a-quim-bo (adjetivo). De los brazos. En una posición en que los dos descansan sobre las caderas, y los codos quedan hacia afuera. No puedo contar el número de veces que lo he hecho antes. Brazos en jarras (aquimbo). De hecho, me estremezco incluso con pensarlo.
Del diccionario personal de Caroline Trent
Caroline tosió durante toda la noche, durante todo el amanecer, hasta que el cielo volvió a ponerse azul claro; parando solo para comprobar su recipiente para el agua que estaba sobre la repisa. Maldición, nada; le bastaba con unas pocas gotas de líquido, sentía como si hubiera fuego en su garganta.
Pero con dolor de garganta ó sin él, el plan que había tramado parecía atractivo; cuando abrió la boca para comprobar su voz, el sonido que llegó avergonzaría a una rana.
En realidad, pensó que las ranas se avergonzarían de hacer un sonido como ese, no lo dudaba. Caroline tenía que hacerse temporalmente la muda. Ese hombre podría preguntarle lo que quisiera, que a ella no le sería posible responderle a nada.
Seguro que su secuestrador no pensaría que estaba fingiendo la dolencia; abrió mucho su boca y miró al espejo, inclinando su cabeza de forma que el sol iluminara su garganta; enrojecida; le pareció definitivamente monstruosa; y las bolsas que habían comenzado a aparecer bajo sus ojos, por seguir sin acostarse en toda la noche, la hacían parecer incluso peor.
Caroline casi saltó de alegría. Si hubiera alguna manera de fingir fiebre para que pareciera incluso más débil. Supuso que podía poner su cara cerca de una vela con la esperanza de que su piel se calentara antinaturalmente; pero si él llegaba en ese momento, le costaría muchísimo explicarle porque tenía una vela encendida, con una mañana tan luminosa.
No, la garganta muda tendría que ser suficiente; e incluso si no lo fuera, ella ya no tenía ninguna elección en cuanto a eso, porque podía oír sus pisadas sonando ruidosamente abajo en el vestíbulo.
Cruzo corriendo la habitación y se metió deprisa en la cama, tirando de las mantas hasta su barbilla. Tosió un par de veces, y pellizcó sus mejillas para darles la apariencia de estar acalorada; entonces tosió un poco más.
Tos, tos, tos.
La llave giró en la cerradura.
Tos, tos, tos, tos, TOS. Estaba matando a su garganta, pero Caroline quería hacer una estupenda actuación porque él ya estaba entrando.
Entonces otra llave giró en otra cerradura. Demonios, había olvidado que había dos cerraduras en la puerta.
Tos, tos, tos, tos seca, tos seca, tos, TOS FALSA.
– ¡Dios mío! ¿Qué es ese ruido infernal?
Caroline levantó los ojos, si no fuera porque ya estaba muda habría perdido su voz. Su secuestrador parecía arrogante y peligroso en la oscuridad, pero de día avergonzaría al mismo Adonis. De un modo u otro él parecía más grande cuando había luz; más fuerte también, como si su ropas apenas refrenasen el poder de su cuerpo. Su pelo negro estaba arreglado pulcramente, pero un mechón suelto, caía hacia su ceja izquierda. Y sus ojos que eran grises y claros, pero esto era lo único inocente en ellos, parecían mirar al más allá, muy lejos de donde se encontraban.
El hombre la cogió del hombro, su tacto quemaba su piel a pesar de llevar puesto el vestido; sofocó un grito y lo ocultó con otra tos.
– Creo que anoche le dije que me había cansado de su comedia.
Ella sacudió su cabeza rápidamente, asió su garganta con las manos y tosió otra vez.
– No piense ni por un momento que la creo.
Ella abrió mucho la boca y apuntó a su garganta.
– No voy a mirar su garganta, pequeña.
Ella señaló de nuevo, esta vez golpeando con el dedo en su boca.
– Oh, muy bien. – Sus labios se cerraron firmemente en una línea inflexible cuando se volvió sobre sus talones, cruzando a grandes zancadas la habitación, y arrancando una vela fuera de su soporte. Caroline miró con gran interés como él tropezaba con la vela y cruzaba por detrás de la cama. Se sentó cerca de ella y el peso de su cuerpo hizo bajar su lado del colchón; ella rodó un poco hacia él y puso sus manos por fuera para parar el descenso.
Al hacer esto tocó su muslo.
TOS!
Estuvo a punto de volar al otro lado de la cama.
