es-cu-lent (adjetivo). Conveniente como comida. Comestible.
A menudo, he escuchado que incluso la comida mas repugnante parece más buena y apetecible (esculent) cuando se tiene hambre, pero no estoy de acuerdo. Las gachas son gachas, por mucho que el estómago cruja.
Del diccionario personal de Caroline Trent.
Caroline se despertó a la mañana siguiente con un golpe en la puerta del cuarto de baño. Por orden de Blake, había cerrado la puerta con llave la noche anterior; no porque ella creyera que él intentaría forzarla por la noche, sino porque si no lo hacía, él pasaría a revisar la puerta para ver si ella había seguido sus indicaciones, y evidentemente no quería darle la satisfacción de regañarla.
Había dormido con la camisa, y se envolvió en el cobertor antes de abrir la puerta sólo un poco y asomarse fuera. Uno de los ojos grises de Blake la estaba mirando.
– ¿Puedo entrar?
– Eso depende.
– ¿De qué?
– ¿Has traído el desayuno?
– Señora, no tengo acceso a una comida decente desde hace casi veinticuatro horas. Estaba esperando por si Perriwick te había traído algo de comer.
Ella abrió la puerta.
– No es justo que los sirvientes castiguen a tu hermana, ella debe estar hambrienta.
– Imagino que ella comerá estupendamente bien a la hora del té. Estás invitada a visitarla, ¿recuerdas?
– Oh, sí. ¿Cómo haremos eso?
Él se apoyó contra un lavamanos de mármol.
– Penélope ya me ha encargado que envíe para recogerte mi mejor carruaje.
– Creí que sólo tenías un carruaje.
– Ya. Eso no viene al caso. Voy a enviarte un carruaje a tu… ah… casa para recogerte.
Caroline puso los ojos en blanco.
– Me gustaría ver el enredo, un carruaje llegando al cuarto de baño. Dime, ¿pasará de camino por tu habitación ó por la escalera de los sirvientes?
Él le lanzó una mirada que decía que eso no era divertido.
– Tengo que traerte a tiempo para una visita a las cuatro en punto.
– ¿Qué se supone que debo hacer hasta entonces?
– ¿Asearte?
– Eso no tiene gracia, Blake.
Hubo un momento de silencio, y luego él dijo tranquilamente.
– Siento lo que sucedió anoche.
– No pidas disculpas.
– Pero yo debo hacerlo, me aproveché de ti, me aproveché de una situación que no podía llegar a ninguna parte.
Caroline hizo rechinar sus dientes; su experiencia de la noche anterior había sido lo más cercano que había sentido de ser amada en años. Que él le dijera que sentía lo sucedido, era insoportable.
– Si te vuelves a disculpar, gritaré.
– Caroline, no seas…
– ¡Te lo digo en serio!
Él afirmó con la cabeza.
– Muy bien, te dejaré sola, entonces.
– Ah, sí – dijo con un movimiento ondulante de su brazo – Mi fascinante vida. Hay tanto que hacer aquí. En realidad, no sé por donde empezar, creo que podría lavar mis manos, y después las puntas de mis pies, y si realmente me empeño, podría intentarlo con mi espalda.
Él frunció el ceño.
– ¿Te gustaría que te trajera un libro?
El comportamiento de ella cambió al instante.
– Oh, ¿me harías el favor? No sé dónde dejé ese montón que pensaba subirme ayer.
– Los encontraré.
– Gracias. ¿Cuándo debería… ah… aguardar tu carruaje?
– Supongo que debo pedir el carruaje un poco antes de las tres y media, así que ¿porque no estás lista a esa hora exacta para que yo te haga aparecer en los establos?
– Puedo aparecer en los establos por mi cuenta. Mejor, tú asegurate de que Penélope está ocupada en otra parte de la casa.
Él hizo un gesto afirmativo.
– Estate segura que le diré al mozo de cuadras que te espere a esa hora.
– Entonces ¿todo el mundo es consciente de nuestra farsa?
– Creo que sería posible dejarlo en los tres sirvientes de la casa, pero ahora parece como si el personal del establo tuviera que saberlo también – dio un paso para alejarse, luego se giró y le dijo – recuerda, sé puntual.
Ella echó una ojeada a su alrededor con una expresión indecisa.
– Se supone que no tengo ningún reloj aquí.
Él se buscó con la mano su reloj de bolsillo.
– Usa éste, aunque tendrás que darle cuerda dentro de unas horas.
– ¿Traerás esos libros?
Él afirmó con un gesto.
– Que no se diga que no soy el más amable de los anfitriones.
