Capítulo 15

Una vez más, Esta Autora ha demostrado tener razón. Las reuniones en el campo ofrecen como resultado los compromisos más sorprendentes.

Desde luego que sí, Querido Lector, sin duda lo lee aquí por primera vez: el vizconde de Bridgerton va a casarse con la señorita Katharine Sheffield. No con la señorita Edwina, como habían especulado los cotilleos sino con la señorita Katharine.

En cuanto a la manera en que se formalizó el compromiso, la dificultad para obtener detalles al respecto está siendo asombrosa. Esta Autora sabe de buena tinta que la nueva pareja fue atrapada en una postura comprometedora, y que la señora Featherington fue testigo, pero la señora F ha tenido los labios sellados en lo referente a todo este asunto, algo poco común en ella. Dada la propensión al cotilleo de la dama, a Esta Autora no le queda otro remedio que imaginar que el vizconde (quien no destaca precisamente por su debilidad de carácter) ha amenazado con lesionar a la señora F si se atreve a pronunciar una sola sílaba.


REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

11 de mayo de 1814


Kate no tardó en comprender que la mala fama no le sentaba bien.

Los dos días restantes en Kent habían sido bastante horribles; en cuanto Anthony había anunciado su noviazgo en la cena, tras comprometerse de forma ciertamente tan precipitada, apenas había tenido ocasión de respirar entre todas las felicitaciones, preguntas e insinuaciones que le hacían los invitados de lady Bridgerton.

El único momento en que se sintió de verdad relajada fue cuando pocas horas después del anuncio, tuvo por fin ocasión de hablar en privado con Edwina quien, tras arrojar los brazos alrededor de su hermana, se declaró «contentísima», «encantada» y «nada sorprendida, ni lo más mínimo».

Kate sí había expresado su sorpresa porque Edwina no estuviera sorprendida, pero ésta se limitó a encogerse de hombros y decir:

– Para mí era obvio que estaba loco por ti. No sé cómo es que nadie más se había dado cuenta.

Lo cual dejó a Kate bastante perpleja, ya que había estado convencida de que Anthony tenía su mira matrimonial puesta en Edwina.

En cuanto Kate regresó a Londres, las especulaciones fueron incluso peores. Por lo visto, cada miembro de la élite aristocrática encontraba obligado detenerse en el pequeño hogar alquilado de las Sheffield en Milner Street para hacer una visita a la futura vizcondesa. La mayoría de ellos conseguían comunicar sus felicitaciones con una dosis sustancial de implicación poco halagadora. Nadie creía posible que el vizconde en realidad quisiera casarse con Kate, y por lo visto nadie se percataba de lo grosero que era decirle eso a la cara.

– Santo cielo, eso sí que es tener suerte -dijo lady Cowper, la madre de la infame Cressida Cowper, quien, por su parte, no le dijo ni una sola palabra a Kate y permaneció enfurruñada en un rincón lanzando miradas asesinas en su dirección.

– No tenía ni idea de que estuviera interesado por ti -insistió efusiva la señorita Gertrude Knight, con una expresión facial que decía a las claras que seguía sin creerlo, y tal vez incluso confiaba en que tal compromiso resultara ser puro teatro, pese a su anuncio en el London Times.

Y lady Danbury, quien era conocida por no andarse nunca con rodeos, manifestó:

– No tengo ni idea de cómo le ha atrapado pero tiene que haber sido un truco ingenioso. Hay unas cuantas muchachitas ahí afuera a las que les encantaría que les diera un par de lecciones, hágame caso.

Kate se limitó a sonreír (o eso intentó al menos; sospechaba que sus esfuerzos por conseguir respuestas corteses y amistosas no eran siempre convincentes). Asentía con la cabeza y murmuraba:

– Soy una muchacha afortunada -cada vez que Mary le hincaba el codo en el costado.

En cuanto a Anthony, el afortunado hombre había conseguido evitar el examen riguroso al que ella se había visto sometida. Le dijo a Kate que tenía que quedarse en Aubrey Hall para ocuparse de algunos detalles de la finca antes de la boda, fijada para el siguiente sábado, sólo nueve días después del incidente en el jardín. Mary había expresado su inquietud porque tal premura levantara «comentarios», pero lady Bridgerton había explicado con bastante pragmatismo que habría «comentarios» de cualquier modo y que Kate estaría menos sometida a insinuaciones poco halagadoras una vez que contara con la protección del nombre de Anthony.

