pule (verbo). 1.-Llorar con voz floja o débil, como un niño. 2.- Piar lastimeramente como una gallina.
Me quedé sin voz, estoy segura de que tendría que haber gemido (puled).
Del diccionario personal de Caroline Trent
– ¡¡Ay, Dios!! – gruñó Caroline, olvidando que supuestamente estaba muda.
– ¿Y cuando demonios ha vuelto su maldita voz? – exigió su secuestrador.
– Yo, eh… realmente no mucho.
– Verdaderamente, Blake – dijo el segundo hombre – podrías cuidar tu lenguaje. Hay una señorita presente.
– ¡¡Mierda!! – explotó Blake – ¿Sabes cuanto tiempo he malgastado con esta mujer? Probablemente la verdadera Carlotta De León está ahora a medio camino de China.
Caroline tragó nerviosamente; así que su nombre era Blake, de algún modo era apropiado para él, corto y conciso. Se preguntó si sería su nombre de pila o su apellido.
– Y – continuó en un arranque de furia – puesto que obviamente, usted no es la mujer que dijo, ¿Quién demonios es usted?
– Nunca dije que era Carlotta De León – insistió.
– ¡Al demonio lo que no dijo!
– Nunca dije que yo no fuera.
– ¿Quién es usted?
Caroline meditó con cuidado esta pregunta y decidió que el único recurso era la franqueza absoluta.
– Me llamo Caroline Trent – contestó. Sus ojos se encontraron con los de Blake por primera vez en su conversación.
– Oliver Prewitt es mi tutor.
Hubo un momento de silencio en que ambos se quedaron mirándola fijamente con sorpresa. Finalmente, Blake se volvió a su amigo y le dijo gritando.
– ¿Porqué demonios no sabíamos que Prewitt tenía una pupila?
El otro hombre maldijo por lo bajo, volvió a maldecir, la segunda vez mucho más alto.
– Maldición si lo sé. Alguien va a responder por esto.
Blake se dirigió a Caroline y le pidió:
– Si de veras es la pupila de Prewitt, ¿Dónde ha estado los últimos quince días? Nosotros hemos estado vigilando la casa día y noche y usted, mi niña, seguro que no estuvo viviendo en ella.
– Estaba en Bath, Oliver me envió para cuidar de su tía de edad avanzada. Se llama Marigold.
– Me tiene sin cuidado como se llame.
– No pensé que le importara – dijo entre dientes – pensé que debería decir algo.
Blake la agarró por los hombros y la miró a los ojos.
– Hay bastantes cosas que va a tener que contarnos, señorita Trent.
– Suéltala – dijo el amigo de Blake en voz baja – no pierdas la paciencia.
– ¿Que no pierda la paciencia? – dijo Blake gritando, sonando tan fuerte como si ya la hubiera perdido. – ¿Entiendes lo que…
– Piensa – dijo el otro hombre atentamente – tiene sentido. Prewitt tuvo un envío que llegó la semana pasada. Querría que ella estuviera fuera del tema. Obviamente ella es lo suficientemente perspicaz como para despreciar lo que él está haciendo.
Caroline sonrió alegremente por el piropo, pero Blake no parecía preocuparse por su inteligencia de un modo u otro.
– Era la cuarta vez que Oliver me enviaba a visitar a su tía – añadió amablemente.
– ¿Ves? – dijo el amigo de Blake.
Caroline sonrió un poco insegura a Blake, esperando que hubiera aceptado hacer las paces, pero todo lo que él hizo fue poner sus manos en sus caderas y con los peores modales dijo:
– ¿Qué demonios hacemos ahora?.
El otro hombre no tenía una respuesta, y Caroline aprovechó de su momentáneo silencio para preguntar
– ¿Quiénes son? ambos.
Los dos hombres se miraron el uno al otro, como si intentaran decidir si revelaban sus identidades, y entonces, el recién llegado hizo un imperceptible gesto afirmativo con la cabeza antes de decir
– Soy James Sidwell, marqués de Riverdale y él es Blake Ravenscroft, segundo hijo del vizconde Damsby.
