Tanto hablar había dejado mi susurrante voz hecha polvo, así que paré en la farmacia para comprar un tarro de bálsamo Vicks Vaporub, con la intención de probar qué tal funcionaba. Iba a oler como una pastilla para la tos, pero si esa cosa iba bien para la garganta, no me importaba cómo oliera. Mi intención era mantener la Gran Charla con Wyatt aquella misma noche, por lo que sería de ayuda que, al menos, pudiera hablar.
Iba de camino a la tercera tienda de telas cuando él me llamó al móvil y me dijo que volviera a comisaría. Había pasado a modo teniente: su tono de voz hizo que aquello sonara como una orden, no una petición.
Frustrada, cambié de dirección. Me acordé de mirar para ver si alguno de los coches que venía detrás de mí también cambiaba, pero no, ninguno lo hizo.
No iba a poder montar esta boda a tiempo. Tenía a las diosas de la fortuna en mi contra. Eso tenía que aceptarlo. No sería capaz de encontrar la tela para el vestido, la pastelera no accedería a hacer la tarta nupcial, la empresa de servicios de catering se echaría atrás y todas las flores de seda que en teoría iban entrelazadas a la pérgola sufrirían alguna misteriosa podredumbre de fibra que acabaría con ellas. Wyatt ni siquiera había empezado a lijar y repintar el armazón. Bien podía ahorrarme el desgaste nervioso y tirar la toalla.
Ni por esas tiraría yo la toalla. Había mucho en juego: o bien organizaba la boda o me veía conduciendo hasta alguna capilla para ceremonias rápidas de Las Vegas, si es que nos casábamos.
Esto me estaba volviendo loca.
Cuando llegué a comisaría, el agente Forester vino a buscarme al aparcamiento. Debía de estar esperándome porque dijo:
– Se viene al hospital conmigo. Han dado permiso para mirar las fotos y para revisar la filmación, si aún existe. El jefe de seguridad del hospital está verificándolo ahora mismo.
El asiento del pasajero estaba lleno de libretas, carpetas, informes, una tablilla con sujetapapeles, una lata de Lysol y algunas otras cosas oficiales. Me pregunté para qué necesitaba el Lysol, pero no lo expresé en voz alta. Retiré las cosas del asiento, entré y lo sostuve todo sobre mi regazo mientras me ponía el cinturón. Los expedientes parecían interesantes, pero no tenía tiempo para leerlos. Tal vez hiciera falta parar a poner gasolina o algo así, y entonces podría echarles una rápida ojeada.
En el hospital, Forester dio el nombre del jefe de seguridad y al cabo de unos minutos se reunió con nosotros un hombre bajo y delgado de cuarenta y pico, con el pelo casi rapado y postura erguida, como si no llevara mucho tiempo fuera del ejército.
– Soy Doug Lawless, jefe de seguridad -dijo, estrechándonos la mano con un brioso y firme apretón cuando Forester nos presentó tanto a mí como a él-. Vayamos a mi despacho, señorita Mallory, para ver primero las fotografías en cuestión, y luego la grabación de seguridad si hace falta.
Seguimos a Lawless a una oficina que satisfacía todos los gustos: no era tan grande como para despertar envidias, pero tampoco tan pequeña como para que él pensara que no se le valoraba lo suficiente. He oído decir que la política hospitalaria puede ser feroz.
– Seleccioné yo mismo los expedientes -explicó- y he juntado sólo las fotografías para incluirlas en un archivo aparte y no comprometer de este modo las cuestiones de privacidad. Siéntese ahí, por favor. -Indicó su silla delante de un monitor de cristal líquido y me senté-. Aquí están todas las personas con quienes estuvo en contacto la noche de su accidente -dijo-. Incluye radiología y medicina nuclear, así como el personal de laboratorio. Y recepción, por supuesto.
Durante la estancia en el hospital había estado en contacto con más gente de la que había imaginado. Reconocí varios rostros, incluido el del doctor Tewanda Hardy, quien me dio el alta. Como el cabello es algo que puede cambiarse, no miraba el pelo, sólo las caras, y en concreto los ojos. Recordé que ella tenía unas pestañas muy largas, y que incluso sin una máscara sus ojos hubieran resultado llamativos.
