Capítulo 10

Wyatt me dedicó una mirada de asombro y luego estalló en carcajadas sujetándose los costados como si la idea de practicar sexo tántrico fuera la cosa más hilarante que hubiera oído en su vida. Aullaba de risa y las lágrimas surcaban sus mejillas. Dejó de reírse unos pocos segundos, luego me miró la cara y empezó una vez más. Acabó desplomado en el sofá, todavía riéndose.

Yo continué un rato levantada con los brazos cruzados dando golpecitos con el pie, muy suaves. ¿Qué carajo le hacía tanta gracia? Empecé a impacientarme. Me gustan los chistes como a todo hijo de vecino, pero primero hay que saber de qué va la cosa. Luego empecé a hartarme, porque no paraba de señalarme con el dedo, para reanudar enseguida las carcajadas alborozadas. Al final me enfadé.

Primero, dejadme explicar que si los zarándeos duelen, lo de andar resueltamente es algo que ni te planteas. Tuve que contentarme con caminar, nada más, pero con actitud, para acercarme y fulminarle con la mirada.

– ¿Vas a parar? -grité, considerando en serio la posibilidad de pellizcarle-. ¿Qué te hace tanta gracia? -No me estaba saliendo con la mía, y eso no estaba incluido en mi lista de cosas favoritas. Era evidente que se me había pasado algo por alto, y Wyatt es un experto en descubrir lagunas o en hacer caso omiso de lo que yo le digo. En retrospectiva, tenerle preocupado por el tema de las flores para la boda no parecía nada mezquino.

– Tú… -empezó, casi sin aliento, secándose las lágrimas de los ojos.

Se sentó y alargó el brazo para cogerme, pero me apresuré a retroceder para que no me alcanzara. No puedo oponer resistencia si él me toca, porque me distrae. Juega sucio, se aprovecha de mis puntos flacos y busca directamente mi cuello, como Drácula concentrándose en una vena abierta. Pasa de mis pechos, pues que me los toquen no me afecta en nada. Pero, tío, oh, tío, mi cuello es mi zona erógena estrella, y Wyatt lo sabe.

– Qué contenta estoy de que me encuentres tan divertida.

Quise hacer un mohín, pero también quería darle una patada. Como advertiréis, tenía pensamientos violentos, pero no los ponía en práctica. No soy una persona violenta, vengativa tal vez, pero no violenta. Tampoco soy estúpida. Si alguna vez me pongo violenta con alguien, no va a ser con un tío atlético y musculoso que me saca veinticinco centímetros de altura y pesa cuarenta kilos más que yo, si no más. Y eso, si tuviera alguna oportunidad.

Empezó a sacudir los hombros otra vez.

– Es sólo… sólo la idea de…

– ¿De que algunos hombres crean que el placer de su pareja es más importante que el suyo? -Era indignante que se riera de eso, a mí me parecía una gran idea.

Negó con la cabeza.

– No, no es eso. -Respiró hondo, con los ojos verdes brillantes de regocijo y lágrimas-. Es sólo que… De repente sales con esta idea como una manera de vengarte, porque piensas que me volvería loco de frustración.

– ¿Oh? ¿Quieres decir que no va a importarte? -No podía creerle. Conozco a Wyatt, y «cachondo» es su segundo apellido. No lo digo literalmente, por supuesto, aunque ¿no sería interesante ver eso en su partida de nacimiento?

Se puso de pie con movimientos perezosos y enganchó mi cintura con su brazo antes de que yo pudiera salir pitando. Mis reacciones eran más lentas que de costumbre, porque debía tener cuidado, y él se movía con la gracilidad rápida de un auténtico atleta. Me acercó más a él y me rodeó también con el otro brazo, luego me puso de puntillas para que mis caderas quedaran a la altura de las suyas. Tenía una erección, por supuesto… vaya sorpresa ¿eh? El veloz cosquilleo que provocó en mi interior tampoco era ninguna sorpresa.

– Me importaría -contestó arrastrando las palabras- si llegara a suceder. Imagina la situación: yo encima de ti, estamos desnudos, tú me rodeas la cintura con las piernas y yo te beso el cuello. Llevo follándote digamos que veinte minutos o así.