Caroline sonrió irónicamente ante tal avalancha de títulos.
– Qué bueno por ustedes. Mi padre era comerciante.
El marqués soltó una fuerte carcajada antes de volverse a Blake y decir
– ¿Porqué no me dijiste que era tan divertida?.
Blake frunció el ceño y dijo:
– ¿Cómo iba a saberlo? No ha hablado dos palabras desde la noche en que la capturé.
– Eso no es del todo cierto. – protestó Caroline.
– ¿Quiere decir que ha estado pronunciando discursos y yo me he quedado sordo? – respondió Blake.
– No, por supuesto que no. Simplemente quise decir que estuve bastante entretenida.
El marqués se tapó la boca con su mano, probablemente para sofocar una risa.
Caroline gimió. Otra en una larga lista de frases que ella soltaba equivocadamente. ¡Santo Dios! El señor Ravenscroft debe pensar que se estaba refiriendo al beso.
– Lo que quise decir fue… Bueno, no tengo ni idea de lo que quise decir, pero debe admitir que le gustaron mis pajaritos de papel, al menos hasta que se chocaron contra el rosal.
– ¿Pájaros de papel? – preguntó el marqués confuso.
– Los… oh, no importa, a ninguno de los dos les importa, – dijo Caroline con un suspiro y un lento movimiento negativo de su cabeza
– Pido disculpas por cualquier frustración que pudiera haber causado.
Blake la miró como si pudiera tirarla por la ventana alegremente.
– Solo que…
– ¿Solo que, qué? – dijo él bruscamente.
– Detén tu mal genio, Ravenscroft – dijo el marqués – puede todavía sernos de utilidad.
Caroline tragó saliva, eso sonó bastante siniestro, y el marqués, incluso pensó la probabilidad de que estuviera lejos de ser más afable y amistoso que el señor Ravenscroft; parecía como si pudiera ser bastante despiadado cuando la ocasión lo justificaba.
– ¿Qué sugieres Riverdale? – Preguntó Blake en voz alta.
El marqués encogió los hombros.
– Podríamos rescatarla, y cuando Prewitt llegue a recogerla…
– ¡No! – gritó Caroline, llevando una mano a su garganta por el estallido de dolor que le provocó el grito.
– No voy a volver, no me importa cual sea el riesgo, me tiene sin cuidado si ello significa que Napoleón tome Inglaterra, no me importa si quiere decir que ambos pierdan sus trabajos o lo que sea que ustedes hagan para el gobierno. Nunca volveré.
Y entonces, por si acaso ellos eran enormemente obtusos, repitió
– Nunca.
Blake apoyó el pié sobre la cama, con una expresión dura.
– Entonces le sugiero que empiece a hablar, señorita Trent. Rápido.
Caroline les contó todo. Les habló de la muerte de su padre y sus cinco tutores posteriores; les contó los planes de Oliver para conseguir el control permanente de su fortuna, que el malogrado Percy intentó violarla, y porqué ella necesitaba pasar las siguientes seis semanas escondiéndose. Habló tanto que su voz empezó a desaparecer otra vez, y tuvo que anotar el último tercio de su historia.
Blake observó severamente que cuando ella utilizó su mano izquierda para escribir su caligrafía era exquisita.
– Pensé que dijiste que no podía escribir – dijo James.
Blake le miró fijamente a los ojos con pura amenaza.
– No quiero hablar de ello, y usted – apuntando a Caroline – deje de sonreír.
Ella le lanzó una mirada fugaz, elevando las cejas en una expresión inocente.
– Seguramente puedes permitir su nota de orgullo al haberte engañado – dijo James.
Esta vez Caroline ni siquiera intentó esconder su sonrisa.
– Continúa con tu historia – le gruñó Blake.
