nic-tate (verbo). Pestañear (parpadear).
Me he dado cuenta que las situaciones en las que me pongo nerviosa a menudo me causan pestañeos (nictate) o tartamudez.
Del diccionario personal de Caroline Trent.
Una hora más tarde Caroline sintió que se había refrescado bastante, al menos en el sentido físico. El aire salado y vivificante poseía asombrosas propiedades reconstituyentes para los pulmones; desgraciadamente, no era tan eficaz para el corazón y la cabeza.
¿ Amaba ella a Blake Ravenscroft? Naturalmente esperaba que así fuera. Le gustaría creer que no se habría comportado de manera tan injustificable por un hombre por quien ella no sentía un afecto profundo y duradero.
Sonrió irónicamente, lo que debía considerar era si Blake la amaba a ella. Creía que sí, al menos un poquito. Su preocupación por su bienestar la noche anterior había sido evidente; y cuando la besó… bueno, ella no sabía mucho de besos, pero pudo percibir un apetito en él, e instintivamente supo que ese apetito estaba reservado exclusivamente para ella. Y podía hacerle reír, eso tenía que contar para algo.
Entonces, cuando empezaba a hacer racional su situación, oyó un golpe tremendo, seguido por el sonido de madera astillada, y por un chillido decididamente femenino.
Las cejas de Caroline se elevaron, ¿Qué había sucedido? Quería averiguarlo, pero suponía que su presencia aquí en Bournemouth no debiera llegar a conocerse. No era probable que uno de los amigos de Oliver fuera de camino por esta carretera tan poco usada, pero si la reconocieran, sería todo un desastre. A pesar de eso, alguien podría tener problemas…
La curiosidad ganó a la prudencia, y salió corriendo hacia el sonido del golpe, reduciendo su velocidad y parando por si acaso cambiaba de opinión y decidía esconderse.
Ocultándose detrás de un árbol, miró lo que pasaba en la carretera. Un magnífico carruaje se encontraba recostado totalmente en el barro, con una rueda totalmente hecha añicos. Tres hombres y dos damas estaban arremolinados; ninguno parecía estar herido, así que Caroline decidió permanecer detrás del árbol hasta que pudiera evaluar la situación.
Rápidamente el escenario llegó a ser un enigma fascinante ¿Quienes eran esas personas y que había pasado? Caroline resolvió con rapidez quién estaba al mando (era la mejor vestida de las dos damas). Era absolutamente adorable, con negros rizos que salían derramándose bajo su sombrero, y daba ordenes de una manera que revelaba que había estado tratando con sirvientes durante toda su vida.
Caroline juzgó que su edad rondaría los treinta, quizá algo mayor.
La otra mujer que probablemente sería su doncella, y los caballeros (Caroline especuló que uno sería el conductor y los otros dos serían escoltas. Los tres hombres iban vestidos con libreas azul oscuro haciendo juego.
Quienquiera que fuesen esas personas, venían de una casa sumamente acaudalada.
Después de discutir durante unos minutos, la dama que estaba al cargo de todo, envió al conductor y a uno de los escoltas hacia el norte, probablemente para ir a buscar ayuda; miró al portaequipajes que había caído fuera del carruaje y dijo
– Podríamos usarlos como asiento – y los tres viajeros que quedaron, se sentaron, dejándose caer ruidosamente a esperar.
Después de algunos minutos más o menos de estar sentados y sin hacer nada, la dama se volvió a su doncella y le dijo
– ¿Supongo que mi bordado no estará empaquetado en algún sitio accesible?
La doncella sacudió negativamente la cabeza.
– Está en la mitad del portaequipajes más grande, señora.
– Ah, ese sería el que milagrosamente todavía está sujeto en lo alto del carruaje.
– Sí, señora.
La dama dejó salir un largo suspiro.
– Supongo que deberíamos estar agradecidos de que no haga demasiado calor.
– O que llueva – agregó el escolta.
– O que nieve – dijo la doncella.
La dama le lanzó una mirada de contrariedad.
– En realidad, Sally, eso es bastante difícil en esta época del año.
La doncella se encogió de hombros.
– Cosas más extrañas suceden. Después de todo, quién habría pensado que perderíamos una rueda por el camino; y eso siendo el carruaje más caro que se pueda comprar.
Caroline sonrió y se alejó poco a poco, evidentemente esas personas estaban ilesas, y el resto de los viajeros volverían pronto con ayuda. Mejor mantener su presencia en secreto. Cuantas menos personas supieran que estaba aquí en Bournemouth mejor. Después de todo, ¿y si esa dama fuera amiga de Oliver? Probablemente no lo sería, por supuesto, la chica parecía tener sentido del humor y tacto, lo que inmediatamente eliminaría a Oliver de su círculo de amistades. Aún así, debía ser muy cuidadosa.
