Capítulo 23

Lynn mostró un tremendo alivio cuando me presenté en el trabajo, no sólo a la hora, sino un poco antes incluso. Wyatt no había mencionado que me faltaba la voz al telefonearla aquella mañana, y le preocupó tanto que yo ni siquiera pudiera susurrar, que al salir del trabajo se fue a una herboristería y volvió con una selección de infusiones que se suponía ayudaban a aliviar una garganta inflamada. Incluso se ofreció a quedarse hasta tarde y ayudarme, pero la envié a casa. Wyatt estaba allí si necesitaba que alguien hablara por mí.

En conjunto, fue un día normal y agradable en Great Bods. No había Malibus blancos aparcados al otro lado de la calle, ni psicópatas rubias arrojando bombas incendiarias a través de la entrada. Era el tipo de día que a mí me gustaba, justo el terreno intermedio que necesitaba para volver a sentir los pies sobre la tierra. De todos modos, me sentía haciendo equilibrios al borde de la desesperación, y no paraba de darme charlas de ánimo a mí misma, para levantarme la confianza. Sí, mi casa se había quemado, pero nadie había muerto. Sí, había perdido todas mis posesiones personales, pero, eh, el fuego no me había alcanzado el pelo. Sí, la brutalidad de mi desconocida acosadora y aspirante a asesina me espantaba, pero ahora sabía qué aspecto tenía y yo estaba francamente cabreada, o sea, que cuando volviera a verla mi intención era ir a por ella, a menos que Wyatt me encerrara en algún apestoso coche patrulla otra vez.


Me estaba costando mucho superar el resentimiento por eso.

Él merodeaba por allí como el poli que era, inspeccionando la calle constantemente, el aparcamiento, rodeando el edificio. Ordenó a una de las instructoras del segundo turno que contestara al teléfono por mí y eso resultó un regalo del cielo, porque cuando mencioné mediante papel y boli que estábamos buscando una ayudante para la ayudante de dirección, se excitó mucho y preguntó si podría prepararse para ese trabajo.

Bien, ¿quién sabe? Ella, se llamaba JoAnn, era de hecho mi instructora menos popular entre los socios, por su actitud puramente comercial. Por otro lado, también era una de las instructoras más inteligentes. No tenía experiencia administrativa en absoluto, pero me gustaba de veras su forma de desenvolverse por teléfono. Cuando no sabía qué hacer, sonaba como si en realidad lo supiera, digamos que como un político. Sin duda iba a hablarle a Lynn de ella.

Fueran las infusiones o el hecho de haber dado un descanso completo a mi voz, al final del día tragar parecía más fácil. Tenía tanta hambre que sentía náuseas, de modo que JoAnn fue a una hamburguesería y trajo una hamburguesa con patatas para Wyatt y un gran batido muy denso para mí: de fresas, mi favorito. El frío le sentó tan bien a mi pobre garganta como las infusiones.

Era jueves, casi había pasado una semana desde mi primer encontronazo con la chalada sobre ruedas. Recordé que en teoría hoy me tenían que quitar los puntos del nacimiento del pelo. Metí la mano por esa parte del cabello y los palpé: parecían secos y tiesos, y la piel que los rodeaba pinchaba con el crecimiento del pelo.

¿Sería muy difícil retirar los puntos? Ya me habían quitado puntos con anterioridad y no era doloroso, a lo sumo escocía un poco, por lo tanto no parecía gran cosa. Tenía unas tijeras de manicura en el despacho y pinzas en el botiquín de primeros auxilios. Necesitaba quitarme esos puntos. Necesitaba dejar atrás aquel episodio. Sí, había salido ganando un genial corte de pelo, pero en conjunto había sido un latazo.

Me llevé el equipo conmigo al baño de señoras, donde descubrí que el pelo no se mantenía apartado, pues se empeñaba en balancearse hacia delante con esa gran curva que Shay había moldeado. No tenía ninguna horquilla, pero sí un par de gomas en la oficina. Salí volando del lavabo y entré en el despacho, cogí una goma y volví a salir como una flecha. Wyatt me vio y gritó, «¡Eh!», pero le hice un ademán y continué con lo mío. Lo más probable era que pensara que tenía una necesidad urgente de ir al baño de señoras.

Pero al cabo de un rato entró mientras yo estaba dando un tijeretazo al tercer punto.

– ¡Santo Dios!

Di un brinco, algo nada recomendable cuando tienes unas tijeritas afiladas apuntando a una laceración recién cicatrizada. Miré su reflejo en el espejo con el ceño fruncido, luego volví a inclinar un poco la cabeza para ver con exactitud dónde estaba el siguiente punto.

– Oh, joder -refunfuñó, y se acercó hasta mi lado-. Para, antes de que te claves esa cosa. Iba a preguntarte qué estabas haciendo, pero puedo verlo, aunque no sé por qué. ¿No se suponía que debías ir al médico para que lo hiciera él?

Respondí con un gesto de asentimiento, y fui otra vez a por el punto.

