En cuanto llegamos a casa, hice las nuevas anotaciones en la lista de transgresiones de Wyatt, pero para la atención que prestó, como si hubiera usado tinta invisible: ni siquiera le dedicó una mirada, pese a que la libreta estaba encima del mostrador que separaba la sala de estar de la cocina. En vez de ello se instaló en un sillón con el diario de la mañana, que evidentemente no había tenido tiempo de leer. Se lo leyó y luego me preguntó si lo quería una vez que finalizó. Bien, puñetas, era mi periódico, ¿no? ¿Para qué iba a comprar aquella cosa si no quisiera leerlo? ¿Y por qué estaba él leyendo el periódico en vez de prestar atención a mi lista? Las cosas no acababan de cuadrar en mi mundo.
Pero yo estaba agotada y harta de aquel condenado dolor de cabeza.
– Ya lo leeré mañana -contesté-. Voy a tomar más ibuprofeno, me daré una ducha y luego me meteré en la cama. -También me sentía de mal humor, pero casi nada era culpa de Wyatt, de modo que no quise tomarla con él.
– Subo dentro de un minuto -me contestó.
Me di la ducha todavía malhumorada sólo de pensar en mi coche. Debería existir un sistema de seguridad para los coches, que permitiera tenerlos electrificados de manera que cuando algún desgraciado te rayara la pintura con una llave se le friera el culo. Me divertí visualizando los ojos desorbitados, el pelo a lo Einstein y tal vez incluso los pantalones mojados, para que la gente pudiera señalar y reírse. Así aprendería el muy hijoputa.
Por si no lo habéis advertido todavía, no soy de las que ponen la otra mejilla.
Después de la ducha, me curé las diversas magulladuras y rasguños, que por suerte no necesitaban vendajes, de modo que me limité a ponerles algo que facilitara el proceso curativo. Hice un pequeño experimento conmigo misma consistente en ponerme en una rozadura, pomada antibiótica en otra y gel de aloe en otra más, sólo para ver cuál curaba mejor. Después apliqué vitaminas en aerosol a mis magulladuras, tal vez sirviera de algo, tal vez no. Era por hacer algo.
Acababa de apagar la luz y meterme en la cama -desnuda, para ahorrar a Wyatt la molestia de quitarme la ropa- cuando él subió del piso de abajo. Me quedé dormida mientras se duchaba, me desperté lo suficiente para darle un beso de buenas noches cuando se metió en la cama a mi lado, y no sé nada más hasta que sonó el despertador a la mañana siguiente.
Lynn siempre abría el gimnasio los martes, de modo que no tenía que presentarme por ahí hasta la una y media, aunque por lo habitual llegaba antes de esa hora. Sin embargo, este martes tenía muchas cosas que hacer antes de ir al trabajo. Primero llamé a la compañía de seguros para informar de lo del coche, luego hablé con Luke Arledge, después pedí hora para cortarme el pelo -a las once de aquella misma mañana, qué increíble-, y finalmente me fui de compras, a buscar la tela para el traje de novia. De camino a la tienda de telas, paré en un sitio donde restauraban antigüedades y pregunté un par de cosas, y como bonificación encontré un precioso escritorio reina Ana que quedaría genial en el despacho que estaba montando en casa de Wyatt. Todo esto para las diez de la mañana, de modo que estaba imparable.
Me sentía mucho, mucho mejor. El dolor de cabeza apenas era una punzada, y entonces fue cuando pude olvidarme y casi empecé a brincar un poco, por el día soleado tan precioso que hacía, así de sencillo. El tiempo había mejorado bastante, la ola de frío había cesado por el momento, y todo el mundo con quien hablaba estaba de buen humor.
En la tienda de telas, tuve tiempo suficiente de examinar sus sedas y satenes y saber que no tenían lo que yo quería. Llevaba prisa, por la cita en la peluquería, de modo que aunque vi a una mujer que me sonaba de vista, aparté la mirada intencionadamente, por si acaso la conocía de verdad y me veía obligada, si nuestras miradas se encontraban, a charlar al menos unos minutos con ella. A veces ser sureña es una lata: no puedes hacer un saludo con la cabeza sin más y continuar con tus asuntos, tienes que preguntar por la familia y, por regla general, acabas la conversación invitando a la otra persona a hacerte una visita, algo que acabaría de trastocarme toda la agenda si, Dios me perdone, alguien me tomaba la palabra.
