Varias horas después, cuando Charles se despertó, Ellie todavía dormía, gracias a Dios. Sin embargo, la dosis de láudano que le había dado no dudaría mucho más, así que preparó otra para cuando se despertara. No sabía cuánto tiempo le seguirían doliendo las quemaduras, pero no iba a permitir que sufriera innecesariamente ni un segundo más. No podría soportar volver a oírla intentando contener las lágrimas de dolor.
Sencillamente, le partía el corazón.
Se tapó la boca para silenciar un bostezo mientras sus ojos se iban acostumbrando a la escasa luz de la habitación. Odiaba las últimas semanas de otoño, cuando los días se acortaban y el sol se ponía más temprano. Estaba impaciente por que llegara la calidez del verano, o incluso la brisa fresca de la primavera, y se preguntó qué aspecto tendría Ellie en verano, con el sol en el cielo hasta que caía la noche. ¿La luz iluminaría de forma distinta su pelo? ¿Parecería más rojizo? ¿O quizá más rubio? ¿O estaría igual, aunque más cálido?
Con esa idea en la cabeza, se acercó y le apartó un mechón de pelo de la frente, con cuidado de no rozar por accidente las manos vendadas. Estaba a punto de repetirlo cuando alguien llamó suavemente a la puerta. Charles se levantó y cruzó la habitación, haciendo una mueca ante el ruido de las botas cuando salió de la alfombra y pisó el suelo de madera. Se volvió hacia Ellie y suspiró aliviado cuando vio que seguía durmiendo plácidamente.
Abrió la puerta y vio a Claire, que estaba en el pasillo mordiéndose el labio y retorciéndose las manos. Tenía los ojos tan rojos e hinchados que hasta Charles se dio cuenta, incluso bajo la escasa luz de las velas que iluminaban el pasillo, que no tenía ventanas.
– Charles -dijo la chica, hablando demasiado alto-. Tengo que…
Él se acercó un dedo a los labios, salió al pasillo y cerró la puerta tras él. Y entonces, para mayor aturdimiento de Claire, se sentó.
– ¿Qué haces?
– Me quito las botas. No tengo paciencia para localizar a mi asistente para que me ayude.
– Oh -ella lo miró, obviamente desconcertada sobre cómo proceder. Puede que Charles fuera su primo, pero también era conde, y nadie solía mirar a un conde desde arriba.
– ¿Querías hablar conmigo? -le preguntó él mientras agarraba el talón de la bota izquierda.
– Eh…, sí. Bueno, en realidad quiero hablar con Ellie. -Claire tragó saliva de forma convulsiva. Ese gesto parecía agitar todo su cuerpo-. ¿Está despierta?
– No, gracias a Dios, y pienso administrarle otra dosis de láudano en cuanto despierte.
– Claro. Debe de dolerle mucho.
– Sí. Le han salido ampollas en la piel y, seguramente, le quedarán cicatrices para siempre. Claire se estremeció.
– Yo también me quemé una vez. Con una vela, y me dolió mucho. Ellie ni siquiera ha gritado. Debe de ser muy fuerte.
Charles hizo una pausa en su esfuerzo por quitarse la bota derecha.
– Sí -dijo con delicadeza-, lo es. Más de lo que jamás hubiera imaginado.
La chica se quedó callada un buen rato y al final dijo:
– ¿Podré hablar con ella cuando se despierte? Sé que quieres darle más láudano, pero tardará unos minutos en hacer efecto y…
– Claire -la interrumpió Charles-, ¿no puedes esperar hasta mañana?
Ella volvió a tragar saliva.
– No. De verdad que no.
Él la miró fijamente y no apartó la mirada ni siquiera cuando se puso de pie.
– ¿Hay algo que quieras decirme? -le preguntó en voz baja.
Ella meneó la cabeza.
– Ellie. Tengo que hablar con Ellie.
– De acuerdo. Veré si está en condiciones de recibir visitas. Pero, si no es así, tendrás que esperar hasta mañana. Y no se hable más.
Claire parpadeó y asintió mientras Charles agarraba el pomo de la puerta y lo giraba.