¿Veinte minutos? Tío, tenía que dar el aire acondicionado, porque la temperatura en la vivienda de repente era demasiado alta. Ahora el cosquilleo se había trasladado a mis pezones, porque aunque no me guste demasiado que me los toquen, no son insensibles. Sentí el hormigueo casi en todas las partes de mi cuerpo y entendí que eso significaba que tenía problemas.

Wyatt inclinó la cabeza para bañar mi cuello con su cálido aliento mientras besaba el hueco de debajo de la oreja. Por algún motivo yo no pude aguantar el equilibrio, así que tuve que agarrarme a sus hombros para continuar derecha; sólo que aquello no funcionó en realidad, porque yo no estaba exactamente erguida, pero de todos modos seguí agarrándome.

– Tú no serías capaz de impedir que yo me corriera -murmuró cubriendo de besos el lado del cuello-. Ni siquiera se te ocurriría algo así.

¿Ocurrírseme el qué?, me pregunté de modo confuso, luego centré de nuevo mi mente errante en la cuestión que me planteaba. Veis, esto es lo que siempre hace cuando nos estamos peleando, distraerme con cuestiones sexuales. Admito que en alguna ocasión he iniciado de modo intencionado una discusión porque me gusta su manera de pelear; no soy estúpida. El problema es que emplea las mismas tácticas también en las ocasiones en que yo voy en serio. Le gusta ver mis dificultades para resistirme a él, porque tampoco es estúpido.

Cuando llevemos juntos un par de años supongo que la intensidad se desvanecerá y tendremos que encontrar otra manera de resolver nuestras discusiones, pero hasta que llegue ese momento, la mejor manera de responder al fuego era una acción defensiva.

Dejé de agarrarle con una de las manos, que deslicé por su hombro, luego por el brazo hasta las costillas, y un poco más abajo, despacio, despacio, dejando que mis dedos se entretuvieran, se detuvieran a frotar, hasta que finalmente di en la diana. Se estremeció cuando le acaricié a través de los vaqueros, mientras él me estrechaba aún más entre sus brazos.

– Dios todopoderoso -dijo con voz tensa, deteniendo su asalto a mi cuello para concentrarse en el asalto que yo estaba realizando. Llevaba unos cuantos días sin ningún alivio, y me imaginé que estaba más necesitado que yo, sobre todo considerando lo generoso que había sido conmigo el día anterior.

Sí, para ser justos, o le correspondía o dejaba de jugar con él. Seamos realistas.

Es probable que nuestros juegos hubieran dejado de serlo y hubiéramos acabado en la cama -o en el sofá- con el intercambio sexual más cuidadoso, sin sacudidas, del que fuéramos capaces, si no hubiera sonado el móvil. Él usaba un tono de llamada real, de lo más anticuado, como el de un teléfono normal y corriente, y en mi estado aturdido pensé que sonaba mi teléfono fijo. Mi intención era pasar de la llamada, del todo, pero Wyatt, en vez de continuar con lo que estaba haciendo, me soltó de inmediato y desenganchó el móvil de su cinturón.

Lo peor de estar liada con un poli son los horarios. No, sería peor que estuviera en la calle expuesto a peligros constantes, pero Wyatt era teniente, por lo tanto ya no se veía metido en asuntos peligrosos, gracias a Dios. Eso también significaba que estaba disponible y podían llamarle casi a cualquier hora. Nuestra ciudad no es un hervidero de delincuentes, pero de todos modos le llamaban una media de tres o cuatro noches por semana, y los fines de semana no eran excepción.

– Bloodsworth -dijo con acento ligeramente cortado, resultado de los años pasados jugando a fútbol en el norte, con la atención ya puesta en la situación relacionada con su trabajo. Yo empecé a apartarme, pero me cogió por la muñeca y me mantuvo sujeta. De acuerdo, o sea, que tal vez no estaba tan concentrado.

– Estaré ahí en diez minutos -dijo por fin, y cerró la parte abatibie del móvil.

– Guárdame el sitio -me dijo, inclinando la cabeza para darme un beso firme, cariñoso, con algo de lengua incluida-. Cuando vuelva, quiero que continuemos donde lo hemos dejado. -Y luego ya se había ido, cerrando con firmeza la puerta de entrada tras él. Unos segundos después oí su Avalanche cobrando vida con un rugido y el ligero ladrido de las ruedas al apartarse disparado del bordillo.

