Nos-trum (nombre). Un medicamento, o aplicación médica, preparado para la persona recomendándolo, un remedio curandero.
El no parece tener mucha confianza en sus remedios caseros (nostrums) pero todavía los mete por la fuerza en mi garganta.
Del diccionario personal de Caroline Trent
Blake la dejó sola durante el resto del día. Estaba demasiado enfurecido para confiar en si mismo estando ella cerca. Ella y su maldita garganta muda lo estaban sacando de quicio, pero lo cierto era que, la mayoría de su cólera estaba dirigida hacia sí mismo.
¿Cómo podía haber pensado en besarla? ¿Incluso durante un segundo? Podía ser medio española, pero también era medio inglesa y esto la convertía en una traidora.
Y fue una traidora la que había asesinado a Marabelle.
En cuanto el sol se puso comenzó a llover, como si su humor se reflejara; y Blake comenzó a pensar en el bote para las plumas que ella había dejado en la repisa para recoger agua.
Emitió un bufido, como si ella fuera a morir de sed después de todo el té que le había echo tragar esa tarde. Más aún, mientras tomaba su merienda en silencio, no podía ayudarla pero pensaba en ella, arriba, encerrada en la pequeña habitación; tenía que estar muerta de hambre, no había comido en todo el día.
– ¿Cual es el problema contigo? – dijo en voz alta. Sintiendo lástima por la astuta y pequeña espía. Bah! ¿No había dicho que la iba a matar de hambre? Nunca hacía promesas que no mantuviera.
Además, ella era una cosita flaca, y sus ojos… los seguía viendo en su mente. Eran enormes, tan claros que prácticamente resplandecían. Y Blake pensó con una mezcla de irritación y remordimiento, que si los mirara ahora directamente, lo más probable es que tuvieran mirada de hambre.
– ¡Demonios! – musitó, poniéndose de pie tan rápido que golpeó su silla hacía atrás. Podía también darle un panecillo; tenía que haber una mejor manera de conseguir que ella le diera la información que necesitaba que matándola de hambre. Quizá si repartía la comida de forma avarienta, ella estaría tan agradecida por lo que le diera que empezaría a sentirse obligada hacia él. Había oído situaciones donde los cautivos habían empezado a mirar a sus secuestradores como héroes. No le importaría ver esos ojos azul verdosos mirándole como a un adorado héroe.
Blake cogió un panecillo de la bandeja que había sobre la mesa, entonces lo volvió a colocar para coger otro más grande; y tal vez un poco de mantequilla. Desde luego no podía hacerle daño. Y mermelada… no. No llegó a la mermelada. Ella era una espía después de todo.
Cuando lo oyó en la puerta, Caroline estaba sentada sobre su cama, bizqueando mientras miraba la llama de una vela. El ruido de una cerradura abierta, después otro, y allí estaba él, ocupando completamente la entrada.
¿Cómo era que cada vez que lo miraba parecía incluso más atractivo que antes? En realidad eso no era justo. Toda esa belleza desperdiciada sobre un hombre, y bastante molesto, además.
– Le traje un trozo de pan – dijo bruscamente, ofreciéndole algo. El estomago de Caroline dejó salir un ruido fuerte cuando cogió el panecillo de su mano.
“Gracias” gesticuló con la boca.
El se apoyó al final de la cama mientras ella devoraba el panecillo con poca intención de guardar modales o decoro.
– De nada. Oh, casi lo olvidé – dijo – también le traje mantequilla.
Ella miró tristemente la pizca de pan que quedaba en su mano y suspiró.
– ¿Todavía la quiere?
Ella asintió con la cabeza, cogió el pequeño cuenco de barro y mojó el último bocado en la mantequilla. Lo metió rápidamente en su boca y lo masticó lentamente, saboreando cada bocado. ¡Gracias a Dios!
“Creí que me iba a matar de hambre” movió la boca vocalizando sin salir sonidos.
El negó con la cabeza en señal de incomprensión.