Irónicamente, eso era lo que Caroline siempre se decía a sí misma (nunca se era demasiado cuidadoso) cuando dio un paso en falso y fue a pisar una ramita seca que rompió por la mitad con un crujido extremadamente sonoro.
– ¿Quién está ahí? – preguntó con rapidez la señorita.
Caroline se quedó helada.
– Salga inmediatamente.
¿Podría correr ella más que el escolta? Improbable. El hombre se dirigía ya resueltamente en su dirección, con la mano sobre un bulto de su pantalón y Caroline tuvo la extraña sospecha de que se trataba de un arma.
– Solo soy yo – dijo con rapidez saliendo al espacio abierto.
La dama irguió su cabeza, y entrecerró sus grises ojos ligeramente.
– Buenos días, yo, ¿Quien es usted?
– ¿Quién es usted? – dijo Caroline en contraposición.
– Yo pregunté primero.
– Ah, pero yo estoy sola, y usted está a salvo entre sus compañeros de viaje. Por lo tanto, por simple cortesía estimaría que se diera a conocer usted antes.
La mujer echó hacia atrás su cabeza con admiración y sorpresa
– Mi querida joven, está diciendo la mayor de las estupideces, sé todo lo que hay que saber sobre simple cortesía, me temo que usted no podría decir lo mismo.
– Por no mencionar – continuó la dama – que de nosotras dos, yo soy la única acompañada por un sirviente armado, así que usted debería ser la primera en revelar su identidad.
– Lleva razón – concedió Caroline, echando un vistazo al arma con gesto receloso.
– Pocas veces hablo para oír mi propia voz.
Caroline suspiró.
– Ojalá pudiera decir lo mismo, a menudo hablo sin reflexionar primero mis palabras, es una horrible costumbre – mordió su labio dándose cuenta de que estaba contándole sus defectos a una total desconocida – como en este momento – añadió tímidamente.
Pero la dama sólo se rió. Era un tipo de risa alegre, amistosa, y eso alivió a Caroline, lo suficiente para que dijera
– Mi nombre es señorita… Dent.
– ¿Dent? No me resulta familiar ese nombre.
Caroline encogió los hombros.
– No es muy común.
– Ya veo. Yo soy la condesa de Fairwich.
¿Una condesa? Por el amor de Dios, parece que un buen número de aristócratas estuvieran en este rinconcito de Inglaterra últimamente. Primero James, ahora esta condesa, y Blake aunque no tuviera título, era el segundo hijo del Vizconde de Darnsby. Caroline echó un vistazo al cielo y mentalmente dio las gracias a su madre, por asegurarse de que su hija aprendiera las reglas de la etiqueta antes de morir. Con una sonrisa y una reverencia dijo
– Encantada de conocerla, señorita Fairwich.
– Y yo a usted, señorita Dent. ¿Vive en la región?
¡Oh, Dios! ¿Cómo responder a eso?
– No demasiado lejos – dijo con una evasiva – suelo dar largos paseos cuando hace buen tiempo ¿es usted también de por aquí?
Caroline se mordió el labio al momento. Qué pregunta más tonta, si la condesa era realmente de la región de Bournemouth, todos deberían conocerla, y Caroline sería inmediatamente descubierta como una impostora.
No obstante, la fortuna estaba de su lado, y la condesa dijo
– Fairwich está en Somerset, pero hoy vengo de Londres.
– ¿De veras? Yo nunca he estado en nuestra capital. Me gustaría ir algún día.
La condesa se encogió de hombros.
– Aumenta un poco más el calor en verano con todo el gentío; no hay nada como el fresco aire del mar para hacer que una se sienta bien de nuevo.
Caroline le sonrió.
– Por supuesto. ¡Ay! Que pena, si eso pudiese arreglar un corazón roto…
Oh, estúpida, estúpida boca, ¿Porqué habría dicho eso? Ella quería hacer una broma, ahora la condesa sonreía burlonamente y la miraba de esa manera tan maternal, como queriendo decir que iba a preguntarle algo sumamente personal.
– Oh, querida. ¿tiene el corazón roto?
– Digamos que está algo magullado – dijo ella, pensando que estaba llegando a ser bastante buena en el arte de mentir – sólo es un chico que conozco de toda la vida. Nuestros padres esperaban que fuésemos pareja, pero… – encogió los hombros dejando a la condesa sacar sus propias conclusiones.
– Lástima, es una chica encantadora, debería presentarle a mi hermano, vive bastante cerca.