Con un suspiro, me fui hasta la puerta y eché el cerrojo. Sin él aquí para distraerme, tal vez pudiera pensar en alguna manera de simplificar mi futuro inmediato. Quizá sirviera de algo romperme una pierna, porque entonces habría que posponer la boda hasta que me quitaran el yeso. Romperle una pierna a él sonaba incluso mejor. Pero ya estaba bien de cosas dolorosas; quería concentrarme en las cosas buenas, en casarnos, en establecer una rutina común y tener una familia.

Pero en vez de eso, ahora tenía que concentrarme en hacer de consejera matrimonial, un trabajo para el que ni de lejos estaba calificada.

Manipulación, por otro lado… un poco de chantaje emocional por aquí, un poco de culpabilidad por allá… tal vez no se me diera tan mal.

Llamé a mamá.

– ¿Dónde vive Jazz ahora? -pregunté. No le expliqué cuál era el problema, al fin y al cabo ella era la mejor amiga de Sally. Esto era entre Wyatt y yo, nuestra manzana de la discordia particular.

– Con Luke -contestó mamá. Luke era el tercer hijo de los Arledge. Los hijos se negaban a tomar partido, algo que fastidiaba a Sally y a Jazz, pues se sentían del todo incomprendidos, ya que ambos creían que sus actos estaban del todo justificados-. Deduzco que está complicando un poco el estilo de vida de Luke.

Luke era además el más alocado de la panda Arledge. No digo alocado en el sentido de tomar drogas y meterse en líos, sino alocado en el sentido de indómito, poco interesado en sentar la cabeza, y con una vida social que a esas alturas debería de haber dañado de forma permanente su espalda. No tenía que estar nada contento teniendo a su padre viviendo con él.

¿Por qué diablos había escogido Jazz vivir con Luke? Cualquiera de sus otros hijos le habría abierto las puertas de su casa. Matthew y Mark estaban casados y tenían familia, pero también sendas habitaciones para invitados, de modo que no les hubiera resultado tan horrible organizarse. John, el más pequeño, estaba preparando su máster y vivía en una casa alquilada con otros dos licenciados, por lo tanto irse a vivir con él tal vez no hubiera sido tan buena idea. Tammy llevaba casada un año más o menos, y ella y su esposo tenían una gran casa en el campo, pero ningún hijo, de modo que allí también había mucho sitio.

Ahora bien, si lo que Jazz quería era que Sally se preocupara por lo que él pudiera estar haciendo, vivir con Luke era la manera de conseguirlo.

Eso me daba ciertas esperanzas, porque si intentaba poner celosa a Sally, entonces todavía no había dado carpetazo a su matrimonio. De todos modos, supuse que estaba hecho una furia.

Luke estaría más que dispuesto a ayudar, pensé, pues si su padre le estaba complicando su estilo de vida, querría que se machara lo antes posible, ¿y qué mejor manera de conseguirlo que ayudarme? Yo estaba haciendo una buena acción, ¿quién no querría echarme una mano?

Busqué el número de Luke en la agenda, pero luego me lo pensé mejor y llamé a Tammy en su lugar. La identificación de llamadas complica un poco lo de ser taimada, y no quería que Jazz viera mi nombre en el teléfono de Luke, por lo que, necesitaba su número de móvil.

Cuando Tammy me contestó, le expliqué lo que estaba intentando hacer -aunque no el motivo- y pensó que era una buena idea.

– Dios sabe que nosotros no hemos conseguido nada -dijo, cansada, refiriéndose a ella y a sus hermanos-. Mamá y papá son tan testarudos, ha sido como dar cabezazos contra la pared. Buena suerte. -Me dio el móvil de Luke, charlamos un rato más sobre los distintos argumentos que habían utilizado con sus díscolos padres y luego colgamos.

Cuando Luke contestó al móvil, volví a darle la misma explicación.

– Espera -dijo; luego escuché una serie de ruidos que acabaron con el sonido de una puerta al cerrarse-. Ahora estoy fuera, así podemos hablar.

– ¿Jazz? -le pregunté, sólo para asegurarme. No tenía que dar más explicaciones.

– Oh, sí. -Sonaba cansado.