Shay, mi peluquera, estaba dando los toques finales a una dienta cuando llegué, de modo que aproveché unos pocos minutos para mirar las revistas de peinados. Parecía uno de esos días en que las cosas buenas parecen caer del cielo -¡ya era hora de que me tocara uno de esos días!- y encontré en seguida el peinado que me gustaba.
– Éste -dije a Shay, indicando una foto cuando me tocó ponerme en sus manos.
– Monísimo -contestó, estudiando las líneas del corte-. Pero antes de coger las tijeras, asegúrate de que lo quieres así de corto. Vas a perder más de diez centímetros de pelo.
Me aparté un poco el cabello para mostrarle la parte afeitada del nacimiento del pelo.
– Estoy segura.
– Supongo que sí. ¿Qué ha pasado?
– Me di de cabeza en el aparcamiento del centro comercial. -Esta versión me ahorraba más explicaciones. Tal vez en alguna otra ocasión tuviera el día para las expresiones de drama y lástima, pero en aquel preciso instante me estaban subiendo los ánimos y quería dejar todo aquello atrás.
Me humedeció el pelo con un pulverizador de agua, me lo peinó hacia atrás y empezó a cortar. Experimenté un momento de pánico cuando un mechón de quince centímetros de pelo rubio cayó en mi regazo, sobre la capa que me tapaba, pero fui fuerte y no me puse a lloriquear, de eso nada. Aparte de todo, era demasiado tarde para dar marcha atrás; no tenía sentido perder el tiempo con lloriqueos.
Cuando Shay finalizó de ejercer su magia con el secador y las tenazas para rizar, yo estaba contentísima. Mi nuevo peinado, con melena hasta la barbilla, era chic, desenfadado y sexy. Un lado quedaba peinado hacia atrás y dejaba ver claramente mis pendientes, mientras que el otro caía cubriendo la mitad exterior de mi ceja, lo que por supuesto significaba además que cubría los puntos y el pedazo afeitado. Sacudí la cabeza con un poco de vacilación, no fuera que el dolor esperara ahí agazapado para volver a machacarme, pero continué sin dolores y mi cabellera se meneó y rebotó de forma muy satisfactoria antes de volver a su sitio.
Cuando sabes que estás guapa, el mundo entero parece un lugar mucho mejor.
Llamé a Wyatt en cuanto volví a estar en el coche.
– Acabo de cortarme el pelo -le dije-. Lo llevo corto.
Hizo una pausa, y pude oír un ruido en el fondo que me revelaba que no estaba solo.
– ¿Cómo de corto? -preguntó al final, con voz recelosa y tono grave.
Aún no he conocido un solo hombre al que le guste el pelo corto en una mujer. Creo que tienen el ADN dañado por envenenamiento de testosterona.
– Corto.
Refunfuñó algo así como «mierda».
– Sabía que no iba a gustarte -dije con regocijo- así que he pensado que ya te haré una mamada para resarcirte. ¡Chau!
Colgué, sintiéndome muy satisfecha conmigo misma. Me sorprendería que fuera capaz de pensar en otra cosa aparte de mí durante el resto del día.
Tenía tiempo para buscar algo de comer antes de ir al trabajo, de modo que paré junto a mi brasería favorita y me compré un bocadillo para llevar. El tráfico era denso, porque el gentío de la hora del almuerzo hacía lo que podía para regresar al trabajo antes de la una. Yo era la última de la fila en un carril para girar a la izquierda, esperando a que la flecha se pusiera verde, cuando algo blanco llenó de súbito mi ventanilla posterior.
De forma automática miré por el retrovisor. Tenía un coche blanco pegado a mi parachoques, tan cerca que ni podía ver el modelo que era. El conductor llevaba una gorra de béisbol y gafas de sol. ¿Un hombre? No podía estar segura. Un hombre más bien menudo, tal vez. Dejé que mi coche rodara hacia delante, lo suficiente para ver el emblema en la parte delantera del coche blanco: era un Chevrolet. El conductor volvió a pegarse de inmediato, dejando el Chevy aún más cerca que antes.