No estaba ahí, estaba convencida de ello, pero volví a repasar las caras ante la insistencia de Forester. Luego negué con la cabeza con la misma firmeza que la primera vez.
– Pasaremos entonces a las grabaciones de seguridad de los pasillos -dijo Lawless-. Lamento que esta planta en particular no tenga vigilancia digital, todavía no, pero estoy trabajando en ello. Urgencias y las áreas de cuidados intensivos sí la tienen, y algunas otras plantas también, pero ésta no. No obstante, nuestra calidad de grabación es buena.
Bajó las persianas de las ventanas para que la habitación quedara a oscuras. La cinta ya estaba dentro del vídeo cassette, porque lo único que hizo fue apretar un botón y las imágenes en color aparecieron enfocadas en un segundo monitor.
– La grabación tiene reloj -explicó-. ¿Recuerda más o menos la hora en que esta enfermera entró en su habitación? -Indicó con un boli qué habitación era la mía. En la pantalla, la proporción de las cosas parecía perderse porque las cámaras estaban en el techo, pero las imágenes eran nítidas y claras.
Hice memoria. Siana había llegado a eso de las ocho y media de la mañana, pero aunque mamá tenía una cita, todavía no se había marchado, por lo tanto…
– Entre las ocho y media y las nueve -susurré.
– Bien, es una franja relativamente estrecha. Veamos qué encontramos ahí. -Adelantó la cinta, y la gente empezó a acelerarse pasillo arriba y abajo, entrando y saliendo de habitaciones como chihuahuas anfetamínicos. Detuvo la cinta en dos ocasiones para comprobar el reloj, luego se pasó un poco de la hora y tuvo que rebobinar-. Ahí estamos.
Las cintas de vigilancia son interesantes. Vi a Siana entrando en mi habitación, y les di un momento a Forester y a Lawless para recuperarse de su apreciación silenciosa.
– Aparecerá en cualquier instante a partir de ahora -susurré-. Llevaba una bata rosa.
Y entonces allí estaba, a las ocho y cuarenta y siete minutos.
– Ésa es -dije señalando. El corazón me latió acelerado y con fuerza. No había duda de que era ella, alta y delgada, caminando directa hacia mi habitación para entrar sin vacilar. Aquel cabello de color marrón uniforme; en la filmación se veía como una masa oscura poco natural cayendo sobre los hombros. Llevaba una tablilla sujetapapeles, en la que yo no me había fijado en su momento, pero, claro, tenía una conmoción. El ángulo de la cámara captaba su imagen desde atrás, de modo que no se veía nada bien su cara, sólo un apunte ocasional del ángulo de la barbilla.
Ambos hombres estaban inclinados cerca del monitor, observando la pantalla concentrados como dos gatos a la espera de que un ratón se aventure a salir de su ratonera.
Mamá salió de la habitación, y oí que sus respiraciones se aceleraban y entrecortaban.
– Es mi madre -dije antes de que alguno de los dos tuviera un desliz e hiciera algún comentario masculino que precisara mi intervención.
Luego, a las ocho cincuenta y nueve, la mujer salió de mi habitación, pero el ángulo tampoco facilitaba ver su cara en esta ocasión. O bien la tablilla estaba en medio o tenía la cabeza agachada o iba encorvada.
– Es consciente de las cámaras -dijo Lawless-. Oculta el rostro. No conozco a todos los empleados del hospital, por supuesto, pero no la reconozco. Ojalá recordara su nombre, señorita Mallory…
– No llevaba ninguna chapa identificativa -susurré-, al menos que yo pudiera ver. Recuerdo que pensé que tal vez la llevara enganchada en uno de los bolsillos o en la cinturilla del pantalón.
– Eso va en contra de las regulaciones del hospital -dijo de inmediato. -Las chapas de identificación tienen que estar en un lugar visible, incluida la foto, que puede ir sujeta con un prendedor o imperdible en la zona superior izquierda del pecho. Tendría que investigar más para poder afirmarlo con certeza, pero no creo que esa mujer esté empleada aquí. En primer lugar, no llamó a la puerta, se limitó a entrar; aquí todos los empleados llaman antes de entrar en la habitación de un paciente.
