Me sentía mucho mejor al día siguiente, domingo. El dolor de cabeza había pasado de ser una presencia punzante a tan sólo una presencia, algo que casi conseguía no tener en cuenta.
Wyatt me llevó a casa de su madre para que pudiera inspeccionar la pérgola; como había dicho Jenni, necesitaba una capa de pintura, y también había que rascarla y lijarla antes de pintarla. Pero era del tamaño perfecto, y la forma, preciosa, con un gracioso arco que me recordaba a las cúpulas en forma de bulbo de los edificios de Moscú. Roberta estaba enamorada de la pérgola y quería dejarla instalada de forma permanente en su jardín. Las dos coincidimos en que lijarla y pintarla era un trabajo perfecto para Wyatt, teniendo en cuenta que él se encargaba de las flores.
Mientras Wyatt estudiaba la pérgola, pude distinguir, por una débil mirada recelosa en sus ojos, que empezaba a percatarse de que «las flores» significaba algo más que un par de jarrones y un ramo. Roberta apenas consiguió disimular su sonrisa, pero mientras no pidiera ayuda, ella iba a dejar que siguiera poniéndose nervioso, y se ocuparía de las flores sin que su hijo lo supiera.
Siempre podría darse el caso de que no pidiera ayuda; su vena agresiva y dominante innata podía impedirle admitir que no sabía cómo abordar esa tarea. Habíamos acordado no alargar la pantomima más de dos semanas, el tiempo suficiente para que él experimentara también un poco de estrés, sin permitir que de hecho hiciera algo que interfiriera en nuestros planes. Sí, estaba así de calculado. ¿Y qué?
De allí fuimos a comer a casa de mis padres, para satisfacer la necesidad de mamá de mimarme y para satisfacer mi necesidad de dejarme mimar. íbamos a hacer costillas de cerdo a la barbacoa -siempre es temporada de barbacoa en el Sur-, así que papá y Wyatt salieron al exterior de inmediato, con sus cervezas en la mano, para ocuparse de la brasa. Pensé que era encantador que congeniaran así de bien, dos tíos intentando mantenerse a flote en un mar de estrógeno.
Papá es listo y se lo toma todo con mucha filosofía, pero hay que tener en cuenta que lleva años de experiencia a cuestas con mamá y la abuela; digamos que la abuela vale por dos como yo. Además, papá ha criado a tres hijas. Wyatt, por su parte, está acostumbrado a andar inmerso en cosas de tíos: primero el fútbol americano y luego hacer respetar la ley. Y un dato todavía peor, no olvidemos que es una personalidad alfa y que le cuesta entender el concepto «no». Conseguirme a mí daba prueba de todas las facetas dominantes y agresivas de su personalidad; conservarme daba prueba de su inteligencia, porque había visto enseguida que papá era un experto en la guerra entre sexos. De acuerdo, no es una guerra en realidad, más bien somos especies diferentes. Papá entiende el idioma. Wyatt estaba aprendiendo.
Mamá y yo preparamos todo lo necesario para iniciar la parrillada mientras seguíamos con los planes bélicos -esto… planes de boda- y, cuando los hombres echaron finalmente las chuletas, tuvimos unos pocos minutos para descansar. Mamá había encontrado en internet un vestido que le gustaba y ya lo había pedido; me lo enseñó en el ordenador. Yo no iba a llevar ninguna dama de honor, iba a ser una boda más reducida e informal que todo eso, o sea, que no tenía que ocuparme de escoger vestidos para el séquito ni nada por el estilo, gracias al cielo. Navegamos otro rato buscando un vestido como el que yo tenía en mente, y una vez más me quedé con las ganas, lo cual era una verdadera lata. No es que yo quisiera un vestido de novia exagerado, lleno de encajes, flores y bordado de nácar, para nada. Tuve todo eso la primera vez que me casé, y no quería pasar por esa experiencia de nuevo.
– ¡Ya sé! -dijo de repente mamá, y la inspiración iluminó su rostro-. Sally puede hacerte el vestido, y así estarás segura de que te quedará perfecto. Tú prepara un boceto del diseño y mañana vamos a buscar la tela.
– Primero llama a Sally -sugerí yo- para asegurarnos de que ella puede.
Sally tenía sus propios problemas en estos momentos, como era lógico: Jazz estaba hecho una furia después del intento de atropello, y ella estaba hecha una furia después de cómo él había echado a perder su dormitorio, reformándolo sin ella saberlo. Vivían separados tras treinta y cinco años de casados, y los dos estaban destrozados. De todos modos, me ilusionaba la posibilidad de que pudiera hacerme el vestido, porque era la solución perfecta. Sally era un hacha con la máquina de coser; había hecho los vestidos para el baile del colegio de Tammy y habían quedado preciosos.
