so-ror-i-cide (sustantivo). Acción de asesinar a la hermana de uno mismo.
Yo temía un fraticidio (sororicide). Sinceramente.
Del diccionario personal de Caroline Trent.
Penélope le sonrió despreocupadamente, y a grandes pasos entró al vestíbulo.
– Es tan agradable verte, Blake. Estoy segura de que estás sorprendido.
– Sí, sí, puedes estar segura.
– Habría venido antes
¿Antes?
– Pero tuve un leve accidente del carruaje y de no haber sido por la querida señorita Dent aquí presente.
Blake se volvió a mirar hacia la puerta y vio a Caroline.
¿Caroline?
– Habría estado completamente desamparada, Por supuesto, no tenía ni idea de que estábamos tan cerca de Seacrest Manor, y como te estaba diciendo, si no hubiera sido por la amable señorita Dent.
El se volvió para mirar a Caroline, quien estaba sacudiendo frenéticamente la cabeza hacia él.
– ¿Señorita Dent?
– ¿Quién sabe el tiempo que habría permanecido sentada sobre mi equipaje a un lado de la carretera, a unos pocos minutos de mi lugar de destino?.
Penélope hizo un alto para respirar y le sonrió con placer.
– ¿No es para morirse de risa esa ironía?
– Eso no es lo único – murmuró Blake.
Penélope se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.
– El mismo de siempre, hermano, sin sentido del humor.
– Tengo un perfecto sentido del humor – dijo, un poco a la defensiva – es solo, que no suelo ser sorprendido (totalmente sorprendido podría añadir) por un huésped inesperado. Y tú has traído hasta aquí a la señorita… diablos… ¿cómo narices la has llamado?
– Dent – aportó Caroline servicialmente – señorita Dent.
– Ah, y ¿hemos sido presentados?
Su hermana lanzó una mirada de disgusto en su dirección, que no le sorprendió en lo más mínimo. Se suponía que un caballero no olvidaba a una dama y Penelope gozaba de un buen repertorio de buenas maneras.
– ¿no lo recuerdas? – dijo en voz muy alta, fue en el baile del otoño pasado del condado. La señorita Dent me habló de él.
¿El baile del condado? ¿Qué clase de cuentos había estado contando Caroline referente a él?
– Por supuesto – dijo con voz suave – no recuerdo quién nos presentó, más bien. ¿Fue su primo?
– No – replicó Caroline, con una voz tan dulce que bien podría haber estado empapada de miel – fue mi tía abuela, la señora Mumblethorpe ¿la recuerda?
– ¡Ah, si! – dijo efusivamente, haciéndole indicaciones para que entrara en el vestíbulo – la excelente señora Mumblethorpe ¿cómo podría olvidarla? Es una dama peculiar. La última vez que cenamos juntos ella mostró su nueva habilidad de cantar al modo tirolés.
Caroline tropezó al andar.
– Sí – dijo ella entre dientes, apoyando su brazo contra el marco de la puerta para evitar la caída – tuvo una época estupenda cuando viajó a Suiza.
– Mmmmm, sí, de hecho, ella lo dijo cuando acabó su demostración; creo que el condado por completo se enteró de cuanto había disfrutado ella en sus viajes.
Penélope escuchaba el intercambio con interés.
– Tendrá que presentarme a su tía, señorita Dent, parece muy interesante, me gustaría tanto conocerla mientras estoy en Bournemouth.
– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte exactamente? – interrumpió Blake.
– Me temo que no puedo presentarle a tía Hortense – le dijo Caroline a Penélope -disfrutó tanto con sus viajes a Suiza que decidió embarcarse en otro viaje.
– ¿A dónde? – preguntó Penélope.
– ¿Sí, a dónde? – repitió Blake, deleitándose de la momentánea mirada de pánico en la cara de Caroline mientras pensaba en el país adecuado.
– Islandia – dijo abruptamente.
– ¿Islandia? – dijo Penélope – que raro. No conozco a nadie que haya estado antes en Islandia.
Caroline sonrió un poco y explicó
– Ella siempre tuvo una gran fascinación por las islas.
