Capítulo 15

Dunford se esfumó del baile para acabar en el salón de juegos y proceder a ganar una ingente cantidad de dinero sin siquiera tener que esforzarse. Y eso a pesar de que sabía que le costaba concentrarse en el juego. Después de unas cuantas rondas Alex se acercó.

– ¿Os importa si me uno?

Dunford se encogió de hombros.

– De ningún modo.

Los otros hombres que jugaban veintiuno movieron sus sillas para dejar campo al duque.

– ¿Quién está ganando? -Alex inquirió.

– Dunford, -Lord Tarryton contestó-. Muy diestramente.

Dunford se encogió de hombros otra vez, una expresión desinteresada fija en su cara.

Alex tomó un sorbo de whisky y volvió a encogerse de hombros con una expresión completamente indiferente en el rostro. Cuando repartieron su baza, le echó un vistazo a sus cartas para, inmediatamente después, echarle otro vistazo a cómo la mano fuese distribuida y miró la carta de abajo. Mirando lateralmente a Dunford, dijo:

– Tu Henry resultó ser realmente un éxito.

– Ella no es “mi” Henry, -Dunford chasqueó.

– ¿No es la Srta. Barrett tu pupila? -Lord Tarryton preguntó.

Dunford le miró, asintió con la cabeza lacónicamente, y dijo,

– Dame otra carta.

Tarryton se la dio, pero no sin antes añadir:

– No me sorprendería si Billington intentara conseguir ese ángel.

– Billington, Farnsworth, y algunos otros, -dijo Alex con su sonrisa más afable.

– ¿Ashbourne? -La voz de Dunford era más fría que el hielo.

– ¿Dunford?

Cállate.

Alex suprimió una sonrisa y pidió otra carta.

– Lo que no entiendo. -Intervino Symington, un hombre gris que pasaba de los cincuenta-. Es como ninguno de nosotros había oído hablar de ella. ¿De dónde viene? ¿Quién es su familia?

– Creo que Dunford ahora es su familia, -Alex dijo.

– Vive en Cornuales. -Dijo Dunford mirando los cincos de sus cartas con total indiferencia, como si tanto las cartas como la conversación no le interesaran lo más mínimo-. Antes en Manchester.

– ¿Tiene dote? -Interrogó Symington.

Dunford hizo una pausa. Aún no había pensado acerca de eso. Podía ver a Alex mirándole con una expresión interrogativa, una ceja arrogantemente alzada. Era tan fácil decir que Henry no tenía dote. Era la verdad, después de todo. Carlyle había dejado a la jovenzuela sin dinero.

Sus probabilidades de un matrimonio ventajoso se acortarían en gran medida.

Ella podría terminar dependiendo de él por siempre.

Era un condenado interesando…

Dunford dijo suspirando, maldiciéndose otra vez por este impulso asqueroso de jugar al héroe.

– Sí, -suspiró-. Sí la tiene.

– Esas son buenas noticias para la joven. -contestó Symington-. Naturalmente, no habría tenido muchos problemas de no haberla tenido. Es una suerte para ti, Dunford, las pupilas pueden llegar a ser un negocio muy molesto. Llevo tres años intentando desembarazarme de la mía. Nunca sabré por qué Dios creó a los parientes pobres.

Dunford, le ignoró deliberadamente, dio la vuelta a su carta. Un as.

– Veintiuno. -Dijo con voz neutra, ni siquiera algo entusiasmado por el hecho de haber ganado cerca de mil libras.

Alex se echó hacia atrás en su silla y sonrió.

Dunford apartó la suya y se levantó, metiendo descuidadamente sus ganancias en el bolsillo.

– Sin duda. -Dijo, arrastrando las palabras mientras se dirigía a la puerta que daba al salón de baile-. Nunca he tenido tanta suerte en mi maldita vida como esta noche.


* * * * *

Henry tenía la esperanza de tener a sus pies a por lo menos otros tres hombres antes de irse. Y por el momento parecía que su objetivo estaba al alcance de su mano. No sabía por qué nunca se había dado cuenta de que podía manipular a los hombres sin el más mínimo esfuerzo.

Casi todos los hombres. Todos menos aquél que deseaba.

Ella se estaba dejando llevar por el Vizconde Haverly cuando de repente vio a Dunford. Su corazón dejó de latir y perdió el paso antes de que pudiera darse cuenta de que él la afectaba, de que aún estaba furiosa.

