Capítulo 17

– ¿Qué hiciste? -Belle preguntó, con su voz conteniendo un tono sarcástico- ¿Preguntarme si puedo casarme con ella?

Dunford sonrió abiertamente.

– Algo parecido.

– Esto es algo sacado de una muy mala novela, sabes. El tutor casándose con su pupila. No puedo creer que lo estés haciendo.

Dunford no creyó ni por un momento que Belle no hubiera estado activamente trabajando para esto mismo durante varias semanas.

– ¿No lo puedo creer?

– Pues bien, yo puedo, creerte en verdad. Ella es perfecta para ti ".

– Lo sé.

– ¿Cómo te declaraste? Algo tremendamente romántico, espero.

– En verdad no le he preguntado a ella aún.

– No crees que te estás precipitando un poco, -¿Pidiéndole a Ashbourne que nos invite a visitar Westonbirt?

– De ningún modo. ¿Cómo quieres que pueda arreglar algún tiempo a solas con ella?

– Aún no estás comprometido. Técnicamente no mereces cualquier tiempo a solas con ella.

La sonrisa de Dunford era de pura arrogancia propia de los hombres.

– Ella dirá que sí.

La expresión de Belle se volvió irritada.

– Le vendría bien rehusarse.

– No lo hará.

Belle suspiró.

– Probablemente estés en lo correcto.

– De todos modos, por mucho que me gustaría tener una licencia especial y casarme con ella la semana próxima, voy a tener que aceptar un período de compromiso más convencional. La nobleza criticará severamente el hecho de que ella es mi pupila, no quiero que especulen indebidamente acerca de su carácter. Si nos casamos precipitadamente, alguien podría especular sobre la reputación de ella y sobre todo descubrir que estuvimos sin chaperón más de una semana en Cornualles.

– Tú nunca antes te has preocupado demasiado por los rumores de la nobleza, -filosofó Belle.

– Sigo sin hacerlo, -él dijo agudamente-. No para mí mismo al menos, pero no expondré a Henry a cualquier murmuración grosera.

Belle reprimió una sonrisa.

– Pretenderé mis mil libras a toda prisa.

– Las tendrás… gustosamente. Siempre que tú y Blackwood vengais a Westonbirt junto con nosotros. Parecerá más una celebración, si estamos tres parejas allí.

– Dunford, no voy a quedarme con Alex y Emma cuando John y yo tenemos nuestra casa a quince minutos de distancia de allí.

– ¿Pero tu saldrás fuera del país la semana próxima? Significaría mucho tu presencia para Henry.

Y cualquier cosa que signifique mucho para Henry obviamente significa mucho para ti, Dunford. Belle sonrió. Él estaba loco por esa chica, y ella no podía estar más feliz por él.

– Cualquier cosa por Henry, -dijo ella, apretando su brazo cariñosamente-. Cualquier cosa por Henry.


* * * * *

Unos días más tarde Dunford y Henry se despidieron de Caroline para ir a Westonbirt, la hacienda Ashbourne en Oxfordshire.

Dunford había hablado rápidamente pidiéndoles a Alex y Emma que arreglaran una invitación para pasar un tiempo en su casa a sus amigos más cercanos, Dunford, Henry y los Blackwoods, quienes prometieron ir cada día pero pasar las noches en su casa, en la hacienda vecina, Persephone Park.

Los ocupantes del carruaje fueron cuatro, Lady Caroline se rehusó a dejar ir a Henry a menos que su criada y el ayuda de cámara de Dunford actuaran como chaperones durante el viaje de tres horas. Dunford tuvo el buen tino de mantener sus refunfuños para sí mismo; No quiso hacer cualquier cosa para arruinar esa preciosa semana que había organizado para estar con ella. Alex y Emma, como una pareja de casados, eran los correctos chaperones, pero también eran muy románticos. Belle, después de todo, se había encontrado y se había enamorado de su marido debajo de sus vigilantes ojos.

