A los veintiún días miré por la ventana de la maravillosa casa victoriana de Roberta y observé a Wyatt delante de la pérgola situada abajo en el soberbio jardín.
– Debería sentarse -dije con cierta ansiedad-. Lleva de pie demasiado rato.
– Toma -dijo mamá obligándome a volverme y tendiéndome los pendientes-. Póntelos.
Me di media vuelta otra vez para mirar por la ventana mientras me metía los pendientes por los agujeros del lóbulo y los cerraba.
– Se le ve pálido.
– Va a casarse contigo -murmuró Siana-, cómo no va a estar pálido.
Roberta y Jenni se echaron a reír a la vez. Lancé una mirada de indignación a Siana y ella estalló en carcajadas también. Durante las tres últimas semanas, lo único que había oído eran chistes sobre cómo me ensañaba a patadas con alguien que ya yacía en el suelo, sobre lo sanguinaria que era, y cosas por el estilo. Incluso Wyatt se había apuntado a las bromas, diciendo que nunca en su vida se había sentido tan seguro como cuando yo le protegí. En un momento dado, papá me dijo, aparentemente serio, que la Liga Nacional de Fútbol había oído hablar de mis cualidades y que había llamado porque quería saber si estaría dispuesta a hacer una prueba como lanzadora en parado. La única que no había hecho bromas era mamá, pero, en mi opinión, eso tenía que ver seguramente con que ella misma habría molido a patadas a cualquiera que hubiera disparado a papá delante de sus narices.
Wyatt había pasado tres días en el hospital. Creo que deberían haberle retenido ahí más tiempo, pero las compañías de seguros dictan los plazos que un paciente puede estar hospitalizado, y al cabo de tres días se fue para casa. El cirujano que le había remendado me dijo que se estaba curando más deprisa de lo que era habitual en el resto de la gente, pero, de cualquier modo, ya me entendéis, cuando a alguien le han hecho un agujero en el pecho, la verdad es que esperas que esté hospitalizado al menos cuatro días, por decir algo. Tres era ridículo. Tres era casi criminal.
Apenas podía arrastrarse por sus propios medios cuando le llevé a casa. Tenía que hacer ejercicios respiratorios, jadeando y resoplando con esa especie de tubo que medía su capacidad pulmonar. Lo estaba pasando mal, y yo lo sabía porque ni siquiera protestaba cuando tenía que darle los analgésicos.
Una semana después del tiroteo, empezó a negarse a tomar la medicación, excepto por la noche, para poder dormir. Al cabo de diez días se negó incluso a eso. El día decimocuarto empezó con la preparación física. Exactamente a las tres semanas de que le dispararan íbamos a casarnos.
No cumplimos con la fecha límite marcada para la boda; no llegamos por dos días, pero fue culpa suya por recibir un disparo, o sea, que tuvo que aceptarlo.
Megan tuvo que permanecer en el hospital más tiempo que Wyatt. ¿A quién le importaba? Todavía no había conseguido que le impusieran una fianza, por lo que había ido a parar del hospital a la cárcel, y ahí estaba. Y por lo que a mí respectaba, podía pudrirse ahí. No me importaba su desdicha o su ruina de vida o su trastorno de personalidad o cualquier otra cosa que su abogado pudiera alegar cuando empezara el juicio. Había disparado a Wyatt y yo todavía soñaba, con satisfacción, que la despedazaba miembro a miembro y luego arrojaba los trozos a una manada de hienas.
Pero, hoy, nada de eso importaba. Hacía un precioso día de octubre, con una temperatura perfecta que se mantenía en torno a los veintiún grados, e íbamos a casarnos. Nuestra tarta nupcial, que nos esperaba en el comedor de Roberta, era una obra de arte. La comida, bien, la comida no era lo que habíamos planeado, porque el servicio de catering nos falló del todo, pero todos los hombres parecían aliviados. Era evidente que el grupo de la testosterona prefería los bocaditos de pollo a los rollitos de espinacas con delicado aderezo. Las flores cortaban la respiración: Roberta se había superado.
