Wyatt se marchó poco después del amanecer para pasar por casa, ducharse y cambiarse de ropa, y luego irse al trabajo, donde imaginé que pasaría más tiempo del debido mirando cintas de aparcamientos en un intento de conseguir la matrícula del Buick. Él había dormido un rato más, pero como mucho alguna breve cabezada, pues otra cosa era difícil con una enfermera entrando cada poco rato para asegurarse de que no me moría de un derrame cerebral. No era el caso, qué alivio, pero tampoco me estaba permitiendo dormir mucho.
Mamá se despertó hacia las siete, salió de la habitación y volvió con una taza de un café que olía divinamente -pero que no me ofreció- y luego se puso de lleno con el móvil. Yo hice lo mismo y llamé a Lynn, a Great Bods, para informarle de mi último percance y organizamos para que me sustituyera al menos el siguiente par de días. Me dolía tanto la cabeza que imaginaba que como mínimo tardaría un plazo así en volver a funcionar.
Hablar y al mismo tiempo escuchar a escondidas es todo un arte que requiere práctica. Mamá es capaz de hacerlo sin esfuerzo. Cuando yo era una adolescente, conseguí ser tan buena como ella, por necesidad. Seguía siendo buena, pero había perdido práctica. Por las conversaciones que alcancé a oír, me enteré de que iba a cerrar un trato de una venta de una casa ese día y que tenía que enseñar una casa más, pero estaba posponiendo esta cita a última hora de la jornada.
También llamó a Siana, pero o bien no la mencionó por su nombre o yo me despisté del todo, porque me sorprendió ver entrar a Siana en la habitación hacia las ocho y media, con un par de vaqueros que le quedaban genial, una ajustada camiseta con tiras de lentejuelas y una blazer de cuero con un drapeado sobre los hombros. El hecho de que no fuera la ropa que vestía habitualmente para ir a trabajar me hizo saber que se había tomado el día libre. Siana es abogada -como ya he mencionado- y aún está en el rango inferior de un bufete lleno de fenómenos picapleitos, pero su actitud es del todo alto rango. No creo que vaya a quedarse mucho tiempo en la empresa porque le irá mucho mejor por cuenta propia. Siana ha nacido para tener su propio bufete y un éxito rabioso. ¿Quién no iba a contratarla? Tenía un gran talento, unos hoyuelos irresistibles y no sentía compasión por nada, cualidades todas magníficas y muy buscadas en un abogado.
– ¿Por qué no vas a ir a trabajar? -le pregunté.
– Voy a sustituir a mamá para que pueda cerrar un trato de venta de una casa. -Se acomodó comiendo una manzana en la silla en la que Wyatt había pasado la noche.
Observé la manzana. El hospital no me había traído nada para comer, sólo un poco de hielo machacado; era evidente que me mantenían sin comer hasta que algún médico en algún lugar decidiera que no necesitaba cirugía cerebral de urgencia. Dicho doctor se estaría atiborrando de dulces, y yo me moría de hambre. ¡Eh! Llena de sorpresa, me di un rápido repaso. ¡Aja! La náusea había disminuido. Tal vez mi estómago no pudiera con un desayuno a base de huevos, beicon y tostadas, pero seguro que aceptaba un yogur y un plátano.
– Deja de mirar así mi manzana -dijo Siana apaciblemente-. No puedes comer. Y sentir envidia por las manzanas es una cosa muy fea.
Me puse a la defensiva de manera automática.
– No me da ninguna envidia la manzana. Estaba pensando más bien en un plátano. Y no tenías por qué faltar al trabajo, en cualquier momento a lo largo de la mañana tendrán que darme el alta. Sólo era cuestión de pasar aquí la noche.
– «Pasar ia noche» no quiere decir lo mismo para los médicos que para la gente real -dijo mamá, menospreciando por completo la realidad de toda la profesión médica-. Sea como sea, el doctor que te atendió porque estaba de guardia no será quien te dé el alta. Finalmente otro doctor mirará los resultados de tus pruebas y finalmente te examinará a ti, y si hay suerte estarás en casa a última hora de la tarde.
Probablemente tenía razón. De hecho, estaba ingresada en un hospital por primera vez en mi vida, aunque había visitado urgencias unas cuantas veces y descubierto que ahí el tiempo tenía un significado diferente. «Unos pocos minutos» significaba invariablemente un par de horas, lo cual estaba bien, no sé si me entiendes, pero si alguien esperaba mucho rato así a que le vieran, literalmente «en pocos segundos», era inevitable que acabara frustrado y enfadado.