– Lo que explicaría – dijo Blake con una perfecta voz seca – su reciente excursión a Suiza.
Caroline se volvió hacia él y le dijo a Penélope.
– Deberíamos enviar a alguien para que fuera a buscar sus pertenencias, señorita.
– Si, si – murmuró Penélope – en un momento, pero primero, Blake, antes olvidé contestar a esa pregunta tuya tan grosera. Te diré que preveo permanecer aquí aproximadamente una semana, quizás algo más, siempre que sea de tu agrado, por supuesto.
Blake le echó una mirada divertida y de descrédito.
– ¿Y cuando me has concedido decidir tus actos?
– Nunca – contestó Penélope con un encogimiento de hombros despreocupado – pero debo ser educada y disimular,¿no?
Caroline veía como hermano y hermana discutían, un cúmulo de melancólica envidia se formó en su garganta. Blake estaba claramente irritado por la llegada sin avisar de su hermana, pero estaba claro que la amaba inmensamente. Por supuesto que Caroline no había conocido jamás el compañerismo afectuoso de los hermanos, nunca lo había visto antes de ese día.
Su corazón le dolía por el deseo mientras los escuchaba a los dos. Ella deseaba que alguien le gastase bromas, deseaba que alguien la tomara de la mano cuando tuviera miedo o se sintiera insegura.
Pero más que nada, deseaba que alguien la amara.
Caroline aguantó la respiración al darse cuenta que estaba peligrosamente cerca de llorar.
– Tengo que irme – dijo bruscamente, encaminándose directamente hacia la puerta. Escapar era lo primero que tenía en mente. Lo último que deseaba era encontrarse sollozando en la puerta principal de Seacrest Manor, justo delante de Blake y Penélope.
– ¡Pero no has tomado té! – protestó Penélope.
– En realidad no tengo mucha sed. Yo, yo, yo debo irme a casa. Me están aguardando.
– Si, estoy seguro de eso – dijo Blake con voz lenta y pesada.
Caroline se detuvo sobre los escalones de la fachada, preguntándose a qué lugar sobre la tierra se marcharía – no quiero que nadie se preocupe por mí.
– No, estoy seguro de eso – murmuró Blake.
– Blake, querido – dijo Penélope – insisto en que acompañes a la señorita Dent a su casa.
– Una idea estupenda – asintió él.
Caroline asintió con la cabeza en señal de gratitud, ella no sabía muy bien como encarar la situación ahora, pero la alternativa era vagar por el campo sin ningún lugar a donde ir.
– Sí, yo se lo agradecería.
– Excelente. ¿Dijiste que no estaba lejos, no? – sus labios se curvaron tan suavemente como nunca lo habían hecho, y Caroline deseó que le dijera si su sonrisa era simple ironía o suprema irritación.
– No, no está lejos en absoluto.
– Entonces propongo que vayamos paseando.
– Si, probablemente eso sería lo más conveniente.
– Esperare aquí, entonces – interrumpió Penélope – siento no poder acompañarte a tu casa, pero estoy muy cansada debido al viaje, sería maravilloso reunirme contigo en otra ocasión, señorita Dent. ¡Oh! Pero no sé tu nombre de pila.
– Llámeme Caroline.
Blake le lanzó una mirada de soslayo, un poco sorprendido y desconcertado porque ella no hubiera usado un alias.
– Si eres Caroline – contestó Penélope – entonces yo soy Penélope; cogió sus manos y las oprimió cariñosamente – tengo la sensación de que vamos a ser muy amigas. Caroline no estaba segura, pero creyó oír a Blake murmurar – que Dios me ayude – entre dientes, y entonces ambos sonrieron a Penélope y salieron de la casa.
– ¿Dónde vamos? – susurró Caroline.
– A la mierda con eso – respondió siseando, echó una mirada por encima de su hombro para asegurarse de que estaban fuera del alcance del oído de la casa. Aun cuando sabía que había cerrado la puerta principal detrás de él.
– ¿Quieres decirme que demonios está pasando aquí?
– No fue por mi culpa – dijo ella con rapidez, siguiéndole mientras se alejaba de la casa.