Ella asintió, y él leyó cada línea de su historia con severa indignación, disgustado por el modo en que Oliver Prewitt la había tratado. Ella podía haberlo mandado al diablo durante los últimos días, tanto física, como mentalmente, pero no podía negar en pequeña medida que esta chica lo había llevado a frustrarse totalmente. Este hombre que se suponía era su tutor, la trataría tan abominablemente… Esto hizo que se sacudiera con furia.
– ¿Qué nos sugiere que hagamos con usted? – preguntó cuando finalmente paró de garabatear la historia de su vida.
– Por el amor de Dios, Ravenscroft – dijo el marqués – dale un poco de té a la chica, ¿no ves que no puede escribir?
– Dale tú un poco de té.
– No voy a dejarte solo con ella. No sería apropiado.
– Oh, ¿y supongo que sería apropiado para ti permanecer con ella? – se mofó Blake.
– Tu reputación es más negra que la peste.
– Por supuesto, pero…
– ¡Fuera! – gruñó Caroline – Los dos.
Ambos se volvieron de cara a ella, olvidando aparentemente que el motivo de su discusión todavía estaba en la habitación.
– Le suplico su perdón – dijo el marqués.
“ Me gustaría estar unos minutos a solas ”, escribió, poniendo el papel delante de sus narices, y precipitadamente garabateó “ señor ”.
– Llámame James – replicó – todos mis amigos lo hacen.
Ella le lanzó una mirada irónica, dudando claramente de que calificara como amistad, su extraña situación.
– Y él es Blake – añadió James – ¿Supongo que vosotros dos os llamareis por el nombre de pila?
“ No supe su nombre hasta ahora mismo” escribió.
– Que vergüenza, Blake – dijo James – que modales.
– Voy a olvidar que dijiste eso – gruño Blake – porque si no lo hago, tendré que matarte.
Caroline sofocó una risa a su pesar. Dijera lo que quisiera sobre el hombre enigmático que la había secuestrado, él tenía un sentido del humor que igualaba al suyo propio. Ella lo miró otra vez de reojo, esta vez dudando. Al menos esperaba que él fuera guasón.
Le lanzó otra ojeada inquieta. La atroz mirada que él estaba echando al marqués, tumbaría a Napoleón, o al menos llevaría una herida extremadamente dolorosa.
– No le hagas caso – dijo James alegremente – tiene un mal genio propio del demonio, siempre lo ha tenido.
– Suplico su perdón – replicó Blake, muy irritado.
– Lo conozco desde que teníamos doce años – dijo James – nos alojamos juntos en Eton.
– ¿Si? – dijo con voz ronca, probando su voz otra vez – que agradable para ambos.
James dijo:
– La parte de esta frase no expresada, por supuesto, es que nosotros nos merecemos el uno al otro. Vamos, Ravenscroft, vamos a dejar a la pobre chica su intimidad, estoy seguro de que querrá vestirse y lavarse y hacer todas esas cosas que a las chicas les gusta hacer.
Blake dio un paso adelante.
– Ella ya está vestida y nosotros necesitamos preguntarle acerca de…
Pero James levantó una mano.
– Tenemos todo el día para obtener su sumisión.
Caroline tragó saliva. No le gustó como sonó eso.
Los dos hombres abandonaron la habitación, y ella se puso de pie de un salto, echó un poco de agua sobre su cara, y se puso los zapatos; era estupendo levantarse y estirar sus músculos. Había estado metida en cama durante los últimos dos días y no estaba acostumbrada a tanta inactividad.
Caroline corrigió su apariencia como mejor pudo, que ya era mucho decir, ya que había estado vistiendo las mismas ropas durante cuatro días, estaban horriblemente arrugadas, pero parecían suficientemente limpias, así que arreglo su pelo en una única trenza gruesa; entonces comprobó la puerta, quedó encantada al ver que no estaba cerrada. No le fue difícil encontrar el camino hacia la escalera y rápidamente bajó corriendo hasta el piso inferior.