Se me hizo un nudo en el estómago. Tenía que superar esta paranoia. Me había embestido un Buick beige, no un Chevrolet blanco, de modo que, ¿qué lógica tenía aquello? ¿Sólo por haber visto ayer dos veces un Chevrolet blanco detrás de mí? No podía decirse que hubiera pocos Chevrolets blancos; si prestaba un poco de atención lo más probable era que tuviera al menos un Chevrolet detrás de mí en algún momento cada vez que conducía hacia algún lado. Ya ves.
Pero mi estómago no atendía a lógicas, y el nudo seguía ahí. Se encendió la luz verde del semáforo y la línea de vehículos empezó a moverse hacia delante como una serpiente, primero la cabeza, luego el siguiente segmento, hasta que toda ella se movió. Puse cierta distancia entre mi coche y el Chevrolet blanco, distancia que de inmediato desapareció. Miré por el espejo; podía distinguir al conductor con ambas manos puestas en el volante, lo que hacía parecer que él o ella se pegaba a mí de forma intencionada.
Yo conducía un coche ágil y sensible, con un motor poderoso que alcanzaba las siete mil revoluciones por minuto, aproximadamente, sin necesidad de forzarlo. Si no conseguía escapar de un Chevrolet que se me pegaba, entonces mejor cambiaba esta ricura por un Yugo.
Tras dar un rápido vistazo al tráfico a mi alrededor, di un golpe de volante a la derecha para colocarme en el carril de en medio, aprovechando un espacio apenas suficiente para meterme. Me pegaron un bocinazo desde atrás, fue espantoso lo cerca que sonó, pero me metí hasta el carril más alejado por la derecha y luego salí disparada hacia delante, pasando a tres coches en otros tantos segundos. Una ojeada al espejo retrovisor me mostró que el Chevy blanco intentaba hacer un brusco viraje y meterse en el carril de en medio, donde pasó casi rozando a una furgoneta de reparto, antes de verse obligado a retroceder precipitadamente al carril de la izquierda.
Oh, Dios mío. Estaba sucediendo de verdad, por lo tanto no era paranoia. ¡Ese coche me estaba siguiendo!
Frené con brusquedad y me apresuré a coger la primera calle a la derecha y luego otra vez la primera a la derecha. Hubiera dado la vuelta a la manzana para ponerme detrás del Chevy blanco, pero los urbanistas modernos ya casi nunca crean cuadrículas en las calles. En vez de bonitas manzanas normales, me encontré conduciendo por una amplia calle que se curvaba por delante y por detrás, con montones de travesías sin salida. En las calles sin salida había varios negocios, de modo que ni siquiera se trataba de una zona residencial. Con las debidas excusas, pero, ¿nadie ha dicho a estos estúpidos urbanistas que las cuadrículas son los medios más eficaces de mover el tráfico?
Tras varios minutos frustrantes, renuncié a encontrar la manera de volver a la calle en la que quería estar y simplemente di media vuelta y regresé por donde había venido.
Esto era el colmo de las cosas raras. No me refiero a la disposición de las calles de la ciudad, sino a este asunto del Chevrolet blanco. ¡Ni siquiera conozco a alguien que conduzca un Chevrolet blanco! Es decir, a lo mejor sí que conozco a alguien, pero no lo sé. Pongamos por ejemplo a Shay, no tengo ni idea de qué coche de los que están estacionados en el aparcamiento de la peluquería es el suyo. O mi dependiente favorito de la tienda de ultramarinos de mi barrio. ¿Me entendéis a dónde quiero ir a parar? Cualquiera de ellos podría conducir un Chevy blanco y yo no estaría enterada.
¿Había algo en mí que sacaba de quicio a los chiflados? ¿Una atracción indetectable que les absorbía dentro de mi órbita? ¿Y había alguna manera de expulsarlos y mandarlos por donde habían venido? Ahí fuera había mucha gente que merecía ser acosada antes que yo.
Antes de volver a meterme en la calle principal, di una buena mirada a mi alrededor y detecté cuatro modelos distintos de Chevrolets blancos. Ya os digo, estaban por todas partes. De cualquier modo, ninguno de los conductores me prestó la menor atención, por lo tanto me metí entre el tráfico y conduje todo recto hasta la zona del centro donde se localizaba Great Bods.