– Porque yo me pregunto ¿tengo que preocuparme aceptando esta situación?
– ¡Blake! – exclamó ella tirando con fuerza de su brazo y regañándole furiosamente para que se parase – ¿Qué crees? ¿Que yo envié a tu hermana una nota diciéndole que te hiciera una visita? No tenía ni idea de quién era. Nunca supe que tenías una hermana, y ella no me habría visto si yo no hubiera pisado una rama seca.
Blake suspiró, comenzando a darse cuenta de lo que había sucedido. Fue un gran percance; un grande, tremendo, enormemente inconveniente y engorroso percance. Su vida parecía una confusión en estos días.
– ¿Qué narices voy a hacer contigo?
– No tengo ni idea. Desde luego, no puedo permanecer en la casa mientras tu hermana esté de visita. Tú mismo me dijiste que tu familia no sabía nada de tu trabajo en el Ministerio de defensa ¿doy por sentado que eso incluye a Penélope?
Ante un brusco asentimiento de Blake, ella añadió:
– Si ella descubre que he estado viviendo en Seacrest Manor, sin duda descubrirá tus actividades clandestinas.
Blake maldijo por lo bajo.
– No estoy de acuerdo con que ocultes tus actividades como corresponde a tu familia – dijo Caroline – pero respeto tus deseos. Penélope es una dama encantadora, no desearía preocuparla por ti, eso la alteraría, y ello te alteraría a ti.
Blake la miró fijamente, incapaz de hablar. De todas las razones por las que Caroline no debería dejar que su hermana supiera que había permanecido en Seacrest Manor, ella había escogido la única que no tenía ningún interés; podría haber dicho que estaba preocupada por su reputación, podría haber dicho que temía que Penélope la volviera a llevar con Oliver, pero no, ella no estaba preocupada por eso, estaba preocupada por si su forma de actuar lo dañaba a él.
Él tragó saliva, sintiéndose repentinamente torpe ante ella; Caroline lo miraba a la cara, evidentemente esperando una respuesta, y él no tenía ni idea de qué decir. Por fin, después que ella lo alentara con una pregunta.
– ¿Blake?
Logró contestar.
– Eso es muy considerado por tu parte, Caroline.
Ella parpadeó asombrada.
– ¡Oh!
– ¿Oh? – la imitó sacando su barbilla ligeramente hacia ella en forma interrogante.
– Oh. Oh… Oh. – le sonrió débilmente – imagino que creía que ibas a reñirme más tarde.
– Yo también creí que lo haría – dijo tan sorprendido como ella.
– Oh – se retuvo y dijo – lo siento.
– Ohs aparte, vamos a tener que resolver lo que hacemos contigo.
– ¿No se supone que tu tienes algún sitio en donde guardar la caza por aquí cerca?
Él negó con la cabeza.
– No hay un lugar en la región en donde puedas esconderte, supongo que podría enviarte en un carruaje a Londres.
– ¡No! – respondió Caroline. Hizo muecas, un poco avergonzada por la energía de su respuesta – Ahora mismo no puedo ir a Londres.
– ¿Por qué no?
Ella frunció el ceño. Esa era una buena pregunta, pero no iba a decirle que lo echaría de menos. Finalmente dijo
– Tu hermana espera verme, estoy segura de que me llamará para invitarme.
– Una maniobra ciertamente difícil, considerando que tu no tienes casa a donde ella pueda enviar una invitación.
– Si, pero ella no lo sabe. Naturalmente preguntará por mi dirección, y entonces ¿qué le dirás?
– Siempre podría decir que te has ido a Londres. Por lo general, la verdad es siempre la mejor opción.
– ¿No sería maravilloso? – dijo ella con un sarcasmo más que evidente en su voz – con mi suerte, ella volverá y regresará a Londres y me buscará allí.
Blake dejó salir un suspiro irritado.
– Sí, mi hermana es lo suficientemente obstinada como para hacer precisamente eso.
– Supongo que eso le viene de familia.
El sólo rió.
– Será eso, mi amor, pero los Ravenscrofts no le llegan a los Trents a la suela de los zapatos cuando se trata de ponerse obstinados.