– ¿Va a algún sitio?
Ella levantó la vista bruscamente. Blake estaba apoyado descaradamente contra la pared, se arremangó y cruzó sus brazos.
– Té – susurró ella – dijo que podría tomar un poco.
– ¿Lo dije? – dijo lenta y pesadamente.
– Si no lo hizo, estoy segura de que tuvo intención de hacerlo.
Los labios de él se curvaron en una sonrisa poco dispuesta.
– Tiene un código de palabras.
Ella le ofreció una sonrisa demasiado dulce.
– Estoy practicando, después de todo, no las he utilizado desde hace días.
– No me presione, señorita Trent. Mi humor pende de un hilo muy fino.
– Mas bien creí que ya se había roto – contestó – y acerca de eso, si yo le llamo Blake, usted también podría llamarme Caroline.
– Caroline le sienta mucho mejor que Carlotta.
– Así sea. No tengo ni una gota de sangre española, un poco de francesa – añadió, sabiendo que estaba parloteando, pero demasiado nerviosa en su presencia para parar – pero no española.
– Ha puesto totalmente en peligro nuestra misión, dese cuenta.
– Le puedo asegurar que no era mi intención.
– Estoy seguro de que no, pero sigue siendo un hecho que va a tener que compensar.
– Si mis compensaciones terminan en que Oliver pase el resto de su vida en prisión, puede garantizar mi completa colaboración.
– La prisión sería improbable, la horca es una probabilidad mucho más clara.
Caroline tragó saliva y apartó la mirada, de repente se dio cuenta de que su implicación con estos dos hombres podía enviar a Oliver a la muerte. Detestaba a ese hombre, seguro, pero a ella no podía gustarle ser la causa de la muerte de nadie.
– Necesitará descartar su sentimentalismo – dijo Blake.
Conmocionada, alzó la mirada ¿Su cara era tan fácil de leer?
– ¿Cómo sabía lo que estaba pensando?
Se encogió de hombros.
– Cualquiera que tenga conciencia debe enfrentarse con este dilema cuando entra en este negocio.
– ¿Como usted?
– Por supuesto, yo pasé por esa etapa rápidamente.
– ¿Qué paso?
Él levantó una ceja.
– Pregunta mucho.
– Ni la mitad de lo que usted lo hizo – respondió ella.
– Tenía una orden ministerial que aprobaba las razones de hacer tantas preguntas.
– ¿Por eso murió su prometida?
Fijó sus ojos en ella con tanta furia que ella apartó la mirada.
– No importa – musitó ella.
– No vuelva a mencionarla.
Caroline dio un paso atrás involuntario por el dolor áspero en su garganta.
– Lo siento – murmuró.
– ¿Por qué?
– No sé – dijo, reacia a mencionar a su prometida después del modo en que había reaccionado la última vez – Cualquier cosa le hace tan infeliz.
Blake la miró fijamente a los ojos con interés, parecía sincera, y le sorprendió; había sido muy poco considerado con ella en estos últimos días, pero antes de que pudiera pensar en una respuesta, oyeron que el marqués entraba en el vestíbulo.
– Maldición, Ravenscroft – dijo James – ¿No podrías contratar más sirvientes?
Blake sonrió abiertamente ante la visión del elegante marqués de Riverdale haciendo equilibrios con un servicio de té.
– Si pudiera encontrar otro en quien confiar, lo contrataría al momento. De cualquier forma, tan pronto como acabe mis obligaciones con el Ministerio de Defensa, la discreción de mis sirvientes no tendrá por que ser tan grande.
– ¿Entonces, todavía estás decidido a dejarlo?
– ¿Tienes que preguntarlo?
– Creo que quiere decir que sí – le dijo James a Caroline – aunque con Ravenscroft, nunca se sabe. Tiene la horrorosa costumbre de contestar a las preguntas con otras preguntas.
– Si, lo he notado – murmuró ella.
