Capítulo 1

Me llamo Blair Mallory e intento celebrar mi boda, pero las diosas de la fortuna no quieren cooperar… Me caen fatal esas estúpidas diosas, sean quienes sean las muy zorras. ¿A ti también?

Me senté a la mesa del comedor y me quedé mirando el calendario, estudiando fechas disponibles que se adaptaran a las innumerables agendas esparcidas sobre la mesa. Mi agenda, la agenda de Wyatt, las agendas de mamá y papá, las agendas de mis hermanas, la agenda de la madre de Wyatt, la agenda de la hermana de Wyatt, las agendas de los niños y los maridos de la hermana de Wyatt… era interminable. Hasta el día siguiente a Navidad no quedaba ningún hueco adecuado para todo el mundo, y por supuesto no iba a celebrar mi boda ese día. Si nos casáramos justo el día posterior a Navidad, mis aniversarios de boda serían siempre un asco, porque para esa fecha Wyatt ya habría agotado todas las ideas de regalos buenos para hacerme. Ni hablar. No me hago sabotaje a mí misma.

– Estás muy enfurruñada -comentó Wyatt sin levantar la vista del informe que estaba leyendo. Supuse que se trataba de alguna clase de informe policial pues Wyatt es teniente en nuestra policía local, pero no pregunté; esperaría a que saliera de la habitación para leerlo, sólo por ver si tenía que ver con algún conocido. Es impresionante lo que llega hacer la gente, gente que ni en un millón de años imaginaríais que fuera a meterse en tales fregados. Sin duda, se me habían abierto los ojos desde que salía con Wyatt… bueno, desde que leía sus informes, lo cual, pensándolo bien, en realidad es previo a que empezáramos a salir juntos, es decir, al menos esta segunda vez. Salir con un poli tiene sus ventajas, sobre todo si está bien situado en la cadena alimentaria. Mi cupo de cotilleos estaba a tope.

– Tú también estarías enfurruñado si tuvieras que aclararte con todas estas agendas en vez de estar ahí sentado leyendo.

– Estoy trabajando -replicó, confirmando que, sí, estaba leyendo un informe de algún tipo; sólo confiaba en que fuera jugoso y que lo dejara ahí encima cuando se levantara para ir al baño o algo parecido-. Y no tendrías ningún problema con el calendario si hubieras hecho caso de mi sugerencia.

Lo que él había sugerido era casarnos en Gatlinburg, la capital de las bodas, en alguna de sus chabacanas capillas, donde no podría rodearme de las cosas que me gustan. Podía superar lo de la capilla nupcial, pero en otra ocasión ya intenté hacer la maleta para celebrar un acontecimiento especial lejos de casa y aprendí una dura lección: siempre olvidas algo. No quería pasar el día de mi boda yendo a toda prisa de un lado a otro, intentando encontrar algo con lo que reemplazar lo que me había olvidado.

– O podemos casarnos aquí en el juzgado -comentó.

Este hombre no tiene un pelo de romántico, algo que en realidad me parece bien, porque yo tampoco tengo mucho de romántica, y demasiada sensiblería me pondría de los nervios. Pero, por otro lado, yo sé CómoSeHacenLasCosas, y quiero tener fotografías para demostrárselo a mis hijos.

Y ésa era otra de las cuestiones que me tenían estresada. Una vez celebrado mi trigésimo primer cumpleaños, me encontraba mucho más cerca de la amniocentesis. Tuviera los hijos que tuviera, quería tenerlos antes de llegar a esa edad en que cualquier tocólogo con un mínimo instinto de supervivencia y un temor saludable a las querellas ordena de forma automática una amniocentesis. No quiero que me claven una larga aguja en la tripa. ¿Y si le da al bebé en el ojo o algo así? ¿Y si esa larga ventosa pasa de largo y perfora mi columna vertebral? Sabéis lo que pasa en Péter Pan, ¿no? ¿Cuando el cocodrilo se ha tragado un reloj y queda claro que el bicho está acercándose porque el tic tac suena cada vez más fuerte? Mi reloj biológico marcaba los segundos como ese puñetero cocodrilo. O tal vez fuera un caimán. Qué más da. En vez de «tic tac» decía «Amnio» (la palabra entera no se ajustaría al ritmo del tic tac) y aquello era algo que me provocaba pesadillas.

Tenía que casarme, deprisa, para poder deshacerme de una vez de las pildoras anticonceptivas.