Caroline gruñó, pero no le llevó la contraria porque sabía que era cierto. Por fin, totalmente irritada por la sonrisa presumida de él, ella dijo
– Podemos discutir todo lo que queramos sobre nuestros respectivos malos hábitos, pero eso no soluciona el problema. ¿Dónde me voy?
– Creo que tendrás que regresar a Seacrest Manor. No puedo pensar en otra alternativa más adecuada.
¿Tu puedes?
– ¡Pero allí está Penélope!.
– Tendremos que esconderte. No hay otra.
– Oh, Dios mío – murmuró ella – esto es un desastre. Un increíble desastre.
– En eso, estamos completamente de acuerdo Caroline.
– ¿Los sirvientes estarán al corriente del engaño?
– Creo que deberían estarlo. Ellos ya te conocen. Menos mal que solo hay tres… ¡Dios mío!
– ¿Qué?
– Los sirvientes. Ellos no saben que no te tienen que mencionar delante de Penélope.
Caroline palideció.
– No te muevas. Ni una pulgada. Ahora mismo vengo.
Blake se lanzó a la carrera, pero apenas había hecho diez yardas cuando sobre la mente de Caroline apareció otro desastre potencial.
– ¡Blake! – gritó – ¡Espera!
Hizo un derrape para detenerse y dio la vuelta.
– No puedes ir por la puerta principal. Si Penélope te ve, se preguntará como te las has apañado para acompañarme a mi casa tan rápidamente.
Él maldijo por lo bajo.
– Tendré que usar la entrada lateral. Doy por hecho que estás familiarizada con ella.
Caroline le lanzó una mirada de disgusto. El sabía muy bien que ella había usado esa entrada para hacer su anterior escapada.
– Podrías venir también conmigo ahora – dijo Blake – pasaremos furtivamente hasta arriba por el lateral y ya resolveremos que hacer contigo más tarde.
– En otras palabras ¿quieres decirme que espere en tu cuarto de baño indefinidamente?
Él sonrió burlonamente.
– Nada más lejos de mis planes, pero ahora que lo mencionas, sí, es una idea excelente.
En ese momento, Caroline decidió que tenía una boca demasiado grande. Afortunadamente, antes de que pudiera facilitar cualquier otra mala idea, Blake cogió su mano y salió corriendo, prácticamente arrastrándola detrás de él. Rodearon los límites de la propiedad hasta quedar escondidos entre los árboles que quedaban enfrente de la puerta lateral.
– Vamos a tener que hacer una carrera a través del claro hacia la puerta – dijo Blake.
– ¿Qué probabilidades crees que hay de que ella esté en este lado de la casa?
– Muy pocas. La dejamos en la salita de la parte delantera, si no está, probablemente haya subido arriba y buscado su habitación.
Caroline se quedó boquiabierta.
– ¿Y si encuentra la mía? Mi ropa está allí. Solo tengo tres vestidos, pero evidentemente no te pertenecen a ti.
Blake volvió a maldecir.
Ella alzó sus cejas.
– ¿Sabes? Empiezo a encontrar tus maldiciones más bien reconfortantes; si no maldijeras, la vida parecería casi antinatural.
– Eres una mujer extraña – Blake tiró de su mano, y antes de que Caroline se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, iba ligera cruzando la hierba, repitiendo con su mente una sarta de oraciones para que Penélope no los viera. Nunca había sido particularmente de una creencia religiosa, pero este parecía un buen momento para desarrollar un carácter piadoso.
– Ellos embarrilan al otro lado de la puerta lateral, tendremos que encaramarnos con mucho esfuerzo, ya que los colocan sobre las escaleras.
– Tú – dijo Blake – sube al cuarto de baño. Yo encontraré a los sirvientes.
Caroline afirmó con la cabeza y se lanzó violentamente a subir las escaleras, escurriéndose silenciosamente dentro de su cuarto de baño. Miró a su alrededor con una buena dosis de disgusto. Solo Dios sabía cuánto tiempo iba a estar encerrada.
– Bien – dijo en voz alta – podría ser peor.
