Capítulo 8

La cena de esa noche fue silenciosa. Henry llevaba puesto su nuevo vestido amarillo, y Dunford la elogió acerca de él, pero más allá de eso fueron incapaces de conversar.

Cuando terminó de dar los últimos mordiscos a su postre, Dunford pensó que nada le gustaría más que retirarse para su estudio con una botella de whisky, pero después de observar la expresión afligida de Henry en la cena, se dio cuenta de que iba a tener que hacer algo para reparar su falla. Colocando sobre la mesa su servilleta, él se aclaró la voz y dijo,

– Pensé que podría beber un copa en el salón. Ya que no hay señoras aquí con quienes puedas retirarte, me sentiré honrado si te unes a mí.

Los ojos de Henry fueron a su cara. ¿Sin duda alguna él no estaba tratando de decirle a ella que la veía, como a un hombre?

Nunca me lo han pedido antes. No sé que hacer.

Dunford se detuvo.

– Sabes. Cada grupo, en la nobleza lo hace.

Henry lo siguió con los ojos cuando pasó alrededor de la mesa para mover su silla. Él era tan bien parecido, tan pero tan bien parecido, y por un momento había pensado que la quería. O al menos había parecido eso. Y ahora… Ahora no sabía qué pensar. Se puso de pie y notó que él la miraba impaciente.

– Nunca he hecho eso, no es costumbre aquí, -dijo.

É estaba esperando su respuesta acerca de irse al salón.

– ¿Hizo Carlyle una reunión o banquete, alguna vez?

– Pocas veces, en verdad, Aunque no veo lo que tiene que ver eso de ir al salón… o a un cuarto con los caballeros.

Él la miro curiosamente.

– Tras un “gran cena” es usual que las señoras se retiren a la “sala de estar” mientras los caballeros se permiten ir a la sala a beber".

– Oh.

– ¿Sin duda no desconoces esa costumbre?

Henry se sonrojó, dolorosamente consciente de su falta de brillo social.

– No lo sabía. Qué mal educada has debido creer que soy, cuando la semana pasada me demore en la cena. Te dejaré ir ahora. -Caminó algunos pasos hacia la puerta, pero Dunford atrapó su brazo.

– Henry, -dijo-, si no hubiera estado interesado en tu conversación, créeme, te lo habría dicho antes. Mencioné el salón, porque pensaba que podríamos disfrutar de una bebida juntos, no porque quisiera deshacerme de tu compañía.

– ¿Qué beben las señoras?

– ¿Discúlpame? -Parpadeó, completamente confundido.

– Cuando se retiran a la sala de estar, -Henry se explicó-. ¿Qué beben las señoras?

Él se encogió de hombros impotentemente.

– No tengo la menor idea. No pienso que beban en sala de estar.

– Eso me parece horrendamente injusto.

Él se sonrió. Volvía a sonar más como Henry, solo a ella podía impórtale ese asunto.

– Puedes discutir conmigo, una vez que haya tomado mi primera copa en sala.

– Si es algo tan atroz, ¿ por qué lo haces, por qué bebes?

– No es un espanto. Es meramente un sabor adquirido.

– Hmmm. -Henry pareció ensimismada por un momento-. Todavía pienso es una costumbre horrendamente injusta, aún si puedo saborear en el salón esa cochina basura.

– ¡Henry! -Dunford estaba consternado con el tono de su voz. Sonaba como su madre.

Ella se encogió de hombros.

– Disculpa mi lenguaje. Estoy nerviosa. Temo que no estoy acostumbrada a tener compañía y a veces fallan mis buenos modales, y hablar contigo no me capacita por mucho, mucho mucho.

La conversación había parecido improbable hasta ahora para el criterio de Dunford, que rompe de regocijo brotando lagrimas de alegría en sus ojos.

– Pero por lo que respecta al salón, -ella continuó-, a mí me parece que ustedes, los caballeros, probablemente tienen un largo y alegre tiempo, cuando las señoras se ausentan, hablando de vino y mujeres y toda esa clase de cosas que llama la atención.