Blake se apartó de la pared.
– ¿James?
– ¿Blake?
– Cállate.
James sonrió ampliamente.
– Señorita Trent, ¿Porqué no nos retiramos al salón? El té debería ayudarla a recuperar la voz al menos un poco; una vez que no le duela al hablar, podríamos resolver que demonios haremos con usted.
Blake cerró los ojos un momento, mientras Caroline salía detrás de James escuchando como le decía con voz áspera
– Debería llamarme Caroline, al señor Ravenscroft ya le he dado permiso para hacerlo también.
Blake esperó uno o dos minutos antes de seguirlos, necesitaba unos momentos de soledad para poner en orden sus pensamientos, o al menos intentarlo. Nada estaba claro en lo concerniente a ella; había sentido un alivio tan grande cuando descubrió que Carlotta De León no era realmente Carlotta De León. Caroline. Caroline Trent. Y a él no le apetecía mantener relaciones con una traidora.
Movió su cabeza negativamente con aversión. Como si ese fuera el único problema al que enfrentarse ahora. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer con ella? Caroline Trent era inteligente, muy inteligente, esto estaba bastante claro, y ella odiaba a Oliver Prewitt lo suficiente para ayudarle a presentarlo ante la justicia. Podría costarle un poco convencerla para que le ayudase a quitarle su aversión por el espionaje, pero no mucho. Después de todo, Prewitt le había ordenado a su hijo que la violase. No era probable que Caroline pusiera la otra mejilla después de algo como eso.
La solución obvia era que permaneciera aquí, en Seacrest Manor. Seguramente tendría mucha información que ellos podrían utilizar contra Prewitt. Era dudoso que ella no estuviera al corriente de su tráfico ilegal. Pero con las preguntas apropiadas, James y él podrían descubrir pistas que ella probablemente nunca se dio cuenta que las sabía. Si además de eso, ella pudiera proporcionarles un croquis de Prewitt Hall, sería una información incalculable en el caso de que James y él decidieran entrar por la fuerza.
Así que, si ella era tan buena añadida a su equipo, ¿porqué estaba tan poco dispuesto a pedirle que se quedara?
Sabía la respuesta, no quería mirar profundamente dentro de su corazón para admitirlo.
Se llamó cobarde de siete maneras diferentes, pero puso en movimiento sus talones y caminó a grandes pasos hacia la puerta principal. Necesitaba un poco de aire.
¿Qué supones que está observando nuestro buen amigo Blake?
Caroline alzó la mirada al oír la voz de James, mientras ella le servía el té.
– Desde luego, no es mi buen amigo – respondió.
– Bueno, yo no lo llamaría tu enemigo.
– No, no lo es. Es solo que no creo que los amigos aten a sus amigos a la pata de una cama.
James se atragantó con su té.
– Caroline, no tienes ni idea.
– La cuestión es discutible, de cualquier modo – dijo, echando una mirada por la ventana – se está alejando.
– ¿Qué? – James se levantó del sofá y cruzó la habitación – que cobarde.
– Seguramente no me tiene miedo – bromeó ella.
James giró su cabeza para mirarla, sus ojos taladraban de una manera tan aguda su cara, que ella se puso muy incómoda.
– Quizás si – murmuró más para sí mismo que para ella.
– ¿Señor?
James agitó la cabeza, como para aclarar sus pensamientos, pero no dejó de mirarla fijamente.
– Te dije que me llamaras James – sonrió con picardía – ó “querido amigo” si crees que James es demasiado familiar.
Ella dejó escapar un resoplido muy femenino.
– Ambos son demasiado familiares, como bien sabe. Sin embargo, dada mi extraordinaria situación, parece tonto discutir sobre detalles sin importancia como este.
– Una mujer eminentemente práctica – dijo con una sonrisa – la mejor clase.
– Si, bueno, mi padre era comerciante – dijo, haciendo un chiste (con humor) – una debe ser práctica para alcanzar el éxito en sus propósitos.