Pero cada vez que Haverly la hacía girar ahí estaba él, lánguidamente apoyado sobre una columna con los brazos cruzados sobre el pecho.

Su rostro invitaba a acercarse y conversar. Parecía tan sofisticado, enfundado en su sobrio traje negro, tan arrogante, tan masculino.

Y sus ojos la seguían por toda la pista, una mirada que la hacía estremecer de pies a cabeza.

El baile se acabó y Henry hizo una cortes reverencia a su pareja. Haverly se inclinó hacia ella.

– ¿Debería devolverla a su tutor? Esta justo ahí.

Miles de excusas le vinieron a la cabeza, ella tenía reservado el siguiente baile y él se encontraba al otro lado del salón, estaba sedienta y necesitaba un vaso de limonada, tenía que hablar con Belle. Miles de excusas y no pudo evitar verse a si misma asintiendo con la cabeza, parecía que además había perdido la capacidad de hablar.

– Aquí estás Dunford. -Dijo Haverly con una sonrisa amable en los labios mientras dejaba a Henry a su lado-. ¿O debería llamarle Stannage, tengo entendido que ostentáis el titulo?

– Dunford está bien. -Dijo con un tono de voz que rayaba la insolencia, por lo que Haverly tartamudeó una rápida despedida.

– No tenías que asustarle de esa manera. -Dijo Henry frunciendo el ceño.

– ¿Ah, no.? -Preguntó Dunford con una ceja levantada-. Parece que estás recibiendo un sin número de atenciones.

– No me he comportado de manera impropia, y lo sabes perfectamente. -Replicó ella llena de cólera, tanta que su cara estaba roja como la grana.

– Deberías bajar la voz, bribona, estás atrayendo miradas.

No le habría costado nada ponerse a llorar en mitad de una sala atestada de la alta sociedad, no cuando le oía pronunciar el mote cariñoso que le había puesto, ahora pronunciado en ese tono burlón y despectivo.

– No me importa. Yo no… Yo… Yo sólo quiero.

– ¿Qué es lo que quieres? -Preguntó con voz ronca e intensa.

Ella lo miró a la cara con el ceño fruncido.

– No lo sé. -Musitó negando con la cabeza.

– Te sugeriría que lo pienses, si no quieres atraer la atención de la gente. Podría poner en peligro tú reputación, y no convertirte en la reina de la temporada.

– Eres tú quien está poniendo en peligro mi reputación. Eres tú quien asustas a todos mis admiradores ladrándoles como un perro.

– Entonces tendré que rectificar.¿ Debo repara el daño, no?

Henry le miró suspicaz, incapaz de discernir sus motivos.

– ¿Qué es lo que quieres, Dunford? -Dijo cansada de su actitud.

– Solo bailar contigo. -La tomó del brazo y la llevó hacia la pista de baile-. Únicamente para acallar cualquier rumor que diga que no nos llevamos bien.

– No nos llevamos bien. Por lo menos, no ahora.

– Sí. -Asintió él seco-. Pero nadie necesita conocer nuestras desavenencias. ¿No crees?

La tomó entre sus brazos preguntándose qué le había incitado a bailar con ella de nuevo. Era un error, por supuesto, todo contacto con ella en esos días era un error, que inevitablemente solo conduciría a un deseo intenso y prolongado.

Y ese deseo parecía pasar inexorablemente de su cuerpo a su alma.

Pero sentirla entre sus brazos era algo a lo que no se podía resistir. El vals le permitía estar lo bastante cerca de ella como para detectar esa enloquecedora esencia de limones que desprendía y la inhaló como si con ello pudiera salvar su vida.

Ya no podía evitar reconocer que se preocupaba por ella, que la necesitaba. La quería en sus brazos en esos típicos eventos sociales y no tener que pasearse con una sonrisa en la cara y aguantar a todo dandy con el que se topara.

Prefería mil veces perder el tiempo paseando por los campos de Stannage Park, cogidos de la mano, que estar allí mirándola desde la lejanía observando cada movimiento enloquecedor de ese cuerpo. En ese momento lo que realmente quería era inclinarse y besarla hasta que la inundara el deseo. Pero ella ya no lo deseaba. Tendría que haberla atado a él antes de haberla presentado en sociedad, antes de que le hubiera cogido el gusto al éxito y estuviera saboreando el triunfo. Los hombres revoloteaban a su alrededor, y ella estaba empezando a darse cuenta de que podría elegir lo mejor de la sociedad. Dunford pensó con gravedad lo que le había prometido ese momento, que ella podría elegir marido entre lo mejor de la sociedad. Así que tendría que dejarle ser cortejada por docenas de esos petimetres antes de intentar cualquier acercamiento para obtener su mano.