– A pesar de ello, no necesito una niñera. -Me sentí moralmente obligada a hacer aquel comentario, aunque todos sabíamos que no quería quedarme sola, que no iban a dejarme sola y que discutir no llevaba a ninguna parte. Aunque a veces me gustan las discusiones que no llevan a ninguna parte.
– Tendrás que conformarte -dijo Siana, sonriendo y mostrando sus hoyuelos-. De cualquier forma, me ha parecido que mi empresa necesitaba pasar un día sin mí. Se están acostumbrando mal y no me valoran como es debido, y eso no me gusta. -Dio otro mordisco a la manzana, y luego tiró el corazón a la basura-. He apagado el móvil. -Parecía complacida consigo misma, y eso significaba que la gente que no la había valorado como era debido probablemente intentaría contactar con ella varias veces a lo largo del día.
– Tengo que irme -dijo mamá, inclinándose para besarme en la frente. Tenía un aspecto genial, pese a una noche sin apenas dormir y preocupándose por mí-. Pero me pasaré por aquí durante el día. Veamos, necesitas ropa para vestirte cuando te den el alta. Me acercaré a coger la ropa antes de pasar por mi casa; luego la traeré a la hora de comer. Es imposible que te den el alta antes del almuerzo. Estoy siguiendo la pista de un obrador de tartas nupciales, también, y ya he localizado una pérgola, y luego por la tarde iré a casa de Roberta -Roberta es la madre de Wyatt- para devanarnos los sesos sobre procedimientos de emergencia en caso de que haga mal tiempo. Todo está controlado, o sea, que no te preocupes por nada.
– Tengo que preocuparme, como corresponde a la novia. Es imposible que desaparezcan todas las señales del accidente para entonces. -Aunque las costras desaparecieran… uuuuh, costras, cómo suena, quedarían marcas rosas en la piel.
– Tendrás que usar mangas largas o cualquier cosa que te tape, porque ya estaremos en octubre. -El clima de Carolina del Norte en octubre suele ser estupendo, pero puede volverse gélido de un instante al otro. Me examinó la cara con los ojos entrecerrados-. Creo que para entonces tendrás bien el rostro; no tiene tantos rasguños. Y si no, para eso está el maquillaje.
Aún no me había mirado en ningún espejo y no había evaluado los daños por mí misma, de modo que pregunté:
– ¿Y qué tal el pelo? ¿Cómo lo tengo?
– Ahora mismo, no tiene buena pinta -contestó Siana-. He traído champú y un secador de mano.
La adoro. Conoce a la perfección mis prioridades.
Mamá evaluó los puntos que me habían puesto en el nacimiento del pelo -mi anterior nacimiento del pelo- y el trozo afeitado.
– Tiene remedio -pronunció-. Un cambio de peinado tapará la parte afeitada que, hay que reconocerlo, es grande.
¡Conforme! Las cosas mejoraban.
Una enfermera más o menos de mi edad entró tan campante en la habitación, impecable con una bata rosa, que iba genial a su cutis. Era una mujer guapa, muy guapa, con rasgos casi clásicos, pero el tinte que se había dado en el pelo era un verdadero crimen. En lo que se refiere a teñirse el pelo, estos crímenes siempre tiene algo que ver con el método «háztelotúmisma». Este teñido en concreto era una especie de marrón uniforme que me obligó a preguntarme cuál sería su color verdadero de pelo, porque ¿quién se tiñe el pelo de marrón? Mi propia crisis capilar me volvía muy consciente del cabello de la gente; no es que en realidad no lo fuera en el pasado, pero mi nivel de atención se había elevado. Cuando sonrió y se acercó un poco más para tocarme el pulso, estudié sus cejas y pestañas. No había duda en este caso: sus cejas eran marrones, y sus pestañas extralargas llevaban máscara. Tal vez tuviera canas prematuras. Sentí envidia de aquellas pestañas y di mi aprobación a la máscara, lo cual me recordó que a esas alturas mi propia máscara me habría dejado ojos de mofeta.
– ¿Cómo se encuentra? -me preguntó mientras mantenía los dedos en el puso y la mirada en el reloj de pulsera. También ella era capaz de realizar tareas múltiples, como contar y hablar al mismo tiempo.