– Oh, por el amor de Dios, me han tocado mujeres más atractivas y más interesantes que usted – dijo bruscamente, – no debe tener miedo; puedo hacerle pasar hambre para que diga la verdad, pero no la violaré.
Aunque parezca mentira, Caroline le creyó. Aparte de sus inclinaciones hacia el secuestro, no parecía del tipo de los que toman a una mujer en contra de su voluntad. De alguna extraña manera, ella confiaba en este hombre. Podía haberla herido, podía incluso haberla matado, pero no lo había hecho. Sintió que él tenía un código de honor y moralidad, que había estado ausente en sus tutores.
– ¿Y bien? – Insistió.
Ella retrocedió hasta donde acababa la cama y colocó sus manos remilgadamente sobre su regazo.
– Abra.
Ella aclaró su garganta (como si eso fuera necesario) y abrió su boca; él puso la llama de la vela cerca de su cara y miró dentro. Después de un rato se retiró, y ella cerró su boca de golpe, mirándolo fijamente a los ojos con gran expectación.
Se puso serio.
– Parece como si alguien hubiera metido una navaja en su garganta, espero que lo sepa.
Ella asintió con la cabeza.
– Supongo que estaría toda la noche tosiendo.
Asintió de nuevo.
El cerró los ojos durante una fracción de segundo más larga de lo que era necesario, antes de decir:
– No estoy dispuesto a admirarla por esto; se causa tanto dolor para evadirse de unas cuantas preguntas que muestren su verdadera dedicación por la causa.
Caroline le puso su mejor expresión de escándalo.
– Desafortunadamente para usted, eligió la causa equivocada.
Se las arregló para poner una mirada fija inexpresiva, pero era una mirada honesta; no tenía ni idea de la causa de la que le estaba hablando.
– Estoy seguro de que todavía puede hablar.
Ella sacudió su cabeza negativamente.
– Inténtelo – se inclinó y la miró fijamente y de una forma tan dura que ella se retorció – por mí.
Negó con su cabeza de nuevo, esta vez rápidamente, muy rápidamente.
El se inclinó todavía más cerca, hasta que su nariz estuvo casi descansando sobre la suya.
– Inténtelo.
– No! – Ella abrió su boca y le gritó, pero realmente no salió ningún sonido.
– Verdaderamente no puede hablar – dijo, totalmente sorprendido.
Ella intentó lanzarle su mejor mirada de “¿Que demonios cree que he estado intentando decirle si pudiera hablar?”; pero tuvo la sensación de que los sentimientos eran demasiado complicados para una sencilla expresión facial.
Repentinamente, él se levantó.
– Vuelvo enseguida.
Caroline no pudo hacer nada, solo le miró fijamente la espalda cuando abandonaba la habitación.
Blake suspiró irritado cuando abrió la puerta de su estudio. Demonios, era ya demasiado viejo para esto; con veintiocho años podía ser relativamente joven, pero siete años con el Ministerio de defensa eran suficientes para dejar a cualquiera cansado y harto. Había visto morir a amigos, su familia siempre se preguntaba por qué desaparecía durante tanto tiempo, y su prometida…
Blake cerró los ojos con dolor y remordimiento. Marabelle hacía mucho tiempo que ya no era su prometida; ella no era la prometida de nadie y no estaba seguro de que lo hubiera sido. Enterrada como estaba en casa de su familia en Cotswolds. Había sido tan joven, tan bella, tan extraordinariamente brillante. Había sido asombroso, realmente, enamorarse de una mujer cuyo intelecto superaba el suyo propio. Marabelle había sido en cierto modo un prodigio, un genio de los idiomas, y era por esta razón que había sido reclutada tan joven en el Ministerio de Defensa.
Y entonces ella reclutó a Blake, su vecino de tantos años, copropietario de las mejores casitas en árboles amuebladas de Inglaterra, y compañero en lecciones de baile. Habían crecido juntos, se habían enamorado, pero Marabelle murió sola.
“No”, pensó, “eso no era del todo cierto”. Marabelle solo había muerto, él era el único al que habían dejado solo.
Había continuado trabajando para el Ministerio de Defensa durante algunos años, se dijo que debía vengar su muerte, pero a menudo se preguntaba, si no lo haría porque no sabía qué más hacer con su vida, y sus superiores no le querían dejar marchar. Después de la muerte de Marabelle se había vuelto temerario; no le importaba mucho si vivía o moría, se había arriesgado estúpidamente en nombre de su país y esos riesgos habían dado resultado. Nunca había fallado en ninguna de sus misiones.