Agarró mi mano con la suya.

– Dame eso a mí. Dios. Ya lo hago yo.

Dejé que se quedara con las tijeras, pero sonreí con suficiencia y negué con la cabeza.

– ¿Crees que no puedo? -preguntó, sintiéndose desafiado.

Volví a negar con la cabeza, convencida de que no podía.

En cuestión de segundos se enteró, al percatarse de que era imposible meter sus grandes dedos por los pequeños agujeros del asa de las tijeras. Frustrado, se las quedó mirando, y yo se las quité con gesto triunfal y me puse a trabajar otra vez. Vale, ya sé que sólo era una victoria mínima, sin embargo me sentó muy bien. Últimamente no había tenido muchas victorias, y sentía la carencia.

Así que corté los puntos, y él usó las pinzas para retirar con delicadeza los trozos de hilo. Pequeñas gotas de sangre se formaron aquí y allá, de modo que cogí una gasa antiséptica del botiquín y las sequé. No volvieron a aparecer, y así quedó la cosa. Tras quitarme la goma que había usado para sostenerme el pelo, volví a menear la melena y sonreí radiante.

– No era para tanto -dijo él entre dientes. Luego se convirtió otra vez en poli y abrió la puerta de cada cubículo de golpe, uno a uno, hasta que hubo inspeccionado los seis. Supongo que no podía evitarlo.

Cerré puntualmente a las nueve, y JoAnn se quedó para conocer las cuestiones de seguridad que requería el cierre del lugar por la noche. Con su ayuda, todo fue, bien, el doble de rápido -vaya- y estuvimos listos para marcharnos a las nueve y veinte. Wyatt estudió el exterior antes de salir.

Seguí la ruta larga otra vez, con Wyatt siguiéndome de cerca. Pero no iba a casa, pensé con una punzada. Nunca volvería allí o al menos nunca volvería a ser mi hogar. Tendría que ir a ver la casa; algo en mí me exigía hacerlo. Supongo que es como ver un funeral de cuerpo presente, ver el cadáver para crearte un recuerdo final, una clausura. Aunque crees que tu cerebro va a entender la muerte y en el momento que llega no hace falta nada más, pues no es así. Hay que ver a esa persona muerta y reemplazar el recuerdo vivo por el recuerdo muerto. O algo parecido.

Si Wyatt y yo nos casábamos, su casa sería mi hogar desde ese mismo día. Pero, si no lo hacíamos, tenía que saberlo lo antes posible para poder organizar otras cosas. Cuando volviera a hablar, teníamos que mantener una buena conversación.

¡Dios, había que ponerse las pilas! Si nos casábamos, sería dentro de veintidós días. ¡Sólo tres semanas! ¡Y ni siquiera había escogido la tela para el vestido! Además, aún tenía que hablar con Monica Stevens y con Sally, y conseguir que Jazz y Sally volvieran a juntarse, y de algún modo buscar sustitutos a todas las cosas que había perdido. ¡No me quedaban semanas suficientes!

Como consejo de amiga, no recomiendo a nadie organizar una boda mientras tengas que enfrentarte a un acosador homicida. Las cosas se complican demasiado, así de sencillo.

Wyatt me había dado instrucciones sobre cómo librarme de alguien que te sigue, por lo que antes de llegar a un lugar que ya habíamos acordado por adelantado -una gasolinera en un rincón a mano izquierda- él giró y me dejó sola. El corazón se me aceleró ante la noción repentina de vulnerabilidad, pero no vi ningún vehículo sospechoso detrás, y con eso me refería a algún Chevrolet blanco. No obstante, tenía coches detrás, lo cual quería decir que no estaba libre de peligro. Ella podría haber cambiado de coche y conducir ahora algo del todo diferente. Maclnnes y Forester estaban inspeccionando el registro de alquiler de Malibus último modelo, pero no era exactamente una labor fácil y por el momento no habían dado con nada. Y mientras tanto, ella podría ir conduciendo un Mazda.

Tuve que detenerme en un semáforo, con el intermitente izquierdo encendido, y esperar a que pasara el tráfico que venía de cara. Cuando giré a la izquierda, también lo hicieron otros tres vehículos. Pero giré a la izquierda de inmediato una vez más para entrar en el aparcamiento de la gasolinera, tomé un atajo y volví a tomar la calle por la que habíamos girado, ahora bien, volviendo por donde había venido. Cualquiera que me siguiera tendría que hacer lo mismo si no quería perderme, y eso se notaría mucho.

Nadie me siguió. Respirando con más calma, continué conduciendo hasta donde me esperaba Wyatt.

Fuimos a casa -a su casa- después de eso.

En el momento en que entré en su garaje, el agotamiento se apoderó de mí. La noche anterior habría dormido tal vez un par de horas, y dudaba mucho que Wyatt hubiera conseguido dormir más. Aparte, los dos habíamos quemado mucha adrenalina. Me senté a la mesa y garabateé: Si no te importa, llama a mamá y a papá y ponles al día de todo. Yo voy a darme una ducha.

