CAPITULO 21

prov-e-nance (sustantivo). Origen, derivación.

No puedo afirmar saber o comprender el origen (provenance) del amor romántico, pero estoy segura de que no es algo que exija ser comprendido, únicamente apreciado y valorado.

Del diccionario personal de Caroline Ravenscroft.


Se casaron una semana después, demasiado para el regocijo de Penélope, quien se obstinó en comprar todo el ajuar para la novia. Caroline había creído que los dos vestidos ya hechos que le había comprado Blake eran un lujo, pero nada podía compararse a la idea que tenía Penelope de un vestuario adecuado. Ya que pronto sería su hermana, Caroline le permitió elegir todo con una sola excepción. La modista tenía un rollo de seda azul-verdosa del color exacto al de sus ojos, y Caroline insistió en tener un vestido de noche elegante aparte. Nunca había pensado antes en sus ojos, pero después de que Blake acariciara con sus dedos los párpados y declarara que eran del color exacto del océano en el ecuador… Bueno, en realidad no podía estar más orgullosa de ellos.


La boda fue corta y privada, con la única asistencia de Penélope, James y los sirvientes de Seacrest Manor. El hermano mayor de Blake, habría querido estar presente, pero una de sus hijas se puso enferma, y no quiso dejarla sola. Caroline creyó que él hizo lo que debía, y le escribió para expresarle su deseo de reunirse con él en otra ocasión mejor.


Perriwick condujo a la novia hasta el altar, la señora Mickle estaba tan celosa que insistió en hacer el papel de madre de la novia, aún cuando ese papel no implicaba formar parte de la ceremonia. Penélope fue madrina de honor y James el padrino, y les acompañó un tiempo completamente maravilloso.

Caroline sonreía por el rumbo que seguiría los próximos días. Nunca podría recordar haber sido tan feliz como cuando era Caroline Ravenscroft en Seacrest Manor, tenía un marido y una casa y su vida era casi tan perfecta como ella la había imaginado. Blake nunca le había profesado su amor, pero ella suponía que era demasiado esperar de un hombre que hasta hace nada, había estado tan dolido emocionalmente.

Entretanto, le haría tan feliz como pudiera, y que la arena le dejara a él hacer lo mismo con ella.


Ahora que realmente Caroline pertenecía a Seacrest Manor y viceversa, decidió poner su marca en la pequeña propiedad. Estaba vagando por el jardín cuando Perriwick se le acercó.

– Señora Ravenscroft – le dijo – tiene una visita.

– ¿Sí? – preguntó sorprendida. Casi nadie sabía que ella era la señora Ravenscroft.

– ¿Quién?

– Un tal señor Oliver Prewitt.

Ella palideció.

– ¿Oliver? ¿Pero por qué…

– ¿Desea que le despida? O podría enviar al señor Ravenscroft, si quiere.

– No, no – dijo ella rápidamente, no quería que su marido viera a Oliver, probablemente Blake perdería la compostura y él se odiaría más tarde por eso.

Ella sabía lo importante que era para él capturar a Oliver y su circulo de espías, si se escapaba a su escondrijo ahora, nunca tendría otra oportunidad.


– Yo lo veré – dijo ella con voz firme. Respiró limpia y profundamente y dejó sus guantes de trabajo. Oliver no tenía poder sobre ella ahora, y se negaba a asustarse por su causa.


Perriwick le indicó con la mano para que le siguiera al interior de la casa, e hicieron el trayecto hasta el salón. Mientras ella pasaba por la puerta, vio la espalda de Oliver y su cuerpo entero se tensó.

Casi había olvidado cuánto lo odiaba.

– ¿Qué quieres, Oliver? – dijo con voz llana.

Él levantó la vista hacia ella, con siete clases diferentes de amenaza acechando en sus ojos.

– Ese no es un recibimiento muy cariñoso para tu tutor.

Mi anterior tutor.

– Un detalle sin importancia – dijo, con un pequeño movimiento de su mano.

– Ve al grano, Oliver – le ordenó.

– Muy bien – caminó despacio hacia ella hasta que estuvieron nariz con nariz – tú tienes una deuda conmigo – dijo en voz baja.