– ¿Más interesante que el licor o las mujeres? -Él bromeó.

– Puedo pensar cerca de cien cosas más interesantes que el licor o las mujeres…

Él se dio cuenta de que con sorpresa que no podría pensar en cualquier cosa más interesante que la mujer que estaba delante de él.

– La política, por ejemplo. Intento leer acerca de eso en el Times, pero no soy tan lista, por que no entiendo una buena parte de lo que está escrito.

– ¿Henry?

Ella alzó su cabeza.

– ¿Qué tiene ver con tomar una copa en la sala?

– Oh. Bien, lo que ponía empeño en explicar es que ustedes los caballeros pasan un buen rato, mientras las señoras tienen que sentarse en un cuarto mal ventilado, de la vieja sala de estar, conversando sobre el bordado.

– No tengo idea de qué hablan las señoras cuando se retiran, -se quejó él empezando a sonreír-. Pero en cierta forma dudo que hablen de bordados.

Ella lo miró con tanta suspicacia que no le creyó en lo más leve. Él suspiró y se mantuvo firme sus manos en su cadera y en tono de burla.

– Como puedes ver, estoy tratando de rectificar esta injusticia invitándote a unirte a mí a tomar una copa esta noche. -Él miró alrededor-. Es decir, si podemos encontrar algo de licor.

– No hay de este tipo de licor aquí en el comedor, -dijo Henry dijo-. De eso estoy segura.

– En la sala de estar en ese entonces. Con los otros licores.

– Vale, intentémoslo.

Él le dejó a ella caminar a la sala de estar, notando con satisfacción lo bien que le quedaba su vestido nuevo. Demasiado bien. Él frunció el ceño. Ella realmente tenia una buena figura, y a él no le gustó la idea de alguien más descubriendo ese hecho.

Llegaron a la sala de estar, y Henry se puso en cuclillas para mirar en un gabinete.

– No veo nada, -dijo-. Aunque, nunca he visto una botella de ese tipo en este cuarto, en realidad no tengo la más remota idea de qué estoy mirando.

– ¿Por qué no me dejas echarle un vistazo?

Ella se levantó e intercambió lugares con él, rozando accidentalmente su brazo contra el de ella. Dunford suprimió un gemido. Esto tuvo que ser alguna suerte de chiste cruel. Henry era la más tentadora improbable imaginable, pero aquí él trataba de resistir ya que quería más que nada tirarla sobre su hombro y llevarla a su cuarto.

Tosiendo ligeramente para enmascarar su incomodidad, se dobló y miró en el gabinete. Ninguna bebida.

– Pues bien, supongo que una copa de brandy dará lo mismo.

– Espero que no estés desilusionado.

Él la miro a ella bien concentrado.

– No estoy tan enamorado del licor, pero estoy devastado por la pérdida de tomar una copa.

– Claro que no, -ella dijo rápidamente-. Nunca tuve la intención de ofenderte. Aunque…

– ¿Aunque qué? -Chasqueó él. Tratando de controlar su temperamento.

– Bien, -ella dijo pensativamente-, debería pensar que alguien excesivamente enamorado del licor sería simplemente el tipo que no le importaría cuál tipo de bebida bebe.

Él suspiró.

Henry se mudó a un sofá cercano y se sentó, sintiendo bastante más como ella misma de lo que estuvo en la cena. El silencio había sido tan difícil. Una vez que él empezó a hablar con ella, se encontró que fue fácil de responder. Estaban de regreso en un territorio familiar ahora.

Riéndose y dedicándose bromas el uno al otro despiadadamente, y ella prácticamente podría sentir su extraviada confianza en sí misma fluyendo de regreso, a través de sus venas.

Él vertió un vaso de brandy y se lo ofreció.