Ellie abrió los ojos y volvió a cerrarlos con la esperanza de que eso detuviera la sensación de mareo que se había apoderado de ella en cuanto los había abierto. Aunque no sirvió de nada, así que abrió los ojos y buscó a su marido.
– ¿Charles?
Nada.
Ellie sintió una desconocida punzada de decepción. Le había dicho que no se separaría de su lado. Era lo único que la había mantenido tranquila mientras se dormía. Pero entonces oyó el crujido de la puerta, levantó la cabeza y lo vio silueteado en la penumbra.
– Charles -ella pretendía que fuera un susurro, pero sus palabras fueron un sonido ronco.
Él corrió a su lado.
– Estás despierta.
Ella asintió.
– Tengo sed.
– Claro. -Charles se volvió y, por encima del hombro, dijo-: Claire, pide una taza de té.
Ellie estiró el cuello todo lo que pudo para mirar detrás de Charles. No se había fijado que Claire también estaba en la habitación. Era una sorpresa, puesto que la chica nunca hasta ahora había demostrado ningún interés en su bienestar.
Cuando volvió a mirar a Charles, vio que le había acercado una taza de porcelana a los labios.
– Mientras tanto -le dijo-, si quieres mojarte la garganta, queda un poco de té tibio. He bebido de esta taza, pero es mejor que nada.
Ellie asintió y bebió un sorbo mientras se preguntaba por qué, después de tantos besos, beber de su taza parecía algo tan íntimo.
– ¿Qué tal las manos? -le preguntó.
– Me siguen doliendo mucho -respondió ella con sinceridad-, aunque no tanto como antes.
– Es por el láudano. Puede tener unos efectos muy fuertes.
– Nunca antes lo había tomado.
Él se inclinó ligeramente y le dio un suave beso.
– Y rezo para que no vuelvas a tener que tomarlo.
Ellie siguió bebiendo sorbos de té mientras intentaba, aunque sin éxito, no revivir mentalmente el incidente de la mermelada. Seguía viendo cómo la olla caía al suelo y recordando el terrible instante en que supo con certeza que iba a quemarse y que no podía hacer nada por evitarlo. Y luego, cuando tenía las manos en el cubo de agua helada y sentía que todos la miraban… Oh, fue horrible, horrible. Odiaba hacer el ridículo, quedar mal. Poco importaba que el accidente hubiera sido sólo eso, un accidente, y que no fuera culpa suya. No podía soportar reconocer lástima en los ojos de todos. Incluso Judith había…
– Dios mío -dijo casi ahogándose con el té-. Judith. ¿Está bien?
Charles la miró algo confuso.
– No estaba en la cocina cuando se te ha caído la olla, Ellie.
– Ya lo sé. Pero me vio cuando lloraba y gimoteaba y estaba debilitada por el dolor, y seguro que se ha quedado muy confundida. No quiero imaginarme cómo debe sentirse.
Charles le acarició el labio con el dedo índice.
– Chisss. Si hablas tan deprisa acabarás agotada.
– Pero Judith…
Esta vez, él le apretó los labios con los dedos y se los mantuvo cerrados.
– Está bien. Helen ya le ha explicado qué ha pasado. Estaba muy disgustada, pero se lo está tomando con su habitual humor de niña de seis años.
– Me gustaría hablar con ella.
– Mañana. Creo que ahora está cenando con la niñera y quiere pintar acuarelas hasta la hora de acostarse. Ha dicho que quería hacerte un dibujo muy especial para inspirarte durante tu recuperación.
Por un segundo, Ellie se puso tan contenta que ni siquiera sintió el dolor de las manos.
– Es muy dulce -murmuró.
– Mientras tanto -continuó Charles-, Claire me ha dicho que quiere hablar contigo. Y le he dicho que podrá hacerlo sólo si te sientes en condiciones.
– Claro -murmuró Ellie. Era muy extraño que Claire, que nunca se había molestado en ocultar su desprecio por ella, quisiera hacerle compañía mientras se recuperaba. Pero Ellie todavía albergaba esperanzas de poder mantener una relación más amable y familiar, así que ladeó un poco la cabeza, estableció contacto visual con la chica y dijo:
– Buenas noches, Claire.