Ella no se amedrentó.

– Yo no te debo nada.


Permanecieron así de pie, mirándose fijamente el uno al otro, hasta que él se separó y caminó hacia la ventana.

– Tienes aquí un buen pedazo de propiedad.

Caroline sofocó el impulso de gritar por frustración.

– Oliver – le advirtió – mi paciencia se ha agotado, si tienes algo que decirme, dilo; de lo contrario, sal de aquí.

Él realizó un giro vertiginoso.

– Debería matarte – le siseó.

– Podrías – le dijo intentando no mostrar reacción alguna a su amenaza – pero irías a la horca, y no creo que quieras eso.

– Lo has estropeado todo. ¡Todo!.

– Si te refieres a tu pequeño montaje para hacerme la siguiente Prewitt – escupió ella – entonces sí, lo he estropeado. Me avergüenzo de ti, Oliver.

– Yo te alimenté, te di cobijo, y tú me recompensas con la peor de las traiciones.

– ¡Ordenaste a tu hijo que me violara!

Él se adelantó, apuntando con su rechoncho dedo en dirección a ella.

– Eso no habría sido necesario si hubieras cooperado. Siempre supiste que teníamos la intención de casarte con Percy.

– Nunca supe tal cosa. Y Percy no deseaba el matrimonio más que yo.

– Percy hace lo que yo le diga.

– Lo sé – dijo con voz disgustada.

– ¿Tienes idea de los planes que yo tenía para tu fortuna? Debo dinero, Caroline. Un montón de dinero.

Ella parpadeó sorprendida. Ella no tenía ni idea de que Oliver tuviera deudas.

– Ese no es mi problema ni culpa mía. Y en realidad viviste bastante bien a costa de mi dinero mientras fui tu pupila.

Él dejó salir una carcajada enfurecida

– Tu dinero estaba bien sujeto a una obligación específica y más apretado que un cinturón de castidad; yo recibía una pequeña asignación cada tres meses para cubrir tus gastos, pero no era más que una miseria.

Ella lo miró conmocionada. Oliver había vivido siempre tan bien, e insistía en tener lo mejor de todo.

– ¿Entonces de dónde venía todo tu dinero? – preguntó ella – El candelabro nuevo, el carruaje de lujo…, ¿cómo los pagaste?

– Eso fue con – sus labios se unieron en una línea firme y contrariada – eso no es de tu incumbencia.

Los ojos de ella se abrieron enormemente, Oliver casi había admitido que hacía contrabando, estaba segura de eso. Blake estaría muy interesado.

– El verdadero poder iba a llegar cuando te casaras con Percy – continuó – entonces yo habría tenido todo el control.

Ella hizo un gesto negativo con su cabeza, quedándose inmóvil durante un momento, pensando en comentar algún enredo que pudiera incitarlo a incriminarse él mismo.

– Nunca lo hubiera hecho – dijo al final bruscamente sabiendo que tenía que decir algo para evitar que empezara a sospechar – yo nunca me habría casado con él.

– ¡Habrías hecho lo que yo te dijera! – rugió – si te hubiera conseguido antes que ese idiota al que llamas marido, te habría pisado la cabeza con mi bota hasta que hubieras obedecido.


Caroline se puso roja, una cosa era amenazarla, pero nadie llamaba idiota a su marido.

– Si no te vas en este momento, te echaré a la fuerza.

A ella ya no le importaba si él se incriminaba o no, solo lo quería fuera de su casa.

– Te echaré a la fuerza – la imitó él, abriendo sus labios en una sonrisa amenazadora.

– Seguramente, puedes hacerlo mejor, Caroline, ¿O debería decir señora Ravenscroft? ¡Dios mío! Las vueltas que da el mundo. Los periódicos mencionaban que tu nuevo esposo es el hijo del Vizconde Darnsby.

– ¿Hubo un anuncio en el periódico? – murmuró ella totalmente pasmada; ella se había estado preguntando cómo supo encontrarla Oliver.

