– Pensé que no era posible que esto funcionara.

Él continuó un poco más. Faltaba poco, muy poco, para encontrarse alojado por completo dentro de ella.

– ¿Puedo decirte yo un secreto? -fue la respuesta.

– Por supuesto.

– Tu secreto -un empujoncito más y ya estaba apoyado en el himen-, no era tan secreto.

Kate juntó las cejas con gesto interrogativo.

Anthony puso una mueca.

– Se leía en tu cara.

Ella volvió a fruncir el ceño, y él sintió ganas de estallar en carcajadas.

– Pero ahora -consiguió mantener un rostro escrupulosamente serio- tengo una pregunta para ti.

Kate se quedó mirándole, a la espera de que le aclarara un poco más su pregunta.

Se inclinó hacia delante, le rozó la oreja con los labios y susurró:

– ¿Qué piensas ahora?

Durante un instante ella no dijo nada, luego Anthony notó el sobresalto de sorpresa cuando por fin adivinó qué le estaba preguntando en realidad.

– ¿Ya hemos acabado? -preguntó con clara incredulidad.

Esta vez sí que estallo en risas.

– Nada más lejos, mi querida esposa -soltó entre carcajadas mientras se secaba los ojos con una mano y con la otra intentaba sostenerse-. Nada más lejos. -Puso cara seria y añadió-: ahora es cuando puede doler un poco, querida. Pero te prometo que el dolor no volverá a repetirse.

Ella asintió con la cabeza pero Anthony notó que su cuerpo se ponía en tensión, algo que sabía sólo iba a empeorar las cosas.

– Sshhh -canturreó-. Relájate.

Ella hizo un gesto afirmativo con los ojos cerrados.

– Estoy relajada.

Se alegró de que no pudiera verle sonreír.

– Es indiscutible que no estás relajada.

Kate abrió de repente los ojos.

– Estoy relajada.

– No puedo creerlo -dijo Anthony, como si hubiera alguien más en la habitación que pudiera oírle-. Estás discutiendo conmigo en nuestra noche de bodas.

– Sí que…

La interrumpió con un dedo sobre sus labios.

– ¿Tienes cosquillas?

– ¿Cosquillas?

Él confirmó la pregunta con la cabeza.

– Sí, cosquillas.

Kate entrecerró los ojos con desconfianza.

– ¿Por qué?

– Eso me suena como un sí -dijo él con una mueca.

– En absol… ¡ooohhh! -Soltó un chillido cuando la mano de él encontró un punto especialmente sensible debajo del brazo-. ¡Anthony, para! -soltó un resuello y se retorció con desesperación debajo de él-. ¡No lo puedo soportar! Es que…

Anthony se abalanzó hacia delante.

– Oh -soltó- oh, cielos.

Él gimió, sin poder casi creer cuánto le gustaba estar por fin enterrado por completo en ella.

– Oh, cielos, eso mismo.

– ¿Aún no hemos acabado, verdad?

Él negó despacio con la cabeza mientras su cuerpo empezaba a moverse siguiendo aquel ritmo ancestral.

– Para nada -murmuró.

Le tomó la boca con los labios mientras colocaba estratégicamente una mano en su pecho para acariciarlo. Era todo perfección debajo de él, sus caderas se alzaban para encontrar las de él, al principio con vacilación, luego con un vigor a tono con su creciente pasión.

– Oh, Dios, Kate -gimió él. Había perdido del todo la habilidad de formar frases fluidas en medio del primitivo ardor del momento.

– Cómo me gustas. Cómo me gustas.

La respiración de Kate era cada vez más rápida, y con cada pequeño jadeo inflamaba más la pasión de Anthony. Quería poseerla, quería ser su amo, quería mantenerla debajo de él y no dejarla ir nunca.Y con cada embestida era más difícil anteponer las necesidades de ella a las suyas. Su mente aullaba que era su primera vez y que tenía que tratarla con mimo, pero su cuerpo pedía una liberación.

Con un quejido entrecortado, se obligó a detener las embestidas y tomar aliento.

– ¿Kate? -inquirió, casi sin reconocer su propia voz. Sonaba ronca, distante, desesperada.

Kate, que había mantenido los ojos cerrados mientras la cabeza le iba de un lado a otro, los abrió de golpe.

– No pares -dijo entre jadeos-, por favor, no pares. Estoy tan cerca de algo… no sé de qué.

– Oh, Dios -gimió él, y volvió a precipitarse de forma incondicional, con la cabeza echada hacia atrás y la columna arqueada.

– Eres tan hermosa, tan increíble… ¿Kate?

Ella se había quedado rígida debajo de él, y no por haber alcanzado algún clímax.

Anthony se quedó paralizado.

– ¿Qué sucede? -preguntó en un susurro.

Alcanzó a ver un breve relampagueo de dolor en su rostro, del tipo emocional, no físico, antes de que ella tuviera tiempo de disimularlo. Kate susurró:

– Nada.

– No es cierto -replicó con voz grave. Sentía en sus brazos la tensión de sostenerse sobre ella, pero casi no se daba cuenta. En aquel instante, cada fibra de su cuerpo estaba concentrada en el rostro de Kate, compungido, entristecido, pese a los evidentes intentos de disimularlo.

– Me has llamado hermosa.

