CAPITULO 13

dith-er (sustantivo). Un estado de excitación temblorosa o temor; también vacilación, un estado de confusión.

Sólo una palabra de él me hace temblar (dither), y juro que no me gusta nada.

Del diccionario personal de Caroline Trent.


El mayor deseo de Caroline era evitar a Blake durante los próximos quince años. Pero con la suerte que tenía, a la mañana siguiente chocó literalmente con él; desgraciadamente para su orgullo, este “choque” fue acompañado con la caída de una media docena de libros gruesos sobre el suelo, algunos de los cuales golpearon las piernas y pies de Blake al caer. Él aulló de dolor, y ella solo quería gritar de vergüenza, pero en lugar de eso, empezó a hablar con incoherencia pidiendo disculpas y dejándose caer a la alfombra para recoger los libros. Al menos de ese modo él no vería el vívido rubor que teñía sus mejillas en el momento de estrellarse con él.


– Creí que estabas limitando tus esfuerzos a redecorar a la biblioteca. ¿Que rayos estás haciendo con esos libros aquí fuera, en el pasillo?

Ella lo miró directamente a sus claros ojos grises. ¡Joder! Si tenía que verlo esta mañana, ¿porque tenía que ser estando a gatas?

– No estoy redecorando – dijo ella con voz altanera – estoy volviendo a llevar estos libros a mi habitación para leer.

– ¿Seis? – preguntó dubitativamente.

– Soy bastante culta.

– Nunca lo dudé.

Ella frunció sus labios, queriendo decirle que escogía leer porque podría permanecer en su cuarto y no tendría que verlo de nuevo, pero tuvo la sensación que eso conduciría a una larga e interminable discusión, que era lo último que ella quería.

– ¿Deseaba usted algo más, señor Ravenscroft?


Ella se ruborizó, se sonrojó verdaderamente. Él había dejado bastante claro la noche anterior que la deseaba. Agitó sus manos con un movimiento expansivo que a ella le pareció molestamente condescendiente.

– Nada – dijo él – nada en absoluto, si quieres leer, por favor, siéntete como en tu casa, léete todos los malditos libros si eso te satisface. Nada más, eso te mantendrá lejos de problemas.

Ella contuvo otra réplica, pero se le hacía cada vez más difícil mantener la boca cerrada.

Apretó los libros con sus brazos contra las caderas, y preguntó

– ¿Se ha levantado ya el marqués esta mañana?

La expresión de Blake se oscureció antes de decir

– Él se fue.

– ¿Se fue?

– Se fue – y entonces, como si ella no pudiera captar el significado de las palabras, añadió:

– Exactamente se ha ido.

– ¿Pero dónde iría?

– Me figuro que justamente ahora iría a cualquier lugar que lo alejara de nuestra compañía, pero da la casualidad de que fue a Londres.

Los labios de ella se separaron debido al asombro.

– Pero eso nos deja solos.

– Exactamente solos – asintió, ofreciéndole una hoja de papel – ¿Te gustaría leer su nota?

Ella asintió, tomó la nota de sus manos y leyó:


Ravenscroft.


He ido a Londres con el propósito de poner en guardia a Moreton de nuestros planes. Me llevo la copia de la carpeta de Prewitt. Me doy cuenta que esto te deja sólo con Caroline, pero sinceramente, eso no es más inapropiado que el hecho de que ella conviva en Seacrest Manor con los dos. Además de que ambos me estabais volviendo loco.


Riverdale.


Caroline lo miró con una expresión precavida.

– No te gusta esta situación.

Blake reflexionó la declaración de ella. No, a él no le “gustaba” esta situación. No le “gustaba” tenerla bajo su techo, al alcance de su mano. A él no le “gustaba” saber que el objeto de su deseo era suyo si lo quería. James no había estado mucho tiempo haciendo de carabina, y naturalmente no había nadie que la pudiera salvar.

– Estoy bien – dijo él.

– Es realmente admirable lo bien que puedes pronunciar incluso cuando hablas entre dientes, pero aún así, no pareces estar bien. Quizá debería llevarte a la cama.

De repente en la sala se sentía un calor asfixiante y Blake dijo bruscamente

– Esto no es muy buena idea, Caroline.

– Lo sé, lo sé, los hombres son los peores pacientes. ¿Te imaginas si tuvieras que parir bebés?

– La raza humana se habría extinguido.

Él se volvió sobre sus talones.

– Me voy a mi habitación.

– Oh, bien, deberías hacerlo. Estoy segura de que te sentirás mucho mejor si descansas un poco.