Kate sospechaba que la vizcondesa, quien ya era reputada por su firme intención de casar a sus hijos adultos, quería simplemente ver a Anthony delante del obispo antes de que tuviera ocasión de cambiar de idea.

Kate tuvo que mostrarse conforme con lady Bridgerton. Pese a lo nerviosa que estaba por la boda y el matrimonio que vendría a continuacion, nunca había sido persona que pospusiera las cosas. Una vez que tomaba una decisión, o como en este caso, una vez que alguien había decidido algo por ella, no veía motivos para demorar las cosas. Y en cuanto a los «comentarios», una boda apresurada podría incrementar las insinuaciones, pero Kate sospechaba que cuanto antes se casaran ella y Anthony antes se apagarían, y antes podría confiar en regresar a la oscuridad habitual de su propia vida.

Por supuesto, su vida no sería sólo suya durante mucho tiempo más. Tenía que acostumbrarse a eso.

Ni siquiera le parecía suya en aquellos momentos. Sus días eran un torbellino de actividad, lady Bridgerton la arrastraba de una tienda a otra, gastando una enorme cantidad del dinero de Anthony en su ajuar. Kate había comprendido deprisa que resistirse no tenía ningún sentido. Cuando lady Bridgerton -o Violet, como le había dado instruciones de que la llamara- se decidía por algo, que Dios ayudara al necio que se interpusiera en su camino. Mary y Edwina las habían acompañado en algunas salidas, pero se habían apresurado a declararse agotadas por la infatigable energía de Violet, y se habían ido a tomar un sorbete en Gunter.

Al final, tan sólo dos días antes de la boda, Kate recibió una nota de Anthony en la que le pedía que estuviera en casa a las cuatro de la tarde para que pudiera hacerle una visita. Kate estaba un poco nerviosa por verle otra vez; de algún modo todo parecía diferente -más formal- en la ciudad. De todos modos, aprovechó la oportunidad para evitar otra tarde en Oxford Street, en la modista, en el sombrerero o encargando guantes o cualquier otra cosa que a Violet se le ocurriera.

Por lo tanto, mientras Mary y Edwina se habían ido a hacer recados – Kate había olvidado convenientemente mencionar la visita del vizconde-, se sentó en el salón con Newton durmiendo con placidez a sus pies y esperó.

Anthony había pasado la mayor parte de la semana pensando. No era ninguna sorpresa que todos sus pensamientos tuvieran que ver con Kate y su próxima unión.

Le preocupaba que pudiera enamorarse de ella si no se comedía. La clave, por lo visto, era sencillamente no permitírselo a sí mismo. Y cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba de que no representaría ningún problema. Era un hombre, al fin al cabo, y sabía controlar a la perfección sus acciones y emociones. No era ningún necio, sabía que existía el amor; pero también creía en el poder de la mente y, tal vez más importante, el poder de la voluntad. Con franqueza no veía motivo alguno por el cual el amor tuviera que ser algo involuntario.

Si no quería enamorarse, pues qué puñetas, no iba a hacerlo. Era tan sencillo como eso. Tenía que ser tan sencillo como eso. Si no lo fuera, él no sería tan hombre, ¿o sí?

De todos modos, tendría que hablar con Kate de esta cuestión antes de la boda. Había ciertas cosas acerca del matrimonio que tenían que quedar claras. No eran normas sino más bien… acuerdos. Sí, ése era el término.

Kate necesitaba comprender con exactitud qué podía esperar de él y qué esperaba él a cambio. Su boda no era una unión por amor. Yno iba a convertirse en eso. Simplemente no era una opción. No pensaba que ella se hiciera alguna ilusión al respecto, pero por si acaso quería dejarlo claro ya, antes de que algún malentendido pudiera crecer hasta convertirse en un desastre con todas las de la ley.

