Capítulo 25

Pese a que por lógica mi acosadora no podía saber dónde me encontraba yo, cuando salí de Sticks and Stones seguí mirando a mi alrededor con suma atención. Todo despejado. Creía que no iba a ser capaz de ver un Chevrolet blanco sin sentir una punzada automática de pánico, algo que, si te paras a pensar, podía ser un verdadero coñazo. Como había mencionado Wyatt, hay miles y miles de Chevrolets blancos. Mi vida podía convertirse en una punzada permanente.

Necesitaba beber algo caliente para mi garganta y necesitaba tela para mi vestido. Y, mecachis, todavía tenía pendiente llamar a la compañía telefónica y la de cable; no, qué demonios, lo más probable era que tuviera que ir en persona para demostrar mi identidad, ya que no tenía los números de las cuentas. Además, tenía que ir de compras para agenciarme algo de ropa. ¡Y mis botas! ¡Mis botas azules! Las devolverían a Zappos por no poder entregarlas, pero yo las quería. Por desgracia, tampoco tenía el número del pedido porque se había quemado con la casa, o sea, que ni siquiera podía contactar con Zappos para indicarles otra dirección de envío.

Se me alegró la cara. Podía encargar otro par de botas desde el ordenador de Wyatt.

Siana llamó mientras iba de camino a mi segundo centro comercial favorito.

– Mamá me ha dicho que no podías decir ni una palabra. Da un golpe en el teléfono si es cierto. -Era cierto ayer -susurré.

– ¡Lo he oído! ¿Cómo te sientes?

– Mejor. -Buscaba un McDonalds. Una taza de café mejoraría las cosas aún más.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

– Todavía no. -En esos momentos aún me encontraba en esa fase en la que tenía que encargarme yo misma de todo.

– ¿Tienes alguna idea de quién pegó fuego a la casa?

– Le vi la cara -conseguí responder con voz ronca- y me resulta familiar, pero no consigo ubicarla.

La lógica Siana dijo:

– Bien, ya que todo esto es reciente, tiene que tener algún tipo de relación con uno de los lugares donde has estado hace poco. Ponte a pensar y al final encajará en algo.

– Eso mismo creo yo, pero he repasado una y otra vez mis rutinas, y no puedo ubicarla en ningún sitio.

– Entonces es algún lugar que no forma parte de tu rutina normal.

Pensé en eso mientras recorría las tiendas del centro comercial. Todo esto había empezado en el otro centro comercial, y había estado en muchos comercios. ¿La habría visto allí? Intenté recordar si había sucedido algo inusual en alguna de las tiendas para que su rostro se me quedara grabado en la mente de ese modo. Esta idea me tenía distraída mientras me probaba zapatos, y eso no está bien, porque comprar zapatos es una de las grandes alegrías de la vida. Debería haber sido capaz de dedicar toda mi atención a ese ritual.

No intenté reemplazar todo mi ropero de una sola vez -eso habría sido imposible-, pero me propuse cubrir todas las necesidades posibles: ropa de trabajo, ropa informal, ropa de vestir. No escatimé en gastar a la hora de comprar nuevos conjuntos de ropa interior, decididamente no, porque es otra de mis debilidades. Entre la que me habían arrancado en los hospitales y la que había perdido en el incendio…


El aliento se me atragantó literalmente en el pecho. El hospital. Era ahí donde la había visto.

Era la enfermera con el pelo mal teñido que había charlado tanto rato conmigo mientras se dedicaba a quitarme los vendajes de los rasponazos. En aquel momento me dolía tanto la cabeza a causa de la conmoción que no me di cuenta en su momento, pero ella había sido innecesariamente brusca con las vendas, como si intentara hacerme daño.

En el hospital llevaba el pelo teñido de aquel feo marrón, y cuando la vi entre el gentío que observaba el incendio lo llevaba muy rubio, pero era la misma mujer. Tal vez el rubio era su color normal, y el horrible tinte marrón era resultado de haberse teñido el pelo aquella misma mañana, como disfraz. ¿Un disfraz para ocultarse de qué? No la conocía de nada entonces. Pero por algún motivo no quería que la viera de rubia.

En tal caso, ¿por qué iba a decolorárselo después? ¿Por qué no dejarse aquel feo marrón uniforme?

Agarré mi móvil y comprobé si había cobertura: sólo aparecía una barra, de modo que recogí mis compras y me fui derecha hacia la salida más próxima. En cuanto salí al exterior, el número de barras subió a tres, y un segundo después a cuatro. Tecleé para llamar al móvil de Wyatt.

– ¿Estás bien? -ladró como saludo, en medio del segundo tono de llamada.

– He recordado quién es -dije todo lo alto y claro que pude, porque había un montón de ruido a mi alrededor con todo aquel tráfico. Mi voz sonaba horriblemente ronca, se desgarraba en medio de las palabras hasta perder volumen al final-. Es una enfermera del hospital.

