con-tu-ma-cious (adjetivo). Obstinadamente opuesto a la autoridad. Tercamente perverso.
Hay veces que uno debe actuar de una forma contumaz (contumacious), incluso aunque su esposo esté enormemente descontento.
Del diccionario personal de Caroline Ravenscroft.
En unos cuantos días, la luna de miel se terminó. Era hora de capturar a Oliver, Blake nunca se había resentido de su trabajo en el Ministerio de Defensa. Él no quería perseguir a criminales hasta dar con ellos, quería pasear a lo largo de la playa con su esposa; no quería evitar proyectiles, quería reír mientras fingía evitar los besos de Caroline.
Pero sobre todo, quería cambiar el espinoso miedo al descubrir la apasionante sensación de enamorarse.
Finalmente, terminó admitiendo que se sentía bien. Se estaba enamorando de su esposa.
Se sentía como si estuviera sobre un acantilado, sonriendo al tiempo que miraba como se precipitaba hacia el suelo.
Sonreía en las ocasiones más extrañas, se reía inadecuadamente, y se encontraba curiosamente desolado cuando no sabía dónde estaba ella. Era como ser coronado rey del mundo, inventar un remedio para el cáncer y descubrir que podía volar, todo en el mismo día.
Él nunca soñó que podría estar fascinado por otro ser humano. Amaba observar el conjunto de emociones en el rostro de ella, la dulce curva de sus labios cuando estaba contenta, el fruncimiento de su ceja cuando estaba perpleja.
Hasta le gustaba observarla cuando dormía. Su suave pelo castaño esparcido como un abanico sobre su almohada.
Como se elevaba y bajaba su pecho al ritmo de su respiración, y ella parecía tan noble y en paz. Le había preguntado una vez si sus demonios desaparecían cuando estaba dormida.
La respuesta de ella le derritió el corazón.
– Yo no tengo demonios – le había contestado.
Y Blake se había dado cuenta que sus demonios estaban desapareciendo también. Decidió que era la risa lo que los expulsaba. Caroline tenía una habilidad asombrosa para encontrar el humor en el más mundano de los temas. También había descubierto que ella se enorgullecía de hacer un poco de mímica. Lo que le faltaba de talento, ella lo suplía con su entusiasmo, y a menudo, Blake se encontraba desternillándose de la risa.
Ella estaba lista para ir a la cama justo en ese momento, tarareando en el cuarto de baño, el cuarto de baño de ella. Lo había aislado desde que vivía ahí hacía una semana. Su material de aseo femenino ya no era el que ella había tenido antes de que Penélope la hubiera llevado de tiendas; apretujaban las pertenencias de él, empujando su máquina de afeitar hacia una esquina.
Y Blake adoraba eso. Amaba cada intrusión que ella hacía en su vida; desde la nueva disposición de su mobiliario al perfume indefinido de ella que flotaba en el aire por toda la casa, cogiéndole a él fuera de guardia y haciendo que le doliera quererla.
Él ya estaba en la cama esa noche, apoyado contra las almohadas mientras escuchaba como ella se aseaba. Era el treinta de Julio. Mañana James y él capturarían a Oliver Prewitt y a sus secuaces traidores. Habían planificado la misión hasta el último detalle, pero Blake aún estaba incómodo. Y nervioso. Muy, muy nervioso. Se sentía preparado para el trabajo del día siguiente, pero todavía había demasiadas variables, demasiadas cosas que podrían salir mal.
Y nunca antes, Blake había sentido que tenía tanto que perder.
Cuando Marabelle estaba viva, eran jóvenes y se creían inmortales.
Las misiones para el Ministerio de Defensa habían sido grandes aventuras. Nunca se les había ocurrido que sus vidas pudieran dirigirse a cualquier otro sitio que a la felicidad después de eso.
Pero entonces Marabelle fue asesinada y no importaba si Blake creía que era inmortal o no, pero dejó de importarle su propia vida. Él no había estado nervioso en anteriores misiones porque en realidad, ya no le importaban las consecuencias. Oh, él quería ver a los traidores de Inglaterra llevados ante la justicia, pero si por alguna razón, no vivía para verlos colgados… Bueno, no sería una gran pérdida para él.
Pero ahora era diferente. A él le importaba. Quería más que nada hacerlo por medio de esta misión y construir su matrimonio con Caroline, quería verla vagar por el jardín de rosas, y quería ver su rostro cada mañana sobre la almohada cerca del suyo. Quería hacerle el amor con salvaje desenvoltura y quería tocarle el vientre mientras se hacía grande y redondo con sus niños.