Era mejor poner todas las cartas sobre la mesa, como dice el dicho, para que ninguna de las partes se llevara sorpresas desagradables más tarde. Sin duda Kate estaría conforme. Era una chica práctica. Querría saber cómo estaban las cosas. No era el tipo de persona a la que le gustara tener que adivinar lo que pasará.

Exactamente dos minutos antes de las cuatro, Anthony llamó dos veces a la puerta principal de las Sheffield. Intentó hacer caso omiso de la media docena de miembros de la elite aristocrática que por casualidad se paseaban por Milner Street aquella tarde. Se encontraban, pensó con una mueca, un poco lejos de los lugares que tenían por costumbre frecuentar.

Pero no le sorprendió. Aunque acababa de regresar a Londres, era muy consciente de que su compromiso era el actual escándalo du jour. Confidencia llegaba incluso a Kent, al fin y al cabo.

El mayordomo abrió enseguida la puerta y le hizo pasar, luego le acompañó hasta el salón próximo. Kate estaba esperando en el sofá, tenía el pelo recogido en un primoroso no-sé-qué (Anthony nunca recordaba los nombres de todos esos peinados que parecían gustar tanto a las damas), coronado por una especie de gorrito ridículo que supuso que iba a juego con el ribete blanco del vestido de tarde azul claro.

El gorro, decidió, sería lo primero que tendría que desaparecer cuando estuvieran casados. Tenía un pelo precioso, largo, lustroso y espeso. Sabía que los buenos modales dictaban que se pusiera tocados cuando andaba por ahí, pero, la verdad, parecía un pecado cubrirlo mientras se encontraban en el calor del hogar.

Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca, incluso para saludar, ella indicó un servicio de plata colocado sobre la mesa delante de ella y dijo:

– Me he tomado la libertad de pedir té. Empieza a hacer un poco de fresco y he pensado que te gustaría tomar algo. Si no, estaré encantada de pedir alguna otra cosa.

No había nada de aire fresco, al menos él no lo había detectado, pero dijo de todos modos:

– Esto será perfecto, gracias.

Kate asintió y cogió la tetera para servir. La inclinó algún centímetro y luego la enderezó con el ceño fruncido mientras decía:

– Ni siquiera sé cómo te gusta el té.

Anthony sintió que un extremo de su boca se curvaba 1evemente hacia arriba.

– Leche. Sin azúcar.

Ella hizo un gesto afirmativo, dejó la tetera para coger la leche.

– Parece algo que una esposa debe saber.

Él se sentó en la silla que se encontraba en el ángulo derecho del sofá.

– Y ahora ya lo sabes.

Kate respiró hondo y luego soltó aire.

– Ahora ya lo sé -murmuró.

Anthony se aclaró la garganta mientras la observaba servir. No llevaba guantes y encontró que le gustaba contemplar sus manos mientras se movían. Sus dedos eran largos y delgados, con una gracia increíble, lo cual le sorprendió, considerando las muchas veces que le había pisado los dedos de los pies mientras bailaban.

Por supuesto que algunos de sus pasos fallidos habían sido intencionados, pero no tantos, sospechaba, como a Kate le hubiera gustado que él pensara.

– Aquí tienes -murmuró sosteniendo el té-. Ten cuidado, está caliente. Nunca he podido con el té frío.

No, pensó él con una sonrisa, seguro que no. Kate no tenía nada que ver con las medias tintas. Era una de las cosas que le gustaban de ella.

– ¿Milord? -dijo con amabilidad y movió el té unos centímetros más en su dirección.

Anthony cogió el platillo y permitió que sus dedos enfundados en guantes rozaran los dedos desnudos de ella. Mantuvo la mirada en el rostro de Kate, y advirtió la leve mancha rosada que ruborizó sus mejillas.

Por algún motivo, aquello le complació.

– ¿Tienes alguna cosa en concreto que quieras preguntarme, milord? -preguntó, una vez puso su mano a salvo de la de él y rodeó con los dedos el asa de su taza de té.

– Mi nombre es Anthony, como lo recuerdas sin duda, y ¿no puedo hacer una visita a mi prometida tan sólo por el placer de su compañía? Kate le dedicó una mirada ceñuda por encima del borde de la taza.

– Por supuesto que puedes -contestó-, pero no creo que sea ese el caso.