– Repítelo, no te he entendido. ¿Has dicho hospital?

Lo intenté de nuevo, esta vez todo lo alto que conseguí susurrar. Al menos mi voz no se desgarraba cuando susurraba.

– Es una enfermera del hospital.

– ¿Una de las enfermeras? ¿Estás segura?


– Sí -susurré con énfasis-. No de urgencias, sino una de las enfermeras de planta. Vino a mi habitación, charlamos, me quitó las vendas…

– Blair, ¿dónde estás? -interrumpió.

– Centro comercial. Otro diferente. -Ahora tenía que considerar una casualidad el incidente del otro centro comercial, porque había tenido lugar antes de conocer a la Enfermera Chiflada.

– Ven a comisaría, ahora mismo. Necesitamos una descripción, algo más con lo que trabajar que lo que tenemos ahora mismo. Y casi no consigo entenderte; me reuniré contigo allí.

Tenía a las diosas de la fortuna en mi contra. No cabía duda, mi destino era no encontrar la tela para mi vestido de novia, no acabar los recados, ni conseguir que Sally y Jazz volvieran a juntarse. Por otro lado, estaba claro que evitar que me mataran tenía que ser una cuestión prioritaria.

En mi necesidad de conseguir cobertura, había salido por la puerta que me quedaba más cerca, en vez de ir hasta la que había utilizado para entrar, por lo que regresé al interior del centro y fui andando hasta la otra punta. Cuando entré en el aparcamiento, me encontré buscando Chevrolets blancos una vez más. Empezaba a estar enfadada conmigo misma, pero luego me percaté de que ella todavía andaba por ahí suelta, y no podía permitirme dar por sentado que fuera imposible que me encontrara. Siempre había una manera, si ella era lo bastante decidida.

Fui en coche hasta la comisaría y me metí en el ascensor. Wyatt estaba en su despacho con la puerta abierta. En esos momentos hablaba por teléfono, pero me vio al alzar la vista y me hizo un ademán para que entrara. También hizo una señal a Forester, que también entró, cerrando la puerta tras él. Wyatt dejó el teléfono, y luego me observó con esa mirada láser verde.

– Empieza por el principio.

Respiré hondo.

– Por fin la he ubicado. Es una enfermera de planta en el hospital. Entró en mi habitación, fue de lo más simpática, charlamos durante un rato, pero no paró de arrancarme vendas, y con bastante brusquedad, por cierto.

Wyatt pareció molestarse, movió un poco el mentón.

– ¿Alguien más la vio?

– Siana estaba conmigo.

– Descríbela.

– Aproximadamente de mi edad, tal vez un poco mayor, me costaría determinarlo. Muy guapa, con ojos color avellana verdoso. Pelo marrón, pero lo llevaba muy mal teñido. Debió de decolorarse el pelo después, algo difícil de hacer, y eso me confundió cuando apareció en el incendio de rubia.

– ¿Cómo de alta?

Tragué saliva para aliviar mi garganta.

– No lo sé. Yo estaba tumbada en la cama, por lo tanto no tengo una referencia. Pero era delgada, tenía una buena constitución. Y aparte… -Iba a decir que tenía unas pestañas muy largas, pero una imagen escurridiza empezó a formarse en mi mente, otro rostro quedó enfocado poco a poco con claridad. Solté un jadeo-. La vi en la tienda de telas, también, después de salir del hospital. Entonces pensé que me sonaba de algo, pero de nuevo llevaba el pelo diferente. Iba de pelirroja, creo, llevaba el pelo rojo oscuro. -Me había estado siguiendo, y no sólo con el Chevrolet. Dirigí una rápida mirada a Wyatt y, por su expresión seria, supe que se le había ocurrido lo mismo.

– Pelucas -dijo Forester.

Wyatt asintió.

– Suena a eso.

– El pelo rubio podría ser una peluca -dije-; lo llevaba tapado con la capucha, o sea, que no puedo asegurarlo. Pero el pelo marrón del hospital no era una peluca, era su cabello y lo llevaba teñido. Confía en mí. -Mi susurro se fue apagando, y empecé a toser al finalizar esa parrafada. La laringitis era una cosa más que recriminar a aquella mujer y, pese a tener menor importancia que el incendio de mi vivienda, el hecho de no poder hablar era una gran faena. Si me veía en la tesitura de necesitar gritar o algo por el estilo, lo iba a tener fatal. Si te paras a pensar en la cantidad de situaciones en las que puede hacerte falta chillar, de repente tu voz cobra gran importancia.

– Me pondré en contacto con el hospital -dijo Forester- para ver si puedo conseguir fotos de todos los que estaban trabajando… ¿cuándo?

– Primer turno, viernes pasado -apuntó Wyatt-. Cuarta planta, departamento de neurología.

– Tal vez no necesitemos una orden -dijo Forester, aunque poco convencido-, pero este hospital suele encabronarse bastante con las cuestiones de la privacidad.

