El resto de los nuevos vestidos de Henry llegaron la siguiente mañana, pero ella vistió sus pantalones holgados y camisa blanca justamente para disgustarlo.
– Hombre tonto, -masculló planchando bruscamente con la mano su ropa. ¿Pensó él que podría cambiarla? ¿Para convertirla en otra persona?¿En una jovencita delicada? ¿Pensó él que ella le sonreiría tontamente, parpadearía y pasaría los días pintando acuarelas?
– ¡Ja! -Gruño. A él no iba resultarle fácil de eso. No podría aprender a hacer todas esas cosas aún si quisiese. Con ella renuente, era imposible. Su estómago se expresó con un gruñido impacientemente, tan pronto Henry se puso sus botas y se abrió paso hasta el cuarto del desayuno. Se sorprendió de ver que Dunford estaba ya allí; Se había levantado excepcionalmente temprano, y él era una de las pocas personas que conocía que era menos madrugadora que ella.
Sus ojos inspeccionaron su traje cuando se sentó, pero ella no podía discernir aún un parpadeo de emoción en sus profundidades chocolate.
– ¿Una tostada? -Él dijo insípidamente, tendiendo una bandeja.
Ella tomó una de la bandeja y la colocó en el plato frente a ella.
– ¿Mermelada? -Él tendió una cazuela de algo rojo. Frambuesa, pensó Henry distraídamente, o tal vez grosella. Realmente no le importaba el sabor, y comenzó a untarlo a su tostada.
– ¿Huevos?
Henry colocó sobre la mesa el cuchillo y colocó algunos huevos revueltos en su plato.
– ¿Té?
– ¡¿Qué te mueve a hacer esto?! -Le dijo precipitadamente.
– Simplemente ser servicial es difícil que lo creas de mi, -él se quejó, dando discretamente toques ligeros en la esquina de su boca con una servilleta.
– Puedo alimentarme, sola Su Señoría, -dijo ella en voz alta, alcanzando de modo inelegante a través de la mesa un plato de tocino.
Él sonrió y tomó otro mordisco de su comida, consciente del hecho de que la incomodaba y disfrutando de eso inmensamente. Estaba molesta, le ofendía que él pensara que era su responsabilidad. No le gustó su actitud de posesión.
Dunford más bien dudó que alguien le hubiera dicho alguna vez a ella qué hacer en toda su vida. De lo que había escuchado acerca de Carlyle, el hombre le había dado una cantidad indecente de libertad. Y Aunque estaba seguro que ella nunca lo admitiría, Dunford tuvo el presentimiento que Henry estaba un poco molesta porque él no había pensado en su reputación hasta ahora.
En cuanto a eso, Dunford reflexionó resignadamente, era culpable. Se divertía tanto enterándose del funcionamiento de su nueva hacienda que no le había dedicado un pensamiento al estatus de soltera de su compañera. El comportamiento de Henry era diferente a cualquier persona que había cocido era, inaudito, no había otra palabra, no se le ocurrió que ella estaba (o debería estar) atada por las mismas reglas y convenciones como las otras señoritas que había conocido.
Cuando esos pensamientos atravesaron su mente, él comenzó a golpear ligeramente su tenedor distraídamente en contra de la mesa. El sonido monótono siguió hasta que Henry miró hacia arriba, su expresión decía que estaba absolutamente convencida que su propósito exclusivo en la vida era fastidiarla.
– Henry, -dijo en lo que él esperó fuera su tono más afable-. He estado pensando.
– ¿Has pensado? Eres tan extraordinario.
– Henry… -Su voz tenía un aire inconfundible de advertencia.
Que ella ignoró.
– Siempre he admirado a un hombre que trata de ensanchar su mente. Pensar es un buen punto de partida, Aunque te podrías cansar…
– Henry.
Esta vez ella se calló.
– Pensaba… -Hizo una pausa, como para desafiarla a que hiciera un comentario. Cuando ella sabiamente no lo hizo, continuó-. Me gustaría salir con destino a Londres. Esta tarde, pienso.
Henry sintió un nudo inexplicable en estomago, una de tristeza que se extendía hasta su garganta. ¿Se iba? Era cierto que estaba molesta con él, más aún, enojada, pero no quería que se fuera. Se había acostumbrado a tenerle alrededor suyo.
– Tú vienes con conmigo.
Durante el resto de su vida Dunford recordaría la expresión en su rostro. El asombro no se podía describir. Ni el horror. Ni el desaliento, ni la furia ni la exasperación. Finalmente ella balbuceó:
– ¿Estas loco?