– Henry, -dijo. Se aclaró la voz antes de continuar-. Esta tarde…

Ella apretó el vaso que tenía en la mano tan fuerte que estaba asombrada que no se hiciera pedazos. Abrió su boca para hablar, pero no pudo decir nada. Tragó, intentando mojar su garganta. Para sentirse como sí misma otra vez. Finalmente logró decir:

– ¿Sí?

Él tosió otra vez.

– Nunca debería haberme comportado como lo hice. Yo… ah… me comporté incorrectamente, y me disculpo.

– Réstale importancia, -contestó ella, intentando arduamente sonar despreocupada-. No fue nada.

Él frunció el ceño. Ciertamente había sido su intención poner el beso en el pasado – él había sido ocho diferentes tipos rufián. Por pensar aprovecharse de ella – pero estaba raramente desilusionado de que ella tuviera la intención de desentenderse del asunto completamente.

– Eso probablemente sea lo mejor. -Él se volvió a aclarar la voz- Supongo.

– Dime, ¿está mal tu garganta? Simpy hace un remedio casero excelente. Estoy segura de que ella podría…

– Nada esta mal en mi garganta. Es simplemente una nimiedad… -Él buscaba una palabra para expresar lo que sentía-… es que me incómoda. Eso es todo.

– Oh. -Ella sonrió débilmente.

Era más fácil intentar ser de ayuda que ocuparse del hecho que él se había decepcionado por su beso. O tal vez se había desilusionado porque ella dejo de besarlo. Frunció el ceño. Sin duda alguna él no pensó que ella era el tipo de mujer que haría… ni siquiera podía completar el pensamiento. Mirando hacia el rostro de él nerviosamente, abrió su boca, y sus palabras salieron de forma violenta.

– Estoy segura de que estas en lo correcto. Es mejor, supongo, olvidarse de todo, porque el asunto es que, no quisiera pienses que yo… bien, que soy mmm el tipo de mujer que…

– No lo pienso -él la acalló con voz insólitamente brusca.

Ella lanzó un gran suspiro de alivio.

– Oh, bien. No sé de qué, realmente, tengo miedo.

Dunford supo exactamente qué le ocurría a ella, y supo que era totalmente su falta.

– Henry, no te preocupes…

– ¡Pero me preocupo! Verás, no quiero echar a perder nuestra amistad, y… ¿seguimos siendo amigos, verdad?

– Por supuesto. -Él se ofendió que aún lo preguntara.

– Sé que me adelanto, pero no quiero perderle. A mi en realidad me gusta tenerte como amigo, y la verdad es -Dejó escapar una risa sofocada-. La verdad es, que tú eres precisamente el único amigo que tengo, además de Simpy, pero realmente no es lo mismo, y…

– ¡Suficiente!

Él no podía soportar oír su voz quebradiza, oír la soledad de ella en cada palabra. Henry siempre había pensado que su vida en Stannage Park era perfecta, le había dicho eso en numerosas ocasiones. Pero no se percató de que había un mundo fuera de los limites de Cornualles, un mundo de fiestas y bailes y… Amigos.

Él colocó sobre la mesa su copa de brandy y cruzó el cuarto, conducido simplemente por la necesidad de confortarla.

– No hables así. -Dijo, sorprendido por la severidad de su voz. Tiró de ella en un abrazo cariñoso, apoyando su barbilla sobre la parte superior de su cabeza-. Siempre seré tu amigo, Henry. Pase lo que pase.

– ¿De verdad?

– De verdad. ¿Por qué no iba a serlo?

– No sé. -Ella se apartó lo suficiente para ver su cara-. Un montón de gente parece encontrar muchas razones.

– Cierra la boca, bribona. Eres graciosa, pero ciertamente muy amable no eres.

Ella hizo una mueca.

– Qué hermosa forma de expresarlo.

Él soltó una carcajada cuando la dejó apartarse.

– Y eso, mi estimada Henry, es exactamente por lo qué se te condena.


