CAPITULO 2

pug-na-cious (adjetivo). Dispuesto a luchar, dado al combate, luchador.

Puedo ser luchador (pugnacious) cuando estoy en apuros.

Del diccionario personal de Caroline Trent


Blake Ravenscroft no estaba seguro del aspecto que él había pensado que tendría la mujer, pero ciertamente no era éste. Había pensado que parecería dulce, tímida, manipuladora. En cambio, ella permaneció en pie, mantuvo sus hombros rectos y lo miró fijamente a los ojos.


Y tenía la boca más fascinante que jamás había visto. No sabía como describirla, excepto que su labio superior se arqueaba de la forma más deliciosa y…


– ¿Cree que existe la posibilidad de que apunte con la pistola hacia otra parte?

Blake despertó bruscamente de su sueño, horrorizado por su falta de concentración.

– ¿Le gustaría eso, verdad?

– Pues si, en efecto, les tengo un poco de manía, ¿sabe?, no entiendo muy bien las armas, precisamente; son buenas para algunos fines, supongo que para cazar y eso, pero no disfruto especialmente cuando me apuntan directamente a , y…

– ¡Silencio!

Ella cerró su boca.


Blake la estudió durante unos minutos. Algo en ella no estaba bien, Carlotta De León era española… bueno, medio española por lo menos, y esta chica parecía inglesa por los cuatro costados; su pelo no podía decirse que fuera rubio, pero desde luego tenía un matiz claro de marrón, e incluso en la noche oscura pudo ver que sus ojos eran de un claro verde-azul.


Sin mencionar su voz, que tenía cierto deje con el acento inglés de la nobleza británica, pero él la había visto salir a hurtadillas de la casa de Oliver Prewitt, a altas horas de la noche, con todos los sirvientes de permiso; tenía que ser Carlotta De León, no había otra explicación.


Blake y el Ministerio de Defensa, en el que no estaba precisamente trabajando, pero le habían dado ordenes en referencia a una letra de cambio inusual, de un banco que había estado buscando a Oliver Prewitt durante aproximadamente seis meses. Las autoridades locales sabían desde hacía tiempo que Prewitt, hacía un importante contrabando desde Francia, pero había sido recientemente, que empezaron a sospechar sobre el enredo que les permitía a los espías de Napoleón usar su pequeño barco para llevar mensajes diplomáticos secretos junto con su carga habitual de coñac y seda; desde que el barco de Prewitt navegaba desde una cala pequeña al sur de la costa entre Portsmouth y Bournemouth, el Ministerio de Defensa al principio no le habían prestado mucha atención; la mayoría de los espías hacían sus travesías desde Kent, que estaba mucho más cerca de Francia. La aparentemente inconveniente ubicación de Prewitt, había sido una excelente estratagema, y el Ministerio de Defensa temía que las fuerzas de Napoleón la habían estado usando para sus mensajes más delicados; hacía un mes que habían descubierto que el contacto de Prewitt era Carlotta De León, medio española, medio inglesa y cien por cien letal.


Blake había estado en alerta toda la tarde, tan pronto como averiguó que todos los sirvientes de los Prewitt tenían la noche libre, un gesto nada común para un hombre tan notoriamente tacaño como Oliver Prewitt; sin duda algo se estaba tramando, y las sospechas de Blake fueron confirmadas, cuando vio a la chica salir furtivamente de la casa al abrigo de la oscuridad; Era tan jovencita que supuso que no la dejaría aparentar inocencia para disuadirlo; probablemente mostraría esa mirada de joven condenada. ¿Quién sospecharía que una jovencita tan encantadora fuera capaz de alta traición?


Su pelo largo estaba estirado hacia atrás en una trenza juvenil, sus mejillas tenían ese rubor, esa apariencia de limpieza, y…

Y su delicada mano estaba bajando lentamente hacia su bolsillo.


Blake finalmente se dejó llevar por los instintos, su brazo izquierdo se extendió con una velocidad sorprendente golpeando la mano de ella para cambiar su trayectoria al tiempo que se abalanzaba hacia adelante; chocó contra ella con todo su peso y los dos cayeron al suelo.


