El Redentor se deslizó inadvertido por el patio de armas. Como un mensajero del infierno montó desde Wybren, conduciendo su caballo sin piedad e intentando acortar el tiempo necesario para volver a Calon.
El caos se había desatado, como esperaba, con el descubrimiento del cuerpo del sacerdote. Sonrió al recordar el último encuentro. El padre Daniel estaba agotado, había dedicado todo el día a dar limosna y había asistido a un hombre moribundo, el anciano comerciante que se abría paso hacia el reino de los cielos.
Ni el baño de sangre ni los rezos le habían salvado, y cuando finalmente el sacerdote, después de consolar a la familia, estuvo listo para volver a la torre del homenaje, ya había caído la noche. Andaba solo por las calles y le sorprendió oír una voz familiar.
– Pensé que ya habíais vuelto -dijo continuando su camino hacia la torre a través de la lluvia.
– Decidí esperaros. Podemos andar juntos.
El sacerdote accedió con un gesto, y una vez que estuvieron fuera del pueblo, cada uno se ensimismó en sus propios pensamientos.
El Redentor deslizó el cuchillo en la palma de la mano. La sangre le bullía por la necesidad de otra matanza y tenía los nervios tensos ante la posibilidad de que alguien le descubriera.
– Creo que hay alguien allá delante. Veo algo -dijo.
– ¿Dónde? -había preguntado el sacerdote, mirando de reojo en la oscuridad.
Y acto seguido le golpeó. Clavó la daga hasta el fondo, por debajo del esternón, hasta penetrarle el corazón.
– ¡Ah…, oh, Padre misericordioso! -gritó Daniel en plena conmoción.
El Redentor extrajo su arma, y cuando el sacerdote caía con las rodillas sobre el barro, lo agarró por la cabeza.
Mientras el padre Daniel rezaba implorando el perdón de Dios, El Redentor clavó la mirada en los ojos de la víctima. Rápidamente, con movimiento limpio, le había cortado la garganta dejando una marca funda en forma de W en la piel, la W de Wybren. Todo era parte de plan, una manera de marcar a los pretendientes a la baronía y a cuando recelaran de él. Aunque aquel Vernon pusilánime y las herejías de la nodriza sólo habían sido escollos en el camino de su objetivo final, Redentor había disfrutado despachándoles de este mundo. Lo mismo pasaba con el padre Daniel. El sacerdote siempre se entrometía, le vigilaba y le miraba con desconfianza.
«Bien, no más», pensó.
Era un final apropiado para un alma tan atormentada. No más lucha por la señora de la torre. No más azotes contra la espalda. No más horas de expiación. El padre Daniel se había encontrado con El Redentor.
Las horas habían transcurrido y oyó el ruido del gran salón, gente que entraba y salía a toda prisa, más de lo que hubiera esperado… Se preguntó, mientras se apresuraba por el camino del pozo, qué estaba pasando. Seguramente el asesinato del sacerdote causaría agitación, pero percibió algo más que el pánico y el horror que había pronosticado, más gestos, palabras ásperas, voces alzadas… Las entrañas se le cuajaron cuando se dio cuenta de que Theron había ido a parar al castillo. Y Dwynn, el muy tonto.
Dwynn se había encargado de advertirles. Después de todo, El Redentor había hecho todo para protegerle y le había cuidado. Ahora se imaginaba al pusilánime sin vida.
«Pero no puedes matarle».
«¿No juraste preocuparte por él? ¿Asegurarte de que estuviera protegido?»
«¿Y cómo te lo ha pagado?»
Con la traición y el engaño, uniendo su destino al de los hijos de Wybren. El Redentor no le debía nada. En cuanto a la mujer a quien le había jurado proteger a Dwynn, con toda seguridad no sabía que aquel tonto era un traidor, no merecía mejor destino que el sacerdote.
Furioso, El Redentor dio la vuelta por la cabaña del apicultor. Después cortó por el jardín y entró por la puerta lateral de la cocina que conducía a la parte posterior de la gran chimenea, donde se alimentaba el fuego para la noche.