– Mejor. Y también estoy hambrienta.
– Eso es buena señal. -Sonrió y me dedicó una rápida mirada-. Veré qué puedo hacer para que le traigan algo de comer.
Sus ojos eran esa fantástica mezcla de verde y almendra; pensé que tendría que estar estupenda cuando se arreglara para salir de noche por la ciudad. Era calmada y serena, pero también había una chispa controlada de fuego en ella que me hizo pensar que probablemente todos los médicos solteros, y tal vez unos cuantos casados, irían de culo para ligársela.
– ¿Alguna idea de a qué hora hará la ronda el doctor? -pregunté.
Me dedicó una sonrisa picara y negó con la cabeza.
– La hora puede variar en función de si tiene o no urgencias. ¿No me diga que no está contenta con nuestra hospitalidad?
– ¿Quiere decir aparte de la cuestión de que no haya comida? ¿Y que me despierten cada vez que echo un sueñecito para asegurarse de que no estoy inconsciente? ¿Ya que me afeitan el pelo veintiocho días antes de mi boda? Aparte de eso, lo estoy pasando muy bien.
Se rió en voz alta.
– ¿Así que veintiocho días? Yo estuve completamente desquiciada los dos últimos meses previos a la boda. ¡Vaya momento para tener un accidente!
Mamá acababa de sacar las llaves de mi bolso y las agitó mientras salía de la habitación. Le devolví el saludo, luego reanudé la conversación.
– Podría ser peor, podría estar mal herida en vez de tener sólo uno rasguños y un pequeño corte.
– Los médicos deben pensar que tu estado es un poquito peor que eso, o no estarías aquí. -Sonó un poco a regañina, pero las enfermeras probablemente se topan todo el tiempo con pacientes respondones; en honor a la verdad, yo no me mostraba exactamente respondona, más bien me dominaba una urgencia irrefrenable. Quedaban veintiocho días, y el reloj seguía marcando la hora.
Puesto que seguramente ya había consultado mi gráfica, no vi la necesidad de decirle que pasar la noche en observación en el hospital no indicaba una herida seria. Tal vez ella quería que me preocupara un poco para que no siguiera dando la lata, ni a ella ni a las otras enfermeras, sobre cuándo iba a marcharme a casa. Yo no estaba en plan pesada, nada de eso; si no tuviera tantas cosas que hacer, no me hubiera importado estar tumbada en la cama de un hospital, dejando que la gente me trajera lo que necesitara. La náusea se había aliviado, pero el martilleo en mi cabeza, no. Tuve que ir dos veces al baño, y no fue nada divertido, pero tampoco era tan malo como me había temido.
La enfermera… -probablemente llevara una tarjeta con su nombre enganchada al bolsillo pero, como estaba inclinada sobre mi cama, yo no podía leerla- bajó la sábana para verificar mis rasguños y magulladuras, haciendo en todo momento preguntas sobre mi boda. Dónde iba a ser, cómo era mi vestido, ese tipo de cosas.
– Va a celebrarse en casa de la madre de Wyatt -contesté alegremente, contenta de que algo me distrajera de aquel dolor de cabeza-. En su jardín. Tiene unos crisantemos preciosos, y eso que normalmente no me gustan los crisantemos, porque siempre van unidos a algún cadáver. Si llueve, algo poco probable en octubre, nos trasladaremos al interior de la casa.
– ¿Y ella le cae bien? -Su tono era un poco receloso, lo que me hizo pensar que había tenido problemas con su suegra. Eso era terrible; los problemas con la familia política pueden ser nefastos para el matrimonio. La madre de Jason no me caía nada mal, pero a la madre de Wyatt la adoraba. Me comunicaba información interna y por lo general estaba de mi lado en los dilemas hombremujer.
– Es genial. Ella me presentó a Wyatt, y ahora no para de ponerse medallas por haber opinado desde el principio que hacíamos buena pareja.
– Tiene que ser agradable tener una suegra que te acepte -refunfuñó.
Yo ya iba a comentar que tal vez el horrendo tinte de pelo la tenía un poco desmoralizada, pero preferí dejarlo. Quizás un tinte casero hazlotúmisma era lo único que podía permitirse, aunque las enfermeras no se ganan mal la vida por regla general. Quizá tuviera tres o cuatro crios en casa a quienes vestir y alimentar, y un marido inválido, o directamente un marido mala persona, y yo no estaba enterada. Tenía que haber algún motivo para llevar el pelo así.
