Capítulo Dos

Belle despertó a la mañana siguiente con el desagradable sonido de Emma vomitando. Girándose en la cama, abrió los ojos y vio a su prima inclinada, de rodillas, sobre un orinal. Belle hizo una mueca ante la visión y murmuró, "Qué modo tan encantador de comenzar el día. "

"Buenos días a ti también," bufó Emma, levantándose y agarrando una jarra de agua que había sobre una mesa cercana. Se sirvió un vaso y tomó un trago.

Belle se sentó y miró cómo su prima se enjuagaba la boca. "No imagino por qué no puedes hacer esto en tu propia habitación," dijo finalmente.

Emma le lanzó una mirada enojada mientras hacía gárgaras.

"Las náuseas son algo normal, ya lo sabes," prosiguió Belle, impertérrita. "No creo que Alex se extrañe demasiado si enfermas en tu propia habitación. "

La expresión de Emma era definitivamente malhumorada cuando escupió el agua en el orinal. "No vine aquí para evitar a mi marido. Creéme, me ha visto muchas veces con nauseas en las últimas semanas. “Suspiró." Me parece que le vomité encima de un pie el otro día. "

Las mejillas de Belle enrojecieron en solidaridad con las de su prima. "Qué espanto." murmuró.

"Lo sé, pero en realidad vine para ver si estabas despierta, y simplemente me entraron nauseas por el camino. " Emma se puso un poco verdosa y se sentó con rapidez.

Belle se levantó apresuradamente y se puso una bata. "¿Quieres que te traiga algo?”

Emma sacudió la cabeza y suspiró, tratando valientemente de contener las nauseas.

"Esto no contribuye a que me haga ilusiones sobre el matrimonio," dijo Belle irónicamente.

Emma sonrió débilmente. "Es mucho más que esto. "

"Espero que sí. "

"Pensé que podría retener el té y las galletas que tomé para desayunar," dijo Emma con un suspiro. "Pero me equivoqué. "

"Es fácil olvidar que estás embarazada," dijo Belle amablemente, con la esperanza de subirle el animo a su prima. "Todavía estás muy delgada. "

Emma le dirigió una sonrisa agradecida. "Eres muy amable. Debo decir que esta es una experiencia nueva para mí, y es todo muy extraño. "

"¿Estás nerviosa? No me has comentado nada. "

"No es exactamente nerviosa, más bien, hmmm, no sé describirlo. Pero la hermana de Alex sale de cuentas en tres semanas, y planeamos visitarla dentro de un par de semanas. Espero estar allí para el nacimiento. Sophie me ha asegurado que somos bienvenidos. Estoy segura de que no me sentiré tan nerviosa una vez que sepa lo que se espera de mí. “La voz de Emma estaba más teñida de esperanza que de certeza.

La experiencia de Belle respecto a los partos estaba limitada a la de una camada de cachorros que había visto que su hermano ayudaba a nacer cuando tenía doce años, pero no estaba muy segura de que Emma se fuera a sentir mucho mejor sobre la experiencia después de ser testigo del nacimiento del bebé de Sophie. Belle sonrió débilmente a su prima, murmuró algo ininteligible dando a entender que estaba de acuerdo, y mantuvo la boca cerrada.

Un poco después, el rostro de Emma había recobrado su color natural, y suspiró. "Vaya. Me siento mucho mejor ahora. Es asombroso lo rápidamente que esta enfermedad desaparece. Es lo único que lo hace soportable. "

Una criada entró llevando una bandeja con chocolate y bollos. Dejó la bandeja sobre la cama, y las dos jóvenes se colocaron a ambos lados.

Belle contempló a Emma mientras irreflexivamente esta daba un sorbo a su chocolate. "Emma, ¿puedo preguntarte algo?”

"Por supuesto. "

"¿Y serás sincera en tu respuesta?”

Una comisura de la boca de Emma se curvó. "¿Cuándo me has visto no ser sincera?”

"¿Soy agradable?”