Blake no le respondió, se marchó a grandes zancadas hacia la escalera. Sin embargo, cuando llegó al primer peldaño, se dio cuenta de que ella estaba justo detrás de él.

– ¿Qué estás haciendo aquí? – le dijo bruscamente.

– Te estoy siguiendo a tu habitación.

– ¿Haces eso por alguna razón en particular?

– Estoy velando por tu bienestar.

– Pues hazlo en cualquier otro lugar.

– Eso – dijo ella firmemente – es totalmente imposible.

– Caroline – le regañó, creyendo que su mandíbula se partiría en dos en cualquier momento – me estas sacando de quicio totalmente en serio.

– Por supuesto. Cualquiera en tu situación estaría así. Sin duda padeces algún tipo de enfermedad.

Él subió dos peldaños.

– No estoy enfermo.

Ella subió uno.

– Por supuesto que lo estás, podrías tener fiebre o quizás la garganta malísima.

El se giró violentamente.

– Repito: no estoy enfermo.

– No me hagas repetir mi frase también. Parecemos niños, y si no me permites ayudarte, solo conseguirás ponerte más enfermo.

Blake sintió como una presión ascendía dentro de él (algo que le era imposible de contener)

No estoy enfermo.

Ella dejó salir un suspiro de frustración.

– Blake, yo…


Él la cogió a ella por debajo de los brazos y la elevó hasta que estuvieron nariz con nariz, los pies de ella colgaban en el aire.

– No estoy enfermo, Caroline – dijo él, bajando un poco el volumen – y no tengo fiebre, y no tengo mal la garganta, y estoy tan estupendamente bien, que no necesitas preocuparte por mi. ¿comprendes?

Ella afirmó con la cabeza.

– ¿Sería posible que me bajaras?

– Vale – la colocó en el suelo con sorprendente gentileza, se dio la vuelta y subió por las escaleras.

No obstante, Caroline iba justo detrás de él.

– Creí que querías evitarme – dijo él bruscamente, dándose la vuelta y encarándose con ella cuando llegó arriba.

– Lo hacía, quiero decir, lo hago. Pero estás enfermo, y…

– ¡No estoy enfermo! – le gritó.

Ella no dijo nada, y estaba bastante claro que no lo creía.

Él puso las manos en sus caderas y se inclinó hasta que sus narices estuvieron escasamente a unas pulgadas.

– Diré esto lentamente para que hasta una entrometida como tú me entienda. Voy a mi cuarto ahora, No me sigas.

Ella no le escuchó.


– ¡Dios mío, mujer! – exclamó no más de dos segundos después, cuando ella chocó con él volviendo la esquina – ¿De qué forma se puede conseguir que llegue una orden a tu cerebro? Eres como la peste, tú… oh, Jesús ¿qué pasa?

La cara de Caroline, que había permanecido combatiente y determinada en sus esfuerzos por cuidarlo, se había descompuesto totalmente.

– Nada – dijo ella sorbiéndose la nariz.

– Obviamente pasa algo.

Sus hombros se elevaron y cayeron en un movimiento de menosprecio hacia sí misma.

– Percy me decía lo mismo. Él es idiota, y lo sé, pero a pesar de eso, duele. Es solo, que yo creía…

Blake se sintió como la peor de las bestias.

– ¿Qué creías, Caroline? – preguntó cortésmente.

Ella negó con la cabeza y empezó a alejarse.


Él la observó por un momento, tentado de dejarla marcharse. Después de todo, había sido como una espina clavada en su costado (por no mencionar otras partes de su anatomía) esa mañana. La única manera en que conseguiría algo de paz sería mantenerla fuera de su vista.

Pero el labio inferior de ella había temblado, y sus ojos le había parecido que comenzaban a humedecerse, y…

– Diablos – murmuró – Caroline vuelve aquí.

Ella no lo escuchó, así que él corrió a grandes pasos por el pasillo, alcanzándola justo cuando ella estaba llegando a las escaleras. Con rápidos pasos se colocó entre ella y la escalera.

– Para, Caroline. Ahora.

Él oyó como ella sorbía por la nariz, y entonces se giró.

– ¿Qué quieres, Blake? Realmente debo irme. Estoy segura de que tu puedes cuidar de ti mismo. Tú lo dijiste también, y estoy segura de que no me necesitas.

– ¿Porqué de repente parece como si fueras a llorar?

Ella tragó saliva.

– No voy a llorar.

Él se cruzó de brazos y la miró como diciendo que no la creía ni por un momento.

– Dije que no pasaba nada – masculló.

– No te voy a dejar bajar estas escaleras hasta que no me digas lo que pasa.