Él quería cada vida que tenía para ofrecer. Hasta el último trocito de maravilla y alegría. Y estaba aterrado, porque sabía lo fácil que todo podría serle arrebatado.
Sólo se necesitaría una bala certera.
Blake se dio cuenta que Caroline había terminado de lavarse y miró hacia la puerta del cuarto de baño, que estaba un poquito abierta. Oyó un pequeño chapoteo, y luego un silencio sospechoso.
– ¿Caroline? – la llamó.
Ella sacó la cabeza con una tela de seda negra envuelta sobre su cabeza.
– Ella no ezsstá aquí.
Blake alzó una ceja.
– ¿Quién tienes la intención de ser? ¿Y qué hacías con mi esposa?
Ella sonrió de forma muy seductora.
– Por supuesto, yo soy Carlotta De León. Y zssi tú no me bezssas ahora, señor Ravenscroft, tendré que recurrir a mis tácticas más desagradables.
– Me estremezco de pensarlo.
Ella se escabulló dentro de la cama y le pestañeó.
– No pienses. Sólo bézssame.
– Oh, pero no podría. Soy un hombre de principios, honesto, nunca me saldría del juramento del matrimonio.
Ella frunció el ceño.
– Estoy segura de que tu esposa te perdonarrá sólo por está vez.
– ¿Caroline? – Él agitó su cabeza negativamente – Nunca. Tiene el carácter del mismo demonio. Me aterroriza por completo.
– No deberías hablar de ella de esa manera.
– Eres demasiado comprensiva para ser una espía.
– Yo soy única – dijo con un encogimiento de hombros.
Él se chupó los labios para no reírse.
– ¿Tú no eres española?
Ella levantó un brazo a modo de saludo.
– ¡Viva la Reina Isabel!.
– Ya veo. ¿Entonces porqué hablas con acento francés?
Ella impresionada, dijo con voz normal:
– ¿De veras?
– Sí, pero era un acento francés excelente – le mintió.
– Nunca he conocido a un español.
– Y yo nunca he conocido a nadie que hablara como tú.
Ella intentó golpearle el hombro.
– En realidad, tampoco he conocido a un francés.
– ¡No!
– No te molestes, solo estaba bromeando.
– Y triunfando hábilmente – Él tomó su mano y pasó rozando su pulgar por la palma de la mano de ella.
Los ojos de ella comenzaron a humedecerse sospechosamente.
– ¿Por qué esto me suena a preludio de malas noticias?
– Tenemos algunos temas serios que discutir.
– Esto está relacionado con la misión para capturar a Oliver mañana, ¿verdad?
Él afirmó con la cabeza.
– No te mentiré y no te diré que no será peligroso.
– Lo sé – dijo ella en voz baja.
– Tuvimos que cambiar algo nuestros planes cuando Oliver descubrió nuestro matrimonio.
– ¿Qué quieres decir?
– Moreton, el que dirige el Ministerio de Defensa, nos iba a enviar una docena de hombres para respaldarnos. Ahora no puede.
– ¿Por qué?
– No queremos que Oliver aumente sus sospechas. Estará vigilándome. Si doce funcionarios gubernamentales se introducen en Seacrest Manor, él sabrá que hay algo en marcha.
– ¿Por qué no pueden hacerlo en la clandestinidad? – Su voz se elevó – ¿No es eso lo que se supone que vosotros hacéis en el Ministerio de Defensa? ¿Hacer algo furtivamente bajo el abrigo de la noche?
– Tranquilízate, querida. Todavía tenemos un par de hombres para apoyarnos.
– ¡ Cuatro personas no son suficiente! No tienes ni idea de cuántos hombres trabajan para Oliver.
– De acuerdo con su historial – dijo él con paciencia – sólo cuatro. Estaremos en igualdad de condiciones.
– Yo no quiero que estéis en igualdad de condiciones. Tenéis que superarlos en número.
Él se estiró para acariciar su pelo pero ella se apartó.
– Caroline – le dijo – así tiene que ser.
– No – dijo ella desafiante – así no.
Blake la miró atentamente mientras se creaba un muy mal presentimiento en su estómago.
– ¿Qué quieres decir?
– Yo voy contigo.
Él se puso rígido.
– ¡Y una mierda, vas a ir tú!
Ella se salió de la cama a toda prisa y puso sus manos sobre las caderas.
– ¿Cómo vais a hacer esto sin mí? Yo puedo identificar a todos los hombres. Conozco la situación del terreno, tú no.