Ella sintió su suavidad debajo de él, excepto por supuesto, por la dura pistola de metal de su bolsillo oculto. Si él tenía alguna duda de su identidad antes, ésta se había esfumado. Enganchó la pistola y se la colocó en la pretina del pantalón, y se puso de pie echándose hacia atrás, dejándola a ella tirada en el suelo.

– Muy poco profesional, mi amor.

Ella parpadeó y entonces refunfuño.

– Vale, si, esto es lo que se esperaba ya que apenas soy una profesional en este tipo de cosas, aunque he tenido alguna experiencia con…


Sus palabras fueron apagándose hasta convertirse en un murmullo ininteligible y él no estaba totalmente seguro sí para él o para sí misma,

– He ido detrás de usted durante aproximadamente un año, – dijo bruscamente y con esto atrajo su atención.

– ¿Ha ido detrás de mi?

– No supe quién era hasta el mes pasado, pero ahora que la tengo, no la dejaré escapar.

– ¿No me dejara escapar?

Blake la miró fijamente, irritado por la confusión. ¿Cuál era su juego?

– ¿Cree que soy idiota? – escupió.

– No – dijo ella – Acabo de huir de una guarida de idiotas, estoy bien familiarizada con esa raza, y usted es algo más que eso. De cualquier manera, espero que no sea un buen tirador.

– Yo nunca fallo.

Ella suspiró

– Si, me estoy asustando mucho; mire como estoy, ¿Le molesta si me echo hacia atrás?

Él movió el arma menos de una pulgada, lo suficiente para recordarle que le estaba apuntando al corazón.

– En este momento, creo que prefiero su postura en el suelo.

– Presiento qué es lo que preferiría – murmuró – no creo que me deje seguir mi camino.

Su respuesta fue una risa perruna.

– Me temo que no, mi amor, sus días como espía han terminado.

– ¿Mis días como qué?

– El gobierno Británico sabe todo sobre usted y sobre sus maquinaciones de traición, señorita Carlotta De León, creo que se dará cuenta de que nosotros no miramos muy amablemente a los espías españoles.

Su cara era un cuadro perfecto de incredulidad.

– ¡Dios! Menuda era esa mujer, ¿El gobernador me conoce? – preguntó, – espere un momento ¿Conoce a quién?

– No se hagas la estúpida, señorita De León, su inteligencia es bien conocida aquí y en todo el continente.

– Ese es un piropo muy bonito, seguro, pero me temo que ha habido un error.

– No hay error. La vi cuando abandonaba Prewitt Hall.

– Sí, por supuesto, pero…

– Por la noche… – continuó – con todos los sirvientes de permiso, ¿no se dio cuenta que estuvimos vigilando la casa, verdad?

– No, no, por supuesto, no me di cuenta. – respondió Caroline parpadeando furiosamente. ¿Alguien había estado vigilando la casa? ¿Cómo no lo había notado? – ¿Durante cuanto tiempo?

– Dos semanas.

Esto tenía explicación, había estado en Bath durante los últimos quince días, atendiendo a la solterona y enfermiza tía de Oliver, y acababa de regresar esta tarde.

– Pero estaba lo suficientemente lejos, – continuó – confirma nuestras sospechas.


– ¿Sus sospechas? – repitió. ¿Qué demonios estaba diciendo este hombre?

si estaba loco, ella tenía un grave problema, porque él todavía le apuntaba con la pistola a la mitad de su cuerpo.

– Tenemos suficiente para acusar a Prewitt, su testimonio asegurara que lo cuelguen, y usted, mi amor, aprenderá a amar Australia.


Caroline sofocó un grito, sus ojos se iluminaron con encanto. ¿Estaba Oliver envuelto en algo ilegal? ¡Oh, esto era maravilloso! ¡Perfecto! Ella estaría en lo cierto de que no era más que un pobre estafador. Su mente iba a máxima velocidad; a pesar de todo lo que había dicho el hombre de negro, ella dudaba que Oliver hubiera hecho algo tan malo como para colgarlo. Quizás lo enviaran a prisión, o lo obligarían a hacer trabajos forzados, o…


– ¿Señorita De León? – dijo el hombre de manera cortante.

La voz de Caroline era jadeante y muy emocionada cuando preguntó – ¿Qué ha estado haciendo Oliver?

– Por el amor de Dios, mujer, ya he tenido suficiente de su farsa, se viene conmigo.

Dio un paso hacia delante con un gruñido amenazador y la cogió por las muñecas.