Apenas se atrevía a respirar. Logró introducirse sin ser visto en el vestíbulo y bajó por la escalera del servicio hasta un túnel corto que daba a las celdas de la prisión, que, durante el mandato de Morwenna, no había albergado a nadie. Los calabozos estaban tranquilos, aparte de los pasos y las voces que se filtraban de arriba.
De la zona vacía del carcelero, penetró por una entrada y avanzó lentamente por las mazmorras en las profundidades de las entrañas de la torre del homenaje. El hedor de la celda diminuta todavía era asqueroso aunque no recordó que empujaran a nadie hasta ese agujero durante el tiempo que llevaba allí, casi veinte años.
En el otro extremo de la celda, hizo presión sobre el pestillo oculto y empujó con fuerza sobre las piedras. Y mientras el resto del castillo gritaba, gemía y se preguntaba por el destino del sacerdote, aun celebrando que Theron de Wybren estuviera vivo, El Redentor se adentró en la oscuridad, dejando tras de sí el laberinto enmarañado en que se había convertido su casa.
– ¿Este hombre es el maldito Theron? ¿No es Carrick?
Los ojos oscuros de Alexander brillaron con desconfianza al mirar al hombre que había yacido en la cámara de Tadd, reponiéndose de las heridas, el hombre que pensaba que era Carrick. Morwenna, Alexander, Theron y Payne se dirigieron a la torre de entrada para ver al difunto sacerdote con sus propios ojos. Dejaron en el gran salón a los demás, incluyendo a lord Ryden con sus protestas airadas y a la esposa del alguacil, ahora más aliviada, con instrucciones al personal para mantenerlos en calor, alimentados y bajo control.
– Pero Theron murió en el incendio -dijo Alexander cuando pasaban por el pozo.
Dos muchachos arrastraban los cubos de agua al gran salón, salpicando con el agua cuando se apresuraban en la dirección opuesta.
– Evidentemente sobreviví -dijo Theron con los labios apretados.
Los prisioneros habían asegurado a Morwenna que los proscritos de Carrick no les habían maltratado, pero estaba claro que esta declaración buscaba convencerla de su habilidad en la asunción de sus obligaciones y no le parecía fidedigna.
– Deberíais haber sabido que yo no era Carrick si mi hermano era el líder de la maldita banda que os capturó -señaló Theron.
– Él no estaba allí -protestó Alexander.
– Eso es cierto -confirmó Payne-. No vimos al cabecilla. ¿Y dónde está ahora?
Morwenna lanzó una mirada a Theron.
– Custodiado en la torre del homenaje. En la habitación que vos ocupasteis. La captura de sir Alexander y Payne era sólo un ardid para distraer a nuestra guardia que aprovechó Carrick para introducirse dentro.
– Habéis hablado con él al fin -dijo Theron.
– Sí.
– No basta con tenerlo vigilado en la habitación -soltó Alexander con ira-. Si éste fue capaz de escapar -y señaló furioso con un dedo a Theron-, entonces el maldito Carrick también puede hacerlo.
– No lo creo -contestó ella.
Pero su mente descendió por un camino oscuro. La última impresión de Carrick era la de un hombre que penetrando por la entrada oculta, le cerraba el paso. ¿Quién sabía lo que planeaba realmente? Ella había acordado ayudarle por el momento, pero ahora dudaba de sus intenciones, y el estómago se le revolvió al pensar que no sólo le había devuelto la libertad sino que, tal vez, le había facilitado el camino hasta Bryanna. ¿En qué otra parte podía estar sino en los pasadizos secretos?
«Él no le hará daño. Nunca le hizo ninguno, ¿verdad?»
Aventuró una mirada en dirección a sir Alexander y vio la hinchazón y la decoloración de la cara. Payne también mostraba los signos de una paliza severa. No los había golpeado el mismo Carrick, pero había instigado el ataque. La emboscada había sido un plan.
Ella alzó la mirada hacia el hombre que amó… y le sorprendió la emoción que la embargaba. Afloró, que amaba a Theron de Wybren. Su corazón se rompió al mirarle. Y pensar que ella había creído fervientemente una vez que había amado a Carrick.