Henry guardó silencio durante la mayoría del viaje, incapaz de pensar en cualquier cosa que quisiera decirle a Dunford delante de los sirvientes. Su mente rebosaba de cosas que quería decirle, pero todo lo que se le ocurría era tan personal ahora, aun hasta el balanceo del carruaje y el color de la hierba afuera. Se contentó con miradas frecuentes, el secreto de saber que él la quería la hacia sonreír, y vio que Dunford era incapaz de apartar la vista de ella durante todo el viaje.

Era media tarde cuando giraron al camino de entrada, flanqueado de árboles en el coche guiado a Westonbirt.

– Oh, es precioso, – dijo Henry, encontrando su voz al fin.

La estructura inmensa se había forjado en la forma de una E, para honrar a la Reina Elizabeth. Henry siempre había preferido las estructuras modestas, como Stannage Park, pero Westonbirt en cierta forma lograba poseer un aire hogareño a pesar de su tamaño. Quizá fueron las ventanas, que destellaron como las sonrisas alegres, o los macizos de flores, que crecían en el abandono descabellado a lo largo del paseo en coche. Cualquier cosa que fue, Henry se enamoró en el acto.

Ella y Dunford bajaron del coche y subieron las escaleras de la entrada principal, siendo recibidos por Norwood, el mayordomo entrado en años de Westonbirt.

– ¿Me veo presentable? -le susurró Henry cuando los hizo entrar a una sala.

– Te ves bien, -él contestó, bastante divertido con su ansiedad.

– ¿No está mi vestido demasiado arrugado por el viaje?

– Claro que no. Y aún si lo estuviera, no tendría importancia. Alex y Emma son amigos. -Él le dio una palmada reconfortante en su espalada.

– ¿Piensas que le agradare a ella?

– Sé que le gustarás. -Él suprimió el deseo de poner los ojos en blanco-. ¿Qué te pasa? Pensé que te entusiasmaba venir a esta región del país.

– Lo estoy. Por eso justamente estoy nerviosa, eso es todo. Quiero agradarle a la duquesa. Sé que ella es una amiga especial para ti, y…

– Sí, lo es, pero tú eres aún más especial.

Henry se sonrojó de placer.

– Gracias, Dunford. El caso es que ella es una duquesa, ya sabes, y…

– ¿Y qué? Alex es un duque, y eso no pareció detenerte para prácticamente hechizarlo. Si Emma os hubiera visto tendría una pelea entre manos.

Henry se sonrojó otra vez.

– No seas tonto.

Él suspiró.

– Piensa lo que quieras, Hen, pero si oigo un comentario preocupado más, tendré que callarte dándote un beso.

Sus ojos se iluminaron.

– ¿De verdad?

Él exhaló y se apoyó la mano en la frente.

– ¿Qué voy a hacer contigo bribona?

– ¿Besarme si Dios quiere? -Ella dijo.

– Supongo que tendré que hacer justamente eso. -Él se inclinó hacia adelante y posó sus labios amablemente contra los de ella, evitando cuidadosamente cualquier contacto más profundo. Sabía que si su cuerpo tocaba cualquier parte de ella, incluso simplemente su mano o su mejilla, sería incapaz de evitar abrazarla y demostrarle toda su pasión. Pero sabía también que en cualquier momento llegarían el Duque y la Duquesa de Ashbourne, y Dunford no tenia deseo particular de ser encontrado in flagrante delicti).

Una tos discreta sonó desde la puerta.

Demasiado tarde.

Dunford se apartó, al ver momentáneamente las mejillas coloradas de Henry cuando él desvió su mirada hacia la puerta. Emma hacia mucho esfuerzo por no sonreír. Alex ni siquiera lo intentaba.

– Oh, Dios mío -Henry gimió.

– No, simplemente soy yo, -dijo Alex afablemente, intentando tranquilizarla-, aunque mi mujer, en más de una ocasión, me ha acusado de confundirme a mí mismo con quién nombraste.