– Ahora.

– Pero…

– Ni una palabra a menos que sea una confesión.

– Pero…

– ¡Eso es todo! – metió un trapo en su boca – tendrá tiempo de sobra para hablar más tarde señorita De León.

Caroline tosió y gruñó furiosamente cuando él ató sus muñecas con un áspero trozo de cuerda; entonces, para su asombro, puso dos dedos dentro de su boca y dejó salir un profundo silbido. Un magnífico caballo castrado negro salió haciendo cabriolas de entre los árboles, con pasos grandes y elegantes.


Mientras ella se quedaba boquiabierta observando al caballo, que debía ser el animal más tranquilo y mejor amaestrado en la historia de la creación, el hombre la levantó y colocó sobre la silla.


– Mmm. fffl… – gruñó, siéndole completamente imposible hablar con el trapo mugriento dentro de su boca.

– ¿Qué? – él la miró por encima y desvió su mirada a sus faldas que dejaban las piernas a la vista.

– Oh, sus faldas, puedo cortarlas si usted puede prescindir de ellas con decoro.

Ella lo miró ferozmente.

– Fuera con el decoro, entonces – dijo, y empujó sus faldas hacia arriba para que ella pudiera montar en el caballo con más comodidad.

– Lo siento, no pensé en traer una silla de mujer, señorita De León, pero confíe en mí cuando te digo que tiene mayores preocupaciones que el hecho de que yo esté viendo sus piernas desnudas.

Ella le dio un puntapié en el pecho.


Él cerró su mano alrededor de su tobillo haciéndole daño.

– Nunca – le espetó – le dé un puntapié a un hombre que le esta apuntando con una pistola.


Caroline irguió la nariz y apartó la mirada. Esta tontería había llegado demasiado lejos; tan pronto como se librara de esta condenada mordaza, le diría a este bruto que nunca había oído hablar de su señorita De León, ella abatiría sobre su cabeza a las fuerzas del orden tan rápido que tendría que suplicarle por la cuerda para ahorcarse.


Pero mientras tanto, haría lo posible por hacerle la vida imposible; tan pronto como se montó en el caballo y se colocó en la silla detrás de ella, le empujó con el codo en las costillas, duramente.

– ¿Qué pasa ahora? – dijo él secamente.

Ella encogió los hombros inocentemente.


– Otro movimiento como ese y le meto otro trapo en la boca, y éste estará considerablemente menos limpio que el primero.


“Como si eso fuera posible”, pensó Caroline furiosamente, no quiso pensar donde habría estado el trapo antes de estar en su boca; Todo lo que ella podía hacer era mirarlo ferozmente, y por la forma en que el le hablaba soltando bufidos, ella temió que no pareciera lo suficientemente furiosa.


Pero entonces él puso el caballo a medio galope y Caroline se dio cuenta de que mientras ellos fueran cabalgando hacia Portsmouth, se estarían alejando de Prewitt Hall.


Si ella no hubiera tenido las manos atadas habría dado palmas de alegría; no podría haber escapado tan rápido si hubiera planeado el viaje ella misma. Este hombre podía pensar que ella era alguna otra, “una criminal española, para ser precisos”, pero ella podía aclarar todo esto una vez que él la hubiera llevado lejos, muy lejos. Mientras tanto, estaría callada y tranquila, y le dejaría que llevara al caballo a galope tendido.


Treinta minutos más tarde un Blake Ravenscroft muy receloso desmontó delante de Seacrest Manor, cerca de Bournemouth, Dorset. Carlotta De León, que había elaborado toda clase de improperios, hasta para las uñas de los dedos de sus pies cuando la arrinconó en el prado, no había ofrecido la más mínima resistencia en todo el viaje a caballo por la costa, no había luchado ni había tratado de escapar; de hecho, había estado tan callada, que debido su lado cortés, “él dejaba ver su lado más cortés demasiado a menudo”, estuvo tentado de quitarle la mordaza, solo por cariño.


Pero reprimió el impulso de ser agradable; el marqués de Riverdale, su mejor amigo y frecuente compañero en la prevención del crimen, había tenido relaciones con la señorita De León y le había dicho a Blake que ella era engañosa y letal. No le quitaría la mordaza y las ataduras hasta que estuviera bien encerrada bajo llave.