Por supuesto, a él también le habían disparado, envenenado, y abandonado al lado de algún barco, pero esto no era tanta molestia para el Ministerio de defensa como la perspectiva de perder a su agente más destacado.
Pero ahora Blake intentaba dejar atrás su ira. No había forma de que pudiera enterrar su dolor, parecía que tendría un cambio al fin este odio arrollador por el mundo que le había robado a su verdadero amor y su mejor amiga; y la única manera en que podía hacerlo era abandonar el Ministerio de defensa e intentar al menos llevar una vida normal.
Pero primero tenía que terminar este último caso. El responsable del fallecimiento de Marabelle había sido un traidor como Oliver Prewitt; ese traidor había sido ejecutado, y Blake estaba resuelto a que Prewitt también viera la horca.
Hecho esto, de cualquier modo, tenía que conseguir alguna información más de Carlotta De León. Demonio de mujer. No creyó ni por un momento que repentinamente ella hubiera empezado a padecer algo extraño. Una enfermedad horrorosa que le había quitado el habla. No, la pequeña era probable que se hubiera levantado a medianoche tosiendo a lo bruto.
Había sido casi auténtico, ver su expresión de susto cuando intentaba gritarle “No”. Tuvo la sensación de que ella esperaba que algún sonido saliera y él se rió. Esperaba que su garganta quemara como los fuegos del infierno. Ella no se merecía menos.
Aun tenía un trabajo que hacer; esta misión sería la última para el Ministerio de defensa, y aunque el no quería nada más que retirarse definitivamente a la paz y tranquilidad de Seacrest Manor, no estaba dispuesto a permitir que esta misión no fuera un éxito.
Carlotta De León hablaría, y Oliver Prewitt sería colgado.
Y entonces Blake Ravenscroft se convertiría en un simple hacendado caballeroso y aburrido para terminar su vida en solitaria tranquilidad. Quizás comenzaría a pintar, o a la cría de perros de caza. Las posibilidades eran interminables, e interminablemente aburridas.
Pero por ahora, tenía un trabajo que hacer. Con severa determinación recogió tres plumas, una botellita de tinta y algunas hojas de papel; si Carlotta De León no podía contarle todo lo que sabía, si podría apuntarlo condenadamente bien.
Caroline estaba sonriendo de oreja a oreja. Hasta aquí su mañana había sido un completo éxito, su secuestrador estaba ahora convencido de que no podía hablar, y Oliver…
Oh, esto hizo que sonriera aún más, pensando en lo que Oliver debería estar haciendo en ese preciso momento. Gritando sus estupideces, lo más probable, y tirando un jarrón a su hijo; nada de gran valor, por supuesto, Oliver era demasiado astuto en sus ataques de ira para destruir algo de gran valor monetario.
Pobre Percy, Caroline casi sentía lástima por él, casi. Era duro evocar mucha simpatía por el patán cabezón que había intentado forzarla la noche anterior. Se estremeció al pensar como se sentiría si realmente hubiera sucedido.
Más aún, tenía la sensación de que si Percy nunca lograba salir de debajo de su padre, se quedaría a medio camino de convertirse en un ser humano decente. Ella no quería ver eso como algo natural, pero en realidad él no iría agrediendo a mujeres inocentes si su padre no se lo ordenara.
Fue entonces cuando oyó las pisadas de su secuestrador en el vestíbulo; rápidamente eliminó la sonrisa de su cara y colocó una mano sobre su cuello. Cuando él volvió a entrar en la habitación, ella estaba tosiendo.
– Tengo un regalo para usted – dijo con voz sospechosamente alegre.
Ella ladeó su cabeza en respuesta.
– Mire esto, papel, plumas, tinta. ¿No es emocionante?
Ella parpadeó, fingiendo no comprender. Oh, maldición, no había considerado esto. No había forma de convencerle de que no sabía escribir, claramente ella era una mujer culta, y sin decirlo, no le iba a ser posible retorcerse la muñeca en los siguientes tres segundos.
– Oh, por supuesto – dijo con preocupación exagerada – necesita algo sobre lo que apoyarse. Que desconsiderado por mi parte no tener en cuenta sus necesidades. Aquí, déjeme traerle este porta-firmas del escritorio; ahí tiene, justo en su regazo, ¿está cómoda?
Ella lo miró furiosamente, prefiriendo su cólera a su sarcasmo.
– ¿No? Aquí, déjeme mullir sus almohadas.