– ¿Podrá conseguir algún otro ángulo de ella? ¿Qué opina? -preguntó Forester-. Tuvo que llegar de alguna manera a la cuarta planta; no se materializaría ahí sin más ni más.
– Tal vez -contestó Lawless-. Sucedió hace una semana. Algunas de las grabaciones, tanto las digitales como las cintas, ya habrán vuelto a regrabarse o se habrán borrado. Si no sucede nada que requiera la apertura de un expediente permanente, pues no lo abrimos. También cabe la posibilidad de que entrara en el hospital vestida con otra ropa bien distinta, con una bolsa, y que se cambiara en uno de los servicios públicos, de modo que aunque la grabáramos entrando o saliendo, no lo sabríamos.
También era posible que llevara el cabello recogido o que usara una gorra de béisbol. Me había hecho ilusiones, pero ahora se derrumbaban por el suelo. Era lista, espabilada, y todavía nos llevaba ventaja. Yo no tenía ni idea de quién era, y este visionado de la cinta no había aportado ninguna respuesta. Tendría que haberme percatado en su momento de que cualquiera que trabaje en un hospital tiene que llevar su chapa de identificación en un lugar bien visible, por cuestiones de seguridad.
– Lamento que no haya sido más productivo -dijo Lawless-. Revisaré lo que tenemos de ese día, pero no soy optimista.
– Al menos ahora podemos calcular su altura y peso -dijo Forester, tomando notas en una de las pequeñas libretas que todos los polis parecían llevar consigo-. Eso nos aporta algún dato más a la descripción. Altura… entre metro setenta y tres y metro setenta y ocho. Peso… entre cincuenta y siete y sesenta y tres quilos.
Dimos las gracias a Lawless y salimos del hospital. Mis pensamientos se aceleraron, porque la probabilidad de que no fuera una trabajadora del hospital no significaba nada… aparte de que trabajaba en otro lugar, por supuesto.
En cuanto me puse el cinturón de seguridad del coche de Forester, y con ese montón de cosas otra vez encima de las rodillas, cogí una de las libretas, la abrí por una página en blanco y empecé a escribir, porque me pareció que podía ser una buena idea compartir con el policía mis pensamientos sobre los coches alquilados, y porque quería proteger mi voz.
– ¿No mejora la voz? -preguntó mientras se ponía también el cinturón.
Asentí y levanté la mano izquierda, con el pulgar y el índice separados entre sí un par de centímetros.
– Un poco, ¿aja?
Volví a asentir y continué escribiendo. Cuando ya había acabado, arranqué la página y se la tendí. Leyó y condujo al mismo tiempo, mirando la nota con el ceño fruncido, y no entiendo por qué, pues había empleado una letra bien clara, sin una sola fioritura ni un corazoncito de los que se usan como punto para la i. En fin, yo nunca empleaba esas cosas.
– Piensa que tal vez haya estado cambiando de coche de alquiler, ¿aja? ¿Qué le hace pensar eso?
Escribí un poco más; luego le di la página.
Leyó lo que acababa de escribir, desplazando la mirada a toda velocidad de la calle a la hoja de papel.
– Mmm… -dijo.
Mi hipótesis consistía en que, si ella no trabajaba en el hospital, entonces por lógica la única manera de que supiera que yo estaba en un hospital era que hubiera llamado para preguntar si había ingresado. Pero, ¿por qué iba a ocurrírsele hacer eso a menos que hubiera sido la persona responsable de que yo estuviera ahí? Por lo tanto, por lógica, tenía que ser la conductora del Buick.
Le escribí otra nota. Recordaba con claridad haberle contado a esa enfermera que Wyatt era poli y que estaba repasando las grabaciones de seguridad del aparcamiento para intentar conseguir la matrícula del coche que casi me había atropellado. No, no le había dicho que era policía, no exactamente, pero ¿quién más iba a revisar cintas de seguridad y conseguir matrículas? Y cuando ella comentó que tenía que estar bien tener un novio policía, yo no la corregí, de modo que indirectamente se lo había confirmado.