Él alzó una ceja al oír la impertinencia.

– Pues da la casualidad de que tienes razón.

Kate murmuró algo. Él no lo entendió bien, pero tuvo la leve sospecha de que había dicho «normalmente la tengo».

– He pensado que deberíamos tratar de nuestro matrimonio -empezó.

– Perdón, ¿cómo has dicho?

Anthony se reclinó hacia atrás.

– Ambos somos personas prácticas. Creo que nos sentiremos más cómodos una vez que entendamos qué podemos esperar el uno del otro.

– Por… por supuesto.

– Bien. -Dejó la taza en el platillo y luego éste sobre la mesa que tenía delante-. Me alegra que pienses así.

Kate hizo un lento ademán de asentimiento con la cabeza pero no dijo nada; en vez de ello prefirió mantener la mirada enfocada en su rostro mientras él se aclaraba la garganta. Parecía que se estuviera preparando para un discurso parlamentario.

– No hemos tenido el comienzo más favorable -dijo, y frunció un poco el ceño al ver que ella hacía un gesto afirmativo- pero en mi opinión, y espero que estés de acuerdo, hemos conseguido cierto grado de amistad.

Ella asintió una vez más, pensando que tal vez pudiera aguantar toda la conversación sin hacer otra cosa que menear la cabeza.

– La amistad entre marido y mujer es de vital importancia -continuó-, incluso más importante, desde mi punto de vista, que el amor.

Esta vez ella no asintió.

– Nuestro matrimonio se basará en la amistad y el respeto mutuos – pontificó – y en mi caso yo no podría sentirme más complacido por tal disposición.

– Respeto -repitió Kate, sobre todo porque él la miraba con expectación.

– Haré todo lo posible para ser un buen esposo -siguió -. Y, siempre que no me excluyas de tu cama, te seré fiel tanto a ti como a nuestros votos matrimoniales.

– Eso es ciertamente progresista por tu parte -murmuró ella. Él no decía nada que ella no diera por supuesto, y no obstante le resultaba todo un poco fastidioso.

Bridgerton entrecerró los ojos.

– Confío en que me estés tomando en serio, Kate.

– Oh, desde luego.

– Bien. -Pero Anthony le dedicó una mirada peculiar. Kate no estuvo segura de que él la creyera-. A cambio -añadió- espero que ningún comportamiento tuyo mancille el nombre de mi familia.

Kate sintió que su espalda se ponía rígida.

– Ni soñaría con eso.

– Eso pensaba. Ésa es una de las razones de que esté tan complacido con este matrimonio. Serás una vizcondesa excelente.

Lo dijo como un cumplido, Kate lo sabía, pero de todos modos sonó un poco hueco, tal vez un pelín condescendiente. Hubiera preferido sin duda que le dijera que iba a ser una esposa excelente.

– Tendremos una buena amistad -anunció-, nos tendremos respeto mutuo y tendremos hijos, hijos inteligentes, gracias a Dios, ya que eres sin duda la mujer más inteligente que conozco.

Aquello compensaba su condescendencia, pero Kate apenas tuvo tiempo para sonreír por aquel cumplido ya que él se apresuró a añadir:

– Pero no debes esperar amor. Este matrimonio no tendrá nada que ver con el amor.

A Kate se le formó un nudo espantoso en la garganta, se encontró asintiendo con la cabeza una vez más, sólo que esta vez cada movimiento de cuello le provocaba un incomprensible dolor en el corazón.

– Hay ciertas cosas que no puedo darte -dijo Anthony- y me temo que el amor es una de ellas.

– Entiendo.

– ¿Sí?

– Por supuesto -soltó con cierta brusquedad-. No me quedaría más claro si me lo escupiera a la cara.

– Nunca me he propuesto casarme por amor -continuó él.

– No es eso lo que me dijiste cuando cortejabas a Edwina.

– Cuando cortejaba a Edwina -contestó- yo intentaba impreonarte a ti.

Kate entrecerró los ojos.

– No me estás impresionando ahora.

Él soltó una larga exhalación.

– Kate, no he venido aquí a discutir. Sencillamente me parecia mejor que fuéramos sinceros el uno con el otro antes de nuestra boda el sábado por la mañana.