– No te hagas la sorprendida, zorrita. Sé que tú pusiste ese anuncio ahí para que yo lo viera. Tú no es que tengas muchos amigos a los que quisieras notificar.

– ¿Pero quién… – ella aguantó la respiración. Penélope. Por supuesto. En su mundo, los matrimonios eran anunciados inmediatamente en el periódico. Probablemente ella habría olvidado todo sobre la necesidad de mantenerlo en secreto.

Ella frunció sus labios y reprimió un suspiro, no queriendo mostrar ninguna señal de debilidad. Oliver no debería haberse informado de su relación con Blake hasta después de su detención, pero no había nada que hacer ahora.

– Te dije que te marcharas una vez – dijo ella intentando ser paciente – no me hagas repetirme.

– No voy a ir a ningún sitio hasta que no me encuentre bien y dispuesto. Tú tienes una deuda conmigo, muchacha.

– Yo no te debo nada excepto una bofetada. Ahora, vete.


Él acortó la distancia que los separaba, la agarró del brazo cogiéndola con fuerza.

– Quiero lo que es mío.

Ella abrió la boca sorprendida mientras intentaba liberarse de su apretón.

– ¿De qué me estás hablando?

– Me vas a dar la mitad de tu fortuna, como pago por los tiernos cuidados educandote para que maduraras.

Ella se rió en su cara.

– Zorrita – siseó. Y antes de que ella tuviera tiempo de reaccionar, levantó su mano libre y la abofeteó.


Salió despedida hacia atrás dando tumbos, y posiblemente habría caído al suelo si él no le hubiera sujetado el brazo tan fuerte. Ella no dijo nada, no confiaba en sí misma para hablar, y su mejilla le picaba. Oliver solía llevar puesto un anillo, y temía estar sangrando.

– ¿Le engañaste para casarte? – le recriminó – ¿Te acostaste con él?

La furia le dio fuerzas para separar su brazo, y tropezó contra una silla.

– Sal de mi casa.

– No hasta que tú no me lo demuestres.

– No podría ni aunque quisiera – dijo ella con una sonrisa de autosatisfacción.

– Cuando me casé con el señor Ravenscroft, mi fortuna pasó a ser suya, conoces las leyes de Inglaterra tan bien como yo.

Oliver comenzó a estremecerse con furia, y Caroline aumentó su atrevimiento.

– Puedes preguntarle a mi marido por el dinero, pero te advierto que él tiene el temperamento del mismo demonio, y – ella miró de arriba a abajo el cuerpo delgado de Oliver de una forma insultante – es bastante más grande que tú.


Oliver se enfureció con la deducción de ella.

– Pagarás por lo que me has hecho.

Avanzó hacia ella de nuevo, pero antes de que su brazo descendiera para golpearla, oyeron un rugido que provenía de la puerta.

– ¿Qué demonios está pasando aquí?

Caroline miró en esa dirección y suspiró con alivio. Blake.

Aparentemente Oliver no sabía que decir, simplemente se quedó helado con su brazo todavía en alto preparado para golpearla.

– ¿Pensaba golpear usted a mi esposa? – la voz de Blake era baja y mortífera, parecía sereno, demasiado sereno.

Oliver no dijo nada.

La mirada de Blake se dirigió al golpe en la mejilla de Caroline.

– ¿La golpeó ya, Prewitt? Caroline, ¿Te ha golpeado?

Ella afirmó con la cabeza, hipnotizada por la apenas sujeta furia de él.

– Ya veo – dijo Blake suavemente, quitándose los guantes mientras pasaba a la habitación. Se los dio a Caroline en la mano, que los recogió sin decir una palabra.

Blake se giró hacia Oliver.

– Eso, me temo que fue un error.

Los ojos de Oliver se salieron de sus órbitas. Era claro que estaba aterrorizado.

– ¿Perdón?

Blake se encogió de hombros.

– En realidad, odio tener que tocarle, pero…

¡PUM! El puño de Blake se puso en contacto con la cuenca del ojo de Oliver; el anciano se tambaleó hasta caer al suelo.

La boca de Caroline se abrió de par en par. Su cabeza giraba mirando primero a Blake, después a Oliver y de nuevo a Blake.

