Capítulo 2

Lo primero que hice a la mañana siguiente fue llamar a mi madre.

– He tenido una discusión con Wyatt y, como he perdido, nos casamos antes de un mes.

– Blair Elizabeth, ¿cómo ha sucedido algo así? -preguntó tras una pausa llena de consternación, y supe que su pregunta hacía referencia a la primera parte de mi frase.

– Una batalla estratégica -contesté-. Hasta anoche no me había percatado, seré estúpida, de que mi nombre de casada va a ser Blair Bloodsworth, de modo que le dije que quería mantener Mallory como apellido, y él se subió por las paredes. Y la cosa quedó en que o bien él me mea encima, marcándome así como territorio suyo, o bien yo me pongo su apellido.

Mamá paró de reírse lo suficiente como para decir:

– De manera que ahora él es tu dueño. -Antes de sucumbir de nuevo a las risas. Adoro a mi madre. No tengo que explicarle nada, me entiende de inmediato, tal vez por lo mucho que nos parecemos. Conociendo lo obstinado que es Wyatt y su tortuosidad mental, junto a otras características como su actitud posesiva, etc., el resultado de nuestra discusión de la noche anterior nunca había estado en duda, a menos que quisiera romper con él, lo cual no quería, por lo tanto había tenido que ingeniármelas para conseguir las mejores condiciones posibles. Era mi dueño. Una deuda eterna estaba bien.

– Pero… me dio un ultimátum. O nos casamos en el plazo de un mes o lo hacemos en las condiciones que ponga él.

– Y ¿cuáles serían?

– Con suerte, una boda en el juzgado. Si no, Las Vegas.

– ¡Puaj! Después de Britney, no. Es una horterada. ¿Lo veis? Como si yo fuera su clon.

– Eso dije yo, pero lo convirtió en un desafío. Tengo que acelerar los planes.

– Primero de todo hay que tener planes. «Casarse» no es exactamente un plan. Es un resultado final.

– Lo sé. Yo intentaba ser considerada con las agendas de todo el mundo, pero ha quedado descartado. Nos casamos dentro de veintinueve días, puesto que este desafío comenzó oficialmente anoche, y la gente tendrá que reprogramar lo que sea que tenga programado o se lo perderá.

– ¿Por qué veintinueve y no treinta? ¿O treinta y uno? -Alegará que puesto que hay cuatro meses con treinta días, eso ya lo constituye en un mes legal. -Febrero tiene veintiocho.

– O veintinueve, pero es un mes que no se aclara, o sea, que no cuenta.

– Lo capto. Vale, de aquí a veintinueve días. Significa que vas a casarte el trigésimo día. ¿Lo contará así?

– Tiene que concederme los treinta días completos, por lo tanto, sí. -Cogí la libreta y el boli que había estado usando la noche anterior y empecé a escribir unas notas-. Vestido, flores, pastel, adornos, invitaciones. Sin damas de honor. Sin esmoquin para él, sólo un traje. Es factible. -Una boda no tiene que ser lujosa para ser memorable. Yo podía pasar sin lujos, pero me negaba a que no fuera bonita. En un principio, había pensado en una dama de honor para mí y tal vez algún amigo para acompañar al novio, pero estaba recortando cuanto podía.

– La tarta será el problema; el resto del refrigerio se puede conseguir en cualquier sitio, pero la tarta…

– Lo sé -dije. Las dos respiramos hondo. Una tarta nupcial es una obra de arte, lleva tiempo. Y la gente que hace buenas tartas nupciales por lo general está comprometida con meses de antelación.

– Yo me ocuparé de eso -dijo mamá-. Pediré refuerzos, hablaré también con Sally para que nos ayude; necesita una distracción ahora, para dejar de pensar en Jazz.

Qué tema tan triste. Sally y Jazz Arledge estaban a punto de ver cómo se iba al garete su matrimonio de treinta y cinco años si no conseguían superar sus problemas. Sally era la mejor amiga de mamá, de modo que la apoyábamos unánimemente, pese a sentir lástima por Jazz, por lo perdido que se le veía. Sally había intentado atropellar a Jazz con el coche, con la intención tal vez de romperle las piernas; y la verdad, él tendría que haberle dejado hacer, en vez de apartarse de un brinco, porque entonces ella habría considerado que estaban en paz y que podía perdonarle por deshacerse de las inestimables antigüedades de su dormitorio, pero supongo que el instinto de supervivencia le hizo meter la pata y finalmente él saltó y se quitó de en medio, con lo cual Sally chocó contra la casa en vez de contra él, y el airbag se desplegó y le rompió la nariz, empeorando aún más la situación. Jazz tenía problemas muy, pero que muy serios.

