CAPITULO 16

ti-ti-vate (verbo). Hacer pequeños cambios o añadidos al atuendo de uno mísmo.

Atrapada como estoy en el cuarto de baño, al menos tengo tiempo para efectuar algunos cambios (titivation). Juro que mi pelo nunca se ha visto tan elegante.

Del diccionario personal de Caroline Trent.


Más tarde, mientras estaba cenando esa noche, a Blake se le ocurrió que le encantaría asesinar a la señorita Caroline Trent. También pensó que no era un sentimiento nuevo. Ella había puesto su vida patas arriba, se había colado en ella, volviéndola del revés, y ciertamente en incontables veces, encendía un fuego interior.


A pesar de eso, pensó generosamente, que quizá matarla sería una palabra un poco fuerte. Él no era tan orgulloso como para no admitir que ella le gustaba cada vez más. Pero sin duda alguna, quería amordazarla. Sí, una mordaza sería ideal. Y así ella no podría hablar.

Genial.


– Oye, Blake – dijo Penélope con una mirada recelosa – ¿esto es sopa?

Él hizo un gesto afirmativo.

Ella miró el caldo casi transparente de su plato.

– ¿Seguro?

– Sabe como el agua salada – dijo él de forma lenta y cansada – pero la señora Mickle me asegura que es sopa.

Penélope tragó una cucharada, indecisa, y tomó un largo sorbo de vino tinto

– ¿Supongo que no tienes nada del jamón que sobró de tu merienda?

– Te aseguro que nos sería totalmente imposible tomar algo de ese jamón.

Si su hermana encontró su forma de hablar un poco extraña, no lo dijo. En lugar de eso, dejó su cuchara y preguntó

– ¿Trajo Perriwick algo más? Un trozo de pan, quizás.

Blake negó con la cabeza.

– ¿Tú siempre comes tan… poco por la noche?

De nuevo, él movió la cabeza negativamente.

– Oh, entonces ¿esto es una ocasión especial?

Él no tenía ni idea de cómo responder a eso, así que se limitó a tomar otra cucharada de la deplorable sopa.

Seguro que tendría que tener algún tipo de valor nutricional en algún lado.


Pero entonces, para su gran sorpresa, Penélope se dio una palmada sobre la boca, se puso tan roja como la remolacha, y dijo:

– ¡Oh! ¡Cuánto lo siento!

Él dejó su cuchara lentamente.

– ¿Perdona?

– Por supuesto que es una ocasión especial. Lo había olvidado completamente. Cuánto lo siento.

– Penélope. ¿De qué diantres estás hablando?

– Marabelle.

Blake sintió como una emoción extraña le aprisionaba en el pecho ¿Porqué mencionaría Penélope a su difunta prometida ahora?

– ¿Qué pasa con Marabelle? – preguntó con una voz totalmente tranquila.


Ella parpadeó.

– Oh, oh, entonces, tú no lo recuerdas. No importa. Por favor, olvida lo que dije.

Blake miró a su hermana con desconfianza, mientras ella arremetía contra el plato de sopa como si se tratase de maná venido del cielo.

– En el nombre de Dios, Penélope. Lo que quiera que sea que estabas pensando, dilo.

Ella se mordió el labio con indecisión.

– Hoy es once de Julio, Blake – su voz era suave y llena de compasión. Él la miró fijamente sin comprender durante un momento, hasta que recordó. El once de Julio. El aniversario de la muerte de Marabelle; se puso de pie tan bruscamente que su silla se volcó.

– Te veré mañana – dijo con voz cortante.

– ¡Espera Blake! ¡No te vayas!

Ella se levantó y corrió tras él, que se encaminaba a grandes pasos hacia su habitación.

– ¡No deberías estar sólo precisamente ahora!

Él se detuvo en el camino, pero no se volvió a mirarle a la cara mientras le decía

– No lo entiendes, Penélope, yo siempre estaré solo.


Dos horas más tarde, Blake se encontraba bien, y borracho. Sabía que eso no le haría sentirse mejor, pero pensaba que un trago más podría hacerle sentir menos.

Sin embargo, no funcionó.

¿Cómo lo había olvidado? Cada año la había recordado y lo había celebrado con un regalo especial, algo para honrar su muerte, de la forma en que él había intentado y fallado, honrarla en vida. El primer año habían sido flores en su tumba. Vulgar, lo sabía, pero su sufrimiento era enorme aún, y él era todavía joven, y no sabía que más hacer.


Al año siguiente, plantó un árbol en su honor en el lugar donde fue asesinada, de algún modo le pareció apropiado. Como una jovencita, a Marabelle le habría sido posible subir a un árbol más rápido que a cualquier chico de la comarca.