– Esa es una posibilidad bien definida.
– No voy a Londres.
– Yo digo que sí.
– ¿Qué haría en Londres? -Ella alzó sus brazos-. Y aún más importantemente, ¿quién ocupará mi lugar aquí?
– Estoy seguro que podemos encontrar a alguien. ¿No hay buenos sirvientes en Stannage Park? Después de todo, tu los entrenaste.
Henry eligió ignorar que él acababa de darle un cumplido.
– No voy a Londres.
– No tienes opciones. -Su voz era engañosamente suave.
– ¿Desde cuándo?
– Desde que me convertí en tu tutor.
Ella lo miró furiosamente. Él tomó un sorbo de su café y evaluó el borde de su taza.
– Sugiero que te vistas con uno de tus nuevos trajes antes de que nos vayamos.
– Ya te lo he dicho, no voy.
– No me presiones, Henry.
– ¡¿No me presiones?! -Dijo ella precipitadamente-. ¿Por qué no me llevas a la fuerza a Londres? ¡ No quiero ir! ¿No cuentan mis sentimientos para nada?
– Henry, nunca has ido a Londres.
– Hay millones de personas en este mundo, Su Señoría, que viven perfectamente felices sin haber puesto nunca un pie en la capital de nuestra nación. Le reconforto soy una de ellos.
– Si no te gusta aquello, puedes regresar.
Ella más bien dudó de eso. Ciertamente la colocaba en contarle algunas mentiras blancas a él o obligarla a doblegarse a su voluntad. Ella se decidió probar una táctica diferente.
– Llevarme a Londres no va a solucionar el dilema de mi custodia, -dijo, intentando sonar sensata-. De hecho, quedarme aquí es la mejor solución. Todo quedara de la misma la forma que era antes de que llegaras.
Dunford suspiró cansadamente.
– Henry, dime por qué no quieres ir a Londres.
– Estoy demasiado ocupada aquí.
– La razón auténtica, Henry.
Ella atrapó su labio inferior entre sus dientes.
– Yo simplemente… sólo pienso que no disfrutaría. Estar en los bailes y reuniones y esas cosas. No es para mí.
– ¿Cómo sabes eso si nunca has ido?
– ¡Mírame! -Ella exclamó controlando su furia-. Simplemente mírame. -Se levantó e indicó su atavío-. Quieres que se rían indiscriminadamente de mí en los salones.
– Nada que un vestido no arregle. ¿No llegaron dos de ellos precisamente esta mañana?
– ¡No te burles de mí! Es mucho más profundo que eso. ¡No es sólo mi ropa, Dunford, soy yo! -Le dio una patada a su silla, frustrada y se acercó a la ventana. Respiró hondo intentando calmar los latidos de su corazón, pero no pareció surtir efecto. Finalmente dijo en una voz muy baja-, ¿piensas que te divertirás con tus amigos de Londres? ¿Es eso? Tengo pocas ganas de convertirme en algún tipo de entretenimiento en una función de fenómenos. ¿Tú vas a…?
Él se movió veloz y silenciosamente, ella no se percató que él había cambiado de lugar hasta que sus manos estaban sobre ella, haciéndola girar para afrontarle.
– Creo que te dije anoche que no vuelvas a referirme a ti misma como un fenómeno.
– ¡Pero eso es lo que soy! -Henry estaba avergonzada porque su voz temblaba y había huellas de lágrimas en sus mejillas, e intentó zafarse de su agarre. Si tenía que actuar como una débil tonta, ¿no la podría dejar él hacerlo en privado?
Pero Dunford se mantuvo firme en la postura.
– ¿No lo ves, Henry? -Él dijo, con voz conmovida-. Por esto es que te llevo a Londres. Para probarte que no eres un fenómeno, eres una mujer preciosa y deseable, y cualquier hombre se enorgullecería de llamarte suya.
Ella clavó los ojos en él, apenas podía digerir sus palabras.
– Y cualquier mujer, -continuó él suavemente-, se enorgullecería de llamarte su amiga.
– No lo puedo hacer, -susurró ella.
– Por supuesto que puedes. Si te lo propones. -Él dejó salir una risa ahogada-. Algunas veces, Henry, creo que puedes hacer cualquier cosa.
Ella negó con la cabeza.
– No, -dijo suavemente.
Dunford dejó sus manos caer a los lados y caminó a la ventana adyacente. Estaba aturdido por la profundidad de su preocupación por ella, asombrado él quiso que recuperara la confianza en sí misma.