– Por supuesto -suspiró ella, y se obligó a asentir una vez más. No era intención de él insultarla, y ella no debería haber reaccionado de forma exagerada. Le conocía lo suficiente ya como para saber que sólo actuaba así por preocupación. Anthony sabía que nunca la amaría; lo mejor era dejar aquello claro desde el principio.

Pero dolía de todos modos. Kate no sabía si le amaba, pero estaba bastante segura de que podría amarle, y se temía que después de semanas de matrimonio le querría.

Y habría sido tan encantador que él pudiera corresponderle.

– Lo mejor es que nos entendamos bien -repitió él con amabiliad.

Kate no paraba de asentir. Un cuerpo en movimiento tendía a permanecer en movimiento. Se temía que si paraba empezaría a hacer algo estúpido como echarse a llorar.

Bridgerton estiró el brazo por encima de la mesa y le tomó la mano, provocando un estremecimiento en ella.

– No quería que te hicieras falsas ilusiones antes de empezar el matrimonio -dijo- y me pareció que tú tampoco lo querrías.

– Por supuesto que no, milord -dijo ella.

El vizconde puso un ceño.

– Pensaba que ya te había dicho que me llamaras Anthony.

– Es cierto -respondió-, milord.

Él retiró la mano. Kate observó cómo volvía a colocarla sobre su regazo y tuvo la extraña sensación de verse privada de algo.

– Antes de irme, tengo algo para ti. -Sin apartar los ojos de su rostro, se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño estuche de joyería-. Debo disculparme por tardar tanto en ofrecerte un anillo compromiso -murmuró mientras se lo tendía.

Kate pasó los dedos sobre la cubierta de terciopelo azul antes de abrir la cajita. Dentro había un anillo de oro bastante sencillo, adornado por un único diamante de talla redonda.

– Es una reliquia Bridgerton -explicó-. Hay varios anillos de compromiso en la colección, pero he pensado que éste te gustaría más. Los otros eran bastante pesados y recargados.

– Es muy hermoso -dijo Kate, incapaz de apartar la mirada de la joya.

Anthony le cogió el estuche.

– ¿Puedo? -murmuró mientras sacaba el anillo de su cavidad de terciopelo.

Kate estiró la mano y se maldijo al darse cuenta de que estaba temblando; no mucho, pero seguro que lo bastante para que él lo notara. Sin embargo, Anthony no dijo nada; la calmó con su mano mientras con la otra le deslizaba el anillo por el dedo.

– ¿Queda bastante bien, no te parece? -preguntó mientras le sostenía aún las puntas de los dedos.

Kate hizo un gesto afirmativo, incapaz de apartar la mirada del anillo. Nunca había sido muy aficionada a los anillos; éste iba a ser el primero que llevara con regularidad. Le resultaba extraño tenerlo en el dedo, pesado, frío y muy, muy sólido. En cierto modo, hacía que todo lo sucedido durante la última semana pareciera más real. Más definitivo. Se le ocurrió pensar mientras contemplaba el anillo que había medio esperado que un rayo cayera del cielo y detuviera el desarrollo de los eventos antes de que pronunciaran definitivamente sus votos nupciales.

Anthony se acercó un poco más, luego se acercó a los labios los dedos recién adornados.

– ¿Tal vez debiéramos sellar el acuerdo con un beso? -murmuró.

– No estoy segura…

Anthony tiró de ella para sentarla sobre su regazo con una mirada traviesa.

– Yo sí.

Pero mientras Kate se caía sobre él, dio sin querer una patada a Newton, que soltó un ladrido sonoro y quejumbroso, era obvio que molesto por que le hubieran interrumpido la siesta de forma tan descortés.

Anthony alzó una ceja y miró a Newton por encima de Kate.

– Ni siquiera le había visto aquí.

– Estaba echando un sueñecito -explicó Kate-. Duerme muy profundamente.

Pero una vez despierto, el perro se negó a quedarse sin tomar parte en la acción, y con un ladrido un poco más despierto, dio un salto sobre la silla y luego aterrizó sobre el regazo de Kate.

– Oh, por el amor de… -Anthony se vio obligado a parar de refunfuñar al recibir un gran beso baboso de Newton.