Había un Chevrolet blanco aparcado directamente enfrente del gimnasio, y alguien sentado al volante miraba por el retrovisor lateral del conductor. Vi las gafas de sol reflejadas en el espejo, y se me encogió el estómago.
Giré sobre dos ruedas, los neumáticos echaron humo, pero no fui a la parte trasera del gimnasio porque estar allí sola no me pareció inteligente en ese momento. En vez de eso, me metí en la zona de aparcamiento público situada delante y paré con una derrapada. Salté de un brinco y me lancé a la puerta de entrada de Great Bods mientras sacaba el móvil del bolso. Si ese chiflado o chiflada quería llevarse un trocito mío, tendría que atacarme al menos ante testigos y no en un aparcamiento trasero vacío.
Tal vez debiera haber llamado al 911, pero no lo hice. Simplemente opté por la clásica rellamada y di un telefonazo a Wyatt mientras me giraba en redondo para mirar por los ventanales el Chevrolet aparcado al otro lado de la calle.
– ¿Blair? -preguntó Lynn a mi espalda-. ¿Qué pasa?
– Blair -dijo Wyatt en mi oído, de modo que mi nombre me llegó en estéreo.
– Alguien me está siguiendo -dije con un castañeo consecuencia de toda la adrenalina que chisporroteaba por mi cuerpo-. Un Chevrolet Malibu de cuatro puertas… parece un modelo nuevo, del 2006 o tal vez del 2005. Me siguió ayer también…
Al otro lado de la calle, el Chevrolet arrancó y la persona al volante salió conduciendo con calma, sin acelerar ni nada parecido, ante todo el mundo, como si hubiera acabado sus compras y esperara que se hiciera un hueco en el tráfico antes de incorporarse a él.
– Acaba de marcharse -concluí, desinflándome de repente como sucedía con los suflés de mamá. Los suflés que hacía mama no valían nada. Lynn se quedó a mi lado mirando por la ventana con expresión perpleja.
– ¿Has conseguido la matrícula? -me preguntó Wyatt.
– Tenía el coche detrás. -Estoy casi segura de que nadie sigue a alguien por delante.
Pasó ese comentario por alto. Qué detalle por su parte.
– ¿Qué quieres decir con que acaba de marcharse?
– Estaba aparcado al otro lado de la calle de Great Bods. Acaba de arrancar y se ha marchado.
– ¿Te ha seguido hasta Great Bods?
– No, hice unas cuantas piruetas para escaparme de ellos., de ella… de él… lo que sea, jolín, pero cuando llegué aquí a Great Bods estaban esperando al otro lado de la calle.
En ese preciso instante me percaté yo sólita de la imposibilidad de aquello; aunque el silencio al otro lado del hilo estuviera recalcando precisamente eso con toda claridad. Estaba claro, igual que no puedes seguir a alguien por delante, el coche estaba aquí antes de que yo llegara. Sólo había una manera de que fuera el mismo coche, y eso parecía imposible.
– Me conocen -dije asombrada-. Saben quién soy y dónde trabajo.
Oí a Lynn preguntar.
– ¿Quién lo sabe?
Wyatt dijo:
– ¿Reconociste a la persona que iba al volante?
Cerré los ojos, pues me mareaba un poco escuchar una voz diferente en cada oído. Wyatt era el poli, de modo que me concentré en él.
– No. Él… ella… ¡Puñetas, no sabría decir siquiera si era un hombre o una mujer! Gorra de béisbol, gafas. No podría decir mucho más. Llevaba el parabrisas ahumado.
– Y en cuanto a ayer, ¿estás segura de que era la misma persona?
– Ayer conducía una mujer. Pelo largo. Se me pegó al coche.
– ¿La reconociste?
– No, pero… me siguió hasta aquí. -Me invadió un gran alivio al sentirme capaz de ofrecer explicaciones lógicas al hecho de que el Chevrolet estuviera aquí antes que yo-. ¡Por eso sabía dónde trabajo!
– Pero no estás segura de que sea la misma persona.