En cualquier caso, Wyatt no había sido capaz de sacar ninguna información útil de la cinta, pero ella no lo sabía. Por lo tanto, había cambiado de coche, había cambiado a un Chevrolet blanco. Y ahora hacía un rato que no veía ningún Chevrolet blanco, o sea, que era posible que condujera otra cosa, lo que para mí significaba que o bien tenía acceso a un montón de coches usados o bien los alquilaba en una agencia.
Forester sonrió cuando acabó de leer mis notas.
– Piensa como un poli -dijo con aprobación, y yo me sentí tan orgullosa con el cumplido que me sonrojé.
Cuando regresamos a jefatura, insistió en que entrara con él, de modo que subimos en el ascensor hasta lo que yo pensaba que era la planta de los policías. Supongo que técnicamente todas las plantas lo eran, excepto aquellas en las que estaban las celdas, pero la planta a la que yo me refería era donde de hecho los polis realizaban su trabajo.
Me fui con toda naturalidad a la oficina de Wyatt, mientras Forester se acercaba a su escritorio. La puerta de Wyatt estaba abierta y él me indicó que entrara. Estaba hablando por teléfono, recorriendo el pequeño despacho de un lado a otro, sin la chaqueta y con las mangas de la camisa enrolladas como era habitual. Me detuve un momento en la puerta, admirando su culo mientras andaba, porque Wyatt tiene un culo de lo mejorcito, y yo aprecio el arte allí donde lo encuentro. En este caso, en sus pantalones.
Se le veía un poco sudoroso, pensé, como si no hubiera estado aquí en la oficina en todo ese rato. De hecho, parecía que acabara de volver. Hacía un buen día, lo bastante cálido como para que un hombre sudara con la chaqueta del traje puesta, por lo tanto había salido para presentarse en la escena de algún crimen, fuera donde fuera. Por eso Forester había venido conmigo al hospital en vez de él, porque estaba disponible y Wyatt no. De hecho, le habría tocado ir a Forester de cualquier manera, pero Wyatt se tomaba un interés especial por mis casos.
Advirtió que yo aún seguía en pie junto a la puerta y, para solventarlo, se sujetó el teléfono contra el hombro, sosteniéndolo con la cabeza inclinada, mientras me metía dentro de la oficina con una mano y cerraba la puerta con la otra. Yo podía oír la voz de un hombre que no paraba de rezongar al otro lado del teléfono. Sin soltar mi brazo, Wyatt cogió el teléfono con la mano derecha y lo sostuvo contra el muslo mientras inclinaba la cabeza y me daba un profundo beso.
Estaba claro que además olía un poco a sudor; desprendía un calor húmedo, y eso fue suficiente para que yo tuviera un recuerdo fugaz de nuestra sesión amorosa de la noche anterior y de la intensidad ardiente y sudorosa. Me agarré a sus costillas y puse un poco de mi parte en aquel beso. Vale, puse un mucho de mi parte: me fundí con su cuerpo, pegada a él, verificando de forma automática el estado del geiser Oíd Faithful. Se apartó de mí con un pequeño gruñido y los pantalones abultados. Su ardiente mirada verde prometió: Mas tarde. Luego me dio una palmadita en el trasero y volvió a ponerse el teléfono en el oído. Después de escuchar un segundo o dos, dijo:
– Sí, señor alcalde -mientras volvía a sentarse.
Yo estaba sentada recatadamente sobre un lado del escritorio y Wyatt permanecía recostado hacia atrás en su propia silla cuando Forester llamó a la puerta un momento después. Bien, no supe que era Forester hasta que me levanté a abrir la puerta, pero era él. Wyatt le hizo un ademán para que entrara también. Forester tenía los ojos muy brillantes y llenos de expectación.
Al final Wyatt fue capaz de librarse del teléfono y lo colgó con un golpe seco, con la atención ya centrada en Forester.
– ¿Qué habéis encontrado?