– ¿Incluso aunque confines a un invitado ocasional a tu cuarto de baño?
– Incluso entonces.
Exactamente a las cuatro en punto de esa tarde, Caroline llamaba a la puerta principal de Seacrest Manor; su excursión hasta ese lugar había sido bastante extravagante, por decirlo así. Se había escabullido del cuarto de baño, bajado por las escaleras del servicio, lanzándose a la carrera hasta el otro lado del césped exactamente a las tres en punto, saltando dentro del carruaje para a continuación pasear sin rumbo fijo hasta que el mozo de cuadras la trajo de vuelta a la casa a las cuatro en punto.
Seguramente, habría sido más directo, haber salido a través de la habitación de Blake y bajar la escalera principal, pero después de pasar todo el día sin compañía salvo por un lavabo y una tina, a Caroline no le importó disfrutar un poco de excitación y paisaje.
Perriwick salió a responder a la puerta tan rápido como nunca lo había hecho, guiñándole un ojo y diciendo
– Es un placer verla de nuevo, señorita Trent.
– Señorita Dent – siseó ella.
– Cierto – dijo, saludándola.
– ¡Perriwick! Alguien podría estar mirando.
Él miró furtivamente alrededor.
– ¡Cierto!
Caroline gimió. Perriwick le había cogido el gusto al engaño. El mayordomo aclaró su garganta y dijo en voz muy alta
– Permítame mostrarle el salón, señorita Dent.
– Gracias… er… ¿Cuál dijo que era su nombre?
Él le sonrió enormemente con aprobación.
– Es Perristick, señorita Dent.
Esta vez Caroline no pudo evitarlo, le dio un manotazo en el hombro
– Esto no es un juego – susurró.
– Por supuesto que no – abrió la puerta del salón, el mismo donde él le había ofrecido un banquete mientras su tobillo se estaba arreglando
– Le diré a la señorita Fairwich que está usted aquí.
Ella movió su cabeza negativamente ante su entusiasmo y fue andando hasta la ventana; parecía como si fuese a llover más tarde esa noche, lo que era mejor para Caroline, que se vería probablemente encerrada en el cuarto de baño de Blake toda la noche.
– ¡Señorita Dent, Caroline! Qué agradable verla de nuevo.
Caroline se volvió para ver a la hermana de Blake entrando silenciosamente en la sala.
– Señorita Fairwich, ha sido demasiado amable invitándome.
– Tonterías, y creo que ayer insistí en que me llamara Penélope.
– Muy bien… Penélope – dijo Caroline, y le indicó con la mano a su alrededor – es una sala preciosa.
– Si, ¿verdad que tiene un aspecto impresionante? Siempre siento envidia de Blake, por vivir aquí en el mar; y ahora creo que debo sentir envidia por usted, también – dijo sonriendo – ¿le apetece un poco de té?
Si la comida había sido enviada a la habitación que en otro tiempo fuera de Caroline, de algún modo, Blake se las había apañado para interceptarla, y el estómago de ella había estado vociferando todo el día.
– Si – dijo ella – me encantaría un poco de té.
– Excelente, pediría unas galletas también, pero – Penélope se inclinó como si fuera a contarle un secreto – la cocinera de Blake es realmente terrible. Creo que deberíamos tomar únicamente el té, para tomar precauciones.
Mientras Caroline estaba ocupada intentando pensar una forma correcta para decirle a la condesa que moriría de hambre si no dejaba a la señora Mickle que le enviara algunas galletas, Blake pasó a la habitación.
– Ah, señorita Dent – dijo – bienvenida, confío en que su paseo en coche hasta aquí, fuera cómodo.
– Ciertamente lo fue, señor Ravenscroft, su carruaje es excepcionalmente cómodo.
Él le hizo un gesto afirmativo distraídamente y recorrió la habitación con la mirada.
– Vaya, Blake – dijo Penélope – ¿estás buscando algo?
– Me estaba preguntado si quizá la señora Mickle ha enviado un poco de té, y…
Añadió enérgicamente – galletas.
– Justamente ahora llamaba para pedir un poco, aunque no es seguro lo de las galletas. Después de la comida de la última noche…
– La señora Mickle hace unas galletas excelentes – dijo Blake – le haré que envíe doble cantidad.
Caroline suspiró aliviada.
– Supongo – admitió Penélope – que después de todo, he tenido un maravilloso desayuno esta mañana.
– ¿Has desayunado? – dijeron Blake y Caroline al unísono.
Si Penélope creía que era extraño que su invitada cuestionara sobre sus hábitos de comida, ella no lo dijo, ó quizás fue que no lo oyó. Encogió los hombros y dijo:
– Sí, fue de lo más curioso en realidad, me encontré una bandeja cerca de mi habitación esta mañana.
