di-a-crit-i-cal (Adjetivo). Distintivo, característico.
Uno no puede negar que la marca diacrítica (diacritical) del jardín del señor Ravenscroft es una completa falta de orden.
Del diccionario personal de Caroline Trent.
Para el final del día, Caroline tenía el jardín con el aspecto que ella pensaba que debería tener.
James estaba de acuerdo con ella, felicitándola por el excelente sentido del diseño paisajístico. Blake por otro lado, no podía estar animándola, ni pronunciando siquiera las palabras de elogio menos generosas. De hecho, el único ruido que había hecho fue un quejido bastante estrangulado, que sonó un poco como: – mis rosas.
– Sus rosas se habían vuelto silvestres – le había contestado ella, completamente irritada con este hombre.
– Me gustaban silvestres – le contestó.
Y de esa manera había sido. Pero él la había sorprendido encargando dos nuevos vestidos, para reemplazar el único que ella había traído de Prewitt Hall. Ese pobre harapo había durado ya el tiempo suficiente, con el hecho de ser raptada, durmiendo durante días, y cavando en la tierra. Caroline no estaba segura de cuando o donde él se las había ingeniado para conseguir dos vestidos listos para llevar puestos, pero parecían adaptarse a ella razonablemente bien; así que se lo agradeció lindamente y no se quejó de que el dobladillo arrastrara rozando el suelo.
Cenó en su habitación, no sintiéndose capaz de otra batalla de voluntades con su anfitrión un tanto gruñón. Y además, había conseguido una aguja e hilo de la señora Mickle, y quería ponerse a trabajar, acortando sus nuevos vestidos.
Dado que era medio verano, el sol permanecía en el cielo bien pasada la hora en que ella cenaba, y cuando sus dedos estuvieron ya cansados, dejó la costura y fue caminando hasta la ventana. Los setos estaban impecables y las rosas arregladas a la perfección; James y ella habían hecho sinceramente un trabajo excelente con los jardines. Caroline sintió una sensación de orgullo hacia sí misma que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Había pasado demasiado tiempo desde que ella había tenido el placer de comenzar y terminar una tarea que le interesara.
Pero no estaba convencida de que Blake hubiera llegado a apreciar aún su valía como invitada cortés y útil, de hecho, estaba bastante segura de ello. Así que, por la mañana tendría que buscarse otra tarea, preferiblemente otra que le llevara un poco más de tiempo.
El le había dicho que podía permanecer en Seacrest Manor hasta que cumpliera los veintiún años, y que la condenaran si iba a permitir que él eludiera su promesa.
A la mañana siguiente, Caroline exploraba Seacrest Manor con el estomago lleno. La señora Mickle, que ahora era su mayor defensora, se reunió con ella en el cuarto del desayuno, y la abasteció con un sinfín de exquisiteces y obsequios. Tortillas, embutidos, una especie de pastel; Caroline incluso no reconocía algunos de los platos que embellecían el aparador. Parecía que la señora Mickle había preparado comida para un ejército completo.
Después del desayuno comenzó a buscar un nuevo proyecto para mantenerse ocupada mientras permaneciera aquí. Miró para ver lo que había dentro de una y otra habitación, y finalmente fue a parar a la biblioteca; no era tan grande como las de algunas de las fincas más importantes, pero ostentaba varios cientos de volúmenes. Los lomos de piel, resplandecían a la luz en las horas tempranas de la mañana, y la habitación mantenía el olor a limón de la madera recién fregada. Pero un examen más de cerca de las estanterías revelaba que habían sido colocados sin ningún orden.
¡Voila!
– Evidentemente – dijo Caroline a la habitación vacía – necesita sus libros puestos en orden alfabético.
Sacó una pila de libros, los dejó caer al suelo y examinó los títulos con tranquilidad.
– No sé como se las ha ingeniado durante tanto tiempo con tal caos.
Más libros fueron dejados en el suelo
– Por supuesto – dijo con un enorme ademán de su mano – no tengo necesidad de ordenar estos montones ahora; tendré tiempo de sobra para hacerlo después de que acabe de bajarlos de las estanterías; estaré aquí durante cinco semanas más, después de todo.
Hizo una pausa para mirar un volumen al azar; era un tratado sobre matemáticas
– Fascinante – murmuró, echando una ojeada entre las páginas a fin de echar un vistazo a esa prosa incomprensible – mi padre siempre me dijo que debía aprender más aritmética.
Se rió tontamente; era asombroso que despacio se podía trabajar cuando realmente se pone interés en ello.
Cuando Blake bajó para desayunar esa mañana encontró un festín como no había visto nunca desde que vivía en Seacrest Manor. Su desayuno consistía en un plato de huevos fritos, una o dos lonchas de jamón y alguna tostada fría. Esos alimentos estaban bien visibles, pero estaban acompañados por carne asada, lenguado de Dover, y una variedad de pasteles y tartas que lo dejaron pasmado.
