Henry pasó los siguientes días introduciendo a Dunford en Stannage Park. Él quiso aprender hasta el último detalle acerca de su nueva propiedad, y a ella le dio un gran gustó exponer las grandes calidades de la hacienda. Mientras viajaban por ella y sus alrededores, charlaron sobre esto y aquello, algunas veces acerca de nada en particular, otras sobre los grandes misterios de la vida. Para Henry, Dunford era la primera persona que había querido estar junto a ella fuera de la horas de trabajo.
Él estaba interesado en lo que ella tenía que decir, no sólo acerca de la hacienda, sino también sobre filosofía, religión, y la vida en general. Aún más satisfactorio fue el hecho de que a Dunford pareció importarle su opinión acerca de él. Se ofendió cuándo ella no se rió de sus chistes, y puso sus ojos en blanco cuando él no se rió de los Henry. Y ella le atacó haciéndole cosquillas.
En resumen, él se convirtió en su amigo. A pesar de que su estómago hiciese cosas extrañas cada vez que le sonreía… Bien, ella podría aprender a vivir con eso. Supuso que él tenía ese efecto en todas las mujeres.
No se le ocurrió a Henry que estos fueron los días más felices de su vida, Aunque había meditado acerca de ello, se percató que era más feliz de lo que nunca había sido.
Dunford estaba igualmente prendado de su compañera. El amor de Henry a Stannage Park era contagioso, y se encontró no sólo interesado en sus ingresos sino, en verdad, preocupándose por los detalles de la hacienda y sus personas. Cuando una de los inquilinas tuvo a su primer hijo, había sido idea suya llevarle una canasta de comida, así ella no tendría que cocinar en una semana. Y se sorprendió aún más, cuando pasó de visita por la porqueriza recién construida para deslizar una frambuesa a Porkus. El cerdo parecía ser goloso, él pensó que a pesar de su tamaño y olor, era un buen animal.
Pero habría pasado buenos momentos, aún si Stannage Park no hubiera sido de él, o no fuese tan hermosa. La compañía de Henry era encantadora. Poseía un frescor y una honradez que no había visto en años. Dunford tenía muchos amigos maravillosos, pero tras un largo tiempo en Londres, había comenzado a pensar que todo el mundo era un poco cínico y falso. Salvo algunas excepciones. Henry, por otra parte, era maravillosamente accesible y directa. Ni siquiera una vez, él vio la máscara familiar de aburrimiento de la vida. A Henry parecía importarle todo su ambiente y todo el mundo para permitirse estar aburrida.
Ella era como un niño con los ojos muy abiertos, estando dispuesta a creer lo mejor de todo el mundo. Tenía un ingenio sagaz y lo utilizaba para señalar los errores de los demás, sin ridiculizarlos por eso. Dunford se sintió inclinado a perdonarle a ella esta debilidad; Él usualmente estaba de acuerdo con su valoración de las personas.
De vez en cuando él se encontraba mirándola extrañado, preguntándose cómo cambiaba su pelo café chocolate a dorado por la luz del sol, o por qué siempre tenía vagamente olor a los limones… Bien, esa reacción era de esperarse. Ya que él no había estado con una mujer desde hacía mucho tiempo. Su amante estaba en Birmingham por unas dos semanas, visitando su madre, cuándo él salió a su nueva hacienda. Y Henry más bien lo podía atraer por su forma poco convencional de ser.
Lo que él sentía por ella era cariño, simpatía, hasta compasión y este sentimiento de alguna forma lejana se confundía en deseo. Pero ella era una mujer, y él era un hombre, era natural sentirse atraído. Y por supuesto la había besado una vez, Aunque había sido un accidente. Pero siempre recordaba ese beso cuando estaba junto a ella.
Tales pensamientos, sin embargo, estaban lejos de su mente, había pasado una semana desde su primer encuentro, recordándolo, se sirvió un trago en la sala de estar, mientras esperaba a Henry, que llegaría de un momento a otro para cenar.