Tres horas más tarde Caroline había descubierto que el único modo de evitar el aburrimiento en el baño, era entretenerse haciendo una lista de todas las situaciones que podrían ser lo peor que le hubiera pasado.
No era fácil.
Descartó inmediatamente toda clase de escenarios fantásticos, como ser pisoteada por una vaca de dos cabezas, y se concentró en cambio, en posibilidades más realistas.
– Él podría tener un cuarto de baño pequeño – le decía a su reflejo en el espejo – o podría estar muy sucio. O… o… o… o… o él podría olvidarse de alimentarme – sus labios se torcieron en una línea de irritación. ¡El maldito hombre se había olvidado de darle de comer!
– El cuarto podría no tener ventanas – intentó, echando una mirada hacia la abertura. Hizo muecas. Había que tener un extraordinario carácter optimista, para llamar ventana a ese trocito de cristal.
– Podría tener un erizo como mascota – dijo – que mantuviera en la palangana.
– No es probable – le llegó la voz de un hombre – pero es posible.
Caroline alzó la mirada para ver a Blake en la puerta.
– ¿Dónde has estado? – siseó – estoy hambrienta.
Él le arrojó un bollo.
– Eres demasiado amable – murmuró zampándoselo – ¿eso era mi plato principal o simplemente un aperitivo.
– Quedarás satisfecha, tranquilízate. Creí que Perriwick iba a tener palpitaciones cuando oyó donde estabas escondida. Imagino que él y a la señora Mickle están preparando un banquete mientras nosotros hablamos.
– Sinceramente, Perriwick es un hombre más agradable que tú.
Él se encogió de hombros.
– Sin duda.
– ¿Lograste interceptar a todos los sirvientes, antes de que ellos hablaran de mí a Penélope?
– Si. Estamos a salvo, no tengas miedo. Y tengo tus cosas. Las cambié a mi habitación.
– ¡Yo no estoy en tu habitación! – dijo ella, más bien enojada.
– Nunca dije que lo fuera. Naturalmente, eres libre de permanecer aquí en el cuarto de baño. Encontraré algunas mantas y una almohada para ti. Con un poco de ingenio, podemos hacer este lugar bastante confortable.
Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.
– Tu estás disfrutando con esto ¿verdad?
– Solo un poco, te lo aseguro.
– ¿Preguntó Penélope por mí?
– Efectivamente. Ya te ha escrito una carta pidiéndote una cita para mañana por la tarde – metió la mano en su bolsillo, sacó un pequeño sobre y se lo dio.
– Bueno, esto si que es un regalo – refunfuñó Caroline.
– Si yo fuera tú, no me quejaría. Al menos esto significa que puedes salir del cuarto de baño.
Caroline lo miró fijamente, verdaderamente molesta con su sonrisa. Se puso de pie y colocó las manos en sus caderas.
– Caramba, estamos buscando guerra esta tarde ¿verdad?
– No seas condescendiente conmigo.
– Es que esto es tan gracioso.
Ella le arrojó violentamente el orinal.
– Puedes usar esto en tu propia habitación.
Blake lo esquivó y se rió a pesar suyo, cuando el orinal se hizo pedazos al chocar contra la pared.
– Bueno, supongo que puedo estar agradecido de que no estuviera lleno.
– Si hubiera estado lleno – siseó ella – habría apuntado a tu cabeza.
– Caroline, esta situación no es por mi culpa.
– Lo sé, pero yo no tengo que alegrarme por eso.
– Ahora, estás siendo un poco irrazonable.
– Me da igual – Ella le tiró una pastilla de jabón. Se quedó pegada contra la pared.
– Tengo todo el derecho a ser irrazonable.
– ¿Oh? – Esquivó su maquinilla de afeitar que volaba por el aire.
Ella lo miró encolerizadamente.
– Para tu información, la semana pasada, he sido, oh, déjame ver, casi violada, raptada, atada a la pata de una cama, forzada a toser hasta quedarme sin voz.
– Eso fue por tu culpa.
– Por no mencionar el hecho de que me embarqué en un acto delictivo al irrumpir en mi anterior hogar, a punto de ser atrapada por mi detestable tutor.