– apenas puedo creer que eres tú quien me habla, Henry. ¿Es ésta la misma chica que administra la hacienda en mejor funcionamiento que alguna vez he visto? ¿La misma chica que fanfarroneó que podría montar cualquier caballo en Cornualles? ¿La misma chica que me quitó una década de vida cuando metió su mano en una colmena activa? Después de eso, es difícil de imaginar que Londres te presentará un reto mayor para ti.
– Es diferente, -dijo, con su voz apenas un susurro.
– No realmente.
Ella no contestó.
– ¿Alguna vez te dije, Henry, que cuando te conocí pensé que eras la joven más extraordinaria que tengo el placer de haber conocido?
– Obviamente no lo soy, -dijo ella atragantándose con las palabras.
– Dime esto, Hen. Si puedes supervisar dos docenas de sirvientes, hacerte cargo de las funciones de una granja, y construir una porqueriza, por el amor de Dios, ¿ por qué piensas que no podrás con una temporada en Londres?
– ¡Porque no puedo hacerlo! -dijo precipitada-. Sé cómo montar a caballo, sé cómo construir una porqueriza, y hacer funcionar una granja. ¡Pero no sé cómo ser una chica!
Dunford se escandalizó en silencio por la vehemencia de su respuesta.
– No me gusta hacer cualquier cosa si no la hago bien, -gritó ella.
– Me parece -comenzó él lentamente-, que todo lo que necesitas es acostumbrarte un poco a la idea.
Ella le dirigió una mirada mordaz.
– No me provoques.
– No lo hago. Soy el primero en admitir que pensé que no sabias como llevar un vestido, pero al ver lo bien que escogiste el vestido amarillo, obviamente tienes buen gusto cuando deseas ejercerlo. Sé algo de la moda de las señoras, ¿sabes? y los vestidos que escogiste son preciosos.
– No sé cómo bailar. -Ella se cruzó de brazos provocadoramente-. Y no sé cómo coquetear, y no sé con quien debería sentarse en un banquete, y… y aún no sabía de la costumbre de tomar una copa en el salón!
– Pero Henry…
– Y no iré a Londres para quedar como una tonta. ¡No lo haré!
Él sólo pudo observar cuando ella corrió a toda velocidad a su cuarto.
Dunford pospuso la fecha de su partida por un día, reconociendo que ni a balas podría empujar a Henry más allá. Mientras estuviera en tal estado y todavía vivir con su conciencia. Pasó quedamente a la puerta de su cuarto varias veces, esforzándose por oír señales que ella lloraba, pero todo lo que oyó fue silencio. Él ni siquiera la oyó moverse de un lado a otro.
Ella no bajó para la comida de mediodía, lo cual le asombró. Henry no tenía un apetito escaso, y pensaba que estaría famélica a esa hora. Después de todo no había comido mucho en el desayuno. Él bajó a la cocina a preguntar si había pedido que le enviaran una bandeja a su cuarto. Cuando le informaron que no lo había hecho maldijo suspirando y agitó la cabeza. Si no aparecía para cenar, iría a su cuarto y la arrastraría abajo.
Ocurrió que tales medidas drásticas no fueron menester, pues Henry apareció en la sala de estar a la hora del té, sus ojos ligeramente rojos pero no obstante secos. Dunford se levantó inmediatamente y le hizo una señal para que se sentase junto a él. Ella le sonrió agradecida, probablemente porque él había resistido la tentación de hablar acerca de su comportamiento en la mañana.
– Lamento la escena que hice desayuno, -dijo ella-. Te reconforto que estoy lista para discutir la materia como un adulto civilizado. Espero que podamos hacerlo.
Dunford pensó torcidamente que esa parte ella tenia razón, le gustó que desease comportarse de forma adulta y civilizada. Pero odió este discurso excesivamente correcto de parte de ella. Tal vez irse a Londres era un error. Tal vez la sociedad le extraería el frescor y la espontaneidad a golpes. Suspiró. No, no, la vigilaría. Ella no perdería su brillo; De hecho, se aseguraría que su resplandor fuera aún más brillante. La miró. Se veía nerviosa. Y expectante.
– ¿Sí? -Le dijo, inclinando la cabeza ligeramente.
Ella se aclaró la voz.
– Pensé… pensé que podrías decirme por qué quieres que vaya a Londres.
– ¿Después me darás razones lógicas por qué las que no deberías ir? -Él adivinó.
– Por ahí va la cosa, -admitió, con el indicio de su distintiva sonrisa descarada.