Y mi vestido… ah, mi vestido. Era justo lo que había imaginado. La gruesa seda fluía a mi alrededor como el agua, pero sin pegárseme. El blanco cremoso incluía tan sólo un toque de suntuosidad champán en el color, de modo que no acababas de decidir si era color hueso o el más pálido de los dorados. Sin caer de modo alguno en lo vulgar, creo que era el vestido más sexy que había visto en mi vida. Lo único que no tenía claro era si Wyatt estaría en condiciones de apreciarlo de forma adecuada. No habíamos hecho el amor desde el tiroteo, para gran malestar suyo, porque yo no quería someter su cuerpo a tal tensión, pues aún estaba en proceso de recuperación y aquello podía provocar una recaída. Eso hizo que se enfadara mucho; bien, para ser más exactos, le cogió un cabreo de tomo y lomo.
Confiaba en que este vestido le llevara directamente a la locura producto de la lujuria. Y confiaba en que no se viniera abajo con tanta tensión.
Mis preciosos zapatos me dolían sólo un poco. Mientras mantuviera inmovilizado el pie roto, podía andar prácticamente sin dolor alguno. Aun así, estaba decidida a no cojear. El vendaje era transparente y daba la casualidad de que las tiras coincidían casi con total exactitud con sus bordes, así que a menos que alguien se pusiera de rodillas y se quedara mirando mi pie, ni siquiera se veía el vendaje.
La lista de invitados era un poco más larga de lo pretendido. Casi todos los polis que no estaban de servicio -más sus cónyuges o personas importantes- se encontraban abajo en el jardín. También estaban Sally y Jazz, cogidos de la mano, y sus hijos y parejas, a excepción de Luke que se había negado a traer a una novia a la boda, sencillamente por cuestión de principios. La hermana de Wyatt, Lisa, su marido y sus dos niños estaban presentes. Great Bods cerró para esta fecha, porque todos mis empleados estaban invitados. Siana y Jenni habían optado las dos por venir sin pareja porque decían que les daría demasiado trabajo hacer caso a un acompañante. No habíamos dispuesto un lado para los invitados de la novia ni otro para los invitados del novio, sólo se trataba de una gran reunión de amigos que podían sentarse donde quisieran.
– Ya suena la música -dijo mamá. También estaba mirando por la ventana-. Y Wyatt acaba de mirar el reloj por segunda vez.
Antes de que se pusiera impaciente, todas bajamos en tropel al vestíbulo, donde Siana y Jenni me ayudaron a sostener la corta cola del vestido para que no me la pisara y me cayera por la escalera. Mi última tanda de rasguños y rozaduras justo había acabado de curarse, y no queríamos empezar con otra.
Entonces me dieron un beso, las cuatro -mi mamá, mi casi suegra y mis hermanas-, y salieron al jardín para ocupar sus asientos. Nadie iba a acompañarme por el pasillo, ni nadie iba a entregarme al novio. Papá ya había cumplido en una ocasión con su obligación, y eso era suficiente para cualquier hombre. Iba a juntarme con Wyatt por mis propios medios, caminando sola. Y él me estaba esperando, solo.
La música subió de volumen, se volvió más alegre, y yo salí. El vestido ondeaba a mí alrededor y dejaba ver la forma de mi pierna por aquí, la curva de mi cadera por allí, durante un brevísimo instante, antes de volver a ocultarlo todo. El canesú se ceñía a mis pechos como una capa de caramelo a una chocolatina M &M. No cojeé. En absoluto. Para ser sinceros, me olvidé por completo del pie roto, porque Wyatt se había vuelto para observarme caminando hacia él, y sus ojos verdes centelleaban con fuego y luz.
Después de la ceremonia, cuando estábamos los dos juntos de pie cogidos de la mano, mamá se acercó a abrazarnos y darnos un beso. Wyatt le cogió la mano derecha y se la llevó a los labios.
– Si es verdad que dentro de treinta años la novia tendrá el mismo aspecto que su madre… creo que no voy a poder esperar.
Es un hombre listo, mi marido, tal vez demasiado. Con esa sola frase, se había metido a mi madre en el bolsillo, para el resto de su vida.
Y yo la quería en mi bando. A los treinta y ocho días
– ¡No puedo creer que hayas hecho esto! -me ladró Wyatt al oído.
– ¿No puedes creer que haya hecho el qué? -pregunté con aire inocente. Él estaba en el trabajo, igual que yo. Nuestra vida de casados iba viento en popa, gracias; a excepción de unos pequeños detalles.
– ¡Está certificada por un notario!
Esperé, pero no añadió nada más.
– ¿Y? -apunté al final.
– ¡Que sólo los documentos legales tendrían que pasar por el notario! ¡Esto es una lista!