«Vaya serpiente. Pues ¿no estaba Carrick detrás de todo? Sí, sostiene que no provocó el fuego, que no mató a Isa ni a Vernon… pero ¿cómo puedes estar segura de que no lo hizo? ¡Mentiras, mentiras, mentiras! Tal vez no los matara con sus propias manos, pero sí lo ordenara… A ese Hack, con sus ojos de lagarto vacíos de emoción y una marca en la mejilla, ¿no le crees capaz de las acciones más viles? Sin embargo habían jurado lealtad a Carrick…»
Trató de apartar esos pensamientos horribles y buscó consuelo en el hecho de que Carrick le había dado su palabra.
«La palabra de un mentiroso. Peor, la de un asesino, al menos la de un ladrón y un hombre que tiene en poco que su hermano recibiera un ataque y le golpearan hasta dejarle sin sentido. Ah, no le quiso muerto, según dijo, pero eso fue después. Él sabía de lo que eran capaces esos matones, sus cómplices».
Le recorrió un frío glacial por el cuerpo. Deslizó sus dedos por los de Theron.
Carrick no podía hacer daño a nadie en los pasadizos secretos.
«¿Estás loca? Allí puede cometer la peor de sus fechorías. Entrar y salir de las habitaciones sin ser visto».
Sintió una gran angustia en su interior.
«¿Qué pasará si encuentra a Bryanna por casualidad? Recuerda que, incluso si Carrick parece inocente, ahora está atrapado e incluso un animal enjaulado ataca a su amo si se siente amenazado».
Llegaron hasta la torre de entrada, donde todas las velas de junco estaban encendidas y el fuego crepitaba en la chimenea. Aun así Morwenna sintió un frío de muerte y luego se frotó los brazos, cuando vio al sacerdote.
El cadáver del padre Daniel yacía sobre una mesa que habían cubierto con una sábana. La sangre de la herida del abdomen y el horrible corte dentado en la parte delantera del cuello habían manchado la sotana. La piel era blanca, como si toda la sangre hubiera reculado del cuerpo, y los inexpresivos ojos miraban fijamente al techo.
Payne extendió la mano y los cerró con suavidad.
– Ojalá estuviera Nygyll aquí -dijo ella, pero tan pronto como las palabras salieron de su boca, sintió que un temblor se propagaba columna abajo-. ¿Dónde está?
El alguacil examinó las heridas del Padre Daniel.
– ¿Hace cuánto que partió?
– Desde la noche en que mataron a Isa, tanto Dwynn, como el Padre Daniel y Nygyll han estado ausentes. Tampoco sabemos dónde está Bryanna.
– ¿Bryanna? -La cabeza de Alexander se movió al instante-. ¿Qué ha pasado?
Morwenna soltó una bocanada de aire. Dirigió la mirada a Theron.
Pudo haber encontrado la entrada oculta. La que usasteis vos.
– ¿Qué entrada oculta? -preguntó Alexander, encarando a Theron.
– La que creo que utilizó el asesino. Conecta con cámaras y pasadizos ocultos y conduce al exterior. Así es como entra y sale.
– ¿Y Carrick se encuentra en la habitación donde está la entrada a os pasadizos? -rugió Alexander.
– Sí -admitió Morwenna.
Theron agarró Morwenna por el brazo. Sus dedos se cerraron fuertes, su mandíbula parecía cincelada en piedra.
– No me digáis que está al corriente de la maldita entrada.
– Sí -asintió de nuevo, sintiéndose como una tonta.
¿Cómo pudo haber confiado en Carrick otra vez? ¿Cómo?
– Entró antes de que llegarais.
– ¡Maldito infierno sangriento! -Alexander echó un vistazo a Theron-. ¿Sabéis dónde está la entrada a los pasadizos?
– La entrada de algunos de ellos.
– Entonces, ¡vamos! -El capitán de la guardia fulminó a Morwenna-. Sólo espero que no lleguemos tarde.
Sintió otra presencia. Alguien más en su dominio.
El Redentor escuchó atentamente, percibió el suspiro más leve. Una voz femenina. Cantando.