Se inclinó hacia delante, y Caroline que realmente había tenido suficiente de su actitud dulce y melosa, tosió sobre su boca y nariz. Para entonces él se había retirado lo suficientemente lejos para mirarla ferozmente; su cara era un cuadro de completo arrepentimiento.
– Voy a olvidar que hizo eso – dijo apretando los dientes – por lo que usted debería estar eternamente agradecida.
Caroline miró entonces fijamente el equipo de escritura que tenía en su regazo, desesperadamente, intentando idear un plan nuevo.
– Ahora ¿empezaremos?
Su sien derecha empezó a picarle, y levantó su mano para rascarse. Su mano derecha. Ahí fue cuando se dio cuenta. Siempre había sido más hábil con su mano izquierda; sus primeros profesores le habían regañado, gritado y empujado, intentando que aprendiera a escribir con su mano derecha; la habían llamado rara, antinatural e impía. Un profesor particularmente religioso se había referido a ella incluso como la semilla del diablo. Caroline había intentado escribir con su mano derecha “Oh, Señor, como lo había intentado”, pero aunque podía coger la pluma de manera natural, nunca le fue posible dominar nada más que un garabato ininteligible.
Pero todos escribían con su mano derecha, sus profesores habían insistido, seguramente ella no quería ser diferente.
Caroline tosió tapando su sonrisa; nunca antes había estado tan encantada de ser “diferente”. Este tipo esperaría que escribiera con su mano derecha, ya que él y el resto de sus conocidos sin duda lo harían. Bien, ella estaría feliz por darle lo que él quería. Alargó su mano derecha, cogió una pluma, la mojó en la tinta y lo miró con aburrida expectación.
– Me alegra que haya decidido cooperar – dijo – estoy seguro de que lo encontrará más beneficioso para su salud.
Ella emitió un bufido y puso sus ojos en blanco.
– Ahora – dijo, mirándola intensamente con perspicacia. – ¿Conoce a Oliver Prewitt?
No podía negar eso; la había visto abandonando la casa la noche anterior. Aun así, no había que desechar su arma secreta con una cuestión tan simple, y asintió con la cabeza.
– ¿Cuánto tiempo hace que lo conoce?
Caroline pensó sobre eso. No tenía ni idea del tiempo que Carlotta De León había estado trabajando con Oliver, eso si que era un problema, pero también sospechaba que el hombre que tenía de pie frente a ella de brazos cruzados, tampoco lo sabía.
Mejor decir la verdad, su madre siempre se lo había dicho y Caroline no vio ninguna razón para cambiar de actitud ahora. Sería más fácil mantener sus sencillas historias tan verídicas como le fuera posible. Vamos a ver, había estado viviendo con Oliver y Percy durante año y medio, pero los conoció un poco antes; Saco cuatro dedos todavía queriendo salvar su escritura para dar una respuesta que fuera placentera y complicada.
– ¿Cuatro meses?
Movió su cabeza negativamente.
– ¿Cuatro años?
– Dios mío – Blake respiró. No tenían ni idea de que Prewitt hubiera hecho contrabando de información diplomática durante tanto tiempo. Dos años, habían pensado, posiblemente dos y medio. Cuando pensó en todo lo que esta misión había puesto en peligro… sin mencionar las vidas que se habían perdido, como resultado de la traición de Prewitt. Muchos colegas muertos, su propio amor…
Blake estalló en cólera y sintiéndose culpable.
– Dígame exactamente que tipo de relación tenían – le ordenó con voz grave.
“ ¿Que le diga? ” gesticuló con la boca.
– Escríbalo! – bramó.
Ella respiró profundamente, como preparándose para alguna terrible tarea y comenzó a escribir con dificultad.
Blake parpadeó. Parpadeó otra vez.
Ella lo miró y sonrió.
– ¿Qué lenguaje del demonio esta escribiendo? – preguntó.
Retrocedió, muy ofendida.
– Que conste que yo no leo español, así que, amablemente escriba las respuestas en ingles, o si lo prefiere, francés o latín.
Ella agitó sus dedos e hizo unos movimientos que a él le fueron difíciles interpretar.
– Repito – dijo apretando los dientes – ¡ escriba exactamente que tipo de relación tenía con Oliver Prewitt! Ella anotó un montón de garabatos (él no aceptaba que eso fueran palabras) despacio y cuidadosamente, como si estuviera mostrando algo nuevo a un niño.
– Señorita De León!