Emma pudo coger la servilleta justo a tiempo para evitar el escupir su chocolate por todas las sabanas de Belle. "¿Disculpa?”

"No creo resultar desagradable. Quiero decir que creo que a la mayoría de las personas les gusto. "

"Sí," dijo Emma, despacio. "Lo haces. A todo el mundo. No creo haber conocido nunca a alguien a quien no gustaras. "

"Exactamente," ratificó Belle. "Probablemente a unos cuantos les resulto indiferente de una u otra forma, pero creo que es bastante raro que haya alguien a quien realmente le disguste mi persona. "

"¿A quién no le gustas, Belle?”

"A tu nuevo vecino. John Blackwood. "

"Oh, bueno. Apenas hablaste con él más de cinco minutos, ¿no? "

"Sí, pero… "

"Entonces no puede haberte tomado aversión tan rápidamente. "

"No sé. Me parece que sí lo hizo."

"Estoy segura de que te equivocas."

Belle negó con la cabeza, con expresión perpleja. "No lo creo."

"¿Sería tan terrible que no le cayeras bien?”

"Es solo que no me gusta la idea de no gustar a alguien. ¿Me hace eso ser terriblemente egoísta? "

"No, pero…”

"Todo el mundo cree que soy una persona agradable. "

"Sí, lo eres, pero…"

Belle se cuadró de hombros. "Esto es inaceptable. "

Emma contuvo la risa. "¿Qué planeas hacer?”

"Supongo que tendré que obligarlo a que yo le guste. "

"Digo yo, Belle, ¿es que estás interesada en ese hombre?”

"No, por supuesto que no," contestó Belle, demasiado rápidamente. "Solamente es que no entiendo por qué me encuentra tan repulsiva. "

Emma sacudió la cabeza, incapaz de creer este extraño giro de la conversación. "Bien, pronto tendrás la oportunidad de practicar tus artimañas con él. Con todos los hombres en Londres que han caído enamorados de ti sin la menor provocación ni esfuerzo por tu parte, no puedo concebir que no triunfes consiguiendo gustar a Blackwood si te pones a ello. "

"Hmmm," murmuró Belle. Alzó la vista. "¿Cuándo has dicho que viene a cenar?"


* * *

Blackwood puede que no hubiera nacido lord, pero provenía de una aristocrática, aunque empobrecida familia. Aunque John tenía la desgracia de ser el séptimo de siete hijos, una posición que casi garantizaba que ningún privilegio en su vida le sería servido en bandeja de plata. Sus padres, el séptimo Conde y Condesa de Westborough, no habían tenido la intención de descuidar a su hijo más joven, pero, después de todo, existían otros cinco hijos por delante de él.

Damien era el mayor, y como heredero, fue mimado y se le concedieron todas las prerrogativa que sus padres podían permitirse. Un año más tarde, vino Sebastián, y puesto que había poca diferencia de edad con Damien, fue capaz de compartir la mayor parte de las ventajas que conlleva el ser heredero de un condado. El conde y la condesa eran muy pragmáticos, y dado el alto índice de mortalidad infantil, eran conscientes de que Sebastián tenía bastantes posibilidades de convertirse en el octavo Conde de Westborough. Poco después, Julianna, Christina, y Ariana llegaron una tras otra, y cuando se hizo evidente a una temprana edad que las tres jóvenes se convertirían en bellezas, se les prestó mucha atención. Los matrimonios ventajosos podían ser de gran ayuda para llenar las arcas familiares.

Unos años más tarde llegó un bebé que murió al nacer. Nadie se sintió feliz con la pérdida, pero tampoco nadie se apenó excesivamente. Cinco niños atractivos y razonablemente inteligentes parecían ser una abundancia de dones, y, en realidad, el nuevo bebé habría sido simplemente otra boca que alimentar. Los Blackwood puede que residieran en una ancestral y magnífica mansión, pero suponía una penosa prueba el simple hecho de poder pagar las cuentas cada final de mes. Y al conde nunca se le pasó por la cabeza tratar de ganarse la vida trabajando.