Sus entrañas se revolvieron. ¿Quién se atrevía a entrar en su dominio? Se prometió inmediatamente que le mataría, quienquiera que fuera…, y luego reconoció la voz.
Los rezos entrecortados no eran los tonos profundamente seductores de Morwenna, sino los de su hermana. Rememoró cuando la vigilaba en su cámara: la cabellera rizada que brillaba con un castaño rojizo con el fuego, los pechos más pequeños pero firmes con sus pezones rosados, la mancha de vello donde se unían las piernas, otra vez con la misma tonalidad rojiza erótica.
Su miembro reaccionó al imaginarla durmiendo inquieta, desnuda sobre la ropa de cama, con la necesidad obvia de sentir dentro la estocada de su miembro viril.
Al recordarlo, su miembro se endureció y se lamió los labios al pensar lo que le haría.
Debería morir, al final.
Ella no era la escogida.
Pero ahora, con todo lo que había conseguido en su búsqueda, ¿no podía permitirse un poco de placer?
«Es un pecado. Ella no es la escogida…»
Pero ella era una virgen. ¡Ningún hombre había estado con ella y, ah, sentir su rebeldía alrededor de él, experimentar cómo perdía la virginidad, oír el jadeo de placer y horror cuando la penetrara una y otra vez, embistiéndola, calándola, exigiéndole…!
Cerró los ojos, se dio cuenta de que tenía la respiración jadeante y dificultosa, que su miembro viril estaba duro como una roca y su corazón latía descompasadamente, y las venas le bombeaban la sangre con una rapidez que le impedía pensar.
«¡Para! No pierdas la clarividencia. Esta mujer sólo será un flirteo…»
Pero no sería capaz de contenerse.
Había sido tan largo…
Primero la joven, la virgen. La reclamaría y luego la mataría, y luego… Morwenna.
El canto se interrumpió, como notando que hubiera alguien.
Pero no importaba. Sabía dónde estaba. Los sonidos provenían de la cámara donde escondía los disfraces. De sus labios arrancó una sonrisa diabólica y avanzó infalible hacia allí.
Morwenna y Theron entraron por el pasaje secreto de la habitación de Tadd, mientras que Alexander situaba a sus hombres donde le indicaba Theron, incluyendo los jardines y el solario. También lord Ryden, aunque visiblemente molesto, ordenó a sus hombres participar en la búsqueda. Y Dwynn, que seguía hablando sobre el «hermano», insistió en ayudar. Todos ellos estaban bajo las órdenes de Alexander.
Morwenna no podía moverse lo suficientemente rápido por los pasadizos secretos. Sospechaba que Bryanna la esperaba en algún sitio. En algún sitio donde corría peligro.
«Podría estar muerta o moribunda, abandonando el alma el cuerpo en esos pasillos oscuros y desolados».
Theron tomó una antorcha para introducirse por el increíble laberinto. Había insistido en no avisar a Bryanna ni a Carrick de que avanzaban con sigilo por el laberinto en busca de su paradero, y Morwenna accedió a su plan a pesar de que su corazón se rasgaba por dentro. «Bryanna, ah, hermana mía, ¿dónde estás? ¿Dónde?» A cada paso, su temor se acrecentaba y se esforzaba por detectar cualquier ruido, una pisada apagada, un sollozo ahogado, una respiración asustada, pero todo lo que escuchaba era el latido acelerado y desacompasado de su propio corazón.
Morwenna sólo podía imaginarse lo peor. ¿Qué encontrarían en esos lóbregos pasadizos y cámaras secretas? ¿Más cuerpos sangrientos y mutilados? ¿Bryanna? «Oh, Dios, por favor, no. ¡Por favor, tenla a salvo!»
Theron le mostró la zona desde donde se podía espiar su cámara, el solario, la habitación de Bryanna y, por supuesto, la habitación de Tadd, donde Theron y ella habían hecho el amor.
Ella se preguntó si la horrible criatura que habitaba los pasillos húmedos y oscuros había presenciado su unión con Theron, su galanteo salvaje y estimulante y, ah, tan privado. El estómago le ardía al pensarlo pero le resultaba difícil extraviar la mente. Ante todo tenía que encontrar a su hermana.