Mamá llamó a Sally en aquel mismo instante, y ella dijo que por supuesto podía hacerlo; entonces mamá me pasó el teléfono y yo le describí el vestido que quería, y ella, bendita fuera, dijo que resultaría muy sencillo de hacer. Era un diseño sencillo, nada de frufrú ni cosas por el estilo. Tal y como yo me lo imaginaba, la magia residiría en el vuelo del tejido y la manera de ajustarse, y Wyatt sólo podría pensar en quedarse a solas conmigo para quitármelo.
Sentí tal alivio que apenas pude contenerlo. Aún tenía que encontrar la tela perfecta, pero eso era mucho más fácil que encontrar el vestido confeccionado perfecto. Si estuviera preparada para conformarme con algo que me quedara bien y ya está, no estaría tan preocupada, pero no soy la mejor del mundo a la hora de «conformarse». A veces tengo que hacerlo, pero no me gusta.
Durante la comida les contamos a papá y a Wyatt que Sally nos estaba salvando el día.
– Además, necesita algo para dejar de pensar en Jazz -dijo mi madre.
Wyatt encontró mi mirada, y pude ver su expresión. Está al corriente de la opinión de mamá y la mía en todo este asunto -sencillamente que Jazz se merecía que le pillaran con el coche por lo que había hecho- porque se la he explicado; la cuestión es que su instinto de poli se subleva. Que Sally intentara embestir a Jazz en su opinión es un intento de asesinato, pese a que éste se apartó de un salto sin sufrir daño alguno; y piensa que él debería haber denunciado el incidente a la policía y presentado cargos contra ella. A veces me parece que su sentido del bien y del mal está un poco trastocado por esas clases de derecho penal que le dieron en la universidad.
No dijo nada, pero yo sabía que no le hacía la menor gracia que Sally hiciera mi vestido; también sabía que tendría que aguantar una charla cuando nos quedáramos a solas, pero Wyatt no iba a iniciar una discusión delante de mis padres, sobre todo si tenía que ver con la mejor amiga de mamá. De cualquier modo, las chispas en sus ojos me decían que íbamos a comentar el tema a fondo en cuanto nos encontráramos a solas.
No me importaba. Mi posición era irrefutable. Fuera cual fuera la decisión tomada sobre cualquier cuestión relacionada con nuestra boda, era Todo Culpa Suya, pues su fecha límite era lo que había precipitado aquellas prisas. Me encantaban las posiciones irrefutables, mientras fuera yo quien las mantenía.
Apenas esperó a que me pusiera el cinturón una vez que me acomodé en el asiento del Avalanche para pasar al ataque.
– ¿No puedes encontrar a otra persona que te haga el vestido de novia?
– No hay tiempo suficiente -respondí con dulzura. Al instante entendió a donde iba a llevar todo aquello y dio un rodeo.
– Intentó matar a su marido.
Hice un gesto con la mano para restar importancia a aquel detalle.
– No veo la conexión entre eso y hacer mi vestido. Y ya te lo he dicho: no intentó matarle, sólo quería lisiarle un poco. Me lanzó una mirada ininteligible.
– Hace dos días he visto una cinta en la que alguien intentaba embestirte con un coche. No me vengas con «lisiar» un poco. Un coche es mortal. Sally iba tan rápido que no pudo detener el coche y acabó chocando contra la casa. Si Jazz no se hubiera apartado de un salto, habría quedado empotrado entre el coche y la pared. ¿Tengo que buscar fotografías ilustrativas para enseñarte los daños que puede sufrir el cuerpo humano en situaciones así?
Será puñetero el muy redomado; detesto absolutamente cuando sale con alguna observación que invalida mi posición irrefutable.
Tenía razón. Visto desde su posición ventajosa de poli, que significaba ver con regularidad cosas que provocarían pesadillas en mí, tenía razón. Sally había actuado con total desprecio hacia la vida y salud de Jazz. Es más, yo sabía que si intercambiáramos los papeles, y yo viera a alguien intentando matar a Wyatt, no lo podría perdonar.
– Mierda.
Una de su rectas cejas se alzó.
– ¿Significa eso que estás conforme?
– Significa que entiendo tu punto de vista. -Intenté no sonar malhumorada. Creo que no lo conseguí, porque disimuló una rápida sonrisa.