Ella suspiró, y en ese momento lamentó el haber hecho esos garabatos.
– No leo los labios, mujer.
Se encogió de hombros.
– Escríbalo otra vez.
Sus ojos resplandecieron de irritación, pero hizo lo que le pedía.
Los resultados fueron incluso peores que los anteriores.
Blake cerró sus puños para evitar envolver sus manos alrededor del cuello de ella. – me niego a creer que no sabe escribir.
Su boca se abrió por el ultraje y golpeó furiosamente las marcas de tinta en el papel.
– Llamar a esto escritura, señora, es un insulto a las plumas y la tinta de todo el mundo.
Puso su mano sobre la boca y tosió. ¿O se estaba riendo? Blake entrecerró sus ojos; entonces se levantó y cruzó la habitación hacia la mesa de aseo. Cogió su librito que estaba lleno de palabras muy intelectuales y lo agitó en el aire.
– Si tiene una caligrafía tan espantosa, ¡ entonces explique esto! – le amenazó.
Lo miró fijamente sin comprender, lo que hizo que se enfureciera más aún; volvió a su lado y se inclinó hasta quedar muy juntos.
– Estoy esperando – gruñó.
Ella retrocedió y movió la boca diciendo algo que él no pudo descifrar.
– Me temo que no la comprendo – ahora su voz había dejado el campo del enfado para aventurarse en el peligroso.
Ella empezó a hacer todo tipo de ademanes sueltos, señalándose a si misma y sacudiendo la cabeza violentamente.
– ¿Intenta decirme que usted no escribió estas palabras?
Ella asintió enérgicamente.
– ¿Quién entonces?
Ella movió la boca diciendo algo que él no entendió. Tenía la sensación de que no estaba destinado a comprender.
Respiró fatigadamente, y volvió a caminar hasta la ventana para tomar un poco de aire fresco. No tenía sentido que ella no pudiera escribir de manera legible, pero si realmente no podía, ¿Quién había escrito en el cuaderno y que significaría? Le había dicho (cuando todavía hablaba) que no eran más que una colección de un vocabulario de palabras, que era claramente una mentira, aun así…
Se detuvo, tenía una idea.
– Escriba todo el alfabeto – le ordenó.
Ella puso los ojos en blanco.
– ¡Ahora! – rugió.
Ella frunció el ceño con disgusto, ya que sus recursos se estaban agotando.
– ¿Qué es esto? – preguntó, sujetando el botecito que encontró sobre el alféizar de la ventana.
“Agua “, gesticuló con la boca. Era divertido como ella intentaba hacerse comprender algunas veces.
Se burló y volvió a ponerlo sobre el alféizar.
– Cualquier tonto vería que no va a llover.
Encogió los hombros como si dijera “Puede ser”
– ¿Lo ha hecho?
Asintió con la cabeza, logrando mirar muy irritada y aburrida al mismo tiempo.
Blake volvió de nuevo a su lado y miró hacia abajo. La M, la N y la O eran apenas legibles, y la C, supuso que podía haberla escogido si su vida fuera en ello, pero fuera de eso…
Se estremeció. Nunca más. Nunca arriesgaría su vida, y en este asunto, su cordura, por el bien de la madre patria; había jurado al Ministerio de Defensa que ya había acabado, pero se quejaron y le halagaron hasta que estuvo de acuerdo en llevar el asunto de esta última parte de la misión. Le habían dicho sus superiores que era porque él vivía tan cerca de Bournemouth. Podía investigar las actividades de Prewitt sin despertar sospechas. Habían insistido, tenía que ser Blake Ravenscroft, nadie más podía hacer el trabajo.
Así que Blake había accedido. Pero nunca había soñado que terminaría cuidando de una extrañamente atractiva espía medio española con la peor escritura de la historia del mundo civilizado.
– Me gustaría encontrar a su institutriz – murmuró – y me gustaría dispararle.
La señorita De León hizo otro ruido extraño, y esta vez estaba seguro que era una risita; para ser una espía traidora, tenía bastante buen sentido del humor.
– Usted – dijo, señalándola – no se mueva.
Ella colocó sus manos en sus caderas y le puso una mirada boba, como diciendo
“ ¿Dónde iría? ”
– Volveré.
Salió con paso airado de la habitación, recordando solo en el último minuto echar la llave tras de él. Demonios. Estaba siendo blando; era porque ella no parecía una espía, razonó. Había algo diferente en ella; la mayoría de la gente en su tipo de trabajo eran huecos al mirarlos, como si hubieran visto demasiado.