La muchacha realizó una reverencia y dijo:
– Espero que te encuentres mejor.
– Un poco -respondió Ellie-, aunque supongo que las quemaduras tardarán un tiempo en curar del todo. Pero me encanta tener compañía. Así no pienso constantemente en mis manos.
No estaba segura, pero le pareció que Claire palideció cuando mencionó sus manos. Se produjo un largo y extraño silencio y, al final, la chica tragó saliva de forma sonora, se volvió hacia Charles y dijo:
– ¿Puedo hablar con Ellie a solas?
– No creo que…
– Por favor.
A Ellie la sorprendió la nota de desesperación que reconoció en la voz de Claire, así que se volvió hacia su marido y dijo:
– Tranquilo. No estoy dormida.
– Pero había pensado darte más láudano.
– Puede esperar cinco minutos.
– No permitiré que sufras más de lo necesario y…
– Estaré bien, Charles. Además, me gustarían unos instantes más de lucidez. Podrías esperar el té en las escaleras.
– Está bien -salió de la habitación, aunque no parecía demasiado contento.
Ellie se volvió hacia Claire con una sonrisa cansada.
– Puede llegar a ser muy tozudo, ¿no te parece?
– Sí. -La chica se mordió el labio inferior y apartó la mirada-. Y me temo que yo también.
Ellie la miró fijamente. Estaba nerviosa y triste. Quería calmarla, pero no estaba segura de si sus tentativas de acercamiento serían bienvenidas. Al fin y al cabo, Claire había dejado clara su oposición a lo largo de las últimas semanas. Al final, alargó la mano hasta el lado de la cama que estaba vacío y dijo:
– ¿Quieres sentarte a mi lado? Me encantaría tener compañía.
Claire dudó, pero luego avanzó unos pasos y se sentó. No dijo nada durante un minuto; se quedó allí jugueteando con el extremo de las mantas. Ellie rompió el silencio:
– ¿Claire?
La chica volvió a la realidad, la miró y dijo:
– No me he portado demasiado bien contigo desde que llegaste.
Ellie no sabía cómo responder, así que se quedó callada.
Claire se aclaró la garganta, como si estuviera reuniendo valor para continuar. Cuando por fin empezó a hablar, lo hizo muy despacio:
– El incendio de la cocina fue culpa mía -dijo-. Yo moví la rejilla. No pretendía provocar un incendio; sólo quería quemar las tostadas para que no parecieras tan lista. Y también estropeé tu asado, y he estado intoxicando el invernadero y… y… -se quedó sin voz y apartó la mirada.
– ¿Y qué, Claire? -insistió Ellie, que sabía qué iba a decirle, aunque necesitaba oírlo de sus labios. Es más, creía que la chica necesitaba confesarlo en voz alta.
– He acercado la olla de mermelada al fuego -susurró-. Jamás pensé que alguien pudiera resultar herido. Créeme, por favor. Sólo quería quemar la mermelada. Nada más. Sólo la mermelada.
Ellie tragó saliva, algo incómoda. Claire parecía tan miserable, tan infeliz y tan arrepentida que quería consolarla a pesar de que era la causante de tanto dolor. Tosió y dijo:
– Tengo un poco de sed. ¿Podrías…?
No tuvo que terminar la frase, porque Claire ya tenía la taza en la mano y se la estaba acercando a los labios. Ellie bebió un sorbo, y luego otro. El láudano le había dejado la garganta muy seca. Al final, miró a Claire y, sencillamente, preguntó:
– ¿Por qué?
– No puedo decírtelo. Sólo te pido que aceptes mis disculpas -a Claire le temblaban los labios y los ojos se le estaban llenando de lágrimas a una velocidad alarmante-. Sé que me he portado muy mal y nunca más volveré a hacer nada parecido. Lo prometo.
– Claire -dijo Ellie, en un tono amable pero firme-. Estaré encantada de aceptar tus disculpas, porque sé que son sinceras, pero no puedes pretender que lo haga sin darme una explicación.
La chica cerró los ojos.