– Vale, entonces iré a mi habitación – se dio la vuelta y dio un paso, pero el la enganchó de la camisa y la atrajo hacia él

– Supongo que ahora vas a decir, que no vas a dejarme ir hasta que te lo diga – gruñó ella.

– Te estás volviendo perspicaz con la edad.

Ella cruzó sus brazos de forma rebelde.

– Oh, por el amor de Dios. Eres totalmente ridículo.

– Te dije una vez que eres mi responsabilidad, Caroline, y no tomo mis responsabilidades a la ligera.

– ¿Lo que significa?

– Lo que significa que si estás llorando, deseo poner fin a eso.

– No estoy llorando – murmuró ella.

– Ibas a hacerlo.

– ¡Oh! – exclamó ella, abriendo los brazos de la exasperación.

– ¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres tan terco como… como…

– ¿Como tú? – le dijo servicialmente.

Sus labios se cerraron en una línea firme y ligeramente arqueada al mismo tiempo que lo apuñalaba con la mirada.

– Habla, Caroline, no te dejaré pasar hasta que no lo hagas.

– ¡Vale! ¿Quieres saber porque cambié bruscamente? Está bien, te lo diré. – Ella tragó saliva, reuniendo el valor que no sentía – ¿Tú te diste cuenta que me comparaste con la peste?

– Oh, por el amor de… – se mordió el labio, probablemente para no maldecir delante de ella.

Caroline pensó mordazmente, que maldiciendo, él nunca se había detenido antes.

– Debes saber – dijo él – que no quería decir eso literalmente.

– Todavía me duele.

Él la miró intensamente.

– Admitiré que ese no es el comentario más agradable que haya hecho nunca y pido disculpas por ello, pero te conozco lo suficiente para saber que solo eso no sería lo que te hizo llorar.

– No estaba llorando – dijo ella automáticamente.

– Casi llorando – corrigió – y me gustaría que me contaras la historia completa.

– Oh, muy bien. Percy solía llamarme pestilencia y peste a cada minuto. Era su insulto favorito.

– Tú lo mencionaste. Tomaré eso como otra señal de que hablé de forma estúpida.

Ella tragó y apartó la mirada.

– Yo nunca le di importancia a sus palabras, era Percy después de todo, y él era tonto de remate. Pero entonces tú lo dijiste, y…


Blake cerró los ojos durante un largo segundo, sabiendo lo próximo que diría, y le dio auténtico pavor.

Un sonido ligeramente ahogado surgió de la garganta de Caroline antes de decir

– Y entonces creí que probablemente sería cierto.

– Caroline, yo…

– Porque tú no estás loco, y sé incluso mejor de lo que sabía, que Percy lo estaba.

– Caroline – dijo él firmemente – soy tonto, absolutamente tonto y estúpido al referirme a ti con algo que no sea el mayor de los elogios.

– No necesitas mentir para hacerme sentir mejor.

La miró con el ceño fruncido. O mejor dicho, a la parte superior de su cabeza, desde que ella se miraba los pies

– Te dije que nunca miento.

Ella lo miró desconfiada.

– Me dijiste que raramente mientes.

– Miento cuando está en juego la seguridad de Gran Bretaña, no tus sentimientos.

– No estoy segura de si eso es, ó no es un insulto.

– De ninguna manera es un insulto, Caroline. ¿ Y porque creerías que estaba mintiendo?

Ella puso sus ojos en blanco hacia él.

– Tú fuiste menos que afectuoso conmigo anoche.

– Anoche más bien quería estrangularte – admitió – pones tu vida en peligro sin razón.

– Creí que salvarte la vida era una razón bastante buena para mí – le dijo bruscamente.

– No quiero discutir sobre eso en este momento. ¿Aceptas mis disculpas?

– ¿Por qué?

Él elevó una ceja.

– ¿Quiere esto decir que tengo más de un motivo por el que debo disculparme?

– Señor Ravenscroft, me faltan números para contar…

Él sonrió abiertamente.

– Ahora sé que me has perdonado, si estás de broma.

Esta vez fue ella la que alzó la ceja, y él se percató de que ella se las apañó para parecer casi tan arrogante como él cuando lo hacía.

– ¿Y que te hace pensar que estoy de broma? – Pero entonces ella se rió, lo que arruinó bastante el efecto.

– ¿Estoy perdonado?

Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

– Percy nunca pidió disculpas.

– Percy es claramente un idiota.

Ella sonrió entonces (una sonrisa triste y pequeña que casi fundió su corazón).

– Caroline – dijo, casi sin reconocer su propia voz.

– ¿Sí?