– Puedo entender “Gracias”, pero esto es superior a mí; a menos que su voz vuelva a estar en perfecto estado y pudiera realmente decir esa frase en voz alta.
Movió su cabeza en gesto negativo, lo cual no era técnicamente una mentira; Caroline no había probado su voz desde que él la había dejado. No quería saber si había vuelto o no. De cualquier modo parecía mejor ignorar el problema.
– Piedad – murmuró.
Ella puso los ojos en blanco en respuesta, entonces dio una palmadita en su estomago y miró las manos de él con ilusión.
– Me temo que solo traje un panecillo.
Caroline miró su pequeño cuenco de mantequilla, encogió los hombros y clavó su dedo en él. ¿Quién sabía lo que iba a hacer cuando decidió alimentarla? Ella tenía que conseguir su sustento de donde pudiera, incluso si ello significaba comer mantequilla sola.
– ¡Oh, por Dios! – dijo – no coma eso. No puede ser bueno para usted.
Caroline le lanzó una mirada sarcástica.
– ¿Cómo está? – preguntó.
Ella agitó las manos en todas direcciones.
– ¿Aburrida?
Asintió con la cabeza.
– Bien.
Ella frunció el ceño.
– No tengo intención de entretenerla. No es una invitada.
Ella puso los ojos en blanco y dejó salir un pequeño bufido.
– Hace tiempo que no se levanta esperando siete platos de comida.
Caroline se preguntó si el pan y la mantequilla contarían como dos platos. Si era así, todavía le quedaban cinco.
– ¿Cuánto tiempo va a continuar con esta charada?
Parpadeó y movió mudamente los labios.
– ¿Qué?
– Seguramente su voz ya ha vuelto.
Ella movió negativamente la cabeza, tocó su garganta y puso una cara tan triste que él se rió.
– Eso duele, ¿eh?
Ella agitó la cabeza afirmándolo.
Blake se pasó la mano removiendo su pelo negro, enojándose un poco porque esta mentirosa le había hecho reír más en todo el día, que en todo el año anterior.
– Sabe, si no fuera una traidora, sería bastante divertida.
Ella encogió los hombros.
– ¿Ha tenido alguna vez en cuenta sus acciones? ¿Lo que han costado? ¿La gente a la que le hizo daño?
Blake la miró a los ojos intensamente. No sabía por qué, pero estaba resuelto a que esta pequeña espía tuviera cargo de conciencia. Podía haber sido una buena persona, estaba seguro de ello. Era elegante, y divertida, y…
Blake movió su cabeza negativamente para desechar sus pensamientos caprichosos. ¿Se veía a sí mismo como su salvador? No la había traído hasta aquí para su redención. Lo único que quería era la información que acusaría a Oliver Prewitt. Entonces la llevaría a las autoridades.
Por supuesto, probablemente ella también vería la horca. Era un pensamiento sensato pero en cierto modo, no le gustaba.
– Qué despilfarro – murmuró.
Ella elevó sus cejas a modo de pregunta.
– Nada.
Sus hombros subieron y bajaron con un movimiento al estilo francés.
– ¿Qué edad tiene? – preguntó precipitadamente.
Ella sacó de repente sus diez dedos dos veces.
– ¿Sólo veinte? -preguntó con incredulidad. – No es que parezca más mayor, pero yo pensé… Rápidamente ella levantó otra vez una mano, con los cinco dedos extendidos como una estrella de mar.
– ¿Veinticinco, entonces?
Afirmó con la cabeza, pero miraba hacia la ventana mientras lo hacía.
– Debería estar casada con niños enganchados a sus faldas, y no intentando traicionar a la corona.
Ella bajó la vista, y sus labios se alisaron en una expresión que sólo podía ser triste.
Entonces retorció sus manos en un movimiento interrogativo y lo señaló.
– ¿Yo?
Ella afirmó con la cabeza.
– ¿Qué pasa conmigo?