– No quería que cayeras bien a la gente. No quería que te gustara la casa. Quería que te fueras.
– Pero ¿por qué?
– No puedo decírtelo -dijo entre sollozos-. De verdad que no.
– Claire, tienes que decírmelo.
– No puedo. Me da mucha vergüenza.
– Nada es tan horrible como pensamos -dijo Ellie con cariño. La chica se cubrió la cara con las manos y farfulló:
– ¿Prometes no decírselo a Charles?
– Claire, es mi marido. Juramos…
– ¡Tienes que prometérmelo!
Estaba al borde de la histeria. Ellie dudaba que el secreto que guardaba fuera tan terrible como creía, pero entonces recordó cómo era tener catorce años y dijo:
– De acuerdo. Tienes mi palabra.
Claire apartó la mirada antes de decir:
– Quería que me esperara.
Ellie cerró los ojos. Nunca había imaginado que Claire pudiera estar enamorada de Charles.
– Siempre he querido casarme con él -susurró la joven-. Es mi héroe. Hace seis años nos salvó, ¿lo sabías? La pobre mamá estaba embarazada de Judith y los acreedores se lo habían llevado todo. Charles apenas nos conocía, pero pagó las deudas de mi padre y nos acogió en su casa. Y nunca nos hizo sentir como los familiares pobres.
– Oh, Claire.
– No habría tenido que esperar mucho más.
– Pero ¿qué sentido tenía intentar echarme? Ya estábamos casados.
– Os oí discutir. Sé que no habéis… -se sonrojó-. No puedo decirlo, pero sé que el matrimonio podía anularse.
– Oh, Claire -suspiró Ellie, demasiado preocupada por la situación como para avergonzarse de que la chica supiera que todavía no habían consumado el matrimonio-. No podría haberte esperado. Seguro que sabes de la existencia del testamento de su padre.
– Sí, pero podría haber anulado el matrimonio y…
– No -la interrumpió Ellie-, no puede. No podemos. Si lo hace, perderá el dinero para siempre. Charles tenía que casarse antes de su trigésimo cumpleaños y no podía disolverlo después.
– No lo sabía -dijo Claire muy despacio.
Ellie suspiró. Menudo lío. Y justo entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir y abrió los ojos.
– Madre mía -dijo-. El cumpleaños de Charles. ¿Se me ha pasado? -¿Cuántos días había dicho que faltaban para su cumpleaños cuando se conocieron? ¿Quince? ¿Diecisiete? Ellie señaló mentalmente el día que le propuso matrimonio y empezó a contar.
– Es dentro de dos días -dijo Claire.
Como si las hubiera oído, alguien llamó a la puerta.
– Es Charles -dijeron las dos al unísono.
Y Claire añadió:
– Nadie llama tan fuerte.
– Adelante -dijo Ellie. Y se volvió hacia Claire y, con urgencia, le susurró-: Vas a tener que decírselo. No tienes que explicarle por qué, pero tienes que decirle que has sido tú.
La chica parecía apesadumbrada, pero resignada.
– Lo sé.
Charles entró en la habitación con una bandeja de plata donde había un servicio de té y galletas. Hizo apartar a Claire de la cama y dejó la bandeja encima del colchón.
– ¿Te importaría servir, prima? -dijo-. Ya debería estar bien infusionado. He esperado unos minutos en las escaleras para daros más tiempo.
– Muy amable -respondió Ellie-. Teníamos muchas cosas de que hablar.
– ¿De veras? -murmuró Charles-. ¿Y os gustaría compartirlo conmigo?
Ellie lanzó una mirada cómplice a Claire, pero la chica respondió con una expresión de pánico, así que le dijo:
– No pasará nada.
Claire se limitó a ofrecerle la taza y el platillo a Charles y dijo:
– Para Ellie.
Él lo aceptó y se sentó junto a su mujer.
– Toma -dijo mientras se lo acercaba a los labios-. Con cuidado. Está caliente.
Ella bebió un sorbo y suspiró de felicidad.
– El cielo. El cielo es una taza de té caliente.
Charles sonrió y la besó en la cabeza.