La señora Mickle había encontrado claramente una nueva inspiración culinaria, y Blake no había dudado que su nombre era Caroline Trent.
Decidió no irritarse más por el modo en que su ama de llaves manejaba sus predilecciones, y en cambio, decidió simplemente llenar su plato y disfrutar del premio. Estaba comiendo ruidosamente la tarta de fresas más deliciosa, cuando James entro deambulando en la habitación.
– Buenos días – dijo el marqués – ¿Donde está Caroline?
– Diablos si lo sé, pero falta la mitad del jamón, así que imagino que ella está yendo y viniendo.
James silbó
– Evidentemente la señora Mickle se superó esta mañana, ¿Verdad? Deberías haber trasladado a Caroline antes.
Blake le lanzó una mirada irritada.
– Vale, debes admitir que tu ama de llaves nunca había llegado tan lejos para mantenerte tan bien alimentado.
A Blake le gustaría haber respondido con algo absolutamente enconado y cortante, pero antes de que pudiera pensar en algo, al menos un poco ocurrente, ellos oyeron un golpe tremendo, seguido de un grito femenino de… ¿era sorpresa? ¿O era dolor? Fuera lo que fuese, definitivamente venía de Caroline, y el corazón de Blake golpeaba en su pecho mientras se precipitaba hacia la biblioteca y abría la puerta de golpe.
Él pensaba que estaba conmocionado por su jardín excavado el día anterior; esto era peor.
– ¿Qué demonios pasa? – susurró, demasiado pasmado para hablar con normalidad.
– ¿Qué sucede? – preguntó James, resbalando para parar en seco detrás de él.
– Oh, Dios mío, ¿Qué demonios…?
Caroline estaba sentada en el centro de la biblioteca, rodeada de libros. O quizás sería más acertado decir que ella estaba repantigada sobre el suelo de la biblioteca, cubierta con libros. Una escalera-taburete volcada descansaba a su lado, y pilas elevadas de libros estaban amontonadas en cada mesa y buena parte de la alfombra.
De hecho, ni un solo volumen permanecía sobre las estanterías. Parecía como si la invitada de Blake de alguna forma, se las hubiera ingeniado para invocar un ciclón, con el único propósito de despedazar su biblioteca a trozos.
Caroline levantó la vista hacia ellos y pestañeó
– Supongo que estarán un poco extrañados.
– Er… si – replicó Blake, pensando que debería estar gritándole por algo, pero no seguro de qué, y todavía algo sorprendido para traer a colación una buena reprimenda.
– Pensé poner sus libros en orden.
– Si – dijo él lentamente, intentando sopesar el alcance del desorden – parecen muy bien ordenados.
Detrás de él, James dejó escapar un estertor de risa, y Caroline plantó sus manos en las caderas y dijo
– ¡No me tome el pelo!
– Ravenscroft no soñaría aquí con tomarte el pelo – dijo James – ¿Verdad?
Blake movió su cabeza en señal negativa
– No soñaría con ello.
Caroline los miró con el ceño fruncido – Uno de los dos podría ayudarme a levantarme.
Blake iba a hacerse a un lado para dejar pasar a Riverdale, pero el marqués le dio un empujón hacia delante hasta que él tuvo que darle su mano a la chica o parecer insufriblemente descortés.
– Gracias – dijo ella, levantando sus pies torpemente – siento lo de… ¡ Ay! – se cayó hacia delante entre los brazos de Blake, y por un momento él pudo olvidar quien era y lo que había hecho, y simplemente saboreó su contacto.
– ¿Está herida? – preguntó con voz bronca, extrañamente poco dispuesto a soltarla.
– Mi tobillo, debí torcérmelo cuando me caí.
Él bajó la mirada para verla con una expresión divertida
– Esto no es otra enfermedad inventada para intentar que no la forcemos a irse de aquí ahora ¿Verdad?
– ¡Por supuesto que no! – replicó, claramente ofendida – como si deliberadamente yo me hiciera daño para… – levantó la mirada tímidamente – Oh, si, destrocé totalmente mi garganta el otro día, ¿verdad? – él afirmó con la cabeza, los extremos de su boca vacilaron hacia una sonrisa.
– Si, vale, tuve una buena razón… Oh, estaba tomándome el pelo, ¿verdad?
Él afirmó con la cabeza de nuevo.
– Es difícil de decir, ¿sabe?
– Difícil de decir ¿qué?
– Cuando me toma el pelo – replicó ella – usted está muy serio la mayoría de las veces.