Ahora estábamos en una situación comprometida, porque Sally ya había accedido a hacer mi vestido; no sólo eso, estaba excitada con la idea, porque nos adora a mí y a mis hermanas casi tanto como adora a sus propios hijos. Somos como de la familia. No podía buscar otra persona que me hiciera ahora el vestido sin herir sus sentimientos, y mucho. En realidad, lo más probable es que no pudiera encontrar a nadie que me hiciera el vestido, y punto.
No era tan boba como para darme cabezazos de frustración contra el salpicadero, pero era lo que me apetecía en ese momento.
Wyatt había provocado este dilema al aplicar el sentido común.
Eso era trampa. O sea, que le endilgué a él el problema. Era lo justo, ¿o no?
– De acuerdo, éste es el trato: voy mal, muy mal, de tiempo. Lo más probable es que no sea capaz de encontrar un profesional que me haga el vestido, porque todos están comprometidos. Es posible que pueda encontrar lo que quiero ya confeccionado, pero de momento no ha aparecido en el centro comercial y no he dado con nada online. Si insistes, de algún modo encontraré la forma de retirar mi ofrecimiento a Sally, pero tendrás que soportar de por vida las consecuencias si finalmente tengo que casarme con un vestido encontrado en el último momento, sea cual sea.
Sonó muy serio, tanto por el tono como por mi expresión, tal vez porque hablaba muy en serio. No me tomaba esto a la ligera; tenía un sueño, visualizaba cómo quería que fuera mi boda con él, y una gran parte de ese sueño era ver la mirada en sus ojos cuando caminara hacia el altar vistiendo aquel vestido irresistible. Algo dentro de mí necesitaba ese momento, algo que había sufrido un duro impacto al descubrir que mi ex me era infiel. No había ido por ahí lloriqueando a todas horas, pero estaba claro que mi anterior matrimonio había dejado secuelas; tenía un par de cosillas que enmendar.
Me lanzó una rápida mirada penetrante para calibrar mi grado de sinceridad. En serio, no sé por qué no se fiaba de lo que le estaba diciendo. De acuerdo, sí lo sé. Tendría que indignarme que el hombre a quien amo no confíe en mí, pero me fastidiaría muchísimo más que fuera lo bastante tonto como para creerme. No hablo de engañarle en cuestiones sexuales o sentimentales, porque eso no iba a suceder, pero todas las estrategias valían a la hora de tomar posiciones en la pequeña batalla privada de nuestra relación. Él mismo había establecido esa regla, con su carrera por obtenerme, a toda costa, contra viento y marea: me había atrapado y se negaba a soltarme.
Recordar eso me provocó cierta agitación, tanto en el corazón como un poco más abajo, y me retorcí un poco.
Wyatt maldijo en voz baja, volviendo de nuevo la vista a la calle.
– Puñetas, deja de retorcerte. Haces eso cada vez que piensas en el sexo.
– ¿Lo hago? -Tal vez lo hiciera. Pero… él se merecía todos los retortijones del mundo.
Cogió el volante con más fuerza, recordándome que no habíamos hecho el amor desde el miércoles por la noche, y ya estábamos a domingo. La noche anterior él había aliviado un poco mi tensión, pero por muy bueno que fuera con las manos y la boca, no era lo mismo que disfrutar de su pene. Algunas cosas están hechas para ir combinadas, ya me entendéis.
Por otro lado, Wyatt no había tenido alivio alguno, a no ser que se hubiera ocupado del asunto en la ducha. Y considerando lo blancos que se le pusieron los nudillos, creo que no.
– Estábamos hablando de Sally -dijo con tono brusco y tenso.
Me esforcé por devolver mis pensamientos al tema en cuestión.
– Te he dicho lo que pienso.
Respiró hondo un par de veces.
– ¿Exactamente cuáles serían las consecuencias si no te casas con ese vestido que tanto quieres?
– No sé -dije sencillamente-. Sólo sé que me llevaría un disgusto enorme.
– Mierda -refunfuñó. No le importaba sacarme de quicio, enfadarme o frustrarme terriblemente, pero movería cielo y tierra con tal de no hacerme sufrir. Todas las mujeres merecen ser amadas de este modo. El corazón se me hinchó de orgullo, o eso me pareció. Es una sensación que asusta un poco, porque si tu corazón se hincha de verdad, lo más probable es que al final se suelte una válvula o algo parecido.
Se quedó callado conduciendo unas dos manzanas más o menos, y yo empecé a ponerme tensa, preguntándome qué estaría pensando. Wyatt es demasiado listo como para dejarle pensar mucho rato, podría salir con alguna…
– Consigue que vuelvan a juntarse -dijo.
Noté como si de repente toda la materia gris en mi cerebro se comprimiera.