– Ah, si, por supuesto, comerciante, me lo has recordado, ¿Qué clase de comercio?
– Construcción de barcos.
– Ya veo, entonces, debes haberte criado cerca de la costa.
– Si, en Portsmouth hasta mi… ¿Por qué me mira tan curiosamente?
– Perdona, ¿estaba mirándote fijamente?
– Si – dijo francamente.
– Sencillamente es que me recuerdas a alguien que conocí, no en el parecido, ni en los gestos, es más un… – elevó su cabeza como si buscara la palabra correcta – es más una similitud de espíritu, si existe tal cosa.
– Oh – respondió Caroline, a falta de algo más inteligente que decir – ya veo, espero que ella fuera alguien agradable.
– Oh, si, la más agradable, pero eso no importa – James volvió a atravesar la habitación y se sentó en una silla al lado de ella.
– He estado dándole vueltas a nuestra situación.
Caroline sorbió su té.
– ¿A sí?
– Si, creo que deberías quedarte aquí.
– No hay problema.
– ¿Incluso por tu reputación?
Caroline encogió los hombros.
– Como dice, soy práctica, el señor Ravenscroft ya ha mencionado que sus sirvientes son discretos y mis otras opciones son volver con Oliver.
– Lo que realmente no es una opción en absoluto – interrumpió James – a menos que quieras acabar casándote con el bobo de su hijo.
Ella afirmó con la cabeza.
– O puedo volver a mi plan original.
– ¿Cual?
– Había pensado buscar trabajo en una posada.
– No es precisamente una perspectiva segura para una mujer sola.
– Lo sé – aceptó Caroline – pero realmente no tengo otra elección.
James se acarició la mandíbula pensativamente.
– Estarás a salvo aquí, en Seacrest Manor, te aseguro que no te vamos a hacer regresar con Prewitt.
– El señor Ravenscroft no está de acuerdo en dejarme permanecer aquí – le recordó – y ésta es su casa.
– Él lo hará.
Caroline pensó que James estaba siendo demasiado confiado, pero no obstante el no sabía nada acerca del beso entre Blake y ella, Blake parecía bastante disgustado por ello. James volvió la cara hacia ella repentinamente.
– Querríamos que nos ayudaras a llevar a tu tutor ante la justicia.
– Si, el señor Ravenscroft también lo dijo.
– ¿No te dijo que lo llamaras Blake?
– Si, pero de alguna manera, parece demasiado…
Intimo. La palabra estaba suspendida en su mente, formando la imagen de su cara, cejas oscuras, pómulos formados elegantemente, una sonrisa que raramente aparecía… oh, pero cuando lo hacía…
Era realmente embarazoso. Caroline pensó, que una de sus sonrisas podía hacerla sentir muy aturdida.
¡ Y su beso! Dios mío, le había hecho sentir que posiblemente no podía ser bueno para su cordura. Se había inclinado sobre ella, y sencillamente, se había paralizado, hipnotizada por su mirada de gruesos párpados. Si él no hubiera perturbado el momento llamándola Carlotta, solo el cielo sabría lo que le habría dejado hacer. Lo más asombroso había sido que él también pareció disfrutar el beso. Percy siempre había dicho que ella era la tercera chica más fea de todo Hampshire; sin embargo, Percy era un tonto, y su apetito siempre se había dirigido hacia las rubias regordetas…
– ¿Caroline?
Ella levantó los ojos repentinamente.
Los labios de James se curvaron en una sonrisa divertida.
– Estás embobada.
– Oh, lo siento mucho, iba a decirle que el señor… er… quiero decir, Blake, ya me contó acerca de ayudarles para arrestar a Oliver. Debo decir, que es bastante desconcertante saber que él podría ir a la horca como resultado directo de mi intervención; pero, si como usted dice, ha estado dirigiendo actividades de traición…
– Lo ha hecho, estoy seguro de ello.