Retiró el vendaje de mi principal rasponazo en el muslo izquierdo y aquello dolió. Solté un jadeo y cerré los puños para contener el dolor.
– Lo siento -dijo contemplando el rasguño-. Vaya, no está nada mal. Qué ha pasado, ¿un accidente de moto? Conseguí separar los dientes.
– No, una zorra psicópata se me echó encima anoche en el aparcamiento del centro comercial.
Alzó la vista, arqueando las cejas.
– ¿Sabe quién era?
– No, pero lo más probable es que Wyatt esté mirando ahora mismo las cintas de seguridad del centro y del aparcamiento, para intentar conseguir la matrícula y su documento de identidad. -Es decir, si conseguía hacerlo sin orden judicial; yo dudaba que un juez facilitara una orden, pues el incidente no era lo bastante serio.
Hizo un gesto de asentimiento y volvió a vendar la herida.
– Tiene que ser práctico tener un novio poli.
– A veces. -A menos que me obligara a ir a comisaría cuando yo no quería o que husmeara en los pagos realizados con mi tarjeta de crédito. Wyatt puede ser un poco cruel cuando decide conseguir algo. Por supuesto, no puedo quejarme mucho, Wyatt sólo había hecho esas cosas porque quería conseguirme a mí; y me consiguió, por cierto. Pese a aquel dolor de cabeza infernal, recordar cómo me consiguió me provocó un estremecimiento. Su testosterona alcanzaba niveles casi tóxicos, pero las ventajas de eso… oh, cielos, las ventajas eran maravillosas.
La enfermera apuntó algo en una libreta que sacó de uno de sus bolsillos, y luego dijo:
– Todo va bien. Veré qué puedo hacer para que le traigan algo de comer. -Y salió de la habitación.
Siana no dijo una sola palabra en todo el rato, lo cual no era inusual en ella; le gusta calar a la gente antes de entrar en la conversación. De todos modos, en cuanto se cerró la puerta, dijo:
– ¿Qué le pasa en el pelo?
Siana era capaz de estar debatiendo un caso ante el Tribunal Supremo -lo cual no había sucedido, todavía- y fijarse en los peinados de todo el mundo en la sala, incluidos los magistrados, lo cual da bastante miedo, si tienes en cuenta las caras que tienen algunos de ellos. Jenni y yo también somos así, y todas hemos heredado ese gen directamente de mamá, quien lo sacó de su madre. A menudo me he preguntado cómo sería la abuela de mi madre. En una ocasión se lo dije a Wyatt y le dio un escalofrío. Ha visto a mi abuela en una ocasión, en su fiesta de cumpleaños hace un mes, y creo que o bien le impresionó mucho o le aterrorizó, pero aguantó el tipo, y después de la fiesta, papá le invitó a un whisky doble.
No entiendo que hay de malo en la abuela, excepto que es capaz de superar a mamá, lo cual, de acuerdo, es un poco terrorífico. Pero quiero ser exactamente como ella cuando tenga su edad. Quiero seguir teniendo mucho estilo, conducir coches buenos y que mis hijos y mis nietos me presten la atención debida. De todos modos, cuando sea mayor de verdad, voy a cambiar mi coche deportivo por el modelo más grande que pueda encontrar, y voy a encorvarme en el asiento, con mi cabecita azul asomándose por encima del volante, y dedicarme a conducir despacio de verdad, mandando a freír espárragos a cualquiera que me toque la bocina. Son planes así los que me hacen mirar con ilusión la vejez.
Es decir, si es que llego a vivir tanto tiempo. Otra gente insiste en hacer toda clase de planes diferentes para mí. Qué lata.
Esperé, pero no llegó nada de comida, no se produjo aquel milagro. Siana y yo estuvimos charlando y, tras un rato, vino otra enfermera y me tomó las constantes vitales. Yo pregunté por la comida, y ella comprobó mi gráfica.
– Veré qué puedo hacer. -Y salió.