Su honradez -y el destello en sus ojos- realmente le desarmó. Miró su carita, otra de esas sonrisas abiertas devastadoras se formaba, de lo que él se sentía gratificado, por ver en sus labios esa ligera reacción.
– Por favor siéntate, -le dijo, indicando otra vez la silla. Ella se sentó, y él empezó a hablar-. Dime que quieres saber, -dijo con un movimiento expansivo de su brazo.
– Bien, para empezar, pienso… -Ella se detuvo, su expresión extremadamente consternada-. No me mires de ese modo.
– ¿De qué forma?
– Como… Como… -Ay bendito, ella estuvo a punto de decir ¿como si vas a devorarme- Oh, nunca prestas atención.
Él sonrió otra vez, escondiendo su sonrisa debajo de una tos y tapándola con su mano.
– Adelante.
– Bien. -Ella miró su cara, entonces decidió que eso era un error, él se veía mucho más guapo y sus ojos brillaban.Y…
– ¿Decías?
Henry parpadeó de vuelta a la realidad.
– Bien. Decía, um, que me gustaría saber qué exactamente vas a lograr llevándome a Londres.
– Ya veo.
Él no dijo nada más, estaba tan irritado que ella finalmente se vio forzada a replicar,
– ¿Bien?
Dunford claramente había estado demorándose para urdir una respuesta.
– Supongo que espero lograr muchas cosas, -contestó-. Ante todo, me gustaría que tengas un poquito de diversión.
– Puedo tener…
– No, espera, -él sostuvo una mano en alto-. Déjame terminar, y entonces podrás rebatirme.
Ella asintió con la cabeza imperiosamente y esperó que continuara.
– Como decía, me gustaría que tengas un poco de diversión. Pienso que podrías disfrutar un poquito de la estación si sólo fueras tu misma. Careces de un buen guardarropa y te compraría uno nuevo, y por favor no discutas conmigo en cuanto a eso porque sé que sabes que estas tristemente privada en esa área. -Hizo una pausa.
– ¿Es todo?
Él no podía ayudarla sino que quería reírse ahogadamente. Ella estaba tan ansiosa por sostener su caso.
– No, -le dijo-. Meramente hacía una pausa para respirar. -Cuando ella no le sonrió, él, instigador, la pinchó-, ¿tú respiras de vez en cuando, verdad? -Esto le ganó un semblante ceñudo.
– Oh, está bien, -admitió él-. Dime tus objeciones hasta ahora. Acabaré cuando tú termines.
– De acuerdo. Bien, ante todo, tengo mucha diversión aquí en Cornualles, y no comprendo por qué necesito viajar a través del país para buscar más diversión. Me parece diabólicamente pagano.
– ¿Diabólicamente pagano? -Repitió incrédulo.
– No te rías, -le avisó ella.
– No lo haré, -la apaciguó-. Pero ¿diabólicamente pagano? ¿De dónde diablos sacaste eso?
– Estaba simplemente tratando de señalar que tengo responsabilidades aquí y no deseo un estilo de vida frívolo. Algunos de nosotros tenemos cosas más importantes que hacer con nuestro tiempo, que buscar actividades con las cuales poder divertirnos.
– Por supuesto.
Ella entrecerró sus ojos, intentando detectar cualquier comentario sarcástico en su voz. Cualquier cosa, pero él estaba serio o era un amo en el engaño, porque se vio completamente fervoroso.
– ¿Tienes algunas otras objeciones? -Le preguntó atentamente.
– Sí. No me detendré en nimiedades contigo sobre el hecho de que necesito un nuevo guardarropa, pero has olvidado algo pertinente. No tengo dinero. Si no puedo permitirme nuevos trajes de noche aquí en Cornualles, no veo cómo podría permitirme cualquier traje en Londres, donde todo es seguramente más caro.
– Pagaré por ellos.
– Hasta yo sé que eso no es correcto, Dunford.
– Probablemente no era correcto la semana pasada cuando fuimos a Truro, -accedió él con indiferencia-. Pero ahora soy tu tutor. No podría ser más correcto.
– Pero no puedo dejarte gastar dinero en mí.
– Quizá yo quiero.
– Pero no puedes.
– Creo que sé hasta dónde aprieta mi zapato, -él dijo secamente-. Probablemente un poco mejor de lo que lo sabes tú, creo.
– Si quieres gastar tú dinero, harías muy bien en invertirlo en Stannage Park. Podemos remodelar los establos para que trabajen mejor. Y hay un trozo de terreno vinculando al borde sur al que le he echado un ojo.