– ¿De verdad? – dijo Caroline, intentando que sonara como si preguntara solo por educación, habría apostado su vida a que esa comida era para ella.
– Bueno, para ser sincera, no estaba exactamente junto a mi habitación. En realidad, estaba más cerca de la tuya, Blake, excepto que yo creí que tu ya estabas levantado; creí que los sirvientes no habrían querido llegar tan cerca de mi habitación por miedo a despertarme.
Blake le lanzó tal mirada de descrédito a Penélope, que ésta se vio forzada a colocar sus manos en una postura más cómoda y decir.
– Yo no sabía que otra cosa pensar.
– Creo que quizás mi desayuno estaba en esa bandeja también – dijo.
– Oh, si, eso tendría sentido. Sólo pensé que había mucha comida ahí, pero estaba tan hambrienta después de la cena de anoche, que sinceramente no me paré a pensar.
– No pasa nada – dijo Blake. En ese momento su estómago lo dejó por mentiroso al gruñir tan fuerte. Él se sobresaltó – Iré a ver ese té. Y… ah… las galletas adicionales.
Caroline tosió.
Blake se detuvo en ese punto y dio la vuelta.
– Señorita Dent, ¿también tiene usted hambre?
Ella sonrió lindamente.
– Estoy famélica. Tuvimos un contratiempo en la cocina de nuestra casa y no he tomado nada en todo el día.
– ¡Oh, querida! – exclamó Penélope, abrazando con sus manos las de Caroline
– Que horror, Blake, ¿por qué no ves si tu cocinera puede preparar algo más sustancial que galletas? Si crees que ella puede, claro.
Caroline creyó que debería decir algo educado como “No deberían preocuparse”, pero temía que Penélope se lo tomara en serio.
– Oh, y Blake – pidió a gritos Penélope.
Él se paró en la puerta y se dio la vuelta muy lentamente, claramente irritado por volver a detenerse.
– Sopa no.
Ni siquiera se dignó a responder.
– Mi hermano es un poco gruñón – dijo Penélope una vez que él desapareció de su vista.
– Los hermanos lo son – convino Caroline.
– Oh, entonces ¿usted tiene un hermano?
– No – dijo ella tristemente – pero conozco gente que los tiene.
– En realidad, Blake no es mala persona – continuó Penélope, indicándole a Caroline que se sentara mientras ella lo hacía – incluso debo admitir que es diabólicamente apuesto.
Los labios de Caroline se abrieron con sorpresa ¿Estaba Penélope intentando hacer de casamentera? Oh, Dios, que gran ironía.
– ¿Usted que cree?
Caroline parpadeó y se sentó.
– ¿Perdón?
– ¿Cree que Blake es apuesto?
– Bueno, sí, por supuesto. Cualquiera lo diría.
Penélope frunció el ceño, no muy satisfecha con su respuesta.
Caroline se ahorró el tener que decir nada más debido a un pequeño alboroto en el vestíbulo.
Ella y Penélope levantaron la vista al ver a la señora Mickle en la puerta, acompañada por un ceñudo Blake.
– ¿Está satisfecha ahora? – refunfuñó él.
La señora Mickle miró directamente a Caroline antes de decir
– Sólo quería estar segura.
Penélope se giró hacia Caroline y susurró
– ¿Ve a lo que me refería?
Blake volvió a entrar en el salón y se sentó, diciendo
– Por mí no interrumpan su conversación.
– Tonterías – dijo Penélope – es sólo que… hmmm.
– ¿Porqué no me gusta como suena eso? – murmuró Blake.
Penélope se levantó de un salto.
– Sencillamente, tengo algo que debo mostrar a Caroline. Blake, ¿le harás compañía mientras yo voy a traerlo de mi habitación?
En un abrir y cerrar de ojos, ella se había marchado, y Blake pregunto
– ¿A que se refería?
– Me temo que tu hermana lleva la idea de hacer de casamentera.
– ¿Contigo?
– Yo no soy tan mala - interrumpió bruscamente – Hay quien me considera un buen partido.
– Discúlpame – dijo él rápidamente – no tenía intención de ofenderte; es sólo que eso debe significar que ella está muy desesperada.
Ella lo miró con la boca abierta.
– ¿Tu te has dado cuenta lo grosero que suena eso?
Él se ruborizó ligeramente.