Él se asusto. Era una vista espantosa. Para ser un poco convencional Henry se ponía un vestido para cenar, y eso significaba ponerse una de esas horrendas prendas de vestir, él se estremeció al llamarlas trajes de noche. Para otorgarle crédito, parecía consciente de que le quedaban fatales. Para darle un mayor crédito, ella lograba parecer como si no tuviera importancia su vestimenta, sin embargo, él había empezado a conocerla bien durante los últimos días. Sabía que pensaba que su ropa no estaba a la moda, y mucho menos que era bonita.
Había notado qué ella cuidadosamente evitaba mirar a los espejos que adornaban las paredes de la sala de estar, donde se reunían antes de cenar. Y cuando se encontraba atrapada por su sobresalto, no podía esconder una dolorida mueca de disgusto tan inusitada en su forma de ser.
Él quería ayudarla, se percató, de su dolor y humillación. Quiso comprar sus trajes de noche y enseñarle a ella a bailar y era impresionante para él, todo el deseo de ayudarla.
– ¿Robando el licor otra vez? -Su dulce voz le apartó de su ensueño.
– Es mi licor si recuerdas, bribona. -Giró su cabeza para mirarla. Ella llevaba ese abominable vestido color lavanda otra vez. Él no podría decidirse si era el peor o el mejor del lote.
– Así es. -Ella se encogió de hombros-. ¿Puedo beber un poco entonces?
Sin responderle, él le sirvió un vaso de jerez. Henry lo sorbió pensativamente. Se había convertido en hábito beber una copa de vino con él antes de cena, pero nada más que una. Había descubierto tener mala cabeza para beber, la noche que él llegó. Sospechaba que si bebiera más de una copa jerez, terminaría haciendo el ridículo ante él.
– ¿Tú tarde fue agradable? -Dunford preguntó repentinamente. Había pasado unas pocas horas antes de la cena sólo en su estudio, enfrascándose en la lectura de documentos de la hacienda. Henry gustosamente le había dejado con los aburridos documentos; Ella ya los había examinado, y ciertamente no necesitó su ayuda en ese tema.
– Sí, lo fue. Visité a algunos inquilinos. La señora Dalrymple me preguntó por ti y me encargó darte las gracias por la comida.
– Me alegro de que disfrutara de ella.
– Oh, sí. No puedo pensar por qué no se me ha ocurrido hacerlo antes. Por supuesto, siempre enviamos un regalo felicitándolos, pero la comida para una semana es mucho mejor, pienso que es un regalo muy práctico.
Sonaron como a una vieja pareja de casados, pensó Dunford con sorpresa. Qué extraño.
Henry se sentó en un sofá elegante pero descolorido, tiró torpemente de su vestido y le preguntó.
– ¿Terminaste de leer los documentos?
– Casi, -él dijo distraídamente-. Sabes, Henry, he estado pensando.
– ¿Lo haces? -Ella sonrió traviesamente-. Qué agobiante.
– Bribona. Guarda silencio y escucha lo que tengo que decir.
Ella inclinó su cabeza en un gesto afirmativo y dijo,
– ¿Bien?
– ¿Por qué no hacemos un viaje al pueblo?
Ella le contestó con una expresión desconcertada.
– Fuimos al pueblo hace dos días. ¿No recuerdas? Quisiste conocer a los comerciantes locales.
– Por supuesto que recuerdo. No tengo amnesia, Henry. No estoy tan viejo, para olvidar las cosas.
– Oh, no sé, -ella dijo, con su cara totalmente impasible-. Debes por lo menos tener treinta.
– Veinte y nueve, -dijo él exaltado antes de percatarse que bromeaba. Ella sonrió-. Algunas veces, eres presa fácil.
– Aparte de mi credulidad, Henry, me gustaría hacer un viaje al pueblo. Y no quiero decir a nuestro pueblo. Pienso que nos deberíamos ir a Truro.