Cerró los ojos casi con dolor. No estaba acostumbrado a negarse nada, al menos nada que realmente quisiera. Y lo que él realmente quería era a Henry.

Ella estaba observando sus emociones pasar por su cara, viendo como crecía su ira cada segundo que pasaba. Estaba tan enfadado que parecía que el hecho de tener que tocarla fuera la peor tarea que se le había encomendado.

Con su orgullo tocado, reunió todo el valor que le quedaba.

– ¿Por qué me miras así y me tratas tan mal?

– ¿Por qué te miro así? -Preguntó Dunford abriendo los ojos desmesuradamente.

– Así. -Dijo enfáticamente mirándolo a los ojos-. La manera en que me estás tratando.

La música se acabó y él la escoltó hasta un pasillo vacío, donde podrían mantener una conversación con relativa privacidad.

– ¿Y cómo te estoy tratando? -Preguntó él por fin, temiendo la respuesta.

– Horrible. Peor que horrible. y tú sabes porqué.

Se río por dentro incapaz de ayudarse.

– ¿De verdad? -Dijo con una ceja levantada.

– Sí. -Dijo ella odiándose por el leve temblor de su voz al contestar-. Sí lo sé. Es por esa maldita apuesta.

– ¿Qué apuesta?

– Sabes a cuál me refiero. A la que hiciste con Belle.

Él la miró inexpresivo.

– La de que no te casarás. -Exclamó, mortificada por como había acabado su amistad.

– Apostaste mil libras a que no te casarías.

– Sí. -Dijo él con tirantez, sin seguirle la lógica.

– No quieres perder mil libras casándote conmigo.

– Por Dios Henry. ¿Realmente piensas eso? -La incredulidad estaba plasmada en su cara, en su voz, en su postura.

Quería decirle que pagaría mil libras solo por poder tenerla. Que pagaría cientos de miles de libras. No se le había pasado por la cabeza esa maldita apuesta en el último mes. No desde que la conoció y volvió su vida en un caos.

Luchó por encontrar las palabras que decir para intentar salvar esa noche, no muy seguro de cuales serían las mejores.

Estaba a punto de echarse a llorar, no lagrimas de pesar, más bien de vergüenza y humillación. Cuando ella escuchó la incredulidad en su voz, supo, sin ninguna duda, que él no se preocupaba en absoluto por ella.

Su amistad parecía haberse desintegrado en el corto espacio de una tarde. No eran las mil libras las que hacían que él se mantuviera alejado de ella. Era una tonta por incluso llegar a soñar que el podría estar alejándola de su vida por algo tan entupido como una apuesta.

No, él no había estado pensando en la apuesta. Ningún hombre podría haber fingido la sorpresa que ella había visto en su cara. Él la estaba apartando simplemente porque quería hacerlo, porque no la deseaba. Todo lo que él quería era conseguirle un buen marido, lejos de sus manos y lejos de su vida.

– Si me perdonas. -Dijo ella intentando desesperadamente huir de allí, de su proximidad.

– Tengo unos cuantos corazones que capturar esta noche. Puede que incluso llegue a una docena.

Dunford observó como ella desaparecía entre la multitud, sin que se le pasara por la cabeza que se fuera directamente a una de las salas destinadas a las mujeres, cerrase la puerta con llave y se pasara la siguiente media hora en soledad.


* * * * *

Los ramos de flores empezaron a llegar a la siguiente mañana. Rosas de todos los tamaños, lirios, tulipanes importados de Holanda llenaron cada rincón del recibidor de la casa. Y llegaron hasta el vestíbulo. El olor que desprendían era tan penetrante que la cocinera se quejó porque no podía oler la comida que estaba preparando.

Definitivamente Henry había tenido un gran éxito. Esa mañana se despertó relativamente temprano, sobre todo si se comparaba con los otros habitantes de la casa.