– Va a tener que dejar descansar ese tobillo – dijo Blake precipitadamente – al menos, hasta que la hinchazón disminuya.
La voz de ella fue suave cuando dijo
– No respondió a mi pregunta.
– Usted no me preguntó.
– ¿Ah, no? Supongo que no lo hice, pero usted cambió de tema.
– A un caballero no le gusta hablar sobre lo serio que es.
– Si, lo sé – suspiró – les gusta hablar de cartas y perros de caza y caballos y de cuánto dinero pierden en los juegos de naipes de la noche anterior. Acabo de encontrar a un caballero verdaderamente responsable, aparte de mi querido padre, por supuesto.
– No somos tan malos – dijo, volviéndose hacía James para instarle a que le ayudase a defender su género, pero James había desaparecido.
– ¿Qué le pasó al marqués? – inquirió Caroline estirando el cuello.
– Demonios si lo sé – su cara se ruborizó como si recordase sus maneras – perdone mi lenguaje.
– No parecía tener problemas cuando maldecía delante de Carlotta De León.
– La real Carlotta De León, imagino, podría enseñarme una o dos cosas sobre como maldecir.
– No soy tan delicada como parezco – dijo con un encogimiento de hombros – mis oídos no van a arder por el uso ocasional de la palabra demonios. Dios sabe que mi lengua no se va a caer por pronunciarla.
Los labios de él se curvaron a disgusto en una honesta sonrisa
– ¿Estás diciendo, señorita Caroline Trent, que no es totalmente una dama?.
– En absoluto – dijo maliciosamente – soy toda una dama, pero una que… ah… ocasionalmente utiliza un lenguaje menos que apropiado.
Él prorrumpió en una risa inesperada.
– Mis tutores no fueron siempre hombres de lo más recatado – explicó ella.
– Ya veo.
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos pensativamente
– Debería reír más a menudo.
– Hay un montón de cosas que yo debería hacer – dijo sencillamente.
Caroline no sabía que decir a ese comentario
– Er… ¿Deberíamos intentar encontrar al marqués?
– Evidentemente, él no quiere que lo encuentren.
– ¿Porqué no?
– No tengo la más mínima idea – dijo, en un tono como diciendo que si tenía idea – Riverdale es bastante dado a desaparecer cuando tiene en mente hacerlo.
– Supongo que es útil en el campo de trabajo en que se mueven.
Blake no respondió. No deseaba discutir su trabajo para el Ministerio de defensa con ella; las mujeres tenían inclinación a encontrar sus hazañas elegantes y seductoras y sabía que ellos eran cualquier cosa menos eso.
No había nada elegante y seductor en relación a la muerte.
Finalmente Caroline rompió el largo silencio
– Estoy segura que me puede dejar irme ahora.
– ¿Puede caminar?
– Por supuesto, yo… ¡Ow!
Apenas había dado un paso antes de aullar de dolor otra vez. Inmediatamente Blake la envolvió entre sus brazos y dijo – yo la llevaré al salón.
– ¡Y mis libros! – protestó.
– Creí que eran mis libros – dijo él con una pequeña sonrisa – y enviaré a uno de mis sirvientes para que venga y los vuelva a colocar.
– No, no, por favor, no haga eso; los volveré a colocar yo misma.
– Si perdona que se lo diga, señorita Trent, no puede ni caminar ¿cómo piensa poner de nuevo en orden una biblioteca?
Caroline volvió la cabeza para observar el caos que había producido mientras él la sacaba de la habitación.
– ¿No podría dejarlos así durante unos días? Prometo encargarme del desorden una vez que mi tobillo se cure; tengo grandes planes para la biblioteca, ya verá.
– ¿Ah, sí? – preguntó dubitativamente.
– Si, pensé poner todos sus libros sobre temas científicos juntos, y agrupar las biografías en una estantería, y, bueno, estoy segura de que ve cual es mi idea. Será mucho más fácil encontrar sus libros.
– Seguramente va a ser más fácil de lo que es ahora, con todos por el suelo.
Caroline lo miró frunciendo el ceño
– Le estoy haciendo un favor tremendo, si no puede ser agradecido, al menos podría intentar no ser tan ingrato.
– Muy bien, le declaro mi más eterna gratitud.
– Eso no suena para nada sincero – musitó.
– No lo era – admitió – pero tendré que hacerlo. Muy bien, ya estamos – la colocó en el sofá – ¿levantamos su pierna?
– No sé, nunca me había torcido un tobillo antes ¿es eso lo que hay que hacer?
El afirmó con la cabeza y colocó almohadones blandos bajo su pierna
– Reduce la hinchazón.
– La hinchazón es molesta, es el dolor lo que me gustaría reducir.
– Van unidos.
– Oh, ¿cuánto tiempo tendré que permanecer así?