Estaba siendo cabal y lógico, como tenían que ser los polis. Eso lo sabía yo a nivel intelectual. No obstante, a nivel emocional, quería que dejara de hacerme preguntas e hiciera una redada para detener a todos los conductores de Chevrolets blancos y pegarles una paliza que los dejara desangrándose. Bueno, a excepción de la gente mayor; reconocía que el conductor ni siquiera llegaba a la mediana edad. Tampoco debería pegar a los chicos jóvenes, porque estaba segura de que ninguno de los conductores que había visto era un adolescente. Es algo que se nota, ya me entiendes. Los adolescentes tienen algo inacabado, se nota que están creciendo. Los mayores también estaban descartados, igual que los jóvenes, o sea, que, de acuerdo, la gente a la que quería que dejara sangrando era de tamaño normal, edades entre veinte y tal vez cincuenta. ¿Sería eso muy difícil?
Tomando mi silencio como una respuesta negativa, que no lo era, Wyatt preguntó:
– ¿Había alguna otra persona en el coche aparte del conductor?
Yo había mencionado «ellos», por lo tanto él tenía que hacer esa pregunta, pero el único motivo de tal confusión era que ayer el conductor era una mujer y hoy, no lo tenía claro, de modo que bien pudieran ser dos personas diferentes, pero, ¿cómo diablos iba a saberlo yo?
– No.
– ¿Y no estás segura de que fuera la misma persona en las dos ocasiones?
Lo estaba. Mi parte visceral, la que había sufrido un susto de muerte, estaba del todo segura, porque de otro modo tendría que creer que distintos conductores de Chevrolets blancos se había pegado a mi coche dos días seguidos. Vale, eso no era muy factible. Pero las respuestas más verosímiles no tienen por qué ser siempre las correctas.
Wyatt lo volvió a intentar.
– ¿Podrías declarar en un juzgado, bajo juramento, que estás segura de que era el mismo conductor en ambos casos?
Vaya, ponme contra las cuerdas, venga. Totalmente cabreada, contesté:
– No, si estuviera bajo juramento, no podría declararlo. -Luego añadí con obstinación-. Pero era la misma persona. -Para que lo sepas.
Wyatt suspiró y dijo:
– Aquí no hay nada contra lo que yo pueda actuar. -Eso ya me lo había imaginado. Con impaciencia, me respondió: -La próxima vez, consigue el número de la matrícula.
– Lo haré -dije con amabilidad-. Siento no haber pensado en ello esta vez.
Ya lo creo, mientras permanecía en ese carril antes de girar, debería haber bajado del coche, debería haber pasado con toda la calma del mundo junto a esa chiflada, para ir hasta la parte posterior del Chevrolet y anotar su número de matrícula. La chiflada no debería haber puesto ninguna objeción, ¿verdad que no?
Tras una larga pausa, dijo:
– No sé si conseguiré llegar a Great Bods a tiempo antes de que cierres esta noche.
– No pasa nada. No te preocupes. -Llevo mucho tiempo cerrando Great Bods sin él, y estaba convencida de que no se me había olvidado hacerlo-. Oye, cuídate, ¿vale? Adiós.
Wyatt dijo «joder» con violencia contenida y a continuación colgó el teléfono.
A mi lado, Lynn dijo:
– Supongo que lo que estás haciendo podría describirse como sonreír, porque estás enseñando todos los dientes, pero das un miedo espantoso. Por cierto, un corte de pelo genial.
– Gracias -dije, ahuecándome un poco el peinado, y luego sacudí la melena. Y en todo momento mantuve la sonrisa, eso también.
Capitulo 13
Wyatt no estaba en Great Bods cuando llegó la hora de cerrar, ni en mi casa cuando yo llegué allí. Me sentí un poco mal por haberle preocupado, porque él habría venido de no haber estado liado con el trabajo, y eso quería decir que habían asesinado a alguien o algo parecido. Ya no hacía trabajo de detective, pero de todos modos tenía que supervisar la escena del crimen, y cosas de ese estilo.
Por otro lado, digamos que me alivió un montón que no estuviera en casa, porque me estaba costando mucho mantener a raya mi enfado. La única razón de que me esforzara era que entendía en realidad su punto de vista: él tenía que trabajar dentro del marco de la ley, y si yo no tenía información concreta que darle, no podía hacer nada.
Pero una cosa es la opinión profesional, y otra la opinión particular, igual que hay diferencias entre cómo debería sentirme y cómo me siento de verdad. Aparte de lo que él pudiera hacer formalmente, podría haber dicho algo como: «Mira, te creo, no puedo hacer nada al respecto, pero confío en tu intuición».