Y Wyatt estaba ahí sentado tan campante leyendo su maldito informe mientras yo me ponía cada vez más tensa, hasta el punto de casi empezar a chillar. Él ni siquiera intentaba animarme contándome qué había en ese informe, para que yo me hiciera una idea de si necesitaba leerlo más tarde y enterarme de todos los detalles… bueno, tampoco es que me lo contara otras veces. Era de lo más acaparador en lo que a asuntos policiales se refería; se lo guardaba todo para él.

– Estoy empezando a pensar que nunca va a suceder, nunca vamos a casarnos -dije con desánimo, arrojando el boli sobre la mesa.

Wyatt, sin cambiar su postura, siguió despatarrado y relajado, y me dedicó una mirada irónica.

– Si es demasiado para ti, puedo ocuparme yo de los detalles -manifestó. Podía apreciarse cierta brusquedad en su tono, porque empezaba a impacientarse con lo que parecía un desfile interminable de retrasos e impedimentos, ni más ni menos. Quería casarse conmigo y no le hacía gracia la inconveniencia de quedarse a dormir cada noche en mi casa, por no mencionar que no entendía los motivos de que yo siguiera viviendo aquí en vez de vivir con él. Había aceptado que yo me ocupara de todas esas cosas de chicas que él consideraba los detalles de la boda para así poder ocuparse él de todos los asuntos de hombres-. Y antes de que acabe la semana, serás Blair Bloodsworth.

– Teniendo en cuenta que estamos a miércoles, eso…

Entonces me detuve, con el cerebro literalmente paralizado mientras las palabras de Wyatt calaban hondo. No. ¡No! ¿Cómo se me había pasado por alto algo tan patente, algo que saltaba a la vista con tal descaro? Sencillamente no era posible, a menos que la lujuria me tuviera tan enloquecida que me impediera pensar con claridad. Puestos a buscar excusas, ésa serviría en mi caso. No obstante, aquel descuido no iba a borrarse por más que buscara explicaciones. Cogí el boli y garabateé las palabras ofensivas y las volví a escribir una vez más sólo para asegurarme de que no había sufrido un cortocircuito en la sinapsis. No iba a tener esa suerte.

– ¡Oh, no! -Me quedé mirando lo que había escrito, que por supuesto atrajo toda la atención de Wyatt, y que por supuesto era lo que yo pretendía. No es que yo planee estos pequeños episodios, pero cuando se presenta la oportunidad… Le dediqué una mirada trágica y pronuncié-: No puedo casarme contigo.

Wyatt Bloodsworth, teniente de policía, personalidad alfa, tipo duro donde los haya y el hombre a quien adoro, se inclinó sobre la mesa para darse lentamente con la cabeza en la madera.

– ¿Por qué a mí? -gimió. Pum-. ¿Es por algo que hice en una vida anterior? -Pum-. ¿Durante cuánto tiempo tendré que pagar? -Pum.

Lo normal sería esperar que preguntara por qué yo no podía casarme con él, pero no, tenía que actuar como un listillo. De hecho, creo que intentaba superarme en dramatismo, siguiendo el razonamiento de pagar con la misma moneda. Me costaba decidir qué me ofendía más, la idea de que pensara que yo era una peliculera o que pensara que podía superarme en teatralidad. No existe un hombre que pueda… pero, es igual, mejor no entrar en según qué cuestiones.

Crucé los brazos bajo el pecho y le dediqué una mirada iracunda. No fue culpa mía que al cruzar los brazos mis pechos se levantaran y juntaran, ni es culpa mía que Wyatt sea el tipo de tío al que los pechos le ponen a cien -y los culos y las piernas, y cualquier otra parte de la mujer que se te ocurra mencionar-, por lo tanto no fue culpa mía que, cuando volvió a levantar la cabeza para darse otro golpe, su mirada digamos que se quedó pegada a mi escote, y olvidó lo que iba a decir. Yo acababa de darme una ducha y sólo llevaba una bata y unas bragas, de modo que también era lógico que la bata hiciera lo que siempre hacen las batas -como que se desatan ¿no?-, lo cual significaba que tampoco era culpa mía que se viera algo más que el mero escote.

Siempre me asombra el efecto que un atisbo de pezón tiene sobre un hombre normalmente lúcido… alabado sea Dios.

Tampoco dejo de dar gracias por esa realidad de la vida. Alabado sea Dios otra vez.

Pero Wyatt está hecho de una pasta más resistente que la del hombre medio; algo que él nunca para de repetir, normalmente cuando intenta dejar claro que se casa conmigo porque el susodicho hombre medio le inspira una gran lástima, es por eso que me retira del mercado. De algún modo ha llegado a la conclusión de que siempre estoy intentando llevar la voz cantante en nuestra relación, lo cual os demuestra lo listo que es. Dios, detesto que tenga razón.