– Una vez más, debo disculparme. Es sólo que Penélope ha estado intentando buscarme una esposa durante años, pero normalmente se limita a buscar señoritas de cuyas familias puede investigar hasta la invasión de Normandía. No – se apresuró a decir – que tu familia sea inapropiada, simplemente que Penélope no puede seguir tu procedencia.
– Estoy segura de que si lo hiciera, los encontraría inadecuados – dijo Caroline malhumorada – yo puedo ser una heredera, pero mi padre era comerciante.
– Si, mantienes el refrán. Nada de esto habría pasado si Prewitt no hubiera decidido pescar a una heredera para su hijo.
– No creo que me guste que me comparen con un pez.
Blake la miró con compasión.
– Ya sabes lo que la gente piensa sobre las herederas, son como una presa para ser pescada.
Como ella no contestaba, añadió
– De cualquier forma, en realidad no tiene sentido. Nunca me casaré.
– Lo sé.
– A pesar de todo, deberías sentirte halagada. Esto quiere decir que a Penny le agradas mucho.
Caroline se limitó a lanzarle una mirada glacial.
– Blake – dijo finalmente – creo que te estás pasando.
Hubo un silencio embarazoso, y luego Blake intentó arreglar las cosas.
– La señora Mickle se negó a preparar cualquier comida a menos que supiera que estabas aquí.
– Si, lo supongo. Es muy simpática.
– Ese no es del todo el adjetivo que yo usaría para describirla, pero puedo ver de donde lo sacarías.
Hubo otro incómodo silencio, y esta vez fue Caroline la que lo rompió.
– Entiendo que tu hermano tuvo una hija recientemente.
– Sí, la cuarta.
– Debes estar muy contento.
Él la miró de forma agria.
– ¿Porqué dices eso?
– Creía que sería adorable tener una sobrina. Por supuesto, al ser hija única, nunca seré tía – su mirada se volvió triste – adoro a los niños.
– Quizá tengas uno tú.
– Lo dudo.
Caroline siempre había esperado casarse por amor, pero dado que el hombre que ella amaba, pretendía ir a la tumba soltero, le parecía que ella permanecería soltera también.
– No seas boba. No puedes saber lo que te depara el futuro.
– ¿Porqué no? – se opuso ella – tu pareces conocerlo.
– Es verdad – la miró atentamente por un momento, entonces sus ojos se llenaron de algo que parecía sospechosamente arrepentimiento, y dijo – yo disfruto mucho de mis sobrinas.
– ¿Entonces porque estás tan alterado con la más reciente?
– ¿Porqué crees eso?
Ella se burló.
– Oh, por favor, Blake. Es bastante obvio.
– No estoy disgustado en absoluto con mi nueva sobrina. Estoy seguro de que la adoraré – se aclaró la garganta y sonrió con ironía – Ojalá ella hubiera sido un chico.
– La mayoría de los hombres se emocionarían ante la esperanza de ser el siguiente en la línea para tener un vizcondado.
– Yo no soy la mayoría de los hombres.
– Si, eso está muy claro.
Blake entornó sus ojos y la miró fijamente.
– ¿Qué quieres decir?
Ella sólo se encogió de hombros.
– Caroline – le advirtió.
– Es bastante obvio que adoras a los niños, y aun así estas decidido a no tener ninguno; esa línea de razonamiento tan particular muestra incluso menos lógica que la que usualmente demuestran los hombres de nuestra especie.
– Ahora estás empezando a hablar como mi hermana.
– Tomaré eso como un cumplido. Me agrada tu hermana.
– Y a mí. Pero eso no quiere decir que siempre haga lo que ella dice.
– ¡Ya estoy de vuelta! – Penélope entró tranquilamente en la sala – ¿De qué estáis hablando?
– De niños – contestó Caroline sin rodeos.
Penélope comenzó a andar, y sus ojos mostraron una evidente alegría.
– ¿De veras? ¡Qué emocionante!
– Penélope – dijo Blake con voz pesada – ¿Qué era lo que querías enseñar a Caroline?
– Oh, eso… – dijo ella distraídamente – No pude encontrarlo. Tendré que mirar más tarde y pedirle a Caroline que vuelva mañana.
Blake quiso quejarse, pero sabía que el té con Caroline era la única manera que tenía de conseguir una comida decente.
Caroline sonrió y se dirigió a Penélope.
– ¿Su hermano y su esposa han bautizado ya a su nueva hija?
– Oh, estabais hablando de sus niños – dijo Penélope, sonando algo más que desilusionada – si, ellos ya lo hicieron. Daphne Georgiana Elizabeth.
– ¿Todos esos nombres?