* * * * *

Dunford se preparaba para dormir más tarde esa noche cuando Yates golpeteó a su puerta. Era usual que los sirvientes entrasen en cuartos sin llamar, pero él siempre había encontrado esa costumbre especialmente poco atractiva, cuando llegaron a la nueva propiedad instruyo a los sirvientes Stannage Park consecuentemente.

Después de la respuesta de Dunford, Yates entró en el cuarto, llevando un sobre más bien grande.

– Esto llegó de Londres hoy, Su Señoría. Lo coloqué en el escritorio en su estudio, pero…

– Pero no entré en mi estudio hoy, -Dunford terminó por él. Tomó el sobre de la mano de Yates-. Gracias por subirlo. Pienso que es el testamento de Lord Stannage. He estado deseando leerlo.

Yates asintió con la cabeza y salió del cuarto.

Demasiado perezoso para levantarse a encontrar un abrecartas, Dunford deslizó su dedo índice debajo del alerón del sobre y rasgó el lacre. El testamento de Carlyle, lo que él había esperado. Buscó en el documento el nombre de Henry, podría leer el resto del largo documento al día siguiente. Por ahora su preocupación principal era que había previsto Carlyle para su pupila.

Él vio la tercera página antes que las palabras "Para Henrietta Barrett" saltó fuera de sí con absoluta sorpresa absoluta, al ver su nombre.

La mandíbula de Dunford cayó. Él era el tutor legal de Henry.

Henry era su pupila.

– Qué he hecho -Dios mío, él era uno de esos aborrecibles hombres que se aprovechaban de sus pupilas. Conocía las murmuraciones sobre hombres viejos lascivos que habían seducido a sus pupilas y luego las habían dejado al mejor postor. Si él había sentido vergüenza sobre su comportamiento en la tarde, la emoción que ahora tenía, se triplicó-. Oh, Dios mío, -susurró-. Oh, Mi Dios.

– ¿Por qué ella no se le dijo?

– ¡Henry! -Bramó.

¿Por qué no se lo había dicho ella?

Se levantó de un salto y agarró su bata.

– ¡Henry!

¿Por qué no se lo dijo ella?

Para cuando llego al pasillo, Henry ya estaba allí, su figura delgada envuelta en una bata de noche descolorida de color verde.

– Dunford, -dijo ansiosamente-. ¿Qué está mal?

– ¡Esto! -Él prácticamente le empujó los documentos en su cara-. ¡Toma!

– ¿Qué? ¿Qué es esto? Dunford, no puedo decir lo que estos escritos son cuando los pones encima de mi rostro.

– Es el testamento de Carlyle, Srta. Barrett, -gruñó-. En el que me nombra tu único tutor.

Ella parpadeó.

– ¿Y?

– Eso te hace mi pupila.

Henry clavó los ojos en él como si una porción de su cerebro acababa de volar fuera de su oreja.

– Sí, -dijo tranquila-, por lo general funciona así.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– ¿Decirte qué? -Henry miró de un lado al otro-. Dunford, creo que no necesitamos tener esta discusión en mitad del pasillo.

– ¿El pasillo?

Él dio media vuelta y caminó al cuarto indicándole que le siguiera. Ella corrió tras de él, sin estar segura que fuera aconsejable ir a su dormitorio, estando los dos solos. Pero la alternativa era discutir en el pasillo, y eso decididamente era poco atractivo.

Él cerró la puerta firmemente, entonces se volvió contra ella otra vez.

– ¿Por qué? -preguntó, su voz contenía apenas rabia él controló furia-, no entiendo.

– ¿Qué yo sea tu pupila? Pensé que lo sabías.

– ¿Pensaste que lo sabia?

– Pues bien, ¿por qué no lo sabias?

Él abrió su boca, luego la cerró. Caramba, la jovenzuela tiene un buen punto. ¿Por qué no lo supo él?

– Pero debías habérmelo dicho, -él masculló.

– Quisiera que fuera un sueño que no lo supieras.

– Oh, Dios mío, Henry, -él gimió-. Oh, Dios Mío. Esto es un desastre.