Pero entonces la tragedia los golpeó con fuerza, y el conde falleció cuando su carro volcó en una noche de lluvia torrencial. A la tierna edad de diez años, Damien se encontró con un título. La familia apenas tuvo tiempo para afligirse cuando para sorpresa de todo el mundo, Lady Westborough descubrió que estaba otra vez embarazada. Y en la primavera de 1787, dio a luz a un último hijo. El esfuerzo la agotó, y nunca recobró las fuerzas. Y así, cansada e irritable, por no mencionar que muy preocupada por las finanzas familiares, echó un vistazo a su séptimo hijo, suspiró, y dijo, "Supongo que lo llamaremos simplemente John. Estoy demasiado cansada para pensar en algo mejor."

Y después de aquella entrada un tanto desfavorable en el mundo, John fue-a falta de un término mejor-olvidado.

Su familia tenía poca paciencia con él, y pasó mucho más tiempo en compañía de sus tutores que con la de sus parientes. Fue enviado a Eton y Oxford, no porque se preocuparan por su educación, sino más bien porque era lo que las buenas familias hacían por sus hijos, hasta por los más jóvenes que eran irrelevantes en cuanto al linaje dinástico.

En 1808, sin embargo, cuando John estaba en su último año en Oxford, se le presentó una oportunidad. Inglaterra se encontraba inmersa en una batalla política y militar en la península ibérica, y hombres de todas las clases sociales se precipitaban a alistarse en el ejército. John vio la carrera militar como un área donde un hombre podía labrarse un futuro, y le propuso la idea a su hermano. Damien accedió, viéndolo como una forma de librarse honrosamente de seguir encargándose de su hermano, y compró una comisión para John.

El servicio militar parecía una buena alternativa para él. Era un jinete excelente y bastante bueno tanto con la espada como con las armas de fuego. Corrió algunos riesgos que sabía que debería haber evitado, pero en medio de los horrores de la guerra, se hizo evidente que posiblemente no había modo de que pudiera sobrevivir a la carnicería. Y si por un giro del destino lograba salir del conflicto con el cuerpo intacto, sabía que su alma no tendría tanta suerte.

Pasaron cuatro años, y John sorprendentemente seguía esquivando la muerte. Y entonces, recibió una bala en la rodilla y se encontró en un barco de regreso a Inglaterra. Inglaterra dulce, verde y pacífica. De alguna manera no le parecía verdadera. El tiempo pasó rápidamente mientras su pierna sanaba, pero la verdad era que recordaba muy poco de la convalecencia. Se pasó la mayor parte del tiempo borracho, incapaz de hacerse a la idea de ser un lisiado.

Entonces, y para su sorpresa, se le otorgó el titulo de barón por su valor; una ironía después de todos aquellos años en que su familia le recordaba que no era un lord. Fue un momento decisivo para él, y comprendió que ahora tenía algo sustancial que dejar a una futura generación. Con una renovada sensación de que su vida tenía una finalidad, decidió encarrilarla.

Cuatro años después de alistarse cojeaba, pero al menos lo hacía en su propio país. El final de la guerra había llegado para él un poco antes de lo esperado, así que había vendido su comisión y con el dinero obtenido comenzó a invertir. Sus inversiones resultaron ser sumamente provechosas, y después de tan sólo cinco años, había reunido dinero suficiente para comprar una pequeña propiedad en el campo.

Finalmente el día anterior había decidido encargarse de explorar el perímetro de su propiedad cuando se topó con Lady Arabella Blydon. Había pensado en su encuentro con ella durante algún tiempo. Seguramente debería acercarse a Westonbirt y disculparse con ella por su grosero comportamiento. Dios sabía que ella no acudiría a Bletchford Manor [1] después del modo en que él la había tratado.

John se estremeció. Definitivamente iba a tener que pensar en un nuevo nombre para el lugar.