Ella señaló el cuarto dedo de su mano izquierda.
– ¿Por qué no estoy casado?
Afirmó, esta vez con mucho énfasis.
– ¿No lo sabe?
Lo miró sin comprender, y después de algunos segundos movió negativamente su cabeza.
– Por poco me caso – Blake intentó que sonara poco serio, pero cualquier idiota podría oír el dolor en su voz.
“ ¿Qué sucedió? ” movió la boca sin hablar.
– Murió.
Ella tragó saliva y colocó su mano sobre él en un gesto de simpatía. “ Lo siento ”
Negó con su cabeza alejándose de ella y cerró los ojos durante un segundo. Cuando los abrió, estaban desprovistos de emoción.
– No, usted no lo siente – dijo.
Ella volvió a poner las manos sobre su regazo y esperó para escucharlo. De algún modo no parecía correcto entrometerse en su dolor. Sin embargo, él no dijo nada.
Sintiéndose incómoda con el silencio, Caroline se levantó y fue andando hasta la ventana. Llovía a cántaros al otro lado del cristal, y se preguntó cuánta agua habría podido recoger en su botecito. Probablemente no mucha y seguramente no la necesitaría después de todo el té que él le había dado hoy, aunque todavía estaba impaciente por ver que tal había funcionado su plan. Hacía mucho que había aprendido como entretenerse de la manera más sencilla. Un pequeño calculo aquí y allá, examinando las formas del cielo nocturno cambiantes de mes en mes. Quizá si él la mantenía aquí durante algún tiempo ella podría medir semanalmente la cantidad de lluvia. Y por lo menos, esto la ayudaría a mantener su mente ocupada.
– ¿Qué está haciendo? – le exigió.
Ella no contestó, ni verbal ni de otra forma y trató de asirse al final de la ventana con sus dedos.
– ¿Le pregunté qué esta haciendo? – Sus pisadas acompañaron su voz, y Caroline supo que se estaba acercando. Ella aún no se había girado; la ventana subió con facilidad y la llovizna sopló dentro de la habitación, humedeciendo la parte delantera de su vestido.
– Tontita – dijo, sujetando con sus manos las de ella.
Ella giró rápidamente sorprendida. No había esperado que la tocara.
– Se vas a calar toda hasta los huesos. – con un delicado empujón bajó la ventana.
– Y entonces estará realmente enferma.
Ella movió su cabeza negativamente y señaló el botecito de la repisa.
– Seguramente no estará sedienta.
“ Qué curioso ” gesticuló con la boca.
– ¿Qué? No entendí eso.
“ Quuuuueeeeeee ccccuuuurrriiiiooosssoooo” gesticuló alargando las palabras esta vez, esperando que hubiera podido leer sus labios.
– Si hablase alto – dijo él pronunciando lenta y pesadamente – podría comprender lo que está diciendo.
Caroline dio una patada de frustración, pero cuando tocó el suelo, lo hizo sobre algo considerablemente menos llano que el piso.
– ¡Auuuuuuuu! – gritó él.
Oh, su pié, “ perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón ” gesticuló con la boca, “ no era mi intención ”.
– Si piensa que puedo entender eso – gruñó él – está más loca de lo que creí en un principio.
Ella se mordió su labio inferior con remordimiento; entonces puso su mano sobre su corazón.
– ¿Supongo que está tratando de convencerme de que fue un accidente?
Ella afirmó con la cabeza con la mayor seriedad.
– No la creo.
Ella frunció el ceño y suspiró con impaciencia. Esta mudez estaba llegando a ser molesta, pero no veía de qué otra forma comportarse. Exasperada, señaló delante de su pie.
– ¿Qué significa eso?
Ella movió rápidamente su pie, lo puso en el suelo, y lo pisó muy fuerte con su otro pie.
Él la miró completamente confundido.
– ¿Está intentando convencerme de que es alguna clase de masoquista? Odio desilusionarla, pero nunca me he dedicado a esa clase de cosas.