– Hoy me toca abrir, de modo que a Lynn le toca cerrar -Lynn Hill es mi ayudante de dirección en Great Bods-, así que me voy a ir de compras esta misma tarde -le dije a mamá-. Compras en plan serio. ¿Alguna sugerencia?

Mencionó unas pocas tiendas y colgamos. Imaginé que hablaríamos varias veces durante el transcurso del día y que me tendría informada de cómo iba el reclutamiento. Mis hermanas, Siana y Jenni, tendrían que entrar en combate, eso seguro.

Mi objetivo inmediato era simple: encontrar volando un vestido, y así disponer de tiempo suficiente para hacer cualquier modificación, en caso necesario. No estoy hablando de un vestido de novia de cuento de hadas; ya usé uno de esos cuando me casé la primera vez, y no funcionó: no fue un cuento de hadas. Lo que quería esta vez era algo sencillo y clásico que aparentara valer un millón de pavos y que dejara a Wyatt casi ciego de deseo. Eh, sólo el hecho de que durmiéramos juntos no era motivo para renunciar a una noche de bodas memorable, ¿de acuerdo?

Tenía que haber una manera de mantener a Wyatt a raya durante el próximo mes, para asegurarme de que el deseo le cegaba por completo. Hasta ahora, de todos modos, en lo relativo a Wyatt, yo no podía decir que saliera muy airosa en el apartado de mantenerle alejado. Sabe cómo vencer mis pocas y penosas defensas, sobre todo porque a mí sí que me ciega el deseo por él.

Pensé en la posibilidad de que se fuera a vivir con su madre durante este tiempo. Eso representaría un obstáculo en sus expectativas sexuales, aunque era perfectamente capaz de secuestrarme y llevarme a su guarida para una noche de desenfreno extasiado. Dios, me encanta este hombre.

Se me ocurrió pensar entonces que si él no podía mantener relaciones, yo tampoco. Pasar un mes entero sin él… tal vez fuera capaz de conseguir que me secuestrara más de una vez.

¿Lo veis? Soy lamentable, de verdad, algo de lo que él se ha aprovechado más de una vez.

Oh, Dios, parecía que las próximas semanas iban a ser divertidas.


Wyatt me llamó al móvil a primera hora de la tarde. Yo estaba en medio de una tanda intensiva de ejercicios -como dueña de Great Bods tengo que mantenerme en forma o la gente pensaría que no es un sitio demasiado recomendable-, pero paré para atender la llamada, no porque supiera que se trataba de Wyatt, porque no lo supe hasta que vi su número identificado en la pantalla, sino porque mamá podría estar llamando, con toda la actividad que se había iniciado esa mañana.

– Creo que podré salir a la hora, por una vez -dijo-. ¿Quieres que vayamos a cenar?

– No puedo, tengo que ir de compras -contesté mientras entraba en la oficina y cerraba la puerta.

Wyatt sentía por las compras el respeto habitual en un hombre, es decir, cero patatero.

– Puedes hacer eso después, ¿verdad que sí?

– No, porque no hay después.

Se hizo un silencio, porque cada vez que suelto frases de ese tipo, él hace una pausa, como si buscara significados o ardides ocultos. Da gusto ver la atención que me ha prestado, a mí y a mis métodos.

Finalmente dijo:

– Si el final está próximo, ¿por qué molestarse en ir de compras?

Entorné los ojos pese a que no podía verme. Que me perdonen, pero si el final está próximo, ¿qué otra cosa harías aparte de ir de compras? ¿Esos zapatos fabulosos que has estado mirando pero no ibas a comprar porque no sabías cuándo ponértelos y porque de todos modos valen un dineral? A por ellos, encanto. No es que tengas que preocuparte de la cuenta de la tarjeta de crédito, con el final próximo y todo eso. Vale, tal vez sea verdad que no puedas llevártelos contigo al otro barrio, pero ¿vas a arriesgarte? ¿Y si puedes llevártelos y te enteras demasiado tarde? Ahí estarás con cara de tonta, sin todas esas cosas que de verdad querías pero no te compraste porque no estabas convencida de la utilidad de almacenarlas.