La hizo bajar del caballo, sujetando su codo con firmeza para que entrara en su casa. Blake solo tenía tres sirvientes en su casa, todos ellos de una discreción incomparable, y estaban acostumbrados a visitantes extraños a medianoche.

– Suba las escaleras – gruñó empujándola para atravesar el vestíbulo.


Ella asintió con la cabeza alegremente, (¿¡¿Alegremente?!?), y subió con cuidado. Blake la dirigió hacia el piso de arriba y la metió a empujones a un dormitorio pequeño pero amueblado confortablemente;

– Así no le dará la idea de escaparse – dijo ásperamente mostrando dos llaves – la puerta tiene dos cerraduras.


Ella echó un vistazo al pomo de la puerta, pero fue otra artimaña que tampoco causó reacción,

– Y – añadió, – hay cincuenta pies hasta llegar al suelo, así que le recomendaría que no lo intentara por la ventana.

Encogió los hombros, como si no hubiera considerado en ningún momento la ventana, como una opción viable de escape; Blake la miró con el ceño fruncido, irritado por su indiferencia, ató sus muñecas a la pata de la cama.

– No quiero que intente nada mientras estoy ocupado.


Ella le sonrió, lo que era una verdadera proeza con el trapo sucio en su boca.

– Demonios! – murmuró él; lo tenía totalmente confundido, y no le gustaba nada esa sensación. Se detuvo para cerciorarse de que las ataduras eran seguras y comenzó a inspeccionar la habitación, asegurándose de no dejar falsos objetos que ella pudiera utilizar como armas, había oído que Carlotta De León era ingeniosa, y no tenía planeado ser recordado como el tonto que la había subestimado.


Se guardó en el bolsillo una pluma y un pisapapeles antes de sacar una silla hasta el vestíbulo; no creía que ella fuera tan fuerte como para romper una silla, pero si de algún modo la manejaba y le rompía una pata, la madera astillada si fuese un arma peligrosa.

Ella parpadeó cuando él regresó.


– Si quiere sentarse, – dijo bruscamente – puede hacerlo en la cama.

Ella ladeó su cabeza de un modo encantador y se sentó en la cama; tampoco tenía mucha elección, ya que sus manos estaban atadas a la pata de la cama, después de todo.

– No intente hechizarme para que le ayude – le advirtió – lo sé todo sobre usted.

Ella se encogió de hombros.


Blake soltó un bufido con gran disgusto y se volvió de espaldas a ella, ya que había terminado su inspección de la habitación; finalmente, cuando él se convenció de que el cuarto sería una prisión aceptable, se puso de cara a ella y colocó sus manos firmemente sobre sus caderas.

– Si lleva alguna arma encima, debería dármela ahora, porque después tendré que registrarla.

Ella se tambaleó hacia atrás mostrando su horror, y Blake agradeció que finalmente había conseguido ofenderla; quien quiera que fuera, era una actriz prodigiosa.


– Bueno, ¿No tiene ningún arma? Le aseguro que seré bastante menos amable si descubro que ha intentado ocultarme algo.

Ella sacudió su cabeza frenéticamente y estiró de sus ataduras, como si tratase de alejarse lo más posible de él.


– Yo no voy a disfrutar con esto – musitó. Trató de no parecer un completo sinvergüenza ya que ella cerró sus ojos fuertemente con temor y resignación. Sabía que las mujeres podían ser tan malvadas y peligrosas como los hombres (siete años de trabajo con el Ministerio de Defensa lo habían convencido sobre esto), pero nunca había realizado esta parte de su trabajo; lo habían educado para tratar a las mujeres como damas, e iba en contra de su moral el inspeccionarlas en contra de su voluntad.


Cortó y liberó una de sus muñecas para poder quitarlas de delante y procedió a vaciar sus bolsillos; no contenían nada interesante, salvo unas cincuenta libras en billetes y monedas, lo que le pareció una suma insignificante para una espía notable; entonces le llamó la atención su pequeña bolsa y vació el contenido sobre la cama. Dos velas de cera de abeja (solo Dios sabía para que quería ella eso), un cepillo para el pelo con el dorso de plata, una Biblia pequeña, un cuaderno con la cubierta de piel y algunas cosas de menos valor que no cogió para no mancharse al tocarlas. Supuso que todo el mundo merecía un poco de privacidad, incluidos los espías traidores.