Ella agitó sus puños en el aire y lo señaló a él, y después apuntó a su pié.
– ¿Quiere que yo la pise? – Preguntó con incredulidad.
Ella afirmó con la cabeza.
– ¿Porqué?
“ Lo siento ” moviendo los labios.
– ¿Realmente lo siente? – preguntó, su voz salía peligrosamente baja.
Ella afirmó con la cabeza.
El se inclinó acercándose más
– ¿De veras?
Afirmó de nuevo.
– ¿Está resuelta a demostrármelo?
Aún afirmó de nuevo, pero esta vez sus movimientos carecían de convicción.
– No voy a pisarle el pie – susurró.
Ella parpadeó.
Blake le tocó la mejilla, sabiendo que era un insensato, sin poder evitarlo. Sus dedos bajaron hacia su garganta, deleitándose con el calor de su piel – tendrá que demostrármelo de manera diferente.
Ella intentó dar un paso atrás, pero tenía su mano extendida rodeando su cabeza y la sujetaba firmemente.
– Un beso, creo – murmuró – Solo uno. Solo un beso.
Sus labios se abrieron con sorpresa y le miró tan condenadamente asustada e inocentemente que a él le fue posible engañarse a sí mismo, si sólo por un momento ella no fuera Carlotta De León, si no fuera una traidora o una espía; sólo era una mujer (una mujer bastante atractiva) y estaba aquí, en su casa, en sus brazos.
Él acortó la distancia entre ellos, y rozó su boca dulcemente contra la de ella. Ella no se movió, pero él oyó un suave grito ahogado de asombro pasar a través de sus labios. A él le encantó el ruidito (el primero que había hecho en todo el día, salvo por una tos), e hizo más profundo el beso, acariciando la suave piel de sus labios con su lengua. Ella sabía dulce y salada, y como solo una mujer sabe, y Blake estaba tan conmovido que no se dio cuenta que ella no le estaba devolviendo el beso. Pero pronto notó que estaba totalmente quieta en sus brazos. Por alguna razón, aquello lo enfureció. Odió desearla de esa manera, y quería que ella sintiera la misma tortura.
– Bésame – gruñó, las palabras abrasaban contra su boca – sé que lo deseas, lo vi en tus ojos.
Durante unos segundos, ella no reaccionó, pero entonces él sintió su mano pequeña moviéndose lentamente a lo largo de toda su espalda. Ella tiró para acercarse más a él, y cuando Blake sintió el calor de su cuerpo presionando suavemente contra él, pensó que podría estallar.
Su boca no se movía con el mismo ardor que la de él, pero sus labios se abrieron, tácitamente alentándolo a hacer el beso más profundo.
– Dios santo – murmuró, hablando solo cuando abrió para coger aire – Carlotta.
Ella se puso rígida en sus brazos e intentó apartarse bruscamente.
– Todavía no – protestó Blake. Sabía que esto tenía que acabar, sabía que no podía permitir que aquello fuera más allá como su cuerpo estaba suplicando, pero no estaba preparado para liberarla; necesitaba sentir su ardor, tocar su piel, utilizar su calor para recordar que estaba vivo, y él…
Ella pegó un tirón para alejarse y resbaló unos pasos hacia atrás, hasta pegarse contra la pared.
Blake maldijo por lo bajo, y colocó sus manos en las caderas luchando por recuperar su respiración.
Cuando la miró, sus ojos estaban casi frenéticos, y negó con la cabeza con insistencia.
– ¿Fue repugnante? – dijo mordazmente.
Ella movió su cabeza negativamente otra vez, un movimiento pequeñito pero rápido.
“ No puedo ”, gesticuló con la boca.
– Bien, yo tampoco puedo – dijo, con clara aversión hacia si mismo en su voz – pero lo hice de todas formas, así que, ¿Qué demonios significa esto?.
Sus ojos se abrieron enormes, pero fuera de eso, no respondió.