Bajó casi a mediodía. Cuando encontró la sala de desayuno se llevó una sorpresa al comprobar que había un extraño de pelo castaño claro sentado a la mesa. Se paró en seco, asustada por su presencia, hasta que el extraño levantó la vista y pudo ver unos ojos tan increíblemente azules que no le quedó ninguna duda de que era el hermano de Belle.

– Debes ser Ned. -Dijo ella con una pequeña sonrisa en sus labios.

Ned elevó una ceja mientras se levantaba.

– Me temo que tiene ventaja sobre mi.

– Lo siento. Soy Henrietta Barrett. -Extendió su mano. Ned se la cogió y por un momento se quedó sin hacer nada, como si estuviera decidiendo que debería hacer, si besarle la mano o limitarse acercarse a ella.

– Estoy encantado de su presencia, Señorita Barrett. -Dijo-. Aunque debo confesar, que encuentro sorprendente encontraros aquí a una hora tan temprana.

– Soy una invitada aquí. -Explicó-. Tú madre me está ayudando esta temporada. -Él echó hacia atrás una de las sillas para que pudiera sentarse.

– ¿De veras? En ese caso, Me atrevería a decir que estáis cosechando un éxito brillante.

Ella le echó una mirada divertida mientras se sentaba.

– Brillante.

– Sí, debes ser la razón por la que el vestíbulo está lleno de ramos.

Ella se encogió de hombros.

– Me sorprende que tu madre no te hubiera informado de mi presencia. O Belle. Me ha hablado mucho sobre ti.

Sus ojos se estrecharon tal como se encogió su corazón.

– Así que se ha vuelto amiga de Belle.

Vio como las esperanzas de seducirla se esfumaban.

– Sí, es la mejor amiga que nunca he tenido.

Henry se sirvió unos huevos en su plato y arrugó la nariz.

– Espero que no estén demasiado fríos.

– Pueden calentártelos. -Contestó él con un ademán de su mano. Henry cogió con dudas un trozo con su tenedor.

– Están bien. -Comentó ella cogiendo otro trozo.

– ¿Qué te ha contado Belle de mí?

– Que eres encantador, por su puesto, la mayor parte del tiempo, quiero decir que eres muy amable y simpático. Y que trabajas con ahínco en hacerte con la peor reputación de todo Londres.

Ned se atragantó con la tostada.

– ¿Estás bien.? ¿Deseas algo de té?

– Estoy bien. -Consiguió decir no sin dificultad-. ¿Qué más le dijo?

– Creo que es la clase de cosas que una hermana diría sobre su hermano.

– Por supuesto.

– Espero que no haber echado a perder ningún plan que tuvieras para conquistarme. -Dijo Henry con alegremente-. No es que crea que soy una beldad y que todo hombre quiere conquistarme. Simplemente creí que pensaríais en ello por conveniencia.

– ¿Conveniencia? -Dijo él completamente anonadado.

– Como estoy viviendo en tu casa.

– Me preguntó, Señorita Barrett…

– Henry. -Le interrumpió-. Por favor, llámame Henry. Me queda mejor que Henrietta. ¿No crees?

– Debo decir que sí. -Dijo con un gran sonrisa.

Ella tomó un poco más de huevos.

– Vuestra madre insiste en continuar llamándome Henrietta, pero creo que es solo porque el nombre de vuestro padre es Henry. ¿Que querías preguntarme?

Pestañeó.

– ¿Perdón?

– Sí, creo que algo querías preguntarme cuando te he interrumpido por llamarme “Srta. Barrett” y te he pedido que me llames Henry.

Ned pestañeó de nuevo, tratando de recobrar su capacidad de pensamiento.

– Ah, sí. Creo que le iba a preguntar si alguien le ha dicho alguna vez que eres muy sincera.

Ella no pudo evitar reírse.

– Todo el mundo.

– No sé por qué pero no me sorprende.

– Tampoco a mí me sorprende. Dunford continúa diciéndome que hay algunas ventajas pero nunca he sido capaz de saber cuales. -Inmediatamente se maldijo por haberle metido en la conversación. No había ni una sola persona de la que le apeteciera hablar menos que de Dunford.

– ¿Conoces a Dunford?

Henry cortó una rodaja de jamón.

– Es mi tutor.

Ned tuvo que taparse la boca con la servilleta para evitar escupir el té que había bebido.

– ¿Que es su qué? -Preguntó sin poder creer lo que había dicho.

– No paro de encontrarme con esa reacción por todo Londres. -Dijo ella negando para si misma con la cabeza-. Veo que la mayoría de la gente no cree que Dunford tenga material de tutor.