– ¿Truro? -Era uno de los mayores pueblos de Cornualles, Henry evitaba ir a él como la plaga.
– No suenas muy entusiasmada.
– Yo, um, yo simplemente… Bien, para ser franca, acabo de ir. -Eso no era totalmente una mentira. Había ido hace dos meses, pero sintió como si hubiera sido ayer.
Ella siempre se sentía tan torpe entre desconocidos. Al menos la gente local se había acostumbrado a sus excentricidades y las había aceptado. La mayoría aún le tenía alguna medida de respeto. Pero los desconocidos eran completamente otra cosa. Y en Truro era peor. Aunque no era tan popular como hace un siglo antes, los miembros de la nobleza todavía tomaban vacaciones allí. Sólo podía oír, los crueles comentarios susurrados acerca de ella. Las señoras vestidas con la última moda se reían de su vestido. Los hombres reían disimuladamente de su falta de modales femeninos. Y entonces, inevitablemente, una persona del pueblo discretamente les contaba sobre quien era ella. “ La Srta. Henrietta Barrett, una joven que utiliza un nombre de hombre sin serlo, y se pavonea en pantalones todo el tiempo.
No, ella definitivamente no quería ir a Truro.
Dunford, ignorante de su desasosiego, dijo:
– Es que nunca he ido. Se una buena perdedora y muéstrame los alrededores.
– Yo no quiero ir, Dunford.
Sus ojos se entrecerraron para ver finalmente que ella se sentía incómoda. Para ser honestos, siempre se veía incómoda en esos ridículos vestidos, pero se mostraba muy incomoda en particular ahora.
– Realmente, Henry, no será tan malo como crees. ¿Ven Por favor? -Él sonrió.
Ella se perdió.
– Bien, de acuerdo.
– ¿Mañana, entonces?
– Cuando desees.
Henry sintió un dolor que empezaba en la boca del estómago, sentada camino de Truro en el coche de Dunford, al día siguiente. Dios mío, esto iba a ser fatal. Siempre había odiado tener que ir a esa cuidad, pero era la primera vez que en verdad se sentía físicamente mal por ir allá.
No intentó esconderse a sí misma que su temor estaba completamente relacionado con el hombre que se sentaba alegremente junto a ella. Dunford se había convertido en su amigo, maldito por eso, y ella no quería perderle. ¿Qué pensaría él cuando oyera las criticas que susurraban acerca de ella? ¿Cuando una señora elegante hiciera un comentario en voz baja acerca de su vestido, que ella sabía que estaba dirigido a oírlo? ¿Él tendría vergüenza por estar con ella? ¿Él sería humillado por estar con ella? Henry en particular no quería enterarse de ese asunto.
Dunford estaba al tanto del nerviosismo de Henry, pero se hizo el desentendido. Ella se avergonzaría si él hacia comentarios sobre ello, la heriría y no tenía deseos de lastimarla. En lugar de eso, sostuvo una postura alegre, haciendo comentarios sobre el paisaje que se veía por la ventana y hablando de asuntos relacionados con Stannage Park. Finalmente llegaron a Truro. Henry pensó que no podría sentirse más enferma, pero pronto se encontró que estaba equivocada.
– Ven, Henry, -dijo Dunford enérgicamente-. No quiero perder el tiempo.
Ella mordió su labio inferior, mientras él la ayudaba a bajar del coche. Había una pequeña probabilidad, supuso, de que no se diera cuenta de las miradas y comentarios acerca de ella. Quizá todas las señoras habrían enfundado sus garras por ese día, y él no oiría ningún susurro cruel. Henry alzó su barbilla incrédula. Sobre esa posibilidad tratando de parecer más confiada de lo que se sentía.
