Epílogo

Castillo de Calon, 20 de febrero de 1289

No quiero que te vayas.

– Lo sé -le respondió Bryanna desde lo alto del fogoso burdégano blanco que Morwenna le había regalado-. Pero debo hacerlo.

Bajó la mirada hacia Morwenna y Theron, que estaban de pie en el patio cercano a los establos. El aire era vivificante, todavía conservaba parte del invierno, pero Bryanna sabía que era el momento.

Isa se le había aparecido anoche en sus sueños.

Debéis tomar vuestro camino ahora, pequeña. Tenéis que vivir vuestra propia vida, vuestra propia búsqueda personal.

No sabía adonde le conducían sus sueños, pero recogió los efectos personales de Isa, algo de ropa y un saco de cuero de comida desecada que le había preparado el cocinero.

– No es seguro para una mujer viajar sola -insistió su hermana.

Theron asintió con la cabeza.

– Podéis quedaros con nosotros, en Wybren -le ofreció él.

– Sí, y cuando nos traslademos a Wybren, podrías ser la señora de Calon. Ya he hablado sobre esto con nuestro hermano.

– Algún día, tal vez -respondió Bryanna.

Por ahora necesitaba abandonar el lugar donde tantas personas habían muerto. Miró la torre y pensó en Dwynn, el lastimoso hermano gemelo de Nygyll, ambos hijos de Dafydd de Wybren y nacidos en el seno de la mujer de otro hombre.

Según los rumores, uno de los gemelos había muerto al haberse enrollado el cordón umbilical en el cuello. En verdad, había sobrevivido, su hermano menor, Nygyll, le había ayudado a crecer. Al fin Nygyll sucumbió a la rabia por el trato despectivo que le dispensaba su padre, una rabia tan profunda que se trastocó en obsesión y locura.

Ryden leyó la nota que le mandaba Morwenna, y después del desafío a su autoridad, montó de mala gana su caballo y volvió a Heath. No había pasado por alto el poderoso amor que compartían Theron y Morwenna. Se despidió brevemente y partió, sin duda en busca de otra novia, tal vez con una dote más grande.

Dwynn se quedó en Calon, y Carrick, aunque herido, fue capaz de marcharse por su propio pie, desapareciendo en medio de la noche otra vez, sin dejar ninguna nota ni decir palabra. Hacía una semana que se había ido y Theron había descartado perseguirle.

No había matado a su familia ni había quemado Wybren, pero era responsable de los robos y las tropelías de sus hombres, incluida la paliza que había llevado a Theron a las puertas de la muerte.

Bryanna sintió una punzada de culpa porque Carrick hubiera quedado malherido. La herida que había causado con sus manos afectaba a los músculos del hombro y del brazo, los tendones y los nervios. Él pareció aceptarlo como una especie de castigo perverso por sus crímenes. Para ella fue uno de sus más graves errores.

– Por favor, piénsalo dos veces -le pidió Morwenna a Bryanna, poniendo una mano sobre la brida de Alabastro.

– No puedo.

Le ofreció una sonrisa final y luego tiró de las riendas.

Morwenna soltó las correas de cuero.

– Tengo mucho que hacer.

– ¡Temo por ti! -le susurró Morwenna.

Theron la abrazó.

– ¡No temas!

Bryanna vio un rayo de sol que perforaba las nubes y lo tomó como un signo de la diosa. Aunque su propio futuro era oscuro y confuso, Theron y Morwenna se casarían y serían felices, y tendrían muchos, muchos niños de cabello negro y ojos azules.

Llevada por el impulso, envió por el aire un beso a su hermana y, antes de que reaccionara, condujo el caballo por las puertas y el enorme rastrillo de Calon.

Una brisa fresca la saludó y le levantó el pelo.

Los árboles suspiraron.

Los dioses y las diosas la observaban.

Y en alguna parte, Isa se ocultaba en las nubes, dirigiéndola en su búsqueda recién descubierta y secreta.

Bryanna se inclinó hacia adelante. Sintió que su vida cambiaba. Sin saber qué la aguardaba, clavó las rodillas en los flancos del caballo. El burdégano respondió abriendo más las patas. Bryanna soltó las riendas y sintió una bocanada de aire que se enredaba en el pelo y provocó que las lágrimas volaran de sus ojos.

– ¡Corre, Alabastro! -le animó, dejando Calon a sus espaldas-. ¡Corre como el viento!


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