Blake la miró fijamente a los ojos durante un largo rato antes de decir
– La dejaré sola entonces.
Ella afirmó muy lentamente.
Se preguntó por qué se mostraba tan poco dispuesto a dejarla sola. Finalmente, después de murmurar unos cuantas maldiciones, cruzó a grandes zancadas la habitación hasta llegar a la puerta.
– La veré por la mañana.
La puerta se cerró de golpe, y Caroline se quedó mirando el sitio donde él había estado durante unos segundos, antes de susurrar:
– Oh, Dios mío.
A la mañana siguiente, Blake se dirigió al piso de abajo antes de ir a ver a su “invitada”. Conseguiría que hablara hoy aun si ello acababa con él. Este disparate había ido demasiado lejos. Cuando entró a la cocina, la señora Mickle, su ama de llaves y cocinera, estaba ocupada agitando algo en una sopera.
– Buenos días, señor – dijo.
– ¿Así que así es como suena una voz femenina? – murmuró Blake – casi lo había olvidado.
– ¿Cómo dice?
– No importa. ¿Sería tan amable de poner a hervir un poco de agua para té?
– ¿Más té? – preguntó – pensaba que le gustaba más el café.
– Si, pero hoy quiero té.- Blake estaba completamente seguro de que la señora Mickle sabía que había una mujer arriba, pero había trabajado para él durante varios años, y tenían un acuerdo tácito, él le pagaba bien y con el máximo respeto, y ella le correspondía no haciendo preguntas ni contando chismes. Era igual con todos los sirvientes.
El ama de llaves afirmó con la cabeza y sonrió.
– ¿Entonces querrá otro gran puchero?
Blake le devolvió la sonrisa con ironía. Por supuesto este silencio comprensivo no significaba que a la señora Mickle no le gustara tomarle el pelo cuando podía.
– Un puchero muy grande – respondió.
Mientras ella servía el té, Blake se desvió en busca de Perriwick, su mayordomo; lo encontró sacando brillo a alguna plata que no lo necesitaba en absoluto.
– Perriwick – gritó Blake – necesito enviar un mensaje a Londres. Inmediatamente.
Perriwick afirmó con la cabeza con mucha pompa.
– ¿Al marqués? – supuso.
Blake afirmó con la cabeza. La mayoría de sus mensajes urgentes eran enviados a James Sidwell, el Marqués de Riverdale. Perriwick sabía exactamente como enviarlos a Londres por la ruta más rápida.
– Si me lo da – dijo Perriwick – lo dejaré en su destino inmediatamente.
– Primero lo tengo que escribir – dijo Blake distraídamente.
Perriwick frunció el ceño.
– ¿Puedo sugerirle que escriba sus mensajes antes de pedirme que los lleve, señor? Sería un uso mucho más eficiente de su tiempo y el mío.
Blake abrió una sonrisa a medias para decir
– Eres un insolente descarado para ser un sirviente.
– Solo deseo facilitar el gobierno afable y elegante de su casa, señor.
Blake movió su cabeza negativamente, maravillándose de la capacidad de Perriwick para contener la risa.
– Espera un momento y lo escribiré ahora. Se inclinó sobre un escritorio, tomó un papel, pluma, y tinta y escribió:
J-
Tengo a la señorita De León y apreciaría tu ayuda con ella inmediatamente.
B-
James había tenido relaciones anteriormente con la espía medio española. Él sabría como hacerla hablar; mientras tanto, Blake solo tendría que darle mucho té y esperar a que recuperara la voz. Francamente, no tenía otra opción, sus ojos le dolían demasiado de mirar su escritura.
Cuando Blake llego hasta la puerta de la habitación de Carlotta, pudo oírla tosiendo.
– Demonios – musitó. Loca. Debe haber empezado a recuperar su voz y decidido toser para perderla de nuevo. Mantuvo en equilibrio el juego de té hábilmente mientras abría con llave la puerta y la empujaba para abrirla.