Henry sonrió, muy débil.

– Dichosos los ojos que te ven, Ashbourne, -Dunford masculló, poniéndose de pie.

Alex condujo a su esposa, pesadamente embarazada a una silla confortable.

– Espero que bien, ya que te he esperado por lo menos cinco minutos, -él se quejó en la oreja de Dunford y cruzo el cuarto para saludar a Henry-. Encantador verte otra vez, Henry. Estoy muy feliz de ver que has conquistado a nuestro estimado amigo aquí. Entre nosotros, él no tuvo ninguna posibilidad.

– Yo… Uh…

– Por el amor de Dios, Alex, -dijo Emma-si dices una cosa más para hacerla pasar vergüenza, tendré tu cabeza en una bandeja de plata.

Sólo Henry podía ver la cara de Alex cuando intentó duramente aparentar arrepentimiento, y tuvo taparse la boca con la mano para no soltar una carcajada.

– ¿Quizá te gustaría ser presentada a mi querida, mandona y ruidosa esposa, que está sentada en la silla amarilla? -Él dijo con una sonrisa media extraña.

– No veo a ninguna ruidosa y mandona mujer, -Henry dijo picaronamente, percibiendo la sonrisa de Emma a otro lado del cuarto.

– Dunford, -dijo Alex, cogiendo la mano de Henry y llevándola al lado de su esposa-, esta mujer es más ciega que un topo.

Dunford se encogió de hombros, compartiendo una mirada divertida con Emma.

– Mi linda esposa, -Alex dijo-. Te presento a…

– Soy tu linda, mandona y ruidosa esposa, -Emma dijo impertinentemente, sus ojos brillándole con picardía a Henry.

– Por supuesto. Qué negligente de mi parte. Mi linda madona y ruidosa esposa, te presento a la Srta. Henrietta Barrett de Cornualles, últimamente alojada en la habitación de huéspedes de tía Caroline.

– Estoy encantada de conocerla, Srta. Barrett, -dijo la duquesa, y Henry pensó que era sincera.

– Por favor llámeme Henry. Todo el mundo hace.

– Y tú me debes llamar Emma. Deseo que todo el mundo lo haga.

Henry decidió instantáneamente que le gustaba la joven duquesa de cabellos de fuego y se preguntó a cuenta de qué había estado así de preocupada acerca de conocerla. Ella era, después de todo, la prima hermana de Belle y de Ned, y si esa no era una buena recomendación no sabía que más lo podía ser.

Emma se puso de pie, ignorando las protestas de su preocupado marido, tomó el brazo de Henry, y dijo,

– Estaremos ausentes. Estoy tan ansiosa de hablar contigo, y podemos ser más abiertas sin ellos. -Ella le dio un golpecito a su cabeza con rumbo a los caballeros.

Henry sonrió impotentemente.

– Muy bien perfecto".

– No te puedo decir qué feliz estoy de conocerte, -le dijo Emma tan pronto como alcanzaron el vestíbulo-. Belle me ha escrito todo acerca de ti, y estoy muy emocionada porque Dunford finalmente ha conseguido a su pareja. No pienso que tú no eres encantadora por derecho propio, pero tengo que admitir, en su mayor parte me agradas justamente por que Dunford haya encontrado en ti su pareja perfecta.

– Eres muy sincera."

– Tanto como tú, si las cartas de Belle son indicación de tu carácter. Y no puedo estar más encantada. -Emma sonrió abiertamente a Henry cuando la guió por un amplio corredor-. ¿Por qué no te muestro Westonbirt mientras charlamos? Es una casa preciosa en realidad, a pesar de su tamaño.

– Pienso que es magnífica. De ningún modo excesiva.

– No, -Emma filosofó-, no lo es. Es tan gracioso. Comprendo lo que quisiste decir. Pero de todas formas, me alegro que seas tan sincera. No tengo y nunca tuve ningún interés en la falsedad e hipocresía de la nobleza.