Recogió la Biblia y pasó las hojas rápidamente asegurándose de que no había nada colocado entre sus páginas. Satisfecho de que el libro no tuviera nada adverso, lo volvió a tirar sobre la cama, notando con interés que ella se sobresaltaba mientras lo hacía.


Entonces cogió el cuaderno y miró en su interior, solo algunas paginas contenían algunos garabatos.

– Contubernal – leyó en voz alta – Halcyon, Diacritical, Titivate, Umlaut.

Levantó sus cejas y siguió leyendo; tres páginas llenas de la clase de palabras que aprendió en el primer curso en Oxford o Cambridge,

– ¿Qué es esto?

Ella sacudió su hombro hacia su boca, señalando el trapo.

– De acuerdo – dijo él con un movimiento brusco de cabeza, colocando el cuaderno cerca de la Biblia – pero antes de quitársela tendré que… – sus palabras se fueron desvaneciendo poco a poco, dejando salir un suspiro desdichado. Ambos sabían lo que tenía que hacer.

– Si no opone resistencia, haré lo posible por terminar más rápido – dijo severamente.


Su cuerpo entero estaba tenso, pero Blake intentó ignorar su angustia conforme pasaba sus manos hasta llegar a sus piernas.

– Bueno, ya está – dijo malhumorado – Debo decir que estoy bastante sorprendido de que no llevara ninguna otra pistola.


Ella lo miró ferozmente en respuesta.


– Le quitaré el trapo ahora, pero un ruido fuerte y se lo vuelvo a poner.

Ella movió la cabeza bruscamente, tosiendo cuando le quitó el trapo.

Blake se apoyó descaradamente contra la pared y preguntó:

– ¿Bien?

– De todas formas, nadie me oiría si yo gritara.

– Eso es muy cierto – concedió. Sus ojos se desviaron hacia el cuaderno de piel y lo cogió.

– Ahora, supongo que me explicará de que va todo esto.

Ella se encogió de hombros.

– Mi padre siempre me animó a aumentar mi vocabulario.


Blake la miró fijamente en señal de incredulidad; entonces volvió a abrir las páginas otra vez, eso era algún tipo de código, tenía que ser eso, pero estaba cansado y sabía que si ella confesaba algo esa noche, no iba a ser algo tan peligroso como la llave de su código secreto, así que tiró el libro encima de la cama y dijo:

– Hablaremos de esto mañana.


Ella realizó otro de esos molestos encogimientos de hombros.


El hizo rechinar sus dientes. – ¿Tiene algo que decir de usted?


Caroline se frotó los ojos, recordándose que tenía que permanecer al lado de este hombre; parecía peligroso y a pesar de su evidente malestar por registrarla, ella no tenía duda de que la dañaría si consideraba que era necesario para su misión; cualquier cosa que hiciera.


Ella estaba jugando a un juego peligroso y lo sabía; quería permanecer aquí en esta agradable casa, tanto tiempo como le fuera posible, (ciertamente era más cálido y más seguro que cualquier otro lugar que ella misma hubiera conseguido).

Hecho esto, de cualquier manera, ella tenía que dejarle que continuara creyendo que ella era la tal Carlotta De León; no tenía ni idea de como hacerlo, no sabía español, y con seguridad, no sabía como se suponía que actuaba una criminal cuando la pillaban y la ataban a la pata de una cama.


Supuso que Carlotta intentaría negarlo todo.

– Se ha equivocado de persona – dijo, sabiendo que él no la creería y causándole un placer perverso por el hecho de que estaba diciendo la verdad.


– ¡Ja! – bramó – seguro que puede sugerir algo un poco más original.

– Puede creer lo que quiera.


– Parece que actúa con mucha confianza para ser alguien que está claramente en desventaja.

Caroline tuvo que darle la razón en eso, pero si Carlotta era realmente una espía, ella tenía que ser una maestra en valentía.

– Ya no me importa el ser atada, amordazada, arrastrada por todo el campo, y atada a la pata de una cama; sin mencionar – afirmó – ser forzada y someterme a su registro insultante.