Siana y yo nos figuramos que habría que esperar y decidimos aprovechar el rato para lavar mi pelo. Gracias al cielo hoy en día no hay que mantener secos los puntos, porque no estaba dispuesta a aguantar una semana con la sangre seca y el resto de la porquería en el pelo que me daban aspecto de indio salvaje. Los puntos no eran ningún problema, la conmoción, sí. Mientras me moviera despacio, el dolor de cabeza no sería tan agudo. Pero no quería lavarme sólo el pelo, quería lavarme del todo. Siana consiguió preguntar a una enfermera que le dijo que, por supuesto, podía quitarme las vendas para darme una ducha, y con cuidado, pero feliz, me duché y me lavé el pelo con champú. Dejé que las vendas cayeran por sí solas durante la ducha, en vez de retirarlas antes.
Después Siana me secó el pelo con el secador. Lo hizo sin intentar mantener un peinado en concreto, pero aquello no era tan importante porque yo llevo el pelo liso. Sólo con llevarlo limpio ya me sentía mejor.
Seguía sin llegar ningún alimento.
Empezaba a pensar que el personal del hospital mantenía uno de esos planes alternativos conmigo, y la intención era que me muriera de hambre. Siana estaba a punto de bajar a la cafetería para buscarse algo para ella cuando finalmente trajeron una bandeja. El café estaba tibio, pero lo acepté agradecida, y me bebí la mitad de la taza antes de levantar la tapa metálica de la fuente. Algo parecido a unos huevos revueltos, tostada fría y un mustio beicon me saludaron. Siana y yo nos miramos; luego nos encogimos de hombros.
– Me muero de hambre, así que esto servirá.
Pero apunté mentalmente escribir al administrador del hospital sobre la oferta culinaria en este centro. La gente enferma necesita comida que como mínimo sea apetecible.
Después de tomar casi la mitad del desayuno, mis ofendidas papilas gustativas superaron a los gemidos cada vez más débiles de mi estómago, y volví a poner la tapa encima de la fuente para no tener que ver los huevos. Los huevos fríos son repugnantes. El dolor de cabeza se había aliviado un poco, y comprendí que en parte se debía a la falta de cafeína.
Ya que me sentía mucho mejor, empecé a inquietarme por cómo iba pasando el tiempo. Ningún médico había venido todavía a verme y casi eran las diez y media, según el reloj de la pared.
– Tal vez no hayan asignado ningún doctor a mi caso -me dije-. Tal vez me he quedado aquí y se han olvidado de mí.
– Tal vez debieras buscar un médico normal -indicó Siana.
– ¿Tienes tú uno?
Hizo un gesto culpable.
– ¿Sirve un ginecólogo?
– No sé por qué no. Yo también tengo a mi ginecóloga. -Es que en algún sitio hay que conseguir la receta para las pildoras anticonceptivas-. Tal vez debiera llamarla.
Una espera en el hospital es aburrida. Siana encendió la televisión e intentamos encontrar algo para pasar el rato. Ninguna de las dos está en casa durante el día, de modo que no estamos familiarizadas con la programación diurna. Supongo que el hecho de que El precio justo fuera lo mejor que encontráramos significa algo, pero al menos nos distrajo un rato. Las dos acertamos más respuestas que los demás concursantes, pero, claro, ir de compras requiere mucho talento.
El ruido del vestíbulo nos estaba distrayendo; la señora que me había traído la bandeja del desayuno había dejado la puerta medio abierta, y así la dejamos, porque de ese modo el aire circulaba y mantenía la habitación un poco menos cargada. El resplandeciente cielo azul del exterior de mi ventana me decía que el verano se resistía a acabarse, pese a que el calendario indicaba que había llegado oficíalmente el otoño. Quería salir a buscar mi vestido de novia. ¿Dónde había un médico, cualquier médico?
El precio justo se acabó, y le pregunté a Siana:
– ¿Qué tal fue tu cita anoche?
– Sin prisas.
Le dediqué una mirada comprensiva y suspiró.
– Era un buen tipo, pero… le faltaba chispa. Quiero chispas, quiero una caja entera de bengalas. Quiero lo que tienes tú con Wyatt, algún tío que me mire como si fuera a devorarme, eso es lo que quiero que haga.
Sólo usar las palabras Wyatt y devorar en la misma frase me provocó un sofoco y me erizó el vello. No cabía duda: ese hombre me tenía programada.
– Tuve que esperar a Wyatt durante mucho tiempo. Incluso esperé dos años más, después de que me dejara. -Eso todavía era un tema delicado para mí, que me hubiera dejado tras las tres primeras citas, porque pensaba que yo exigía demasiadas atenciones.