– Ni yo, Su Ilustrísima.

– Oh, compláceme y llámame Emma. No tuve título hasta el año pasado, y todavía no me he acostumbrado a todos los sirvientes oscilando de arriba abajo haciendo reverencias cada vez que paso caminando. Si mis amigos no usan mi nombre de pila, probablemente moriré por demasiada formalidad.

– Estaría encantada de figurar entre tus amigos, Emma.

– Y yo entre los tuyos. Ahora, debes decirme. ¿Cómo se declaró Dunford? Algo romántico, tengo la esperanza.

Henry se sonrojó al mirarla.

– No estoy segura. De eso, él exactamente no me ha preguntado…

– ¿No te lo ha preguntado aún? -Emma barbulló -. Ese pequeño desgraciado intrigante.

– Yo creo que lo hará aquí, -Henry comenzó, al sentir la necesidad de defenderle, aunque no estaba segura que fuera su obligación.

– Sin intención de ofenderte, -Emma dijo rápidamente-. Su delito no es muy grave. Me imagino que quiere que nosotros nos hagamos de la vista gorda si lo dos estáis a solas algún tiempo. Él nos dijo que estabais comprometidos.

– ¿Lo hizo? -Henry dijo inciertamente-. Eso es bueno, ¿verdad?

– Hombres, -Emma masculló-. Todo el tiempo pensando que una mujer se casará con ellos sin molestarse si quiera en preguntarle. Ya sabia yo que él haría algo así.

– Quieres decir, que debo pensar que él va a proponerme matrimonio, -Henry dijo entre sueños-. Y no puedo molestarme por estar muy contenta con eso porque yo quiero casarme con él.

– Por supuesto que quieres. Todo el mundo quiere casarse con Dunford.

– ¿Qué?

Emma parpadeó, como si repentinamente hubiera regresado a a la conversación.

– Excepto yo, por supuesto.

– Bien, tú no podrías, de cualquier manera, -Henry dijo con el rostro un poco contrariado, incapaz por definir claramente que tipo de conversación tenía, y trato de cambiar el tema-. Ya estás casada.

– Quise decir antes de casarme. -Emma se rió-. Debes pensar que soy una gansa, una tonta sin remedio. Normalmente no tengo tanta dificultad en explicar un punto. Es el bebé, pienso. -Palmeó su estómago-. Pues bien, probablemente no es conveniente, que él cargue al hombro la culpa de todas mis peculiaridades.

– Por supuesto, -Henry se quejó.

– Sólo quise decir que Dunford es muy popular. Y él es un hombre muy bueno y atractivo. Tanto como Alex. Una mujer tendría que ser una tonta para no aceptar una propuesta de un hombre así.

– Pero ahí esta el pequeño problema, él exactamente no me ha propuesto nada aún.

– ¿Qué quieres decir exactamente?

Henry giró y examinó rápidamente una ventana, miró afuera un gran patio lleno de bellas flores.

– Él me ha dado entender que nos casaremos, pero no me ha preguntado directamente.

– Comprendo. -Emma atrapó su labio inferior entre sus dientes como si pensase-. Creo que él quiere declararse aquí en Westonbirt. Tenéis más de una probabilidad para estar solos. Él probablemente querrá… besarte cuando te lo pregunte, y no querrá preocuparse de tía Caroline apareciendo rápidamente para rescatarte de un momento a otro.

Henry en particular no quería ser rescatada de Dunford, así es que hizo un sonido inarticulado que daba por supuesto que se encontraba de acuerdo.

Emma echó una mirada de reojo a su nueva amiga.

– Puedo ver por tu expresión que ya te ha besado. No te sonrojes, estoy realmente acostumbrada a tales cosas. Tuve pocos problemas cuando hice de chaperona para Belle.

– ¿Tú fuiste chaperona de Belle?