– ¿Su hermano? – chilló Caroline, percatándose de repente de los colores que llevaba la condesa. Pelo negro. Ojos grises.
Oh, no.
– Si, es Blake Ravenscroft de Seacrest Manor. ¿Lo conoce?
Caroline prácticamente se asfixió con su lengua, y logró apañárselas para decir:
– Hemos sido presentados.
– Iba a visitarlo en este momento ¿estamos muy lejos de su casa? Nunca he estado en ella.
– No, no, es… es justo allí sobre la colina – apuntó en dirección hacia Seacrest Manor, y dejó caer la mano con rapidez cuando se dio cuenta de que estaba temblando ¿Qué iba a hacer? No podía permanecer en Seacrest Manor viviendo con la hermana de Blake. Oh, Maldito hombre, ¡¡¡se podía ir al infierno!!! ¿Porqué no le habría dicho que su hermana le haría una visita?
A menos que él no lo supiera. Oh, no, Blake se iba a poner furioso. Caroline tragó saliva nerviosamente y dijo:
– No sabía que el señor Ravenscroft tuviera una hermana.
La condesa agitó su mano de una forma que a Caroline le recordó al instante a Blake.
– Es un miserable, siempre ignorándonos. Nuestro hermano mayor acaba de tener una hija. He venido a darle la noticia.
– Oh, yo… yo… yo estoy segura de que él estará encantado.
– Entonces es la única. Estoy totalmente segura de que se pondrá más que contrariado.
Caroline parpadeó con furia, sin comprender a esta mujer para nada.
– ¿Me… me… me disculpa?
– David y Sarah tuvieron una hija, su cuarta hija, lo que significa que Blake todavía es el segundo en la línea para el vizcondado.
– Ya… veo – en realidad, ella no lo entendía pero era tan feliz por no haber tartamudeado, que no le importó.
La condesa suspiró.
– Si Blake llega a ser Vizconde de Darnsby, lo cual no es probable en absoluto, tendría que casarse y tener un heredero. Si vive en esta zona, estoy segura de que sabe que es un soltero consumado.
– De hecho, realmente no lo conozco muy bien – Caroline se preguntaba si sonaría demasiado decidida de querer convencerla, así que añadió – solo en… en los actos locales y todo eso. Ya sabe, el baile del condado, etc.
– ¿De veras? – preguntó la condesa con abierto interés – ¿mi hermano ha asistido al baile del condado de la región? No me lo imagino. Supongo que lo próximo que va a decirme es que recientemente la luna cayó sobre el Canal.
– Bueno – añadió Caroline, tragando saliva dolorosamente – sólo asistió una vez.
En… una pequeña aldea, aquí, cerca de Bournemouth, y naturalmente por eso sé quién es. Todos saben quién es.
La condesa guardó silencio por un momento, y luego dijo bruscamente:
– ¿Dice que la casa de mi hermano no está muy lejos?
– ¡Oh! no, señorita. No le llevaría más que un cuarto de hora llegar hasta allí – Caroline miró el portaequipajes – Tendrá que dejar las cosas ahí atrás, por supuesto.
La condesa movió su mano en el aire en lo que Caroline denominaba ahora la ola Ravenscroft.
– Simplemente haré que mi hermano envíe a un hombre a buscarlas más tarde.
– Oh, pero él… – Caroline comenzó a toser a lo loco, intentando ocultar que había estado a punto de soltar que Blake sólo tenía tres sirvientes, y de ellos, sólo el ayuda de cámara era lo suficientemente fuerte como para levantar algo pesado.
La condesa la golpeó fuertemente en la espalda.
– ¿Estás totalmente bien, señorita Dent?
– Sólo… sólo tragué un poco de polvo, eso es todo.
– Sonaba igual que una tormenta.
– Si, bueno, de vez en cuando soy propensa a los ataques de tos.
– ¿De verdad?
– Una vez incluso me quedé sin voz.
– ¿Sin voz? No puedo imaginarlo.
– Nadie podía – dijo Caroline honestamente – hasta que sucedió.
– Bueno, estoy segura de que su garganta debe estar muy lastimada. Nos acompañará a casa de mi hermano, una taza de té la dejará como nueva.
Caroline volvió a toser, esta vez de verdad.
– No no no no no no no – dijo, bastante más rápidamente de lo que a ella le habría gustado – no es necesario, no me gustaría abusar.
– Oh, pero no estaría abusando; después de todo, la necesito para que nos lleve a Seacrest Manor. Ofrecerle una taza de té y algún alimento es lo menos que puedo hacer para recompensar su amabilidad.
– En realidad no es necesario – se apresuró a decir Caroline – y la dirección hacia Seacrest Manor es bien sencilla; todo lo que tiene que hacer es seguir el…
– Tengo muy mal sentido de la orientación – interrumpió la condesa – la semana pasada me perdí en mi propia casa.