Ahora pensaba que Carrick, fiel a su naturaleza oportunista, había utilizado la búsqueda de Bryanna como estratagema que cubriera su fuga. «Bueno, que así sea». Mientras su hermana estuviera sana y salva, Morwenna no se preocupaba por lo que él hiciera, con lo que le quedaba de miserable vida. Que hubiera jugado con Morwenna como un idiota otra vez tenía pocas consecuencias. Lo que importaba era Bryanna.
Oyó pasos.
«Morrigu, gran Madre, poneos de mi parte esta noche».
Una pisada suave pero nítida.
«Isa, si puedes oírme, soy tu mensajera de la muerte. Te vengaré».
Y por la entrada a esa cámara secreta, Bryanna vio una luz parpadear, olió el aroma de las velas que ardían.
Ya estaba cerca.
«Fata Morgana, dadme fuerza. Ayudadme a derrotar a este bandido y librar al mundo de él».
Pensó en todos los inocentes a los que había segado la vida, los estragos que había originado, el dolor que había causado con sus manos. Aspiró en silencio, imaginándose la cara de Isa, oyendo su voz, sintiendo la fuerza que le insuflaban los amuletos y las velas apagadas que había desplegado a su alrededor. Dibujó runas en el polvo, aguzó el oído…, esperó…
Ya estaba cerca.
Sus nervios se estremecieron. Se mordió el labio inferior.
Una sombra apareció en el vestíbulo.
Su corazón casi se detuvo. Clavó la mirada en la pequeña entrada a la cámara de aire viciado.
«Por favor, por favor, dadme la fuerza».
Una silueta oscura apareció delante de ella. Cuando levantó la luz para poder distinguir en la oscuridad, Bryanna se abalanzó con el cuchillo de Isa en mano.
– ¡Muere, bastardo! -gritó, sumergiendo la hoja hasta el fondo-. ¡Y si hay un infierno, ve allí y no vuelvas nunca!
Theron se quedó aterido cuando la voz de Bryanna retumbó por los pasillos.
– ¡Por aquí! -instó a los demás, guiando a Morwenna por un pequeño tramo de escalera.
– ¡Bryanna! -gritó ella, incapaz de estar callada por más tiempo-. ¡Bryanna!
Seguía a Theron a ciegas por los pasadizos estrechos. El miedo la impulsaba hacia delante, el terror palpitaba dentro de su corazón. ¡Seguramente su hermana estaba a salvo! «Dios en el cielo, no le dejéis morir. ¡Por favor, por favor, no le dejéis morir!»
Theron entró precipitadamente en una pequeña cámara y se paró en seco. La vela de junco que portaba inundó la habitación con una sobrecogedora luz dorada. Allí, en el suelo, estaba Bryanna, rodeada por montones de ropa, runas dibujadas en el polvo, guijarros, velas y restos de objetos que Morwenna reconoció haber visto dispersas por la cámara de Isa. El cuerpo de Carrick yacía en el suelo, la sangre manaba del costado hasta alcanzar sus pies.
– ¡Aún no ha muerto! -avisó Bryanna.
En la otra mano todavía sostenía la daga de hoja curva. La sangre manchaba el metal y las manos de Bryanna. Sus ojos despuntaban horror y algo más, una brizna de triunfo.
– Lo hice -susurró, de pie, dejando caer la daga. Pálida y temblorosa, parecía a punto de desmayarse-. He vengado a Isa.
Desde el suelo, Carrick emitió un gemido. Forzó la mirada hacia arriba y vio a Morwenna y a Theron. Movió los labios ligeramente, levantándolos por la comisura.
– Hermano -susurró.
– ¿Cómo podéis llamarme así después de todo lo que habéis hecho? -gruñó Theron.
Carrick cerró los ojos.
– Yo… Yo… no lo…
– ¡Mentiroso! -replicó Theron-. Confié en vos con mi vida, ¿y qué hicisteis? ¿Robar a mi esposa? ¡Matar a hermana y hermanos! ¡Abandonar a Morwenna embarazada! ¡Por Jesucristo nuestro Señor, merecéis morir aquí solo o algo peor!