– Oh, demonios – se inclinó y rozó sus labios contra los de ella con el más ligero y delicado de los besos. No era que él quisiera besarla, él necesitaba besarla. Lo necesitaba de la forma que necesitaba el aire, y el agua, y el sol del atardecer en su rostro. El beso fue casi espiritual, el cuerpo entero de él se estremeció con el leve roce de sus labios.

– Oh, Blake – suspiró, tan aturdida como él.

– Caroline – murmuró, recorriendo con sus labios a lo largo de la esbelta línea de su cuello – no sé porqué… no lo entiendo, pero…

– Me da igual – dijo ella, con voz totalmente decidida para ser alguien a quien la respiración pasaba ya a ser irregular. Echó los brazos alrededor de su cuello y le devolvió el beso con natural desenvoltura.

La presión cálida de su cuerpo contra el de él era más de lo que Blake podía soportar, la levantó rápidamente entre sus brazos y la llevó por el pasillo del piso superior hasta su habitación. Le dio una patada a la puerta, que estaba cerrada, y se tumbaron en la cama; su cuerpo cubrió el de ella con una posesividad como nunca soñó que podría volver a sentir.

– Te deseo – murmuró – te deseo ahora, de todas las formas – el suave ardor de ella lo atraía, y sus dedos se dirigieron con urgencia hacia los botones del vestido, pasándolos a través de los ojales deprisa y con desenvoltura.

– Dime lo que quieres – susurró.

Ella sólo movió la cabeza en gesto negativo.

– No lo sé. No sé lo que quiero.

– Sí – dijo él, empujando el vestido hacia abajo para dejar al descubierto un hombro sedoso – tú si lo sabes.

En ese instante, los ojos de ella volaron hacia su rostro.

– Sabes que nunca he…

Él puso tiernamente un dedo sobre los labios de ella.

– Lo sé, pero no importa, tú si sabes lo que te hace sentir bien.

– Blake, yo…

– Calla – Él cerró los labios de ella con un ardiente beso y los volvió a abrir con un ligero y apasionado toque de su lengua – por ejemplo – dijo contra su boca – ¿quieres más de esto?

Ella se quedó quieta un momento, y después, él sintió que sus labios se movían arriba y abajo, afirmando.

– Entonces lo tendrás. – La besó con fiereza, percibiendo el sutil sabor a menta que ella exhalaba. Gimió bajo él, y colocó con indecisión la mano en su mejilla – ¿te gusta eso? – preguntó ella tontamente.


Él gruñó mientras se arrancaba la corbata.

– Puedes tocarme donde tú quieras, puedes besarme donde tú quieras, ardo sólo con verte, ¿puedes imaginar lo que me hace tu contacto?

Con dulce indecisión, bajó deslizándose y le besó su mejilla perfectamente afeitada; después se movió hasta su oreja, y su cuello, y Blake creyó que seguramente moriría en sus brazos si continuaba sin satisfacer su pasión. Continuó bajándole el vestido descubriendo un pequeño, pero en su opinión, perfectamente formado pecho.

Inclinó su cabeza hacia ella, y tomó el pezón con su boca, apretando ligeramente el rosado brote entre sus labios. Ella gemía debajo de él, gritando su nombre, y él supo que ella lo deseaba. Y la idea lo excitó.


– Oh Blake oh Blake oh Blake – gemía – ¿puedes hacer eso?

– Te aseguro que puedo – dijo, ahogando una risa profunda.

Ella jadeaba mientras él chupaba con un roce firme

– No, pero ¿está permitido?

Su risa ahogada se convirtió en una risa gutural.

– Todo está permitido, mi amor.

– Sí, pero yo… ooooooooohhhhhhhhhh

Blake rió abiertamente con un aire de satisfacción muy masculino, mientras las palabras de ella iban perdiendo coherencia.

– Y ahora – dijo con una malvada mirada lasciva – puedo hacerlo con el otro.

Sus manos se dedicaron a bajarle el vestido para descubrir el otro hombro, pero justo antes de que su premio se dejara ver, él oyó el sonido más desagradable.


Perriwick.

– ¿Señor? ¿Señor? ¡Señor! – esto acompañado del golpeteo de nudillos más molestamente insoportable.

– ¡Blake! – Caroline sofocó un grito.

– Shhh – él puso su mano sujetando la boca de ella – él se alejará.

– ¡Señor Ravenscroft! ¡es urgentísimo!.

– No creo que se vaya – susurró ella, amortiguándose las palabras bajo la palma de la mano.

– ¡Perriwick! – bramó Blake – estoy ocupado ¡lárgate! ¡Ahora!

– Sí, le creo – dijo el mayordomo a través de la puerta – es solo que estoy muy asustado.