Era una residencia agradable. Y confortable. Lujosa sin llegar a ser palaciega, y podía ser fácilmente atendida por un reducido personal, lo cual era una suerte para él, puesto que no podía permitirse emplear a un gran número de criados.

Así que allí estaba. Vivía en un hogar de su única propiedad, no en un lugar que sabía que nunca sería suyo debido a la existencia de cinco hermanos mayores. Y tenía unos buenos ingresos; agradablemente mermados ahora que había comprado una casa, pero confiaba justificadamente en sus capacidades financieras después de sus éxitos recientes.

John comprobó su reloj de bolsillo. Eran las dos y media de la tarde, un buen momento para examinar algunos de los campos del oeste y estudiar la posibilidad de cultivarlos. Deseaba convertir "el-inminentemente-rebautizado-con-un-nombre-menos-espantoso" Bletchford Manor en un lugar tan fructífero como fuera posible. Un rápido vistazo al exterior a través de la ventana le dijo que hoy no se repetiría el chaparrón del día anterior y abandonó su estudio, con la intención de subir a coger su sombrero.

No llegó muy lejos antes de que Buxton, el anciano mayordomo que adquirió junto con la casa, lo detuviera.

"Tiene una visita, milord," le anunció.

Sorprendido, John se detuvo. "¿Quién es, Buxton?"

"El Duque de Ashbourne, milord. Me tomé la libertad de hacerlo pasar al salón azul. "

John sonrió. "Ashbourne está aquí. Espléndido." No se había percatado de que su viejo amigo del ejército vivía tan cerca cuando compró Bletchford Manor, pero esto era una ventaja añadida. Giró y se disponía a descender los pocos escalones que había logrado subir, antes de hacer un alto, desconcertado. "Infiernos, Buxton," gimió. "¿Dónde está el salón azul?"

"Segunda puerta a su izquierda, milord."

John caminó por el vestíbulo y abrió la puerta. Tal y como pensaba, no había ni un solo retazo de azul en el cuarto. Alex se apoyaba contra el marco de una ventana, mirando los campos que lindaban con su propia finca.

"¿Tratando de imaginar cómo convencerme de que el huerto de manzanas del linde cae en tu lado de la propiedad?" bromeó John.

Alex se giró. "Blackwood. Es un condenado placer volver a verte. Y el huerto está en mi lado de la propiedad."

John enarcó una ceja. "Tal vez he estado tratando de imaginar como birlártelo."

Alex sonrió. "¿Cómo estás? ¿Y por qué no me has visitado para saludarme? Ni siquiera sabía que habías comprado este lugar hasta que Belle me lo dijo ayer por la tarde."

Así que la llamaban Belle. Eso lo satisfizo. Y ella les había hablado de él. John se sintió absurdamente feliz por ello, aunque dudaba que ella hubiera tenido algo agradable que decir. "Pareces olvidar que se supone que uno no se presenta de visita en la residencia de un duque a menos que el duque lo haya invitado primero."

"Bueno, Blackwood, creía que estábamos por encima de las trivialidades de la etiqueta a estas alturas. Un hombre que ha salvado mi vida es bienvenido de visita en cualquier momento que le plazca."

John enrojeció ligeramente, recordando la vez en que había disparado a un hombre que iba a apuñalar a Alex por la espalda. "Cualquiera habría hecho lo mismo," dijo suavemente.

Una comisura de la boca de Alex se alzó al recordar a los hombres que habían embestido a John cuando inutilizó a su atacante. John había recibido una cuchillada en el brazo por su valentía. "No", dijo Alex, finalmente. "No creo que cualquiera hubiera hecho lo mismo." Se enderezó. "Pero basta de hablar de la guerra. Prefiero no extenderme sobre el tema. ¿Cómo estás?"

John hizo un ademán hacia un sillón, y Alex se sentó.

"Como siempre, supongo. ¿Te apetece una bebida?"

Alex asintió, y John le sirvió un vaso de whisky. "Obviamente no exactamente igual, Lord Blackwood."