– Lo siento, Dunford. -Ella le disparó una gran sonrisa descarada. Su sonrisa. Él a menudo había hecho comentarios sobre lo hermosa y única que era. Ella esperó que al verla sonreír creyera que no estaba alterada-. Mi mente ha estado vagando, estoy nerviosa.
– ¿Y por dónde estaba vagando? -Sus ojos brillaron diabólicamente.
Dios mío, ¿ por qué él siempre era tan agradable? Sería más doloroso si hacía el ridículo. No pienses acerca de eso, se dijo. No podría ocurrir. Ella cerró los ojos un momento y se encogió de hombros antes de responder descuidadamente.
– ¿En Stannage Park, en dónde más?
– ¿Y en qué pensabas tan concentrada, bribona? ¿Porkus va a dar a luz a sus cerditos sin sufrir daño?
– Porkus es un macho, tonto.
Él apretó su mano en su corazón fingiendo preocupación.
– Entonces hay más razón para preocuparse. Éste podría ser un nacimiento muy difícil.
A pesar de sí misma, Henry sonrió.
– Eres incorregible.
– Ser llamado incorregible por ti, es un cumplido.
– Sospecho que lo tomarás como un cumplido no importa lo que diga. -Ella intentó parecer enojada hasta gruñirle pero se traiciono y empezó a reír.
Él tomó su brazo y comenzó a caminar.
– Sabes, un día de estos me vas a matar de un disgusto, Henry.
Ella lo miró con incertidumbre. Nunca había contado entre sus logros la habilidad de manipular y peor, coquetear con el sexo contrario. Hasta Dunford, nunca había podido hacer a un hombre pensar acerca de ella como una mujer normal. Si él notó su expresión, no hizo comentarios sobre ella. Marcharon, Dunford haciendo preguntas acerca de cada negocio que encontraba. Él hizo una pausa delante de un pequeño restaurante.
– ¿Tienes hambre, Henry? ¿Es un buen salón de té?
– Nunca he ido.
– ¿No? -Él se asombró. En los doce años que ella había vivido en Cornualles, ¿nunca se había detenido para tomar té y pasteles?
– ¿No ibas con Viola?
– A Viola no le gustaba Truro. Ella siempre dijo que había demasiados nobles aquí.
– Hay algo de verdad en eso, -él estuvo de acuerdo, repentinamente empezó a mirar hacia un escaparate para evitar ser reconocido por un conocido de enfrente. Nada estropearía su paseo con ella, y menos tener que saludar a un conocido. No tenía el deseo de desviarse de su meta por una conversación intrascendente. Después de todo, había arrastrado a Henry aquí por una razón.
Henry se sorprendió por verlo muy interesado viendo una vidriera.
– No tenía idea que estabas interesado en cordón.
Él enfocó sus ojos y se dio cuenta de que parecía muy interesado en examinar las mercancías de una tienda que solo vendía cintas y cordones.
– Sí, bien, hay un gran número de cosas que no sabes acerca de mí, -él se quejó, esperando que ese comentario pusiera fin a la conversación.
Henry no estaba terriblemente animada por el hecho de que él fuera un experto en cordón. Probablemente lo utilizaba con todas sus amantes. Y ella no tuvo duda que había tenido algunas. ¿Quién era "amorcito" después de todo? Ella lo podría comprender, supuso. El hombre tenía veintinueve años. Uno no podría esperar que él hubiera vivido la vida de un monje. Y peor si era tan bien parecido como él. Ciertamente habría tenido su cuota de mujeres.
Ella suspiró abatidamente, repentinamente ansiosa de irse de la tienda que vendía cintas y cordones.
Pasaron al lado de una sombrearía, una librería, y una verdulería, en ese momento Dunford exclamó repentinamente:
– Ah, mira, Henry. Una casa de modas, lo que necesitaba.
Ella hizo una horrible mueca.
– Pienso que ahí hacen sólo ropa de señoras, Dunford.
– Excelente. -Él tiró de ella bruscamente y la arrastró al portal.
– Necesito comprarle un regalo a mi hermana.