– Oh, eso no es nada. Las mayores tienen todavía más nombres. La mayor de todas se llama Sophie Charlotte Sybilla Aurelia Naihanaele, pero a David y Sarah se les han agotado.
– Si tienen otra hija – dijo Caroline con una sonrisa – tendrán simplemente que llamarla Mary y dejarlo en eso.
Penélope rió.
– Oh, no, eso sería totalmente imposible, ellos ya han utilizado Mary; su segunda hija se llama Katharine Mary Claire Evelina.
– No me atrevo a adivinar cual es el nombre de su tercera hija.
– Alexandra Lucy Caroline Vivette.
– Ah, Caroline, que encantador.
– Estoy asombrado – dijo Blake – de que puedas recordar todos esos nombres. Todo lo que yo puedo recordar es Sophie, Katharine, Alexandra, y ahora Daphne.
– Si tú tuvieras un hijo…
– Lo sé, lo sé, querida hermana, No hace falta que lo repitas.
– Solamente iba a decir que si tu tuvieras niños, no tendrías ningún problema en recordar los nombres.
– Sé lo que ibas a decir.
– ¿Tiene usted niños, Lady Fairwich? – preguntó Caroline.
Un gesto de dolor cruzó por el semblante de Penélope antes de contestar dulcemente.
– No, no, no tengo.
– Oh, lo siento mucho – balbuceó Caroline – no debería haber preguntado.
– No pasa nada – dijo Penélope con una sonrisa vacilante – el conde y yo aún no hemos sido bendecidos con niños. Quizás por eso mimo tanto a mis sobrinas.
Caroline tragó saliva sintiéndose incómoda, totalmente consciente de que había sacado inadvertidamente un tema doloroso.
– El señor Ravenscroft dice que también él mima en exceso a sus sobrinas.
– Si, es cierto. Él es un tío admirable. Sería un exc…
– No lo digas, Penélope – la interrumpió Blake.
La conversación no fue más allá gracias a la entrada de Perriwick, que se tambaleaba por el peso de un servicio de té sobrecargado.
– ¡Oh, Dios mío!
– Sí – dijo Blake lentamente – esto es todo un banquete de merienda cena juntas ¿Verdad?
Caroline sólo sonrió y ni siquiera se molestó en avergonzarse por el modo en que rugía su estómago.
Durante los días siguientes quedó bastante claro que Caroline estaba en posesión de un importante as bajo la manga. Los sirvientes se negaban a preparar una comida decente, a menos que estuvieran seguros de que ella tomaría parte en él.
Así que ella se encontró “invitada” a Seacrest Manor con creciente regularidad. Penélope llegó incluso tan lejos como para sugerirle a Caroline que pasara la noche allí, en una ocasión que llovía.
En realidad, no llovía tan fuerte, pero Penélope no era tonta. Se había percatado de los peculiares hábitos de los sirvientes, y a ella le gustaba desayunar tan bien como a cualquiera.
Caroline pronto llegó a tener una gran amistad con la hermana de Blake, a pesar de que se le hizo difícil aplazar cada una de las veces que ella sugirió ir de paseo a Bournemouth. Había demasiada gente que podía reconocer a Caroline en la pequeña ciudad.
Por no mencionar el hecho de que Oliver aparentemente había pegado el cartel con su retrato en todas las plazas, y Blake le informó de que la última vez que había ido a la ciudad, se había dado cuenta que estaban ofreciendo ahora una recompensa por el regreso de Caroline sana y salva.
A Caroline no le apetecía explicarle eso a Penélope.
Sin embargo, no veía demasiado a Blake, él nunca se perdía la hora del té, era la única oportunidad de tomar una comida en condiciones después de todo; pero aparte de eso, él evitaba la compañía de Caroline, salvo por la visita ocasional al cuarto de baño para darle otro libro.
Y así transcurría la vida en esta rutina extravagante y aún así, extrañamente confortable, hasta un día, casi una semana después de la llegada de Penélope. El trío estaba zampándose ávidamente unos emparedados en el salón, cada uno esperando que los otros no se dieran cuenta de su lamentable ausencia de modales.
Caroline ya iba a coger su tercer emparedado, Penélope comía el segundo, y Blake deslizaba el sexto dentro de su bolsillo, cuando oyeron pisadas que sonaban en el vestíbulo.
– ¿Me pregunto quién será? – preguntó Penélope, sonrojándose ligeramente cuando una migaja salía volando de su boca.
Su pregunta recibió la contestación un momento después, cuando el marqués de Riverdale entró a grandes zancadas en la sala. Observó el panorama, parpadeó sorprendido y dijo
– Penélope, que gusto verte, no tenía ni idea de que conocieras a Caroline.