– Esa es una manera de describir el problema.

– He oído que es un calavera de la peor calaña.

– Esa es ciertamente otra manera de describir el problema.

Se echó hacia delante interesada, con sus ojos brillando diabólicamente.

– Belle me ha dicho que estás tratando de tener exactamente la misma reputación que él.

– Belle habla demasiado.

– Que divertido, él dijo exactamente lo mismo.

– Tampoco me sorprende.

– ¿Sabes lo que pienso, Ned? ¿Puedo llamarte Ned?

Sus labios se movieron con asombro.

– Naturalmente.

Ella meneó la cabeza.

– No creo que seas capaz de comportarte como un calavera.

– ¿De veras? -Preguntó tuteándola y arrastrando ligeramente las palabras.

– Si, y lo estás haciendo muy bien, puedo verlo. Has dicho “¿De veras?” con el tono justo de condescendencia y aburrido civismo que uno puede esperar de un calavera.

– Me alegra ver que cumplo con sus expectativas.

– Pero no eres un calavera.

Ned empezaba a preguntarse dónde encontraría la fortaleza necesaria para no reírse.

– ¿De veras? -Dijo de nuevo en el mismo tono que antes. Henry no pudo evitar una risita.

– Muy bien, milord, ¿No queréis saber porque pienso que nunca podríais ser un buen calavera.?

Ned apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia delante.

– Puedes ver que estoy esperando con desesperada anticipación.

– Eres demasiado amable. -Dijo con una floritura del brazo. él se echó hacia atrás.

– ¿Es un cumplido?

– Para ser sincera sí.

Los ojos de Ned centellearon divertidos.

– No puedo expresar cuán aliviado me siento.

– Francamente, Y créeme, que ya hemos quedado en que suelo ser franca,"

– Efectivamente. -La interrumpió llevándose una mirada molesta.

– Francamente. -Empezamos de nuevo-. Empiezo a pensar que el tipo de hombre meditabundo y oscuro está realmente sobrestimado. Me presentaron a varios anoche y buscaré la forma de no verlos si vienen a visitarme.

– Estoy seguro de que los aplastarás.

Henry le ignoró.

– Voy a esforzarme por encontrar un hombre agradable.

– Entonces estaré el primero de la lista. ¿No?

Ned se sorprendió a si mismo al darse cuenta de que no le preocupaba demasiado la idea.

Henry tomó su té despreocupadamente.

– Parece que nos llevaremos bien.

– ¿Y eso por qué?

– Porque, milord, no queréis cortejarme y eres muy amable. Necesitas tiempo para superar tú época de calavera.

En ese momento Ned sí que se rió. con bastantes ganas, por cierto. Cuando finalmente se calmó dijo.

– Tu Dunford es un calavera reconocido, y también es un tipo bastante amable. Un poco dominante de vez en cuando, pero sin duda agradable.

La cara de Henry se volvió de piedra mientras le escuchaba e intentaba que ninguna de sus emociones saliera a la luz.

– Ante todo, no es mi Dunford. y mucho mas importante, él, sin duda alguna, no es agradable.

Ned se sentó más estirado. Nunca había imaginado que alguna vez se encontraría con alguien a quien no le gustara Dunford. Esa era la razón por la que Dunford era reconocido como un verdadero calavera. Podía ser realmente encantador a no ser que alguien le enfadara realmente, en cuyo caso él era mortalmente cruel.

Ned echó una ojeada a Henry preguntándose si ella le podría haber enfadado realmente. Podría apostar que así era.

– Dime, Henry, ¿Estás ocupada esta tarde?

– Supongo debería estar en casa y esperar a las visitas.

– Eso no tiene ningún sentido. Te querrán más si piensan que no estás disponible.

Ella echó una mirada desesperada al cielo.

– Si pudiera encontrar un hombre realmente amable, estoy segura de que no tendría que jugar a esto.

– Puede que sí, o puede que no. Lo más probable es que nunca lo sepamos. No creo que exista un hombre tan amable como el que buscas.

Excepto Dunford, pensó tristemente Henry, antes de que fuera tan cruel. De repente, la imagen de él en la tienda de Truro se presentó en su cabeza.