Wyatt asintió y me observó mientras yo me iba dando tumbos hacia la escalera. Al llegar arriba me volví de forma automática hacia el dormitorio principal, donde había dormido tantas veces con él.


De hecho, ya me encontraba en el baño de ese dormitorio cuando me percaté de mi error y di marcha atrás para volver al pasillo e ir a lo que ahora consideraba «mi» baño. Tras darme una ducha rápida, lavarme los dientes y ponerme crema hidratante -lo habitual-, cogí su albornoz y me envolví con él, casi literalmente, antes de atarme el cinturón lo mejor que pude para que me quedara bien ceñido. Tío, confiaba en que hubiera sábanas en la cama de la habitación de invitados, porque en caso contrario no tendría energías para hacer la cama y tendría que dormir encima de la colcha.

Pero Wyatt me estaba esperando cuando salí del baño, apoyado pacientemente contra la pared opuesta. Llevaba un par de calzoncillos bóxer azul marino y olía a agua y jabón, lo que me decía que su ducha había sido incluso más rápida que la mía, pero, claro, él no se aplicaba crema hidratante, de modo que en cierto sentido no era una comparación justa.

Levanté mi mano de inmediato, y él sencillamente la cogió y la usó para atraerme. Antes de darme cuenta, me había levantado en sus brazos y me estaba llevando al dormitorio principal.

– No vas a dormir sola -dijo con brusquedad cuando le di con el puño en el hombro y le empujé-. Esta noche no. Tendrás pesadillas.

Lo más probable era que llevara razón en eso, pero soy adulta y puedo aguantar yo sólita mis propias pesadillas. Por otra parte, creo en la conveniencia de ponerme las cosas fáciles a mí misma. Paré de dar golpes y le permití que me depositara sobre la cama tamaño gigante.

Tiró de uno de los extremos del cinturón y la condenada cosa se desató. Albornoces… nunca puedes fiarte de ellos. Estaba desnuda debajo, eso no era ninguna sorpresa; como si fuera a ponérmelo si tuviera algún pijama por allí. Wyatt retiró el albornoz y lo arrojó a un lado, luego se bajó los calzoncillos y se los quitó. Pese a mi convencimiento de que no debíamos tener relaciones hasta que hubiéramos aclarado algunas cuestiones, pese a lo cansada que yo estaba, pese al hecho de que aún estaba enfadada con él por encerrarme dentro del coche patrulla -vale, ya no estaba tan furiosa como antes-, Wyatt desnudo era una delicia para los sentidos, todo hombros amplios y musculatura, y bien dotado.

Cuando se deslizó dentro de la cama, yo tuve que hacer lo mismo para no arrojarme por instinto en sus brazos. Bostezó y estiró su musculoso brazo para apagar la lámpara, sumiendo el dormitorio en la oscuridad. Me apresuré a taparme con las mantas, porque él había seguido su costumbre habitual de poner el aire acondicionado tan bajo como para que se formara permafrost sobre cualquier tejido vivo. Acurrucada bajo la manta y con su calor corporal extendiéndose por la cama para calentarme, me puse de costado y me dormí.

Tenía razón en lo de las pesadillas. Mi subconsciente siempre se ocupaba por mí de las malas situaciones, lo cual es algo práctico. Aunque normalmente, no tenía pesadillas de verdad, sólo ese tipo de sueños vividos y perturbadores, aquella noche experimenté una pesadilla real.

No había ningún gran misterio que explicar, no había simbolismos, sólo una recreación directa de mi terror. Estaba atrapada entre el fuego y no conseguía encontrar la salida. Intentaba contener la respiración, pero el humo negro y grasiento se introducía en mi nariz y boca, en la garganta y los pulmones, y su peso sofocante me oprimía. No podía ver, no podía respirar, y el calor era cada vez más intenso, hasta que supe que eso era el fin, que las llamas estaban a punto de alcanzarme, y luego ardería…

– Blair, chis, te tengo aquí. No pasa nada. ¡Despierta!

Me tenía, como me percaté con los ojos nublados por las lágrimas. Me encontraba en sus brazos, acunada contra su cuerpo cálido, y el fantasma del fuego se desvanecía como algo irreal. La lámpara vertía su tenue luz sobre el dormitorio.

Me relajé con un suspiro, sintiéndome segura por primera vez en muchos días.

– Estoy bien -susurré. Un segundo después caí en la cuenta y le miré pestañeando-. ¡He susurrado!

– Ya te he oído. -Su boca formó una sonrisa-. La época tranquila ya ha terminado, supongo. Voy a buscarte un poco de agua; tosías un poco.

Desenredándose de las mantas y también de mí, fue al baño y regresó con un vaso de agua, que yo sorbí con cautela. Sí, tragar aún dolía. Tras beber un poco, le devolví el vaso y él lo vació de un trago mientras regresaba al baño.

Luego volvió a la cama, me cogió por las caderas y tiró de mí hasta el borde de la cama, justo sobre su voluminosa y poderosa erección.

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