Los años siguientes, había sido rememorada con una donación a una casa para niños huérfanos, una ofrenda de libros a su antiguo colegio, y un cheque bancario anónimo a sus padres, que siempre se habían empeñado en vivir por sus propios medios.

Pero este año… nada.

Fue dando tumbos descendiendo por el camino de la playa, utilizando un brazo para mantener el equilibrio, mientras con el otro, sujetaba con fuerza su botella de whisky. Cuando llegó al final del sendero, se dejó caer de forma muy poco elegante sobre el suelo. Había un trozo cubierto de hierba, antes que la tierra dura cediera el paso a la arena delicada, por la cual Bournemouth era famosa. Se sentó ahí, fijando la mirada hacia el Canal, preguntándose, que demonios iba a hacer consigo mismo.


Había salido fuera para evadirse y tomar aire fresco. No quería que Penélope o sus preguntas bien intencionadas invadieran su amargura. Pero el aire salado hacía poco para aliviar su culpabilidad. Todo lo que hacía era recordarle a Caroline. Ella había llegado a casa esa tarde con la fragancia del mar en su cabello y el leve toque del sol en su piel.


Caroline. Cerró los ojos con angustia. Sabía que Caroline era la razón por la que había olvidado a Marabelle.


Escanció más whisky en su garganta, bebiendo directamente de la botella. Ello le ardía en el accidentado camino hacia el estómago, pero Blake aceptaba el dolor, Se sentía bruto y poco digno, y de alguna manera, eso le parecía apropiado. Esa noche no se sentía como todo un caballero.


Se tumbó de espaldas sobre la hierba y contempló el cielo. Había salido la luna, pero no brillaba lo suficiente, para atenuar las luces de las estrellas. Parecían casi felices, allí arriba. Centelleando como si a ellas no les importara nada en el mundo. Casi sentía como si se estuvieran burlando de él.

Blasfemó. Cada vez era más imaginativo. Eso, o sentimental. O quizá sólo fuera la bebida. Se sentó y tomó otro trago.

El licor embotó sus sentidos y oscureció su mente, por lo que probablemente no oyó pisadas hasta que estuvieron casi encima de él.

– ¿Quién ebta ahí? – pronunció de forma incorrecta, levantándose torpemente con ayuda de sus codos – ¿Quién es?

Caroline dio un paso hacia delante, la luz de las estrellas iluminaba su cabello castaño claro

– Sólo soy yo.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Te vi desde mi ventana – sonrió con ironía – perdóname, tu ventana.

– Deberías regresar.

– Es probable.

– No soy una compañía adecuada.

– No – asintió ella – estas bastante borracho. No es bueno beber con el estómago vacío.

Dejó salir un corto estallido de risa hueca.

– ¿Y de quién es la culpa que mi estómago esté vacío?

– Sabes guardar rencor, ¿verdad?

– Señora, te aseguro que tengo una enorme memoria – se estremeció al decir esas palabras, su memoria siempre le había funcionado bien (hasta esta noche).

Ella frunció el ceño.

– Te traje comida.

Él no dijo nada durante un momento, después, y con voz muy baja dijo

– Vuelve dentro.

– ¿Porqué estás tan alterado?

Él no dijo nada, solo se limpió la nariz con su manga después de beber otro trago de whisky.

– Nunca te había visto bebido antes.

– Hay un montón de cosas que no sabes sobre mí.

Ella dio otro paso hacia delante, sus ojos lo desafiaron a que él desviara la mirada.

– Sé más de lo que tú crees.

Eso logró su atención. Los ojos de él brillaron con una ira momentánea, en ese momento se quedó en blanco mientras decía

– Te compadezco entonces.

– Vamos, deberías comer algo – ella le ofreció algo envuelto en una servilleta de tela – absorberá el whisky.

– Eso es lo último que quiero hacer.

Ella se sentó a su lado.

– Eso no te va a sentar bien, Blake.

Él se giró hacía ella con sus ojos grises furiosamente enrojecidos.

– No me digas lo me sienta y no me sienta bien – le siseó – no tienes derecho.

– Como amiga tuya – dijo delicadamente – tengo todo el derecho.

– Hoy – anunció Blake con una desconcertante floritura de su brazo – es once de Julio.

Caroline no dijo nada, no sabía que decir ante una declaración tan evidente.

– El once de Julio – repitió – caerá en deshonor en la historia de Blake Ravenscroft como el día en que él… el día en que yo…

Ella se inclinó hacia adelante, pasmada y conmovida por el sonido estrangulado de su voz.

– ¿Qué paso ese día, Blake? – susurró.