Carrick no respondió y Morwenna apartó la mirada al hombre que había sido su amante. ¿Cómo pudo confiar en él? ¿Por qué? ¿Todavía sentía un poco de amor por él…? No, pensó, y acarició a Theron en el hombro. Ese era el hombre que amaba. Nunca más tendría que preocuparse por Carrick como lo hacía por ese hombre, un hombre verdaderamente bueno.
– No podemos abandonarle aquí -dijo ella.
Theron resopló enfadado.
– No podemos -repitió.
– ¡Mató a Isa y a sir Vernon! -replicó Bryanna.
– ¿Os lo dijo? -le preguntó Theron.
– No lo hice… -las palabras de Carrick se apagaron.
Theron se inclinó junto a su hermano.
– Si lo hicisteis o no, sólo Dios puede juzgarlo -dijo, pasando la antorcha a Morwenna-. Tomad esto y sostenedlo en alto. Cargaré con él.
– Venga, Bryanna -le dijo ella a su hermana.
Pero ella no se movió.
– Esperad -susurró Bryanna-. No estamos solos.
El vello de la nuca de Morwenna se erizó.
– Lo sé, Bryanna. Sir Alexander, sir Lylle y el alguacil también buscan por los pasadizos… Salgamos.
Bryanna no se movió y Morwenna comprendió que su hermana había quedado trastocada por la tristeza. Se mostraba indiferente ante el lecho de que acabara de apuñalar a alguien.
– Por favor, Bryanna -le pidió con suavidad-, muéstrame cómo salir de aquí.
– Es demasiado tarde -dijo su hermana abriendo los ojos como platos por el miedo-. Él está aquí.
– ¿Quién? -le preguntó Theron, sujetando el cuerpo inconsciente le Carrick al hombro.
De reojo, Morwenna percibió un movimiento. Se dio la vuelta y alzó la luz. A la luz vacilante de la antorcha surgió, espada en mano, Nygyll, el médico, con los atuendos de campesino ensangrentados. Sus ojos eran brillantes y febriles a la luz, su mirada apuntó a Theron.
– El pretendiente -susurró.
Y arremetió con la espada en un movimiento rabioso que cortó el aire en un arco que habría decapitado a Theron.
– ¡No! -gritó Morwenna abalanzándose sobre el médico.
Theron pudo esquivarle y dejó caer a Carrick en el suelo.
– ¡Muere, Arawn! -ordenó Bryanna, lanzando la vela de junco contra la cara del médico.
Él gritó de dolor y dejó caer su arma mortal. Morwenna intentó alcanzarla, pero Theron agarró la empuñadura y con ambas manos hundió la espada en la carne del médico. Volteó los ojos y lo acompañó con un aullido, después cayó sobre sus rodillas. La espada le sobresalía por la espalda.
– ¡Maldito! -dijo Nygyll-. ¡Os maldigo a vos y a todos los hijos de Dafydd de Wybren!
Se oyó otro grito y el sonido de unos pasos presurosos. Dwynn, tropezando por los pasadizos, chilló al ver a Nygyll.
– ¡No! ¡Al hermano, no! ¡No al hermano!
El médico escupió sangre.
– Deberías haber muerto al nacer -le dijo-. No eres mi hermano, ni mi gemelo… Tú… sólo has… sido… mi carga…, mi maldición -cayó hacia delante y la cabeza golpeó en el suelo con un crujido ensordecedor.
Dwynn, con el cuerpo sacudido por los sollozos espantosos, lloraba desconsolado. Se postró al lado del muerto.
Aparecieron otras luces en los pasillos exteriores y los hombres se abalanzaron allí. Alexander frenó ante la puerta de la cámara y sostuvo en alto la antorcha.
– Virgen santa -susurró-. ¿Qué ha pasado?
Morwenna sintió como si todas las fuerzas se le escaparan del cuerpo. Se desplomó contra la pared, pero Theron la rodeó por los hombros con su fuerte brazo.
– Todo ha acabado -dijo ella, observando la carnicería que había en derredor-. Por fin todo ha acabado.