– Bueno -dijo mientras miraba a Claire-, ¿de qué tenías que hablar con Ellie?
La chica le ofreció otra taza y otro platillo antes de decir:
– Tenía que disculparme.
Él aceptó el té y lo dejó en la mesita.
– ¿Por qué? -preguntó muy despacio mientras ofrecía otro sorbo de té a Ellie.
Parecía que Claire fuera a salir corriendo en cualquier momento.
– Díselo -la animó la condesa.
– Ha sido culpa mía que Ellie se quemara -admitió, al final, con una voz apenas audible-. Acerqué la mermelada al fuego para que se quemara, pero no se me ocurrió que las asas de la olla se calentarían tanto.
Ellie contuvo la respiración cuando observó que la expresión de Charles se convirtió en una máscara implacable. Sabía que se enfadaría, pensaba que quizá gritaría y se enfurecería, pero ese silencio ponía los pelos de punta.
– ¿Charles? -dijo Claire con voz ahogada-. Di algo, por favor.
Él dejó la taza de Ellie en el platillo con los movimientos lentos y rígidos de quien está a punto de perder el control.
– Estoy intentando encontrar una buena razón para no hacerte las maletas y enviarte ahora mismo a un asilo de pobres. De hecho -el volumen de su voz iba en aumento-, ¡estoy intentando encontrar una buena razón para no matarte!
– ¡Charles! -exclamó Ellie.
Sin embargo, él se había levantado y se dirigía hacia Claire.
– ¿En qué demonios estabas pensando? -preguntó-. ¿En qué demonios estabas pensando, maldita sea?
– Charles -repitió Ellie.
– No te metas -le espetó él.
– Ni hablar.
Él la ignoró mientras señalaba a Claire con un dedo.
– Imagino que también eres la responsable del incendio de la cocina.
Ella asintió arrepentida, con lágrimas resbalándole por las mejillas.
– Y lo del asado -dijo-. También fui yo. Y el invernadero.
– ¿Por qué, Claire? ¿Por qué?
La joven se agarró la cintura mientras sollozaba.
– No puedo decírtelo.
Charles la agarró por el hombro y la volvió hacia él.
– Vas a darme una explicación, y vas a hacerlo ahora mismo.
– ¡No puedo!
– ¿Entiendes lo que has hecho? -Charles la sacudió con dureza y la volvió hacia la cama de Ellie-. ¡Mírala! ¡Mírale las manos! Lo has hecho tú.
Claire estaba llorando con tanta desesperación que Ellie estaba segura de que, si su marido no la estuviera sujetando por los hombros, caería al suelo.
– ¡Charles, basta! -gritó Ellie, que no podía soportarlo más-. ¿No ves que está arrepentida?
– Y debería estarlo -espetó él.
– ¡Charles, ya basta! Me ha dicho que lo siente y acepto sus disculpas.
– Pues yo no.
Si Ellie no llevara las manos vendadas y no le dolieran tanto, le habría pegado.
– Pero no eres tú quien tiene que aceptarlas -dijo ella con frialdad.
– ¿No quieres una explicación?
– Claire ya me la ha dado.
Charles se quedó tan sorprendido que soltó a su prima.
– Y le he dado mi palabra de que no te lo diría.
– ¿Por qué?
– Porque esto es entre Claire y yo.
– Ellie… -su voz encerraba una nota de advertencia.
– No pienso romper una promesa -dijo ella con firmeza-. Y me parece que valoras la honestidad lo suficiente como para no pedirme que lo haga.
Charles soltó un suspiro irritado y se echó el pelo hacia atrás. Ellie lo había arrinconado.
– Pero tiene que recibir un castigo -dijo al final-. Insisto.
Ellie asintió.
– Por supuesto. Claire se ha portado muy mal y deberá afrontar las consecuencias. Pero el castigo lo decidiré yo, no tú.
Él puso los ojos en blanco. Ellie era tan buena que seguramente mandaría a la chica a su habitación y ya está.
Sin embargo, su mujer lo sorprendió cuando se volvió hacia la chica, que estaba sentada en el suelo, donde Charles la había soltado.