– Ese día dejé morir a una mujer.

Ella palideció por el dolor que contenía su voz.

– No, no fue culpa tuya.

– ¿Qué demonios sabes tú?

– James me habló sobre Marabelle.

– Maldito bastardo entrometido.

– Yo me alegro de que lo hiciera, me habló mucho de ti.

– ¿Porqué narices querías saber más? – preguntó mordazmente.

– Porque yo te am… – Caroline se detuvo, horrorizada por lo que casi había dicho.

– Porque me agradas, porque eres mi amigo. No he tenido muchos en mi vida, así que quizás me estoy dando cuenta de lo especial que es la amistad.

– Yo no puedo ser tu amigo – dijo con una voz insoportablemente áspera.


– ¿No puedes? – ella contuvo su respiración esperando una respuesta.

– Tu no deseas que sea tu amigo.

– ¿No crees que eso tengo que decidirlo yo?

– Por el amor de Dios, mujer, ¿me quieres escuchar? Por última vez, no puedo ser tu amigo, nunca podría ser tu amigo.

“Porque te deseo”

Ella se contuvo para no empujarle, había sido tan descortés, su necesidad tan evidente, que casi la había asustado.

– Eso es lo que dice el whisky – dijo apresuradamente.

– ¿Eso crees? Conoces muy poco a los hombres, mi amor.

– Te conozco a ti.

Él se rió.

– Ni la mitad de lo que yo sé sobre ti, mi adorable señorita Trent.

– No te burles de mí – susurró.

– Ah, pero te he estado observando ¿te lo demuestro? Todas las cosas que sé, todas las pequeñeces que he notado, podría llenar uno de esos libros a los que tú eres tan aficionada.

– Blake, creo que deberías…

Pero él la interrumpió colocando un dedo en sus labios.

– Comenzaré por aquí – murmuró – con tu boca.

– Mi b…

– Shhhh… me toca a mí – su dedo trazó el delicado arco de su labio superior

– Tan llenos, tan rosas ¿nunca los has pintado, verdad?

Ella negó moviendo la cabeza, pero el movimiento produjo el tormento sensual de los dedos de él acariciando su piel.

– No – musitó – no lo harías – Nunca había visto unos labios como éstos antes ¿no te había dicho que fue en lo primero que me fijé?

Ella permanecía sentada, absolutamente quieta, demasiado nerviosa para volver a negar con la cabeza.

– Tu labio inferior es adorable, pero éste – trazó de nuevo la línea del labio superior – es exquisito. Suplica ser besado. Cuando creí que eras Carlotta… incluso entonces deseaba cubrir tus labios con los míos. Dios, como me odié por eso.

– Pero yo no soy Carlotta – susurró ella.

– Lo sé. Eso es peor. Porque ahora no puedo justificar que te necesito. Puedo…

– ¿Blake? – su voz era suave, pero apremiante, y creyó que moriría si no terminaba sus pensamientos.

Pero él sólo movió su cabeza negativamente

– Estoy divagando.

Movió su dedo hacia los ojos de ella, casi rozando el borde de los párpados, mientras ella los cerraba.

– Aquí hay otra cosa que conozco de ti.

Ella sintió como se abrían sus labios y su respiración cada vez era más estropajosa.

– Tus ojos, con unas pestañas tan divinas. Un poco más oscuras que tu pelo – movió sus dedos hacia las sienes – pero creo que me gustan más abiertos que cerrados.

Sus ojos se elevaron para abrirse.

– Ah, así está mejor. El color más maravilloso del mundo ¿nunca has estado en el mar?

– No desde que era muy pequeña.

– Aquí, en la costa, el agua es gris y tenebrosa, pero una vez que te alejas de la contaminación de la tierra, es maravillosa y limpia. ¿sabes de lo que estoy hablando?

– Cr… creo que si.


Él se encogió de hombros repentinamente y dejó caer su mano.

– Ni siquiera te llega a la suela de los zapatos. He oído que el agua en los trópicos es incluso más impresionante. Tus ojos deben ser del color exacto del océano que roza el ecuador.

Ella sonrió indecisa.

– Me gustaría ver el ecuador.

– Mi amor ¿no crees que primero deberías al menos intentar ver Londres?

– Ahora estás siendo cruel, y en realidad no quieres hacerlo.

– ¿No?

– No – dijo, accediendo al interior de sí misma, para encontrar el valor que necesitaba y hablarle claramente.

– Tú no estás enfadado conmigo. Estás enfadado contigo mismo, y yo estoy al alcance.

Él ladeó la cabeza ligeramente en su dirección

– Te crees muy observadora ¿verdad?