– Tosiendo todavía, ya lo oigo, – dijo lenta y pesadamente.
Estaba sentada sobre la cama, afirmando con la cabeza, y su pelo marrón claro parecía de un tacto correoso. Ella no tenía buena cara.
Blake se quejó.
– No me diga que ahora está enferma de verdad.
Afirmó con la cabeza, esperando, casi como si fuera a llorar.
– ¿Así que admite que ayer fingía su enfermedad?
Miró avergonzada mientras su mano se movió rápidamente como diciendo “en cierto modo”
– ¿Fingía o no fingía?
Ella lo afirmó tristemente, pero señaló su garganta.
– Si, ya sé que realmente ayer no podía hablar, pero ahora ambos sabemos que no fue un accidente ¿verdad?
Ella bajó la mirada.
– Lo tomaré como un sí.
Ella apuntó a la bandeja y movió los labios.
“ ¿Té? ”
– Sí. – depositó el servicio de mesa y puso la mano en su frente.
– Pensé que le ayudaría para recuperar su voz. Diablos, tiene fiebre.
Ella suspiró.
– Se lo tiene merecido.
“ Lo sé ” gesticuló con la boca, pareciendo completamente arrepentida. En ese momento casi le pareció simpático.
– Aquí – dijo, sentándose en el borde de la cama – debería tomar un poco de té.
“ Gracias ”
– ¿Lo sirve?
Ella afirmó con la cabeza.
– Bien, siempre he sido torpe en este tipo de suelo. Marabelle siempre decía: “Te dejará inválido”.
¿Cómo podía incluso pensar en hablar de Marabelle con esta espía?
“ ¿Quién es Marabelle? ” gesticuló con los labios.
– Nadie – dijo bruscamente.
“ ¿Su prometida? ” gesticuló con la boca, sus labios se movían cuidadosamente al pronunciar sus palabras silenciosas.
No le respondió, se levantó y anduvo a grandes zancadas hasta la puerta.
– Beba té – le ordenó – y tire de la campanilla si empieza a sentirse enferma.
Salió de la habitación, dando un portazo tras él antes de girar las dos llaves y las cerró con un cruel golpe seco.
Caroline miró fijamente a la puerta y pestañeó ¿De qué iba todo esto? Este hombre era tan inconstante como el viento. Un minuto ella juraría que él le había tomado cariño, y al siguiente…
Bien, pensó, mientras alcanzó el té y se sirvió una taza; él creía que era una espía traidora, eso debía explicar porqué a menudo era tan brusco e insultante.
Aunque (tomó un sorbo profundo del té humeante y suspiró con placer) no se explicaba porqué la había besado; y eso desde luego no explicaba porqué ella le había dejado.
¿Dejarle? Demonios, lo había disfrutado, nunca había experimentado nada como eso, mucho mejor que el calor y la seguridad que ella había conocido cuando sus padres todavía vivían, más que nada que ella hubiera sentido antes. Había sido una chispa de algo diferente y nuevo, algo excitante y peligroso, algo bellísimo y salvaje.
Caroline se estremeció al pensar que hubiera sucedido si él no la hubiera llamado Carlotta, era lo único que le había devuelto su sentido común.
Alargó la mano para servirse otra taza de té, y en el proceso, rozó al pasar una servilleta de tela que cubría un plato. ¿Qué era eso? Levantó la servilleta.
Torta dulce! Era el paraíso mismo aquí, en un plato de galletas.
Mordió un trozo y dejó que se derritiera en su boca; se preguntó si él sabría que le había traído su comida. Dudó que le hubiera preparado el té; quizá su ama de llaves hubiera puesto la torta en la bandeja sin que él lo hubiera ordenado.
Mejor comer rápido, se dijo a sí misma. ¿Quién sabe cuando volvería él?
Caroline metió otro trozo de torta en su boca, sofocando una risilla tonta y en silencio mientras las migajas caían sobre la cama.