– E hice un trabajo atroz, también. No sirvo para ese trabajo. Te complacera saber que probablemente seré igual de descuidada contigo.

– Er, sí, -Henry tartamudeó-. Eso, creo. -Miró un sillón rosa-. Vamos por aquí.¿Nos sentamos un momento? Estoy repentinamente muy cansada.

Emma suspiró.

– " te cansé al extremo, ¿ verdad?

– No, claro que no… Bien, -Henry admitió cuando se sentó-, sí.

– Tengo tendencia a hacer eso a la gente, -dijo Emma, sentándose junto a ella en el sillón-. No sé por qué.


* * * * *

Cuatro horas más tarde Henry supo exactamente por qué. Emma Ridgely, Duquesa de Ashbourne, tenía mucha más energía de la que alguna vez había visto a una persona poseer, incluida ella misma. Y Henry nunca había pensado acerca de sí misma como una persona particularmente lánguida.

No era que Emma laboró con energía nerviosa. Realmente era lo opuesto; La pequeña mujer era el epítome de gracia y sofisticación. Simplemente era que todo lo que Emma hacía o decía era expresado con tal vitalidad que sus compañeros se cansaban solo de verla.

Fue fácil de ver por qué la adoraba tanto su marido. Henry esperaba que Dunford un día la amaría con tal devoción.

La cena de esa noche fue un acontecimiento encantador. Belle y John aún no habían llegado de Londres, así que solamente estaban Dunford, Henry y los Ashbournes. Henry, todavía ligeramente desacostumbrada a tomar sus comidas con alguien aparte de los sirvientes Stannage Park, se deleitó en su compañía, temblando de regocijo por las anécdotas que sus compañeros les contaron acerca de su infancia y juventud. Ella también contó algunas historias de su vida.

– ¿Intentaste de verdad coger un panal de un árbol, cerca de tu casa? -Emma se rió, fuertemente palmeando su esternón cuando intentó recobrar su aliento.

– Tengo una pasión feroz por los dulces, -aclaró Henry-, y cuando la cocinera me dijo que no podía consumirlos ese día porque no teníamos suficiente azúcar, decidí solucionar el problema.

– Eso le enseñará a la Sra. Simpson a no ponerte pretextos, – dijo Dunford.

Henry se encogió de hombros.

– Nunca ha vuelto a ponerme pretextos desde entonces.

– ¿Pero no estaban tus tutores terriblemente asustados? -Emma continuó.

– Oh, sí, -Henry replicó muy animada mientras jugaba con su tenedor-. Pensé que Viola iba a desmayarse. Después me castigó encerrándome en mi habitación. Afortunadamente no pudo castigarme mucho, debido a doce picaduras de abeja en mis brazos.

– Oh, querida, -dijo Emma. ¿Estabas asustada tú también?

– No, es asombroso, pero no estaba para nada asustada.

– Henry parece saber cómo tratar a las abejas, -dijo Dunford, intentando arduamente no recordar su reacción cuando Henry fue a la colmena. Sintió una oleada increíble de orgullo cuando la observó desenvolverse con Emma, mientras contestaba otra pregunta acerca de la colmena. Sus amigos querían a Henry. Él había sabido que lo harían, por supuesto, pero todavía le llenó con alegría verla así de feliz. Por lo que debía ser la centésima vez en ese día, reflexionó a solas la maravillosa suerte que tenia al encontrar la única mujer en el mundo obviamente adecuada a él en todos los aspectos.

Ella era maravillosamente directa y eficiente, pero su capacidad pura para amar y entregarse totalmente no tenía comparación; El corazón todavía le dolía cada vez que se acordaba del día en la casa abandonada, cuando ella se lamentó de la muerte de un bebé desconocido. Ella tenia ingenio y sentido del humor similar al suyo; No necesitó oírla hablar para saber que era muy inteligente, estaba justo allí, en el destello plateado de sus ojos. Era terriblemente valiente y perfeccionista; Tenía que intentar vencer todo reto que se le presentara, y conseguir el éxito. Administró prácticamente sola una hacienda de tamaño modesto durante seis años. Y, Dunford pensó, sonriendo a pesar suyo, que ella se derretía en sus brazos cada vez que se tocaban, revolviendo su sangre hasta que se alejaban. La ansiaba cada minuto del día y solo quería mostrarle con sus manos y sus labios la profundidad de su amor.