"Ah, eso. Fui nombrado barón. Barón Blackwood." John dedicó a Alex una garbosa sonrisa. "Suena bien, ¿no crees?"

"Suena muy agradable. "

"¿Y cómo ha cambiado tu vida en los últimos cuatro años?”

"No había cambiado mucho, supongo, hasta los seis últimos meses. "

"¿De verdad?”

"Me casé," dijo Alex con una sonrisa avergonzada.

"¿Qué me dices?" John alzó su vaso de whisky en un silencioso brindis.

"Su nombre es Emma. Es la prima de Belle. "

John se preguntó si la esposa de Alex se parecería a su prima. De ser así, entendía fácilmente como había capturado la atención del duque. "¿Supongo que ella ha leído también las obras completas de Shakespeare?”

Alex soltó una breve risa. "En realidad comenzó a hacerlo, pero la he mantenido muy ocupada últimamente. "

John alzó las cejas ante el doble sentido de aquel comentario.

Alex interpretó su expresión inmediatamente. "La he puesto a administrar algunas de mis propiedades. Tiene muy buena cabeza para ello, de hecho. Es capaz de sumar y restar mucho más rápido que yo. "

"Ya veo que la inteligencia es de familia. "

Alex se preguntó cómo había aprendido John tanto sobre Belle en tan poco tiempo, pero no dijo nada. "Sí, pues puede que eso sea lo único que ambas tienen en común, además de la extraña capacidad de conseguir exactamente lo que quieren sin que tú te percates de ello. "

"¿Ah?”

"Emma es bastante cabezota," dijo Alex con un suspiro. Pero era un suspiro placentero y feliz.

"¿Y su prima no?" preguntó John. "Me pareció bastante formidable. "

"No, no. Belle tiene una personalidad fuerte, no me entiendas mal. Pero no exactamente como Emma. Mi esposa es tan obstinada que a menudo se mete de cabeza en una situación problemática sin pararse a considerarla antes. Belle no es así. Ella es muy práctica y pragmática. Tiene una curiosidad insaciable. Y eso hace condenado difícil guardar un secreto cerca de ella, pero debo decir, que me gusta su forma de ser. Después de ver la infernal situación de algunos de mis amigos, me considero muy afortunado por mis parientes políticos. "

Alex se percató de que estaba hablando mucho más abiertamente de lo que normalmente hacía con un amigo al que no había visto durante años, pero es que había algo en la guerra que forjaba un vinculo indestructible entre los hombres, y probablemente era por esa razón por la que hablaba con John como si los últimos cuatro años no hubieran transcurrido.

O también puede que fuera porque John era un excelente oyente. Siempre lo había sido, recordó Alex. "Pero ya basta de hablar de mi nueva familia," dijo de repente. "Los conocerás bastante pronto. ¿Cómo estás tú? Te las has arreglado muy bien para evitar mis preguntas. "

John rió entre dientes. “Como siempre, supongo, excepto que ahora tengo un título. "

"Y un hogar. "

"Y un hogar. Compré este lugar invirtiendo y reinvirtiendo el precio de mi comisión. "

Alex soltó un largo silbido. "Debes tener un toque de oro para los asuntos financieros. Deberíamos hablar de ello algún día. Probablemente podría aprender una o dos cosas de ti. "

"El secreto del éxito financiero no es difícil, en realidad. "

"¿De verdad? Entonces te ruego que me digas cuál es”

"Sentido común. "

Alex soltó una carcajada. "Algo de lo que me temo he carecido estos últimos meses, pero supongo que eso es lo que el amor le hace a un hombre. Escucha, ¿por qué no vienes a cenar a casa pronto? Le hablé a mi esposa sobre ti, y está impaciente por conocerte. Y, por supuesto, ya conoces a Belle. "

"Me gustaría," dijo John. Y en una rara muestra de emoción, añadió, "Creo que será muy agradable tener algunos amigos en la zona. Gracias por venir a visitarme. "

Alex miró a su viejo amigo atentamente, y por un instante vio lo realmente aislado y triste que John estaba. Pero un segundo más tarde, John veló su mirada, y su expresión adoptó su impenetrabilidad habitual. "Muy bien, entonces," dijo Alex cortésmente. "¿Qué te parece dentro de dos días? No seguimos el horario de la ciudad aquí, así que probablemente cenaremos sobre las siete."