Blake no le hizo el menor caso durante el resto del día y a la mañana siguiente, solo fue a controlarla para asegurarse de que no había ido a peor y traerle un poco más de té. Parecía aburrida, hambrienta y encantada de verle; pero no hubo otra cosa que silencio al dejar el juego de té sobre la mesa y comprobar su frente en señal de fiebre. Su piel estaba un poco caliente pero no parecía arder más, así que le dijo otra vez que hiciera sonar la campanilla si se sentía enferma, y abandonó la habitación.
Se dio cuenta que la señora Mickle había añadido un plato de bocadillos en la bandeja, pero no tuvo corazón para llevárselos. Había decidido que no sería necesario matarla de hambre, seguramente el Marqués de Riverdale llegaría pronto, y no le sería posible mantener el silencio con ambos, cuando la interrogaran.
Realmente, no había nada que hacer, solo esperar.
El marqués llegó al día siguiente tirando de su carruaje hasta el apeadero delante de Seacrest Manor, justo antes de anochecer. James Sidwell bajó de un salto, vestido elegantemente como siempre. Su pelo castaño oscuro era un poquito largo para la moda. Tenía una reputación que sonrojaría al demonio, pero daría su vida por Blake, y Blake lo sabía.
– Te veo fatal – dijo James con franqueza.
Blake movió la cabeza negativamente.
– Después de pasar estos últimos días encerrado con la señorita De León, me considero un candidato digno de una casa de locos.
– ¿Tan mal, eh?
– Te lo prometo, Riverdale – dijo – podría besarte.
– Espero que no lleguemos a eso.
– Casi me vuelve loco.
– ¿Ella? – Contestó James mirando de reojo – ¿Cómo?
Blake lo miró con el ceño fruncido. El tono sugestivo de James estaba muy cerca de dar en el clavo al señalar:
– No puede hablar.
– ¿Desde cuando?
– Desde que se quedó despierta a media noche tosiendo hasta quedarse afónica.
James sofocó una risa.
– Nunca dije que no fuera ingeniosa.
– Se le da terriblemente bien no poder escribir.
– Encuentro esto difícil de creer, su madre era hija de un barón y su padre estaba muy bien relacionado en España.
– Permíteme expresarme de otra manera. Ella puede escribir, pero te desafío a que descifres los signos que ella apuntó sobre el papel. Además, tiene un libro lleno de palabras de lo más raro, y te prometo que no les encuentro ningún sentido.
– ¿Porqué no me llevas a verla? Es posible que la convenza para que recupere su voz.
Blake movió negativamente la cabeza y puso sus ojos en blanco.
– Toda tuya; de hecho, puedes hacerte cargo de esta condenada misión por completo si quieres. Si nunca volviera a ver a esa mujer…
– Vamos, Blake.
– Les dije que yo quería estar fuera de esto – murmuraba Blake mientras se acercaba con pasos pesados a las escaleras.
– ¿Pero me escucharon?, no, ¿Y qué consigo? Ni emoción, ni fama, ni fortuna. No, la conseguí a ella.
James lo miró atentamente.
– Si no te conociera pensaría que estas enamorado.
Blake soltó un bufido, apartándose para que James no pudiera ver el ligero rubor que coloreó sus mejillas.
– Y si yo no disfrutara de tu compañía no te llamaría para este asunto.
James se rió a carcajadas y miró a Blake cuando éste paró delante de una puerta y giró las llaves de las cerraduras.
Blake empujó la puerta abierta y entró, con las manos en sus caderas se dirigió a la señorita De León con expresión agresiva. Ella estaba repantigada en la cama, leyendo un libro como si todo le importara un rábano.
– Está aquí Riverdale – dijo en tono brusco – Verá que su jueguecito ha terminado.
Blake se volvió a James con júbilo, dispuesto a ver como la hacía pedazos; pero la expresión de James, que por lo general era controlada y cortés, fue de total y absoluta conmoción.
– No sé qué decirte – dijo James – excepto que claramente ella no es Carlotta De León.