– Claire -dijo-, ¿cuál crees que debería ser tu castigo?
La muchacha también se sorprendió y no dijo nada, y se quedó en el suelo abriendo y cerrando la boca como un pez.
– ¿Claire? -repitió Ellie con suavidad.
– Podría limpiar el invernadero.
– Una idea excelente -dijo Ellie-. Yo he empezado a hacerlo esta mañana con Charles, pero no hemos avanzado demasiado. Tendrás que replantar muchas cosas. Muchas plantas se han muerto en estos quince días.
Claire asintió.
– También podría limpiar la mermelada de la cocina.
– Eso ya está hecho -dijo Charles en un tono severo. A Claire se le volvieron a llenar de lágrimas los ojos y se volvió hacia Ellie en busca de apoyo moral.
– Lo que me gustaría por encima de todas las cosas -dijo Ellie con suavidad- es que informaras a todos los miembros de la casa de que los percances de la última semana no han sido culpa mía. He estado intentando encontrar mi sitio en Wycombe Abbey y que me hicieras quedar como una estúpida y una inepta no ha ayudado demasiado.
Claire cerró los ojos y asintió.
– No será fácil -admitió Ellie-, pero venir aquí y disculparte tampoco lo ha sido. Eres una chica fuerte, Claire. Más fuerte de lo que crees.
Por primera vez aquella noche, la joven sonrió y Ellie supo que todo iba a salir bien.
Charles se aclaró la garganta y dijo:
– Claire, creo que mi mujer ya ha tenido suficientes emociones para un día.
Ellie meneó la cabeza y dobló el dedo hacia Claire.
– Ven aquí un momento -dijo. Cuando la chica se colocó junto a la cama, le susurró al oído-: ¿Y sabes otra cosa?
La muchacha meneó la cabeza.
– Creo que algún día te alegrarás de que Charles no pudiera esperarte.
Claire se volvió hacia ella con un interrogante en la mirada.
– El amor te encontrará cuando menos te lo esperes -dijo Ellie con suavidad. Y añadió-: Y cuando seas lo suficientemente mayor.
Claire se rió, cosa que provocó que Charles gruñera:
– ¿Qué demonios cuchicheáis?
– Nada -respondió Ellie-. Y ahora deja que tu prima se vaya. Tiene mucho trabajo.
Charles se apartó para dejar salir a Claire y, cuando la puerta se cerró, se volvió hacia Ellie y dijo:
– Has sido demasiado benévola con ella.
– Ha sido mi decisión, no la tuya -respondió ella, con una voz cansada. Enfrentarse a un marido gritando y a una prima sollozando le había robado las pocas energías que le quedaban.
Charles entrecerró los ojos.
– ¿Te duele?
Ella asintió.
– ¿Podrías darme esa segunda dosis de láudano?
Él se colocó a su lado, le acercó el vaso a los labios y le acarició el pelo mientras ella se lo bebía todo. Ellie bostezó, se acomodó en las almohadas y colocó las manos vendadas encima de las mantas.
– Sé que crees que no he sido lo suficientemente severa con Claire -dijo-, pero creo que ha aprendido la lección.
– Tendré que creerte, puesto que te niegas a decirme qué alegó en su defensa.
– No intentó defenderse. Sabe que lo que ha hecho está mal.
Charles estiró las piernas encima del colchón y se reclinó en el cabezal de la cama.
– Eres una mujer increíble, Eleanor Wycombe.
Ella le respondió con un bostezo. -No me importa oírlo, la verdad.
– La mayoría no habría sido tan comprensivo.
– No te engañes. Si es necesario, puedo llegar a ser muy vengativa.
– ¿Ah, sí? -preguntó él, divertido. Ellie volvió a bostezar y se recostó en él.
– ¿Te quedarás aquí esta noche? Al menos hasta que me duerma.
Él asintió y le dio un beso en la sien. -Mejor. La cama está más cálida contigo aquí.
Charles sopló la vela y se tendió encima de las mantas. Luego, cuando estuvo seguro de que ella dormía, se colocó la mano encima del corazón y susurró:
– Aquí también está más cálido.