– Ella aparece en la grabación, pero no entre las fotos de los empleados. Debido a ciertos comportamientos y a la falta de foto identificativa, Lawless, el jefe de seguridad, cree que no es una empleada del hospital. Por lo tanto, no tenemos su identidad, con lo cual volvemos a empezar de cero… casi. -Forester me dirigió una mirada fugaz-. Blair ha dado con una teoría que en mi opinión tiene sentido, aunque tenemos tan poca información que no creo que dispongamos de material suficiente para cotejarla. -Dejó mis notas sobre el escritorio de Wyatt.
Wyatt se apresuró a leerlas por encima, me dirigió una rápida ojeada y dijo:
– Estoy de acuerdo, lo más probable es que condujera el Buick, lo cual significa que aquel incidente no fue un repentino ataque de furor al volante, sino una tentativa intencionada de asesinato. Pero podemos verificar la información de las agencias por las fechas. Las agencias de alquiler coinciden en muchos de los modelos de coches que alquilan, pero no todas tendrán Buicks disponibles. Descubre cuáles los tienen. Si está usando coches de alquiler, tuvo que devolver el Buick beige el viernes pasado y haber alquilado el Chevrolet blanco el mismo día, pero dudo mucho que usara la misma agencia. Creo que iría a otra. Puñetas, hay un montón en el aeropuerto, una tras otra. Si es lista, habrá devuelto el Chevrolet blanco para alquilar otro modelo el miércoles, antes de provocar el incendio. Y puesto que Blair sobrevivió a eso, yo diría que también devolvió ese vehículo ayer. Por lo tanto, ahora ya estará conduciendo otro modelo, y nosotros no disponemos de la más mínima pista sobre lo que tenemos que buscar.
Forester estaba tomando notas, escribía con rapidez y se paró en una ocasión para rascarse la barbilla.
– Puedo conseguir que las agencias de alquiler me den los nombres de todas las mujeres que alquilaron vehículos en esas fechas concretas. Si alguna de ellas se presentó en dos ocasiones, yo diría que tendremos a la persona que nos interesa.
Wyatt hizo un gesto afirmativo.
– Ponte a ello. No nos queda mucho tiempo hoy si se diera el caso de que alguna de las agencias pusiera pegas y tuviéramos que pedir una orden judicial. -Para investigaciones rutinarias como ésa, la mayoría de jueces no se tomarían la molestia de firmar una orden durante el fin de semana. Habría que esperar hasta el lunes.
Forester dirigió una mirada a la puerta, y por ella apareció una de las agentes femeninas con los ojos muy excitados fijos en mí.
– Señorita Mallory -dijo efusiva, alzando la voz lo suficiente como para atraer la atención de todo el mundo en la planta-. ¡Qué emoción conocerla! ¿Me firmaría su autógrafo aquí, por favor? Quiero pegarlo en el vestuario de mujeres.
Me tendió una hoja de papel con los bordes irregulares, mientras un gentío se formaba tras ella, asomándose desde la puerta al interior de la oficina. Yo casi podía notar el regocijo general que se acumulaba ahí.
Cogí automáticamente la hoja de papel, la miré y la reconocí de inmediato. Era una de las notas que había escrito mientras permanecía encerrada en el coche patrulla de DeMarius Washington, una de las hojas que había pegado a la ventanilla con chicle. Pero ¿qué hacía ahí?
Recordé por un momento a DeMarius hojeando las notas y sonriendo, y a Forester haciendo lo mismo. Uno de ellos debió de birlar esta hoja en concreto en vez de meterla en mi bolso con las otras.
– Veamos eso -dijo Wyatt, resignado. Reconocía una encerrona nada más verla.
Forester, muy servicial, me quitó la nota de la mano y la puso encima del escritorio de Wyatt, mientras todo el mundo reunido al otro lado de la puerta estallaba en una risa escandalosa.
Escrito en letras mayúsculas muy grandes, que yo había repasado varias veces para que quedaran más resaltadas, aparecía lo que yo pretendía que fuera un coup de grace asestado a todos los gilipollas que no me habían dejado salir de aquel apestoso coche patrulla:
EL TAMAÑO SÍ IMPORTA