– Eso no es lo que tengo en mente.
Henry se cruzó de brazos y cerró su boca, deseosa de poner nuevas objeciones a su plan.
Dunford estimó su expresión irritable y correctamente sospechó que ella le cedía la palabra.
– Si puedo continuar. Déjame ver, ¿dónde estaba? Diversión, armario guardarropa, oh, sí. Te podría hacer bien un poquito de roce social fuera del circulo de nuestro pueblo, también -dijo en voz alta.
Cuando él vio su boca abrirse en consternación,
– No tienes intención de alguna vez regresar a Londres otra vez. Es siempre bueno poder mantenerse firme y brillar aquí – Aunque es lo más esnob, yo supongo – y ni a bala tu podrás hacer eso, si no tienes un buen conocimiento de la cuestión. El asunto del salón es un buen ejemplo".
Un sonrojo manchó su cara.
– ¿Algún objeción en eso?
Ella negó con la cabeza silenciosamente. No había sentido la necesidad de brillar socialmente hasta ahora; Ignoró y era ignorada por la mayor parte de la sociedad de Cornualles y se contentó medianamente con esa disposición, pero tuvo que admitir que él tenía un buen punto. El conocimiento siempre es bueno, y realmente no le doleria aprender a cómo comportarse correctamente un poco mejor.
– Bien, -dijo él-. Siempre supe que tenias un sentido común excepcional. Me alegro que me lo muestres ahora.
Henry pensó que él estaba algo condescendiente pero optó por no hacer comentarios sobre eso.
– También, -Dunford continuó-, pienso que te haría una gran bien conocer a algunas personas de tu edad y hacer a algunos amigos.
– ¿Por qué suenas como si estuvieras reprendiendo a un niño travieso? -masculló ella.
– Perdóname. Nuestra edad, debería decir. No soy mucho más viejo que tú, supongo, y creo que mis dos amigas más cercanas no pueden ser un año mayores que tú.
– Dunford, -dijo Henry, intentando alejar el hecho de pasar vergüenza por el color rojo que manchaba sus mejillas-, una de las razones por las que desapruebo ir a Londres es que pienso que no gustare a las personas allí. No me importa estando sola aquí en Stannage Park, dónde realmente me gusta estar, de hecho. Pero pienso que no disfrutaré de estar sola en un salón de baile lleno de centenares de personas.
– Disparates, -él dijo despectivamente-. Harás amistades. Antes tú no estabas en la situación correcta. Ni con la ropa correcta, -añadió secamente-. No, por supuesto, en ese ambiente no puede fallar tu nuevo guardarropa, por que las personas ligeramente, er, desconfían de una mujer que no parece poseer un vestido.
– Y, por supuesto, vas a comprarme un sin fin de vestidos.
– Ni más ni menos, -contestó él con mordacidad, ignorando su sarcástico comentario-. Y no te preocupes por encontrar amistades. Mis amigos te adorarán; estoy seguro de eso. Y te presentaran a otra gente simpática, así sucesivamente.
Ella no tenía más objeciones convincentes a ese punto en particular, así es que tuvo que reacomodarse para expresar su ira con un fuerte gruñido.
– Finalmente, -dijo Dunford-, sé que adoras Stannage Park y te gustaría pasar el resto de tu vida aquí, pero quizá puede pasar, Henry, que algún día podría gustarte tener una familia propia. Es en extremo egoísta para mí mantenerte aquí, aunque el Señor sabe que me gustaría tenerte alrededor porque nunca encontraré a un administrador de fincas que haga un trabajo mejor…
– Estoy más que feliz por quedarme, -ella profirió rápidamente.
– ¿Has tenido algún pensamiento sobre el matrimonio? -Él le preguntó suavemente-. ¿O sobre tener niños? No es una posibilidad bien definida si te quedas aquí en Stannage Park. Como te he dicho antes, no hay nadie que tenga algo de valor aquí en el pueblo, y pienso que tú eficazmente has asustado completamente a la mayor parte de la clase acomodada alrededor de Truro. Si vas a Londres, podrías conocer a un hombre que sea de tu antojo. Tal vez, -él dijo en una voz instigadora-,tal vez alguien que le guste Cornualles.