– ¿No desconfiará si sales a hablar al jardín?

– No, últimamente lo estoy haciendo mucho.

– ¿Sabes si está saliendo con alguien? ¿Hace comentarios sobre presentar ya la demanda de divorcio?

– Nada. Está claro que no viviría conmigo si estuviera pensando en engañar a mamá. Y por otro lado, se le revuelve el estómago y vomita cada vez que menciona que ya no viven juntos. Toda esta jod… -Se contuvo antes de que explotara la bomba J- situación es estúpida. Se quieren. No consigo entender qué carajo buscan con este enfrentamiento.

– Se están demostrando lo muy enfadados que están -expliqué. Yo lo entendía en cierto sentido, excepto que estaban llegando a situaciones extremas por dejar claras sus posturas distanciadas.

– Pues también demuestran al mundo que son idiotas. -Estaba claro que Luke no estaba contento con el panorama actual.

Evité contestar a ese comentario pues no quería entrar en el tema de la idiotez. Personalmente, yo estaba de parte de Sally. Luke por supuesto quería que sus padres resolvieran los problemas, pero era un tío; probablemente pensaría que su madre se tomaba la decoración de interiores muy a la tremenda. No estoy segura de que sea posible que alguien llegue a tomarse demasiado en serio la decoración, pero yo no soy un tío.

– ¿Ha comentado Jazz algo que pueda hacer suponer cómo le gustaría que acabara todo esto? ¿Quiere que Sally se disculpe o simplemente que le llame y le pida que vuelva?

– En cierto sentido, es lo único de lo que habla, pero no dice nada nuevo, ¿me entiendes? Es siempre lo mismo, una y otra vez: que intentaba hacer algo agradable por ella y que mi madre se lo echó en cara; que no hubo manera de que le escuchara y luego se volvió loca, etc., etc. ¿Hay algo aprovechable en eso?

Sólo que Jazz aún no valoraba lo duro que había trabajado Sally para buscar y restaurar sus antigüedades.

– Tal vez se me ocurra algo -contesté-. ¿Qué me puedes contar de tu madre? ¿Ha dicho alguna cosa? ¿Cuál es tu punto de vista, como tío, de todo este asunto?

Vaciló, y supe que se esforzaba por ser imparcial y no tomar partido. Luke era un tío majo, pese a sus líos de cama. Por lo que a mí me concernía, sus sábanas podían considerarse propiedad de la comunidad, y con eso me refiero a toda una comunidad. Cuando por fin sentara la cabeza, pensé que seguramente no estaría de más aconsejar a su elegida que quemara las sábanas, porque ese tipo de sorpresas desagradables no pueden evaporarse.

– Más bien entiendo a ambas partes -dijo finalmente, apartando mis pensamientos de los problemas de lavandería-. Me refiero a que sé que mamá trabajó duro en la restauración de los muebles y que le encantan las antigüedades. Por otro lado, papá intentaba tener un detalle con ella. Tiene claro que es un negado para la decoración, así que acudió a una experta y pagó una pequeña fortuna para que le redecoraran el dormitorio.

De acuerdo, eso era interesante; mi vaga idea iba tomando forma. Además, me guardaba una baza en caso de que mi idea no funcionara.

Oí un pitido del móvil que me dejaba saber que había una llamada entrante.

– Gracias, me has sido de ayuda.

– No es nada. Cualquier cosa con tal de que vuelva a casa. Tras decirnos adiós, me lancé a contestar la llamada entrante.

– Hola.

Hubo una pausa, seguida luego de un clic, después un momento de silencio absoluto y finalmente el tono de llamada. Perpleja, comprobé la identidad de la llamada, pero como ya estaba hablando por teléfono, no se había registrado. Me encogí de hombros mentalmente. Si de verdad querían hablar conmigo, ya volverían a llamar.