– Creo que al menos durante el resto del día, quizá mañana también.
– Hmmmm… esto es totalmente horrible, supongo que no podría ir a buscarme un poco de té.
Blake dio un paso hacia atrás y la miró.
– ¿Parezco una niñera?
– Que va – replicó reprimiendo claramente una risita – es solo que la señora Mickle ha ido al pueblo después de preparar ese encantador desayuno; solo el cielo sabe donde está su mayordomo y no creo que su ayuda de cámara vaya a buscar el té.
– Si yo puedo ir a buscarlo, él también puede – murmuró Blake.
– Oh, bueno – exclamó ella aplaudiendo – entonces, ¿traerá algún té para mí?.
– Supongo que debo hacerlo ¿y como demonios ha llegado a tener tan buenas relaciones con mis sirvientes, en tan solo un día?
Ella encogió los hombros.
– Realmente, yo solo conocí a la señora Mickle ¿sabía que tiene una nieta de nueve años que vive en el pueblo? Le compró la muñeca más adorable por su cumpleaños, yo habría querido una muñeca como esa cuando era una niña.
Blake movió la cabeza negativamente con asombro. La señora Mickle había estado trabajando para él durante aproximadamente tres años y nunca había mencionado que tenía una nieta.
– Volveré con el té – dijo.
– Gracias, y no olvide hacer bastante para usted también.
El se paró en la puerta – yo no lo tomaré con usted.
Caroline bajó la cara.
– ¿No?
– No, yo… – gimió. Había batallado contra algunos de los criminales más taimados del mundo, pero era impotente ante su ceño fruncido.
– Muy bien, lo tomaré con usted, pero solo durante un ratito.
– Estupendo, estoy segura de que pasará un rato agradable; y encontrará ese té delicioso para su estado de ánimo.
– ¡Mi estado de ánimo!
– Olvide que lo dije – murmuró.
La señora Mickle no estaba por ningún lado cuando Blake llegó a la cocina. Después de llamar a gritos al ama de llaves durante uno o dos minutos, recordó que Caroline le había dicho que se había ido al pueblo.
– ¡Maldita mujer! – murmuró, sin estar seguro de si se refería a Caroline o a la señora Mickle.
Blake puso un poco de agua a hervir y buscó por los armarios el té; a diferencia de la mayoría de los hombres de su época, él se sabía manejar en una cocina. Con frecuencia, los soldados y los espías tenían que aprender a cocinar si querían comer, y Blake no era una excepción. Las comidas de gourmet, estaban más allá de su repertorio, pero por supuesto podía preparar té y bizcochos, especialmente desde que la señora Mickle cocinaba los bizcochos; todo lo que Blake tenía que hacer era colocarlos sobre el plato.
Se sentía muy extraño por estar haciendo esto para Caroline Trent; hacía mucho tiempo que no había cuidado de nadie excepto de sí mismo, y había algo reconfortante en escuchar el chirrido de la tetera y el bramido del agua hirviendo. Reconfortante y al mismo tiempo perturbador, preparar té, inclinar su tobillo torcido, eran acciones terriblemente íntimas, y él todavía podía sentirlas atrayéndole más cerca de ella.
Luchó con la necesidad urgente de golpearse en la cabeza, estaba poniéndose demasiado filosófico; él no estaba intimando con Caroline Trent, y ciertamente no había deseado hacerlo; habían compartido un beso, y había sido un impulso estúpido por su parte; respecto a ella, probablemente no había conocido nada mejor, apostaría su casa y su fortuna a que nunca la habían besado antes.
El agua empezó a hervir y Blake la echó en una tetera de porcelana china, olfateando el fragante aroma que el té empezaba a desprender. Después de colocar una jarrita de leche y un azucarero sobre la bandeja, la cogió y se dirigió de vuelta al salón. Realmente no había prestado mucha atención a poner el té; había algo bastante tranquilizador en realizar una tarea de forma automática, pero la señorita Trent iba a tener que comprender con su testaruda cabecita que él no iba a desempeñar el papel de niñera e ir a buscarle cada capricho y deseo mientras estuviera viviendo en Seacrest Manor.
El no quería actuar como un cachorro enfermo de amor, no quería que Caroline creyera que estaba actuando como un cachorro enfermo de amor, y por supuesto no quería que James lo viera actuando como un cachorro enfermo de amor.
No importaba que el no estuviera al menos un poco enamorado, James nunca le dejaría olvidarlo. Blake volvió la última esquina y entró al salón, pero cuando sus ojos se dirigieron al sofá, estaba vacío donde Caroline debería estar, y había un gran desorden en el suelo.
Y entonces oyó una voz bastante avergonzada decir
– Fue un accidente. Lo juro.