Sin embargo, no había dicho nada por el estilo, igual que no se había creído en realidad lo de aquella llamada de mal gusto. Era probable que tuviera razón en lo del teléfono, puesto que no había habido más llamadas, pero el principio era el mismo. Lo único que yo quería era un poco de apoyo en mis momentos de necesidad.
Vale, a veces, mis propios pensamientos me dan risa. Lo que yo en realidad quería de verdad era el sol, la luna y las estrellas, ¿por qué hay que quedarse corto a la hora de soñar? Nunca he sido de las que se contentan con bagatelas. Lo quería todo y lo quería ya; incluso ayer si fuera posible. ¿Qué hay de malo en eso?
Me metí en casa, luego cerré la puerta y volví a conectar la alarma. Aunque sabía que había cerrado el coche, me di la vuelta y dirigí el control remoto a través de la ventana de la puerta trasera para volver a dar al botón de «cerrar», sólo para estar segura. Se suponía que el hogar era un santuario, un lugar donde podías relajarte y dormir segura.
Sin embargo, mi percepción de seguridad en esta casa había quedado malograda después de que la esposa de Jason intentara matarme, y nunca la había recuperado del todo. Cuando nos casemos, estaré contenta de trasladarme a casa de Wyatt. ¿Y por qué no me instalaba ya con él? Bien… porque… Primero, no quería que él diera por sentado lo de tenerme allí; Wyatt debería sentir que había logrado algo cuando por fin me tuviera en su casa. Que no me diera por cosa hecha era la segunda razón. Y número tres, cuando estuviéramos casados y me viera sentada a la mesa junto a él, debería sentirse como si hubiera librado una gran batalla y logrado algo, a saber, ganarme a mí. Me apreciaría como un tesoro, y me gusta sentirme un tesoro.
Es lo mismo que hace que los jóvenes cuiden más un coche por el que han tenido que trabajar y que han comprado con su propio dinero, que el que les regala su familia. Es la naturaleza humana. Quería ser el coche por el que Wyatt había tenido que pagar.
Estaba deseosa de dejar atrás mi casa, pero a la vez me daba mucha pena. Era mi hogar, o al menos lo había sido; había decorado cada centímetro de esa vivienda y había quedado bonita, si se me permite dar una opinión. Tendría que poder venderla sin problemas. De hecho, debería ocuparme ya de eso y ponerla en el mercado, al menos para poner las cosas en marcha.
Parte del mobiliario podríamos aprovecharlo en casa de Wyatt: nuestra casa. Tenía que acostumbrarme a pensar en ella como nuestra, y Wyatt tendría que poner mi nombre en la escritura junto al suyo. Yo no pensaría en serio en la casa como «nuestra» hasta que llevara mi sello: volver a pintarla, decorarla y reformarla. Gracias a Dios, él había comprado la casa una vez divorciado, porque de ninguna manera podría vivir allí si su ex mujer también hubiera habitado entre las mismas paredes. Ni de coña. Ése fue el mayor error de Jason después de nuestro divorcio: cuando volvió a casarse, metió a su nueva mujer directamente en la casa donde había vivido conmigo. Eso la volvió loca, literalmente, aunque pienso que ya estaba un poco mal de la cabeza cuando se casaron.
Ya me había duchado y estaba recorriendo el apartamento colocando mentalmente algunos de los muebles en las diversas habitaciones de la casa de Wyatt, cuando él llegó. Me encontraba en el piso de arriba -podría trasladar todos los muebles de mi habitación, porque él tenía dos dormitorios completamente vacíos- cuando oí abrirse la puerta, luego el pitido del sistema de alarma, seguido de otros pitidos mientras cerraba la puerta y reprogramaba el sistema.
Mi corazón se reanimó. ¡Wyatt estaba aquí! Pasara lo que pasara, el mero hecho de estar cerca de él era tan estimulante como una dura tanda de ejercicios. Nos pelearíamos, porque estábamos enfadados uno con el otro, pero haríamos las paces con una palpitante sesión de sexo. Hacía casi una semana que no teníamos relaciones sexuales, y yo me sentía casi capaz de quitarle los pantalones a mordiscos.