– Creo que le caes bien -dijo Kate tan divertida con la expresión de asco de Anthony que se olvidó incluso de sentirse cohibida por su posición sentada encima de él.

– Perro -ordenó Anthony- baja al suelo ahora mismo.

Newton bajó la cabeza y gimió.

– ¡Ahora!

Con un gran suspiro, Newton se dio media vuelta y se dejó caer pesadamente en el suelo.

– ¡Cielo santo! – exclamó Kate estudiando al perro, que ahora se cobijaba debajo de la mesa, con el morro echado sobre la alfombra con aire lastimero-. Estoy impresionada.

– Todo está en el tono de voz -le dijo Anthony con tono de superioridad mientras le deslizaba un firme brazo por la cintura para que no pudiera levantarse.

Kate miró el brazo, luego le miró a la cara con expresión inquisidora.

– Vaya -dijo en tono reflexivo- ¿por qué tengo la impresión de que ese tono de voz te resulta eficaz también con las mujeres?

Él se encogió de hombros y se inclinó hacia delante sonriendo con los párpados caídos.

– Normalmente funciona -murmuró.

– Pero en este caso no. -Kate plantó las manos en los brazos de la silla e intentó incorporarse.

Pero él era demasiado fuerte.

– Especialmente en éste -dijo mientras su tono de voz descendía hasta un ronroneo que no podía ser más grave. Con la mano que le quedaba libre le tomó la barbilla y le volvió el rostro hacia él. Kate sintió sus labios suaves pero exigentes, que exploraron su boca de un modo tan meticuloso que la dejó sin aliento.

Continuó moviendo la boca por la línea del mentón hasta su cuello donde hizo una pausa sólo para susurrar.

– ¿Dónde está tu madre?

– Ha salido -dijo Kate de forma entrecortada.

Los dientes de Anthony tiraban del ribete de su corpiño.

– ¿Y cuánto tardará?

– No lo sé. -Soltó un leve chillido cuando la lengua avanzó bajo la muselina y trazó una línea erótica sobre su piel-. Dios bendito, Anthony, ¿qué estás haciendo?

– ¿Cuánto rato? -repitió.

– Una hora. Tal vez dos.

Él alzó la vista para asegurarse de que había cerrado la puerta antes al entrar.

– ¿Tal vez dos? -murmuró sonriente contra la piel de Kate. ¿De veras?

– Tal vez sólo una.

Le metió un dedo bajo el borde superior del corpiño, cerca del hombro, asegurándose de sujetar también el extremo de su camisola.

– Una hora -dijo- también me parece espléndido. -Luego, tras detenerse tan sólo para llevar sus labios a la boca de Kate de modo que no pudiera protestar lo más mínimo, le bajó el vestido con un rápido movimiento, llevándose también la camisola.

Anthony notó el jadeo de ella en su boca, pero continuó ahondando en su beso mientras ponía la palma de la mano sobre la plenitud del pecho de Kate. Le parecía perfecta bajo sus dedos, suave y respingada, llenando su mano como si estuviera hecha a su medida.

Cuando notó que su resistencia se desvanecía, pasó a besarle la oreja, mordisqueando con suavidad el lóbulo.

– ¿Te gusta esto? -le susurró mientras apretaba suavemente con la mano.

Ella asintió temblorosa.

– Mmm, bien -murmuró Anthony repasando con la lengua su oreja-. Complicaría mucho las cosas que no te gustara.

– ¿P-por qué?

Él contuvo el regocijo que le desbordaba la garganta. No era el momento de reírse, pero era tan inocente, caray. Nunca había hecho el amor con una mujer como ella; le estaba sorprendiendo lo delicioso que le parecía.

– Digamos -respondió- que me gusta mucho.

– Oh. -Kate le dedicó la más vacilante de las sonrisas.

– Y hay más, ¿sabes? -le susurró, y dejó que su aliento le acariciara la oreja.

– Estoy segura de que lo habrá -contestó, su voz un mero jadeo.

– ¿Ah sí? -le preguntó en tono bromista mientras volvía a estrujarla.

– No estoy tan verde como para pensar que se puede hacer un bebé sólo con lo que estamos haciendo.