¡Pienso en ti! ella quiso gritar. En ese entonces estaba horrorizada porque ella no se había percatado hasta ese momento simplemente cuántas cosas imagino. Pero más allá de esta ensoñación – le repugnó llamarle cualquier cosa más intensa que eso – él había dado con la razón precisa. Ella quería tener niños, Aunque se hubiera rehusado a pensar acerca de eso hasta ahora. La posibilidad de que en verdad encuentre alguien para casarse – alguien que estaría dispuesto a casarse con ella, pensó secamente – siempre había sido tan remoto que pensar acerca de niños le traía más dolor. Pero ahora – oh, Señor, repentinamente imaginaba a niños que la miraban directamente y eran exactamente iguales a ¿Dunford? con sus ojos café calientes y su sonrisa devastadora. Fue más doloroso que lo que cualquier cosa que podría imaginar porque supo que los duendecillos adorables nunca serían suyos.
– ¿Henry? ¿Henry?
– ¿ Qué? Oh, lo siento. Estaba justamente pensando acerca de lo que me dices.
– ¿No estás de acuerdo entonces? Ven a Londres, solo por corto tiempo. Si no te gusta cualquier hombre de allí, puedes regresar a Cornualles, pero al menos entonces puedes decir que exploraste todas tus opciones.
– Siempre podría casarme contigo, -ella murmuró. Se tapó ruidosamente la boca con la mano, horrorizada. ¿De dónde le salió eso?
– ¿Yo qué? -Él graznó.
– Pues bien, digo… -Dios mío, Dios mío, ¿cómo reparar esto?- Lo que quiero decir es, si me casase contigo, entonces, um, no tendría que ir a Londres para buscar un marido, así es que sería feliz, y tú no tendrías que pagarme por administrar Stannage Park, así es que serias feliz, y… Um…
– ¿Yo qué?
– Puedo ver que estás sorprendido. Yo estoy sorprendida también. No estoy segura de por qué lo sugerí.
– Henry, -él dijo quedamente-, sé exactamente por qué lo sugeriste.
– ¿Lo sabes? -Ella repentinamente se sintió muy afectuosa.
– No conoces a muchos hombres, -continuó-. Te encuentras a gusto conmigo. Soy una opción más segura que salir y conocer a caballeros en Londres.
¡Eso no es eso todo! ella quiso gritar. Pero por supuesto que no lo hizo. Y por supuesto que no le dijo la razón auténtica de esas palabras que habían salido a borbotones de su boca. Mejor simplemente dejarle pensar que se asustó de dejar Stannage Park.
– El matrimonio es un paso muy grande, -dijo él.
– No tan grande, -dijo ella, ¿pensando intensamente que si ya cayó en mitad de una zanja, por qué no ensanchar el hueco?- Lo que quiero decir es, que conozco el trato sexual entre casados y tengo que admitir que no tengo experiencia en esa dirección más allá, bien, tu sabes.… Pero me crié en una granja, después de todo, y no soy enteramente ignorante. Hay ovejas aquí, y las criamos, y no puedo ver si habría mucha diferencia y…
Él arqueó una ceja arrogantemente.
– ¿Me comparas con una oveja?
– ¡No! Claro que no, yo… -hizo una pausa, tragó convulsivamente, volvió a tragar otra vez-… yo…
– ¿Tú qué, Henry?
Ella no podría distinguir si su voz era fría helada, conmocionada por la incredulidad, o meramente divertida.
– Yo… uh… -Oh, Señor, esto tendría que pasar a la historia como el peor día de su vida, no, el peor minuto de su vida. Era una idiota. un cerebro de tocino. ¡Una tonta, una tonta, una tonta, una tonta, una tonta!-Yo… uh… imagino que tal vez debería ir a Londres. -Pero regreso a Cornualles tan pronto como puedo, se juró silenciosamente. Él no iba a destrozarla anímicamente sacándola de su casa.
– ¡Espléndido! -Él se levantó, viéndose soberanamente contento consigo mismo-. Le diré a mi ayuda de cámara que comience a hacer el equipaje inmediatamente. Le haré tomar en cuenta sobre tu ropa también. No veo ninguna razón para traer cualquier cosa aparte de los tres vestidos que compramos la semana pasada en Truro, ¿Qué crees?
Ella negó con la cabeza débilmente.
– Correcto. -Él se cruzó para la puerta-. Así que simplemente los vestidos que te dije, algunos artículos personales y cualquier objeto que desees traer, y ¿Henry?
Ella lo contempló confusa.
– Olvidaremos esta pequeña conversación, ¿verdad? Por menos el pedacito de la última parte.
Ella logró estirar sus labios en una sonrisa, pero realmente lo que quería hacer era arrojarle la jarra de brandy.