Me libré de aquellos pensamientos y regresé de la eternidad a Wyatt.

– No he dicho que el mundo se esté acabando. Todo esto tiene que ver contigo y con tu estimadísima fecha límite.

– Ah. Ya capto. Mi fecha límite. -Sonaba muy complacido con su fecha límite; había logrado exactamente lo que pretendía, que era hacerme pasar a la acción sin tener en consideración las agendas incompatibles de los demás. Le conocía lo suficiente como para saber que hablaba muy en serio, por supuesto, de otro modo sus técnicas incentivas no hubieran funcionado.

– Por tu fecha límite -continué con dulzura-, lo más probable es que no tenga tiempo para comer durante el próximo mes, y mucho menos salir a disfrutar de una cena sin prisas. Tengo que encontrar un vestido de novia esta noche para disponer de plazo suficiente para hacerle arreglos. Tú tienes un traje negro, ¿verdad?

– Por supuesto.

– Eso es lo que llevarás a la boda entonces, a menos que tenga los puños raídos, en cuyo caso mejor te vas de compras también, porque si apareces en nuestra boda con los puños raídos, ninguno de nosotros te lo perdonará jamás, y juro que te haré la vida muy desgraciada.

– Siempre podría divorciarme de ti en caso de que lo intentaras. -En su tono de voz ahora había una diversión perezosa. Podía imaginarme el destello en sus ojos verdes.

– Puedes intentar divorciarte de mí siempre que quieras, porque yo me dejaré la piel en impedirlo y te perseguiré hasta el fin de la tierra. Siana te acosará también. Y mamá convencerá a todas las estudiantes de su hermandad universitaria para que te hagan la vida imposible. -Siana es abogada y eso tal vez le diera que pensar, pero Wyatt se pasa el día entre abogados y por lo tanto no le impresionan demasiado. Por otro lado, siente un respeto saludable por mi madre, basado en un temor real. Ella sí convencería a todas las estudiantes de su hermandad para que le acosaran.

– ¿De modo que pones la vida en ello?

– Ya puedes apostar el culo a que sí. -Esperé un instante y añadí-. Tu vida, al fin y al cabo.

Resultaba de verdad fastidioso cuando se reía de algo que yo había dicho para hacerle reflexionar un poco.

– Comprobaré esos puños -dijo-. La camisa, ¿de qué color?

Vale, había estado tomando notas después de todo.

– Blanca o gris. Ya te lo haré saber. -No me parecía nada bien que el novio acaparara la atención en vez de la novia. Sí, sé que también iba a ser su boda, pero lo único que a él le importaba era legalizar nuestra relación para que finalmente yo accediera a vivir bajo el mismo techo y tener hijos suyos, aunque estoy casi convencida de que el apartado de los niños no era su preocupación inmediata.

– Pónmelo fácil. Ya tengo camisas blancas.

– ¿Que te lo ponga fácil? ¿Después de lo que me has hecho con tu estúpida fecha límite?

– Aparte de tener que ir de compras esta noche, ¿exactamente que te he hecho?

– ¿Crees que las invitaciones se encargan solas? ¿O que se envían solas? ¿O que los refrigerios aparecen por arte de magia?

– Pues contrata a una empresa de catering.

– No puedo -dije, aún con más dulzura que antes-. Las empresas de catering ya están comprometidas con meses de antelación. Y yo no tengo todo ese tiempo. Idem para la tarta nupcial. Tengo que encontrar a alguien que pueda hacer una tarta de un momento a otro.

– Compra una en la pastelería.

Aparté el móvil de mi oreja y me lo quedé mirando, preguntándome si estaba comunicándome con un alienígena. Cuando me lo volví a acercar, pregunté:

– ¿Hiciste algo para tu primera boda?

– Me presenté y permanecí en pie donde me dijeron.