Wyatt observó mi pezón, y su rostro adoptó esa mirada inflexible que se les pone a los hombres cuando quieren tener relaciones sexuales y tienen bastante claro que lo van a conseguir. Luego entrecerró los ojos y volvió a mirarme al rostro.

Primero permitidme que os diga que la mirada de Wyatt puede ser muy intensa. Sus ojos son de ese verde claro que llega a resultar hiriente. Además, es un poli, como creo que ya he mencionado dos o tres veces, por lo tanto, cuando alza esa dura mirada de poli para observarte puedes sentirte algo así como inmovilizada. Pero yo también estoy hecha de una pasta resistente, y le devolví la mejor de mis miradas. Una décima de segundo después bajé la vista para estudiarme, como si no tuviera idea de lo que él estaba observando, y volví a ponerme la bata en su sitio con un estirón antes de retomar mi gesto desafiante.

– Has hecho eso a posta -me acusó.

– Es la bata -comenté. Me encanta recalcar lo obvio, sobre todo cuando hablo con Wyatt. Le saca de sus casillas-. Nunca he visto una bata que aguante en su sitio.

– Así que no lo niegas.

No sé de dónde ha sacado la idea de que si no contesto directamente a sus preguntas, estoy admitiendo la acusación que va implícita, sea cual fuere. En este caso, sin embargo, me sentía perfectamente justificada a negarlo de plano, porque todo lo del pezón había sido una coincidencia, y cualquier mujer que se precie de ello aprovecha cualquier oportunidad al vuelo.

– Lo niego -dije con un deje de desafío en mi tono-. Estoy intentando mantener una conversación seria, y lo único en lo que puedes pensar es en el sexo.

Por supuesto que ahora tenía que demostrar que yo estaba equivocada, y entonces arrojó el informe encima de la mesa.

– De acuerdo, pues mantengamos esa conversación tan seria.

– Yo ya la he iniciado. La pelota está en tu terreno.

Por la manera en que entrecerraba los ojos, advertí que necesitaba retroceder mentalmente. Pero Wyatt es sagaz, sólo tardó un par de segundos.

– De acuerdo, ¿por qué no puedes casarte conmigo? Pero antes de que empieces, déjame señalar que vamos a casarnos y que te estoy dando una semana más para fijar la fecha porque, si no, vamos a hacerlo a mi manera, aunque tenga que secuestrarte y empujar tu culo hasta Las Vegas.

– ¿Las Vegas? -farfullé-. ¿Las Vegas? Ni hablar. Britney puso Las Vegas en lo alto de la lista de lo hortera al casarse ahí. Desprecio el concepto de una boda en Las Vegas.

Me miró como si quisiera golpear la mesa con la cabeza otra vez.

– ¿De quién diablos hablas? ¿Qué Britney?

– No importa, señor negado. Tú sácate Las Vegas de la cabeza de forma permanente como lugar para celebrar bodas.

– No me importa si nos casamos en medio de la autopista -dijo con impaciencia.

– Yo quiero casarme en el jardín de tu madre, pero ahora eso sigue siendo discutible porque no puedo casarme contigo. Y punto.

– Retrocedamos un poco y volvamos a intentarlo. ¿Por qué no?

– ¡Porque mi nombre sería Blair Bloodsworth! -gemí-. ¡Tú mismo lo has dicho! -¿Cómo podía ser tan olvidadizo?

– Bien… sí-respondió con gesto de perplejidad. No lo pillaba. De verdad, no lo pillaba.

– No puedo hacerlo. Es demasiado cursi, así de simple. Para el caso, igual podrías llamarme Buffy. -Sí, sé que no tenía que adoptar obligatoriamente su apellido, pero cuando inicias negociaciones siempre marcas alto, para darte cierto margen de maniobra. Estaba iniciando negociaciones, aunque no hacía falta explicarle eso a él. Su frustración alcanzó un punto crítico, y rugió: -¿Quién puñetas es Buffy? ¿Por qué tienes que meter a esa gente en esto?

Ahora era yo la que quería darse con la cabeza en la mesa. ¿Nunca leía una revista? ¿Miraba algo aparte de los partidos de fútbol americano y los canales de noticias de la tele? Daba miedo percatarse de que vivíamos en dos culturas tan diferentes, y que aparte de los partidos de fútbol, que me encantan, nunca seríamos capaces de ver la tele juntos, nunca podríamos pasar una noche amigable y agradable juntos delante del brillo romántico de la pantalla. Me vería obligada a matarle, y ninguna mujer del jurado votaría a favor de enviarme a prisión, desde luego que no.