– ¿Cómo se supone que debo responder a eso?

– Eres observadora, pero creo que no lo suficiente para librarte de mí.

Él se inclinó hacia adelante con una sonrisa peligrosa.

– ¿Sabes cuánto te deseo?

Ella perdió la voz y negó agitando la cabeza.

– Te deseo tanto que cuando me tumbo y aún estoy despierto cada noche, mi cuerpo se endurece y duele por la necesidad.

La garganta de ella se quedó seca.

– Te deseo tanto que tu aroma hace que mi piel se estremezca de anhelo.

Ella entreabrió sus labios.

– Te deseo tanto – el aire nocturno se llenó con su enojada risa – te deseo infinitamente tanto, que me olvidé de Marabelle.

– Oh, Blake. Lo siento.

– Ahórrame tu compasión.

Ella comenzó a levantarse.

– Me iré. Eso es lo que quieres, y evidentemente no estás en situación de conversar.

Pero él la agarró y tiró de ella para que retrocediera.

– ¿No me has oído?

– He oído cada palabra – susurró ella.

– No quiero que te vayas.

Ella no dijo nada.


Te deseo.

– Blake, no.

– ¿No qué? ¿Que no te bese? – Descendió súbitamente y la besó muy fuerte en la boca

– Demasiado tarde.

Ella lo miró atentamente, sin estar segura de si estaba asustada o encantada. Ella lo amaba, estaba segura de eso ahora. Pero él no estaba actuando como era en realidad.


– ¿Que no te toque? – su mano avanzó sobre su diafragma y a lo largo de su cadera – he llegado demasiado lejos para eso.

Los labios de él encontraron su mandíbula, después su cuello y comenzó a mordisquearle la oreja. Ella sabía dulce y limpia; y olía vagamente como la espuma que él utilizaba para afeitarse. Se preguntó qué habría estado haciendo ella arriba en el cuarto de baño, para luego decidir que no le importaba. Había algo salvajemente satisfactorio en oler su propio perfume sobre ella.


– Blake – dijo ella con una voz carente de convicción – no estoy segura de que esto sea lo que realmente quieres.

– Oh, yo estoy seguro – dijo con una risa masculina – estoy muy seguro.

Él apretó las caderas de ella contra las suyas, mientras manejaba su pelo para dejarlo libre de ataduras

– ¿Puedes sentir lo seguro que estoy?

Llevaba su boca hacia la de ella y la devoraba. Su lengua pasaba casi rozando primero a lo largo la línea de sus dientes, y después moviéndose por la suave piel del interior de su mejilla.


– Deseo tocarte – le dijo con palabras que eran un suave aliento contra la boca de ella – en todas partes.

Su vestido era ligero, con pocos botones y lazos, lo que le llevó poco tiempo a él levantarlo por encima de su cabeza, dejándola solamente vestida con una fina camisa.


El cuerpo de él se tensaba de nuevo, mientras sus dedos enganchaban los nudos del delgado cinturón que sujetaba para evitar el suave deslizamiento de la seda.

– ¿Compré esto para ti? – preguntó sin reconocer su ronca voz.

Ella hizo un gesto afirmativo, jadeando cuando una de sus grandes manos se cerró sobre su pecho.

– Cuando tú me conseguiste vestidos. Estaba en una de las cajas que trajiste de la ciudad.

– Bien – dijo, y colocó el cinturón sobre el hombro de ella. Sus labios encontraron el lazo esmeradamente cosido, que bordeaba su corpiño, y lo siguió mientras lo iba empujando hacia abajo, parándose sólo cuando llegó al borde rosado de su pezón.


Ella susurraba su nombre mientras él besaba la oscura aureola, y entonces casi gritó su nombre cuando cerró su boca alrededor del pezón y empezó a chupar.


Caroline nunca había sentido nada tan maravillosamente primitivo como las sensaciones que erizaban su vientre. El placer y la necesidad se desplegaban dentro de ella, esparciéndose desde el mismo centro de su ser, a cada pulgada de piel. Creía haber sentido el deseo cuando él la besó esa mañana, pero eso no era nada comparado con lo que la estaba devorando ahora.


Bajó la vista hacia la cabeza de él en su pecho. Dios mío, él la estaba devorando.

Estaba ardiente, tan ardiente que creyó que se abrasaría allí donde él la tocara. Una de sus manos avanzaba ahora lentamente subiendo por su pantorrilla, mientras que con la rodilla cubierta por los pantalones, ejercía una suave presión para abrir sus piernas. Colocó su peso entre ellas y la dura prueba de su excitación presionaba contra ella íntimamente.