– Esta vez tendrás que hacer algo más que eso: te encargarás de las flores. Pídele ayuda a tu madre. Te quiero, tengo que irme ahora. Adiós.

– ¡Eh! -Le oí dar un grito mientras yo ponía fin a la llamada.

Me entretuve el resto de la tarde imaginando su estado de pánico. Si fuera listo, llamaría a su madre al instante, pero pese a ser un hombre muy listo, ante todo es un Hombre, por lo tanto supuse que como mucho preguntaría a los sargentos y agentes casados por si de hecho recordaban algo de sus bodas, y en tal caso, ¿a qué tipo de flores me refería? Al final del día habría llegado a la conclusión de que las flores en cuestión no eran de esas que se plantan en macetas. Tal vez se le ocurriera pensar que me refería a mi ramo de novia, y tampoco era eso; de ninguna manera dejaría aquella cuestión en manos de un hombre, por mucho que le quisiera. En algún momento, al día siguiente, uno de ellos recordaría algo así como un arco con cosas en él, tal vez rosas, y en algún otro momento Wyatt también descubriría que tampoco mañana por la noche yo iba a estar libre, y empezaría a ver clara la horrorosa verdad: su vida sexual había quedado aniquilada para el próximo mes, y todo por su comportamiento.

Me encanta cuando los planes cuadran, ¿a vosotros no?

No es que dejara algo tan importante como las flores totalmente al azar. Llamé a su madre, una mujer tan maja que me cuesta creer la suerte de tenerla como suegra, y le facilité todos los detalles.

– No dejaré que se duerma en los laureles -prometió-. Habrá todo tipo de emergencias y retrasos, pero no te preocupes, me aseguraré de que todo sea como tú quieres.

Una vez resuelto eso, acabé la tanda de ejercicios, me duché y me sequé el pelo, me di unos rápidos toques de máscara y barra de labios y me cambié de ropa. Lynn lo tenía todo controlado, como era habitual, de modo que me escapé antes de lo normal y me fui en coche al mejor de nuestros dos centros comerciales. Aunque en la ciudad había varias tiendas de ropa de etiqueta, era posible que encontrara lo que quería en una de las tiendas de categoría del centro comercial. Las habituales que vendían ropa de etiqueta tardaban siglos en hacer cualquier arreglo.

En el centro comercial había un aparcamiento cubierto, además de otro más amplio al aire libre. Todo el mundo intentaba aparcar en el cubierto, por supuesto, lo cual dejaba algunas excelentes plazas libres afuera. Di unas vueltas con mi pequeño Mercedes negro, doblando las esquinas como un enérgico gato, y localicé uno de esos espacios excelentes justo fuera de una de las tiendas que me interesaban. Me metí a toda prisa en la plaza, sonriendo un poco con la maniobra. Nada como un Mercedes para conducir.

Iba casi dando brincos al entrar en la tienda; nada como un desafío para acelerarme, y además tenía una misión que implicaba probarme ropa. A veces algunos planetas están alineados o algo parecido, y se dan estas pequeñas ventajas adicionales, así de sencillo. Y ya estoy contenta. Ni siquiera me enfadó especialmente que la primera tienda no tuviera lo que quería, porque iba preparada para una larga búsqueda. Encontré un par de zapatos que eran justo lo que tenía en mente, con tiras y cómodos, con un tacón de cinco centímetros que pudiera llevar durante horas. Y lo mejor de todo: relumbraban con lentejuelas y cristales. Me van los zapatos con un toque especial, y además necesitaba tener cuanto antes el zapato que me pondría en la boda para así saber si el largo del vestido, una vez consiguiera encontrarlo, era el correcto.

Buscaba un vestido de color champaña claro. Nada de blanco, ni siquiera color hueso o crema, porque, seamos realistas, ¿venía al caso? El blanco sigue transmitiendo el mensaje tradicional, que en un segundo matrimonio resulta de verdad tonto. Aparte, el champaña me queda realmente bien, y ya que toda la idea era dejar a Wyatt ciego de deseo…

Lo intenté a la antigua usanza. Me recorrí de arriba abajo todas las tiendas, parando sólo para cenar una rápida ensalada en la zona de restaurantes. Durante el recorrido encontré algunos conjuntos de ropa interior fabulosos, algunos pendientes que tuve que quedarme, así de claro, otro par de zapatos -esta vez, unos zapatos de salón negros que cortaban la respiración-, una fantástica falda tubo que me iba como un guante, e incluso unos pocos regalos de Navidad, ya que este año las compras de regalos navideños iban a ser el doble de los años anteriores, con la familia de Wyatt sumada a la mía, por lo que tenía que empezar pronto.