– ¿Qué? -¡Mecachis! ¿Hablaba en serio? Supuse que estaba hablando de Sally y Jazz, pero ni siquiera sus propios hijos habían conseguido reunirles en la misma habitación. Debería haberle interrumpido al menos una manzana antes, dando una sacudida al volante o algo por el estilo, o tal vez agarrándome la cabeza y cayéndome de lado, excepto que entonces tendría que haberme llevado otra vez a urgencias, y ya había tenido bastante de ese sitio.
– Sally y Jazz -dijo confirmando mi temor de que intentaba desbaratar del todo mis planes-. Consigue que se junten otra vez. Haz que se sienten y hablen. Imagino que si logras que Jazz supere el trauma de que su mujer intentara matarle, tendré que admitir que me he tomado el asunto demasiado a la tremenda.
– ¿Estás majareta? -chillé, y me volví hacia él, aunque no fue una buena idea porque el repentino movimiento hizo que mi dolor de cabeza pasara de ser una mera presencia a un centro de atención. Sí, me agarré la cabeza entonces, pero no me caí de lado.
– Ten cuidado -dijo con brusquedad.
– ¡No me digas que tenga cuidado después de soltarme eso, como caído del cielo! -Justo cuando pensaba que Wyatt no podría ponerse más irritante ni exigente, me sale con una cosa así. ¡Es un monstruo diabólico!
– Más o menos es el equivalente a lo que has dejado caer tú. -Sus ojos centelleaban, pequeñas y penetrantes luces verdes de una mezcla de enojo y satisfacción.
Oh, sí se había dado cuenta, aja.
– ¡Tú no estás impedido con una conmoción cerebral! ¡O impedido por una conmoción cerebral! ¡O como se diga!
– Te estás recuperando rápido -dijo con una pasmosa falta de compasión-. No me sorprendería que mañana volvieras al trabajo.
De hecho, había estado planeando eso precisamente. Le miré frunciendo el ceño, y él se lo tomó como que le daba la razón.
– No soy una consejera matrimonial -replique con frustración-. Peor aún, casi podría ser su hija. No hacen caso a sus hijos, ¿por qué piensas que van a hacérmelo a mí?
– Es tu problema -dijo, otra vez con una falta de compasión pasmosa.
– ¿No crees que será problema tuyo si el día de nuestra boda no estoy contenta? ¿No me has oído decir que voy mal de tiempo? Y ¡esto requerirá un tiempo que no tengo!
– Consigúelo.
Se creía tan listo. Le miré entrecerrando los ojos.
– Vale. Aprovecharé el tiempo que podríamos dedicar a hacer el amor; en esos ratos será cuando vaya a hablar con Sally y Jazz.
Soltó una sonora carcajada al oír eso. Sí, ya sé que mi historial a la hora de negarle algo a Wyatt es bastante penoso, pero vaya si se rió.
No puedes hacer muchos aspavientos cuando tienes una conmoción cerebral, aunque sea una conmoción leve. Ni siquiera quería bajar de la furgoneta yo sola, porque es grande y tienes que dar un salto, y sólo caer con demasiada brusquedad era suficiente para que mi cabeza sufriera una sacudida, y eso no tendría ninguna gracia. O sea, que tuve que esperar a que Wyatt viniera hasta mi lado del vehículo y me aupara para bajar de la furgo, algo que hizo con sumo placer porque le permitía deslizar mi cuerpo sobre el suyo, y casi me quedé atrapada en las partes que empezaban a sobresalir, lo cual le hizo sonreír con satisfacción.
Este hombre era malvado.
Yo le dije con furia:
– Si alguna vez volvemos a tener relaciones sexuales, algo que ahora mismo dudo mucho, lo haremos al estilo tántrico.
Me siguió con una gran sonrisa mientras subíamos los escalones que llevaban hasta la puerta de entrada.
– No pienso canturrear mientras practico el sexo.
– Oh, no tiene nada que ver con canturreos. No creo. Tiene que ver con disciplina.
– No quiero que te acerques a un látigo.
Me mofé.
– No ese tipo de disciplina. Autodisciplina. El sexo tántrico dura mucho, mucho tiempo.
– Eso no me lo puedo perder.
Sonriendo con dulzura, le dije:
– Oh, bien, lo probaremos entonces. Lo prometes, ¿no?
– Puedes apostar a que sí-dijo; su libido ya no le dejaba pensar con claridad. De todos modos, este estado de las cosas no iba a durar mucho, y me apresuré a entrar a matar.
– Por cierto…
– ¿Sí?
– Dura mucho, mucho tiempo, porque el hombre tiene que intentar no correrse.