Capítulo 28

– El tamaño sí importa, ¿aja? -gruñó Wyatt cogiéndome por la cintura cuando aquella tarde entró en casa apenas cinco minutos más tarde que yo. Me había escapado de su oficina en medio de aullidos de risa y me había ido derecha a la tercera tienda de tejidos donde -tachan tachan- encontré mi tela. Me puse tan contenta y sentí tal alivio que ni siquiera había discutido el precio, que era excesivo, pero claro, no consigues tejidos de calidad a dólar noventa y nueve el metro. Mi botín descansaba ahora a salvo en el maletero del coche de alquiler, e iba a llevarlo a casa de Sally por la mañana. Ella tenía intención de trabajar en el vestido todo el fin de semana.

Ahora tenía que ocuparme de Wyatt.

– Pues claro -conseguí soltar jadeante entre besos voraces. ¿Qué? ¿Esperabas que mintiera?

– Entonces, qué bien que mis medidas sean las adecuadas para tenerte contenta. -Me desabrochó instantáneamente los vaqueros y ya me los estaba quitando.

Y lo dejó claro, oh, por supuesto que sí. Él lo sabía, también, y me lo demostró una y otra vez. Al menos en esta ocasión me llevó al sofá, en vez de clavarme sin más al suelo como en más de una ocasión.

Y luego se demoró, acariciándome aquí y allá, observando mi cuerpo mientras me sujetaba las caderas con sus fuertes manos.

– Se nota la diferencia -dijo con voz ronca-. Nada de control de natalidad. Esto es otra cosa.

Así era. No una diferencia física, sino mental. Puesto que el cerebro es la zona erógena más importante… guau. Todo quedaba realzado, intensificado, y eso que entre nosotros el sexo ya era bastante intenso por lo general.

Luego se quedó echado pesadamente sobre mí, acariciándome la cadera distraídamente como hacía a menudo. Aturdida, me percaté de que no se había desvestido, aunque se las había ingeniado para quitarme la ropa de cintura para abajo. Todavía llevaba la chapa enganchada al cinturón, que me rozaba muy cerca de donde yo no quería que me rozara; muchísimas gracias. Y noté también esa gran automática negra pegada de forma alarmante a mi muslo interior izquierdo.

Me retorcí debajo de él.

– Aún vas armado -protesté.

– Sí, pero no está cargada.

Le empujé los hombros.

– La placa… cuidado, ¡ay!

Deteniéndose varias veces para besarme, se apoyó en el cojín en el que yo estaba tendida y se apartó de mí con cuidado. Desde el punto de vista logístico, esto no había estado muy bien organizado, y ahora teníamos que ocuparnos de las cuestiones prácticas, ya sabéis a qué me refiero. Gracias a Dios el sofá no era de cuero.

Después de limpiar un poco, preparamos juntos la cena. Antes, él tenía costumbre de salir a cenar, pero desde que estábamos juntos yo llenaba su congelador de material precocinado que sólo había que calentar. Esa noche elegimos lasaña, a la que añadimos una ensalada. Los acompañamientos de ensalada eran algo que yo había introducido en su frigorífico. Le estaba dando clases sobre comida de chicas.

Tras la cena, había llegado el momento de hacer de tripas corazón. Había estado pensando y escurriendo el bulto, y pensando un poco más, desde el martes por la noche, y no podía posponerlo más. Estábamos manteniendo relaciones sin protección alguna, por el amor de Dios, y aunque prácticamente era imposible que me quedara embarazada, aun así…

– Eso que dijiste -empecé mientras cargábamos el lavaplatos.

– Estaba cachondo. Los hombres somos capaces de decir cualquier cosa a cambio de sexo.

Le fruncí el ceño.

– El martes por la noche, cuando te enfadaste tanto.

Se puso derecho y me prestó toda su atención.

– Has tenido tiempo de pensarlo bien, ¿aja? Vale, adelante, y así podré disculparme una vez más y podremos pasar página.

No era exactamente el tono serio que yo quería. Mi ceño se transformó en una mirada iracunda.

– No es algo de lo que disculparse, es algo que tenemos que plantearnos, sin bromas, para tomar una decisión.

Se cruzó de brazos y esperó.

Confié en que mi voz aguantara toda la explicación. Después del descanso de la mañana, me había vuelto la voz con ese espantoso graznido, que como mínimo tenía sonido. Suspiré y comencé.

– Dijiste que utilizo triquiñuelas tontas, que espero que las pases canutas por mí y que me cabreo si no es así, y que te llamo con cualquier ocurrencia, confiando en que tú vas a ponerte a investigar. También dijiste que requiero muchas atenciones. Bah, todo lo demás queda incluido en la misma categoría. Exijo atenciones, siempre he exigido atenciones y siempre las exigiré. Eso nunca cambiará. No voy a cambiar.