– No olvides tu tobillo fracturado – añadió él.
– ¡Ooooohhhh! Podría matarte – otra pastilla de jabón voló hacia su cabeza rozando su oreja.
– Señora, desde luego estás haciendo buenos intentos.
– ¡Y ahora! – gritó ella – Y ahora, como si todo eso no fuera lo suficientemente indigno, me veo obligada a vivir durante una semana en un cuarto de baño asqueroso.
Visto así, Blake consideró que la situación era condenadamente graciosa. Mordió su labio, intentando controlar su risa.
No tuvo éxito.
– ¡No te rías de mí! – sollozó ella.
– ¿Blake?
Se puso absolutamente serio en menos de un segundo.
– ¡Es Penélope! – susurró.
– ¿Blake?¿Qué son todos esos gritos?
– ¡Rápido! – siseó él, empujándola por la espalda hasta el hueco de la escalera.
– ¡Escóndete!
Caroline se alejó a toda prisa, y al mismo tiempo, Penélope abría la puerta del cuarto de baño, mientras ella cerraba la del hueco de las escaleras.
– ¿Blake? – preguntó Penélope por tercera vez – ¿Qué es todo este alboroto?
– No es nada, Penny, yo…
– ¿Qué pasó aquí? – chilló ella.
Blake miró alrededor y tragó saliva. Había olvidado el desorden que había por el suelo. Pedazos del orinal, su maquinilla de afeitar, una toalla o dos…
– Yo, er… – le pareció que era más fácil mentir para la seguridad nacional que para su hermana mayor.
– ¿Es eso una pastilla de jabón pegada en la pared? – preguntó Penélope.
– Um… si, parece que es eso.
Ella señaló al suelo.
– ¿Y es esto otra pastilla de jabón?
– Er… si, debo estar bastante torpe esta mañana.
– Blake, ¿hay algo que me estés ocultando?
– Hay unas cuantas cosas que te oculto – dijo con absoluta honestidad, intentando no pensar en Caroline sentada en el hueco de la escalera, probablemente riéndose al evitar su difícil situación.
– ¿Qué es esto que hay en el suelo? – Penélope se agachó y recogió algo blanco.
– ¡Vaya! ¡Es la nota que escribí a la señorita Dent! ¿Qué hace aquí?
– No he tenido oportunidad de enviársela todavía, gracias a Dios, Caroline había olvidado abrirla.
– ¡Por amor de Dios! No la dejes en el suelo – entrecerró sus ojos y levantó la vista para mirarlo.
– Ya veo. Blake ¿Te pasa algo?
– En realidad, no – contestó, aprovechando la oportunidad que ella le ofrecía – he estado algo mareado desde hace más o menos una hora. Así es como volqué el orinal.
Ella tocó su frente – no tienes fiebre.
– Estoy seguro que no es nada que no se cure con una buena noche de sueño.
– Supongo – Penélope frunció los labios – pero si mañana no te sientes mejor, voy a llamar al doctor.
– Estupendo.
– Quizás deberías acostarte ahora mismo.
– Sí- dijo él – prácticamente empujándola fuera del cuarto de baño – esa es una excelente idea.
– De acuerdo, entonces. Volveré después a taparte con las sabanas.
Blake dejó salir un enorme suspiro, al tiempo que cerraba la puerta del cuarto de baño detrás de él. Ciertamente no era feliz por el último giro de los acontecimientos. Lo último que él quería era que su hermana mayor estuviera continuamente quejándose.
Pero sin duda, era preferible eso que descubrir a Caroline en medio de los pedazos del orinal y los trozos de jabón.
– ¿Señor Ravenscroft?
Él levantó la vista. Perriwick permanecía de pie en la puerta, llevando una bandeja de plata cargada con un verdadero banquete. Blake comenzó negar con la cabeza frenéticamente, pero fue demasiado tarde, Penélope ya estaba de vuelta.
– Oh, Perriwick – dijo ella – ¿qué es esto?
– Comida – le reveló totalmente confundido con su presencia. Echó un vistazo a su alrededor.