– Encuentro eso difícil de creer, señorita Fairwich.
La condesa encogió los hombros.
– Es un edificio grande, llevo casada con el conde diez años, y aun no he pisado el ala este.
Caroline tragó con dificultad y sonrió débilmente, sin tener ni idea de como responder a eso.
– Insisto en que nos acompañe – dijo la condesa, enlazando su brazo alrededor del de Caroline – y le advierto que no suelo discutir; siempre me salgo con la mía.
– Eso, señorita Fairwich, no lo encuentro difícil de creer en absoluto.
La condesa emitió una risa vibrante.
– Señorita Dent, creo que usted y yo vamos a llevarnos estupendamente.
Caroline tragó saliva.
– ¿Entonces piensa permanecer en Bournemouth durante algún tiempo?
– Oh, una semana más o menos. Sería tonto hacer todo el recorrido hasta aquí y entonces volvernos otra vez.
– ¿Todo el camino? ¿No son unas cien millas? – dijo Caroline frunciendo el ceño. ¿No era eso lo que Blake había dicho esta mañana?
– Cien millas, doscientas millas, quinientas millas… – la condesa hizo el gesto de la mano de los Ravenscroft – si tengo que empaquetar, ¿que diferencia hay?
– Yo, yo, yo, creo que no lo sé – contestó Caroline, sintiendo como si hubiera sido demolida por un ciclón.
– ¡Sally! – gritó la condesa, volviéndose hacia su doncella – la señorita Dent va a llevarme a casa de mi hermano, ¿Por qué no te quedas aquí con Félix y cuidas nuestras bolsas? Enviaremos a alguien a por ti enseguida.
La condesa dio un paso en dirección a Seacrest Manor, arrastrando a Caroline prácticamente con ella.
– Quizá mi hermano se asombre al verme – parloteaba ella.
Caroline se movió hacia delante tambaleándose.
– Quizá esté en lo cierto.
Blake no estaba de buen humor.
Evidentemente había perdido el poco juicio que alguna vez hubiera tenido. No había otra explicación para llevarse a Caroline a su habitación y casi violarla a plena luz del día. Y por si eso no era suficientemente malo, ahora estaba dolorido por sus necesidades insatisfechas, gracias a su entrometido mayordomo.
Pero lo peor (lo francamente peor) de todo era que ahora Caroline había desaparecido de repente. Había registrado la casa de arriba a abajo, de delante a atrás, y ella no se encontraba en ningún sitio. No creía que se hubiera escapado, tenía demasiado juicio como para hacer eso. Probablemente estaría fuera paseando por el campo, intentando despejar su cabeza.
Lo que hubiera sido perfectamente comprensible y una tarea ciertamente digna de elogio, si no hubiera carteles pegados por todo el condado con una cara tan parecida a la suya. No era muy bueno el parecido, estaba seguro (Blake todavía pensaba que el artista debería haberla pintado sonriendo); pero aun así, si alguien la encontraba y la llevaba hasta Prewitt…
Tragó saliva nerviosamente. No le gustó la sensación de vacío que sintió al pensar que ella se había marchado.
¡Demonio de mujer! No tenía tiempo para complicaciones como ésta, y desde luego no había cabida para otra mujer en su corazón.
Blake maldijo entre dientes y apartó a un lado un parte de cortina transparente examinando el jardín lateral. Caroline debió haberse marchado a través de las escaleras de los sirvientes, era la única salida a la que había tenido acceso desde el cuarto de baño. Exploró el terreno totalmente, pero había inspeccionado ese lado más a menudo; por alguna razón creía que ella volvería por el mismo sitio por el que se había marchado. No sabía por qué. Parecía del tipo de personas que haría eso.
Sin embargo, no había ni rastro de ella, así que Blake volvió a maldecir y dejó caer la cortina. Fueron golpetazos bastante estridentes y fuertes de hombres, lo que oyó en la puerta principal.
Blake maldijo por tercera vez, incomprensiblemente irritado por haberse adelantado equivocadamente al comportamiento de ella. Caminó hasta la puerta con pasos largos y rápidos, su cerebro lleno a rebosar con la bronca que le iba a echar. Cuando hubiera terminado con ella, no se volvería a atrever a correr esa clase de hazañas otra vez.
Su mano agarró el pomo de la puerta y la abrió tirando con fuerza, su voz era un gruñido enfadado cuando dijo
– ¿Dónde demonios has…
Su aflicción aumentó notablemente.
Parpadeó.
Abrió bruscamente su boca para volverla a cerrar.
– ¿Penélope?