John asintió.

"Excelente. Te veremos entonces." Alex se levantó y estrechó la mano a John. "Me alegro de que nuestros caminos se hayan cruzado de nuevo. "

"Yo también." John escoltó a Alex desde la casa hasta los establos donde le aguardaba su caballo. Con una amistosa inclinación de cabeza, Alex montó y se alejó cabalgando.

John regresó despacio a casa, sonriendo para si mismo cuando alzó la vista para contemplar su nuevo hogar. Cuando entraba en el vestíbulo, Buxton lo interceptó.

"Ha llegado esto para usted, milord, mientras conversaba con su Excelencia. " Tendió a John una carta en una bandejita de plata.

John alzó las cejas mientras desplegaba la nota.

Qué extraño. John dio la vuelta al sobre en su mano. Su nombre no aparecía escrito en ninguna parte. "¿Buxton? " llamó.

El mayordomo, que había empezado a caminar en dirección a la cocina, giró y regresó al lado de John.

"Cuándo esto llegó, ¿qué dijo el mensajero?”

"Solamente que tenía una carta para el dueño de la casa. "

"¿No mencionó mi nombre expresamente?”

"No, milord, me parece que no. Era un niño quien lo trajo, en realidad. No creo que tuviera más de ocho o nueve años. "

John dedicó al papel un último vistazo especulativo y luego se encogió de hombros. "Probablemente fuera para los dueños anteriores. " Lo estrujó en su mano y lo dejó a un lado. "No tengo ni idea de lo que significa. "


* * *

Más tarde esa noche mientras cenaba, John pensó en Belle. Mientras saboreaba una copa de whisky hojeando El Cuento de Invierno, pensó en ella. Y cuando se dirigió lentamente hacía la cama, pensó en ella.

Era hermosa. Eso era irrefutable, pero no creía que esa fuera la razón por la que invadía sus pensamientos. Había habido un destello en aquellos brillantes ojos azules. Un destello de inteligencia, y… de compasión. Ella había tratado de ofrecerle su amistad antes de que él frustrara completamente su tentativa. Sacudió la cabeza, como si así pudiera desterrarla de su mente. Sabía que era mejor no pensar en mujeres antes de irse a la cama. Cerrando los ojos, elevó una plegaria para poder dormir sin soñar.


Estaba en España. Era un día caluroso, pero su compañía estaba de buen humor; no había habido ningún enfrentamiento durante la semana pasada.

Se habían instalado en una pequeña ciudad, hacía casi un mes. Los vecinos estaban, en su mayor parte, contentos de tenerlos allí. Los soldados trajeron dinero sobre todo a la taberna, pero todo el mundo se sintió un poco más próspero cuando los ingleses llegaron a la ciudad.

Como de costumbre, John estaba bebido. Lo que fuera para borrar los gritos que resonaban en sus oídos y la sangre que siempre sentía en sus manos, no importa con qué frecuencia se las lavara. Unas cuantas copas más, calculó, y estaría de camino al olvido.

"Blackwood. "

Alzó la vista y saludó con la cabeza al hombre que se acomodó al otro extremo de su mesa. "Spencer".

George Spencer cogió la botella. "¿Te importa?”

John se encogió de hombros.

Spencer vertió un poco del contenido en el vaso que había traído con él. "¿Tienes alguna idea de cuándo nos marchamos de este horrible agujero?”

"Prefiero estar en este horrible agujero, como tú lo llamas, que en medio del campo de batalla."