Por un instante fugaz vi cómo tendría que ser nuestra vida juntos: necesitaría tener mi propia televisión, lo que significaba tener mi propio cuarto para ver la televisión… lo que significaba reformar la casa de Wyatt o al menos reconfigurarla… Acogí aquella idea con enorme alegría, porque me había estado preguntando cómo podía comunicárselo a él: su casa me gusta de verdad, o al menos la disposición básica, pero la decoración es rigurosamente la de un hombre que vive solo, lo cual la hace apenas habitable. Necesitaba poner mi sello.

– ¿No sabes quién es Buffy? -le pregunté susurrando, con los ojos muy abiertos y horrorizados. Gesticulé con todas mis fuerzas.

Wyatt casi gimotea:

– Por favor, dime sólo por qué has decidido que no puedes casarte conmigo.

Me invadió una sensación de bienestar. Hay algo satisfactorio en oír a un hombre crecido gimotear. Y aunque Wyatt no hiciera exactamente aquel sonido, se parecía mucho, y para mí eso ya era bastante, porque, creedme, no es el tipo de hombre lloricón.

– ¡Porque Blair Bloodsworth suena demasiado baboso! -Oh, Dios, estaba rodeada de palabras que empezaban por be-. La gente oiría ese nombre y pensaría, vale, tiene que ser una boba rubia, una de esas personas que hace ruido con el chicle y se retuerce el pelo con el dedo. ¡Nadie me tomaría en serio!

Se frotó la frente como si estuviera empezando a dolerle la cabeza.

– O sea, ¿que todo esto es porque Blair y Bloodsworth empiezan por be?

Alcé la mirada al techo.

– Se hace la luz.

– Eso no es más que un montón de bobadas.

– Y se ha fundido la bombilla. -¡Aaagh! ¿Cuándo parará la avalancha de palabras que empiezan por be? Siempre me sucede lo mismo. Cuando algo me resulta una bronca (¡aaagh, otra vez!) no puedo salir de la aliteración.

– Bloddsworth no es un apellido ñoño, sea cual sea el nombre de pila -dijo mirándome con el ceño fruncido-. Lleva blood [1] al principio, por el amor de Dios. Como las pelis de matanzas sangrientas. Eso no es nada ñoño.

– ¡Y tú qué sabes! Si ni siquiera sabes quiénes son Britney y Buffy.

– Y no me importa, porque no voy a casarme con ellas. Voy a casarme contigo. Pronto. Aunque creo que tendrían que examinarme la cabeza.

Me entraron ganas de darle una patada. Hacía que sonara como si fuera una cruz, cuando en realidad es superfácil llevarse bien conmigo; sólo tenéis que preguntar a alguno de mis empleados. Soy propietaria de un centro de fitness que yo misma gestiono, Great Bods, y mis empleados creen que soy genial porque les pago bien y les trato como es debido. La única persona con la que tengo problemas a la hora de congeniar -excepto la actual esposa de mi anterior marido, que intentó matarme- es Wyatt, y eso es sólo porque todavía estamos disputándonos nuestro sitio, me refiero a Wyatt y a mí. El problema es que los dos somos personalidades alfa, así que tenemos que marcar el territorio en nuestra relación.

Vale, y tampoco me llevaba bien con Nicole Goodwin, una zorra psicópata copiona a quien asesinaron en el aparcamiento de Great Bods, pero ella está muerta, o sea, que no cuenta. A veces, casi le perdono ser una zorra psicópata, porque su asesinato fue lo que devolvió a Wyatt a mi vida después de una ausencia de dos años -no me hagáis empezar a contar eso-, pero luego recuerdo lo coñazo que era Nicole incluso una vez muerta y supero ese desliz mental al instante.

– Déjame que te ahorre la cuenta del psiquiatra -dije entrecerrando los ojos, fijos en él-. La boda queda cancelada.

– La boda sigue en pie. Sea como sea.

– No puedo ir por la vida como Blair Bloodsworth. Aunque… -Me di unos golpecitos en la barbilla y me quedé mirando mi patio ensombrecido de noche; los perales Bradford, al final del patio, estaban iluminados con sartas de luces blancas que daban un toque especial a mi diminuto patio trasero. Era una visión bonita, que echaría de menos cuando me trasladara a casa de Wyatt, de modo que tenía que compensarme de alguna manera-. Podría mantener Mallory como apellido.

– De ninguna de las maneras -contestó rotundo.

– Las mujeres mantienen su nombre, es muy habitual.

– No me importa lo que hagan las otras mujeres. Tú vas a llevar mi apellido.