Pasé el resto de la tarde aburrida hasta lo indecible. No tenía ningún libro que me muriera de ganas de leer y, como era domingo, por supuesto no había nada interesante en la tele. Jugué un rato en el ordenador. Miré zapatos en la website de Zappos y compré un par de botas azules llamativas de verdad. Si alguna vez me daba por hacer baile en línea, ya tenía qué ponerme. Miré algunos cruceros, por si acaso surgía la ocasión de ir de luna de miel en algún momento, aunque por ahora este año no parecía posible. Luego puse en el buscador «control de natalidad», para ver cuánto tardaría mi cuerpo en recuperar la normalidad después de dejar de tomar la pildora; quería calcular en lo posible el nacimiento de mis bebés para tenerlos en meses cuyas piedras simbólicas me gustaran. Las madres tienen que pensar en cosas así, ya sabéis.

Una vez agotado mi interés por mirar cosas online, intenté encontrar algo que ver en la tele. Con franqueza, no se me da bien lo de ser una dama ociosa. La inactividad prolongada me estaba consumiendo, y sentía que mis músculos estaban agarrotados o entorpecidos. Ni siquiera podía hacer yoga porque no molaba en absoluto doblarse en mis circunstancias, pues el aumento de la presión me provocaba un dolor de cabeza atroz. En vez de ello, hice un poco de tai chi, que me permitió estiramientos fluidos que aliviaron un poco la sensación de agarrotamiento, pero sin llegar al nivel que alcanzo cuando hago tandas de ejercicios duras de verdad.

Wyatt no vino a casa a cenar, pero en realidad no le esperaba. Me he visto en medio de investigaciones en el lugar de los hechos y ahí nadie parece tener prisa, algo que puede estar bien cuando intentas recoger pruebas y tomar declaración, supongo. Si volvía para la hora de dormir, no me quejaría. Calenté en un momento una cena congelada, y llamé a Lynn mientras comía para confirmarle que mañana volvía al trabajo. La noticia la alegró, porque el domingo y el lunes son sus días libres habituales. Después de haber hecho turno doble el viernes y el sábado, necesitaba su descanso.

Y puesto que los lunes son siempre días largos para mí -me encargo tanto de abrir como de cerrar Great Bods, es decir, estoy allí desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche- yo también necesitaba descansar bien esa noche. Pese a no haber hecho otra cosa que estar tumbada tres días, me sentía cansada, o tal vez el motivo era no haber hecho otra cosa que estar tirada. A las ocho subí al piso de arriba y me di una ducha; luego me sequé con cuidado el pelo.

Cuando Wyatt estaba fuera podía concentrarme, así que cogí la libreta y me senté a seguir confeccionando mi lista de sus transgresiones. Pensé en todas las cosas que había hecho para molestarme, pero me pareció que «Reírse de mi idea de practicar sexo tántrico» no tenía garra suficiente. Era preocupante que la hoja de papel continuara en blanco tanto rato. Dios Santo, ¿me estaba ablandando? ¿Estaba perdiendo destreza? Hacer listas de transgresiones era una de mis mejores ideas de todos los tiempos, y ahora que no se me ocurría una sola cosa que apuntar, me sentía como debió sentirse Davy Crockett en el Álamo al quedarse sin balas: así como «Bien, mierda. Y ahora ¿qué?»

No es que fuera lo mismo, en absoluto, porque Davy Crockett acabó muerto, pero ya sabéis a que me refiero. Por otro lado, ¿qué otra cosa puedes esperar si decides luchar a muerte? Pues te mueres. Eso es lo que significa la parte de «luchar a muerte».

Bah, no hay para tanto. Y sin desmerecer para nada al viejo Davy.

Bajé la vista al papel y suspiré. Al final escribí: «Amenazó con mearme encima». Vale, ya sé que eso era más gracioso que irritante. Solté una risita al leerlo, por lo tanto supe que no iba a servir en absoluto.

Iba a arrancar la hoja y empezar de nuevo, pero al final decidí dejarla. Tal vez sólo era cuestión de cogerle el punto; tenía que empezar por algún lado. A continuación escribí: «Se niega a negociar».

Oh, tío, era penoso. En realidad me había hecho un favor al negarse a negociar la cuestión del apellido, porque ahora él era mi dueño. Taché ese apunte.

¿Y qué tal, «Preparar nuestra boda pierde la gracia por lo mucho que me presiona»? No, eso era demasiado largo.

Mi inspiración se había agotado. Con letras grandes y clavando el boli en el papel, escribí: SE BURLA DE QUE TENGA LA REGLA.

Toma. Si con eso no cavaba su propia fosa, no sé cómo lo conseguiría.

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