– Pero no le prestabas la menor atención. -Después de que la lista de sus transgresiones llevara tirada encima de la mesa toda una semana sin que le hiciera el menor caso, pues ¿qué se supone que debía hacer?
Que la certificara el notario y se la enviaran por correo certificado, eso mismo.
Budín de donuts Krispy Kreme de Blair
Hay como un centenar de versiones diferentes de esta receta. Sólo lo preparo en ocasiones especiales o cuando quiero hacerle la pelota a alguien, porque es tan dulce que va fatal para la dentadura. Y yo no pongo pasas en el budín, las pasas son algo yanqui, y a mí me parecen bichos.
Para empezar, emplead una fuente de cristal de 32 x 22 cms. El cristal es para que el budín no se pegue. Si queréis usar una fuente de aluminio desechable, entonces supongo que no importa que el budín se pegue.
Sea como fuere, precalentad el horno a 175 grados. Eso es Fahrenheit. No uso Kelvin ni centígrados, porque son demasiado raros, y ya está.
He aquí lo que necesitáis:
2 docenas de donuts glaseados Krispy Kreme, desmenuzados en pequeños pedazos. De hecho, yo prefiero los donuts en forma de rosquilla a los donuts glaseados, porque tienen una textura más parecida al budín de pan de toda la vida, pero que cada cual use sus favoritos. Poned los pedazos en un gran cuenco.
3 huevos batidos. A mí me gustan bien batidos, pero tal vez vosotros prefiráis no batirlos. No los añadáis a los donuts todavía.
1 lata de leche condensada. Añadidla a los huevos y a continuación batidlo todo.
Aromatizante de vainilla al gusto. Añadidlo a la mezcla de leche condensada y huevos. Poned sólo una cucharadita si no queréis que sepa mucho a vainilla. Si os gusta, añadid más. La idea general es hacer el budín a vuestro gusto.
1 barra de mantequilla fundida.
Canela al gusto. Necesita más canela de lo que probablemente penséis, pero empezar con un poco e id añadiendo hasta que sepa bien.
Verter todo esto en el cuenco con los pedazos de donuts y removedlo. Como la mezcla quedará demasiado seca, ahora tenéis que escoger: podéis añadir un lata de macedonia de frutas con el almíbar, que dará suficiente cremosidad al budín -y aunque parezca raro, la macedonia reduce el dulzor- o, si os da repelús la idea de echar macedonia, añadid sólo leche, un poco cada vez, y removedlo, hasta que la textura os parezca bien, no cremosa como un caldo, pero sí lo bastante para que quede tipo masa de pastel con grumos.
Ahora tenéis que elegir otra vez: con nueces pecanas picadas o sin nueces pecanas picadas. A mí me encanta con pecanas. Si decidís usarlas, añadid una taza a la mezcla y removedla bien.
También podéis añadir un poco de nuez moscada, una cucharadita más o menos, si os gusta. Yo normalmente no la uso.
Verter en la fuente y hornear durante 30 minutos. Pinchad con un palillo para ver si está hecho. Si aún no lo está, dejad que se cueza otros cinco minutos y repetid la operación con el palillo. Los hornos son raros; lo que en el mío son 175 grados pueden ser 170 en el del vecino. Y nunca acierto con lo de la altura.
Sacadlo y dejadlo enfriar. Añadid un glaseado si os apetece, luego, ¡al ataque! Si no queréis liaros con un glaseado, pero encontráis el budín desnudo sin nada por encima, entonces comprad unas latas de glaseado precocinado y ponedlo encima. ¿Quién hablaba de sobredosis de azúcar? ¡Anda ya, mamita! Si queréis hacer un glaseado, aquí hay dos recetas:
Glaseado sencillo de Azúcar
2 tazas de azúcar glas
de 3 a 4 cucharadas de leche o agua
Mezclar y batir hasta que quede suave y pueda verterse. Salpicar suavemente sobre el budín. Si no hay suficiente, preparad más.
Glaseado de Suero de Mantequilla
1 de taza de suero de mantequilla
1 taza de azúcar
1 cucharadita de soda
1 cucharadita de maicena
1 taza de margarina
1 cucharadita de extracto de vainilla
Combinar los cinco primeros ingredientes en una cacerola, llevar a ebullición, retirar del fuego. Enfriar un poco, luego añadir la vainilla sin dejar de remover. Verter sobre el budín.
Ya está. ¡Disfrutadlo! -Blair