– Parecías tan tranquilo.

Su marido únicamente la miró.

– ¿Te hizo daño?


– ¿Me hizo… no, bueno sí, solo un poquito – ella colocó su mano en la mejilla.

¡ POM! Blake le dio a Oliver una patada en las costillas y se giró hacia ella.

– Eso por lastimar a mi esposa.

Ella tragó saliva.

– En realidad fue más la conmoción que cualquier otra cosa, Blake, tal vez no deberías…

¡ POM! Blake le dio a Oliver una patada en la cadera.

– Eso – dijo repentinamente – por conmocionarla.

Caroline puso la palma de su mano en la boca ahogando una risa nerviosa.


– ¿Hay algo más que tengas que decirme?

Ella negó con la cabeza, temiendo que si volvía a abrir la boca otra vez, él mataría a Oliver. No es que ese no fuera el mejor sitio para hacerlo, pero no deseaba que Blake fuera a la horca.

Blake levantó ligeramente su cabeza hacia un lado mientras la miraba más detenidamente.

– Estas sangrando – susurró.


Ella llevó su mano hacia la mejilla y se la miró. Había sangre en sus dedos, no mucha pero sí la suficiente como para presionar instintivamente su mano contra la herida.

Blake sacó un pañuelo y ella alargó la mano para cogerlo, pero él esquivó su mano para pasar con suavidad el lino, blanco como la nieve, sobre su mejilla murmurando

– Déjame.

Caroline nunca había tenido ha nadie antes que curara sus heridas, grandes o pequeñas, y encontró el contacto extrañamente apaciguador.

– Debería traer un poco de agua para limpiar esto – dijo secamente.

– Estoy segura de que está bien. Solo es un corte superficial.

Él hizo una señal afirmativa con la cabeza.

– Por un momento creí que te había llenado de cicatrices. Lo habría matado por eso.


Oliver emitió un quejido desde el suelo.

Blake miró a Caroline a los ojos.

– Si me lo pides, lo mataré.

– Oh, no, Blake. No. Así no.

– ¿Qué diantres quieres decir con “ así no”? – espetó Oliver.

Caroline miró hacia abajo. Evidentemente él había recobrado el conocimiento, o quizás nunca lo había perdido.

Ella dijo

– Sin embargo, no me importaría si lo echaras de la casa a patadas.

Blake afirmó con la cabeza.

– Con mucho gusto.

Levantó a Oliver por el cuello de la camisa y por los fondillos del pantalón y se encaminó a grandes zancadas hacia el vestíbulo. Caroline lo seguía a toda prisa dando un respingo cuando Oliver bramó

– ¡Llamaré al magistrado! ¡Verás si lo hago! ¡Pagarás por esto!.

– Yo soy el magistrado – dijo Blake mordazmente – y si vuelves a propasarte otra vez en mis propiedades te arrestaré yo mismo.

Diciendo eso, lo arrojó sobre los escalones de la entrada y cerró la puerta de un portazo.


Se dio media vuelta y observó a su esposa, que permanecía de pie en el vestíbulo mirándole boquiabierta; todavía quedaba algo de sangre en su mejilla y un poco más en la punta de sus dedos, y a él se le encogió el corazón. Sabía que ella no había sufrido una herida grave, pero de algún modo eso no importaba.

Prewitt la había herido y él no estuvo allí para impedirlo.


– Lo siento mucho – le dijo con una voz que estaba entre un susurro y un gemido.

Ella parpadeó.

– ¿Pero por qué?

– Debería haber estado aquí. Nunca debí dejarte verlo a solas.

– Pero tú ni siquiera sabías que él estaba aquí.

– Eso no viene a cuento, tú eres mi esposa y yo juré protegerte.

– Blake – le dijo delicadamente – tú no puedes salvar a todo el mundo.

Él dio unos pasos hacia ella, sabiendo que su corazón se reflejaba en sus ojos, pero por alguna razón no le importó esta debilidad.

– Lo sé. Sólo quiero salvarte a ti.

– Oh, Blake.