– Tú no vienes, y se acabó.
– Blake, no estás pensando con claridad.
Él saltó sobre sus pies y se puso delante de ella amenazadoramente.
– No te atrevas a acusarme de no pensar con claridad, ¿Crees que yo te pondría en peligro por las buenas? ¿Ni siquiera durante un minuto? Por el amor de Dios, mujer, te podrían matar.
– A ti también – dijo ella suavemente.
Si la oyó, no dio ninguna muestra de ello.
– No voy a pasar por esto de nuevo – dijo – si tengo que atarte a la pata de la cama, lo haré, pero tú no vas a venir a ningún sitio cercano a la costa mañana por la noche.
– Blake, me niego a esperar aquí en Seacrest Manor, mordiéndome las uñas y preguntándome si todavía tengo o no tengo un marido.
Él se pasó la mano por el pelo con un ademán de impaciencia.
– Creí que odiabas esta vida, el peligro, la intriga. Me dijiste que te sentías enferma todo el tiempo cuando irrumpimos en Prewitt Hall ¿ Por qué narices quieres salir pitando ahora?
– ¡Yo lo odio! – exclamó ella – le odio tanto que me come por dentro. ¿Sabes lo que significa sentirse así? ¿Realmente preocupada? ¿De manera que arde haciendo un agujero a través de tu estómago y te hace querer chillar?
– Él cerró los ojos por un momento y dijo suavemente:
– Ahora sí.
– Entonces comprenderás porqué no puedo sentarme aquí y no hacer nada. No importa lo que yo lo odie. No importa que esté aterrorizada. ¿No entiendes eso?
– Caroline, quizás si estuvieras entrenada por el Ministerio de Defensa, si supieras disparar un arma, y…
– Yo puedo disparar un arma. Disparé a Percy.
– Lo que intento decirte, es que si vinieras, no me sería posible concentrarme en la misión; si estoy preocupado por ti, probablemente cometeré más errores y conseguiré que me maten.
Caroline se mordió el labio inferior.
– Tienes razón – dijo lentamente.
– Vale – interrumpió secamente – entonces está arreglado.
– No, no lo está, queda el hecho de que yo puedo ser de gran ayuda, y podríais necesitarme.
Él la agarró por la parte superior de los brazos y cerró sus ojos frente a ella.
– Te necesito aquí, Caroline. Sana y salva.
Ella lo miró y vio algo en sus ojos grises que nunca había esperado, desesperación.
Y tomó una determinación.
– Muy bien – susurró – permaneceré aquí, pero no soy feliz así.
Sus últimas palabras se amortiguaron mientras él la acercaba para apretarla con un abrazo.
– Gracias – murmuró, y no estaba segura de si él se lo decía a ella o a Dios.
La noche siguiente fue la peor que Caroline había pasado nunca. Blake y James se habían marchado poco tiempo después de la cena, antes de que el cielo hubiera comenzado a oscurecerse. Habían afirmado que necesitaban evaluar la situación del terreno. Cuando Caroline protestó con que alguien les vería, sólo se rieron. Le contestaron que Blake era conocido como terrateniente en el distrito, ¿porqué no iba a estar dando una vuelta con uno de sus amigos? Incluso planearon parar en un bar del vecindario para tomar una pinta para favorecer el engaño de que eran simplemente un par de nobles de jarana.
Caroline tenía que admitir que sus palabras tenían sentido, pero no podía quitar la serpentina que temblaba de miedo reptando por su vientre. Sabía que debía confiar en su marido y en James; después de todo, ellos habían trabajado para el Ministerio de Defensa durante años, sin duda, ellos sabían lo que estaban haciendo.
Pero ella presentía algo malo, eso era todo. Una sensación molesta que simplemente no cuadraba. Caroline tenía pocos recuerdos de su madre, salvo sus salidas para mirar las estrellas; pero recordaba una vez sus risas con su marido y comentarios sobre que la intuición femenina era tan consistente como el oro.
Mientras paseaba por los alrededores de Seacrest Manor, Caroline miraba la luna y las estrellas y decía
– Sinceramente, espero que no tuvieras ni idea de lo que decías, madre.
Esperó para sentir la tranquilidad que normalmente encontraba en el cielo nocturno pero por primera vez en su vida, le falló.
– Mierda – murmuró. Apretó los ojos fuertemente mirando hacia arriba otra vez.
Nada. Todavía se sentía fatal.