– No puede decirse que esperaras exactamente -replicó ella, divertida-. Seguiste con las citas. Y muchas, por lo que recuerdo.
Detecté un movimiento fugaz en la puerta. El movimiento se detuvo, pero no entró nadie en la habitación.
– Pero no me acosté con nadie -indiqué-. Eso es esperar.
Wyatt seguía sin entrar en la habitación. Estaba escuchando donde no pudiera ser visto. Yo sabía que era él; imaginaba que vendría de visita hacia la hora del almuerzo, si conseguía escaparse un rato. Tenía algo de taimado, no lo podía disimular; era un poli redomado y no podía evitar escuchar a escondidas si pensaba que podía sacar algo interesante.
Hice una señal a Siana entrecerrando la mirada e indicando la puerta. Me devolvió una rápida mueca y dijo:
– Siempre dijiste que querías usar su SSE.
Aquello no era verdad, pero el Código de Mujeres del Sur decía que los varones de antenas largas siempre tenían que encontrarse con alguna conversación jugosa. La rápida ocurrencia de Siana me encantó.
– Su SSE fue lo que me interesó desde el principio. Quería de verdad tener acceso a él.
– Tiene que ser impresionante.
– Lo es, pero su manera de responder es igual de importante. No tiene sentido contar con un gran SSE si no hace lo que quieres que haga; algo así sucede también con un banco.
Siana contuvo una risotada.
– Yo también ando buscando un gran SSE. No veo por qué no puedo enamorarme de un tipo que tenga uno y que pueda satisfacer mis necesidades.
– Desde luego. Yo… Adelante -llamé, interrumpiéndome para contestar a la llamada abreviada, tardía, de Wyatt a la puerta. La abrió del todo y entró, con expresión forzada pero indescifrable. Cuando se enfadaba, sus ojos verdes brillaban aún más, y tuve que tragarme las ganas de reír. No llevábamos tanto tiempo juntos, pero desde el principio, conseguir lo mejor de él requería esfuerzo.
Siana sonreía cuando se levantó.
– Genial -dijo-. Necesito estirar las piernas. Voy a bajar a la cafetería a tomar algo. ¿Queréis que os traiga alguna cosa cuando suba?
– No, estoy bien -gruñó él-. Gracias. -El «gracias» lo añadió como si se le hubiera ocurrido en el último momento. Wyatt estaba furioso y decidido a sacarme la verdad sobre su SSE en cuanto Siana se largara. No rehuía ningún enfrentamiento, como la mayoría de hombres, y el hecho de que yo tuviera una leve conmoción cerebral no significaba que fuera a ser más indulgente.
Cerró la puerta con firmeza tras Siana, sin advertir el guiño ladino que ella me dedicó justo cuando salía silenciosamente. Luego se aproximó a mi lecho, todo un macho agresivo y amenazador. Sus oscuras cejas formaban una fiera mirada ceñuda que clavó sobre mí.
– De acuerdo -dijo sin alterarse-. Quiero que me expliques qué es eso de que lo único que te interesaba de mí era tener acceso a mi SSE.
Pensé Wyatt y devorar, y dejé que mis mejillas empezaran a sonrosarse. Aja, era infalible. ¿Verdad que era muy útil constatar aquello? Me retorcí llena de deleite.
– Oh, ¿has oído eso? -pregunté, apartando la mirada e intentando parecer culpable lo mejor que podía.
– Lo he oído. -Su tono era grave. Me cogió la barbilla. No me giró la cabeza, porque aunque estaba furioso también era consciente de mi conmoción. No obstante, dejó claro que su intención era que yo le mirara. Encontré su mirada y dejé que mis ojos se abrieran mucho.
– No dije que tu SSE fuera lo único que me interesara.
– Pero querías tener acceso.
Le hice ojitos, pensando que era hora de darle una pista.
– En términos generales. Pensaba que lo sabías.
– ¿Cómo iba a saberlo? -Su tono cada vez sonaba más tétrico, como una nube tormentosa a punto de descargar lluvia-. Yo… -Entonces hizo un pausa y entrecerró los ojos mientras sus pestañas se agitaban y sus grandes e inocentes ojos parecieron reaccionar-. Pero ¿qué puñetas es un SSE?
Yo continué con los ojos muy abiertos, saboreando el momento.
– Sistema de Suministro de Esperma.