– Bien, -ella se erizó-, no soy tan terrible.

Él la miró irritado.

– Henry, te besé esta tarde. Te he besado. ¿Entiendes lo que significa?

Ella le miró confusa.

– ¿Qué significa que me besaste?

Él la agarró por los hombros y la sacudió.

– Quiere decir… Cristo, Henry, es prácticamente incestuoso.

Ella atrapó un rizo de su pelo entre sus dedos y comenzó a girarlo en espiral. Quiso con ese movimiento calmar sus nervios, pero su mano fue brusca y fría.

– No sé si lo llamaría incestuoso. Ciertamente no es tanto así como un pecado. O por lo menos yo no pienso así. Y ambos estamos de acuerdo que no va a ocurrir de nuevo…

– Maldición, Henry, ¿no hables? Estoy tratando de pensar. -Él paso su mano a través de su pelo.

Ella se echó para atrás, lo miró enojada, y cerró la boca.

– ¿No lo ves, Henry? Tu ahora eres mi responsabilidad. -La palabra se cayó desagradablemente de sus labios.

– Tienes demasiado buen corazón, -ella masculló-. no soy tan mala, sabes, ¿hasta donde van tus responsabilidades? ".

– Ese no es el punto, Hen. Esto quiere decir… Caramba, quiere decir…

Él dejó salir un ladrido breve de risa irónica. Sólo algunas horas antes había estado pensando que le gustaría llevarla a Londres, presentarla a sus amigos y mostrarle que hay más mundo que la vida en Stannage Park. Ahora parecía que tenia que hacerlo. Él iba a tener que llevarla a la Temporada y encontrarle un marido. Iba a tener que encontrar alguien que la enseñase cómo ser una dama. La miró. Ella todavía se veía bastante irritada con él. Caramba, esperaba que no cambiase demasiado cuando se transformara en una dama. A él le gustaba la forma de ser que tenía.

Lo que le llevó a otro punto. Ahora, más que nunca, era imperativo mantener sus manos fuera de ella.

Ella estaba arruinada para la temporada si se enteraban que estaban viviendo juntos sin acompañante, aquí en Cornualles. Dunford suspiró lastimeramente.

– ¿Qué diablos vamos a hacer?

La pregunta obviamente había sido dirigida a sí mismo, pero Henry decidió contestarla de cualquier manera.

– No sé que vas hacer, -dijo ella, cruzando sus brazos al pecho-, pero yo no voy a dejar hacer cualquier cosa. Cualquier cosa, es decir, de lo que ya he estado haciendo. Tú ya has admitido que estoy excepcionalmente calificada para administrar a Stannage Park.

Su expresión dijo que él la juzgaba irremediablemente ingenua.

– Henry, ambos no podemos quedarnos aquí.

– ¿Por qué no?

– No es correcto. -Él respingó cuando lo dijo. ¿Desde cuándo te has convertido puritano experto en lo que es correcto?

– Oh, de las costumbres la modestia y el decoro. Yo no tengo una pizca, en este caso Aunque tu la tuvieres…

– Me fijé.

– Además. Tiene poco sentido en nuestro caso. Tú posees el lugar, así que no puedes irte, y yo trabajo aquí, así es que no puedo salir.

– Henry, tu reputación…

Sus palabras parecieron darle un ataque de risa.

– Oh, Dunford, -ella se quedó sin aliento, sin borrar las lágrimas de sus ojos-, eso es tan gracioso. Es tan gracioso. Mi reputación.

– ¿Qué diantres está mal con tu reputación?

– Oh, Dunford, yo no tengo una reputación. Buena o mala. Soy tan extraña, que las personas han tenido lo suficiente para hablar sin preocuparse de los hombres se aproximen a mi. Y cómo actúo con los hombres.

– Pues bien, Henry, quizá es hora que comiences a pensar acerca de tu reputación. O como mínimo, adquirir una.

Si Henry no hubiera estado tan perpleja por sus extrañas palabras, podría haber notado la dura voz de él.