La abrazó pegándose a ella, sin prestar atención a la sangre de su mejilla.

– No te fallaré otra vez – juró.

– Tú nunca podrías fallarme.

Él se puso rígido.

– Le fallé a Marabelle.

– Me dijiste que por fin habías aceptado que su muerte no fue por tu culpa – dijo ella con un ligero contoneo.

– Es verdad, lo hice.

Él cerró los ojos por un momento.

– Todavía me obsesiona, si la hubieras visto…

– Oh, no – gimió ella – Yo no sabía que estabas allí, no sabía que tú viste como la asesinaban.

– Yo no lo vi – dijo él rotundamente – estaba en cama con la garganta fatal. Pero cuando ella no regresó a su hora, Riverdale y yo salimos a buscarla.

– Lo siento mucho.

La voz de él se iba haciendo cada vez más vacía al tiempo que avanzaba en los recuerdos.

– Había demasiada sangre, le dispararon cuatro veces.

Caroline pensó en la sangre que había manado de la herida poco profunda de Percy. Ni siquiera se podía imaginar lo terrible que hubiera sido ver a la persona amada herida de muerte.

– Ojalá supiera qué decir, Blake.

Él dirigió su rostro hacia ella bruscamente.

– ¿La odias?

– ¿A Marabelle? – preguntó ella sorprendida.

Él hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

– ¡Por supuesto que no!

– Me dijiste una vez que no deseabas competir con una mujer muerta.

– Bueno, estaba celosa – dijo ella tímidamente – no la odio, eso sería intolerable por mi parte, ¿no crees?

Él agitó su cabeza en gesto negativo, como si descartara el asunto.

– Sólo me estaba preguntando, no me enfadaría si lo hicieras.

– Marabelle es una parte de tu vida – dijo – ¿Cómo puedo odiarla cuando ella fue tan importante como para hacer de ti el hombre que eres ahora?

Él observó su rostro, buscando algo con sus ojos; Caroline se sintió desnuda bajo su mirada. Ella dijo suavemente:

– Si no fuera por Marabelle, puede que no fueras el hombre que yo… – tragó saliva, reuniendo su coraje – puede que no fueras el hombre que yo amo.

Él la miró atentamente durante un largo rato y después tomó su mano.

– Este es el sentimiento más grande que jamás me haya mostrado alguien.

Ella lo miró fijamente a él a través de sus ojos húmedos aguardando, esperando, rezando por que él le devolviera el sentimiento.

La miró como si quisiera decirle algo importante, pero después de unos segundos sencillamente se aclaró la garganta y dijo

– ¿Estabas trabajando en el jardín?


Ella hizo un gesto afirmativo, tragándose el nudo de desilusión que se había formado en su garganta. Él le ofreció su brazo.

– Te escoltaré de vuelta. Me gustaría ver qué has hecho.

Paciencia, se dijo Caroline. Recuerda, paciencia.

Pero era más fácil decirlo que hacerlo cuando uno estaba cortejando un corazón roto.


* * *

Más tarde esa noche, Blake estaba sentado en su estudio a oscuras, mirando por la ventana. Ella le había dicho que lo amaba. Esa era una tremenda responsabilidad.

En lo más profundo de su ser, sabía que ella le importaba enormemente, pero hacía mucho tiempo que él no creía en el concepto del amor; no había pensado que lo reconocería cuando surgiera, pero existía y él se daba cuenta, y sabía que los sentimientos de Caroline eran verdaderos.


– ¿Blake?

Él levantó la mirada. Caroline permanecía de pie en la puerta elevando de nuevo su mano para llamar sobre la puerta.

– ¿Por qué estás sentado ahí en la oscuridad?

– Sólo estoy pensando.

– Oh – Él sabía que ella quería preguntar algo más. En lugar de eso, ella sonrió indecisa y dijo

– ¿Te gustaría que te encendiera una vela?

Él movió su cabeza en actitud negativa, poniéndose lentamente de pie. Tuvo el imperioso deseo de besarla.