– No sabía que tenías una hermana.
Él se encogió de hombros.
– ¿Creo que dije antes que hay una gran cantidad de cosas que no sabes acerca de mí?
Ella lo miró sarcástica.
– Esperaré afuera, entonces. Detesto las casas de modas.
Él no tuvo duda acerca de eso.
– Pero necesitaré tu ayuda, Henry. Tú tienes justo su tamaño y figura.
– Si no soy exactamente su tamaño, nada calzará correctamente. -Ella dio un paso atrás.
Él tomó su brazo, abrió la puerta, y la metió en la tienda.
– Es un peligro que estoy dispuesto a correr, -dijo él alegremente.
– Ah, hola, -Llamó a voces a la modista a través del cuarto-. Necesitamos comprarle un vestido o dos a mi hermana. -Él señalo a Henry.
– Pero no es…
– Quédate callada, bribona. Costará menos esfuerzo así.
Henry tuvo que estar de acuerdo que él, probablemente, tenía razón.
– Oh, está bien, -ella se quejó-. Supongo que esto lo hace uno por un amigo.
– Sí, -Dunford estuvo de acuerdo, mirando hacia ella con una expresión extraña-. Supongo que sí.
La costurera, rápidamente evaluando la obvia calidad y elegancia del traje de Dunford, acudió a sus lado muy amablemente.
– ¿Cómo le puedo ayudar? -inquirió.
– Me gustaría comprar algunos vestidos para mi hermana.
– Por supuesto.
Ella miró por encima de Henry, quien nunca había tenido más vergüenza de su apariencia que en ese momento. El vestido de día de color malva que llevaba puesto, era verdaderamente horrible, y no supo por qué Carlyle se lo había regalado. Ella recordó la ocasión en la que se lo dio. Él iba a Truro en viaje de negocios. Henry, dándose cuenta que no tenía ropa conforme a su edad le pidió que le comprara un vestido. Carlyle probablemente compró el primero que vio.
Pero se veía horrible vestida con él, y por la expresión de la modista, Henry podía ver que la mujer estaba de acuerdo. Había sabido que ese vestido no era correcto para ella en el minuto que lo había visto, pero lo necesitaba para viajar a esa cuidad. Ella odiaba mucho viajar a Truro, especialmente con esa espantosa prenda puesta. Se había obligado a creer que los vestidos solo tenían el propósito de cubrirla.
– ¿Por qué no vas por allí y miras algunos rollos de tela? -dijo Dunford, dándole un pequeño golpe en su espalda.
– Pero…
– Calla. -Él podía ver en sus ojos, que había estado a punto de señalar algo sobre su supuesta hermana-. Simplemente llévame la corriente y echa un vistazo.
– Como quieras. -Ella deambuló e inspeccionó las sedas y las muselinas. Oh, eran tan suaves. Precipitadamente las dejó. Era absurdo fantasear con telas bonitas cuando todo lo que necesitaba para su trabajo era telas fuertes para camisas y pantalones.
Dunford la observó cariñosamente manosear las telas y supo que había hecho lo correcto. Llevando aparte a la costurera, susurró:
– Temo que el guardarropa de mi hermana ha estado tristemente descuidado. Ella ha estado quedándosele con mi tía quién, aparentemente, no posee sentido de la moda.
La costurera asintió con la cabeza.
– ¿Tiene usted cualquier cosa que está lista para a llevar puesto hoy? Me gustaría librarme de esos horribles vestidos que lleva ahora. Puede usar sus medidas para hacer a unos cuantos más.
– Tengo unos pocos que rápidamente podría cambiar a las medidas de ella. De hecho hay uno allí mismo. -Ella señaló un vestido amarillo pálido de día, colgado en un maniquí de madera. Dunford estaba a punto de decidir qué haría, cuando vio la cara de Henry.
Ella clavaba los ojos en el vestido como una mujer muerta de hambre.