Pero esos ojos verde azulados como un manantial, si pudiera dejar pasar el hecho de que estaban un poco inyectados en sangre debido a su falta de sueño. Eran… eran…
Blake se puso más rígido y desechó el pensamiento de su mente. No tenía que pensar en sus ojos. No tenía que pensar en ninguna mujer.
Cuatro horas más tarde había admitido la derrota. Le había metido seis tazones de té a través de su garganta, ya que ella no había hecho más que sacarlo de quicio, los movimientos locos con sus manos, que interpretó finalmente como “Abandone la habitación para que pueda utilizar el orinal”
Pero su voz no volvía, o sí lo hizo, ella era bastante hábil para ocultarla.
Había sido bastante estúpido intentar acercar la pluma y la tinta una vez más. Su mano se había movido con gracia y velocidad, pero los trazos que dejaba en el papel no parecían más que huellas de pájaro.
Y, maldita chiquilla, parecía estar tratando de hacerse de querer. Lo peor es que lo estaba consiguiendo. Mientras él se quejaba por la ausencia de su habilidad comunicativa, ella había doblado una de las hojas que había escrito con garabatos en forma de pájaro y procedió a lanzarlo directamente hacia él. Planeó suavemente por el aire, y una vez que Blake lo esquivó de su camino, aterrizó despacio en el suelo.
– Bien hecho – dijo Blake, impresionado a su pesar; siempre le habían gustado los aparatitos como ese. Ella sonrió orgullosamente; plegó otro pájaro de papel y éste salió directamente por la ventana.
Blake sabía que debía regañarla por perder el tiempo, pero quería ver como salía su armatoste. Fue desde donde estaba la mesa hasta la ventana para ver la caída en espiral dentro de un rosal.
– Cayó entre las flores, me temo – dijo, volviendo la cara hacia ella.
Ella le lanzó una mirada de irritación y fue hasta la ventana.
– ¿Lo ve? – dijo Blake.
Ella sacudió su cabeza en señal negativa.
Se asomó poniéndose cerca de ella.
– Justo ahí – dijo, señalando – en el rosal.
Ella se estiró recta, colocó las manos en sus caderas y le lanzó una mirada sarcástica.
– ¿Se atreve a burlarse de mi rosal?
Hizo un movimiento como de tijeras con sus dedos.
– ¿Cree que necesitan una poda?
Afirmó con la cabeza de modo tajante.
“Una espía que le gustan los jardines” se dijo Blake a sí mismo, “ ¿nunca dejará de asombrarme?”
Ahuecó su mano cerca de su oreja para hacerle saber que no lo había oído.
– ¿He de suponer que usted podría hacer un trabajo mejor? – dijo humorísticamente.
De nuevo ella afirmó con la cabeza, retrocedió hasta la ventana para echar otra mirada a los arbustos, pero Blake no la había visto venir y se dirigió allí mismo exactamente en el mismo momento; se dieron de lleno, el uno contra el otro y él intentó asirla de la parte superior de los brazos para evitar que se cayera.
Y entonces cometió el error de mirarla a los ojos.
Eran suaves y claros, y que el cielo le ayudara pero no le estaban diciendo “no”.
Se inclinó menos de una pulgada, queriendo besarla más que quería respirar.
Los labios de ella se abrieron, y un pequeño grito sofocado de sorpresa escapó de su boca. El se acercó más, la deseaba, deseaba a Carlotta. Deseaba a Carlotta.
Demonios. ¿Cómo podía haberlo olvidado incluso por un segundo? Ella era una espía, una traidora, completamente sin moral ni escrúpulos. La empujó lejos de él y caminó a grandes zancadas hacia la puerta.
– Esto no sucederá otra vez – dijo bajando la voz.
Ella lo miró demasiado aturdida para responder.
Blake maldijo bajo su respiración y salió con paso airado, dando un portazo y echando la llave de la puerta tras de él. ¿Qué demonios era lo que iba a hacer con ella?
Peor aún, ¿Qué demonios era lo que iba a hacer consigo mismo? Blake movió la cabeza negativamente mientras echaba el cerrojo y bajó las escaleras. Esto era ridículo. A él no le interesaban las mujeres para nada más que la más básica de las razones, e incluso para eso Carlotta De León era enormemente inapropiada.
El no deseaba despertar con un corte en su garganta. O no despertar en absoluto, que sería lo más probable.
Tenía que recordar quién era ella.
Y tenia que recordar a Marabelle.