– Y yo me encabrono bastante con los intentos de asesinato -dijo Wyatt con tono gélido.

Me pregunté qué podía hacer él si la administración del hospital ponía pegas y no le facilitaba las fotos si antes no presentaba una orden del juzgado, pero luego recordé que, gracias a su anterior estatus de celebridad del deporte, sólo tenía que coger el teléfono para hablar con el gobernador en el momento que quisiera. Varios aspectos que tenían que ver con los hospitales podían verse afectados por Wyatt, como la recaudación de fondos o las designaciones. Tal cual.

Forester salió para comunicarse por teléfono con el hospital y Wyatt volvió a concentrar su atención en mí.

– ¿Era la primera vez que la veías, cuando estuviste en el hospital?

– Por lo que yo sé, sí.

– ¿Se te ocurre alguna cosa que mencionaras que tal vez la alterara o recuerdas algo que ella dijera que pueda darnos una idea de lo que está pasando aquí?

Volví a pensar en la conversación y negué con la cabeza.

– Mencioné que iba a casarme en menos de un mes y que no tenía tiempo para sufrir una conmoción cerebral. Dijo algo sobre los preparativos de su boda, sobre la locura que fue el último mes. Me preguntó si me caía bien tu madre; dijo que eso de tener una suegra maja tenía que estar bien, de lo cual deduje que la suya le caía fatal.

Ella pensaba que yo había sufrido un accidente de moto, por el rasponazo contra el asfalto. Sólo fue… conversación. Le dije que tenía hambre, y ella contestó que pediría que me mandaran una bandeja con comida, pero no trajeron nada. Eso es todo. Fue muy simpática. -Tosí un poco más y miré a mi alrededor en busca de una libreta donde escribir. Ya había forzado bastante la garganta. Si seguía así, me quedaría otra vez como antes.

– No hay más preguntas -dijo, mientras se levantaba para venir al otro lado del escritorio y me rodeaba con sus brazos para ponerme en pie-. Descansa la garganta. Esta vez vamos a pillarla; tenemos la pista que necesitábamos.

– Pero no tiene ningún sentido -susurré-. No la conozco de nada.

– Los acosadores no tienen sentido, y punto. Se crean obsesiones ilógicas de repente, y muchas veces lo único que la víctima ha hecho es ser amable. No es culpa tuya, no podías hacer nada para impedirlo. Es un trastorno de la personalidad. Si cambia de aspecto con tanta frecuencia, es que busca algo, y probablemente tú seas todo lo que ella quiere ser y no es.

Era un análisis psicológico muy coherente. Estaba impresionada.

– Eh, no eres sólo un chico guapo -dije mirándole-. Y luego la gente dice que los jugadores de fútbol son tontos.

Se rió y me dio una palmada en el trasero, aunque dejó la mano ahí probablemente demasiado rato como para calificarlo de palmada. No obstante, al oír una rápida llamada a la puerta, la dejó caer y se apartó.

Forester asomó la cabeza con un ceño en la frente.

– He hablado con el supervisor de esa planta -informó-. Dice que no hay nadie que responda a esa descripción ahí.

Wyatt frunció el ceño y se frotó el labio inferior mientras pensaba.

– Podría ser alguien de Urgencias que vio ingresar a Blair y que luego se dio una pequeña vuelta para ir a verla. Debe de haber grabaciones de seguridad de los pasillos; casi todos los hospitales las tienen.

– Me pondré en contacto con el servicio de seguridad del hospital para ver qué puedo hacer.

– ¿Será muy complicado todo eso? -pregunté a Wyatt cuando Forester volvió al teléfono.

Su sonrisa era poco convincente.

– Depende del día que tenga el jefe de seguridad. Depende de si las normas del hospital dicen que tiene que consultar al administrador antes de dejarnos ver la grabación. Depende de si el administrador es un gilipollas. Y de ser así, entonces depende de si podemos encontrar o no un juez que nos firme la orden, lo cual puede resultar un poco problemático un viernes por la tarde, sobre todo si el administrador del hospital juega al golf con unos cuantos jueces.

Santo cielo. Cómo se le había ocurrido meterse a policía.

– ¿Hace falta que me quede?

– No, puedes seguir con tus cosas. Sé cómo ponerme en contacto contigo. Tú sólo ten cuidado.

Asentí para comunicarle que había entendido. Mientras bajaba en ascensor, suspiré. Estaba cansada de buscar Chevrolets blancos y, de todos modos, si ella era lista, lo cual parecía ser, ¿por qué no cambiar de vehículo? Alquilar un coche no era tan difícil. A esas alturas podría ir en un Chevrolet azul, y yo sin enterarme.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

O un Buick beige.

O incluso un Taurus blanco.

Había dejado que me cegara la idea de que la reconocería por el coche que conducía. Pero ahora podía ir en cualquier cosa, y llevar toda la mañana detrás de mí, y yo ni me habría enterado porque habría estado fijándome en el color equivocado.

Podía estar en cualquier lugar.

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