– Estaré encantado de enseñarte el resto -murmuró él.

– No… ¡Oh!

Volvió a estrecharla, esta vez permitió que sus dedos le hicieran cosquillas en la piel. Le encantaba que ella no fuera capaz de pensar cuando él le tocaba el pecho.

– ¿Qué decías? -se interesó mientras le mordisqueaba el cuello.

– ¿Yo… algo?

Él hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, la débil barba le rozó la garganta.

– Estoy seguro. Pero, claro, tal vez sea mejor que no te oiga. Había empezado con la palabra «no». Sin duda -añadió pasándole la lengua por la parte inferior de la barbilla- es una palabra que no debe ronunciarse entre nosotros en un momento como éste. Pero -su lengua continuó por la línea de la garganta hasta el hueco de la clavícula- estoy divagando.

– ¿Ah… sí?

Anthony asintio.

– Creo que estaba intentando determinar qué es lo que te agrada, como debería hacer todo esposo.

Kate no dijo nada, pero su respiración se aceleró.

Él sonrió contra su piel.

– Por ejemplo, ¿qué me dices de esto? -Extendió la palma de tal manera que ya no tomaba su pecho sino que dejaba que la mano le rozara con sutileza el pezón.

– ¡Anthony! -soltó medio asfixiada.

– Bien -aprobó y pasó a su cuello. Empujó con suavidad su barbilla para que le quedara más accesible-. Me alegra que vuelvas a llamarme Anthony. «Milord» es tan formal, ¿no te parece? Demasiado formal para esto.

Y entonces hizo algo con lo que había estado fantaseando semanas. Bajó la cabeza sobre su pecho y se lo metió en la boca, lo saboreó, lo lamió, jugueteó con él y se deleitó con cada jadeo que se le escapaba a ella, con cada espasmo de deseo que sentía que estremecía el cuerpo de Kate.

Le encantaba que reaccionara de esta manera, le emocionaba poder hacerle esto.

– Muy bien -murmuró, el aliento caliente y húmedo contra su piel-. Qué bien sabe.

– Anthony. -La voz de Kate sonaba ronca-. ¿Estás seguro…?

Le puso un dedo en los labios sin tan siquiera levantar la cara para mirarla.

– No tengo ni idea de qué quieres preguntar, pero la respuesta es… -Desplazó la atención al otro pecho-. Estoy seguro.

Kate soltó un sonido gimiente, de esa clase que sale del fondo de la garganta. Todo su cuerpo se arqueaba bajo las atenciones de Anthony, quien jugueteaba con renovado fervor con el pezón, acariciándolo con delicadeza entre sus dientes.

– Oh, cielos…, oh, ¡Anthony!

Recorrió con la lengua la aureola. Era perfecta, simplemente perfecta. Le encantaba el sonido de su voz, ronca y quebrada por el deseo. Su cuerpo sintió un cosquilleo de sólo pensar en su noche de bodas, sus gritos de pasión y necesidad. Ella ardería debajo de él, y se deleitó ante la perspectiva de hacerla explotar.

Se apartó para poder verle el rostro. Estaba sonrojada, los ojos aturdidos y dilatados. El pelo empezaba a soltarse de ese horrendo gorrito.

– Y esto… -dijo estirándoselo de la cabeza- tiene que desaparecer.

– ¡Milord!

– Prométeme que no volverás a ponértelo.

Kate se retorció en su asiento, de hecho sobre su regazo, lo cual contribuyó bien poco al estado de urgencia de su entrepierna, para mirar por encima de la silla.

– No voy a hacer tal cosa -replicó-. Me gusta mucho ese gorro.

– No es posible -dijo él poniéndose serio.

– Pues sí… ¡Newton!

Anthony siguió su vista y estalló en una sonora carcajada,que provocó que ambos se sacudieran en el asiento. Newton masticaba con gran satisfacción el gorro de Kate.

– iBuen perro! -exclamó él con una carcajada.

– Te obligaría a comprarme uno -masculló Kate mientras se estiraba el vestido hacia arriba- de no ser por la fortuna que ya has gastado conmigo esta semana.

Esto le divirtió.

– ¿Ah sí? -preguntó con leve interés.