Bajé la escalera. No estaba desnuda, porque sólo lo estoy en la cama o cuando me doy un baño. A Wyatt probablemente le gustaría verme desnuda por casa a todas horas, pero no era práctico, así de sencillo. Llevaba una camiseta floja sin mangas -sin sujetador, por supuesto- de color rojo cereza y esos pantalones blancos de pijama tan monos, con pequeñas cerezas por todos lados. Cuando peleo, quiero estar guapa, por si acaso me enfurezco tanto que al final no hay sexo, y entonces él tendría que lamentarlo en serio.
Wyatt había ido a la cocina por un vaso de agua y la chaqueta del traje estaba colocada sobre el respaldo de la silla. Tenía la camisa de etiqueta mustia y arrugada tras haberla llevado todo el día con el buen tiempo, y aún llevaba el arma -una gran automática negra- en la cadera derecha. Se me encogió el corazón sólo mirarle. Era alto, musculoso, y tenía un aspecto peligroso, ¡y era mío!
Tal vez podíamos saltarnos lo de la pelea y pasar directamente al sexo. Le dije:
– Un caso difícil el de hoy, ¿aja?
Alzó la vista, con sus ojos verdes entrecerrados y centelleantes de mal genio.
– No especialmente. Pero han sido muchos.
Era evidente que estaba soberanamente cabreado. Wyatt no se enfurruñaba, más bien mostraba ese rasgo agresivo dominante en él. Cuando estaba enojado, estaba dispuesto a pelear, y eso me gustaba. Más o menos. Al menos él no hacía mohines. Yo no paro de hacerlos, y con una que se enfurruñe en casa ya basta.
Dejó el vaso con un golpe seco y a continuación invadió mi espacio con su formidable figura.
– La próxima vez que se te ocurra otra idea delirante y pienses que alguien te está siguiendo, no te pongas borde conmigo porque no las paso canutas para encontrar a tus acosadores imaginarios. Si algo te pone paranoica en mis ratos libres, bien, llámame, pero si estoy en el trabajo ocupándome de delitos de verdad, no voy a malgastar recursos públicos ni tiempo en tonterías. -Apretaba los dientes, algo que no auguraba nada bueno.
Retrocedí un paso, tambaleándome mentalmente un poco. ¡Guau!, no escatimaba munición conmigo. Pese a que yo ya me esperaba algo y tenía que admitir a mi pesar que él llevaba bastante razón en su planteamiento, había tantas cosas ofensivas en aquel primer aldabonazo suyo que por un momento pestañeé, intentando decidir por donde empezar.
¿Imaginarios? ¿Paranoica? ¿Delirante?
– ¡No estoy imaginando cosas! Alguien me ha seguido en un Chevrolet blanco, dos días seguidos. -Alcé la voz llena de indignación, porque aunque me preguntaba si mis experiencias recientes me habían vuelto paranoica, al menos tenía la certeza de que había tenido detrás un Chevrolet blanco, o tal vez un par de Chevrolets diferentes.
– Pero, puñetas, ¡cualquiera que se mueva en coche por esta ciudad lleva probablemente un Chevrolet blanco detrás en un momento u otro! -soltó-. Me venía uno detrás de camino hacia aquí, pero no he asumido de inmediato que fuera el mismo vehículo que has visto tú hoy. ¿Tienes idea cuántos Chevrolets hay, sólo en este condado, y eso sin tener en cuenta los condados vecinos?
– Seis o siete por hectárea, probablemente -contesté de muy mal genio después de tanta provocación. Wyatt tenía razón. Si callara un minuto le diría que tenía razón. Mecachis, no es nada fácil hacer las cosas bien.
– ¡Exactamente! Así que si viste un coche blanco detrás ayer, y otro hoy, conducidos por personas diferentes, ¿cómo diablos llegas a la conclusión de que se trata del mismo coche?