– Ya estoy establecida en el mundo de los negocios como Blair Mallory. Y me gusta ese nombre.

– Vamos a tener el mismo apellido. Y punto.

Le sonreí con dulzura.

– Oh, que amable por tu parte, cambiar tu apellido por Mallory. Gracias. Es una solución tan perfecta, y sólo un hombre realmente seguro de su masculinidad podría hacer eso…

– Blair. -Se puso en pie, elevándose sobre mí, con las cejas oscuras formando una uve sobre la nariz. Mide metro ochenta y ocho, de modo que cuando se eleva por encima de alguien, lo hace muy bien.

Para no quedarme por debajo, me levanté también, devolviéndole una mirada ceñuda. Vale, todavía quedan esos… centímetros de diferencia, pero me puse de puntillas y empujé la barbilla hacia arriba hasta que casi quedamos con las narices pegadas:

– Que esperes que yo cambie mi nombre mientras tú conservas el tuyo es arcaico…

Wyatt mantenía la mirada entrecerrada y la mandíbula apretada, y sus labios formaban una línea delgada y dura que apenas se movió cuando escupió las palabras como si fueran balas:

– En el reino animal, el macho marca su territorio con una meada. Yo, en cambio, lo único que te pido es que cambies tu apellido para ponerte el mío. Tú eliges.

Casi se me ponen los pelos de punta, lo cual es una expresión de verdad estúpida, porque ¿cómo podrían erizarse si no? No es que puedan formar bucles.

– ¡No te atrevas a mearte encima de mí! -grité llena de furia. Wyatt puede sacarme de quicio más deprisa que cualquier otra persona, lo cual supongo que nivela un poco las cosas. Ése fue el motivo de que la imagen mental tardara unos pocos segundos en calar, antes de que mi chillido se convirtiera de forma abrupta en una risotada.

Él estaba tan furioso y frustrado que tardó un segundo más que yo, pero cuando estalló en carcajadas, su mirada fue a parar a donde la bata ya se había soltado por completo, y su expresión cambió mientras estiraba el brazo para alcanzarme.

– No te molestes -gruñó cuando yo busqué el cinturón para volver a atarlo.

El sexo con Wyatt tiende a ser apasionado. La química nos sale por todos los poros, o por donde sea que salga la química. Me gusta un montón, porque significa que puedo contar casi seguro con un orgasmo o dos, pero además significa que, aunque llevemos ya un par de meses con nuestra relación, la urgencia no ha aflojado para nada, y él es capaz de darme un revolcón donde quiera que estemos, a menos que sea en público, por supuesto.

No me despojó de la bata ya que no se interponía en su camino, sólo me arrancó las bragas. La bata me libró de que la alfombra me marcara el trasero, porque me tumbó sobre el suelo del comedor, me separó las piernas y se colocó entre ellas. Sus ojos verdes relucían llenos de lujuria, de actitud posesiva, deleite triunfal y algunas otras cosas masculinas indefinibles mientras cargaba todo su peso sobre mí.

– Blair Bloodsworth -dijo en tono agresivo, mientras bajaba la mano para posicionar su pene-. No hay negociación.

Contuve la respiración mientras me penetraba, con su miembro duro y grueso, de un modo tan excitante que yo casi no podía aguantarlo. Clavé mis uñas en sus hombros y ceñí mis piernas a sus caderas, intentando mantenerle quieto pese a que mis pulsaciones iban a trompicones y los ojos se me cerraban. Enganchó su mano izquierda a mi rodilla y me separó todavía más la pierna, para poder penetrar hasta el fondo. Se estremeció con una respiración entrecortada y áspera. Por demoledor que fuera un polvo con Wyatt, él siempre estaba ahí conmigo.

– De acuerdo -dije con voz entrecortada y con mi última fibra de cordura-. ¡Pero serás mi dueño! Para el resto de nuestras vidas, vas a ser mi dueño. -¿Y decía que nada de negociaciones? Vaya imbécil. ¿Qué se pensaba que habíamos estado haciendo?

Gruñó algo ininteligible, balanceándose contra mí mientras inclinaba la cabeza para besarme el cuello, y vi literalmente las estrellas.

Los dos estábamos sudorosos, agotados y muy contentos veinte minutos después cuando levantó la cabeza y me apartó un mechón de pelo de la cara.

– Un mes -dijo-. Te daré exactamente un mes a partir de hoy. O estamos casados para entonces o lo hacemos a mi manera, tanto da dónde sea o quién pueda venir. ¿Entendido?

¡Ja! Reconozco un desafío nada más escucharlo. Además, sé que no estaba de broma. Tenía que espabilarme y pasar a la acción.

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