Él cerró los ojos por un momento, y si Caroline no lo hubiera conocido mejor, habría pensado que le dolía algo; entonces, los abrió y la volvió a mirar con una mirada dura e intransigente. Dijo:

– Encuentro difícil de creer, señorita De León, que haya llegado tan lejos en su profesión favorita sin que la hayan registrado todavía.


Caroline no sabía que decir a esto así que solo lo miró ferozmente.

– Todavía estoy esperando que hable.

– No tengo nada que decir – esto, al menos, era cierto.

– Puede que cambie de opinión después de unos cuantos días sin comida ni agua.

– ¿Entonces planea matarme de hambre?

– Hombres más duros que usted han caído.

Ella no había considerado esto, pensó que él le gritaría, había pensado que él podría incluso golpearla, pero no se le había ocurrido que podría negarle comida y agua.

– Veo que no le entusiasma el panorama – dijo lenta y pesadamente.


– Déjeme sola.

Dio un golpe seco; necesitaba elaborar un plan. Necesitaba resolver quién demonios era ese hombre; más que nada, lo que necesitaba era tiempo.

Lo miró a los ojos y dijo:

– Estoy cansada.

Estoy seguro de ello, pero no estoy particularmente inclinado a dejarla dormir.

– No necesita preocuparse por mi bienestar; no es probable que me sienta bien descansada, después de pasar la noche atada a la pata de la cama.

– Oh, eso, – dijo él, velozmente y con un movimiento rápido de su muñeca la liberó.

– ¿Porqué hizo eso? – preguntó desconfiadamente.

– Me agrada hacerlo; además, no tiene armas, difícilmente me puede vencer y no tiene forma de escapar. Buenas noches, señorita De León.

Su boca se abrió de golpe.

– ¿Se va?

– Le di las buenas noches.

Se giró sobre sus talones y abandonó la habitación dejándola boquiabierta en la puerta. Oyó girar dos llaves en las dos cerraduras antes de recobrar la compostura.

– Dios mío, Caroline – se susurró a sí misma – ¿En qué te has metido?.


Su estómago retumbó y ella deseó haber cogido algo para comer antes de escapar esa noche. Su secuestrador parecía un hombre de palabra, y si le dijo que no le iba a dar comida ni agua, ella lo creyó.


Corrió hasta la ventana y miró afuera; él no le había mentido, había al menos cincuenta pies hasta el suelo; pero había una repisa, si ella encontrara algún tipo de recipiente, podría colocarlo fuera y recoger lluvia y rocío. Había pasado hambre antes, y sabía que ella podía manejar esto. Pero junto con la sed, era demasiado.


Encontró un recipiente pequeño, cilíndrico, usado para sujetar las plumas en el escritorio. El cielo todavía estaba claro, pero el tiempo inglés era como era; Caroline imaginó que habría un cambio decente, y llovería antes que fuera por la mañana, así que colocó el recipiente en el alféizar por si acaso.


Entonces cruzó hasta su cama y volvió a colocar sus pertenencias dentro de la bolsa. Gracias al cielo, su secuestrador no se había percatado del nombre del titular que estaba escrito dentro de la Biblia. Su madre le había dado el libro cuando murió, y seguramente él habría querido saber porqué el nombre de Cassandra Trent estaba escrito en la parte interior de la portada. Y la reacción de él a su pequeño diccionario personal… cielos, hubiera tenido problemas para explicar eso. Entonces ella tuvo una sensación muy extraña… se quitó los zapatos y se deslizó fuera de la cama, caminando en silencio, solo calzada con las medias, hasta que ella alcanzó la pared pegada al vestíbulo. Se movió pegada a lo largo de la pared hasta que alcanzó la puerta, inclinándose y mirando con curiosidad a través del ojo de la cerradura.


¡Aja! Justo lo que había pensado. Un ojo grande y gris también la miraba curiosamente a ella.


– ¡Y buenas noches a usted! – dijo ella en voz alta. Entonces cogió su gorro y lo colgó sobre el tirador de modo que tapase el ojo de la cerradura. No quería dormir con su único vestido, pero seguramente no había forma de desnudarse con la posibilidad de que él estuviera viéndola.


Lo oyó maldecir una vez, y dos veces. Entonces sus pisadas resonaron dirigiéndose hasta cruzar el vestíbulo. Caroline se quitó su falda y se metió en la cama; miró fijamente al techo y comenzó a pensar, y entonces empezó a toser.

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