Blake frunció el ceño. El condenado mayordomo estaba obviamente buscando a Caroline; Perriwick podía haber sido discreto, pero era absolutamente torpe cuando se trataba de disimular.
Penélope miró a su hermano con ojos interrogantes
– ¿Tienes hambre?
– Er… Sí, pensé tomar un bocado para merendar.
Ella levantó la tapa de una de las fuentes, dejando ver una porción de carne asada muy grande.
– Esto es más que un bocado.
Los labios de Perriwick se estiraron en una débil sonrisa melosa.
– Pensamos darle algo sustancial ahora, ya que pidió una comida ligera para cenar.
– Qué considerado – refunfuñó Blake, habría apostado sus dientes delanteros a que esa carne era la que en principio le iban a preparar para cenar. Probablemente Perriwick y la señora Mickle habrían acordado enviarle la comida más buena a Caroline, y darles gachas de avena a los “reales” ocupantes de Seacrest Manor. Lo más seguro que ellos no habían mantenido en secreto su desaprobación cuando Blake les informó del nuevo domicilio de Caroline.
Perriwick se volvió hacia Penélope mientras dejaba la bandeja sobre la mesa.
– Si me permite, señorita.
– ¡Perriwick! – rugió Blake – si oigo la frase “si me permite” una vez más, como que Dios existe, voy a arrojarte al Canal.
– Oh, vaya – dijo Penélope – quizá tenga fiebre, después de todo. Perriwick, ¿tú que crees?
El mayordomo se dirigió a la frente de Blake, cuando su mano estuvo a punto de ser mordida.
– Tócame y morirás – gruñó Blake.
– ¿Un poquito gruñón esta tarde, eh? – dijo Perriwick con una sonrisa burlona.
– Estaba estupendamente bien hasta que has llegado.
Penélope le dijo al mayordomo.
– Está actuando de manera muy extraña toda la tarde.
Perriwick afirmó con un movimiento regio de la cabeza.
– Quizá deberíamos dejarlo, un poco de descanso podría ser lo que necesita.
– Muy bien – Penélope siguió al camarero hasta la puerta – te dejaremos sólo, pero si me entero de que no has echado una siesta, voy a enfadarme mucho contigo.
– Sí, sí – dijo Blake apresuradamente, intentando encaminarlos fuera de la habitación – prometo que descansaré, no me molestéis, tengo el sueño muy ligero.
Perriwick dejó escapar un fuerte resoplido que no guardaba de ninguna manera relación con su habitual semblante solemne.
Blake cerró la puerta detrás de ellos y se apoyó contra la pared dando un enorme suspiro.
– Buen Dios – se dijo para sí – a este paso me convertiré en un viejo zopenco antes de cumplir los treinta.
– Hmmmm – se oyó una voz desde el cuarto de baño – diría que ya vas por buen camino.
Levantó la vista para ver a Caroline en la puerta con una fastidiosa y enorme sonrisa en su cara.
– ¿Qué quieres? – dijo enfadado.
– Oh, nada – dijo ella ingenuamente – solo quería decirte que lo hiciste estupendo.
Él entrecerró los ojos de forma suspicaz.
– ¿Qué quieres decir?
– Vamos a decir que he descubierto el humor en nuestra situación.
Él le gruñó y dio un paso amenazador hacía adelante.
Pero ella no parecía acobardada.
– En realidad, no recuerdo la última vez que me reí tanto – dijo ella, cogiendo la bandeja de comida.
– Caroline ¿tú aprecias tu cuello?
– Si, le tengo cariño, ¿Por?
– Porque si no cierras el pico, te voy a estrangular.
Ella volvió rápidamente al cuarto de baño.
– Tú ganas – y cerró la puerta, dejandolo echando humo en su habitación.
Y por si esto no fuera suficientemente malo, el siguiente sonido que él oyó fue un fuerte chasquido.
La maldita mujer le había cerrado la puerta. Se había llevado toda la comida y le había cerrado la puerta.
– ¡Pagarás por esto! – le gritó a la puerta.
– Cállate – le llegó una respuesta amortiguada – estoy comiendo.