– ¡Lo sé! Lo sé, ¿vale? -Intenté no ponerme a gritar, porque los vecinos tenían niños en edad escolar que a esas horas estarían durmiendo en la cama, y retrocedí un par de pasos más para apoyarme en el armario de la cocina con los brazos cruzados debajo de mis pechos. También respiré hondo un par de veces-. Entiendo tu punto de vista, lo que dices tiene sentido. -Me daba rabia admitirlo, pero seamos justos-. Sé que sin una matrícula ni algo concreto, no puedes hacer nada, no es posible que puedas investigar…
– ¡Blair! -chilló, era evidente que no le importaban los niños de mis vecinos-. ¡Joder! Apúntate esto, para que no lo olvides: Nadie. Te. Está. Siguiendo. ¡No hay nada que investigar! No voy a hacer lo que tú digas y gastar presupuesto municipal porque estés nerviosa. Desde el punto de vista personal, sí, acepté esta relación a sabiendas de que exigías demasiadas atenciones, pero deja mi puto trabajo fuera de esto, ¿vale? Trabajo para la policía de esta ciudad. No soy tu poli privado, al que puedes llamar para que indague cualquier cosilla que se te meta entre ceja y ceja. Estas triquiñuelas tontas no tienen gracia. ¿Entendido?
Vale. Vale. Abrí la boca para decir algo pero, curiosamente, mi mente se había quedado en blanco. Era como si tuviera los labios entumecidos, así que volví a cerrarlos. Había entendido. Vaya si había entendido.
De hecho, me parecía que ya no había nada más que decir.
Miré por la cocina, y afuera, a mi pequeño patio, con los árboles con luces blancas colgadas, para que pareciera un país de hadas. Un par de luces se habían fundido, tendría que reemplazarlas. Las flores del jarrón colocado encima de la mesa del rincón donde comíamos se estaban marchitando, tendría que cogerlas frescas mañana. Miré a cualquier sitio menos a Wyatt, porque no quería ver en sus ojos lo que temía ver. No le miré porque… simplemente no podía.
La cocina se llenó de silencio, interrumpido tan sólo por los sonidos de nuestra respiración. Debería moverme, pensé. Debería ir arriba y hacer algo, tal vez volver a doblar las toallas del armario de la ropa blanca. Debería hacer cualquier cosa en vez de estar ahí parada, pero no podía.
Había muchas cosas que alegar por mi parte, sabía que sí. Podía explicarle la situación, pero por algún motivo ahora ya no tenía sentido. Había muchas cosas que debería contarle, cosas que tendría que hacer… pero no podía, así de sencillo.
– Creo que deberías irte a casa.
Fue mi voz la que pronunció esas palabras, pero no sonaba a mí; sonaba sin tono, como si toda expresión se hubiera agotado. Ni siquiera fui consciente de que iba a decirlo.
– Blair… -Wyatt dio un paso hacia mí y yo retrocedí dando un traspiés hasta donde no me alcanzara. No podía tocarme ahora, decididamente no debía tocarme, porque había demasiadas cosas que me estaban desgarrando por dentro y tenía que aclararme.
– Por favor, mejor… que te vayas.
Se quedó ahí de pie. Retroceder ante una pelea no era propio de él. Yo lo sabía, sabía lo que le estaba pidiendo que hiciera. Esto era demasiado importante para mí como para andarme con miramientos; era una cuestión demasiado vital como para arriesgarme a algún apaño cosmético que no pasara de la superficie de la piel. Quería mantener la distancia con él, tenía que apartarme y estar a solas por completo durante un rato. Los latidos fuertes y lentos de mi corazón estaban dejando mis entrañas doloridas, y si no se marchaba pronto, podría ponerme a gritar de dolor.
Tomé aliento con un estremecimiento, o al menos eso intenté; notaba la opresión en el pecho, como si el corazón se interpusiera entre mis pulmones y no les dejara funcionar.
– No voy a devolverte el anillo -dije con el mismo tono débil y uniforme-. La boda sigue en pie… -¡A menos que quieras cancelarla!-. Sólo necesito tiempo para pensar, por favor.
Durante un minuto, largo y angustioso, pensé que Wyatt no iba a marcharse. Pero luego giró sobre sus talones y se fue, cogiendo la chaqueta del traje del respaldo de la silla al salir. Ni siquiera dio un portazo.
No me derrumbé en el suelo. No subí corriendo al piso de arriba para arrojarme encima de la cama. Me limité a quedarme allí, de pie en la cocina, durante un largo, largo rato, agarrándome al extremo del mostrador con tanta fuerza que las uñas se me quedaron blancas.