Caroline frunció el ceño.
– Es un hombre despreciable. Fue bastante cruel por su parte que ordenara a Percy que me agrediera, pero poner en peligro a miles de soldados británicos, no puedo comprenderlo.
James sonrió lentamente.
– Práctica y patriota. Tú, Caroline Trent, eres un premio.
Si Blake también pensara lo mismo.
Caroline dejó su taza de té estrepitosamente sobre el platillo; no le gustaba el curso que estaban tomando sus pensamientos respecto a Blake Ravenscroft.
– Ah, mira – dijo James levantándose de sopetón – nuestro anfitrión errante regresa.
– ¿Cómo dice?
James hizo unos gestos en dirección a la ventana.
– Parece haber cambiado de idea; quizás ha decidido que nuestra compañía no es realmente tan mala.
– O podría ser la lluvia – replicó Caroline – ha empezado a lloviznar.
– Así que llovizna, la Madre Naturaleza está claramente de nuestro lado.
Un minuto más tarde Blake entró al salón con paso airado, con su pelo negro húmedo.
– Riverdale – vociferó – he estado pensando acerca de ella.
– Ella está en el salón – dijo Caroline secamente.
Si Blake la oyó, él la ignoró.
– Ella se va.
Antes de que Caroline pudiera protestar, James había cruzado sus brazos y dijo – No estoy de acuerdo. En absoluto.
– Es demasiado peligroso. No arriesgaré su vida.
Caroline no estaba segura de si era un elogio o una ofensa. Se decidió por “ofensa”; generalmente, su opinión parecía ser más el resultado de una pobre opinión acerca del género femenino que a una abrumadora preocupación por su bienestar.
– ¿No cree que debo decidirlo yo? – dijo ella metiéndose en la conversación.
– No – dijo Blake aceptando finalmente su presencia.
– Blake puede ser bastante protector con las mujeres – dijo James, casi aparte.
Blake lo miró con ferocidad.
– No dejaré que la maten.
– No la matarán – respondió James.
– ¿Y como lo sabes? – le preguntó Blake.
James se rió entre dientes.
– Porque, mi querido chico, confío en que tú no lo permitirás.
– No seas tan condescendiente conmigo – gruño Blake.
– Mis disculpas por lo de “querido chico”, pero sabes que digo la verdad.
– ¿Hay alguna cosa en relación con lo que pasa aquí que yo debería saber? -preguntó Caroline moviendo su cabeza de un hombre a otro.
– No – dijo Blake sin rodeos, manteniendo su vista unas pulgadas por encima de la cabeza de ella. ¿Que demonios se suponía que debía hacer con ella? Era más que demasiado peligroso que ella se quedara, tenía que asegurarse de que ella se iría antes de que fuera demasiado tarde.
Aunque ella ya había despertado esa parte de él que parecía mantener imperturbable, la parte que le importaba; y la razón por la que no quería que ella se quedara era sencilla: lo asustaba, había gastado una gran cantidad de su energía emocional manteniéndose alejado de las mujeres que le provocaban algo más que desinterés o lujuria.
Caroline era inteligente. Era graciosa, condenadamente atractiva, y Blake no la quería a menos de diez millas de Seacrest Manor. Había intentado ser compasivo con ella antes. Eso casi lo había destruido.
– Ah, demonios – dijo finalmente – se queda, entonces, pero que ambos sepáis que estoy totalmente en desacuerdo.
– Un hecho que has dejado totalmente claro – dijo James con voz cansada.
Blake lo ignoró y se aventuró a mirar a Caroline. Mala idea. Ella le sonrió. Sonrió de verdad, y eso hizo que se iluminara toda su cara y parecía tan endemoniadamente dulce, y…
Blake maldijo entre dientes, sabía que esto era un gran error. El modo en que ella le sonrió, como si pensase que realmente pudiera iluminar los rincones más lejanos de su corazón…
Dios, ella lo aterraba.