– Le estás dando demasiada importancia a esto – se dijo a sí misma – No has tenido en toda tu vida ni una onza de intuición femenina. Ni siquiera sabes si tu propio marido te ama ¿Crees que una mujer con intuición no sabría al menos eso?
Más que nada, lo que ella quería era saltar sobre un caballo y cabalgar al rescate de Blake y James. Excepto que ellos probablemente no necesitaban que los rescatase, y ella sabía que Blake nunca la perdonaría. La confianza era algo tan preciado, y ella no quería destruir la suya pocos días después de casarse.
Tal vez si ella fuera a la playa, donde ella y Blake hicieron el amor por primera vez; tal vez allí pudiera encontrar un poco de paz.
El cielo estaba cada vez más oscuro, pero Caroline se dio la vuelta y se encaminó al sendero que se dirigía hacia el agua. Atajó atravesando el jardín y estaba pasando por el camino empedrado, cuando oyó algo.
Su corazón se congeló.
– ¿ Quién está ahí? – preguntó.
Nada.
– Estás tonta – murmuró – sólo voy a la p…
Aparentemente, como caída del cielo, una fuerza cegadora la golpeó en la espalda y la tiró al suelo.
– No digas una palabra – gruñó una voz en su oreja.
– ¿Oliver? – dijo ella ahogadamente.
– ¡Te dije que no hables! – Con su mano le tapó la boca a ella. Fuertemente.
Era Oliver. La mente de ella iba a toda velocidad “¿Qué demonios hacía él aquí?”
– Voy a hacerte algunas preguntas – dijo con una voz aterradora.
– Y tú me vas a dar algunas respuestas.
Apartando el pánico, ella afirmó con la cabeza.
– ¿Para quién trabaja tu marido?
Sus ojos se agrandaron, y ella le agradeció que se tomara su tiempo para quitarle la mano de encima de la boca, porque no tenía ni idea de qué decir. Cuando él finalmente le dejó hablar, su brazo aún la rodeaba brutalmente alrededor del cuello. Ella dijo
– No sé de qué me estás hablando.
Él tiró hacia atrás con fuerza, de modo que la parte superior del brazo le estaba oprimiendo la tráquea
– ¡Respóndeme!
– ¡No lo sé! ¡Lo juro!
Si ella le decía que Blake se encontraba lejos, toda su operación se arruinaría. Él podría perdonarla, pero ella no se lo perdonaría nunca.
Oliver cambió de posición bruscamente mientras retorcía el brazo de ella por detrás de la espalda.
– No te creo – gruñó él – tú eres un montón de cosas, la mayoría de ellas molestas como el demonio, pero no eres estúpida ¿Para quién trabaja?
Ella se mordió el labio, Oliver no iba a creer que ella no supiera absolutamente nada, así que dijo
– No lo sé. Aunque a veces él se va.
– Ah, ahora nos vamos entendiendo ¿A donde va?
– No lo sé.
Él tiró del brazo de ella tan fuerte que estaba segura de que el hombro se saldría de su sitio.
– ¡No lo sé! – dijo ella a gritos – ¡De veras, no lo sé!
Él la giró.
– ¿Sabes donde está ahora?
Ella negó con la cabeza.
– Yo sí.
– ¿Tú sí? – dijo con voz ahogada.
Hizo un gesto afirmativo entrecerrando sus ojos malévolamente.
– Imagina mi sorpresa cuando lo descubrí tan lejos esta noche.
– No sé lo que me quieres decir.
Él comenzó a arrastrarla hacia el camino principal.
– Lo sabrás.
La fue empujando hasta que llegaron a un pequeño calesín aparcado al lado de la carretera. El caballo estaba masticando apaciblemente sobre la hierba hasta que Oliver le golpeó en su pata.
– ¡Oliver! – dijo Caroline – Estoy segura de que eso no era necesario.
– Cállate – la estrujó contra el lateral del calesín y le ató las manos juntas con un trozo de cuerda gruesa.
Caroline miró sus manos y notó con exasperación que era tan bueno atando nudos como había sido Blake. Sería afortunada si la sangre conseguía llegar hasta sus manos.
– ¿Dónde me llevas? – le preguntó.
– ¡A ver a tu querido esposo!.
– Te lo dije. No sé dónde está.
– Y yo te lo dije. Yo sí.
Ella tragó saliva, encontrando cada vez más duro mantenerse en ese plan tan fanfarrón.
– Bueno, entonces… ¿Dónde está?
Él la empujó para que subiera al calesín, se sentó detrás de ella y lo espoleó al caballo para que se pusiera en marcha.