Lo que no encontré fue el vestido color champán.

A eso de las nueve, renuncié a conseguir nada más por aquella noche. Tendría que empezar mañana a recorrer los comercios de ropa de etiqueta y, a menos que hubieran cambiado desde mis días del baile de la facultad -vale, sí, de eso hace ya quince años, más o menos, y es posible que haya habido cambios-, aunque encontrara un vestido que me gustara, seguro que se lo habría probado tanta gente que tendría que encargar uno nuevo, lo cual llevaba su tiempo, y tiempo era lo que no tenía.

Mientras salía del centro comercial, mis pensamientos iban a cien por hora. Una modista. Necesitaba una modista. Mañana intentaría otra vez encontrar un vestido confeccionado, que sería la solución más sencilla, pero si no aparecía algo mañana por la noche, volvería a mi plan be, que era comprar la tela y encargar el traje. Eso aún requería más tiempo, pero era factible.

No prestaba atención a mi entorno, lo admito, tenía cosas importantes en la cabeza. Al salir de la tienda, advertí que no quedaban muchos coches en el aparcamiento, pero había aparcado el mío cerca, había buena luz, ningún desconocido del que desconfiar merodeaba cerca de mi coche, y en ese mismo momento salía más gente del centro comercial, etcétera.

Hice malabarismos con mis paquetes para poder sacar la llave del bolsillo y di al botón del control remoto mientras bajaba del bordillo. Había una furgoneta aparcada en la plaza de minusválidos, que por supuesto era la primera de la fila, y yo había aparcado justo en la segunda plaza. Mi precioso cochecito me hizo una señal de bienvenida con sus faros.

Oí el sonido fluido de un coche acelerando y me detuve, todavía cerca del bordillo. Tras un rápido vistazo, creí disponer de tiempo suficiente para cruzar sin problemas antes de que el coche se acercara, así que reanudé mi caminata sobre el asfalto.

Todo parecía normal. No presté mucha atención al coche que se acercaba; empezaba a dolerme la mano izquierda de lo que pesaban todas las bolsas de plástico que llevaba, y las distribuí mejor. De todos modos, algo -un susurro del instinto diciéndome que el sonido de aquel coche estaba demasiado próximo- me hizo alzar la vista en el momento en que pareció abalanzarse sobre mí, como si el conductor hubiera pisado a fondo el acelerador.

Me pareció un coche gigante al verlo venir directo hacia mi persona, deslumbrándome con sus faros, que me cegaron. Sólo capté la vaga impresión de una forma oscura tras el volante, gracias únicamente a las luces del aparcamiento. Había mucho espacio para que el coche me esquivara, pues no tenía necesidad de acercarse, pero lo hizo.

Me apresuré a dar un salto para apartarme y, en la milésima de segundo que vino a continuación, juro que el conductor pareció rectificar la dirección también, e ir por mí.

El pánico explotó en mi cerebro. Lo único que pude pensar -y no fue un pensamiento coherente, completo; más bien fue darse cuenta con un «¡Oh Dios mío!»- era que si el coche me daba, acabaría empotrada entre él y la furgoneta.

Adiós boda. Qué demonios. Adiós Blair.

Di un brinco. De hecho, me abalancé hacia delante. Y fue un esfuerzo heroico, digno de una campeona, permitidme que lo diga. No hay nada como pensar que estás a punto de acabar hecha puré para tener muelles en las piernas. Ni siquiera en mis tiempos de animadora en la universidad había sido capaz de un salto así.

Con un estruendo, el coche pasó tan cerca de mí que noté el calor del tubo de escape; aún estaba en el aire en ese momento, así de cerca estuve de que me atropellara. Oí el chirrido de los neumáticos, luego caí sobre el asfalto detrás de la furgoneta, y fue como si las luces se apagaran, o algo así.

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