Spencer echó un vistazo a una muchacha que seriía las mesas al otro lado de la habitación y se lamió los labios antes de volverse hacia John y replicar, "Nunca te hubiera tomado por un cobarde, Blackwood. "

John se sirvió otro vaso de whisky. "No soy un cobarde, Spencer. Solamente un hombre. "

"¿No lo somos todos?” La atención de Spencer estaba todavía centrada en la muchacha, que no podía tener más de trece años. "Qué piensas de esa, ¿eh?”

John se limitó a encogerse de hombros de nuevo, sin sentirse demasiado comunicativo.

La muchacha cuyo nombre había averiguado durante el pasado mes, era Ana, se acercó y puso un plato de comida delante de él. Le dio las gracias en español. Ella asintió con la cabeza y sonrió, pero antes de que pudiera marcharse, Spencer la había derribado en su regazo.

"Mira qué cosita tan bonita " dijo arrastrando las palabras, su mano subiendo y cerrándose sobre su pecho apenas maduro.

"No," dijo ella, con voz rota. "Yo…"

"Déjala en paz," dijo John bruscamente.

"Cristo, Blackwood, es solamente una… "

"Déjala en paz. "

"A veces eres un asno, ¿los sabías?” Spencer echó a Ana de su regazo, pero no antes de dar a su trasero un malvado pellizco.

John se llevó una cucharada de arroz a la boca, la masticó, la tragó, y luego dijo, "Es solo una niña, Spencer. "

Spencer ahuecó la mano. "No lo sentí así. "

John se limitó a sacudir la cabeza, sin querer discutir con él. "Déjala en paz. "

Spencer se levantó repentinamente. "Tengo que ir a mear. "

John lo vio marcharse y volvió a su cena. No había tomado más de tres bocados antes de que la madre de Ana apareciera junto a la mesa.

“Señor Blackwood," dijo, hablando en una mezcla de inglés y español que sabía que él entendía. "Ese hombre… él toca a mi Ana. Eso debe parar. "

John parpadeó un par de veces, tratando de aclarar su mente de la neblina alcohólica. "¿Ha estado molestándola mucho tiempo?”

"Toda la semana, Señor. Toda la semana. A ella no le gusta. Tiene miedo. "

John sintió la repugnancia revolviendo el contenido de su estómago.

"No se preocupe, Señora," la tranquilizó. "Me aseguraré de que la deja en paz. Ella estará a salvo de mis hombres. "

La mujer hizo una inclinación de cabeza. "Gracias, señor Blackwood. Sus palabras me consuelan. “Volvió a la cocina donde, supuso John, pasaría el resto de la noche trabajando.

Él volvió a concentrarse en su comida, sirviéndose otro vaso de whisky junto con ella. Más y más cerca del olvido. Lo ansiaba estos días. Lo que fuera para borrar de su mente la muerte y los moribundos.

Spencer volvió, limpiándose las manos con un trapo. "¿Todavía comiendo, Blackwood? " preguntó.

"Siempre has tenido cierta inclinación por declarar lo obvio. "

Spencer frunció el ceño. "Come tus gachas entonces, si eso es lo que te apetece. Me marcho en busca de diversión. "

John alzó una ceja como si dijera, "¿Aquí?”

"Me parece que este lugar tiene posibilidades." Los ojos de Spencer brillaron cuando se pavoneó escaleras arriba, alejándose de su vista.

John suspiró, contento de librarse de ese hombre que siempre era una molestia. Nunca le había gustado Spencer, pero era un buen soldado, e Inglaterra necesitaba a todos los que pudiera reclutar.

Terminó de comer y empujó el plato a un lado. La comida estaba sabrosa, pero nada parecía satisfacerlo últimamente. Quizás otro vaso de whisky.

Oh, ahora ya estaba borracho. Verdaderamente borracho. Eso, supuso, era algo por lo que todavía podía dar gracias a Dios.