– Ese vestido será perfecto, -susurró enfáticamente. Entonces, en voz alta-: Henrietta, mi amor, ¿por qué no te pruebas, el vestido amarillo? La señora… -Él hizo una pausa, en espera que la costurera pudiera decir su nombre.
– Trimble, -dijo ella.
– … La Señora Trimble hará las alteraciones necesarias.
– ¿Estás seguro? -Henry preguntó.
– Mucho.
Ella no necesitó otra respuesta. La Señora Trimble rápidamente quitó el vestido del modelo e hizo una señal para que Henry la siguiera a la trastienda. Mientras estaban ahí, Dunford ociosamente examinó las telas en exhibición. El amarillo pálido se vería bien en Henry, decidió.
Cogió un rollo de tela azul brillante. Este color también podría sentarle bien. Él no estaba seguro. Nunca había hecho esta clase de cosas antes y no tenía ni idea de que hacer. Siempre había asumido que las mujeres, de alguna forma, sabían que ponerse. Asumió que sus buenas amigas Belle y Emma fueron siempre totalmente rechazadas, por su forma de ser inteligente, abierta y sincera.
Pero ahora él se percató que siempre se vieron muy elegantes, porque habían sido enseñadas a cómo vestirse por la madre de Belle, quien invariablemente había sido un epítome de elegancia y clase. La pobre Henry no había tenido a nadie para guiarla en tales materias. Nadie para enseñarle simplemente cómo ser una chica. Y ciertamente nadie para enseñarle cómo ser una mujer elegante.
Él se sentó a esperar a que salieran. Parecieron tomarse mucho tiempo. Finalmente, impaciente, gritó:
– ¿Henry?
– ¡Espere un momento! -contestó la señora Trimble-. Sólo necesito reducir un poco más la cintura. Su hermana está muy delgada.
Dunford se encogió de hombros. Él no lo sabía. La mayoría del tiempo ella usaba ropa de hombre holgada, y sus vestidos le sentaban tan mal que era difícil de determinar su figura debajo de ellos. Frunció el ceño, vagamente recordando la percepción que tuvo de ella cuando la besó. No podía acordarse de mucho, había estado medio dormido en aquel momento, pero se acordó que ella parecía tener una hermosa figura, sensual y femenina.
Justo entonces la señora. Trimble dio un paso atrás en el cuarto.
– Aquí esta ella, señor.
– ¿Dunford? -Henry asomó su cabeza en la esquina.
– No seas tímida, bribona.
– ¿Prometes no reírte?
– ¿De qué me reiría? Ahora sal.
Henry dio un paso adelante, con sus ojos llenos de esperanza, miedo y duda al mismo tiempo.
Dunford recobró su aliento. Estaba transformada. El color amarillo del vestido le sentaba a la perfección, realzando los rayos dorados de su cabello. Y el corte del vestido, revelaba su figura femenina muy contraria a la de un muchacho.
La señora Trimble había cambiado su peinado, soltando su trenza y dejándolo casi libre, solo sujetado por una pequeño invisible.
Henry mordisqueaba nerviosamente su labio inferior, mientras él la examinaba, ella exudaba una belleza tímida que era tan tentadora como enigmática. Pasó lo que él nunca hubiera imaginado, que ella tuviera algún hueso tímido en su cuerpo.
– Henry, -él dijo suavemente-, Estas, tú estás, tú… -Él buscaba la palabra justa pero no la podía encontrar. Finalmente le dijo precipitadamente-: ¡estás muy bonita!
– Es lo más bonito que alguien, alguna vez, me ha dicho, -expresó ella muy contenta-. ¿De verdad piensas así? -Ella respiró, y lo miro seriamente tocando el vestido-. ¿Piensas que me queda bien?
– Si tú sabes que es así, -él dijo firmemente. Contempló a la Sra. Trimble -. Lo llevaremos.
– Excelente. Le puedo traer algunos figurines para mirar, si usted desea más vestidos.