– No quiero que cambies -empezó a decir, alargando el brazo para cogerme, pero yo retrocedí para que no me alcanzara e hice un ademán para que se callara.

– Déjame acabar, porque no sé cuánto me va a durar la voz. No considero que mis triquiñuelas sean tontas, de modo que en eso diferimos. Creo que no espero que las pases canutas por mí, pero yo te antepongo a cualquier cosa, y espero que tú también me antepongas… dentro de lo razonable, por supuesto, y eso nos atañe a ambos. Si te encuentras en la escena de un crimen, por ejemplo, no espero que vengas a ponerme en marcha el coche porque se me haya acabado la batería. Para eso tengo el Automóvil Club.

»Y no te llamo para que investigues cualquier cosilla. En serio. Pero desde luego espero que hagas cosas por mí, como arreglarme algún problema de multas de aparcamiento que haya tenido, aunque no te pediría que me apañaras una multa por exceso de velocidad o que falsificaras un informe ni nada por el estilo, por lo tanto creo que es razonable. Pero al fin y al cabo, es decisión tuya, si continúas o no con este matrimonio. Si tantas atenciones te molestan verdaderamente, y si yo no merezco tanta molestia, entonces deberías dejarlo, ahora. Es probable que sigamos juntos un tiempo, pero deberíamos cancelar la boda.

Me tapó la boca con la mano. Le relucían los ojos verdes.

– No sé si reírme o… reírme.

¿Reírse? Casi me había roto el corazón y finalmente yo había hecho acopio de valor para planteárselo todo, ¿y quería echarse a reír?

Es imposible que los hombres pertenezcan a la misma especie que las mujeres. No, así de sencillo.

Me rodeó la cintura con la otra mano y me aproximó a él.

– A veces me haces enfadar tanto que podría decir cualquier burrada, pero desde que estamos juntos no ha habido un solo día que no me haya despertado sonriendo. Puñetas, sí, merecen la pena todas las molestias. El sexo por sí solo merece la pena, pero si tienes en cuenta también la parte de diversión…

Intenté pellizcarle llena de furia, pero se rió y me cogió la manos, levantándolas para sostenerlas contra su pecho.

– Te quiero, Blair Mallory, pronto Blair Bloodsworth. Quiero todo lo que tiene que ver contigo, incluso todas las atenciones que requieres, incluso las notas que escribes que, por cierto, han calmado por completo el resentimiento hacia mí que mostraban los compañeros mayores. No sé cómo consiguió el hijoputa de Forester robar esa nota sin que yo me diera cuenta, pero ya lo descubriré -masculló.

– No pretendía que la nota fuera graciosa -solté con brusquedad, o eso intenté-. Quería dejar clara mi postura.

– Oh, lo entendí a la perfección, igual que todos nosotros. Estabas echa una furia, enfadada con todos nosotros, y cuando supimos el motivo, tuvimos que admitir que tenías razón. Pero volvería a hacerlo: ponerte a salvo. Haría cualquier cosa por ponerte a salvo. Y bien, ¿cómo se supone que debemos expresar esas cosas unos hombres tan machotes como nosotros? Bien, sí: sacrificaría mi vida para salvarte. La boda sigue en pie. ¿Responde eso a tus preguntas?

No sabía si darle un pellizco, un puñetazo o hacer un puchero. Al final decidí mostrarme enfurruñada. ¡Dios, qué alivio! Wyatt sabía que yo no iba a cambiar y, ¿aun así quería casarse conmigo? Qué bien.

– No obstante, aclárame una cosa -dijo.

Alcé la vista, con expresión inquisitiva, y lo aprovechó para darme un par de besos.

– ¿Por qué quieres que te apañe una multa de aparcamiento y no una multa por exceso de velocidad? Una multa por exceso de velocidad es más cara, te resta puntos del carné de conducir y encarece la prima del seguro.

Me costaba creer que no fuera capaz de ver la diferencia.

– Una multa por exceso de velocidad responde a algo que yo he hecho. Pero ¿una multa de aparcamiento? Discúlpame, pero ¿quién es el dueño de la propiedad municipal? Los contribuyentes, ni más ni menos. ¿Acaso soy la única persona que piensa que no tiene sentido que se le cobre a alguien por aparcar en su propia propiedad, y que luego se le multe si está demasiado rato? Eso es poco americano. Es de lo más… de lo más fascista…

Esta vez no empleó la mano para callarme. Esta vez empleó la boca.

Загрузка...