Dejó que su cabeza cayera contra la mesa. La madre de Ana parecía nerviosa, ¿no? Su rostro, surcado de arrugas de pena y temor, flotó en su mente. Y Ana, pobre chiquilla, no debía gustarle tener a estos hombres cerca. Especialmente a uno como Spencer.

Oyó un ruido provinente de lo alto de las escaleras. Nada fuera de lo común.

Spencer. Oh, sí, eso es en lo que había estado pensando.

Un grano en el culo, eso es lo que era. Siempre armando jaleo en los locales, sin preocuparse por nada que no fuera su propia diversión.

Otro golpe.

¿Que era lo que había dicho?, que se largaba en busca de diversión. Típico de él

Otro ruido extraño. Este había sonado como el grito de una mujer. John miró alrededor. ¿Es que nadie lo había oído? Parecía que no. Puede que fuera porque él estaba más cerca de las escaleras.

“Me parece que este lugar tiene posibilidades.”

John se frotó los ojos. Algo no iba bien.

Se puso en pie, apoyándose en la mesa para aliviar la náusea que estremeció su cuerpo. ¿Por qué tenía la extraña sensación de que algo no iba bien?

Otro golpe. Otro grito.

Caminó despacio hacia las escaleras. ¿Qué iba mal? El ruido aumentó de volumen mientras caminaba a lo largo del pasillo del primer piso.

Y luego lo oyó otra vez. Esta vez sonaba claramente. "Noooooooooo" La voz de Ana.

John recuperó la sobriedad en un instante. Embistió la puerta, arrancandola de los goznes. "Oh, Dios, no," gritó. Apenas podía distinguir a Ana, su menudo cuerpo completamente oculto bajo Spencer, que embestía repetida y despiadadamente contra ella.

Pero podía oír su llanto. "Noooo, noooo, por favor, noooo. "

John no se detuvo a pensar. Enloquecido, apartó a Spencer de la muchacha y lo lanzó contra la pared.

"¡Qué demonios…! ¿Blackwood? “La cara de Spencer estaba tan congestionada y purpúrea como su miembro.

"Bastardo," jadeó John, apoyando su mano sobre su arma.

"Por Dios, es solamente una puta española. "

"Es una niña, Spencer. "

"Ahora es una puta. " Spencer se giró para recoger sus pantalones.

La mano de John apretó la culata.

"Es todo que será siempre. "

John levantó el arma. "Los soldados de su majestad no violan." Le pegó un tiro en el trasero.

Spencer aulló y cayó al suelo, soltando una retahíla de palabrotas. John inmediatamente fue junto a Ana, como si hubiera algo que pudiera hacer para borrar su dolor y su humillación.

Su cara estaba lívida. Carecía por completo de expresión…

Hasta que lo vio.

Se encogió. Se apartó de John horrorizada. Él se tambaleó hacia atrás por la intensidad de su terror.

Él no…No había sido su…Quería decir…

La madre de Ana irrumpió en el cuarto. "Virgen santísima," lanzó un grito. "¿Qué es lo que…? Oh, Ana. Mi Ana. "

Ella corrió hacia su hija, que ahora lloraba desconsoladamente.

John permanecía de pie en medio del cuarto, aturdido por la sorpresa, y aún borracho por el whisky. "Yo no… " susurró. "No fui yo. "

Había tanto ruido. Spencer gritaba y blasfemaba de dolor. Ana lloraba. Su madre clamaba a Dios. John no podía moverse.

La madre de Ana se giró, su cara reflejaba más odio del que John había visto nunca en una sola persona.

"Es obra suya,"siseó, y le escupió en la cara.

"No. No fui yo. Yo no hice… "

"Juró que la protegería." La mujer parecía tratar de contenerse para no atacarlo. "Bien podría haber sido usted también. "

John parpadeó. "No".

Podría haber sido usted también.

Podría haber sido usted también.

También podría…


John se incorporó en la cama, con el cuerpo empapado de sudor. ¿Había pasado realmente esto hacía cinco años? Se recostó, tratando de olvidar que Ana se había suicidado tres días más tarde.

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