– El señor Ravenscroft está en este preciso momento en algún risco escarpado oteando el Canal de la Mancha. Tiene un catalejo en la mano y está acompañado por el marqués de Riverdale y dos hombres que no conozco.
– Quizás hayan salido para algún tipo de expedición científica. Mi esposo es un naturalista estupendo.
– No me ofendas. Tiene el catalejo fijado en mis hombres.
– ¿Tus hombres? – repitió ella.
– Creías que sólo era otro estúpido gandul guardando bajo llave tu dinero ¿verdad?
– Bueno, sí – Caroline lo reconoció antes de tener oportunidad de frenar su lengua.
– Tenía planes para tu fortuna, sí, y no creas que te he perdonado por tu traición, pero yo he estado trabajando por mi cuenta, también.
– ¿Qué quieres decir?
– ¡Ja! No te gustaría saberlo.
Ella aguantó la respiración mientras giraban en una curva a una velocidad peligrosa.
– Oliver, si insistes en secuestrarme de esta manera, parece que lo voy a saber muy pronto.
La miró calculadoramente.
– ¡ Mira la carretera! – chilló ella casi a punto de vaciar su estómago al tiempo que se bamboleaban para evitar un árbol.
Oliver tiró con demasiada fuerza de las riendas, y el caballo, un poco furioso ya por haber sido pateado resopló y se detuvo en seco.
Caroline se sacudió hacia delante al parar bruscamente.
– Creo que me voy a poner enferma – murmuró.
– No creas que voy a limpiar la mierda si empiezas a vomitar todo – le regañó Oliver, azotando al caballo con su látigo.
– ¡Para de golpear a ese pobre caballo!
Él agitó su cabeza frente al rostro de ella mientras sus ojos brillaban peligrosamente.
– ¿Puedo recordarte que tú estás atada y yo no?
– ¿Qué quieres decir?
– Yo doy las ordenes.
– Bueno, no te sorprendas si la pobre criatura te patea la cabeza cuando no estés mirando.
– No me digas cómo tratar a mi caballo – rugió, y luego descargó el látigo otra vez sobre la espalda del animal. Continuaron con su movimiento carretera abajo, una vez que Caroline estaba segura de que Oliver conducía a un ritmo más lento, le dijo:
– Estabas hablándome de tu trabajo.
– No – dijo él – No lo hacía. Y cierra el pico.
Ella mantuvo su boca cerrada. Oliver no iba a decirle nada, y ella también podía utilizar el tiempo en urdir un plan. Se movían paralelamente a la costa, bordeando la parte más cercana de Prewitt Hall, y la cala que sobre la que Oliver había escrito en sus informes clandestinos. La misma cala donde Blake y James estaban esperando. Dios Santo, les iban a tender una emboscada.
Algo iba mal. Blake lo sentía en sus huesos.
– ¿Dónde está él? – siseó.
James meneó negativamente la cabeza y sacó su reloj de bolsillo.
– No lo sé. El bote llegó hace una hora. Prewitt debería haber estado aquí para encontrarse con ellos.
Blake maldijo entre dientes.
– Caroline me dijo que Oliver siempre es puntual.
– ¿Podría saber que el Ministerio de Defensa le está siguiendo?
– Imposible – Blake levantó su catalejo hacia el ojo y enfocó hacia la playa. Un pequeño bote había dejado caer el ancla unas veinte yardas dentro del mar. No había mucha tripulación, hasta el momento habían visto sólo a dos hombres sobre la cubierta. Uno de ellos sujetaba un reloj de bolsillo y lo comprobaba de vez en cuando.
James le dio un codazo y Blake le pasó el catalejo.
– Debe haber sucedido algo hoy – dijo Blake – no hay forma de que él hubiera sabido que había sido detectado.
James sólo afirmó con la cabeza mientras examinaba el horizonte.
– A menos que esté muerto, él vendrá, se juega demasiado dinero.
– ¿Y donde narices está su otro hombre? Se supone que son cuatro.
James se encogió de hombros, con el catalejo todavía en su ojo.
– Tal vez estén esperando alguna señal de Prewitt, el podría haber… ¡Espera!
– ¿Qué?
– Alguien se acerca por la carretera.
– ¿Quién? – Blake intentó coger el catalejo, pero James se negó a entregárselo.
– Es Prewitt – dijo – viene en un calesín, y trae a una mujer con él.
– Carlotta De León – predijo Blake.
James bajó el catalejo lentamente. Su cara se había vuelto completamente blanca.
– No – susurró – es Caroline.