– Bien, el punto está sujeto a discusión de cualquier manera, – dijo ella jovialmente-. Has estado viviendo aquí más de una semana. Si lo que te preocupa es mi reputación… mi reputación, estaría en una ciénaga totalmente destruida.

– No obstante, me procuraré cuartos en la posada local mañana.

– ¡Oh, no te hagas el tonto! A ti te importaba dos higos acerca de la impropiedad de nuestras disposiciones, hace mas de una semana que vives aquí. ¿Por qué debiese impórtate ahora?

– Porque, -gruñó él, esforzándose por controlarse-, ahora eres mi responsabilidad.

– Ese es realmente el razonamiento más estúpido que alguna vez he encontrado. En mi opinión…

– Tú no tienes más opiniones, -chasqueó.

La boca de Henry se abrió involuntariamente.

– ¡Mierda! -Ella declaró.

Dunford comenzó a caminar de arriba abajo por el cuarto.

– Nuestra situación no puede quedar como está. No puedes continuar desenvolviéndote como una completa salvaje. Alguien va a tener que enseñarte algunos modales. Tendremos que…

– ¡No puedo creer en tu hipocresía! -Dijo ella precipitadamente-. Estaba muy bien que yo fuera el fenómeno del pueblo cuando simplemente era una conocida, pero ahora que soy tu responsabilidad…

Sus palabras murieron rápidamente, pues Dunford la había agarrado por los hombros y la había inmovilizado contra la pared.

– Si te vuelves a llamar fenómeno o algo por estilo, -le dijo en un tono peligroso-, por amor de Dios que no me responsabilizo de mis acciones.

Aún a la luz de la vela ella podía ver su furia apenas se le veían los ojos, y ella tragó saliva con una dosis saludable de miedo. Aunque nunca había sido muy prudente, ella continuó hablando, en voz muy baja.

– No se refleja muy bien en tu carácter, a ti no te importó mi reputación hasta este punto. ¿O tu preocupación sólo se extiende a tus pupilas y no a tus amigos?

– Henry, -dijo él, un músculo daba brincos en su cuello-, creo que ha llegado la hora de que dejes de hablar.

– Oh, ¿es esa una orden de mi estimado tutor?

Él suspiro profundamente antes de contestar.

– Hay una diferencia entre tutor y amigo, Aunque espero que pueda ser ambos para ti.

– Pienso que me gustabas más cuando eras simplemente mi amigo, -masculló ella belicosamente.

– Espero seguir siéndolo.

– Espero seguir siéndolo, -ella le imitó, tratando de ocultar su ira.

Los ojos de Dunford comenzaron a registrar el cuarto. Cuando su mirada fija cayó sobre su cama, él parpadeó, repentinamente dándose cuenta de lo idiota que había sonado, al sermonearla sobre la ventajas de cuidar de su reputación cuando estaba de pie aquí en su dormitorio, de todos los lugares donde pudieron hablar. ¡ Henry! Él la miró por encima y finalmente advirtió que ella llevaba puesto su bata de noche – su bata de noche.Y que estaba rota, mostraba casi toda su pierna.

Suprimiendo un gemido, volvió a mirarla a la cara. Su boca estaba firmemente cerrada en una línea amotinada, y él repentinamente pensó que le gustaría volver a besarla, más duro y más rápido esta vez. Su corazón golpeaba por ella, y se percató por primera vez de la delgada línea entre la furia y el deseo. Quería dominarla.

Completamente asqueado consigo mismo se dio media vuelta, caminó a grandes pasos a través del cuarto y agarró el pomo de la puerta. Él iba a tener que salir de esa casa rápido. Tirando bruscamente de la pomo la miró y dijo:

– Intercambiaremos opiniones por la mañana.

– Eso espero.

Posteriormente Henry reflexionó que probablemente para mejor que había salido del cuarto antes de oírle a ella replicar. Ella no pensó que él tuviera una respuesta conciliadora.

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