No era extraño que quisiera besarla, él siempre quería besarla. Lo que era extraño era la intensidad de esa necesidad. Era casi como si absolutamente, definitivamente él supiera que si no la besaba cada minuto, su vida cambiaría para siempre, y no para mejor. Tenía que besarla. Eso era todo lo que sabía.

Él caminó cruzando la habitación como en un trance. Ella le dijo algo, pero él no oyó sus palabras, sólo seguía moviéndose lentamente, inexorablemente hacia ella.

Los labios de Caroline se abrieron ligeramente con sorpresa. Blake se comportaba de forma muy rara, era como si su mente estuviera en otra parte, y aún así él la miraba con una intención de lo más extraña.


Ella susurró su nombre por la que creía era la tercera vez, pero él no contestaba, y llegó hasta colocarse justo frente a ella.

– ¿Blake?

Él tocó su mejilla con una ternura que le hizo estremecerse.

– ¿Pasa algo malo?

– No – murmuró – no.

– Entonces qué…

Cualquier cosa que ella hubiera querido decir se perdió mientras él la oprimía hacia él, capturando con su boca la de ella con enorme delicadeza. Ella sintió como una de las manos de él se hundía en su pelo, mientras la otra recorría la espalda en toda su longitud antes de posarse sobre la curva de su cadera.


Luego la desplazó hasta donde empieza el trasero, empujándola contra su cuerpo hasta que ella pudo sentir la fuerza de su erección. Ella recostó su cabeza hacia atrás mientras gemía su nombre y los labios de él surcaban la línea de su garganta, besando por el camino hasta llegar al corpiño de su vestido.


Ella dejó escapar un pequeño grito cuando la mano de él se deslizó desde su cadera hasta sus nalgas y apretó, y el sonido debió sacarlo del hechizo en que él se encontraba, porque repentinamente se quedó congelado, sacudió la cabeza un poco y se retiró hacia atrás.


Lo siento – dijo parpadeando – no sé lo que me pasó.

Ella abrió la boca de golpe.

– ¿Lo sientes?

Él la besó hasta que ella apenas podía mantenerse de pie y después paró y dijo que ¿ lo sentía?

– Fue de lo más extraño – dijo, más para sí mismo que para ella.

– Yo no creí que eso fuera extraño – murmuró ella.

– Tenía que besarte.

– ¿Eso es todo? – dejó escapar ella.

Él sonrió lentamente

– Bueno, al principio sí, pero ahora…

– ¿Ahora qué? – preguntó ella.

– Eres una zorra impaciente.

Ella dio un taconazo con su pie.

– Blake, si tú no…

– ¿Si yo no qué? – preguntó con una sonrisa absolutamente malvada.

– No me hagas decirlo – murmuró volviéndose poco a poco de un tono totalmente rojo.

– Creo que dejaremos eso para la semana que viene – murmuró – después de todo, tú todavía eres algo inocente. Pero por ahora creo que deberías apresurarte.

– ¿Apresurarme?

Él afirmó con un gesto.

– Rápido.

– ¿Por qué?

– Estás a punto de descubrirlo.

Ella se deslizó hacia la puerta.

– ¿Y qué si quiero ser pescada?

– Oh, definitivamente, tú quieres ser pescada – contestó él avanzando hacia ella con la ágil elegancia de un auténtico depredador.

– Entonces ¿Por qué debería apresurarme? – preguntó ella sin aliento.

– En realidad es más divertido de ese modo.

– ¿Lo es?

Él afirmó.

– Confía en mi.

– Hmmm… Notables últimas palabras – pero incluso mientras ella decía eso, estaba ya en el vestíbulo caminando de espaldas hacia la escalera con una velocidad admirable.


Él se lamió los labios.

– Oh, entonces sería mejor que yo… Debería…

Él comenzó a moverse más deprisa.

– Oh, Dios – ella salió a la carrera riendo mientras subía por las escaleras.


Blake la alcanzó cuando llegaron al piso superior, levantándola sobre sus hombros y llevándola con protestas poco convincentes y demás, a su dormitorio.

Después de darle una patada a la puerta para abrirla, procedió a mostrarle el por qué ser pescada era a menudo incluso más divertido que la persecución.

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