Su mano se movía hacia arriba, más allá de su rodilla, a lo largo de la suave piel del interior de su muslo, y ahí paró un momento, como si le diera una última oportunidad para negarse.

Pero Caroline había llegado demasiado lejos. No podía negarle nada, porque quería todo.

Quizás fuera caprichosa, quizás fuera desvergonzada, pero ella deseaba cada pecaminoso toque de sus manos y su boca. Deseaba que el peso de él la presionara sobre el suelo. Deseaba el rápido latido del corazón de él y su aliento áspero y confuso.


Ella deseaba su corazón, y deseaba su alma; pero sobre todo, deseaba entregarse a él, curar cualquier herida que se encontrase por debajo de la superficie de su piel. Por fin había encontrado el lugar a donde pertenecía (con él) y quería mostrarle su propia dicha.


Así que, cuando sus dedos encontraron el centro de su feminidad, ni una palabra de negativa o protesta pasó por sus labios. Se entregó al placer del momento, gimiendo su nombre y aferrándose a sus hombros mientras él atormentaba su deseo en un torbellino sin compasión.


Ella se aferraba a él mientras giraba y se movía fuera de control, la presión dentro de ella se ponía al rojo vivo. Se sintió tensa, expandida hasta el límite, cuando él deslizó un dedo dentro de ella mientras con su pulgar continuaba el tormento sensual sobre su piel ardiente.

Su mundo explotó en un instante.


Saltó bruscamente debajo de él, alzándose del suelo, y de hecho levantándolo en el aire. Gritó su nombre y lo alcanzó frenéticamente mientras él rodaba apartándose de ella.

– No – jadeó ella – vuelve.

– Shhh… – acarició su pelo, y después su mejilla – estoy bien aquí.

– Vuelve.

– Peso demasiado para ti.

– No. Quiero sentirte. Quiero… – tragó saliva – quiero complacerte.

La cara de él se puso más tensa.

– No, Caroline.

– Pero…

– No llegaré más lejos contigo – dijo con voz firme – no debería haber hecho lo que hice, pero me condenaría si tomo tu virginidad.

– Pero yo quiero dártela – susurró ella.

Él se volvió hacia ella con una ferocidad repentina.

– No – bramó – la guardarás para tu esposo, eres demasiado buena para desperdiciarla con otro.

– Yo… – se interrumpió para no mortificarse diciendo que había esperado que él fuera ese esposo.

Pero, obviamente él pudo leer sus pensamientos, para alejarse de ella diciendo:

– Yo no me casaré contigo.

No puedo casarme contigo.

Ella hizo un ovillo con su ropa, suplicando a Dios para no empezar a llorar.

– Nunca te dije que tuvieras que hacerlo.

Él se giró.

– ¿Tú me comprendes?

– En inglés, soy totalmente capaz – contrajo su voz – conozco todas las palabras importantes ¿recuerdas?


Él contempló su rostro, que no estaba tan serio como ella habría esperado

– ¡Cielos! Nunca tuve intención de hacerte daño.

– Es un poco tarde para eso.

– Tú no lo entiendes. No me puedo casar. Mi corazón pertenece a otra.

– Tu corazón pertenece a una mujer fallecida – escupió – y de inmediato se llevó la mano a su boca, horrorizada por su tono venenoso – perdóname.

Él se encogió de hombros con fatalidad al tiempo que le tendía una de sus zapatillas.

– No hay nada que perdonar. Me aproveché de ti, por ello te pido perdón. Solo me alegra haber tenido la suficiente sangre fría para parar cuando lo hice.

– Oh, Blake – dijo ella tristemente – con el tiempo, tendrás que dejar de hacerte daño. Marabelle se ha ido, tú todavía estás aquí, y hay gente que te ama.

Fue lo más cercano a una declaración que ella quería hacer. Contuvo la respiración esperando su respuesta, pero él solo le pasó la otra zapatilla.

– Gracias – murmuró ella – ahora iré dentro.


– Si – pero cuando ella se levantó él le dijo – ¿piensas dormir en el cuarto de baño?

– En realidad, no he pensado en ello.

– Te dejaría mi cama pero no confío en que Penélope no vaya a comprobar como estoy en mitad de la noche. A veces olvida que su hermano pequeño ha crecido.

– Debe ser estupendo tener una hermana.

Él desvió la mirada.

– Coge la almohada y los cobertores de mi cama. Estoy seguro de que puedes acomodarlos para que te resulten confortables.

Ella hizo un gesto afirmativo y comenzó a alejarse.

– ¿Caroline?

Ella giró vertiginosamente, con la esperanza resplandeciendo en sus ojos.

– Cierra la puerta cuando entres.

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