– Por favor.
– Pero Dunford, -Henry susurró urgentemente-, éste vestido es para tu hermana.
– ¿Cómo le podría dar ese vestido a mi hermana, cuando a ti te queda tan bien? -Él le preguntó en lo que esperaba fuese un tono práctico-. Además, ahora que pienso acerca de eso, tú probablemente necesitas tener algunos vestidos nuevos.
– Algunos de mis vestido ya no me quedan bien, -ella dijo, un poco cohibida.
– Entonces tendrás nuevos vestidos.
– Pero no tengo ningún dinero.
– Es un regalo mío.
– Oh, pero no te podría dejar hacer eso, -dijo ella rápidamente.
– ¿Por qué no? Es mi dinero.
Ella se vio destrozada anímicamente.
– No creo que sea correcto.
Él sabía que no era correcto regalarle los vestido, pero le dijo.
– Míralo de este modo, Henry. Si no te tuviese, tendría que contratar a alguien para manejar Stannage Park.
– Probablemente lo podrías hacer por ti mismo ahora, -ella dijo brillantemente, dándole una palmada reconfortante en el brazo.
Él casi gimió.
– Probablemente no tendría el tiempo para hacerlo. Tengo muchas obligaciones en Londres, tú lo sabes. De la manera que lo veo, tú me ahorras el sueldo de un hombre. Probablemente el sueldos de tres hombres. Un vestido o dos es lo menos que puedo hacer por ti, considerando ese hecho.
Bueno, desde ese punto de vista, no sonó muy impropio, decidió Henry. Y ella amaba ese vestido. Nunca se había sentido una mujer bonita antes. En este vestido ella aún podría aprender a deslizarse cuando caminara, como esas mujeres muy elegantes que parecían tener ruedas, y a las que ella siempre envidió.
– Está bien, -dijo lentamente-. Si piensas que es correcto.
– Sé que es correcto. Oh, ¿y Henry?
– ¿Sí?
– No te molestarías, si dejamos a la Sra. Trimble deshacernos de tu anterior vestido, ¿te disgustaría?
Ella negó con la cabeza agradecidamente.
– Está bien. Ahora acércate, por favor, y mira algunos de estos figurines. Una mujer necesita más de un vestido. ¿No piensas que tengo razón?
– Seguramente, pero no más de tres, -ella dijo con incertidumbre. Él entendió. tres era el limite que su orgullo le dejaba-. Probablemente estés en lo correcto.
Pasaron la siguiente hora escogiendo dos vestidos más para Henry, el primero del color azul profundo que Dunford había escogido antes, y uno de color verde mar, que la Sra. Trimble insistió que hacia resplandecer los ojos grises de Henry. Se los entregarían en Stannage Park dentro de una semana. Henry casi expresó impulsivamente que estaría encantada de regresar si era necesario. Ella nunca había soñado oírse hacer un viaje voluntario a Truro. No le gustó pensar que se estaba convirtiendo en una superficial porque un simple vestido podría hacerla feliz, pero tuvo que admitir que le daba un nuevo sentido de confianza en sí misma.
Por lo que respecta a Dunford, él ahora se dio cuenta de una cosa: Quienquiera que había escogido los horrendos vestidos, no había sido Henry. Conocía algunas cosas de la mente femenina, y podría deducir que ella tenía una elegancia nata.
Y se dio cuenta de otra cosa: Le hizo increíblemente feliz ver a Henry así de contenta. Fue una cosa realmente asombrosa.
Cuando alcanzaron el carruaje, ella no dijo nada hasta que estuvieron de camino a su casa. Finalmente ella lo miró suspicazmente y dijo:
– No tienes una hermana, ¿verdad?
– No, -dijo él quedamente, incapaz de mentir.
Ella guardó silencio por un momento. En ese instante colocó su mano tímidamente encima de la de él. Y dijo:
– Gracias.