Lo que sentía era amor. Casi se rió ahogadamente en voz alta allí mismo en la mesa mientras comían. No era extraño que los poetas hablaron así de él.

– ¿Dunford?

Él parpadeó y levantó la vista. Parecía que Alex estaba tratando de hacerle una pregunta.

– ¿Sí?

– Te pregunté, -repitió Alex-, si Henry te ha asustado en forma similar hace algún tiempo en las semanas recientes".

– Si no cuentas sus aventuras continuas en las colmenas de Stannage Park, ha sido el epitome de la dignidad y el decoro.

– ¿De verdad? -Emma preguntó-. ¿Qué hiciste?

– Oh, no fue nada, -contestó Henry, sin atreverse a mirar a Dunford-. Todo lo que hice fue meterme en una colmena y arrancar un panal.

– Lo que hiciste, -él dijo severamente-, casi es picada por cien insectos enojados.

– ¿Metiste en realidad la mano en una colmena? -Emma se inclinó hacia adelante interesadamente-. Me gustaría saber cómo hacerlo.

– No intentarás hacerlo aquí, -Alex, enojado, se dirigió a Henry-, nunca le enseñaras a mi mujer cómo hacerlo.

– No corría ningún peligro, -Henry dijo rápidamente-. A Dunford le gusta exagerar.

– ¿"él no lo hace"? Alex preguntado, subiendo sus cejas.

– Estaba muy ansioso, -dijo, entonces recurrió a Emma como si ella pudiese entenderlo-. Él se pone muy nervioso.

– ¿Nervioso? -Emma hizo eco.

– ¿Dunford? -Alex preguntó al mismísimo tiempo.

– No hablarás en serio, -Emma sumó, en un tono que sugirió que era una alternativa imposible.

– Lo único que tengo que añadir es, -Dunford se apresuró a decir, ansioso por terminar con ese tema-, que ella logró restarme diez años de vida, y ese es el fin del tema.

– Supongo que fue así, -Henry dijo, mirando Emma con un pequeño encogimiento de hombros-, como él me ha hecho prometer que nunca más pueda comer miel otra vez".

– ¿Hizo eso? Dunford, ¿cómo puedes hacerlo? Incluso Alex no ha sido tan bestia.

Si su marido desaprobaba la implicación que él no era tan bestia, no hizo comentarios.

– Nada más ni nada menos que no soy el hombre más bestia en Gran Bretaña, Emma, no le prohibí comer miel. -Dunford miró a Henry-. Solamente le hice prometer no procurársela ella misma, y francamente, esta conversación se esta volviendo tediosa.

Emma se inclinó hacia Henry y susurró en una voz que podría ser oída claramente por los otros comensales,

– Tengo que decirte que nunca visto lo he visto así.

– ¿Eso está bien?

– Mucho.

– ¿Emma? -Dunford dijo, su voz atemorizantemente casual.

– ¿Sí, Dunford?

– Sólo mis muy buenos modales y el hecho de que eres una dama me impiden decir que te calles.

Henry miró frenéticamente a Alex, pensando que estaría a punto de agredir a Dunford por insultar a su esposa. Pero el duque simplemente se cubrió la boca intentando no atragantarse con algo que debía ser risa, pues había acabado de cenar hacía varios minutos.

– Tus muy buenos modales, ciertamente, -Emma contó agriamente.

– Ciertamente no puede ser el hecho de ser una dama, -dijo Henry, pensando que Dunford era muy buen amigo de los Ashbourne si Alex se reía de lo qué podía haber sido percibido como un insulto para Emma-. Porque él una vez me dijo que me callara y no creo poder ser una autoridad en ser una dama.