– No seas tímida, bribona… ¿Por que razón me iba a reír.?¿Como podría darle ese vestido a mi hermana cuando estás tan encantadora con él? Pero él no tenía una hermana. La llevó a la tienda de ropa para que ella se sintiera mejor. Todo lo que quería era que creciera su confianza en si misma. Meneó la cabeza. nunca lograría entenderlo.

– ¿Henry?

Ella parpadeó.

– ¿Qué? Lo siento Ned. Estaba distraída.

– ¿Te gustaría dar una vuelta? Podríamos ir a alguna que otra tienda y ver si encontramos una o dos baratijas.

Henry fijó sus ojos en la cara de él. Le sonreía abiertamente, como un crío con los ojos brillantes de expectación. A Ned le gustaba. Le gustaba estar con ella. ¿Por qué no le gustaría a Dunford? No, no pienses en ese hombre. Sólo porque un hombre la rechazara no significaba que no tuviera ningún atractivo. A Ned le gustaba. Se había sentado ahí con él, siendo ella misma y a Ned le gustaba. A Billington le había gustado la noche anterior. Ciertamente a Belle también, al igual que a sus padres.

– ¿Henry?

– Ned. -Dijo ella completamente decidida-. Estaría encantada de pasar el día contigo.

– ¿Salimos ya?

– ¿Por qué no?

– ¿Por qué no buscas a tu doncella y te reúnes conmigo en el vestíbulo dentro de quince minutos?

– Dejémoslo en diez.

– Él le mandó un desenfadado saludo con la mano.

Henry subió las escaleras rápidamente. Quizás ese viaje a Londres no se volvería un completo desastre después de todo.


* * * * *

A una media milla, Dunford permanecía tumbado en su cama, intentando pasar lo más tranquilamente posible la terrible resaca que tenía. Todavía seguía con las ropas de la noche anterior, para gran consternación de su valet. Casi no había bebido nada anoche en el baile. Había vuelto a su casa repugnantemente sobrio. Entonces se dedicó a beberse casi una botella entera de whisky, como si con eso pudiera borrar de su cabeza la noche anterior.

No funcionó.

En cambio apestaba a taberna, parecía que toda la maldita caballería británica se hubiera dedicado a pasearse por encima de su cabeza y su ropa que era un maldito desastre empezando por las botas que había sido incapaz de quitarse la noche anterior.

Todo por culpa de una mujer.

Se estremeció. Nunca se le habría ocurrido que pudiera acabar tan mal por una mujer. Había visto como caían, uno tras otro, todos sus amigos, abatidos por ese monstruo que ellos llamaban matrimonio y jodidamente enamorados de sus esposas. No tenía sentido. Nadie se casaba por amor. Nadie.

Excepto sus amigos, quienes le habían dejado preguntándose por qué no él. ¿Por qué no podría sentar la cabeza y pasarse el resto de su vida con alguien a quién quisiera cuidar? Y entonces Henry había caído del cielo justo frente a el. Una simple mirada a esos ojos del color de la plata y había sabido que no merecía la pena ni siquiera intentar luchar contra ello.

Bueno, quizás no. No se había colgado tanto de ella como para decir que había sido amor a primera vista. No, probablemente esos sentimientos hacia ella no habían empezado hasta el incidente en la pocilga. Quizás había sido en Truro cuando le compró ese vestido amarillo. Probablemente fuera allí donde todo empezó.

Suspiró. ¿Y qué narices importaba?

Se levantó de la cama y se instaló en una silla al lado de la ventana para observar como la gente caminaba arriba y abajo por Half Moon Street.

¿Qué demonios se suponía que tenía que hacer él ahora.? Ella lo odiaba, y no sin razón. Si él no hubiera jugado a comportarse como un maldito héroe, en ese momento se podría haber casado con ella un par de veces. Pero no, él tenía que llevarla a Londres e insistir en que se permitiera conocer a todos los hombres disponibles de la maldita alta sociedad, antes de tomar una decisión. Había tenido que echarla de su lado, había tenido que repelerla, había tenido que desaparecer de su vida, solo porque tenía miedo de ser incapaz de mantener sus manos alejadas de ella. Tendría que haberla seducido y haberla arrastrado al altar antes de que tuviera la oportunidad de pensar. Eso era lo que un verdadero “Héroe” habría hecho.

Se levantó rápidamente. Podía ganarla de nuevo. Solo tenía que dejar de comportarse como un bastardo celoso y empezar a ser amable con ella otra vez.

Podría hacerlo ¿no?

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