Él siguió mirándola durante diez segundos. No entendía en absoluto por qué aquello era malo. Pero, claro, nunca había pretendido entender la mente femenina. Aunque pensaba que debía reafirmarse en aquella declaración, una vocecilla en su interior le advirtió de que éste era uno de esos momentos en los que, dijera lo que dijera, no iba a ser lo acertado, de modo que decidió ir con mucho tiento. Se limitó a pronunciar su nombre, tenía la intuición de que aquella sería la única palabra que garantizaría que no iba a meter la pata.

– No soy hermosa -susurró mirándole a los ojos. Parecía desconsolada, pero antes de que Anthony pudiera contradecirla, le preguntó-: ¿En quién piensas?

Él pestañeó.

– Perdón, ¿cómo has dicho?

– ¿En quién piensas cuando me haces el amor?

Anthony se sintió como si acabara de recibir un puñetazo en la tripa. El aliento salió de su cuerpo con una larga exhalación.

– Kate, estás loca, eres…

– Sé que a un hombre no le hace falta desear a una mujer para encontrar placer en ella -lloriqueó.

– ¿Piensas que no te deseo? -preguntó con voz irregular. Dios bendito, estaba a punto de explotar dentro de ella y llevaba ya los últimos treinta segundos sin poder moverse.

A Kate le temblaba el labio inferior entre sus dientes, también se contrajo un músculo de su cuello.

– ¿Piensas… piensas en Edwina?

Anthony se quedó helado.

– ¿Cómo iba a confundiros a las dos?

Kate notó que su propio rostro se arrugaba, sintió las lágrimas calientes en sus ojos. No quería llorar delante de él, oh, Dios, y menos en aquel momento, pero dolía tanto, cuánto dolía, y…

Anthony la cogió por las mejillas con asombrosa velocidad y la obligó a mirarle.

– Escúchame -su voz sonaba serena e intensa- y escúchame bien, porque sólo voy a decirte esto una vez. Te deseo. Me muero por ti. De noche no puedo dormir por culpa de mi deseo por ti. Incluso cuando no me caías bien, te deseaba. Es la cosa más demencial, arrebatadora, deplorable sí, pero es así. Y si oigo un solo disparate más saliendo de tus labios, tendré que atarte a la cama y convencerte a mi manera, lo intentaré de mil formas hasta que de una vez por todas te entre en ese cráneo estúpido que eres la mujer más hermosa y deseable de Inglaterra, y si los demás no se dan cuenta es que son una pandilla de necios.

Kate no pensaba que alguien pudiera quedarse boquiabierto estando tumbado, pero de alguna manera fue posible.

Anthony arqueó una de sus cejas con la expresión más arrogante que su rostro pudiera adoptar.

– ¿Entendido?

Ella se quedó mirándole, era totalmente incapaz de articular una respuesta.

Anthony se agachó hasta que su nariz quedó a un centímetro de su cara.

– ¿Entendido?

Kate hizo un gesto afirmativo.

– Bien -masculló y, luego, antes de darle ocasión de recuperar el aliento, sus labios la devoraron con un beso tan fiero en la boca que Kate tuvo que agarrarse a la cama para no ponerse a chillar. Él empujó sus caderas contra ella y adoptó un desenfrenado ritmo, embistió con poder, girando y precipitándose sobre Kate hasta dejarla convencida de su apasionamiento.

Ella se agarró a Anthony, aunque no estaba segura de si intentaba abrazarle o apartarle.

– No puedo seguir -gimió, segura de que iba romperse. Tenía los músculos rígidos, tensos, cada vez era más difícil respirar.

Anthony tal vez la oyera, pero no le hizo caso. Su rostro era una máscara severa de concentración, el sudor formaba gotas en su frente.

– Anthony -jadeó ella-, no puedo…

Él deslizó una mano entre sus cuerpos y la tocó en su parte íntima. Kate chilló. Anthony se precipitó una última vez hacia delante y el mundo de ella simplemente se deshizo. Se quedó rígida, luego empezó a temblar y después pensó que sufría una caída. No podía respirar, ni siquiera podía jadear. Tenía un nudo en la garganta y la cabeza se le fue hacia atrás mientras se agarraba al colchón con las manos, con una fortaleza que desconocía poseer.

Anthony se quedó del todo quieto encima de ella, con la boca abierta en un grito silencioso, y luego se desplomó, su peso empujó aún más a Kate contra el colchón.

– Oh, Dios mío -jadeó, entonces temblando-. Nunca… nunca me… tanto… nunca me había gustado tanto.

Kate, que tardó unos segundos más en recuperarse, sonrió mientras le alisaba el pelo. Se le ocurrió una idea traviesa, un pensamiento juguetón.

– ¿Anthony? – murmuró.

Ella no supo cómo consiguió él levantar la cabeza, dio la impresión de que el mero hecho de abrir los ojos y gruñir una respuesta requería un esfuerzo heroico.

Kate sonrió, despacio, con toda la seducción femenina que acababa de aprender aquella noche. Dejó que uno de sus dedos siguirea la línea angular de la mandíbula de Anthony y susurró:

– ¿Ya hemos acabado?

Durante un segundo él no dijo nada, luego sus labios formaron una sonrisa mucho más maliciosa de lo que ella podría haber imaginado nunca.

– Por ahora -murmuró con voz ronca. Se puso de costado y la atrajo hacia él-. Pero sólo por ahora.

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