Esta vez Alex comenzó a toser tan violentamente que Dunford, con la cara fruncida fue a golpearle la espalda. Por supuesto, él sólo podía haber buscado una excusa para hacerlo.

– ¿Y quién es una autoridad en eso? -Dunford preguntó.

– Por lo que sé, he tratado de serlo. -Henry se inclinó hacia adelante, con sus ojos brillando diabólicamente-. Y tú también lo sabes.

Emma se unió a su marido en un dueto de espasmos de ataque de tos.

Dunford se reclinó en su asiento, una renuente sonrisa de admiración avanzaba a su pesar a través de su cara.

– Bien, Hen, -dijo, señalando al duque y la duquesa-, parece que acabamos con estos dos.

Henry inclinó su cabeza a un lado.

– No fue muy difícil, ¿verdad?

– De ningún modo presento ningún reto para ti ".

– Emma, mi amor, -Alex recobró el aliento-, creo que nuestro honor acaba de ser puesto en duda.

– Te diré. No me he reído tanto desde hace mucho tiempo. -Emma se levantó e hizo una señal para que Henry la siguiera a la sala de estar-. Nos ausentaremos Henry y yo, los dejamos para que bebáis y fuméis un rato.

– Aquí lo tienes, bribona, -Dunford dijo cuando se puso de pie-. Finalmente podrás enterarte de lo que sigue cuándo las señoras se retiran después de la cena.

– ¿Te llamó bribona? -Emma le preguntó cuando ella y Henry entraron en la sala.

– Er, sí, me llama así algunas veces.

Emma se frotó las manos.

– Esto está mejor de lo que pensé.

– ¡Henry! ¡Espera un momento!

Henry dio la vuelta para ver Dunford caminando rápidamente hacia ella.

– Podría hablar contigo un momento, -le preguntó él.

– Sí, sí, por supuesto.

La llevó aparte y habló en un susurro tan bajo que Emma, de cualquier forma intento oír a pesar que paró sus orejas, no podría escuchar.

– Necesito verte esta noche.

Henry se emocionó con la urgencia impresa en su voz.

– ¿Qué dices?

Él asintió con la cabeza.

– Necesito hablar contigo privadamente.

– Estás seguro…

– Nunca he estado más seguro. Tocaré a tu puerta a medianoche.

– Pero Alex y Emma…

– Siempre se retiran a las once. -Sonrió de forma disoluta-. Disfrutan de su privacidad.

– De acuerdo, pero…

– Bien. Te veré entonces. -Le dio un beso rápido en la frente-. Ninguna palabra de esto a alguien.

Henry parpadeó y le observó regresar al comedor.

Emma estuvo a su lado con notable velocidad para alguien embazada de siete meses.

– ¿De qué se trató eso?

– Nada realmente, -Henry habló entre dientes, sabiendo que era mala mentirosa y tratando no obstante de mentir descaradamente.

Emma lanzó un bufido de incredulidad.

– Nada, de verdad. Él simplemente, ummm… me dijo que me comporte.

– ¿Comportarte? -Emma dijo dudosamente.

– Ya sabes, compórtate muy bien nunca haces espectáculos ".

– Eso es la mentira mas grande que he oído nunca, -replicó Emma-. Incluso Dunford debe percatarse que sería imposible para ti crear cualquier clase de escena en mi sala de estar conmigo por compañía.

Henry sonrió débilmente.

– Pero aparentemente, sin embargo, -Emma continuó-, no te voy va a sacar la verdad, así es que no desperdiciaré mi valiosa energía intentándolo.

– Gracias, -Henry se quejó como reanudasen su paseo hacia la sala de estar. Como ella caminó a grandes pasos a lo largo de Emma, ella agarró con fuerza su puño. Esta noche él le diría a ella que la amaba. Ella lo podría sentir.

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