– Sabe que estoy aquí – siseó Caroline. Entonces, repentinamente ella se puso roja como una frambuesa.

– Oh, Dios santo, sabe que estoy aquí. ¿Que habré hecho?


Blake blasfemó entre dientes. Caroline había recuperado con gran esfuerzo el buen juicio, y recordó que una señorita de su categoría no haría la clase de cosas que ella había hecho. Y, demonios, eso le hizo a él recordar también que no podía aprovecharse de ella mientras tuviera algo de conciencia.


– No puedo dejar que Perriwick me vea – dijo ella desesperadamente.

– Solo es el mayordomo – replicó Blake, sabiendo que no llevaba razón, pero demasiado frustrado para preocuparse.

– Él es mi amigo, y su opinión de mí, importa.

– ¿A quién?

– A mí, cabeza de chorlito – ella intentaba arreglar su apariencia con tanta prisa que sus dedos resbalaban sobre los botones del vestido.

– Aquí – dijo Blake dándole un empujoncito – dentro del cuarto de baño.

Caroline se lanzó violentamente dentro del diminuto cuarto con prontitud, cogiendo sus zapatillas en el último momento. Tan pronto como la puerta se cerró tras ella, oyó como Blake tiraba con fuerza para abrir la puerta de su habitación y decir, de muy mala manera.

– ¿Qué quieres, Perriwick?

– Si perdona mi atrevimiento, señor…

– Perriwick – la voz de Blake iba ligada a una dura advertencia. Caroline temió por la seguridad del mayordomo si el no iba directamente al grano. A esta velocidad, era probable que Blake lo tirara de una patada directamente por la ventana.

– Bien, señor. Es la señorita Trent. No la encuentro por ningún sitio.

– No estaba enterado de que la señorita Trent necesitara advertirte de su paradero a cada momento.

– No, por supuesto que no, señor Ravenscroft, pero encontré esto en lo alto de las escaleras y…

Instintivamente Caroline se inclinó acercandose a la puerta, preguntándose que sería “esto”.

– Estoy seguro de que se le cayó – dijo Blake – los lazos se caen del cabello de las damas continuamente.

La mano de ella voló hacia su cabeza “¿cuando había perdido el lazo? ¿Había pasado Blake su mano por su cabello cuando la estaba besando en el pasillo?”

– Entiendo – contestó Perriwick – no obstante, estoy preocupado, si supiera donde está, estoy seguro de que podría calmar mis temores.

– Casualmente – se oyó la voz de Blake – sé exactamente donde se encuentra la señorita Trent.

Caroline se quedó boquiabierta, sin duda el no la delataría.

Blake dijo

– Decidió aprovechar el buen tiempo, y ha ido a pasear por el campo.

– Pero creí que usted dijo que su presencia aquí, en Seacrest Manor era un secreto.

– Lo es, pero no hay razón para que no pueda salir fuera mientras que no se aleje demasiado. Hay muy pocos vehículos circulando por esta carretera, probablemente nadie la verá.

– Ya veo. Entonces, echaré vistazo por fuera a ver si la veo. Quizás a ella le gustaría comer algo cuando vuelva.

– Estoy seguro de que eso le gustaría más que cualquier otra cosa.

Caroline se palpó el estómago, estaba un poco hambrienta, y para ser totalmente sincera, la idea de un paseo por la playa sonaba estupendo. Justamente lo que necesitaba para aclarar sus ideas, Dios sabía que necesitaba aclararse.


Ella se alejó un paso de la puerta, y las voces de Blake y Perriwick se desvanecieron. Se dio cuenta entonces de que al otro lado del cuarto de baño había otra puerta; probó el pomo de la puerta cuidadosamente, y se sorprendió agradablemente al observar que el otro lado de la puerta daba al interior del hueco de la escalera (una que normalmente era usada por los sirvientes), miró por encima del hombro, hacia Blake, aun cuando ella no podía verlo.


Él dijo que ella podía ir a pasear, incluso aunque hubiera sido parte de una mentira elaborada y planeada para engañar al pobre Perriwick. Caroline no veía ninguna razón para no seguir adelante y hacer precisamente eso.


En unos segundos, se había lanzado escaleras abajo y estaba en el exterior. Un minuto más tarde ella estaba fuera de la vista de la casa y caminaba a grandes pasos a lo largo del borde del acantilado desde el que se divisaba el azul-grisáceo del Canal de la Mancha. El aire del mar era tonificante, pero no tanto como pensar en que Blake iba a estar completamente confundido cuando mirara dentro del cuarto de baño y se encontrara con que ella había desaparecido.

Qué incordio de hombre, de todas formas. No le vendría mal alguna confusión en su vida.

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