Kate hizo un gesto afirmativo.

– He estado de compras con tu madre.

– Ah. Bien. Estoy seguro de que no te ha permitido comprar nada como esto. -Hizo una indicación al gorro ahora destrozado en la boca de Newton.

Cuando volvió a mirarla, Kate había torcido la boca hasta formar una línea contrariada que le sentaba muy bien. No pudo evitar sonreir. Se dejaba leer con tal facilidad. Su madre no le habría dejado comprar un gorro tan poco atractivo, y ahora la consumía no ser capaz de ofrecer una respuesta a esta última frase.

Anthony suspiró con agrado. La vida con Kate no iba a ser aburrida.

Pero se hacía tarde, probablemente ya era hora de marcharse. Kate había dicho que no esperaba a su madre al menos durante una hora, pero Anthony sabía que no había que confiar en la noción del tiempo de las mujeres. Kate podría equivocarse o su madre podría cambiar de idea o cualquier cosa podría haber sucedido, y aunque él y Kate iban a casarse dentro de dos días, no parecía demasiado prudente que les atraparan en el salón en una posición tan comprometedora.

Muy a su pesar, porque estar sentado en la silla con Kate sin hacer otra cosa que abrazarla le producía una satisfacción sorprendente, se puso en pie y la levantó en sus brazos mientras lo hacía, volviendo luego a dejarla en la silla.

– Ha sido un interludio delicioso -murmuró inclinándose para darle un beso en la frente-. Pero me temo que tu madre estará a punto de llegar. Te veré el sábado por la mañana.

Kate parpadeó.

– ¿El sábado?

– Es una superstición de mi madre -explicó con sonrisa avergonzada-. Cree que da mala suerte a la novia y al novio verse el día anterior a la boda.

– Oh. -Se puso en pie y se alisó con pudor el vestido y el cabello-. ¿Y tú también lo crees?

– En absoluto -dijo con un resoplido.

Ella asintió.

– Entonces es muy dulce por tu parte satisfacer los caprichos de tu madre.

Anthony se paró un momento, muy consciente de que cualquier hombre con su reputación no quería parecer estar bajo las faldas de su madre. Pero así era Kate, y sabía que ella valoraba la devoción a la familia tanto como él, de modo que dijo finalmente:

– Son pocas cosas las que no haría para tener a mi madre contenta.

Sonrió con timidez.

– Es una de las cosas que más me gusta de ti.

Anthony hizo una especie de gesto como si quisiera cambiar de tema, pero ella lo interrumpió con:

– No, es la verdad. Eres una persona mucho más bondadosa de lo que te gustaría que creyera la gente.

Puesto que no iba a ser capaz de salir victorioso de una discusión con ella, y tenía poco sentido contradecir a una mujer que le estaba haciendo un cumplido, se llevó un dedo a los labios y dijo:

– Shhh. No se lo digas a nadie. -Y entonces, con un último beso en su mano y murmurando un Adieu, se encaminó hacia la puerta y salió a la calle.

Una vez sobre su caballo y de regreso a su pequeña casa de la ciudad al otro lado de Londres, se permitió valorar la visita. Había ido bien, pensó. Kate parecía haber entendido los límites que él había establecido al matrimonio y había reaccionado a sus relaciones con un deseo que era tierno e intenso al mismo tiempo.

En conjunto, pensó con una sonrisa de satisfacción, el futuro parecía brillante. Su matrimonio sería un éxito. En cuanto a las inquietudes anteriores…, bien, estaba claro que no tenía nada de qué preocuparse.


Kate estaba preocupada. Anthony se había desvivido porque ella entendiera que nunca la querría. Y lo cierto era que parecía no querer que ella le amara.

Luego había empezado a besarla como si el mundo se acabara al día siguiente, como si fuera la mujer más hermosa de la Tierra. Era la primera en admitir que tenía poca experiencia con los hombres y sus deseos, pero estaba claro que él parecía desearla.

¿O simplemente se imaginaba que era otra persona? No la había elegido la primera a ella como esposa. Mejor no olvidaba aquello.

Y aunque ella se enamorara de él… bien, tendría que callárselo, así de sencillo. En realidad no podía hacer otra cosa.

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